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Amores de antes
(tercera parte)
Este domingo Toni nos hace la tercera entrega de “Amores de antes”, recordando las anteriores, viajando por instantáneas de amor enviadas por nuestros amables lectores y un genial texto de Ida de los Ríos recordando a su inolvidable Publio Fernández.
Toni Roberto tonirobertogodoy@gmail.com
Un poético zaguán de la calle Ntra. Sra. de la Asunción dedicado a un amor no correspondido, un médico italiano del siglo XIX que llegó hasta el Paraguay a cazar y terminó casándose con una inmigrante de su país, unos vecinos del barrio Vista Alegre que se conocieron de chicos desde el fondo de sus casas y que luego unieron sus vidas y sus patios, un periodista de la televisión argentina que conoció a la teresiana Marilé dos Santos en Bariloche ayudándole en un accidente y que se reencontra- ran por las redes después de 50 años y unieran sus vidas entre tangos y guaranias. Todos estos temas tocados en los “Amores de antes” de estas páginas, sumados a la brillante idea de la creación en el Paraguay del Día de los Enamorados hace 50 años por Daniel Nasta, motivan esta tercera entrega del “apasionado” tema.
Así también, los desamores, como la novia desdeñada de apellido Ramos que tiró el anillo de compromiso a la bahía de Asunción en los años 50 o aquellos enamorados asuncenos que terminaron, ella, en un convento y él, en el seminario. Sí, todo eso que lleva del amor en muchos casos al odio. Así son los sentimientos, inexplicables. Hoy nos concentramos en imágenes que fueron enviadas por nuestros amables lectores y televidentes de estos “Cuadernos de barrio” para la versión visual.
Las Mellizas Y El Jurado Malo
Eran las 3 de la tarde en punto de un sábado y las antiguas fotos de amores de antes empezaban a reproducirse en la pantalla. En ellas podíamos ver enamorados de Asunción de varias décadas, cuando aún se enviaban cartas de amor dentro de la misma ciudad. En la mesa sentadas vestidas de novias las gemelas Servín y el jurado malo Huguito García y Nuria Costa Martí para contarnos sus recuerdos de antes, desde uno de los matrimonios más antiguos de Asunción, el de Cotita Brun y Beto González, hasta el médico que se casó a punta de pistola o el novio de doble apellido que se escapó a Montevideo cuando quisieron hacerles casar con- tra su voluntad, que contara con lujo de detalles Muñeca Ventre, quien en aquellos años 50 fuera secretaria del antiguo Registro Civil.
Todas las historias están depositadas aquí en estas siete fotos, así como en los recuerdos de un importante momento romántico de Ida de los Ríos, que hoy nos relata con su magistral pluma recordando a Publio Fernández, su amor que partió hace muchos años. Disfruten de este hermoso texto:
Ida De Los R Os
“Me casé un dos de noviembre de 1976 a las 19:00 en la iglesia de los Oblatos de María. Este año se cumplirían 43 años. No sé si hasta ahora en la iglesia sigue exigiendo el famoso cursillo prenupcial. Me acuerdo que eran tres jornadas de dos horas. De todas las instrucciones recibidas recuerdo solo una: la de un economista que dijo que no se debía gastar más de lo que se ganaba. Debo decir que yo hubiera podido dar esa cátedra. Llevaba años de adiestramiento en aquello de ajustar el cinturón. El otro rigor que se planteaba era que obligatoriamente uno debía casarse en su parroquia. En mi caso, la Recoleta.
El cura me miró con asombro y casi increpándome me dijo: ¿Por qué razón elige usted contraer matrimonio el Día de los Difuntos? Le respondí que ese día cumplía años mi novio y que era una decisión astuta para que él no se olvidara nunca del aniversario de casamiento.
De esa manera evitaría la correspondiente cara larga y pelea posterior en cada aniversario. Me dirigió una mirada incrédula y me firmó para casarme en la capillita de Oblatos, ya que ese día todas las misas eran de difuntos en la Recoleta y no hubiera sido oportuno celebrar una boda. El otro impedimento lo tuve con la música. No sé de dónde salió la disposición que impedía ejecutar el “Ave María” y la “Marcha nupcial” porque era “música pagana”. Me recomendó un dúo que cantaba con guitarras y un organista. La melodía era una de esas conocidas músicas de protesta de los setenta con letra cambiada alabando a Dios. Y a la salida una marchita que parecía música de calesita.
Yo no quise hacerme traje de novia convencional porque me parecía un desperdicio gastar tanto en un vestido que uno se ponía una sola vez. Decidí hacerme un vestido que pudiera volver a usar. Él me dijo que tenía varios trajes que no se había puesto más de dos veces de modo que usaría uno de esos. De común acuerdo decidimos no hacer tarjetas porque no queríamos fiesta y ninguno de los dos tenía ganas de repartir. En su lugar publicamos un avisito en el diario vespertino ese mismo día. Como tenía un recuadro negro y dada la fecha, más parecía un aviso fúnebre. Ya se podrá entender por qué permanecimos tantos años juntos. Al menos teníamos una idea muy compartida de cómo manejar la economía.
No queríamos fiesta, pero mi hermana y mi padre, en secreto, organizaron una tipo sorpresa y se llevaron a todos los amigos que habían asistido a la iglesia. Uno de ellos hizo de mozo. Resultó divertidísima. Inolvidable.
A las consabidas promesas frente al altar se añadieron otras de carácter particular. Yo no tenía que engordar y no tenía que perder el pelo. Y se agregó algo innegociable, que cumplí con lágrimas en los ojos. Ningún animal doméstico en la casa. Me dijo que él pensaba vivir cien años como su abuelo y que quería que lo enterraran cerca del río Aquidabán, donde descansaban unos antepasados suyos. Yo pensaba que en caso de estar viva iba a andar por los noventa y seis y no me veía como Juana la Loca encabezando el cortejo hasta la última morada.
En fin, las promesas del altar se cumplieron a rajatabla, pero él no pudo vivir los cien años que prometió. Apenas un poquito más de la mitad, pero sin perder un solo cabello. Y yo no pude volver a ponerme el vestido porque, aunque no engordé gran cosa, la cintura se me perdió en algún lugar del mundo y hasta ahora la sigo buscando”.
Paulo César López paulo.lopez@nacionmedia.com
Fotos: Gentileza
Las restricciones al libre desplazamiento de ciudadanos y bienes rusos en el mundo, así como la espiral inflacionaria que afecta al país, inmerso en una costosa guerra que el 24 de febrero cumple un año, han provocado una ola de “turismo de natalidad” de mujeres rusas embarazadas que llegan a la Argentina por las facilidades migratorias para dar a luz y lograr que sus hijos tengan pasaporte argentino. Esto facilita la naturalización de los padres de los recién nacidos y los viajes a otros países, además del atractivo de los menores costos de servicios de salud y la alta calidad de estos.
Las autoridades migratorias argentinas atribuyen esta ola al interés de acceder al ranqueado como el 19º pasaporte más “poderoso” y “seguro” del mundo, que permite la entrada a un total de 171 países sin visa frente a los 87 países que permite el pasaporte ruso. Como es bien sabido, a raíz de la invasión a Ucrania el 24 de febrero del 2022, el país eslavo se enfrenta a crecientes restricciones como la cancelación de la visa de turista en los países miembros de la Unión Europea limítrofes con su territorio.
Si bien en principio no hay delito en que las mujeres lleguen al país para dar a luz, la alarma se ha encendido tras comprobarse que la mayoría de las mujeres abandonan nuevamente el país al poco tiempo y en la declaración de entrada en la mayor parte de los casos se han proporcionado direcciones falsas.
IUS SOLI
El profesor de Derecho Constitucional Ricardo Ramírez Calvo explicó vía Twitter que la ley 349 de 1869 establece que es argentino todo aquel que haya nacido en suelo argentino. Es decir, se aplica el ius soli, el derecho de suelo, en lugar del ius sanguinis, el derecho de sangre. Por extensión, los padres pueden obtener la nacionalización sin estar en la Argentina y sin esperar los dos años de residencia que se establece para el resto de los