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Germinal...un canto de puro amor y fe
from Edición impresa
Carlos mira sin ver. El respirar lento de su semblante no conversa con su corazón agitado. Sus ojos de particular vivacidad no se detienen en ningún foco. Un entorno de caras extrañas le parece, cual máscaras de arcilla, existe a su alrededor. Son los miles de Carlos que coparon el estadio de Villa Mitre, en Bahía Blanca, que se llama, haciendo añicos las casualidades, “El Fortín”. Germinal le acaba de ganar a Independiente de San Cayetano de la opulenta Buenos Aires y jugará el Torneo Federal A, certamen que ayudó a construir, allá lejos cuando la actitud avasallante, y el tiempo (y dinero) de Héctor Omar Febrero fue traicionada. Un ensordecedor estampido en donde el canto es un canto de todos revela a los modernos Césares en su apogeo hormonal. Están arriba y abajo. Es un canto de amor, que es a la vez compromiso. Germinal está de vuelta. Donde pertenece.
Dios no avisa de la última oportunidad, ni siquiera a otro Dios; pero se sabía íntimamente que esta podría ser la última. Con un solo resultado esperable. Y hasta allí fue su gente, más obstinada que el destino con el único lugar donde se podía guardar el corazón: en la boca. Hubo relámpagos de dramas, instantes de pánico, momentos de suspenso porque la belleza del fútbol también consiste en la involuntaria imperfección de sus protagonistas y en el criterio humano de esos mismos actores y en donde existieron muecas ausentes, doloridas y ruegos agonizantes.
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Y ayer, esa perfección sensual de voces y colores conformó un guion perverso como para plasmar una ficción superada por la realidad.
Un atronador sonido impulsó una gratitud afectiva. Miles de gargantas anudadas y un grito contenido que sonó como una plegaria. Remozando cadenas de oraciones. Y eso es lo que provoca la sola mención de su nombre.
Hay un amor eterno: Germinal, Rawson y su gente. Que trasciende los balcones pobres, los barrios hu- mildes y desnudos y los sectores confortables y ataviados de comodidad que surcadas por las huellas del tiempo generan emoción y que sólo reclama la devolución de una pared afectiva. Es un huésped con rango familiar. Que abraza a cada uno con su mirada. Es simple y desenfrenado, como debe ser el amor.
Su nombre retumba en los diferentes ámbitos donde su recuerdo se perpetúa como el núcleo central de algo. Son los rostros del cariño, las manos amigas, las miradas sinceras. El sentir de corazones cercanos.
Germinal convierte a Rawson en más líder que rehén, más dominante que cautivo, más propio que ajeno. Y esos hechos que produce atomizan las lecturas e interpretaciones. Es, por sí propio, un paradigma sin fronteras, sin razas, sin clases. Sin edad. Es una religión sin ateos.
Germinal -que ha vivido siempre al borde de lo novelesco- reside también en el corazón encendido de un universo que lo quiere y lo admira sin límites y sin condiciones porque lo saca de perdedor, como todos los días y que no nació para explicar ni derrotas ni descensos ni para ser preso de impropios intereses. Es la esperanza de una multitud que canta con litúrgica devoción y que sabe lo que es volver a empezar tras perderlo todo.
Seguramente, con la derrota (deportiva) habría maratones de escepticismo, de un apocalipsis permanente, de una crítica despiadada. Alguna que otra monserga. Atacado hasta el escarnio. Sin embargo, seguiría representando a una ciudad donde miles se despiertan desafiando su destino desigual, entregándose con desdén a una rutina demoledora que impide provocar alguna gesta, ya sea como héroe o como villano.
Ayer, a Carlos le brillaron sus pómulos pétreos y angulados. Un brillo sinuoso le nubló su vista como un celofán y dejó que sus lágrimas descendieran por su rostro hasta alcanzar el temblor de su barbilla. Y se acordó inmediatamente de su hermano y de tantas ilusiones desvanecidas a través de los días y los años.
Bajo el imperio de la exasperación, un sudor brotó agresivamente hasta bañarse de alteración, pero todo resultó bien. Con el mejor final. Volverá con los brazos en cruz y sus piernas cruzadas pensando en el jubileo de este lunes que no será un lunes cualquiera.
Es que Germinal produjo una brutal rapsodia de placer mundano que erosionó la energía visceral de querer ser por un gesto que lo impulsó a seguir siendo. Para Carlos y los otros miles de Carlos que lo acompañaron. Ayer, no sólo fueron los once en cancha los próceres del ascenso, fueron muchos más. Que desde las tribunas murmurantes de angustia se convirtieron en gladiadores acerados perdidos en la historia de un club que ya cumplió cien años.
Ahora, viene otra historia y tiene (tienen) que saber que la corona que conquistó es siempre de espinas.
Pero en esta noche, Carlos se seca la transpiración atormentada, observa el humo del cigarrillo que orilla la agonía de éste y se apresta al sueño donde libra una dura batalla contra fantasmas irredentos a quienes cree poder vencer. El y miles de Carlos más. Germinal está de vuelta. Aunque, en realidad, los grandes nunca se van, siempre están volviendo.#