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Amar a Dios sobre todas las cosas Domingo, 2 de julio 2023

El Evangelio de San Mateo, el cual hemos estado siguiendo durante este Tiempo Ordinario, nos hablaba el Domingo pasado de la persecución a que está sujeto todo cristiano que sigue a Cristo como Él lo pide. Este Domingo el Evangelio de San Mateo nos plantea una idea que podría parecer contradictoria a lo que debieran ser las buenas relaciones familiares. Por ello, para mejor entender esta idea, debemos leer dos versículos del Evangelio anteriores a la lectura de hoy.

Dice así el Señor: “No piensen que vine a traer la paz a la tierra; no vine a traer la paz, sino la espada. Vine a poner al hijo en contra de su padre, a la hija en contra de su madre, y a la nuera en contra de su suegra. Cada cual encontrará enemigos en su propia familia” (Mt 10, 34-36).

¿No es éste uno de los pasajes más sorprendentes y desconcertantes del Evangelio? Por cierto, Jesús toma estas palabras del Antiguo Testamento, citando textualmente al Profeta Miqueas: “Porque ahora el hijo insulta a su padre, la hija se rebela contra su madre, la nuera contra su suegra, y cada cual tiene por enemigos las personas de su familia” (Mi 7, 6).

1.- Lo que quiere indicarnos el Señor es la contradicción que provoca su mensaje, el Evangelio. Recordemos que desde que Jesús era un bebé recién nacido en brazos de su Madre, al irlo a presentar al Templo, el viejo Simeón, hombre lleno del Espíritu Santo, anunció que ese bebé se convertiría en “signo de contradicción”, es decir, en una señal que tendría gran oposición, pues sería rechazada por muchos (cf. Lc 2, 34). Y hoy el Señor nos dice que, entre esos muchos que rechazan a Dios, a Jesucristo, a su Iglesia, podrían estar miembros de nuestras propias familias. Eso es lo que significan estas palabras de Jesús que nos resultan tan fuertes y tan desconcertantes. En efecto, cuando la fe es vivida por todos en una familia resulta fuente de unión, de paz, de concordia, de amor. Pero también puede ser signo de contradicción, también puede ser motivo de división.

2.- Veamos por qué... Cuando un cristiano opta por seguir a Cristo, como Cristo merece y como Cristo desea ser seguido, ¿no se fijan como enseguida levanta oposición, crítica y hasta persecución? ... Y esto puede suceder aún dentro de una misma casa, dentro de una misma familia, en medio de los más allegados. ¿No le ha sucedido esto a algunos? Para mejor entender esta difícil situación, recordemos unas palabras del Señor que complementan muy bien esta exigencia suya de hoy: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8, 21).

Veamos bien qué significa esto... Significa que la Palabra de Dios une a los seres humanos, los hace familia ... Cuando seguimos la Palabra de Dios, la Palabra nos une, nos hace hermanos.

Pero los que no siguen la Palabra de Dios, son éstos los que se separan, y terminan siendo fuente de división, pues se dividen de aquéllos que sí la siguen. Es muy claro, entonces, quién se separa, quién se divide... No se separa quien sigue la Voluntad de Dios, sino quien se aparta de ella.

3.- Ahora bien... ¿cuál debe ser la actitud del quien quiere seguir a Cristo? ... Es la que nos dice el Señor al comienzo del Evangelio de hoy. Y el Señor es muy, muy claro: “El que ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí. El que ama a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí.” (Mt 10, 37). Con estas palabras el Señor nos quiere indicar que el amor que debemos a Dios está muy por encima del amor a cualquiera de sus creaturas... aún del amor a nuestros seres más queridos. Hay que amar a Dios más que a los padres, más que a los hijos... y, por supuesto, más que a uno mismo.

No quiere decir el Señor que no amemos a nuestros familiares -cosa que sería contraria a la Ley de Dios. No significa que no tengamos afectos familiares. Significa que el amor a Dios viene antes que el amor a cualquier persona. Y cuando las circunstancias de la vida nos pusieran en la alternativa de optar por Dios o por un ser querido, estas palabras del Señor nos recuerdan que, aunque el corazón duela, no puede haber duda sobre cuál debe ser nuestra opción.

4.- Precisamente en esto consiste el Primer Mandamiento: en Amar a Dios sobre todas las cosas. Y este Mandamiento se repite muy fácilmente, pero tiene implicaciones gravísimas... como ésta que hoy nos presenta el Evangelio. Sin embargo, este Mandamiento y esta exigencia que hoy nos hace el Señor no significa que dejamos de amar a nuestros seres queridos, sino que los amamos aún más: los amamos con el amor con que Dios nos ama, pues al amar a Dios de primero, Dios vive en nosotros y es Dios mismo Quien, entonces, ama en nosotros, y ese Amor de Dios en nosotros se desborda hacia los demás.

Fijémonos que este Evangelio no se queda aquí, sino que prosigue a plantearnos algo que podría parecernos contradictorio. Nos dice así el Señor:

“El que trate de salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mí, la salvará”. Otras traducciones dicen “la hallará” (Mt 10, 39). Y ¿por qué nos parece esta frase contradictoria? Porque se nos escapa el verdadero significado de “Vida”. Recordemos nuevamente que la verdadera Vida es la Vida Eterna, la que nos espera después de esta vida pasajera, efímera, corta, que vivimos en la tierra.

5.- Por tanto, cuando el Señor dice “el que trate de salvar su vida”, se está refiriendo a todo lo que para nosotros parece muy importante de esta vida pasajera que tenemos aquí en la tierra. Eso incluye todos los apegos que tenemos a creaturas, a cosas, a planes, a ideas, etc. ... apegos que podrían parecer lícitos y hasta convenientes. Pero si esos apegos nos apartan -siquiera un poquito- del Camino que lleva a la Verdadera Vida, ¿qué nos sucede entonces? ... Podríamos terminar por perder ésa: la Verdadera Vida, la Vida Eterna. Por eso el Señor nos recomienda “perder nuestra vida por Él”, para poder encontrar la Vida Eterna. Es decir: “perder” lo que nos puede parecer importante, conveniente, lícito... pero que no está enmarcado dentro de la Voluntad de Dios. Significa “perder” para “ganar”: para ganar en el negocio más importante que tenemos durante nuestra vida en la tierra. Y ese negocio es: obtener la Vida Eterna en el Cielo.

¿Qué esto cuesta sacrificios y negaciones? Ciertamente sí. Por eso el Señor nos habla también de “tomar su cruz y seguirlo” (Mt 10, 38). Nos dice que no es digno de Él, quien no tome su cruz y lo siga.

6.- La cruz significa muerte, esa muerte a la cual se refiere San Pablo en la Segunda Lectura de la Carta a los Romanos (Rom 6, 3-4, 8-11). No significa muerte física -necesariamente- salvo para aquéllos pocos que Dios ha escogido para el martirio físico. Es la muerte al pecado; es decir: sepultar el pecado. Es la muerte a uno mismo: a nuestros deseos, a nuestras inclinaciones. Es morir al “yo”, para que viva en nosotros ese “Tú” que es Dios. Es desechar los propios planes, para aceptar los que Dios nos presenta. Es descartar las propias ideas, para asumir las ideas de Dios. Es morir a uno mismo, para vivir en Dios y para que Dios viva en nosotros.

A esto se refiere San Pablo cuando nos dice en la Segunda Lectura: “si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con Él”.

7.- San Pablo, quien cumplió esto como Cristo lo exige, pudo llegar a exclamar en otra de sus Cartas: “Ya no soy yo quien vivo, sino es Cristo Quien vive en Mí” (Gál 2, 20). Y Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, describe esta misma experiencia en un poema: Vivo sin vivir en mí Y tan alta Vida espero, Que muero porque no muero. Vivo sin vivir en mí.

En eso consiste la santidad: en ese morir continuamente a uno mismo para dejar que sea Dios Quien viva en uno. Esa palabra “santidad” asusta. Pero... ¿qué es la santidad? No es algo inalcanzable... Tratar de ser santos es tratar de seguir la Voluntad de Dios para nuestra vida.

8.- Y ¿cómo se hace esto? Se hace dejando de tener voluntad propia, dejando de tener planes y rumbos propios, dejando de tener criterios y pretensiones propias... Es cambiar todo eso por lo que Dios quiere para mí. Es renunciar a la propia voluntad y asumir la Voluntad de Dios como propia. Es dejar que Dios sea Quien haga, Quien muestre su plan, Quien indique rumbos, Quien proponga criterios, etc.

Conclusión: Ejemplo de esta actitud dócil a los planes de Dios es la pareja infértil que nos presenta la Primera Lectura del Libro Segundo de Reyes (2R 4, 8-11.14-16). No tenían hijos. Parecían aceptar su situación. “¿Qué podemos hacer por ti?”, le preguntó Eliseo a la mujer. Ella respondió: “No me falta nada en este pueblo”. Sólo deseaban servir, atendiendo al Profeta Eliseo. Y, a través del Profeta, Dios les mandó un regalo... sin ellos pedirlo. ¡Nada menos que un hijo!

Por eso el Salmo 88 es un Salmo de alabanza a la Misericordia del Señor: Proclamaré sin cesar la Misericordia del Señor.

Si tenemos en cuenta que la Voluntad de Dios es el plan perfecto que tiene Dios para santificarnos a cada uno de nosotros, resulta fácil entender y practicar todas las cosas que el Señor nos pide en la Lecturas de hoy. Recordémoslas y meditémoslas, pidiendo a Jesús su gracia para seguirlas: “perder la vida” ... “morir al pecado” ... “tomar la cruz” ... “morir con Cristo” ... “amar primero a Dios que a nadie”... Que así sea. Amén.

(*) Mario A. Díaz M es Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule

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