Un siglo formando lectores
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i pensamos que estamos a las puertas del bicentenario de la fundación de nuestra ciudad y observamos que Nueva Era cumplió su primer siglo de vida, en estos dos aniversarios se cifra la poderosa identidad de un diario que es sinónimo de Tandil. Cien años se han cumplido del nacimiento del vespertino que fundó don José Antonio Cabral. Y nunca mejor sostener que resulta inescindible la creación de Nueva Era con su pluma inspiradora. Una es constitutivo de la otra. Decir Nueva Era es decir Cabral, un hombre notable, culto, emprendedor, visionario, militante y sujeto político de su época Un hombre que a su manera fue todos los hombres y que no sólo dejó como legado el vespertino que lo perpetúa, sino también la querida Biblioteca Rivadavia, fundada en 1908. Nueva Era nació un 1º de octubre de 1919. La tradición oral cuenta que anunció su llegada a los lectores de
decían sus miles de lectores se imbricó aquel Tandil pequeño pero ya pujante con para siempre en la vecindad y en quieun lanzamiento desde el aire, donde se nes tomaron la posta de la continuiarrojaron volantes notificando a los vedad del diario a lo largo de las décacinos de la buena nueva. Un diario había das. llegado para quedarse, para fundar una El centenario encuentra al emblemátitradición y con una línea editorial que co vespertino en un mundo donde todo dejó en claro desde aquel número 1: "Nuese ha transformado profundamente. De va Era contribuirá a toda obra nacional esos cambios da fe cada tarde Nueva y aportará su decidido concurso por ele- Dr. Miguel Ángel Lunghi Era. Ha estado todos los días a lo larvar el nivel intelectual del pueblo, para Intendente Municipal go de un siglo informando, compartienel desarrollo de las industrias, el comerdo las preocupaciones de la vecindad, honrando el cio y las artes, fomentando el progreso con todos oficio de la palabra y cumpliendo con la sagrada los recursos de la prensa moderna, a su alcance. No misión de la prensa libre e independiente. Grandes trae bandera política, no viene tampoco a pontificar mujeres y grandes hombres han hecho de este diaen ideas o teorías. Su postulado es hacer prensa serio un mundo propio. Mi recuerdo emocionado para ria y culta. Difundir conocimientos útiles, polarizar quienes ya no están; mi gratitud para los que siideas que estime nobles y tender constantemente al guen construyendo en cada minuto esta tradición mejoramiento de nuestra vida, sin actitudes hierátide papel llegando a las casas de los vecinos. cas ni espíritu unilateral o sectario, siempre pequeQuien esto escribe puede firmar al pie de la nota con ño, egoísta y nocivo", se escribió desde la dirección. el cargo que con fue honrado por sus vecinos: intenResultaría imposible compendiar cien años en una dente municipal. Pero antes que ello, también puedo carilla. Pero sí creo que podemos rescatar el espíritu firmarla como lo que siempre fui y seguiré siendo: de Nueva Era, ese valor intangible que lo acompañó un fiel lector de Nueva Era. a lo largo de la centuria: su credibilidad. Aquel faPor cien años más y muchos más también. moso "lo leí en la Nueva Era", que coloquialmente
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El día más largo del siglo
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n noviembre de 1918 finalizaba la Primera Guerra Mundial y casi un año después José Antonio Cabral fundaba un diario, éste mismo, el que usted está leyendo ahora cien años después. Un loco de la guerra se diría en el lenguaje del «arrabal» ochentoso del siglo XX. Un loco, sí. Un genio como muchos que, por audaces, fueron confinados a la elite de los que perdían la cordura ante tamañas odiseas. Un loco-genio como Benjamín Matienzo que unos meses antes de ese 1 de octubre de 1919 había decidido cruzar la Cordillera de los Andes en un Nieuport 28 de 165 HP, decisión que le costaría la vida pereciendo congelado en la montaña al caerse el avión. Cabral, en su aventura, siguió volando hasta hoy, un siglo después, habiendo sido un hijo de la guerra porque todos son hijos de ella tras un conflicto del odio como el del 14 o el 39, aunque su país, su Argentina, haya sido neutral en la contienda. Con todo lo que ha pasado, antes y después, aquí, allí y en todas partes, 100 años se nos antojan un día, el día más largo del siglo como si aquel amanecer del 19 se resistiera a la noche y a las sombras permaneciendo encendido pese a todo. No en vano, en aquel primer ejemplar, en la tapa se leía una leyenda de Leopoldo Lugones a propósito del fulgor que inspiraba la hazaña por comenzar: «prohibir un libro es apagar una luz para vestir así de sombra la vergüenza de una desnudez moral». ¿Cómo habrá sido ese día D en la intimidad de un fundador? Habrá habido, suponemos, un desfile de fantasmas pasando por Rodríguez 445, domicilio inalterable en el tiempo, redoblando sones de esperanzas y temores. No, temores no. Porque se necesitaba sobre todo mucho coraje para afrontar ese día que iba a ser Diario, valga el juego de palabras, el único en la aldea que crecía. Así nacía una nueva era para Don José Antonio, su familia y sus amigos y también para Tandil toda si se tiene en cuenta, como ocurre con los medios en general, que el periodismo es testigo de nuestro tiempo. Desembarcaba en la aldea que había quedado atrás una legión de soldados conquistadores de la palabra, aunque fuera una pequeña dotación, dispuestos a librar la batalla de las verdades contra las maledicencias. El día más largo del siglo lo tuvo todo: progreso, ataques, caídas, luchas, ocasos, destellos, otra vez progreso y una justa pretensión de eternidad, necesario anhelo para embestir molinos amenazantes y seguir a tranco firme ante las mil y una vicisitudes. Todo esto debe haber pasado por la mente de aquel empleado del Juzgado de Paz, joven escribano contagiado por el bi-
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cho de la política cuando decidió levantar la bandera de un periodismo libre. Rotaplana, rotativa, ludlow, plomo, linotipo, tipografía, caliente, frío, grabado, zinc, teletipo, nap, computadora, web, original, prueba, galera, remington, olivetti, bajada, volanta, digital, web, cuerpo. Cuerpo y alma en todo ese léxico empleado en el día más largo del siglo, al compás de los cambios tecnológicos, de las generaciones de sombrero y bigotes, de traje y corbata hasta extraños de pelo largo y conocidos de toda la vida. Así se forjó una nueva era que no cesa, que se resiste a la noche y que en el parto de cada ejemplar revela con un grito, como la sirena que anuncia grandes acontecimientos y los comienzos de años nuevos, que el día más largo del siglo sigue amaneciendo, otra vez, como aquel 1º de octubre de 1919.
Portada de la primera edición de NUEVA ERA del 1 de octubre de 1919.
El rayo verde H
ay una leyenda que no tiene principio ni fin que habla de un rayo verde. A sabiendas de ella Julio Verne escribió en 1882 una novela llamada precisamente así: El Rayo Verde, que sirvió para inmortalizarla. Dicen que el libro es el más romántico de los viajes extraordinarios que describió el autor de vaya cuántas excursiones por éste y otros mundos. Por fuera de la ficción, ese rayo es un fenómeno óptico real que ocurre después de la puesta o poco antes de la salida del sol. En ese momento mágico, dicen, las personas descubren el amor por una causa, una pasión indescifrable. Como El Rayo Verde también fue película, todo conduce a hilvanar la metáfora que surcó el cielo y los nubarrones de Nueva Era para trazar con una misma paleta –el color verde esperanza, diría Verne en su novela- a un desafío familiar que comenzó en 1919. A veces las «empresas familiares» son llamadas así despectivamente y no suelen gozar de la mejor prensa, sin embargo en la Argentina, según datos del Ministerio de Producción y Trabajo, cerca del 90% de las empresas surgió en el seno de una familia, creciendo de generación en generación. En sus orígenes Nueva Era, al influjo de ese destello, nació producto de la pasión por el saber que
guió a José Antonio Cabral, el mismo que de adolescente fue resero, trabajó en un tambo y otras tareas campesinas a la luz del sol, mientras a la noche leía, primero en forma anárquica, luego más ordenado y finalmente en forma académica hasta graduarse de escribano tras haber sido empleado en el Juzgado de Paz de Tandil. Luego vendría una rica trayectoria en diversos ámbitos, político incluido, pero de la mano de un desafío: crear una herramienta para, nada más y nada menos, expresar lo que no se mata, las ideas. Y de su mano y la de su familia, en especial su mujer, Alice Aboal, empezó el camino al centenario. Hay una palabra que coinciden todos aquellos que lo conocieron y está escrita, que define a este romántico incurable: coraje. Nos dejó el 25 de agosto de 1952 cuando José Antonio hijo tenía 45 años y sentía a fuego el legado de su padre, una gestión periodística que como bandera ondeaba más alto aún que el apellido Cabral. Estudiando en Buenos Aires, sintió que el Diario lo llamaba para continuar con el deber que impone la lucha, la misma que lo llevó a Don José a la cárcel y que condujo también a la clausura del Diario. Demasiados sinsabores para escaparle al compromiso atravesado como un rayo. El joven escribano enfrentará,
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José Antonio Cabral.
José Antonio Cabral (h).
El rayo verde también junto a su fiel compañera, Leonor Diez, años difíciles, de cercenamiento a la libertad y de cierres. Pero ya estaba acuñado el mandato paterno de defender esa libertad cueste lo que cueste. Se puso el Diario al hombro, lo llevó sobre sus espaldas y logró que siga de pie hasta su último día, aquel 13 de junio de 1966. Pero el rayo verde de los Cabral, esa aventura extraordinaria de Verne, seguía jugando una carta y apareció Doña Leonor. Y claro, fue la madre de Nueva Era, la misma que advirtió que una mayor profesionalización significaba también delegar y para ello contó con sus hijas y también con sus muchachos, como así llamaba a los periodistas y los gráficos que la acompañaron con entrañable cariño en otra etapa, claro, de una misma lucha. Eran las épocas del correo por la tarde que distribuía en cada escritorio, en cada sección, controlaba agendas y en un último vistazo, apagaba luces y anocheciendo iba a su casa. Cuando su salud empezó a declinar, asumió la dirección su yerno, Aníbal Filippini que iba a tener la difícil misión de encarar la transformación tecnológica del Diario. Formado en la Aeronáutica pero también apasionado del periodismo (cursó en el Museo Social de Buenos Aires), buscó un involucra-
miento más allá de Tandil sabiendo de la necesidad de integrarse ante los momentos duros que se le avecinaban al periodismo del interior. Así representó a Nueva Era en ADEPA y llegó a la presidencia de ADIRA (Asociación de Diarios del Interior de la República Argentina), además de tener representación en otros organismos. Pero fue en las entrañas de Rodríguez 445 cuando comenzó a gestarse el desafío de fin de siglo al tener que encarar los grandes cambios conocidos en la jerga como «el paso del caliente al frío». Tenaz defensor del patrimonio local, como la Usina por ejemplo, Aníbal tuvo detrás de sí la estela de los Cabral para que su gestión pudiera continuar ese camino iniciado en 1919 y que llegó al siglo de vida. En cuatro directores –sería tanto lo que se puede decir de ellos que este suplemento resultaría escaso- hubo un objetivo: Nueva Era. Habría que estar en la piel de ellos para sentir lo que sintieron, vivir lo que vivieron, soñar lo que soñaron, hacer lo que hicieron. Pero como eso es imposible nos queda la aventura de imaginar que vieron el rayo verde al amanecer o al atardecer. De otro modo no se explica tanta pasión, tanto amor por una causa.
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Leonor Diez de Cabral.
Aníbal Filippini.
Militancia de la palabra; cárcel y clausuras
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n la mesa por donde han desfilado todos los jefes/as de redacción hay un pisapapeles desde hace montones de años, en un bronce todavía radiante a pesar del tiempo –vaya a saber si por su valor intrínseco o por lo que encierra su contenido- que refleja la imagen de Hipólito Yrigoyen. Para los comienzos del Diario, atravesados por la presidencia del caudillo radical y también al influjo del creador del partido, Leandro Alem, aquel objeto fue un faro, un símbolo hasta que formó parte del mobiliario definitivamente. Quizá desapercibido por las nuevas generaciones, el supuesto «adorno» representó el ideal con que Nueva Era se nutrió en sus principios para darle al periodismo un sustento político que su fundador nunca quiso soslayar ni ocultar. José Antonio Cabral fue un militante de las ideas como de la verdad y la palabra y su lucha en el ruedo político le valió presiones, cárcel pero también reconocimientos como los que lo llevaron a ejercer la representación pública en más de una oportunidad. Pero sin duda que la lucha por la libertad fue la bandera, la misma que, por defenderla, lo llevó a prisión varias veces, algo que no le asombraba porque desde adolescente conoció ese castigo por decir sus verdades. Siendo director fue en 1931, tras el golpe de Uriburu y el comienzo de la década infame, que primero conoció la cárcel y luego la clausura del vespertino, el primer diario en ser diario (valga la redundancia) que salía todos los días y que provocaba una espina en el corazón del poder de facto. Volvió con aquella recordada editorial «Otra vez en la Brecha» pero la euforia duró poco porque dos años después volvió la faja de clausura y tanto en esa época como las que vendrían después, siempre a su lado acompañó no sólo la familia, sino también los trabajadores por aquello que Aníbal Filippini diría décadas después: «hay que ponerse la camiseta de Nueva Era».
En 1950, enfrentado con el gobierno peronista, el Diario volvió a sufrir una clausura por dos meses y ya con José Antonio hijo adulto, la lucha por mantener los ideales fue prácticamente a dúo, debiendo transitar ambos pasillos burocráticos que le anunciaban sentencias y prohibiciones. Incluso, desde su banca de senador provincial, Pepe Cabral seguiría también los pasos de su padre, el viejo luchador que le había inculcado el valor de pelear por una causa. Fue esa primera parte del siglo del Diario cruzada por una trinchera, no como refugio sino como resistencia hasta volver a cruzar el campo de batalla desde la tinta y la palabra. El cambio de época matizó los nuevos sinsabores como los pretendidamente
José Antonio Cabral, sentado al centro y su hijo, parado segundo desde la derecha.
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sutiles ataques al periodismo del interior expuestos en las restricciones para la obtención del papel. Esa historia sirvió también para ganarse un respeto, incluso de grupos políticos que sólo registraban aquellos enfrentamientos como un sello del presente. Fue por eso que a mediados de 1980, cuando ningún medio lo hacía porque no era considerado noticia de relevancia, Nueva Era decidió cubrir en forma detallada y con opinión, las internas de las elecciones radical y peronista. Cuando Gino Pizzorno ganó las elecciones municipales en 1987, Nueva Era fue a cubrir los festejos en el bunker vencedor –en calle 9 de julio casi San Martín- y hubo quienes no querían dejar ingresar a nuestros cronistas, pero intercedió Luis María Macaya y se pudo trabajar con total libertad como ocurrió en los sucesivos y tumultuosos años que vendrían en los procesos intestinos de las agrupaciones. Se respiraba otro clima a partir del ‘83 y los más abiertos lo entendieron como así también el respeto, aún en la disidencia, por Nueva Era. Y esto se debe a aquellos primeros 50 años, a ese medio siglo marcado a fuego por los Cabral, visionarios en su entrega y en el porqué de sus luchas. Véase: en estos días actuales, el historiador Felipe Pigna, al preguntársele si la historia de nuestro país es cíclica por los vaivenes sufridos, respondió que «no es cíclica, es repetitiva porque las causas son las mismas que generan iguales consecuencias». Hace más de medio siglo Cabral hijo había escrito: «cuando se mejoran los efectos de las causas pero no se extirpan las causas que provocan esos efectos, todo tiende a repetirse». No era historiador. Era, como su padre, un romántico incurable.
Adiós, manso león «La muerte lo ha quebrado ya. Ahora su silencio es definitivo. Ha callado la voz que resonara pregón de libertad- durante más de 50 años. Mensaje de paz, fe y aliento de todos los días, no sale esta tarde en las páginas de su diario -bandera desplegada en las manos de los canillitas hacia los cuatro puntos cardinales- la nota o la glosa del acontecimiento saliente. «Sereno el rostro, apenas si parece dormido. Su cabeza recia y fuerte sobre la que el pecho erguido parece un símbolo rebelde, está quieto. Algún familiar le acaricia la frente. Enmudecido como está, el labio que marcaba ese gesto severo que anticipaba alguna decisión irrevocable, parece todavía moverse como para decir una palabra de despedida...» (Comienzo de la nota necrológica escrita por Ambrosio Renis cuando murió José Antonio Cabral, el 25 de agosto de 1952)
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Nuevairoooó Q
uizá haya sido Próspero Canelo, el primer canillita con leyenda de estas tierras. Pero lo cierto es que aquel grito duró más de medio siglo: Nuevairooó. Habría que agregarle un acento a la última o, como reafirmación de un producto vendido con ganas, con fuerza, con la única seducción de la voz porque nadie sabía que podía traer de bueno o de malo ese diario recién salido del horno, porque no había instantaneidad y la noticia sorprendía una vez producido el contacto con el papel y la tinta. Nuevairoooó era un grito de guerra, como cuando en las películas irrumpía el séptimo de caballería al compás de la trompeta y cargaban en busca de la heroicidad y el rataplán de los mocasines en el piso, una música de la ansiedad, de la vibración, del preludio de lo que había sucedido y nadie sabía, la noticia en este caso. Nuevairooó se escuchó durante años en las esquinas, por aquellos niños cantores de los tandiles que lo voceaban cual coreutas callejeros convencidos que la ciudad los iba a escuchar, porque era el canto de todas las tardes, el llamado a encontrarse con esa porción de realidad esculpida en el tamaño
sábana como se llamaba a la estirada página de aquellos tiempos. Nuevairooó fue un llamado en su tiempo así como lo fue el «han dado y sereno», con la diferencia que la gente salía de las casas o los bares en busca de las novedades de la Nueva Era. A la distancia, hasta su tono musical podía competir con el del afilador de cuchillos y tijeras que hasta hoy, por fortuna, se escucha en los barrios. Nuevairooo fue el estandarte del canillita, aquel que nació con los pantalones arriba de las canillas y que se ganaba el pan con un diario bajo el brazo. A ese canillita de lágrimas goteando de la nariz, Nueva Era también le debe un reconocimiento en este siglo, aunque ya no estén, aunque queden pocos kioskos de chapa verde, aunque no se inunde de bicicletas el pasillo que da al portón del Belgrano donde, con una ansiedad manifiesta, a veces estruendosa, se esperaba el arranque vociferante de la rotativa deseosa de competir a grito pelado con el Nuevairoooó, con acento en la ó.
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La pluma
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baciones o rechazos. La historia del periodismo tandilense reconoce a redactores que pasaron por este Diario y quizá el faro ilumine dos figuras en particular: José «Pepe» Barrientos y Ambrosio Renis, homace muchos años, a la hora de la escritura, hubo bres que con diferentes estilos deuna fuerte dicotomía entre los que profesaban el Ambrosio Renis. mostraron todo, es decir vocación oficio o el arte del lenguaje escrito. El estandarte por la noticia, redacción excelsa y de la puja fue Boedo y Florida que dividió a hombres y mujeres hasta vuelo poético sobre todo en el caso de de la literatura, pero después la división alcanzó otras bandeRenis. Para completar el podio puede sumarse ras levantadas por figuras reconocidas y también anónimos. a Hugo Nario, escritor reconocido a nivel naEn los 60/70 ante los avatares del mundo donde en una cional. década pasó de todo, desde los Beatles hasta la llegada a la Somos concientes que antes y después hubo Luna, desde Vietnam al asesinato de Kennedy, desde el Concilio y hay hombres y mujeres que rindieron culto Vaticano II hasta el Che, se empezó a privilegiar el contenido tanto al contenido como a la forma, pero archisobre la forma, porque de eso se trata: privilegiar lo qué se sabido es que ante la injusticia del olvido vale dice por cómo se dice. obviar nombres, alcanzando con los citados como Si bien el tiempo pone las cosas en su lugar, como siempre símbolos del culto que Nueva Era le ha rendido sucede con estas polémicas, tardó en llegar esta armonía que no sólo al decir sino cómo decirlo. volvió a quebrarse en los tiempos actuales. Las redes sociales, Nunca en tal sentido las palabras proféticas la necesidad de los textos breves y una brevedad que empezó a de un gran periodista/escritor, Tomás Eloy simplificar palabras e incluso a distorsionarlas siempre con la Martínez, que en un congreso, en una de sus intención de la finitud, terminaron por relegar la forma, el últimas apariciones públicas, en tiempos de reestilo, a planos ni siquiera inferiores, subterráneos. volución tecnológica y acechanzas al periodisNueva Era, fiel a su historia y a veces a contracara de tiemmo gráfico que todavía se padecen, sentenció: pos presuntamente modernos, siempre privilegió la pluma sin «sólo la buena pluma salvará al periodesmedro de los contenidos, independientemente de sus aprodismo»
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Hugo Nario.
José “Pepe” Barrientos.
Una mujer con perfil propio
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Por Mabel Labordiva aría del Carmen Santos de López es un personaje ineludible en la amalgama de caracteres, temperamentos y vitalidades con que se nutrió la trayectoria de Nueva Era. Casada con Alberto López, periodista muy recordado de este mismo Diario, que falleciera en un accidente automovilístico, ella se sobrepuso a semejante pérdida y siguió adelante con sus dos hijos, en una Redacción que seguramente durante mucho tiempo le reservaría en su atmósfera la imagen de su compañero y colega. Fue una mujer voluntariosa y afable, de carácter definido y actitud resuelta, que se constituyó por impronta, en la figura que marcara la inclusión de la mujer en el periodismo lugareño; lo hizo de una manera potente y con su sello propio. Koka López, o simplemente Koka, fue prontamente reconocida por los lectores, transformada en la referente de un espacio muy particular, abarcando una serie de temáticas de la época en su sección, la tradicional Sociales, que se mantiene aún hasta hoy en la mayoría de los periódicos, inclusive los digitales. Sus apuntes marcaron una etapa que se hizo popular -en el sentido concreto de la palabra bastante desvirtuada con el tiempo y los aconteceres-, y era un clásico repasar columnas como «Lo que vio Koka», por ejemplo, con comentarios de diversos eventos a los que le ponía su enfoque inconfundible. Impuso un estilo que tuvo una acogida regocijada en el público femenino (aunque no exclusivamente, eso es seguro). Actividades sociales y culturales merecían su inquieta presencia y su posterior comentario, en una época, hace sesenta años por lo menos, en que se caminaba la calle incansablemente, generalmente con anotador y bolígrafo, para ir a cubrir desde los preparativos de una boda resonante a la presencia de algún estrella del cine, del teatro o la música, a veces internacionales, que entonces llegaban con cierta frecuencia. Cuando la ocasión lo ameritaba, no faltaba la crítica o comentario detallado y de opinión, calificando un evento. La sociedad entera se veía reflejada en sus cuestiones más cotidianas, así como, visto desde la perspectiva del tiempo, una época de un Tandil muy distinto pero pujante, con muchos frentes abriéndose despacio hacia un futuro por entonces impredecible. Cuando todo parecía más simple y comprensible, las relaciones humanas no tenían la complejidad de hoy y el avecindamiento facilitaba una tarea amable, entretenida y provista de una agudeza localista que agregaba frecuentemente la nota de color a los contenidos de la edición diaria. Inolvidable Koka.
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Bendita tú eres entre todos los hombres En una sociedad patriarcal como la que tenemos, el ámbito laboral del periodismo no fue la excepción. Sin embargo Nueva Era fue pionero en darle un espacio a la mujer y nada menos que en el manejo administrativo del Diario. Ella fue Aurora Aboal quien se desempeñó por espacio de casi una década, desde 1926. Y es quien aparece en la foto, la única dama, al centro, entre tantos hombres. Su desempeño en aquellos años fue vital, de esfuerzo y transparencia, abriendo las puertas a lo que sería más adelante el desembarco del mundo femenino tanto en la redacción como en la administración. En la gráfica también puede verse, además del fundador José Antonio Cabral, a un joven Ernesto Valor (primero de la izquierda, en la segunda fila) que trabajó varios años en Nueva Era mientras forjaba su perfil de gran e inconfundible artista plástico.
Aurora Aboal, la única dama, entre tantos hombres.
Cambios Y
un día volvió la democracia. Fue el 30 de diciembre de 1983 cuando Ricardo Alfonsín por el voto popular fue elegido presidente de los argentinos. Por el famoso «arrastre» según comentarios de la época, en Tandil se impuso también la Unión Cívica Radical que llevó como candidato a intendente al recordado y querido Américo Reynoso que se impuso por algo menos de mil votos al Justicialismo, en una elección que para muchos fue sorpresa. Nueva Era realizó una detallada descripción del acto comicial con el clásico reflejo de los votos mesa por mesa, una tarea por entonces titánica si se tiene en cuenta que no existía la tecnología actual. La crónica, las notas de color y los reportajes, a ganadores y perdedores, se reflejaron en la edición del lunes 31 ante un hecho impactante en la ciudad como en el país. Había resultado muy decisivo el voto de la mujer. Lo que quizás haya pasado desapercibido para los lectores pero no para Nueva Era fue un recuadro a un costado de página impar donde se hacía un anunció importante en nuestra historia como Diario: el cambio de formato. Por entonces, la forma no era algo secundario. Hacedores y lectores estaban acostumbrados a las páginas «sábanas» pero
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Ejemplar en tabloide Ejemplar en papel sábana. no sólo los tiempos modernos obligaban a un cambio sino las presiones que hubo para los diarios del interior y la compra de insumos para la confección de los ejemplares. Así Nueva Era se despidió de la «sábana» y optó por el tabloide, formato que continúa hasta el presente. Un cambio que nació con el retorno de la Democracia.
Malvinas N
o sé quién sos, ni de dónde sos, pero lo más importante que sé es que estás defendiendo mi país. Luchando por nosotros. Tal vez estás con frío, o con hambre. Pero te queremos tanto que te mandamos abrigo y comida. A veces siento que escribiendo una carta a un soldado, le estoy escribiendo a un hermano. Tengo 11 años y estoy en 6º grado B. ¡Gracias por Defendernos!. Espero tu carta. Te pido que me escribas porque necesito saber qué pasa. Mi dirección es Roca 1584, Tandil (7000). Prov. de Buenos Aires, República Argentina. Gabriela Farias Esta carta y la foto del manuscrito apareció en las páginas de Nueva Era y constituye un recuerdo que aún sacude la sensibilidad de todos los tandilenses en particular y argentinos en general. Es una manera de visibilizar el modo en que impactó la Guerra de Malvinas en nuestra ciudad que, para ser sinceros, tardó en dimensionar el conflicto. El Diario siguió como todos los medios las alternativas que se iban sucediendo, bombardeadas las islas y bombardeados los lectores con tanta información no siempre fidedigna. Por eso fue que se puso el acento en las reacciones locales como la del presidente de Federación de Entidades de Bien Público, Uranga, que se lamentaba de la poca convocatoria a una de las primeras concentraciones después del 2 de abril, definida en estas páginas como «muy serena». Pero ya cuando nuestros propios hijos fueron convocados un sentimiento profundo se
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fue haciendo carne en los tandilenses como lo muestran las fotos de Nueva Era con la gente despidiendo a sus soldados en la estación de ferrocarril, bajo el título Conmovedor Adiós. Hace poco ex soldados pidieron usar la banca XXI en el Concejo Deliberante para pedir se reconozcan a todos los que combatieron en Malvinas, citando uno de ellos a este Diario: «tenemos fotos del año 1982 que fueron publicadas en tapa del diario Nueva Era, donde además dan detalles de la cantidad de hombres y mujeres que partieron desde la estación de trenes de nuestra ciudad». Desde aquel 2 de abril de 1982 con títulos en celeste y blanco, un prodigio para la época, el Diario acompañó todas las vicisitudes, como la cobertura del espectáculo teatral solidario «con amor y humor» que reunió a los artistas o los gestos de la gente común con sus donaciones
como la del ex arquero de Independiente de Avellaneda, radicado en Tandil, Oscar «Tato» Medina que donó al llamado Fondo Patriótico su objeto más preciado que fue la medalla que lo consagró con su equipo Campeón de América. Pero el foco, por supuesto, no sólo estuvo puesto en la civilidad sino en las fuerzas que estuvieron en combate, siendo recordada la columna A los Aviadores que retornaron de Malvinas Malvinas, sabido es el papel desempeñado por pilotos de la Brigada Aérea local, con sus Daggers. Allí se consigna la bravura de estos pilotos corajudos que asombraron incluso al enemigo, aprovechando para recordar «cuando el cielo de Tandil tembló con la llegada de los primeros Glosters». Una de las notas tristes también es la dedicada a Héctor Ricardo Volponi, el teniente caído en acción de combate. Cuando ya el destino de la gue-
rra era inexorable y empezaron a llegar los soldados, Nueva Era realizó varias entrevistas «respetando el anonimato» ya que muchos se negaban a mediatizar su identidad. Esto lo corroboraría años después un ex combatiente en el libro Malvinas en Familia, editado por Extensión UNICEN, cuando dice
«esta es la primera vez que cuento esto, mi familia, mi señora, mis hijos no saben estas cosas… Lo más difícil es hablar con la familia… (…) de Malvinas empecé hablar hace dos años… durante 30 años hice silencio total La total…La imagen fuerte del recuerdo volviendo del horror en colectivos con ventanas cubiertas por diarios para que nadie los viera («como si les diera vergüenza»), son momentos imborrables» de estos sobrevivientes que así lo describieron. Ante los intentos de desmalvinización, hoy se ha gestado una mentalidad distinta, se empezó a reconocer a los veteranos, se les da mayor participación y se los venera año a año, incluso todo el tiempo como lo hace el museo local dedicado a la guerra de
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Malvinas, prácticamente único en el país. Pero esto forma parte de otra historia, en aquellos meses de abril, mayo y junio Tandil convivió con una guerra desigual y Nueva Era, como gran parte del periodismo nacional, tuvo que convivir en sus páginas con un Mundial de Fútbol jugado en paralelo en España con Argentina también derrotada. De esa selección de Menotti ya nadie se acuerda, pero del heroísmo de nuestros soldados, afortunadamente sí. Todo en su lugar. Nueva Era, ante el dolor de la proeza que no pudo consumarse en victoria, optó ni bien terminado el conflicto por editar un suplemento sobre las Islas Malvinas con un mapa de las mismas a doble página para que la memoria, como testigo del presente, se instale definitivamente.
Columnas que hicieron historia
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o que se dice en diez palabras, siempre puede decirse en nueve. Esta máxima del periodismo alcanzó su máxima expresión en Nueva Era a través de columnas muy pequeñas donde tan sólo con dos o tres líneas, decían todo. El caso más emblemático fue Dar, título bajo el cual se exponía la necesidad de ayuda que era necesario brindar a gente que deambulaba por la redacción pidiendo auxilio ante situaciones afligentes, desde una chapa hasta una garrafa o kerosén. Dar estuvo décadas en nuestras
páginas hasta que la realidad terminó con la brevedad y Nueva Era empezó a salir a los lugares más humildes de la ciudad para retratar escenas de la pobreza que trajeron sus consecuencias: el enojo de funcionarios de turno pero, fundamentalmente, la acción solidaria de la comunidad que siempre dio respuesta. Donde el Estado no estaba, aparecieron los vecinos. Estos testimonios tuvieron su origen en aquella pequeña columna llamada Dar, un espejo de las épocas. Y a propósito de brevedad tampoco podemos olvidar otros pequeños espacios que parecían superfluos pero igual tuvieron su importancia, como el clásico Hallazgos y Extravíos o el más atrás en el tiempo aún, Viajeros cuando viajar al exterior era real-
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mente una noticia. Más cercanas, ya con escritos más medulosos, cabe citar columnas como El Rincón de las Quejas y, en deportes, El Rincón del Hincha. Pero sin duda la que más perduró en el tiempo, durante años y años, con una prosa excelsa y dedicada a una actividad deportiva no tan popular como por ejemplo el fútbol, fue Chamba escrita siempre por el periodista Carlos Iparraguirre y dedicada a la pelota a paleta. Y tampoco pueden olvidarse las detalladas crónicas turfísticas de José Ignacio Cía o las de don Luis Arnaldo Pontau sobre los remates de hacienda. En materia política, las contratapas de los sábados de Hugo Nario se convirtieron en un clásico.
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odavía con los estertores de la crisis del 2001, en oportunidad de un nuevo aniversario de Nueva Era, un periodista de este Diario realizó una editorial con un particular artilugio: situándose en el futuro, más precisamente en 2019, imaginando qué escribiría en el centenario del vespertino. La nota, increíblemente, parece escrita hoy y sin embargo tiene más de quince años lo que la convierte en una descripción profética sobre nuestro país y nuestra ciudad. Por eso vale la pena la reproducción de su original que apareció bajo el título de «Memorias de un escriba, Un día nublado de 2019». El cielo está nublado pero el sol amenaza con salir. Eso dice el informe meteorológico pero si se lee lo que figura al pie de la gran pantalla en otros términos, digamos poéticos, puede decirse lo mismo para hablar de este país o en escala menor de esta ciudad. Es agradable, como la primavera, que el sol siempre esté por salir. No es lo mismo levantarse a la mañana con esa presunción que arrancar el día con la certeza de eternos nubarrones, certeza que se tenía allá en el 2000 y pico cuando todo, absolutamente todo, era desconfianza. La generación intermedia de entonces no era pesimista por naturaleza, era absolutamente pesimista porque el proceso que habían vivido no daba margen para otra cosa: cultivaron la desesperanza que tuvo su mayor eclosión hace exactamente dieciocho años, cuando se desató la crisis del 2001. El descrédito de los hombres y las instituciones que vino después fue terminal: es que en realidad había empezado mucho antes. No es casualidad que nuestros abuelos ya en los años 70 del siglo pasado cantaran una canción de título exacerbadamente existencialista: Presente. Decía más o menos así: todo tiene un final/todo termina/tendrás que comprender/no es eterna la vida. Y algunas ideas más, todas expresando la finitud del ser humano y la necesidad de vivir aquí, el
La nota profética
ahora. No se divisaba futuro, como sí en cambio en la última utopía, la de los 60 cuando se hacía el llamado de transformar el mundo. Después los horizontes desbarrancaron salvo fugaces estrellas que iluminaron algún que otro punto vinculado tan sólo a algún placer cotidiano pero no a una realización plena. Quien iba a decir que el destino era esto, ver la lluvia a través de letras invertidas, escribía el uruguayo Benedetti en su Angelus a la vez que era imposible llorar sobre los diarios por temor a que la tinta se corra. Así estaban las cosas. Quien iba a decir que en 1910 Joaquín V. González iba a deslizar su pluma para hablar del venturoso porvenir y que en la década del 20 (pero del siglo XIX) Rivadavia y Quiroga, desde los opuestos, acuñaban la misma frase: «…el porvenir venturoso de la República. Si por entonces Martín Rodríguez hasta profetizaba que ésta iba a ser una ciudad próspera y rica. Con la Generación del 80, el idilio con el futuro alcanzó un grado de éxtasis. ¿Por qué se perdió ese enamoramiento entre los presentes de carne y hueso y esos mañanas que les pertenecían?
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El disimulado culto a la autoindulgencia que le gusta practicar a este tipo de sociedades, siempre buscó culpables afuera de su propio seno sin pensar que eran del propio vientre. Como enumeraba un periodista de la época: chorros, curreros, piqueteros, defaulteados, radicales, peronistas. Tandil no fue la excepción, salvo por una cosa maravillosa como decían en las tribunas futboleras y por un halo místico: la mano de Dios. Hubo años de mera administración, de ficticias revoluciones que repetían las mismas administraciones, de caídas estrepitosas, revolcones y zancadillas. Sin embargo la ciudad anduvo. Los analistas bosquejaron mil explicaciones de cómo, pese a todo, siguió creciendo y generando expectativas fuera de sus límites. Funcionarios de distintos gobiernos se atribuían el éxito (en realidad muy acotado porque cada tanto salían a la luz índices de pobreza alarmantes) para que Dios no les arrebate tanta gloria. Lo cierto es cuando cayeron los bancos la ciudad siguió de pie y cuando cayeron las fábricas también. Rengueando, pero siguió. De pronto fue creciendo en forma tan desmesurada como inorgánica lo que trajo sus problemas y reveló la inexistencia de una planificación. Cabe aclarar que la referencia a ese piadoso manto divino sobre las sierras tiene, en verdad, una lógica científica y otra espiritual. En primer lugar, Tandil gozó siempre de un equilibrio que pocas ciudades tiene entre naturaleza y urbanismo; es, con sus vaivenes, una fuerte plaza comercial y la industria posee una dinámica popular, capaz de salir de la depresión para despegar hacia el mercado internacional como así quedó abierto después de la tristemente célebre devaluación. Además su cordón de pobreza contrasta con un sector económicamente poderoso como pocas ciudades tienen, con gente que vivió quejándose pero que fue capaz de comprar tres autos cero kilómetro en un mismo día, como dio fe en el 2005 una conocida agencia del medio. En segundo lugar, la mano de Dios, ha sido también, como no podía ser de otra manera, la mano de la Iglesia. En los peores años de nuestras vidas llenó como ninguna otra institución, el vacío que dejó el Estado a la hora de tener que ayudar a los que menos tienen. Pero hubo algo más fuerte aún: cubrió de espiritualidad a un pueblo huérfano de protección y que sin embargo siguió creyendo, a contrapelo de los positivistas del siglo pasado para quienes el progreso sólo podía ser producto de la razón. Quince años después nadie duda que el/los avances se desvanecen como sueños si no se piensa en términos de futuro, palabra que en este 2019 no se sabe a qué instancia temporal corresponde habida cuenta de estos relatos pasados donde la alternancia de optimismos y pesimismos y otra vez las esperanzas nos depositaron, dentro de todo, en este día nublado pero con el sol amenazando por salir".
Primera experiencia internacional
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a primera experiencia internacional de un diario tandilense fue de Nueva Era con un periodista de su redacción, Julio Varela. Ocurrió en el Mundial de Fútbol de 1994 jugado en Estados Unidos, entre el 17 de junio y el 17 de julio. Durante los 30 días el co-
rresponsal cubrió todos los encuentros de la selección nacional y cuando ésta quedó eliminada en octavos de final, la cobertura igual se extendió a las semifinales y la final que consagraría a Brasil. Así el Diario estuvo presente en Boston, Dallas, Los Angeles y New York viviendo y contando todas
las alternativas día a día. Precisamente en Manhattan una de las primeras notas cuenta que «estamos aquí esperando con ansiedad el partido con unos amigos mientras tenemos ante nuestros ojos las Torres Gemelas». El momento más desafortunado fue, obviamente, la expulsión de Diego Maradona del certamen al darle positivo el control antidoping por consumo de efedrina, hecho histórico dentro del fútbol aún envuelto en polémicas y sus-
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picacias. Tanto en la tapa como en páginas interiores, durante todo el mes aparecieron artículos siendo el referido al caso Maradona, algo bastante atípico. Al alojarse en Boston, mismo lugar de la delegación, nuestro cronista pudo enterarse al instante del hecho a través del asesor letrado de AFA (Agricol de Bianchetti) y conmocionado como todos, envió una nota que aún se recuerda porque en Tandil se dudaba de su veracidad a tal punto que algunos hinchas alentaban a quemar los ejemplares en la Plaza por lo que consideraban una difamación. Al día siguiente, la noticia recorrió el mundo y Varela, recordando aquel momento describió el impacto de particular manera cuando aún no habían trascendido los detalles en la prensa nacional. Lo cierto es que aquella incursión periodística de Nueva Era en Estados Unidos tuvo su premio por la forma en que repercutió en los lectores, repitiendo después una experiencia similar al cubrir los Juegos Olímpicos Atlanta 96, también en USA.
Borges y Gardel, un solo corazón
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ituados en falsas antípodas, aquello de lo popular e intelectual, a Carlos Gardel y Jorge Luis Borges les tocó compartir ese ingrato lugar de las eternas dicotomías. Cada uno en lo suyo, el canto y la escritura, alcanzó casi en un mismo tono el grado de popularidad y reconocimiento unánime. Y los dos estuvieron en Tandil, cada uno a su tiempo y ahí estuvo Nueva Era. El 21 de febrero de 1930 El Zorzal vino por quinta vez a nuestra ciudad, pero fue la visita más espectacular de todas porque venía de Europa donde había tenido un éxito arrollador. Actuó en el Teatro Cervantes a sala llena, «hubo que abrir las puertas y la gente miraba desde la calle», dice la crónica de este Diario que, además, no se conformó con el comentario sino que le hizo una entrevista en la propia redacción titulada Charlando con Gardel. Siempre acompañado de su guitarrista Guillermo Barbieri, Gardel volvió en 1933 y realizó dos shows más. Treinta y seis años después otro dios del olimpo cultural llegaba a Tandil: Jorge Luis Borges que, para reafirmar que no era patrimonio de una elite, fue convocado por un club de barrio, nada menos que la Sociedad de Fomento Unión y Progreso a través de una subcomisión de Cultura integrada por vecinos de Villa Italia y jóvenes de distintos puntos de la ciudad. Ante un auditorio repleto disertó sobre Edgard Allan Poe y el género policial. Nueva Era hizo una descripción pormenorizada de la conferencia. Muchos recuerdan cuando definió el género policial como un laberinto porque «son novelas de máscaras, las otras son de caras» y citó un diálogo reproducido en estas pági-
nas: -¿Adónde vas? -A Moscú -Me dices que vas a Moscú para que yo crea que no vas pero me engañas porque vas a Moscú. «Esta es la complejidad del género», graficó, tal como cita Nueva Era en su edición del 21 de diciembre de 1969, un día después. Borges cenó esa noche en un restaurante de la ciudad con gente de Unión y Progreso y hubo un «colado», un joven de 15 años que tiempo después sería periodista de Nueva Era. EL IDOLO QUE SORPRENDIÓ CON SU PRESENCIA A propósito de grandes ídolos cabe recordar una anécdota que sorprendió al personal de Nueva Era en la década del 80. Sandro venía a actuar en el club Independiente y se hospedó en el Hotel Libertador. El Diario lo entrevistó allí y salieron dos entregas ya que el reportaje fue muy extenso. Sandro, después de la actuación, se quedó en Tandil y antes de partir, en forma espontánea y totalmente solo, se presentó en el hall de entrada de Nueva Era para pedir los ejemplares donde había salido su reportaje, ante la perplejidad del personal que no podía salir del asombro.
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Uno de cada década En este segmento especial dedicado al Centenario de Nueva Era, dedicamos algunas líneas a grandes sucesos reflejados en nuestras páginas, tomando uno por década desde aquel 1 de octubre de 1919 hasta el presente. Sin hacer una selección rigurosa, se trata simplemente de dar un testimonio de la presencia del Diario en hechos muy significativos de la ciudad. Estos son los diez que hemos elegido.
1920 1930
Centenario de Tandil El 4 de abril de 1923 la ciudad celebró sus 100 años y fue una verdadera fiesta que algunos llegaron a comparar con los festejos ocurridos a nivel nacional el 25 de mayo de 1910, al cumplirse el centenario de la Revolución de Mayo. Nueva Era no sólo cubrió en forma pormenorizada cada uno de los actos con gran despliegue fotográfico sino que además publicó un suplemento con nutridas imágenes con mucho material de lectura, desde cuentos y poemas hasta la moda que empezaba a usarse en la famosa década del 20.
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1930 1940
En defensa de los obreros canteristas Hace pocos días, auspiciada por el propio Teatro Cervantes de Buenos Aires, Tandil tuvo oportunidad de ver una obra realizada por artistas locales, en el espacio de la UNICEN, La Fábrica. La pieza, cuya dramaturgia y dirección pertenece a Julia Lavatelli, se llama Los Descendientes y cuenta de manera muy particular aspectos de lo que se llamó «la gran huelga» y que ocurrió en 1908 cuando se movilizaron los obreros de las canteras en busca de mayores derechos. En 1973, en otro hecho artístico sin precedentes, se estrenaba una película también sobre la rebelión de los trabajadores de las canteras, llamada Cerro de Leones que hace poco volvió a reponerse con la presencia de su director Alberto Gauna, hoy residente en Málaga. Este film fue realizado con toda mano de obra tandilense. Estas realizaciones culturales ponen de manifiesto lo que significó la lucha del pueblo canteril y que por primera vez fueron llevadas al cine y al teatro. En esa huelga Nueva Era no había nacido, recién en 1919, pero una vez en la calle estuvo atento a todo lo que pasaba con ese sector laboral y por eso fue no sólo un difusor de todo lo que pasaba sino que tuvo una opinión formada al respecto como ocurrió en el gran mitín –una histórica asamblea- realizada el 7 de noviembre de 1938. Al día siguiente el Diario, en todo el ancho de página y con dos líneas de título (algo infrecuente) escribió: «La expresión de anhelos del mitín de ayer ayer,, hecha por los obreros canteristas, merece el apoyo de todos los sectores de la población» «La economía local ha podido apreciar el aporte de esta actividad y ahora la amenaza de que desaparezca esta fuente de riqueza, es seria y por eso todos deben defenderla…a la gestión directa de los obreros deben unirse los demás sectores de la población para lograr que el Concejo Deliberante no cierre su período ordinario sin tratar la cuestión del precio mínimo para los pavimentos», opinaba enfáticamente Nueva Era aclarando párrafos más adelante que «no se piden venta-
jas para que los habitantes de la Capital tengan que pagar un excedente para los pavimentos. Eso es falso». Esto resume lo que fue la importancia de la piedra, lo que fueron aquellas años, la presencia de un periodismo comprometido y de un tiempo que, incluso desde la actividad artística, se transforma en presente.
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1940 1950
Inauguración de El Calvario Fue el 19 de enero de 1943, con la presencia del entonces presidente de la Nación, Ramón S. Castillo. Nueva Era siguió las alternativas y dispuso además varias notas de color; en una de ellas se puede leer que «subir los 26 peldaños que conducen a la Cruz es un verdadero ejercicio alpinista». También se publicó un cablegrama con una nota del Papa Pío XII felicitando a la ciudad por el acontecimiento.
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1950 1960
Gran inundación de Tandil Ocurrió el 27 de noviembre de 1951. Arrojó 11 víctimas fatales e innumerables destrozos. En los parajes de la cuenca del Langueyú, para tener una magnitud del suceso, el agua alcanzó dos metros y medio de altura. Nueva Era brindó una exhaustiva cobertura de la tragedia con abundante material gráfico, incluido un clásico de las inundaciones: las postales de calles 9 de Julio, Alem y Paz, sobre Avellaneda, desbordadas por las lluvias.
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1960 1970
Inauguración del Dique Obra largamente esperada, el Dique se inauguró el 19 de enero de 1962 con la presencia del presidente de la Nación, Arturo Frondizi y el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Oscar Alende. Nueva Era, además de cubrir los actos, realizó varios comentarios y además un legítimo recuerdo a Jorge Isaac Roser, intendente que había fallecido en un accidente rutero. Fiel a su estilo, el Diario recuadró con dos apuntes anecdóticos: uno hacía referencia a que, ante la inauguración, era tanta la alegría que «es hora de bailar el twist», el baile que hacía furor por entonces; en otro artículo se encarga de un hecho folklórico de la ciudad: la reinauguración del Bar Ideal. «Si alguien quiere verte en Tandil, le decís nos encontramos en Pinto y Rodríguez, frente al Ideal», escribió un periodista ese mismo día.
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1970 1980
Nacionalización de la Universidad de Tandil La Universidad de Tandil fue nacionalizada el 9 de octubre de 1974, tras la sanción definitiva de la Cámara de Diputados, en el gobierno de Isabel Perón. A partir de esa fecha pasó a ser la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Luego vendría la lucha para que Tandil fuera sede del rectorado, lo que finalmente se consiguió. Nueva Era acompañó todo el proceso, incluso las históricas movilizaciones de estudiantes y trabajadores, el ícono mayor de una universidad para todos. La Universidad, que ya bajo el ojo visionario de Osvaldo Zarini era una institución ampliamente reconocida, pasó a ser una herramienta de progreso y desarrollo que continúa hasta el presente.
Dr. Osvaldo Zarini
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1980 1990
Santamarina al Nacional No podía faltar una mención al deporte y, en este caso, al más popular, el fútbol, con el gran logro cosechado por Ramón Santamarina que el 26 de enero de 1985 ascendió al Torneo Nacional, la máxima categoría del fútbol argentino. Se coronó ante una multitud en el Estadio Municipal tras empatar 0 a 0 con Loma Negra de Olavarría tras sortear escollos muy difíciles como Douglas Haig de Pergamino y Olimpo de Bahía Blanca. Nueva Era hizo un gran despliegue periodístico y, además, sacó un suplemento especial con toda la historia de los torneos regionales, desde 1971 hasta el 85, con gran cantidad de fotos y detalles. Un verdadero documento.
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1990 2000
La marcha más multitudinaria Tras una serie de crímenes impunes y con un nuevo asesinato, el del joven Fabián Garmendia, 20 años, en Tandil se realizó una marcha multitudinaria pidiendo justicia. No se recuerda otra igual. Alrededor de veinte mil personas encabezadas por el cura párroco Raúl Troncoso y representantes de todas las instituciones. La columna se dirigió hacia el Municipio y entregó un petitorio en manos del secretario del intendente Zanatelli quien se encontraba en Brasil. Nueva Era siguió puntillosamente todas las alternativas del caso y brindó un testimonio pormenorizado de la marcha. En abril de ese mismo año se había enviado un periodista a Catamarca para cubrir el Caso María Soledad que conmovió al país. Nueva Era trazó un paralelo con todos los crímenes impunes en la ciudad (Ver aparte).
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2000 2010
Reposición de la Piedra Movediza Tanto fue lo que se habló de la Piedra Movediza, antes, durante y después, que la reposición del símbolo mayor de la ciudad se transformó en un acontecimiento a tal punto que al acto central acudió el presidente de la Nación, Néstor Kirchner acompañado de su esposa Cristina Fernández. El 17 de mayo de 2007 miles de tandilenses asistieron al pie del cerro y nadie olvida la famosa frase del primer mandatario: «este intendente que me entusiasma», en relación a Miguel Lunghi que en la campaña había prometido reponer la Piedra. Nueva Era mostró y opinó sobre toda la movida con una tapa donde no faltó nada, ni siquiera la protesta en defensa de las sierras graficada con una joven con medio cuerpo desnudo que recorrió los diarios de todo el país. El sonoro ruido de la reposición se fue apagando con el tiempo y la Movediza nunca volvió a ser lo que era.
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2010 2019
El cierre de Metalúrgica Tandil El 13 de noviembre de 2018 Nueva Era anunciaba que, tras llegar a un acuerdo en la Secretaría de Trabajo con las indemnizaciones de los 99 empleados – de los más de 2000 que supo tener la fábrica- Metalúrgica Tandil cerraba definitivamente. Culminaba así un ciclo histórico vital en el crecimiento de la ciudad desde la década del 60. Nueva Era siguió las alternativas del conflicto que generó varias discusiones y mantuvo en vilo a la ciudad. El representante de Renault, al anunciar el cierre –tal como cuenta nuestro Diario- dijo que no cerraba una empresa de Tandil, sino LA empresa. Pero la cerraron igual.
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NUEVA ERA CUBRIÓ EL JUICIO DEL CASO MARÍA SOLEDAD QUE CONMOCIONÓ A UN PAÍS
Paisajes (trágicos) de Catamarca
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andar un cronista a Catamarca? Si el juicio ya termina, a qué va ir? Este fue el interrogante de muchos cuando Nueva Era analizó la posibilidad de enviar un periodista a la capital de esa provincia a cubrir el caso María Soledad. Pongamos las cosas en contexto: el 20 de septiembre de 1990 fue asesinada la joven María Soledad Morales, en San Fernando del Valle de Catamarca, tras una «fiesta negra» en un boliche. No fue un crimen más sino que marcó un antes y un después porque sacudió los cimientos de la política y la sociedad toda. Son recordadas las Marchas del Silencio que marcaron en el país un nuevo
camino de reclamo pidiendo justicia. Pero fue en 1996 cuando se realizó el juicio oral a los inculpados por el hecho, siendo además transmitido en vivo para todo el país que estuvo en vilo, pendiente día a día, de lo que acontecía. No se recuerda un hecho similar que concitara tanta atención. Esto despertó la idea de realizar una cobertura propia, con ojos distintos a lo que se consumía desde los medios nacionales. La decisión de mandar un periodista resultó un acierto porque Nueva Era pudo hacerse de un material exclusivo, desde las charlas a solas con los padres de María Soledad, hasta con presuntos culpables, testigos, abogados, periodistas y con abundante material fotográfico. Durante una semana todos los días se editó un cuadernillo de cuatro páginas que luego se reunieron en un suplemento especial que, en un hecho realmente inédito, hubo que reimprimir días después ante el interés despertado por los lectores. Más allá de lo macabro del suceso –María Soledad fue violada, drogada, desfigurada hasta morir y ser abandonada en un descampado, faltando días para cumplir sus 18 añosel episodio despertó interés también porque se puso en jaque el régimen feudal de una provincia y la complicidad de la política, con policías, jueces. El papel del periodismo fue vital para desnudar este femicidio emblemático y también la figura de la monja Martha Pelloni que encabezó las marchas del silencio. Nueva Era fue testigo di-
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recto de todo el proceso judicial –descripto como el más escandaloso de la historia- entrevistando incluso a dos acusados que recién dos años después, en 1998, recibirían sentencia como culpables: Guillermo Luque y Luis Tula. Hoy ambos están en libertad, uno se dedica a negocios inmobiliarios, el otro es abogado «especialista» en casos de abuso. Creer o reventar. En aquellas páginas Nueva Era realizó una mirada periodística vinculando el hecho con los crímenes impunes en Tandil (el de Horacio Andersen, el cantor de tangos; el de Gabrieli, el acomodador del cine Avenida; el de Arturo Penino, Gilda Mansilla y una larga lista a la que en 1997 y 1998 se sumarían Fabián Garmendia y Domingo Pastor, respectivamente). De la sensación vivida en Catamarca frente al santuario que recuerda a María Soledad, surgió la nota de sugerente título El Infierno Grande del Pueblo Chico donde se describe el paisaje (trágico) de Catamarca como un camino largo que baja y que nunca se perdió.
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abía culminado la primera semana de vacaciones de invierno. Muchos tandilenses volvían de Buenos Aires tras el receso en un micro de la empresa Tasa que nunca llegaría a destino. A la altura del kilómetro 130 de la Ruta 3, a escasa distancia de San Miguel del Monte, un automóvil Valiant, tras imprevista maniobra al pasar un vehículo viniendo de mano contraria, embestiría al colectivo. El chofer de éste trató de tirarse a la banquina pero no pudo evitar el choque del Valiant, con tal mala suerte que no fue sólo un impacto. El tanque de nafta del automóvil explotó y las llamas treparon al micro. Fue el 19 de julio de 1964. Murieron 23 tandilenses. Hasta muy entrada la noche los familiares se agolpaban en el lugar de llegada del Tasa, que estaba en el centro, tratando de conocer la suerte corrida por los suyos. Lo que pasó ese día eterno, las horas previas, el momento del impacto, el día después, el velatorio en el Salón Blanco, la columna hasta el sepelio por la Avenida Avellaneda, todo eso quedó documentado en una de las crónicas más dolorosas que le haya tocado realizar a Nueva Era, sabiendo que, aún dentro de esa angustia inenarrable, como siempre ocurre, miles de lectores estaban pendientes de lo que el Diario iba a contar y cómo. Fueron infinidad de notas, desde las más tristes hasta las milagrosas como la de aquel viajero
que a último momento no pudo partir o el infortunio del policía que fue levantado en la ruta y pereció en el accidente. Pero sin duda lo que más impactó fue la nota que describe cómo salvó su vida en forma arriesgada un niño de once años, de apellido Saed, que pudo saltar al abrirse la puerta del colectivo; por contrapartida lo más difícil de narrar fue la muerte de toda una familia, los padres y sus tres hijos, de apellido Chiaraf. Fue un hecho que Tandil no olvidó y su relato se transmitió de generación en generación ya que fue el siniestro vial más terrible de la historia local. En el lugar del accidente existe un mo-
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nolito al igual que en el cementerio, en homenaje a las víctimas. Fue un hecho que Nueva Era tampoco olvidó porque forma parte del tipo de sucesos que plantea un duro desafío a los periodistas que es el de estar conmocionado pero escribir sin esa conmoción.
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Entre columnas y tipografías ecuerdo cuando en la escuela primaria mi maestra de quinto grado me llamó la atención por escribir mi redacción en títulos y columnas como los diarios mostraban las noticias; me estaba saliendo de las normas. Ese detalle imborrable volvió a mi mente cuando en 1987 tuve mi primera entrevista de trabajo, aún con el uniforme de soldado conscripto. ¿Sería premonitorio este hecho escolar?. Aún no podía saberlo. Mis conocimientos de dibujo técnico me abrieron las puertas de NUEVA ERA. Desde allí comenzó esta tarea que me ha traído hasta este día tan especial, el centenario de mi segundo hogar. 32 años entre columnas y tipografías. Estas palabras, más allá de la anécdota personal, están dirigidas a los trabajadores gráficos, parte imprescindible para que las palabras lleguen hasta el lector. La tecnología de impresión y diagramación ha cambiado en numerosas oportunidades, pero la tarea de facilitar la lectura y que el producto sea agradable a la vista no se ha modificado ni un ápice. Ya sea la antigua imprenta de tipos, galeras y plomo o a través de los modernos softwares de computación siempre tuvieron y tendrán como objetivo que cada texto, fotografía o publicidad deben tener la mejor calidad posible. Por eso la admiración que se tiene de aquellos operarios de antaño que lograban grandes proezas gráficas para llegar en tiempo y forma al horario de cierre
Por Gustavo Rizzalli
de cada edición. La tarea del operario gráfico va más allá de la diagramación de una página; a veces nos transformamos en correctores o petit redactores, corrigiendo algún dato o redacción de último momento. En cien años el acceso a la información ha cambiado en forma cada vez más acelerada. En principio la radio, luego la televisión y en los últimos años con la llegada de Internet, los medios cuentan con otras posibilidades, páginas web, redes sociales y la comunicación se hizo más masiva y personal. Esto obligó a los diarios a adaptarse a este nuevo escenario. Los gráficos comenzamos a capacitarnos y ya formamos parte de este nuevo mundo. En NUEVA ERA esto se puso en práctica y ya llegamos al lector, no sólo en nuestra edición de papel sino también a través de este nuevo mundo digital. Esto nos obliga a seguir creciendo en conocimientos para que el estilo y la seriedad de nuestro diario llegue a más personas en nuestra ciudad y ahora también del mundo. Este centenario nos encuentra recordando a los hacedores de este prestigio, y poniendo la mirada en un futuro que, sin lugar a dudas, será desafiante pero con la convicción de que NUEVA ERA seguirá al servicio de sus lectores. En este festejo quiero rendir un reconocimiento a toda la familia Cabral; desde sus fundadores y hasta los actuales dirigentes, por haber defendido y conducido a NUEVA ERA a través de los años. Por último deseo recordar a todos los trabajadores gráficos, periodistas y administrativos que durante cien años han formado parte de esta empresa, poniendo todo su esfuerzo y dedicación a nuestras páginas.
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La verdad, intacta orría octubre del ´69, a días de cumplido el cincuentenario de Nueva Era y «apoyado en la espalda de un gigante», según decía con referencia a su fundador, don José Antonio Cabral, el suplemento especial editado entonces y repartido todavía por canillitas. Con una suerte de murmullo en la sangre atribuido a la vocación y animado por la cariñosa amistad que siempre sentí en cuanto a las nietas descendientes del protagonista de aquella gesta, Leonor «Copete» y Beatriz «Chacha», hijas de Leonor Diez, ya viuda de José Antonio «Pepe» Cabral hijo, entré al Diario en busca de trabajo tras un secundario espléndido y algo de universitario. Convencido de que este nuevo camino era finalmente el mío. A la manera de prueba de condiciones literarias se me solicitó que cruzara a la plaza a hacerle un «reportaje a un banco» y, de paso, conocer el nivel de las buenas dotes, o no, de mi escritura. La prueba tuvo satisfactorio fin y quedé incorporado, según el director Aníbal Filippini. Durante la experiencia inicial, la charla que mantuviera con un jubilado en ese banco sentado recordaba el histórico episodio solidario del personal que en agosto del ’55, tiempos de Perón, frustrara la cobarde intentona de incendio del Diario sólo por pensar distinto que protagonizaran fanáticos militantes políticos. Semejante hecho de fidelidad temeraria bien hablaba de los valores morales allí inculcados, al tiempo que engrosaba la medida de mi
orgulloso ingreso, a lo que se añadió enseguida aquella habitual y tierna recorrida por Redacción de «Pirucha», la directora honoraria , que mi curiosidad observara cuando, de noche y en soledad, sus manos acudían a las fundas de las máquinas de escribir para colocarlas. Otra contagiosa manifestación de amor que la dejaba más tranquila. La relación con mis compañeros y amigos fue siempre fraterna. En Redacción, junto a las inefables batalladoras Copete y Chacha, encontré a mis periodistas compañeros Juan Castelnuovo, Héctor Bonini, Mabel Labordiva, Susana Ballent, Miguel «Pirucho» Zuloaga, Julio Oliver, los hermanos Salerno, don Luis Pontau, don Silvio Vitullo, Ignacio Cía, el reportero gráfico Carlos Urquiza y unos años después a Julio Varela, Rubén Botiglieri, «Buba» Balbarrey y Carlos Alfaro, todos ellos periodistas autodidactas igual que yo. Es que entonces las escuelas de periodismo no existían en la provincia. Atrás, en el taller, conocí a linotipistas y tipógrafos Juan Carlos Alvarez, Omar Vagnola, Pedro Lappano, los Caruso, Elías Martínez, Peralta padre e hijo. los hermanos Larsen, los Peuscovich, Pedro Barraza, «Pajarito» López, Cándido «Negro» Gordoa, José Di Nucci, Atilio Rímoli, «Chiche» Perotti y tantos otros operarios, entre ellos al «canilla» José Prestifilipo, con su insólita bicicleta de reparto que hizo fama en la ciudad. En Administración trabajaban entonces Oliver padre y su hija Ercilia, Cristina Suárez, Teresa Fernández, Betty Paponetti, Cristina Suárez, Omar
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Brogno y «Coca Cola» Diez. A partir de ese día fueron decenas de compañeros los que pasaron por esas secciones dejando su impronta. Juzgar la trayectoria del Diario durante mis 36 años consecutivos de trabajo sería demasiado extenso y cansador. AdePor Carlos más, me quedaría grande. Sí, Iparraguirre. en cambio, me animo, con modestia, a ofrecer la médula de lo mucho que aprendí durante ese prolongado pedazo de vida. Me enseñó, por caso, que vale más saber alguna cosa de todo, que saberlo todo de una sola cosa. Que la sabiduría y el conocimiento marchan por caminos diferentes. Este se enfoca en especializaciones y técnicas, mientras que aquella lo hace mediante experiencias que se atraviesan en la búsqueda incesante de la verdad, su respeto y protección. Intuiciones, tránsitos, exploraciones y dolores llevados a cabo con plenitud de conciencia conducen así al permanente cuidado de esa verdad hallada. Una conducta siempre seguida y nunca quebrada en nuestro querido Diario. Vaya pues, a modo de festejo por el siglo de existencia mi recuerdo emocionado a quienes ya no están y mi abrazo enorme a las familias conductoras Filippini y Miranda, y a sus respectivos hijos por tanto cariño dispensado, junto a mi feliz honor de haberles dado una mano para el sostén de la empresa por la que tanto entregaron, y siguen entregando, en beneficio de la comunidad tandilense y el país.
Recuerdo a José Francisco Di Nucci
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e han cumplido 100 años de la fundación del Diario Nueva Era. Durante 30 de esos 100, mi padre estuvo haciendo de las suyas en ese lugar, en esas hojas impresas que por tantos años informaron a Tandil y alrededores. Con sus apenas 7 años, llegó de la mano de su madre para presentarse como “canillita” (eran quienes repartían diarios a domicilio en aquel entonces, para los que desconocen esta labor de aquellos años). Labor destinada a niños de bajos recursos que se hacían de unos pesos para llevar a su familia, pero alojados por la figura de don José Antonio Cabral que siempre tenía para ellos un dulce, una palabra, una reprimenda justa, un aliento y en muchas ocasiones una merienda caliente en la cocina de su propia casa. Así era don José Antonio, gestos que mi padre jamás olvidó y nos los contó en reiteradas ocasiones. ¡Y cuidado, dije “de la mano de mi abuela”, abstenerse por favor de comentarios situados en la época actual! Mi abuela no era ni una madre abandónica, ni una persona que descuidaba los derechos de los niños, ni una abusadora infantil. Era una madre de los años 40, viuda con cuatro hijos pequeños (mi papá el mayor, y ya leyeron que tenía 7 años) que trabajaba lavando y planchando ropa en diferentes hoteles y casa de familia y los trataba de criar con la poca ayuda económica de las familias (porque no las había) y que tenía como premisa mantenerlos limpios, sanos, bien comidos y por sobretodo intentando que esos cuatro varoncitos “no fueran vagos que fueran trabajadores y respetuosos”. Así era como cada
tanto, pasaba y conversaba con don Cabral para ver cómo se desempeñaba su hijo. Otro día les cuento las aventuras de un niño de 7 años vendiendo diarios en las calles de un Tandil de los años 46-47. Sí, impensable en estos tiempos. Afortunadamente mi padre supo aprovechar las oportunidades de la vida y Don Antonio Cabral le abrió la puerta, ingresándolo como cadete al Diario Nueva Era y luego como aprendiz en el taller. Así sus manos comenzaron a teñirse de plomo y tinta, su incipiente sexto grado se fue ampliando hasta obtener conocimientos que superaron ampliamente las trayectorias de educación secundaria mía y de mi hermana. Armaba los diarios como se hacía en aquella época, buscando todas las líneas de palabras realizadas en plomo y leyendo en sentido opuesto, armando las matrices de cada hoja que sería posteriormente impresa. Un proceso que arrancaba en la Redacción en horas muy tempranas y finalizaba a las 16 hs cuando el diario salía a la calle, luego de pasar por máquinas gigantescas que imprimían bobinas de papel que llegaban en camiones gigantescos, según mis recuerdos de niña. En tiempos donde no había internet, donde el Facebook, el Instagram y el Twitter no existían ni eran una posibilidad, mi padre era uno de los primeros en enterarse de las noticias locales, nacionales y mundiales que llegaban por los cables de Saporiti y Télam. A veces nos compartía una primicia en la hora de almuerzo, cuando almorzábamos todos juntos antes de que volviera al taller. Mi padre asistió al armado de suplementos del diario de acontecimientos relevantes en Tandil como visitas de princesas, celebraciones de cincuentenarios y centenarios, la llegada del hombre a la luna y ni hablar de los golpes militares y los cambios de gobierno. También tuvo épocas donde se atrevió a discutir con las autoridades del diario sobre qué se contaba y cómo de algunas noticias comprometidas según el gobierno de turno…. Porque esas cosas en este país parece que no cambian. Como las imágenes lo revelan, (y me quedan algunas otras por encontrar) siempre fue muy estimado por la familia Cabral, lazo recíproco que le produjo mucho dolor cuando fiel a sus principios y compañeros de trabajo se puso al frente de la lucha sindical para adquirir derechos que les correspondían. Otra época donde decidió jugar de titular…
Avenida Brasil 102, local 2 . Tandil
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Su partida del diario no fue en las mejores circunstancias, como suele pasar en las historias de vida. Pero si de algo estoy segura y puedo transmitir sabiendo que me está dictando las palabras en este momento quien sabe desde qué nube, su afecto y agradecimiento por la familia Cabral siguen aún intactos. Y estaría abrazando afectuosamente a las “chicas Cabral” en este momento y recorriendo con enorme emoción cada rincón de esa casa que lo albergó por tantos años. Y yo, después de tantos años pienso y les doy gracias también por esa oportunidad que le dieron a mi padre. El Diario Nueva Era, más que un periódico local fue para él un hogar que contribuyó en su formación como persona, como hombre comprometido con su país, con su Tandil querido, con su gente cercana, que le amplió sus horizontes culturales y que le dio innumerables amigos y compañeros de trabajo que rondan en mi memoria. Yo misma he caminado infinidad de veces ese pasillo hacia el Taller, ese patio y cada rincón del taller donde los compañeros de mi padre cumplían sus tareas. Hasta he cebado mate en alguna oportunidad. ¡Felicidades a todos los que han sido y son parte del Diario Nueva Era! Pocas empresas perduran y festejan centenarios en estos días. Con afecto, Laura Di Nucci, hija de José Francisco Di Nucci (Chiche), Tipógrafo del diario Nueva Era
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Vagnola, el que vivió el Diario en caliente sneldo Vagnola tiene 92 años. De ellos 74 los pasó en Nueva Era transformándose en una especie de ícono del Diario donde desarrolló varias labores, especialmente la de gráfico. Empezó como cadete, pasó a ser tipógrafo y luego linotipista. Ya trabajaba en el diario cuando se creó el Sindicato de Gráficos, fue uno de los principales artífices de la Asociación de Jubilados y Pensionados del mismo sindicato y del Museo de Artes Gráficas de nuestra ciudad. También se animó a ser cronista deportivo y, posteriormente, cobrador. De tanto transitar nuestros pasillos, bien vale recordar la siguiente nota que le fue realizada años atrás precisamente en la celebración de otro aniversario de Nueva Era. Esneldo Omar Vagnola nació el 12 de abril de 1927 en Teodelina provincia de Santa Fe-, un pueblo ubicado a sólo tres kilómetros del límite con Buenos Aires. La desgracia se instauró en su casa cuando él recién había terminado cuarto grado: «había pasado a quinto y, en ese lapso, falleció mi padre. Entonces mi madre me dijo «dejá la escuela y andá a trabajar porque no nos va a alcanzar». Esas eran las peripecias que uno pasaba. Yo era el mayor de los hermanos», advierte en la entrevista. Debido a esta situación familiar, su madre decidió buscar apoyo en una hermana que se encontraba viviendo en Tandil para que la ayudara en su viudez y la cría de sus tres hijos. Es así que Esneldo arribó a nuestra ciudad, junto a su madre y dos hermanos, el 18 de noviembre de 1941. Pasaron unos pocos días desde su llegada a Tandil hasta que Esneldo consiguiera trabajo en NUE-
VA ERA: «en el barrio en que vivíamos me entero que un muchacho que estaba de cadete dejaba el trabajo. Y fui con mi madre. Me llevó hasta el diario, me presenté y al otro día empecé». Según cuenta, su primer día de trabajo fue el 1 de enero de 1942. Apenas tenía 14 años. «Lo recuerdo bien porque para mí NUEVA ERA fue siempre mi segunda casa, por no decir la primera. Lo primero que hice fue barrer pisos, o lavarlos, hacer mandados. El clásico trabajo de cadete. Y me fui incorporando a la tarea del diario porque fui conociendo de a poco el trabajo del tipógrafo, que es lo primero que se aprendía. Tal es así que hacíamos en aquellos tiempos muchas noticias o avisos a mano ya que no había tantas máquinas. Letra por letra íbamos escribiendo todo», cuenta. En la jerga de los trabajadores de imprenta se le llamaba «burro» a una especie de mueble con una infinidad de cajones extremadamente bajitos y largos, distribuidos uno arriba de otro, en donde se guardaban los tipos móviles, es decir, pequeños cuerpos metálicos que contenían una letra o carácter por pieza. Reuniendo el gran conjunto de piezas se iba escribiendo los textos, letra por letra. Desde la creación de la imprenta por Gutenberg en el Siglo XV hasta el Siglo XX casi no hubo cambios en la forma de hacer impresos a gran escala. El que vino a romper ese molde fue Ottmar Mergenthaler, quien en 1886 inventó la linotipo: una máquina que mecanizaba el proceso de composición de un texto para ser impreso. Ya no era preciso ir sumando manualmente de a uno los caracteres. «Después de hacer el trabajo de tipógrafo, con los años, fui creciendo y aprendiendo a manejar la linotipo. Yo veía al linotipista y me encantaba», confiesa. «La primera vez que me senté a una linotipo, fue una emoción enorme. Tenía miedo de tocarla y romper algo», cuenta Vagnola y le brillan los ojos. «De entre los que se encontraban trabajando con las máquinas, estaba Serafín Villar, que fue quien acompañó a don José Cabral a Buenos Aires a comprar una linotipo. Y con él trabajando en esa máquina es que fui yo a aprender, como curiosidad. Luego, terminé de manejar bien la tecnología de esa herramienta con otro compañero que ya falleció, Peralta», dice. Vagnola acota que con el tiempo «fuimos también haciendo las reparaciones mecánicas cuando se paraba la máquina porque algo se rompía. Era complicado traer gente que las reparara, salvo que se rompiera algo que nos superara en nuestro conocimiento. Por lo general, las fuimos arreglando nosotros. Había como seis o más linotipos, de distintos modelos». El trabajo en las linotipo era insalubre debido a que trabajaba con plomo fundido. El artefacto tenía un teclado parecido al de una máquina de escribir en el que el linotipista tipeaba los textos. La máqui-
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na en forma automática reunía los tipos móviles formando lo que sería la línea de texto y, utilizando plomo fundido, armaba esa línea en un único bloque de texto. Debido a la fundición del plomo, se emanaban gases que eran perjudiciales. A eso, había que sumarle las horas continuas de trabajo. Es por ello que la jornada de los obreros gráficos se reducía a seis horas. La indicación médica para contrarrestar los efectos nocivos de los gases, que podían afectar la salud de los linotipistas, era tomar un litro de leche por día y nos lo debía proveer la empresa. Pero nosotros canjeábamos la leche por un paquete de yerba. Así que, con el mate llegué hasta el día de hoy. Pero, la verdad es que era realmente insalubre. No tanto por la tinta sino por el plomo, señala Vagnola. La vitalidad y los 89 años que posee ponen en jaque la teoría de la leche y sus beneficios y deja bien parada a la infusión nacional por excelencia, a la hora de juzgar la insalubridad. A esa tecnología se la denominaba «en caliente», por la fundición de las líneas de plomo. Luego continuamos con las llamadas «en frío», en las que se imprimía en chapa. Con esa nueva forma, mejoró la falta de salud del oficio y además también mejoró la calidad de la impresión», acota Esneldo. De todos modos, entrando en el detalle de esa nueva forma de impresión, narra que a esa chapa, para que apareciera la letra, se la introducía en una batea de agua con ácido.»De esa manera, el ácido actuaba y comía la chapa separando la parte que sería para imprimir de la que quedaría sin tinta. Para que eso ocurriera, había que mover la batea como para que el ácido actuara y fuera comiendo la chapa. ¿Y sabe quién estaba a cargo de la batea? Ernesto Valor», revela Esneldo, como no pudiéndolo creer aún. Valor se convertiría en uno de los más prestigiosos artistas plásticos de Tandil. Incluso llegó a tener cierta trascendencia nacional y a entablar amistad con el famoso pintor del barrio de La Boca, Benito Quinquela Martín. Cuando comenzamos a hablar sobre los periodistas que vio trabajar en el diario, Esneldo no tiene dudas y lanza su veredicto de forma contundente: «le digo el Nº1: Ambrosio Renis. Debe haber sido el mejor periodista que hubo acá en Tandil. Hacía de todo. Era redactor, hacía entrevistas, lo que viniera. Era muy bueno». También, por haber sido recurrentes, parecen haber quedado en Vagnola grabados a fuego los recuerdos de las diferentes clausuras que tuvo que atravesar el diario «tanto en gobiernos civiles como militares», aclara.
Qué manera de nevar!
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l 8 de agosto de 1936 nevó como nunca, hasta entonces, en Tandil. Pero aquel acontecimiento quedó sepultado por una nevada más intensa aún ¡y en primavera!: el domingo 22 de octubre de 2002, un Día de la Madre difícil de olvidar. Nueva Era hizo un meticuloso registro de aquella novedad climática para la ciudad, tal como ilustran nuestras páginas. En el 36, cuando arrancaba con toda su furia la Guerra Civil Española, la noticia de la nevada fue doblemente mayúscula ya que ese día un cometa cruzó el cielo –el Pelletier- y la superstición popular asoció los dos sucesos que merecieron más de
una nota. En 2002, saliendo a arañazos de la crisis del 2001, la nieve sorprendió cuando ya estaba florecido y hasta la prensa nacional se hizo eco del fenómeno. En Tandil, esa noche, Nueva Era recorrió hasta la madrugada los paseos públicos, inundados de gente para ser testigos de un paisaje inusual. Las colas de autos rumbo al Dique y el Parque Independencia fueron interminables. Y ahí estuvo Nueva Era captando imágenes que duraron hasta la mañana siguiente como los muñecos de nieve que aparecieron en las casas, una postal del otro hemisferio.
100 años del diario Nueva Era de Tandil
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n momentos de cambios acelerados, que un diario cumpla 100 años es un hecho significativo y también una demostración del vínculo que el medio de prensa ha logrado con la co-
munidad a través de un siglo; sobre todo si se tiene en cuenta que ha sido testigo privilegiado del acontecer histórico de la ciudad y la región. Hemos leído muchas veces que la concepción del periódico como medio de comunicación masiva da por supuesto que es un actor en interacción con otros actores sociales. Pero más allá de esta idea, el diario Nueva Era, ha sido capaz de trascender a la misión limitada de informar noticias y ha logrado cola-
borar para que la vida pública funcione bien; podemos decir que cumplió con el objetivo del periodismo ciudadano: estimular al cambio. Ha sido un largo camino respaldado por la autenticidad y honestidad intelectual y un ejercicio profesional desplegado con responsabilidad. También es importante destacar que dentro de los estudios de las Ciencias Sociales, y especialmente en el caso de las investigaciones historio-
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gráficas, el Diario Nueva Era ha sido considerado como fuente documental relevante. En estos 100 años quiero destacar la labor que emprendió aquel 1° de Octubre de 1919 su fundador, el escribano José Antonio Cabral y felicitar a todos los que continuaron con esta obra hasta la actualidad, incluyendo a los periodistas, editores y lectores que han estado ligados a la empresa.
Rogelio Iparraguirre Jefe del Bloque de Concejales Unidad Ciudadana
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300 Millones U
na de las primeras obras teatrales que me voló la cabeza en el sentido literal de la expresión, vale decir volar la cabeza con mente y todo y salir a buscarla a la casa del vecino como si fuera una pelota, fue 300 Millones, de Roberto Arlt, escrita 30 años antes que yo naciera. Cuando pienso el motivo de ese arrollador impacto que me impulsó a corporizarme en una especie de Charles Lindbergh capaz de cruzar todos los puentes de aguas turbulentas, de océano a océano, concluí que no fue por el lenguaje escénico ni siquiera por la historia contada por el autor de las recordadas Aguafuertes. 300 Millones, en un primer sacudón, tuvo que ver con el periodismo algo que deduje años después. Es que cuando Arlt escribió esa pieza fue producto si se quiere del azar de su trabajo como periodista. El diario Crítica donde se desempeñaba lo había mandado a cubrir la crónica policial del suicidio de una mucama española ocurrido al saltar a las vías del tren. Al ingresar a la habitación donde ella vivía, iluminada por una minúscula bombita amarillenta de 25 bujías que pendía de un cable raído, sintió un profundo dolor pero que a la larga lo conduciría a imaginar la vida de esa pobre desdichada que había pasado la noche en vela sentada en el baúl de inmigrante, planeando su muerte. Y así nacería la obra. Me he puesto varias veces en la piel de ese Arlt periodista como cuando se infiltró en un hospital para hablar con leprosos y tuberculosos y así denunciar la falta de atención de la salud pública en la década del 30. Pero ninguna de sus innumerables peripecias se compara con la historia contada en 300 millones en la que aquella joven trabajadora, para escapar de su realidad, da rienda suelta a su imaginación y crea un personaje –Rocambole- a través del cual se entera que hereda una fortuna y así empieza a crear una ficción, la propia, más o menos como le pasa a Mía Farrow en La Rosa Púrpura de
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El Cairo que se escapa con el galán de la película que salta de la pantalla. Contado así 300 millones poco tiene que ver con el periodismo, sin embargo en su génesis que sí es periodística, está un poco el encanto de esta profesión. Es que el cronista no sólo describe el mundo (si fuera así poca importancia tendría su labor) sino que lo interpreta, lo modela y hasta lo recrea. Después viene todo eso conocido de la verdad, la investigación, la fidelidad. Pero hay también, aún en el periodismo más humilde de provincias, un ser creador y no sólo reproductor de imágenes y realidades. Pienso que, de otro modo, Nueva Era Era, con todo lo que vivió, no hubiese podido cumplir 100 años de los cuales dediqué exactamente 40 al influjo de aquel Arlt de los 300 millones. Es que, como muchos diarios del interior, esos diarios hechos a pulmón son fuentes inspiradoras para sortear las sombras más que para deleitarse con los gozos. Para ser más precisos: la anécdota aquí relatada en torno a la obra teatral tiene que ver con la concepción del periodismo como un acto de servicio para ponerse en la piel del otro, interpretarlo y hasta transformarse en él, que fue ni más ni menos lo que hizo Roberto Arlt. Por eso, para los que andamos de a pie o vivimos con lo justo, es inevitable que al cabo del tiempo -40 años en un sigloRoberto Arlt. nos planteemos la hipótesis incomprobable de cuánto más podríamos haber tenido eligiendo otros rumbos, pero sintiendo a la vez que somos millonarios por lo vivido en los pasillos de esta redacción como si hubiésemos recibido, imaginariamente, una herencia de 300 millones. Julio
V arela Varela