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EL HERALDO

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LLEGAR A VER LO QUE LOS OJOS NO PUEDEN VER…

El hecho y el modo de la resurrección de Jesucristo es un tema que las primeras comunidades, que comenzaron a organizarse a partir de la experiencia pascual, tuvieron que trabajar cuidadosamente; en primer lugar porque se estaba hablando del acontecimiento fundante de una propuesta de vida totalmente nueva: la resurrección de Jesús es el punto de partida de este grupo de discípulos y apóstoles que ahora son Iglesia, y el contenido primero y primordial del anuncio que tiene que entregar al mundo; clave además del sentido de su quehacer y de la comprensión de su propia identidad: en otras palabras, la existencia misma de la Iglesia y de su misión no se entiende sino a partir de este acontecimiento: la Resurrección. En segundo lugar, porque hablar de la Resurrección supone tratar de un hecho absolutamente inédito, de un acontecimiento que no cabe situarlo en el continuo de la historia –para la historia, el único hecho que consta a partir del amanecer del primer día de la semana, es una tumba vacía- sino de un evento que irrumpe y rompe de forma absoluta la trama del tejido de la historia humana, porque la Resurrección de Cristo no es la reanimación de un cadáver, Jesucristo resucitado no ha vuelto a la vida ordinaria, como tampoco habrá ya de morir de nuevo, sino que su Resurrección lo sitúa en una dimensión completamente otra, completamente distinta de la nuestra: la eternidad; a la que ha ingresado, no obstante, con la misma identidad: el Resucitado es el mismo que ha sido crucificado, pero, al mismo tiempo, ya es otro: ha sido constituido Señor; la Encarnación se ha revelado en toda su tremenda plenitud, la humanidad ha sido asumida y ha sido ingresada al seno de la Trinidad para siempre; por eso –y en esto insisten todos los relatos de la Resurrección, tanto en los Evangelios como en San Pablo (cf 1Cor 15)- no será visto por todos, sino sólo por aquellos a los que Él quiere manifestarse, sólo por aquellos por los cuales Él se deja ver, los que a su vez sólo pueden ser capacitados para la visión del Resucitado- desde la experiencia de la Fe.

Porque el encuentro y la visión son los temas fundamentales en el Tercer Evangelio, que en su prólogo comienza declarando que va a dar a conocer de manera ordenada y en detalle los eventos que se han cumplido en relación con Jesús, y que ha conocido a partir de la palabra de los que han sido testigos oculares (autoptai: lit. los que han visto con sus propios ojos) de los hechos acontecidos. Por eso, el llegar a ver, la liberación del impedimento de la visión, la apertura de ojos y escrituras será el hilo conductor del relato que es ni más ni menos una catequesis acerca de la Resurrección y de la Eucaristía.

Los cristianos somos hombres y mujeres del camino y el camino es lugar de encuentros. La fe del pueblo de Israel, y, luego la fe en Cristo, se inscribe en esta llamada a hacernos peregrinos: hemos de abrir la puerta de nuestras casas y atrevernos a salir, porque también Dios ha salido a buscarnos, no para tendernos trampas, ni pruebas en el caminar, sino para hacerse peregrino Él también, y en ese salir a andar con nosotros (este es sentido más profundo del nombre del Emannu-Él: el Dios que marcha con nosotros) conducirnos hacia la meta, en donde él mismo nos espera para regalarnos la vida plena.

La primera afirmación en relación con el ver está dada en el versículo 16: los ojos de los discípulos del camino sufren una violencia: están impedidos de ver y reconocer la identidad del Peregrino. No reconocen al Resucitado porque tenga una apariencia distinta, o porque vaya de alguna manera disfrazado, no lo reconocen porque les sale al encuentro desde una dimensión para la cual los ojos naturales y la natural razón, sentidos y facultad bien hechos y perfectamente adecuados para interactuar en éste, nuestro mundo, y comprenderlo cabalmente, no bastan –y nunca serán suficientes por sí mismos- para rasgar el velo y penetrar en esta dimensión nueva del Misterio que está revelando el Resucitado.

Jesús, el forastero que los alcanza en el camino, interpela a este par de caminantes abatidos; se hace cargo de la pesadumbre que hace arduo su peregrinar, vienen conversando y discutiendo, pero su discusión no habla de disensión entre ellos, (el verbo empleado es el griego sünzeteo, que alude más a una indagación compartida, que al tono polémico que solemos darle al verbo “discutir”) sino de un tratar de entender, de un buscar juntos la respuesta que se les escapa esquiva, el sentido que puede ayudarlos a entender la brutalidad de los acontecimientos de los han sido testigos.

Los discípulos vienen comentando la derrota, el viaje a Emaús es el gesto final con que se cierra de manera penosa el camino de exaltación que estos hombres han estado viviendo como Discípulos de Jesús: han vivido la esperanza, han estado en su presencia, han gustado de sus enseñanzas, han ido aprendiendo a recoger el desafío de sus palabras y acciones; pero esto ha acabado de manera violenta, las últimas palabras de Jesús: su último grito de dolor y entrega se ha disipado ya desde que fuera proferido en lo alto de la cruz.

Han pasado tres días, ya no hay lugar en el corazón de estos hombres más que para la desilusión, para intentar reconstruir entre los suyos, en la aldea adonde vuelven, la rutina gozosamente interrumpida por la primavera mesiánica, que les ha alcanzado y que ahora se agosta en este amargo verano, cuyo único fruto es el seco madero de la cruz.

La pesadumbre, los proyectos extirpados por la fuerza bruta, la vergüenza, sin duda, de no haber estado allí, como las mujeres, al pie de la cruz, entorpecen, son la pesante carga que violenta los ojos de estos hombres, y les impide ver más allá de la sombría desilusión.

No van a reconocer al Resucitado en el peregrino que los aborda, porque la Resurrección no tiene cabida en la lógica de este mundo que es el de ellos, que es el nuestro; no lo pueden reconocer desde ellos mismos, desde sus categorías, ni siquiera desde las ganas de que lo que ha acontecido no hubiese sucedido, para que este reconocimiento se lleve a cabo ha de ser el propio Señor quien intervenga: la capacidad de ver, de acoger y comprender la buena noticia de la Resurrección la va a posibilitar el mismo Señor a quienes Él quiera, y el primer paso en este proceso ha de ser la interpelación y la capacidad de escucha del Señor, les da tiempo de sacar todo su dolor, toda su desconsuelo, a partir de la pregunta directa: ¿Qué venían comentando por el camino?

La visión de los ángeles que las mujeres han tenido y que estos dos peregrinos refieren en el versículo 23, no va a ser todavía suficiente, ellas han recibido el testimonio celeste, pero siguen viendo la tumba vacía, como el resto; el proceso por el cual estos discípulos van a llegar a ver aquello que los ojos no ven, y a asomarse a una concepción nueva que transformará radicalmente su mi- rada de la realidad y renovará de manera definitiva su peregrinar en la esperanza, solo será puesto en marcha durante la marcha hacia Emaús, y comenzará con la apertura del sentido de las Escrituras, con la interpretación que realizará el Forastero, que a simple vista parece no haberse enterado de nada, no haber visto nada, no haber conocido nada, como con tristeza le reprochaSábadoCleofás. tras sábado, en cada aldea, en el territorio de Israel, o fuera de él, el Pueblo se congregaba en la casa de reunión, en la Sinagoga (como lo sigue haciendo hasta nuestros días), para volver a leer, para volver a cantar esas palabras antiguas, con la misma veneración, con el mismo agradecido estupor, y poder seguir así una semana más el peregrinar sobre la tierra. Tan importante era y es la Palabra para este pueblo, que el rito de iniciación a la adultez para los varones pasaba por la instrucción y la demostración de su capacidad para hacer la lectura pública de ésta, y su familiaridad con el contenido de sus promesas y con el cumplimiento de sus preceptos.

Es por eso, que el Forastero va a apelar a esta tradición para poder enseñarles que todo el dolor que han estado viviendo no es sino la condición para que acontezca la Buena Noticia: el cumplimiento de las promesas, el anuncio de la Palabra definitiva de Dios a su Pueblo; es por eso que la interpretación que el Forastero va a hacerles de la Escritura, interpretación exhaustiva y que ocupará el resto del camino que media entre Jerusalén y Emaús, va a estar precedida por esta recriminación que apunta a la inteligencia y al corazón de estos hombres: han escuchado la Escritura, la ha leído desde niños, y todavía no logran penetrar con la mente del corazón en su contenido central.

El proceso por el cual la Resurrección irrumpirá triunfante en la esfera de compresión de estos peregrinos será un proceso circular: de camino hacia Emaús y ha- cia la fracción del pan en la mesa: la Eucaristía, como momento de reconocimiento rotundo de la Presencia del Señor; y desde la Eucaristía, en una contemplación conmemorativa, para caer en la cuenta de cómo ha acontecido el penetrar en esa nueva dimensión del ver, del reconocer y comprender.

Las palabras del forastero, su manera de hacerse cargo del anuncio contenido en las Escrituras, van permeando la mente y el corazón de estos hombres abatidos; al punto de que al llegar a la aldea de destino no solo le ofrecen el alojamiento –cortesía, por cierto esperable de un hombre del pueblo de Israel que sabe que no hay deber más sagrado que el de la hospitalidad con el forastero- sino que le ceden el puesto de presidencia de la mesa; será el Forastero quien realice la fracción del pan, honor que le corresponde al dueño de casa, ¿será acaso porque el Forastero ya ha cautivado el corazón de los caminantes, al revelarles un sentido nuevo de mirar su historia, alentando así su esperanza?

La casa y la mesa serán centrales en este momento del relato; la casa de puertas abiertas en la que entra el Señor, solo si lo dejamos entrar, solo si, con insistencia y sinceridad, le decimos: quédate con nosotros; la mesa en la que va a ser partido y compartido el pan, para reparar las fuerzas, para, al calor del fuego familiar, dar gracias por el don del alimento que nos sostiene en la vida.

El gesto de la Fracción del Pan será el decisivo, a tal punto que Lucas lo considera precisamente el gesto distintivo de la nueva comunidad, de la Comunidad Pascual, como lo relatará con insistencia en los Hechos de los Apóstoles; en la fracción del pan, en la Eucaristía, acontece el momento del reconocimiento, de la comprensión del sentido de lo que ha acontecido, pero también de lo que está aconteciendo en este primer día de la semana.

Será el gesto con el que Dios mismo hará caer el velo de los ojos de los Discípulos, el que los introducirá en esta dimensión nueva del Ver, y que les permitirá también comprender que no es otra cosa lo que ha venido haciendo el Forastero con ellos desde que ha salido a su encuentro en el camino: un proceso de apertura; apertura que propiciará el Señor en las mentes de todos ellos de manera de que puedan penetrar en una nueva inteligencia de las Escrituras.

La nueva dimensión en la que estos hombres han sido introducidos por el Señor es la de la inteligencia de la fe, es la de la visión de aquello que los ojos no pueden naturalmente ver: la Tumba Vacía ya no será más para ellos una ausencia, sino el signo poderoso de una presencia desbordante; en torno a la mesa de la casa de Emaús se habían sentado tres peregrinos, ahora solo hay dos, pero dos que han quedado desbordados, encendidos con la Presencia del Tercero, del Forastero, del Resucitado, que late y transfigura el pan partido en Pan de Vida y Salvación.

La tarea que ha venido a realiza Jesucristo en medio de su tiempo, en medio de su gente ha concluido: ha venido a Escuchar el clamor de su Pueblo, el clamor de los pobres, a Anunciar la buena noticia del entrañable amor del Padre, que se hace Carne en su propia vida, en su muerte en cruz y en su Resurrección; ha venido a Servir, escogiendo para sí el puesto del siervo sufriente, del siervo obediente, y enseñándoles a sus Discípulos a hacer lo mismo, como lo recordará el cuarto Evangelio en la escena del lavado de pies durante la última cena.

Pero esta tarea no constituirá una singularidad de Jesús, sino que habrá de transformarse en la señal distintiva y el envío que sus Discípulos han de recibir para seguir extendiendo esta buena noticia hasta los confines de la tierra, para transmitir esta noticia y hacerla creíble, a través de su propia credibilidad como mensajeros. Esta es la compresión radical que culminará el relato: estos hombres se ponen de pie para regresar a Jerusalén.

Han perdido el miedo a la noche, (esa es la razón a la que apelan para invitar al Forastero a su casa), la luz del Primer Día de la Semana les bastará para encaminar sus pasos de vuelta hacia la comunidad de la que han partido entristecidos y a la que saben que tienen que volver para comunicarles lo acontecido, esa luz será la suficiente y la necesaria para que el camino de noche sea para ellos luminoso como el día.

Tienen a Alguien a quien anunciar, tiene un mundo entero, un camino nuevo que se está abriendo en todas las direcciones; ciudades aldeas y casas que esperan que alguien toque su puerta y entre a partir el pan y a entregar la palabra, hasta que todos se sepan invitados a ésta, la mesa de los hijos y puedan experimentar el gozo de saberse amados, de tener parte en esta historia, de sentarse junto al Señor y de compartir el pan de su cuerpo en el banquete definitivo.

Será la sola acción del Resucitado la que siempre estará acompañando a la Iglesia en este camino de comprensión nueva, en la senda hacia esta nueva dimensión en donde Él mismo la ha hecho ingresar: allí en donde es posible ver, acoger, reconocer y amar a Aquel que nos convoca para salvarnos, a Aquel al que confesamos como Señor, y nos abre los ojos para que podamos llegar, de verdad, a ver.

Ciberseguridad

En condiciones de ser analizado por la Comisión de Hacienda, quedó el proyecto, en primer trámite, que establece una Ley Marco sobre Ciberseguridad e Infraestructura Crítica de la Información.

Esto, luego que las Comisiones Unidas de Defensa y Seguridad concluyeran el estudio en particular de la iniciativa que forma parte de los 31 proyectos de la agenda de seguridad acordada entre el Ejecutivo y el Congreso.

Chile es una potencia digital, cuenta con una de las fibras ópticas más rápidas del mundo, tenemos 5 G, data center y, por otro lado, el cibercrimen se ha instalado.

Los delitos que hacen uso de la tecnología, los ataques a la infraestructura crítica, secuestros de información, los ramsonware, son pan de cada día y hay que protegerse y crear nueva institucionalidad con un nuevo sistema nacional de ciberseguridad.

Se destacó también el apoyo transversal con el cual se despachó esta iniciativa desde las comisiones unidas y que ahora continuará su trámite en la Comisión de Hacienda, que se pronunciará sobre las materias de su competencia.

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