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NEGOCIOS &MÁS Le Pen mantiene sus ojos en el premio THE ECONOMIST © 2015 THE ECONOMIST NEWSPAPER LTD., LONDRES.TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. REPRODUCIDO CON PERMISO.

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ra día de mercado en Henin-Beaumont, un antiguo pueblo minero de ladrillos rojos en el norte de Francia. En sus puestos, los vendedores envolvían gruesas rebanadas de paté de conejo o promocionaban descuentos para fijadores de pelo y esmalte de uñas. En las afueras de la municipalidad local, los obreros estaban levantaban chalets de madera para el mercado de Navidad. Dentro del local comunal, el intendente había instalado un pesebre con figuras de tamaño natural. Y eso que los edificios públicos franceses están destinados a ser estrictamente seculares, pero el intendente Steeve Briois, miembro del Frente Nacional (FN), insiste en que simplemente está trayendo de vuelta una “tradición” francesa. El año pasado, Briois fue elegido intendente con el 50,3% de los votos. El 6 de diciembre, en la misma ciudad, Marine Le Pen, la líder del FN candidata a la presidencia de la región, obtuvo 59%. Le Pen se adentraba así en la segunda vuelta de las elecciones regionales, realizadas el pasado 13 de diciembre, apoyada en las rotundas puntuaciones de la primera ronda. El FN, de extrema derecha, había logrado en todo el país un 28%, superando su récord nacional del 25% en las elecciones europeas del año pasado y sellando más del doble de su resultado en las elecciones regionales en el 2010. Su partido había ter-

minado primero en seis de las 13 regiones de Francia, entre ellos algunos, como Borgoña y el valle del Loira, que no tiene un historial de fuerte apoyo al FN, mientras que en Nord-Pasde-Calais-Picardie, donde se candidataba Le Pen, y Provence-Alpes-Côte d'Azur, en el sur, donde su sobrina Marion Maréchal-Le Pen era la candidata, el partido conseguía un contundente 40%. Hasta cierto punto, los franceses lo vieron venir. Desde el 2011, cuando Marine se hizo cargo de la conducción del partido, desplazando a su padre Jean-Marie Le Pen que lo había fundado en 1972, la joven Le Pen había acumulado éxitos electorales. Las encuestas sugirieron siempre que se podría superar la votación de la primera ronda en la próxima elección presidencial de Francia, en el 2017, asegurando un lugar en la recta final, como su padre lo hizo en el 2002. Durante meses el primer ministro Manuel Valls, un socialista, había advertido que el FN estaba “a las puertas del poder”. No obstante, Francia fue sorprendida. A diferencia de su padre Jean-Marie, que se fundamentaba en la indignación y la provocación y a quien por eso ella expulsó del partido, Marine Le Pen tenía la intención de aparecer respetable y de gobernar. Solo la región norte es más poblada que Dinamarca. El diario Le Monde calificaba a los resultados como un “terremoto”. Los principales partidos se desangraban buscando una forma de frustrarla. Valls ordenó a tres candidatos socialistas que terminaron tercero para descabalgar de sus candidaturas y uno se negó, e instó a los votantes

a apoyar la centro-derecha en su lugar. Para los veteranos socialistas en el gobierno en el norte, pidió para salir a las calles y repartir folletos para la centro-derecha, y esto ya era una cruel derrota de hecho. Las encuestas llegaron a sugerir que la segunda vuelta sería reñida y que el FN podía luchar para ganar incluso un par de regiones. Y eso hubiera sido histórico. Pero, en caso de que Le Pen o su sobrina no ganasen, su partido iría a presentarse como la víctima y denunciaría a la élite gobernante por aliarse contra ellos. En el viejo edificio municipal, Briois decía con una sonrisa: “Ganamos de cualquier manera”. Las elecciones fueron, después de todo, parte de una estrategia a largo plazo: la construcción de una red de funcionarios locales y un historial de gobierno como un escalón hacia el Palacio del Elíseo. Un cartel del FN lo decía todo: “Marine, Presidente”. A tal efecto, Le Pen se llegó a distanciar de la retórica ultranacionalista y antisemita de su padre e instruyó a los once alcaldes del FN para concentrarse en hacer que sus ciudades funcionen correctamente. En HéninBeaumont, donde una vez fue concejala, la escena de Natividad –una apenas velada reafirmación del catolicismo–se trata de la más controvertida jugada de Briois, junto con un recorte en los subsidios para un grupo de derechos humanos. El mercado de Navidad es muy popular, y también lo son las medidas políticas, tales como la instalación de más reductores de velocidad.

“Puso más flores y ha reparado las rutas”, dijo Maher Kurtul, que dirige una tienda de kebab turco. “Talvez ellos quieren que sea un modelo para el FN”. Por encima de todo, parecía que había una necesidad de una alternativa al dominio del bipartidismo de la Quinta República. Las recientes crisis de los migrantes y el terrorismo han jugado a favor de Le Pen. Durante años, la buena sociedad la había tratado como histérica por criticar severamente a las mezquitas radicales y señalar que las fronteras eran permeables. Un cartel electoral del FN en la región de París aprovecha el miedo del islamismo y retrata a una mujer que se cubre la cara con una burka. Actualmente, sin embargo, fue un presidente socialista, François Hollande, quien ha declarado el estado de emergencia, reintrodujo los controles fronterizos y cerró tres mezquitas islamistas. También estaba la desilusión popular con las prome-

sas incumplidas de la élite de París. El desempleo aumentó en el tercer trimestre hasta el 10,6%, su nivel más alto desde hace 18 años. El FN ahora era el partido más popular entre los votantes de la clase trabajadora y los que dejaron la escuela sin cualificación, los “olvidados de la república”, como decía Le Pen. Comparada con el ex presidente Nicolas Sarkozy, líder de la centro-derecha, y el actual presidente, Le Pen, que se aprendió la política sentada en el regazo de su padre, aparecía positivamente joven. “Hemos tratado con la derecha, ahora hemos votamos por la izquierda, ¿por qué no intentar algo más?”, decía un votante en un café en HéninBeaumont encogiéndose de hombros. El éxito del FN en utilizar el concepto de el pueblo contra las élites no está confundiendo solo a la izquierda. La negativa de Sarkozy de retirar los candidatos con el fin de

bloquear al FN había consternado a los de su partido. Estos temían la entrega de su autoridad moral a la izquierda. Entre la línea dura de seguridad de Hollande y la agitación anti-inmigración de Le Pen, sin embargo, el espacio de Sarkozy había sido exprimido. Y a pesar del resultado final de las elecciones, tanto la izquierda, como la derecha deben hacer un profundo autoanálisis. “La gente ve a Marine Le Pen como un salvavidas”, dijo un triste Eugène Binaisse, ex alcalde izquierdista de Hénin-Beaumont. “Es espectacular lo que está pasando a Francia”. NT. La extrema derecha francesa no logró conquistar ningún gobierno regional en la segunda vuelta de las elecciones locales del 13 de diciembre último, pese a haber mejorado en número de votos los resultados de la primera, en la que fue la formación más votada en seis de las trece circunscripciones.


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