No es lo que parece

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NO ES LO QUE PARECE


Primera edición en español, 2012 Diseño y edición: Sebastián La Rosa Selección de textos: Sebastián La Rosa, Enrique Longinotti

© 2012, EDITORIAL LONGINOTTI

Fotocopiar libros está penado por la ley. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión o digital, en forma idéntica, extractada o modificada, en español o en cualquier otro idioma, sin la autorización expresa de la editorial. Impreso en Argentina Hecho el depósito que marca la ley 11.723


NO ES LO QUE PARECE


PRÓLOGO DEL EDITOR

pág. 6

PHILIP K. DICK

1.

pág. 29

JEROME D. SALINGER

2.

pág. 43

WASHINGTON CUCURTO

3.

pág. 53

RAYMOND CARVER

4.

pág. 9

Cadbury, el castor que fracasó

Linda boquita y verdes mis ojos

El curandero del amor

Si me necesitas, llámame


LECTURAS ADICIONALES

5.

pág. 67

¿Estos tipos escribían mucho?

pág. 75

De la muerte y de los cuernos, nadie se salva

pág. 79

¿Ellas se habrán salvado?


PRÓLOGO DEL EDITOR


Cuatro escritores de prestigio internacional se unen en un solo libro y sus intenciones se apartan un poco de lo tradicional (aunque tal vez lo correcto sería decir que se acercan más de lo que nadie se atrevería), ya que no se trata de textos que lo alejarán de la realidad y le harán ver un mundo maravilloso, terrible, fantástico, útópico o apocalíptico. Se presenta, entonces, un monstruo mucho más feroz, más temible e infinitamente impredecible; una bestia que se desliza bajo nuestras narices durante los trescientos sesenta y cinco días del año y se asienta en nuestra mente hasta que ya es demasiado tarde. Es el monstruo de la cotidianidad de lo humano. Nos encontramos, entonces, con estas cuatro “historias de amor”. A través de estos textos recorreremos las facetas más lastimosas del ser humano, tanto de las relaciones interpersonales como de la propia relación con uno mismo; recorremos las cuestiones más terribles de la autoestima y de las infidelidades, de la especulación y la idealización. ¿Qué es lo particularmente duro de ésto? Todas estas situaciones están alejadas de lo perverso, de lo morboso, de lo psicótico. No hay demencia, simplemente hay humanidad. Así, los autores desenmascaran ante nuestros ojos una realidad tan poderosa que no necesita ficción; es una realidad que nos absorbe en un vórtice de empatía de una manera tan eficiente que no podremos evitar sentir a flor de piel las frustraciones de los personajes mismos. Los escritores quitan los adornos floreados del mundo superficial y nos inundan con la brutalidad y pasividad de aquello que le sucede al, citando a Nietzsche, ‘humano demasiado humano’ (o en ciertos casos al castor demasiado humano). Por Sebastián La Rosa


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PHILIP K.

DICK

1.

Establecido en San Francisco, en 1964, empezaron sus experimentos con las drogas, en concreto el LSD, iniciado por escritores como Jack Newkon y Ray Nelson. Un excelente libro basado en el estilo de vida de los adictos, es su novela UNA MIRADA A LA OSCURIDAD. Los 70 fue un periodo extraño en la vida de Dick. Comenzó cuando Nancy, la cuarta esposa, lo dejó, llevándose a la hija de ambos con ella. Casi a la vez, su casa sufrió un misterioso asalto. A Philip no se le ocurrió nada mejor que adjudicarle la autoría a la CIA. Sin Nancy y sin su hija, empezó para Dick una de las peores épocas de su vida. Fuertemente adicto a las drogas y afectado por la paranoia, cayó en un periodo de sequía creativa que duró varios años. El, que siempre fue un prolífico escritor, no volvió a producir nada hasta 1973. Después de una tentativa de suicidio y una corta estancia en un centro de rehabilitación, Dick volvió a reencontrarse a si mismo


CADBURY, EL CASTOR QUE FRACASÓ


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Una vez, hace mucho tiempo, antes de que se inventara el dinero, cierto castor llamado Cadbury vivía en una exigua represa que había construido con sus propios dientes y patas, se ganaba la vida royendo arbustos, árboles y otras plantas a cambio de fichas de póquer de varios colores. Las fichas azules eran las que más le gustaban, pero se conseguían muy rara vez, generalmente sólo como pago de grandes encargos únicos y duros de roer. Durante los años en que había estado trabajando sólo había podido conseguir tres de esas fichas, pero intuía que debían existir más, y de cuando en cuando, durante los días de mordiente trabajo hacía una pausa por un momento, con la mirada fija en su taza de café instantáneo, y meditaba sobre las fichas de todas las tonalidades, incluyendo las azules. Su esposa Hilda lo importunaba con consejos cada vez que tenía oportunidad. —Mírate —le decía como de costumbre—. Realmente necesitas ver un psiquiatra. Tu montón de fichas blancas alcanza apenas la mitad del que tienen Ralf, Peter, Tom, Bob, Jack y Earl, los cuales viven y roen por los alrededores, y sólo porque estás tan ocupado y en las nubes por tus malditas fichas azules las cuales nunca conseguirás porque francamente y, si se expresa la verdad absoluta, te falta el talento, la energía y el impulso. —Energía e impulso —contestaba Cadbury con malhumor—, significan la misma cosa. —Sin embargo percibía cuánto tenía de razón. Ese era el principal defecto de su mujer: invariablemente tenía la verdad de su lado mientas él PHILIP K. DICK


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Boliche Juego de bolos.

Hincar el diente Apropiarse de una cosa que pertenece a otra persona.

tenía sólo aire caliente. Y la verdad, cuando se opone contra el aire caliente en la arena de la vida, generalmente lleva las de ganar. Ya que Hilda tenía razón, Cadbury desenterró ocho fichas blancas que tenía en un escondite secreto especial para guardarlas, un agujero profundo que estaba detrás de una pequeña roca, y caminó dos millas y tres cuartos hasta el psiquiatra más cercano, un conejo de modales suaves y con cara inocente, con forma de bolo de boliche, que de acuerdo a su esposa ganaba quince mil al año, era exitoso y así por el estilo. —¡Vaya si este es un claro día! —dijo el doctor Drat amistosamente, desenrollando y engullendo dos caramelos Tums y recargándose en su silla reclinable, densamente acolchada. —No es realmente tan claro —respondió Cadbury— cuando sabes que no tendrás ni siquiera la oportunidad de mirar una ficha azul de nuevo, aunque trabajes duramente moviendo el culo cada día y, ¿para qué? Ella lo gasta más rápido de lo que lo gano. Aunque le hincara el diente a una ficha azul, se iría esa misma noche en algo bastante caro e inútil en el arreglo de nuestra casa, como por ejemplo, en una lámpara recargable y con la potencia de doce millones de velas. Con garantía de por vida. —Eso si que es malditamente claro —dijo el doctor Drat—… eso que dice, esas lámparas auto recargables. —La única razón por la que he venido a verlo —dijo Cadbury—, es porque mi esposa me hizo venir. Puede obligarme a hacer cualquier cosa. Si me dice que nade hasta el centro del río y me ahogue, ¿sabe lo que haría? —Se rebelaría —dijo el doctor Drat, con su voz amistosa y sus patas saltarinas sobre la mesa de nudoso nogal. —Le patearía su jodida cara —dijo Cadbury—. La roería hasta los huesos, hasta el tuétano, justo hasta el tuétano. Tiene toda la maldita razón. Quiero decir, no estoy bromeando; es un hecho que la odio. —¿Qué tanto se parece su esposa —preguntó el doctor— a su madre? —Nunca tuve una madre —dijo Cadbury con una actitud gruñona… una actitud que adoptaba de vez en cuando: una característica regular en él, como Hilda lo había puntualizado—. Me encontraron flotando en la corriente del Napa dentro de una caja de zapatos con una nota escrita a mano en la que se leía: Descubridores guardianes. —¿Cuál fue su último sueño? —Mi último sueño —dijo Cadbury— es, bueno fue, igual a los demás. Siempre sueño que compró un dulce de menta de dos centavos en la farmacia, una de esas pastillas planas de chocolate cubiertas de menta y envueltas en papel metálico verde, y cuando le quito el papel no es un caramelo ¿Sabe lo que es? —Supongo que me lo dirá —dijo el doctor Drat, con un tono que sugería que realmente sabía que era pero nadie le pagaba para que lo dijera. Cadbury dijo fieramente: —Una ficha azul. O más bien, lucía como una ficha azul. Azul, plana, CADBURY, EL CASTOR QUE FRACASÓ


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redonda y del mismo tamaño. Pero en mi sueño siempre digo: «Quizá es sólo un caramelo azul». Me imagino que debe haber ese tipo de cosas, como caramelos de menta de color azul. Cómo odiaría guardar algo así en mi escondite secreto de fichas, un hondo agujero bajo una roca ordinaria, para toparme con que en un cálido día, tiempo después, y queriendo recuperar mi supuesta ficha azul, la encuentro derretida porque realmente era un caramelo de menta y no una ficha azul. ¿Y qué hago? ¿A quién voy a demandar? ¿Al fabricante? Cristo; nunca me dijeron que era una ficha azul; claramente decía, en mi sueño, sobre la envoltura verde… —Creo —interrumpió el doctor Drat con suavidad—, que nuestro tiempo se ha acabado por hoy. Bien podríamos hacer algunas exploraciones de este aspecto de su psique interna la próxima semana pues parece que nos va a conducir hacia algo. Incorporándose, Cadbury dijo: —¿Cuál es mi problema, doctor Drat? Quiero una respuesta; sea franco… lo puedo soportar. ¿Soy sicótico? —Bien, usted tiene ilusiones —dijo el doctor Drat, después de meditar un rato—. No, no es sicótico; no escucha la voz de Cristo ni nada por el estilo diciéndole que salga y viole gente. No, son ilusiones. Acerca de usted mismo, de su trabajo, de su esposa. Puede haber más. Adiós. —Se levantó y, dando saltitos, se acercó a la puerta de su consultorio y de manera educada pero firme, la abrió, exponiendo el túnel hacia la salida. Por alguna razón Cadbury se sintió engañado; sentía que apenas había comenzado a hablar y, curiosamente, el tiempo se había acabado. —Apuesto —dijo—, que ustedes los hurgadores de cabezas consiguen un maldito montón de fichas azules. Debería haber ido a la universidad y haberme convertido en psiquiatra y ahora no tendría ningún problema. Con excepción de Hilda; creo que seguiría con ella. Y como el doctor no hiciera ningún comentario, Cadbury caminó malhumorado las cuatro millas hacia el norte donde estaba su trabajo actual para roer, un gran álamo que crecía a la orilla del arrollo Papermill, y con furia le hincó el diente en su base, imaginándose que el árbol era una combinación del doctor Drat y de Hilda. Casi en ese preciso momento un ave impecablemente vestida llegó graznando a través del follaje de los cipreses que estaban alrededor para posarse en una rama del ahora oscilante álamo al que ahora Cadbury roía. —Su correo de hoy —le informó el ave, y dejó caer una carta que aterrizó justo en las patas traseras de Cadbury—. Correo aéreo, también. Se ve interesante, lo observe contra la luz y está escrito a mano, no mecanografiado. Parece que lo escribió una mujer. Con sus afilados incisivos, Cadbury rasgó el sobre. Suficiente, el pájaro del correo había percibido adecuadamente: era una carta escrita a mano, claramente el producto de la mente de alguna mujer desconocida. La carta, muy corta, decía: PHILIP K. DICK

Psique Alma humana.


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Querido Cadbury. Te amo. Cordialmente, y aguardando una respuesta. Jane Feckless Foundfully.

Tabaco Rapé El de polvo, más grueso y más oscuro que el ordinario y elaborado con hoja cortada algún tiempo después de madurar.

Nunca en su vida había Cadbury escuchado sobre esa persona. Volteó la carta por el frente, y no vio nada más escrito, olfateó y olió, o imagino que olía a un leve y sutil perfume ahumado. No obstante, en la parte de atrás de la carta sí encontró más palabras escritas por Feckless Foundfully (¿era señora o señorita?): Su dirección remitente. Esto excitó sus sentidos sin fin. —¿Tenía yo razón? —preguntó el ave del correo, desde su rama elevada. —No, es una cuenta —mintió Cadbury—. Hicieron que pareciera una carta personal. —Pretendió regresar a su trabajo, y después de una pausa el ave de correos, decepcionada, aleteó y desapareció. De golpe, Cadbury dejó de morder, se sentó en una elevación del terreno, sacó su caja de rapé con cubierta de concha de tortuga, pensativo tomó una pizca de su mezcla favorita, Sra. Siddon No. 3 y 4, y contempló con gran profundidad, de la manera más aguda posible, si (a) debería responder la carta de Jane Feckless o simplemente olvidar que la había recibido, o (b) responderla y (b uno), o hacerlo de una manera burlesca o (b dos) enviándole un significativo poema de la antología de Undermayer sobre Poesía del Mundo más algunas anotaciones sugerentes de una naturaleza sensible de su propia invención, o posiblemente incluso (b tres) ir directo al grano y decir algo así como: Querida Señorita (¿Señora?) Foundfully: En respuesta a su carta le digo que de hecho la amo yo también y soy muy infeliz en mi relación marital con una mujer a la que no amo ni nunca amé realmente y estoy bastante desalentado e insatisfecho con mi empleo y estoy consultando al doctor Drat quien, honestamente, no parece capaz de brindarme ayuda en lo más mínimo, aunque con toda probabilidad no es su culpa sino debido a la severidad de mi perturbación emocional. Quizá podríamos encontrarnos en un futuro cercano y discutir tanto su situación como la mía y, así, hacer algunos progresos. Cordialmente, Bob Cadbury (llámame Bob y yo te llamaré Jane, ¿estás de acuerdo?) El problema, sin embargo, se dio cuenta, consistía en el hecho obvio de que Hilda armaría un escándalo y haría algo espantoso… no tenía idea de qué, sólo una intuición, melancólica por cierto, de su severidad. Y además, pero en segundo lugar como problema, ¿cómo sabía que le gustaría o que amaría CADBURY, EL CASTOR QUE FRACASÓ


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a la señorita (o señora) Foundfully? Obviamente ella conocía su dirección de alguna manera de la cual él no estaba consciente o quizá había sabido de él por algún amigo mutuo; en cualquier caso parecía que sus emociones hacia su persona eran muy claras, así como sus intenciones, y eso era lo que importaba. La situación lo deprimía. Porque, ¿cómo sabría si este era el camino de salida de su miseria o por el contrario un empeoramiento de la misma pero en una dirección diferente? Aún sentando, y tomando pizca tras pizca de rapé, analizó las diferentes alternativas, incluyendo la de acabar con su vida, lo cual quedaba muy acorde con la naturaleza dramática de la carta de la señorita Foundfully. Esa noche, después de que llegó a casa cansado y descorazonado de su trabajo, después de haber cenado y haberse encerrado en su cuarto de estudio lejos de Hilda, donde no pudiera ella saber lo que estaba a punto de hacer, sacó su máquina portátil de escribir Hermes, insertó una hoja, reflexionó largamente y ahondando en su alma, y entonces le escribió una respuesta a la señorita Foundfully. Mientras yacía indolente, absorto en su tarea, su esposa Hilda irrumpió en su estudio cerrado. Trozos de la cerradura, puerta y bisagras, así como algunos tornillos, volaron en todas direcciones. —¿Qué estas haciendo —demandó Hilda— enconchado sobre tu máquina Hermes como bicho raro? Pareces una horrible arañita desecada, es la forma como luces a esta hora de la noche. —Estoy escribiendo a la rama principal de la biblioteca —dijo Cadbury, con una helada dignidad—, es sobre un libro que devolví y dicen que no. —Mentiroso —dijo su esposa con ira frenética, habiendo mirado sobre su hombro y visto el comienzo de la carta—. ¿Quién es esta señorita Foundfully? ¿Porque le estás escribiendo? —La señorita Foundfully —dijo Cadbury con gran arte— es la bibliotecaria que ha sido asignada a mi caso. —Bien, sé que estás mintiendo —dijo su esposa—. Porque yo escribí esa falsa carta perfumada para probarte. Y estaba en lo cierto. Le estás contestando. Lo supe en el momento en que te escuche comenzar a picotear esta máquina barata y vulgar en la que te encanta escribir tanto. —Entonces le arrebató la máquina, con todo y carta, y la arrojó por la ventana del estudio de Cadbury hacia la oscuridad de la noche. —Asumo entonces —se las arregló Cadbury para decir pasado un rato— que no existe ninguna seorita Foundfully, así que no tiene sentido que saque la linterna y me ponga a buscar afuera mi Hermes, si existe todavía, para finalizar la carta. ¿Estoy en lo correcto? Con una expresión burlesca, pero sin rebajarse a contestarle, su esposa salió con pasos firmes de su estudio, dejándolo solo con sus suposiciones y con su lata de Boswell’s Best, una mezcla de rapé demasiado suave para una ocasión como esta. Bien, pensó Cadbury para sí mismo, creo que nunca seré capaz de alejarme PHILIP K. DICK


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Bezoar Concreción calculosa que suele encontrarse en las vías digestivas y en las urinarias de algunos mamíferos, y a la que se atribuyeron propiedades curativas.

de Hilda. Me pregunto, pensó, cómo habría sido la señorita Foundfully si realmente hubiera existido. Quizá, aunque mi esposa la inventó, en algún lugar del mundo debe haber alguien que sea como pienso que debió haber sido la señorita Foundfully, o más bien como me imaginaba antes que era. ¿Me entiendes?, se preguntó a sí mismo. Mi esposa Hilda no puede ser todas las señoritas Foundfully del mundo entero. El día siguiente en su trabajo, solo frente al álamo a medio roer, sacó una pequeña libreta y un lápiz, un sobre y estampillas, que se agenció de sacar de su casa sin que Hilda se diera cuenta. Sentado sobre una ligera saliente de tierra, inspirando de manera meditabunda pequeños pellizcos de Bezoar Fine Grind, escribió una pequeña nota de manera que fuera fácil de leer: ¡A QUIEN LEA ESTO! Mi nombre es Bob Cadbury y soy un castor joven y bastante saludable con un amplio conocimiento en ciencias políticas y teología, aunque autodidacta, y me gustaría hablar contigo de Dios y del Propósito de la Existencia así como de otros temas por el estilo. O podríamos jugar ajedrez. Cordialmente, Y debajo firmó con su nombre. Por un rato estuvo meditando, inspiró una pizca extra grande de Bezoar Fine Grind, y agregó: P.D. ¿Eres una chica? Si es así, apuesto que eres bonita. Doblando la nota, la colocó en una lata de rapé casi vacía, selló la lata minuciosamente con cinta Scotch, y la dejó flotando en el río que se la llevó rumbo a lo que consideró era el noroeste. Pasaron varios días antes que viera, para su excitación y regocijo, una segunda lata de rapé, y no la misma que había lanzado, ésta flotaba lentamente en el río rumbo a una dirección que consideró el sureste. Querido Cadbury (comenzaba la nota dentro de la lata de rapé). Mi hermana y mi hermano son los únicos amigos verdaderos que tengo por aquí, si eres un amigo verdadero y no te comportas de la forma en que todos me han tratado desde que llegué de Madrid, estoy segura que me gustaría conocerte. Había también una posdata. P.D. Suenas realmente entusiasta e ingenioso, apuesto a que sabes mucho sobre Budismo Zen. La firma de la carta apenas si se podía leer, pero por fin distinguió que decía Carol Stickyfoot. CADBURY, EL CASTOR QUE FRACASÓ


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En ese mismo instante despachó su respuesta: Querida señorita (¿señora?) Stickyfoot, ¿Es usted real o alguien inventado por mi esposa? Es esencial que lo sepa de una vez, ya que en el pasado he sido engañado y ahora tengo que estar constantemente en guardia. Envió la nota, flotando dentro de la caja de rapé con rumbo hacia el noroeste. La respuesta, cuando arribó al día siguiente flotando en dirección al sureste en una lata de rapé Cameleopard No. 5, decía brevemente: Señor Cadbury, si cree que soy una invención de la mente distorsionada de su esposa, va a cometer el error de su vida. Sincera y verdaderamente suya, Carol. Bueno, ese sí que es un buen consejo, se dijo a sí mismo Cadbury mientras leía y releía la carta. Por otro lado, se dijo, era esa precisamente la manera en que esperaría que la mente distorsionada de su mujer actuara. ¿Qué probaba? Querida señorita Stickyfoot (escribió de regreso), La amo y creo en usted. Pero solo para asegurarme, quiero decir, desde mi punto de vista, ¿podría enviarme en un sobre separado, por paquetería si lo desea, alguna cosa, objeto o artefacto que probara más allá de cualquier duda razonable quién y qué es usted?, si no es mucho pedir. Intente entender mi posición. No me atrevería a cometer un segundo error como el desastre con la señorita Foundfully. Esta vez iría yo junto con mi máquina Hermes cuando fuera arrojada por la ventana. Con adoración, etc Envió el mensaje flotando rumbo al noroeste y se quedó aguardando una respuesta. Mientras tanto, sin embargo, tenía que volver a visitar al doctor Drat. Hilda había insistido en ello. —¿Y cómo marchan las cosas río abajo? —dijo el doctor Drat con un tono jovial y con sus patas saltarinas y velludas sobre el escritorio. La decisión de ser franco y honesto con el psiquiatra pendía sobre Cadbury. Seguramente no había peligro alguno en contarle todo a Drat; eso era para lo que le pagaba: para que escuchara la verdad con todos sus detalles, tanto los horribles como los sublimes. —Me he enamorado de Carol Sticykfoot —comenzó—. Pero a la vez que PHILIP K. DICK


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mi amor es absoluto y eterno, tengo esta importuna ansiedad de que es una creación de la imaginación enfermiza de mi mujer, confeccionada como fue la señorita Foundfully, para revelarle mi verdadero yo, lo cual a toda costa deseo ocultar. Porque si mi verdadero yo emerge, acabaría con toda la mierda que es ella y la dejaría acabada. —Hmm —dijo el doctor Drat. —Y también a usted —dijo Cadbury, descargando de golpe todas sus hostilidades en un gran cesto. El doctor Drat dijo: —¿No confía en nadie, entonces? ¿Está separado de toda la humanidad? ¿Ha seguido una pauta de vida que lo ha conducido insidiosamente al aislamiento total? Piense antes de responderme; la respuesta puede ser sí, y esto puede ser difícil de encarar. —No estoy aislado de Carol Sticykfoot —dijo Cadbury acaloradamente—. De hecho ese es el único punto; estoy intentando acabar con mi aislamiento. Cuando estaba preocupado por las fichas azules, entonces sí que estaba aislado. Encontrar y conocer a la señorita Sticykfoot puede significar el final de toda mi vida equivocada, y si acaso tiene usted alguna visión sobre mi persona debería estar condenadamente satisfecho que yo haya enviado flotando esa caja de rapé ese día. Condenadamente satisfecho. —Miró con malhumor y furiosamente al doctor de largas orejas. —Podría interesarle saber —dijo el doctor Drat— que la señorita Stickyfoot es una antigua paciente mía. Se perturbó en Madrid y tuvo que ser enviada para acá dentro de una maleta. He de admitir que es bastante atractiva, pero tiene demasiados problemas emocionales, y su seno izquierdo es más grande que el derecho. —¡Pero admite que es real! —gritó Cadbury excitado con su descubrimiento. —Oh. Sí, es bastante real. Le concedo eso. Pero pronto puede estar bastante ocupado. Después de un tiempo puede desear volver con Hilda de nuevo. Sólo Dios sabe a dónde los conducirá a ambos Carol Stickyfoot. Dudo que Carol misma lo sepa. Sonaba bastante bien para Cadbury, y regresó a su álamo virtualmente molido junto al río con el ánimo exaltado. Según su Rolex a prueba de agua, eran apenas las diez y media, así que tenía más o menos el día entero para planear lo que haría, ahora que sabía que Carol Stickyfoot realmente existía y no era solamente otra trampa ilusa manufacturada por su esposa. Algunas regiones del río permanecían sin precisar en los mapas, y, debido a la naturaleza de su empleo, conocía estos lugares íntimamente. Le quedaban seis o siete horas antes de tener que reportarse a casa con Hilda; ¿por qué no abandonar temporalmente el proyecto del álamo y comenzar rápidamente a construir un cómodo y agradable refugio para Carol y él, lejos de donde el gran mundo pudiera identificarlos, reconocerlos y localizarlos? Había llegado la hora de actuar pues el tiempo de pensar ya había pasado. CADBURY, EL CASTOR QUE FRACASÓ


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Hacia el final del día, mientras trabajaba profundamente abstraído en levantar el pequeño y agradable refugio, una lata de Dean’s Own llegó flotando rumbo al sureste del río. Reaccionando con alarma, recorrió un buen tramo del río chapoteando antes de alcanzar la lata y evitar que se la llevara la corriente. Cuando removió la cinta Scotch y abrió la lata encontró un pequeño paquete envuelto en papel de seda con una nota burlona. Aquí está tu prueba. (Se leía en la nota). El paquete contenía tres fichas azules. Por cerca de una hora Cadbury apenas podía creerse capaz de morder adecuadamente, tan grande era el impacto de la prueba de autenticidad de Carol, la prenda que le había dado y todo lo que significaba. A punto de enloquecer mordió rama tras rama de un viejo roble, regando ramitas por todos lados. Un extraño frenesí se había apoderado de él. Realmente había encontrado a alguien, se las había arreglado para escapar de Hilda… el camino se extendía frente a él y sólo tenía que caminar… o más bien nadar. Atando juntas varias latas vacías de rapé con un largo cordel, las arrojó hacia el río; las latas flotaron más o menos hacía el noroeste y Cadbury chapoteó detrás de ellas, respirando pesadamente y lleno de anticipación. Mientras chapoteaba, manteniendo perpetuamente a la vista las latas de rapé, compuso un cuarteto rimado para la ocasión de encontrarse con Carol cara a cara. Hay pocos que dirán que te amo. Pero esto, te diré, es la verdad: Este hecho que tanto he anhelado Es cierto y pleno, es la realidad. No sabía con certeza lo que quería decir, pero le gustaba la forma en que las palabras rimaban. Mientras tanto, las latas atadas lo conducían cada vez más cerca, o eso es lo que esperaba y creía, de la señorita Stickyfoot. ¡Qué felicidad! Pero entonces, mientras chapoteaba por el río, recordó los maliciosos y cuidadosamente casuales comentarios que el doctor Drat había hecho, las semillas de la incertidumbre sembradas con el estilo profesional del doctor Drat. ¿Sería capaz (él mismo, no Drat) de tener el valor, el poder y la integridad, la dedicación en su propósito, de hacer frente a Carol si, como declaraba Drat, tenía severos trastornos emocionales? ¿Y si resultaba que Drat tenía la razón? ¿Y si Carol resultaba ser más destructiva y difícil que Hilda, que había lanzado su máquina Hermes por la ventana y que tenía toda clase de manifestaciones de ira psicópata? Ocupado en sus reflexiones, no se dio cuenta que las latas atadas se habían deslizado al margen del río silenciosamente. Reflexivamente, nadó hacia ellas y salió del río hacia la tierra firme. Enfrente se encontraba un modesto apartamento con las persianas de las PHILIP K. DICK


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Henchido Colmado, lleno.

ventanas pintadas a mano y con un móvil abstracto colgando indolente por encima de la puerta. Y ahí, en el porche del frente, estaba sentada Carol Stickyfoot, secándose su cabello con una gran toalla blanca y mullida. —Te amo —dijo Cadbury. Se sacudió el agua del río que se le había quedado en su piel y se movió inquieto, lleno de amor reprimido. Volteando a verlo, Carol Stickfoot lo miró evaluándolo. Tenía unos grandes y amorosos ojos negros y el pelo largo y denso que brillaba al sol que se desvanecía con la tarde. —Espero que hayas traído las tres fichas azules contigo —dijo—. Porque, verás, las pedí prestadas en el lugar donde trabajo y tengo que devolverlas. — Agregó—: Fue un gesto simbólico porque parecía que necesitabas seguridad. Los idiotas han estado molestándote, como ese hurgacabezas del doctor Drat. Es un verdadero idiota de la peor clase. ¿Gustas una taza de café instantáneo Yuban? Mientras la seguía dentro de su departamento Cadbury dijo: —Espero que hayas oído lo que dije al llegar. Nunca he sido más serio en toda mi vida. Realmente sí te amo, y de la manera más seria. No estoy buscando algo trivial o casual o temporal; estoy buscando la clase de relación más durable y seria que hay. Espero en el nombre de Dios que no estés jugando, porque nunca me había sentido más serio y tenso en toda mi vida, aún incluyendo las fichas azules. Si esto es solamente una forma de divertirte o algo por el estilo sería muy amable y piadoso de tu parte que ahora me hablaras directamente y lo diéramos por terminado. Porque la tortura de dejar a mi esposa y comenzar una nueva vida y encontrarte… —¿Te dijo el doctor Drat que pinto? —Carol Stickyfoot le preguntó mientras ponía una cacerola con agua sobre la estufa de su modesta cocina y encendía el quemador debajo con una cerilla anticuada, grande y de madera. —Sólo me dijo que se te botó el corcho en Madrid —dijo Cadbury. Se sentó junto a la pequeña mesa de pino y sin pintar que estaba frente a la estufa y miró con el corazón henchido de amor a la señorita Stickyfoot agregando unas cucharadas de café en un par de tazones de cerámica que tenían espirales patafísicas en su barniz horneado. —¿Sabes algo sobre el Zen? —preguntó la señorita Stickyfoot. —Solo que haces preguntas, koans, que son una especie de acertijos — dijo—. Y que respondes cosas sin sentido porque las preguntas son realmente idiotas en primer lugar, cosas como ¿Por qué estamos en la Tierra?, y así sucesivamente. —Esperó haberlo expresado adecuadamente y que ella pensara que realmente sí sabía algo sobre el Zen, como mencionaba en su carta. Y entonces se le ocurrió una muy buena respuesta Zen para su pregunta: —El Zen —dijo— es un sistema filosófico completo que contiene preguntas para cada respuesta en el Universo. Por ejemplo, si tienes la respuesta «Sí», entonces el Zen es capaz de exponerte la pregunta exacta para ésta, como «¿Debemos morir para complacer al Creador, a quien le gusta que sus criaturas perezcan?» Aunque ahora que lo pienso más profundamente, la pregunta que CADBURY, EL CASTOR QUE FRACASÓ


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iría más con esa respuesta ahora sería: «¿Estamos aquí en esta cocina a punto de beber café instantáneo Yuban?» ¿Estás de acuerdo? —Al ver que ella no respondía inmediatamente, Cadbury agregó de prisa—: De hecho el Zen diría que la respuesta «Sí» es la respuesta a esa pregunta: A si estás de acuerdo. Ahí tienes uno de los grandes valores del Zen; puede proponer una variedad de preguntas exactas para cualquier respuesta dada. —Estás lleno de mierda —dijo la señorita Stickyfoot con desdén. Cadbury dijo: —Eso prueba que entiendo el Zen. ¿Lo ves? O, quizá el hecho es que realmente tú no entiendes el Zen. —Se sentía un poquito irritado. —Quizá tienes razón —dijo ella—. Me refiero a mi no entendimiento del Zen. El hecho es que no le entiendo en lo absoluto. —Eso es muy propio del Zen —puntualizó Cadbury—. Y yo también. Lo cual es también muy propio del Zen. ¿Lo ves? —Aquí está tu café —dijo la señorita Stickyfoot; colocó sobre la mesa dos tazas llenas de hirviente café y se sentó frente a él. Entonces sonrió. Le pareció una sonrisa agradable, llena de luz y gentileza, una pequeña y tímida sonrisa maliciosa, con un sorprendente brillo de cuestionamiento, preocupación y maravilla en sus ojos. Eran realmente unos hermosos ojos negros y grandes, exactamente los más hermosos que había visto en su vida entera, y con toda certeza supo que estaba enamorado de ella; no era solamente lo que había dicho, era una realidad. —Te das cuenta que estoy casado —dijo mientras tomaba unos sorbos de su café—. Pero estoy separado. He construido un cuchitril río abajo, en un lugar donde nadie jamás va. Y digo cuchitril para no darte la falsa impresión de que es una mansión o algo así; aunque realmente está muy bien terminado. Soy un artista experto en mi campo. No trato de impresionarte; es simplemente la verdad de Dios. Sé que puedo encargarme de nuestras necesidades. O podemos vivir aquí. —Miró a su alrededor, el modesto departamento de la señorita Stickyfoot, ascético y con buen gusto, como lo había arreglado ella. Le gustaba aquí; sentía que la paz llegaba a su ser, un desvanecimiento de sus tensiones. Por vez primera en años. —Tienes un aura curiosa —dijo la señorita Stickyfoot—. Un tanto suave, borrosa y púrpura. Me gusta. Pero nunca había visto una igual. ¿Construyes trenes a escala? Parece la clase de aura que tendría alguien que construye modelos a escala de trenes. —Puedo construir casi cualquier cosa —dijo Cadbury—. Con mis dientes, mis manos, con mis palabras. Escucha, esto es para ti. —Entonces le recitó el poema de cuatro líneas. La señorita Stickyfoot escuchaba resueltamente. —Ese poema —decidió, cuando él hubo terminado—, tiene wu. «Wu» es un término japonés, ¿o es chino?, y, ¿sabes qué significa? —Hizo un gesto con irritación—. Simplicidad. Como un dibujo de Paul Klee. —Pero luego agregó—. Creo que no es muy bueno. Por otra parte. —Lo compuse yo —explicó enojado—, mientras chapoteaba hacia aquí río PHILIP K. DICK

Cuchitril Habitación estrecha y desaseada


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Cháchara Abundancia de palabras inútiles.

abajo siguiendo mis latas de rapé atadas. Fue algo que surgió en ese momento, sin pensarlo. Puedo escribir cosas mejores en la paz de mi estudio con mi máquina Hermes. Si Hilda no está tocando la puerta. Puedes darte cuenta por qué la odio. Por sus sádicas intrusiones, el poco tiempo que tengo libre para algún trabajo creativo es mientras chapoteo o como mi almuerzo. Ese aspecto de mi relación marital explica por sí solo por qué tuve que romperla y venir a buscarte. Con una persona como tú a mi lado puedo acceder a un nivel totalmente nuevo de creatividad. Tendría fichas azules saliéndome por las orejas. Además, no tendría que lanzarme al olvido viendo al doctor Drat, a quien llamaste con toda exactitud el idiota número uno. —Fichas azules —repitió la señorita Stickyfoot, haciendo eco a sus palabras, torciendo su cara con desdén—. ¿Es ese el nivel al que te refieres? Me parece que tienes las aspiraciones de un vendedor de fruta seca. Olvídate de las fichas azules; no dejes a tu esposa por eso: estás trayendo contigo todo tu antiguo sistema de valores. Has interiorizado todo lo que ella te ha enseñado, sólo que lo estás llevando un paso más adelante. Cambia de camino totalmente y todo irá bien contigo. —¿Cómo el Zen? —preguntó. —Sólo juegas con el Zen. Si realmente lo entendieras no habrías contestado mi nota viniendo aquí. No hay persona perfecta en el mundo, para ti ni para nadie más. No puedo hacerte sentir mejor de lo que te sientes con tu esposa; traes los problemas en tu interior. —Estoy de acuerdo contigo, excepto en un punto —coincidió Cadbury, excepto en un punto—, mi esposa empeora mis problemas. Quizá contigo no se vayan totalmente, pero no pueden ser tan malos. Nada puede ser tan malo a partir de ahora. Al menos no arrojarás mi máquina de escribir por la ventana cada vez que te enojes conmigo, y además quizá no te enojes conmigo cada maldito minuto del día y de la noche, como ella. ¿Has pensado en eso? Mastica eso, como dice la expresión. Su razonamiento no pareció pasar desapercibido para la señorita Stickyfoot; asentía como si estuviera de acuerdo al menos parcialmente: —Muy bien —dijo después de una pausa, y sus grandes ojos negros se encendieron con un brillo repentino—. Hagamos el intento. Si puedes dejar por un rato toda tu cháchara obsesiva, quizá por primera vez en tu vida, lo haré por ti y para ti, lo cual nunca podrías haber hecho solo, lo que sea necesario hacer. ¿Está bien? ¿Tengo que acostarme contigo? —Lo has comenzado a enunciar de una manera peculiar —dijo Cadbury, con una mezcla de alarma, sorpresa… y de maravilla creciente. La señorita Stickyfoot había comenzado a cambiar de una manera palpable ante sus ojos. Lo que hasta ahora le había parecido la belleza definitiva evolucionó ante su fija mirada; la Belleza, como la había conocido, anticipado e imaginado, se disolvió y fue arrastrada por los ríos del olvido, del pasado, de las limitaciones de su propia mente: fue remplazado, ahora, por algo nuevo, algo que lo sobrepasaba, que nunca había conjurado su propia imaginación. Excedía eso por mucho. CADBURY, EL CASTOR QUE FRACASÓ


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La señorita Stickyfoot se había convertido en varias personas, cada una de ellas relacionada con la naturaleza de la realidad, cada una hermosa pero no ilusoria, atractiva pero dentro de los confines de lo real. Y estas personas, vio, significaban mucho más, eran mucho más, porque no eran manifestaciones satisfaciendo sus deseos, productos de su propia mente. Una de ellas, una chica semi-oriental con cabello negro, largo y sedoso, lo miraba con ojos inteligentes, brillantes e impasibles, ojos que centelleaban con una quieta conciencia; la percepción de él dentro de su mirada, lúcida y correcta, impoluta por sentimientos de ninguna clase, piedad ni compasión… aunque sus ojos contenían una clase de amor: justicia, sin aversión ni repudio hacia él, tan consciente como estaba ella de sus las imperfecciones de él. Era un amor fraterno, que le compartía la evaluación analítica y cerebral de sí como de ella, y la unión de los dos en un enlace a partir de sus mutuos defectos. La siguiente chica, sonriendo con tolerancia y perdón, ignorante de él, incapaz de fallarle en modo alguno… nada que él hubiera sido o no hubiera sido, nada que pudiera hacer o fallara en hacer la decepcionaría jamás ni disminuiría el afecto que le tenía, resplandeciente y ardiendo oscuramente, con una especia de calidez, triste y, a la vez, eternamente alegre en su felicidad; esta, su madre, su eterna madre que nunca desaparecería ni se iría, que nunca lo dejaría ni se olvidaría de él, que nunca le retiraría su protección, su manto abrigador que lo cubriría, llenándolo de calor e insuflándole la llama vacilante de una nueva vida cuando el dolor, la derrota y la soledad lo habían reducido casi a cenizas… la primera muchacha, su igual: su hermana, quizá; esta chica era su madre, suave y fuerte, a la vez que frágil y temerosa, pero sin demostrarle nada de esto. Y, junto con ellas, una irritable chica malhumorada con mala cara, inmadura pero bonita en una forma estropeada, con ciertas manchas en la piel, usando una blusa demasiado adornada y brillante, una falda muy corta, con las piernas muy delgadas; sin embargo atractiva de una manera inconclusa. Lo miraba con decepción, como si él le hubiera fallado, como si siempre lo hiciera; y aun así su mirada era demandante, esperando todavía más, tratando aún de obtener más y más de él, todo lo que necesitaba y anhelaba: el mundo entero, el cielo, todo, pero despreciándolo porque nunca podría dárselo. Esta, se dio cuenta, era su futura hija, quien lo abandonaría finalmente, mientras que las otras dos no, que lo dejaría con resentida decepción para buscar la plenitud en otro hombre joven. La tendría sólo por poco tiempo. Y nunca podría complacerla totalmente. Pero las tres lo amaban, y las tres eran sus chicas, sus mujeres, sus realidades femeninas nostálgicas, esperanzadas, tristes, azoradas, confiadas, sufrientes, cálidas, alegres, sensuales, protectoras y demandantes, su trinidad del mundo objetivo alzándose en oposición y a la vez completándolo, agregándole lo que no era ni sería nunca, lo que anhelaba, apreciaba y respetaba, lo que amaba y necesitaba más que nada en su existencia. La señorita Stickyfoot, cual tal, se había ido. Estas tres chicas quedaban en su lugar, y no se comunicarían con él de manera remota, a través de un vacío, con mensajes flotantes sobre el Río PHILIP K. DICK

Insuflar Introducir en un órgano o en una cavidad un gas, un líquido o una sustancia pulverizada.


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Papermill dentro de cajas vacías de rapé; le hablarían directamente, sus ojos intensos fijos en él de manera implacable, incesantemente concientes de él. —Viviré contigo —dijo la chica de rasgos asiáticos con ojos calmos—. Como compañera neutral, positiva y encendida, mientras esté viva y estés vivo, lo cual no podrá ser para siempre. La vida es transitoria y usualmente no vale la pena joderla. A veces creo que los muertos están mejor. Quizá me una a ellos hoy, quizá mañana. Quizá termine matándote y te envíe con ellos o lo hagas tú. ¿Quieres venir? Puedes pagar los gastos del viaje, al menos si deseas que te acompañe. De otro modo, viajaré sola y gratis en un trasporte militar 707; tengo un reembolso regular por parte del gobierno por el resto de mi vida, que pongo en una cuenta de un banco secreto y va destinada a investigaciones semi legales secretas y cuya naturaleza más te conviene, por Dios, no descubrir nunca si sabes lo que es mejor para ti. —Hizo una pausa, mirándolo todavía de manera impasible—. ¿Bien? —¿Cuál era la pregunta? —dijo Cadbury, perdido. —Dije —le dijo fieramente, descalificando impacientemente sus limitadas facultades mentales—, que viviré contigo por un indeterminado período de tiempo, con resultados inciertos, si pagas lo suficiente, y sobre todo, y esto es obligatorio, si mantienes la casa funcionando adecuadamente, ya sabes, pagar las cuentas, limpiar, hacer las compras, preparar la comida, de tal modo que no me moleste. Así podré dedicarme a mis cosas, que es lo que importa. —Está bien —dijo anhelantemente. —Nunca viviré contigo —dijo la chica de los cálidos ojos tristes, la del pelo color humo, llenita y flexible, con su chaqueta mullida con borlas, vestida de cuero, sus cordeles sueltos y marrones, de botas y alzando un bolsa de piel de conejo—. Pero pasaré por tu casa de vez en cuando de camino a mi trabajo en la mañana para ver si tienes algo que compartirme, y si no tienes y estás deprimido, te llenaré de energía… pero no ahora. ¿Está bien? —Sonrió aún con más intensidad, sus amorosos ojos llenos de sabiduría y de la complejidad oculta de sí misma y de su amor. —Seguro —dijo. Deseaba más, pero sabía que era todo; no le pertenecía, no existía para él: era ella misma, un producto y una parte del mundo. —Es una violación —dijo la tercera chica, con los labios demasiado rojos y abundantes doblándose en una mueca maliciosa, pero al mismo tiempo con un gesto de diversión—. Nunca te dejaré, viejo sucio, porque cuando lo haga, ¿dónde diablos vas a encontrar a alguien más que quiera vivir con un abusador de niños que se va a morir de una embolia coronaria o de un infarto masivo cualquier día de estos? Después que me haya ido, se habrá acabado todo para ti, viejo sucio. —Repentina, brevemente, sus ojos se humedecieron de pesar y compasión… pero sólo por un instante que ya había pasado—. Esa será la única felicidad que tendrás. Así que no me puedo ir; tengo que quedarme contigo y posponer mi propia vida; aun si es para siempre. —Entonces perdió, gradualmente, toda su animación; una especie de negrura inerte, resignada y mecánica se instaló en sus rasgos inmaduros, chillones y atractivos—. Pero si CADBURY, EL CASTOR QUE FRACASÓ


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tengo una oferta mejor —dijo fríamente—, la tomaré. Tengo que buscar y ver. Mirar cómo anda la acción allá en el pueblo. —Al diablo con todo eso —dijo Cadbury, irritado, con resentimiento. Y experimentó en ese instante una terrorífica sensación de pérdida, como si ella ya se hubiera marchado, así de pronto; como si ya hubiera sucedido… esto, la peor de las cosas posibles en toda su vida. —Ahora —dijeron las tres chicas a la vez, vigorosamente—, vayamos al meollo del asunto. ¿Cuántas fichas azules tienes? —¿C-cómo? —tartamudeó Cadbury perplejo. —Ese es el nombre del juego —sonaron las tres chicas al unísono, con los ojos brillantes y ásperos. Todas sus facultades combinadas habían despertado a la existencia con el tema; estaban individual y colectivamente completamente alertas—. Veamos tu chequera. ¿Cuál es tu saldo? —¿Cuál es tu Producto Anual Bruto? —preguntó la chica asiática. —Nunca te quitaría nada —dijo la chica sentimental, cálida, paciente y afectuosa— pero me podrías prestar un par de fichas azules? Sé que tienes cientos, tú, un castor importante y famoso. —Saca algunas y cómprame dos cuartos de chocolate, leche, un paquete de donas de sabores variados y una Coca en Speedy Mart —dijo la chica irritable. —¿Me puedes prestar tu Porsche —pidió la chica afectuosa— si le pongo gasolina? —¡Pero no puedes conducir el mío —dijo la de lo rasgos asiáticos—, eso incrementaría el costo de mi seguro, el cual paga mi madre! —Enséñame a conducir —dijo la muchacha malhumorada—, así podré llevar a uno de mis novios al autocinema mañana por la noche; sólo cobran dos dólares por carro. Pasan cinco películas, y podemos meter a un par de tipos y a una chica en la maletera. —Mejor será que confíes tus fichas azules a mi cuidado —dijo la chica afectuosa—. Estas otras chavalas te van a limpiar. —Jódete —dijo bruscamente la chica malhumorada. —Si la escuchas o le das una sola ficha azul —dijo la muchacha asiática fieramente— te arrancaré tu jodido corazón y me lo comeré vivo. Y esta tipa sin clase tiene gonorrea; si te acuestas con ella quedarás estéril por el resto de tu vida. —No tengo ninguna ficha azul —dijo Cadbury ansiosamente, temiendo que al conocer esto, las tres chicas se fueran—. Pero yo… —Vende tu máquina de escribir Hermes Rock —dijo la chica asiática. —La venderé por ti —dijo la chica afectuosa y protectora con su voz gentil—. Y te daré… —Calculó, minuciosamente, con lentitud y esfuerzo—. Lo dividiré contigo. Justamente. Nunca me gastaré lo que es tuyo. —Le sonrió, y él supo que era verdad. —Mi madre tiene su propia máquina eléctrica IBM, con espaciador automático, el modelo compacto de oficina —dijo la chica irritable de manera arrogante, casi desdeñosa—. Tengo mi propia máquina de escribir y aprenderé PHILIP K. DICK


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a usarla para conseguir un buen trabajo, a menos que consiga más como desempleada en la asistencia social. —Más adelante en el año… —comenzó Cadbury con desesperación. —Te veremos después —dijeron las tres chicas que antes habían sido la señorita Stickyfoot—. O nos puedes enviar las fichas por correo, ¿te parece? —Comenzaron a desaparecer, colectivamente; ondulando y volviéndose insustanciales. O acaso… ¿Era Cadbury mismo, el Castor que Fracasó, el que se estaba volviendo insustancial? Tuvo la repentina y desesperante intuición que era esto último. Él se estaba desvaneciendo; ellas se quedaban. Y aun así eso era bueno. Podría sobrevivir a ello. Podría sobrevivir a su propia desaparición. Pero no a la de ellas. Ya ahora, en el poco tiempo en que las había conocido, significaban más que él mismo. Y eso era un alivio. Fuera que tuviera alguna ficha azul para ellas o no, y eso parecía ser lo que les importaba, sobrevivirían. Si no podían chantajearlo, robarle, pedirle prestado u obtener de él por cualquier medio fichas azules, lo conseguirían de alguien más. Si no de cualquier modo seguirían adelante felices. Realmente no las necesitaban; les gustaba tenerlas. Podían sobrevivir con ellas o sin ellas. Pero, francamente, no estaban interesadas en sobrevivir. Querían ser, intentaban ser, y sabían cómo ser, genuinamente felices. No se establecerían por la mera supervivencia; querían vivir. —Espero verlas de nuevo —dijo Cadbury—. O mejor dicho, espero que me vean de nuevo. Quiero decir, espero reaparecer, al menos brevemente, de vez en cuando, en sus vidas. Sólo para ver cómo les va. —Deja de hacer planes con nosotras —dijeron las tres al unísono, mientras Cadbury se volvía virtualmente inexistente; todo lo que quedaba de él, ahora, era un vestigio de humo gris, persistiendo quejumbroso en el aire casi exhausto que alguna vez le había proporcionado sustento. —Volverás —le dijo la chica afectuosa y llenita, con su ropa de cuero y sus ojos cálidos, con certeza, como si supiera instintivamente que no podía haber duda—. Nos veremos. —Eso espero —dijo Cadbury, pero ahora incluso el sonido de su voz se había vuelto vago; vacilaba como una señal de audio evanescente que proviniera de alguna estrella distante que mucho tiempo atrás se enfrió volviéndose cenizas, oscuridad y silencio inerte. —Vamos a la playa —dijo la chica asiática mientras las tres se integraban, confiadas, seguras, sustanciales y vivas, a la actividad del día. Y hacia allá se fueron. Cadbury, o al menos los iones que quedaban de él como una estela de vapor marcando su efímero paso por la vida, se preguntó si había, allá en la playa a la que iban, algunos árboles agradables que roer. Y si tendría nombre. Haciendo una breve pausa, mirando hacia atrás, la chica compasiva y afecCADBURY, EL CASTOR QUE FRACASÓ


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tuosa, de cuero y con suaves borlas, dijo: —¿Quieres venir con nosotras? Podríamos llevarte un rato, quizá esta única vez. Sabes cómo es. No hubo respuesta. —Te amo —dijo suavemente, casi para ella misma. Y sonrió con sus ojos húmedos, con una sonrisa feliz, apenada, comprensiva y llena de recuerdos. Y salió. Un poco por detrás de las otras dos. Quedándose ligeramente, como si, sin hacerlo realmente, mirara hacia atrás.

“—Deja de hacer planes con nosotras —dijeron las tres al unísono, mientras Cadbury se volvía virtualmente inexistente; todo lo que quedaba de él, ahora, era un vestigio de humo gris, persistiendo quejumbroso en el aire casi exhausto que alguna vez le había proporcionado sustento.”

PHILIP K. DICK


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JEROME DAVID

SALINGER

2.

Salinger intentó por todos los medios escapar de la exposición al público y de la atención del mismo (él mismo declaró: «los sentimientos de anonimato y oscuridad de un escritor constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida»). Sin embargo, se vio obligado a luchar continuamente contra toda la atención no deseada que recibía, como figura de culto que llegó a ser en vida. Cuando supo de la intención del escritor británico Ian Hamilton de publicar J. D. Salinger: A writing life, una biografía que incluía cartas que Salinger había escrito a amigos y a otros escritores, Salinger interpuso una demanda para detener la publicación del libro. El libro apareció finalmente con los contenidos de las cartas parafraseados. El juez determinó que aunque es posible que una persona sea el propietario de una carta físicamente, lo que está escrito en ella pertenece al autor.


LINDA BOQUITA Y VERDES MIS OJOS


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Cuando sonó el teléfono, el hombre de pelo entrecano le preguntó a la chica, con cierta deferencia, si por alguna razón prefería que no contestara. La chica lo oyó como desde lejos, y volvió la cara hacia él, con un ojo -el que estaba del lado de la luz- totalmente cerrado, y el ojo abierto, aunque insidioso, muy grande, y tan azul que parecía casi violeta. El hombre canoso le pidió que se diera prisa, y ella se incorporó sobre el brazo derecho apenas con la prestezanecesaria como para que el movimiento no pareciera negligente. Se apartó el pelo de la frente con la mano izquierda y dijo: -Por Dios. No sé. Quiero decir, ¿a ti qué te parece? El hombre canoso dijo que a su juicio no había mucha diferencia entre una cosa y la otra, y pasó la mano izquierda por debajo del brazo en que se apoyaba la chica, deslizando los dedos paulatinamente hacia arriba, por entre las tibias superficies de su pecho y su antebrazo. Extendió la mano derecha hacia el teléfono. Para alcanzarlo sin tantear, tuvo que erguirse un poco más, lo que hizo que su cabeza rozara la pantalla de la lamparilla. En ese instante, la luz resaltó netamente su pelo gris, casi totalmente blanco. Aunque desordenado en ese momento, era evidente que se lo había hecho cortar hacía poco, o, más bien, recortar. La nuca y las patillas tenían el corte convencional, pero en los costados y arriba el pelo era más bien largo, y resultaba, en realidad, hasta casi «distinguido». -¿Diga? -dijo, con voz sonora. JEROME SALINGER


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La chica permaneció semiincorporada sobre el antebrazo y lo observó. Sus ojos, simplemente abiertos, más que alerta o pensativos, reflejaban sobre todo su propio tamaño y su color. Una voz de hombre -remota, aunque casi obscenamente rápida, dadas las circunstancias- llegó desde el otro lado: -¿Lee? ¿Te he despertado? El hombre canoso echó una rápida mirada hacia su izquierda, a la chica. -¿Quién eres? -preguntó-. ¿Arthur? -Sí... ¿te he despertado? -No, no. Estoy acostado, leyendo. ¿Pasa algo? -¿Estás seguro de que no te he despertado? ¿Lo juras? -No, no, en absoluto -dijo el hombre canoso-. La verdad es que apenas duermo un promedio de cuatro horas miserables... -Lee, te llamo porque... ¿No te fijaste a qué hora salió Joanie? ¿No sabes si se fue con los Ellenbogen, por casualidad? El hombre canoso miró otra vez a la izquierda, pero ahora más arriba, más allá de la chica, que lo observaba como podría hacerlo un joven policía irlandés de ojos azules. -No, Arthur, no vi nada -dijo, con los ojos fijos en la penumbra del otro lado de la habitación donde se juntaban la pared y el techo-. ¿No se fue contigo? -No, diablos, no. Entonces, ¿no la viste salir? -Bueno, no, en realidad, no la vi, Arthur -dijo el hombre de pelo entrecano-. La verdad es que no vi absolutamente nada en toda la noche. Apenas entré me enzarzaron en una discusión con ese rufián francés, o vienés, o de donde sea. Estos extranjeros desgraciados siempre están tratando de conseguir un consejo jurídico gratuito. ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Se ha perdido Joanie? -¡Dios mío! ¡A saber! Yo no sé. Tú la conoces, cuando empieza a beber y querer divertirse. Yo no sé. A lo mejor casualmente... -¿Has llamado a los Ellenbogen? -preguntó el hombre canoso. -Sí. Todavía no han llegado. No sé. ¡Ni siquiera estoy seguro de que se haya ido con ellos! Pero te digo una cosa, una sola cosa. Basta de romperme la cabeza. En serio. Esta vez lo digo en serio. Estoy harto. Cinco años. ¡Dios mío! -Bueno, Arthur, ahora trata de tomarlo con un poco de calma -dijo el hombre canoso-. Para empezar, ya sabes cómo son los Ellenbogen. Seguramente se metieron todos en un taxi y se fueron al Village un par de horas. Es probable que los tres aparezcan... -Estoy seguro de que empezó a arrimarse a algún desgraciado en la cocina. Ya me lo imagino. En cuanto se emborracha empieza a restregarse contra cualquier infeliz en la cocina. Pero basta. Te juro que esta vez va en serio. Cinco años del... -¿Dónde estás ahora, Arthur? -preguntó el hombre canoso-. ¿En tu casa? LINDA BOQUITA Y VERDES MIS OJOS


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-Sí. En casa. Hogar dulce hogar... -Bueno, trata de tomarlo con calma... ¿qué te pasa> ¿Estás un poco borracho o qué? -Yo qué sé. ¿Cómo diablos voy a saberlo? -Bueno, está bien. Ahora escúchame. Tranquilízate. Estate tranquilo -dijo el hombre canoso-. Tú ya sabes cómo son los Ellenbogen. Lo que sucedió posiblemente es que perdieron el último tren. Seguro que en cualquier momento aterrizan por ahí los tres, muertos de risa, después de haber estado en algún... -Se fueron en coche. -¿Cómo lo sabes? -Por la chica que va a cuidar a los niños. Tuvimos una conversación muy brillante. Toda una comunión espiritual. Como dos asquerosas sardinas en una misma ¡ata. -Bueno. Bueno. ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Te calmarás, ahora? -dijo el hombre canoso-. Casi seguro que en cualquier momento llegan los tres juntos. Créeme. Tú sabes cómo es Leona. No sé qué demonios le pasa... en cuanto llegan a Nueva York se llenan de esa horrible alegría digna de Connecticut. Tú los conoces bien. -Sí, ya sé. Ya sé. Aunque no sé nada. -Claro que sabes. Piénsalo un poco. Seguro que los dos se llevaron a Joanie por la fuerza... -Oye. A Joanie nunca hubo que llevarla por la fuerza a ningún lado. No me vengas ahora con esa teoría. -Nadie te viene con ninguna teoría, Arthur -dijo el hombre entrecano con calma. -¡Ya sé! ¡Ya sé! Discúlpame. Me estoy volviendo loco. Dime la verdad, ¿estás seguro de que no te he despertado? -Si fuera así, te lo diría, Arthur -dijo el hombre canoso. Distraídamente, sacó la mano izquierda de entre el pecho y el brazo de la chica-. Escucha, Arthur. ¿Quieres un consejo? -dijo-. Tomó el cable del teléfono entre los dedos, muy cerca del aparato-. Te lo digo en serio. ¿Quieres un consejo? -Sí. No sé. No te dejo dormir. Lo mejor sería que fuera y me cortara de una vez por todas la... -Escúchame un momento -dijo el hombre de pelo entrecano-. Primero, y esto te lo digo en serio, métete en la cama y tranquilízate. Prepárate un vaso bien grande de alguna bebida fuerte, y acués... -¡Bebida! ¿Hablas en serio? Dios. En estas dos malditas horas me he bebido casi un litro... ¡Un vaso! Estoy tan bebido ahora que apenas... -Bueno, bueno. Acuéstate, entonces -dijo el hombre canoso- Y tranquilízate... ¿me oyes? Dime la verdad. ¿Vas a ganar algo enloqueciéndose de esa forma y dando vueltas por ahí? -Sí, ya sé. Ni siquiera tendría que preocuparme, Pero, cuernos, ¡no se puede confiar en ella! Te lo juro por Dios. juro por Dios que no se puede- Se puede JEROME SALINGER

Connecticut es uno de los 50 estados de los Estados Unidos, localizado en la Región de Nueva Inglaterra.


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confiar en ella como se puede confiar en un... bueno, no sé en qué. ¡Oh! ¿Para qué sirve todo? ¡Estoy volviéndome loco! -Bueno. Olvídate ahora. Olvídate. ¿Quieres hacerme el favor y borrar todo eso de tu cabeza? -Dijo el hombre canoso-. Después de todo, seguro que estás exagerando... creo que estás haciendo una montaña de... -¿Sabes a qué extremos he llegado? Me da vergüenza contártelo, pero ¿sabes qué estoy a punto de hacer todas las noches, cuando llego a casa? ¿Quieres saberlo? -Escúchame, Arthur, no es esto lo que... -Espera un segundo, maldita sea, te lo voy a decir. Prácticamente tengo que contenerme para no abrir todas las puertas del piso... te lo juro por Dios. Todas las noches, cuando llego a casa, estoy casi seguro de encontrarme con un montón de hijos de puta escondidos por todos lados... Ascensoristas. Repartidores. Policías. -Bueno, bueno. Tratemos de tomar las cosas con un poco más de calma, Arthur -dijo el hombre de pelo entrecano. Miró de pronto a su derecha, donde un cigarrillo, encendido un momento antes, hacía equilibrio en el borde de un cenicero. Por lo visto se había apagado, y no hizo ademán de cogerlo-. Para empezar, te lo he dicho ya infinidad de veces, Arthur,-ése es Justamente el error más grande que puedes cometer. ¿Sabes cuál es? ¿Quieres que te lo diga? Haces todo lo posible por torturarte, te lo digo en serio. En realidad, eres tú quien incita a Joanie –calló-. Tienes la suerte de que ella es una chica maravillosa. En serio. Y para ti carece totalmente de gusto... y de inteligencia. Diablos, si vamos al caso... -¡Inteligencia! ¿Estás bromeando? ¡No tiene ni pizca de cerebro! ¡Es un animal!

En ciernes 1. locs. verbs. Estar muy a sus principios, faltarle mucho para su perfección.

Madame Bovary es una novela escrita por Gustave Flaubert. Se publicó por entregas en La Revue de Paris desde el 1 de octubre de 1856 hasta el 15 de diciembre del mismo año; en forma de libro, en 1857.

El hombre entrecano respiró hondo, y sus fosas nasales se dilataron: -Animales somos todos –dijo-. En el fondo, todos somos animales. -Ni hablar. Yo no soy ningún animal. Seré un imbécil, un engañado hijo de mala madre del siglo veinte, pero no soy animal. No me vengas con ésas, no soy un animal. -Escúchame, Arthur. Esto no nos conduce a... -¡Inteligencia! ¡Dios Santo! Si supieras lo cómico que resulta. Ella se considera toda una intelectual. Eso es lo que da más risa. Lee la página de los teatros y mira la televisión hasta quedarse prácticamente ciega. Y por eso se cree intelectual. ¿Sabes con quién me he casado? ¿Quieres saber con quién me he casado? Estoy casado con la más grande actriz en ciernes todavía sin descubrir, la más grande novelista, psicoanalista y genio incomprendido de Nueva York. No lo sabías, ¿verdad? Dios. Es para morirse de risa. Madame Bovary en la Columbia Extension School. Madame... -¿Quién? -preguntó el hombre canoso, con tono de aburrimiento. -Madame Bovary sigue un curso de crítica de la televisión. Dios mío, si supieras cómo... -Está bien, está bien. Te das cuenta de que así no vamos a ninguna parte LINDA BOQUITA Y VERDES MIS OJOS


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-dijo el hombre canoso. Se volvió y, acercando dos dedos a la boca, le indicó a la chica que quería un cigarrillo-. En primer lugar, siendo un tipo tan inteligente, careces totalmente de tacto. -Se incorporó un poco para que la chica pudiera alcanzar los cigarrillos por detrás suyo-. Te lo digo en serio. Se ve en tu vida particular, se ve en tu... -Inteligencia. ¡Dios mío! ¡Qué risa me da! ¿Alguna vez la has escuchado describir a alguien... a un hombre, quiero decir? Alguna vez, cuando no tengas nada que hacer, hazme el favor y pídele que te describa a un hombre. Para ella, todo hombre que ve es «terriblemente atractivo». Ya puede ser el más viejo, el más gordo, el más grasiento... -Está bien, Arthur -dijo el hombre de pelo entrecano con rudeza-. Así no vamos a ninguna parte. A ninguna parte. -Le quitó un cigarrillo encendido a la chica, que había prendido dos-. Hablando de otra cosa -dijo, exhalando humo por la nariz-, ¿cómo te fue hoy? -¿Qué? -¿Cómo te fue hoy? -repitió el hombre canoso-. ¿Cómo fue el pleito? -¡Diablos! No sé. Un asco. Dos minutos antes de que yo empezara mi alegato final, el letrado de la otra parte, Lissberg, se presenta con esa camarera chiflada y un montón de sábanas como prueba... todas manchadas de chinches. -Entonces, ¿qué pasó? ¿Perdiste? -preguntó el hombre de pelo entrecano, aspirando otra bocanada de humo. -¿Sabes quién estaba en el estrado? Madre Vittorio. Nunca sabré qué demonios tiene ese hombre contra mí. No. puedo ni abrir la boca sin que se me eche encima. Con un tipo así no se puede razonar. Es imposible. El hombre canoso volvió la cabeza para ver qué hacía la chica. Había tomado el cenicero y lo colocaba entre los dos. -Entonces, ¿perdiste o qué? -¿Cómo? -Te pregunto si perdiste. -Sí. Iba a decírtelo. En la fiesta no tuve oportunidad, con todo ese barullo. ¿Crees que junior va a armar escándalo? Me importa un bledo, pero ¿qué piensas? ¿Crees que armará escándalo? Con la mano izquierda, el hombre canoso sacudió la ceniza del cigarrillo en el borde del cenicero. -No creo que necesariamente arme un escándalo, Arthur -dijo con calma-. Aunque no hay muchas probabilidades de que le provoque una gran alegría. ¿Sabes cuánto hace que nos encargamos de esos tres asquerosos hoteles? El viejo Shanley empezó todo... -Ya sé, ya sé. junior me lo ha dicho por lo menos cincuenta veces. Es una de las mejores historias que he escuchado en toda mi vida. Bueno, está bien, perdí ese asqueroso pleito. En primer lugar, no fue culpa mía. Primero, el chiflado de Vittorio me persiguió durante todo el juicio. Después esa camarera JEROME SALINGER


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mongólica viene y empieza a exhibir sábanas llenas de manchitas de chinches... -Nadie dice que sea culpa tuya, Arthur -dijo el canoso-. Tú me has preguntado si yo pensaba que junior iba a armar escándalo. Sólo traté de contestarte lo más honestamente posible... -Ya sé... Ya lo sé. ¡Qué diablo! De todos modos, tal vez me reincorpore al ejército. ¿Te he contado algo de eso? El hombre de pelo entrecano volvió la cabeza hacia la chica como para que ella apreciara qué tolerante y estoica era su expresión. Pero la chica no lo advirtió. Acababa de volcar el cenicero con la rodilla y estaba recogiendo rápidamente las cenizas y haciendo un pequeño montón. Levantó sus ojos hacia él un segundo más tarde. -No, Arthur, no me lo has contado. -Sí, tal vez lo haga. Todavía no estoy seguro. Por supuesto que la idea no me enloquece y, si puedo evitarlo, no me iré. Pero tal vez no tenga más remedio. No sé. Por lo menos me olvidaré de todo. Si me devuelven mi bonito casco y mi gran escritorio y mi mosquitero, tal vez... -Quisiera meterte algunas cosas en la cabeza, muchacho, eso es lo que me gustaría -dijo el hombre canoso-. Se supone que eres un tipo inteligente y hablas como un niño de pecho. Te lo digo con toda sinceridad. Dejas que un montón de cosas pequeñas se vayan acumulando como una bola de nieve hasta que ocupan tanto lugar en tu mente que eres completamente incapaz de cualquier... -Tendría que haberla dejado. ¿Te das cuenta? Tendría que haber terminado el verano pasado, cuando realmente estaba decidido a hacerlo. ¿No lo crees? ¿Sabes por qué no lo hice? ¿Realmente quieres saber por qué? -Arthur, por Dios. Así no vamos a ninguna parte. -Espera un segundo. ¡Déjame decirte por qué! ¿Quieres saber por qué no lo hice? Puedo decirte exactamente el motivo. Porque me dio lástima. Ésa es la pura verdad. Porque me dio lástima. Bueno, no sé. Quiero decir que es algo que no me incumbe -dijo el hombre de pelo entrecano-. Sin embargo, creo que te olvidas de que Joanie es una mujer adulta. No sé, pero me parece... -¿Mujer adulta? ¿Estás loco? ¡Es una niña que ha crecido, nada más! Por ejemplo, me estoy afeitando, escucha bien esto, me estoy afeitando, y de repente me llama desde la otra punta del piso. Voy a ver qué pasa... tal cual, a medio afeitarme y con toda la cara cubierta de jabón. ¿Y sabes qué diablos quiere? Preguntarme si yo creo que ella es inteligente. Te lo juro por Dios. Es patética. La miro cuando duerme, y sé muy bien lo que te digo. Créeme. -Bueno, es algo que conoces mejor que... quiero decir que a mí no me incumbe -dijo el hombre canoso-. El asunto es que no haces nada constructivo para.. -No somos una buena pareja, eso es todo. No es mas que eso. Hacemos LINDA BOQUITA Y VERDES MIS OJOS


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una pareja asquerosa. ¿Sabes lo que le hace falta? Necesita un gran rufián taciturno que de vez en cuando la deje tendida de un golpe, y después vuelva y siga leyendo el diario. Eso es lo que le hace falta. Soy un tipo demasiado débil para ella. Ya lo sabía cuando nos casamos, te lo juro por Dios. Quiero decir, tú eres un buen sujeto, nunca te has casado, pero a veces, cuando uno se casa, tiene como un presentimiento de lo que va ser su vida después. Yo no le hice caso. No hice ningún caso de esos presentimientos. Soy débil. Ésa es toda la historia, en definitiva. -No eres débil. Sólo que no procedes con inteligencia -dijo el hombre de pelo entrecano, aceptando un cigarrillo recién encendido que le tendía la chica. -¡Sí que soy débil! ¡Claro que lo soy! ¡Yo sé muy bien si soy débil o no! Si no fuera débil, ¿te imaginas que habría dejado que todo se ... ? ¡Para qué hablar! Claro que soy débil... Te estoy impidiendo dormir... ¿Por qué no cuelgas y listo? Al demonio conmigo. Te lo digo sinceramente. Cuelga. -No voy a cortar, Arthur. Quisiera ayudarte, en todo lo humanamente posible -dijo el hombre canoso-. En verdad, tú eres tu peor... -Ella no me respeta. Ni siquiera me quiere. Dios mío. En el fondo, si lo analizamos, yo también la he dejado de querer. No sé. La quiero y no la quiero. Según. A veces sí, a veces no. ¡Cielos! Cada vez que me dispongo a terminar de una vez por todas, cenamos fuera, a saber por qué, y nos encontramos en algún sitio y ella va con esos asquerosos guantes blancos o algo por el estilo, qué sé yo. O empiezo a acordarme de la primera vez que fuimos en coche a New Haven a ver el partido de Princeton. Tuvimos un pinchazo justo al salir de la autopista, y hacía un frío espantoso, y ella sostenía la linterna mientras yo cambiaba ese maldito neumático... tú sabes lo que quiero decir. No sé. O empiezo a pensar en..., Dios, me cuesta decirlo.... empiezo a pensar en ese puerco poema que le escribí cuando empezamos a salir juntos: «Rosa es mi color y blanco, linda boquita y verdes mis ojos.» Qué gracia... Hacía que me acordara de ella. No tiene ojos verdes... tiene ojos como apestosos caracoles marinos... pero, Cristo, igual hacía que me acordara de ella. No sé... ¿De qué sirve hablar? Me estoy volviendo loco. Cuelga, ¿quieres? Te lo digo en serio. El hombre canoso carraspeó y dijo: -No tengo ninguna intención de colgar, Arthur. Sólo hay una... -Una vez me compró un traje. Con su propio dinero. ¿Te lo había contado? -No. Yo... -Se fue precisamente a Tripler, creo, y me lo compró. Yo ni siquiera la acompañé. Quiero decirte que tiene algunos gestos endiabladamente hermosos. Y lo más gracioso es que no me estaba tan mal. Sólo tuve que hacerlo ajustar un poco en los fondillos de los pantalones y en el largo. Quiero decir que tiene algunos malditas gestos muy bonitos. El hombre del pelo entrecano escuchó unos instantes más. Luego se volvió de pronto hacia la chica. La mirada, aunque breve, la puso al tanto de todo lo que ocurría al otro lado de la línea. JEROME SALINGER

taciturno, na. (Del lat. taciturnus). 1. adj. Callado, silencioso, que le molesta hablar. 2. adj. Triste, melancólico o apesadumbrado.

Carraspear. (Voz onomat.). 1. intr. Emitir una tosecilla repetidas veces a fin de aclarar la garganta y evitar el enronquecimiento de la voz.


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-Bueno, Arthur, escúchame -dijo-. Así no vamos a ninguna parte. Te lo digo sinceramente. Escúchame. ¿Quieres desvestirte y acostarte, como un buen chico? ¿Y descansar un poco? Joanie seguramente llegará a casa dentro de dos minutos. No querrás que te vea así, ¿verdad? Es probable que aterrice por ahí con los condenados Ellenbogen. No querrás que todos te vean así, ¿no es cierto? -escuchó- ¿Arthur? ¿Me oyes? -Te estoy echando a perder toda la noche. Todo lo que hago es... -No me estás echando a perder nada -dijo el hombre de pelo entrecano-. Ni lo pienses. Ya te dije que de noche no duermo más de cuatro horas en total. Lo que sí me gustaría, sería ayudarte todo lo posible, chico -escuchó-. ¿Arthur? ¿Estás ahí? -Sí, estoy aquí. Escúchame. Ya que no te dejo dormir, ¿te importaría que fuera hasta tu casa para tomar un trago? ¿Te molestaría? El hombre canoso se enderezó, colocó su mano libre de plano sobre la cabeza y dijo: -¿Ahora, quieres decir? -Sí. Claro, si te parece bien. Me quedaría sólo un minutito. Lo único que quiero es sentarme en algún lado y... qué sé yo. ¿Estás de acuerdo? -Mira, lo que pasa es que no creo que debas hacerlo, Arthur -dijo el hombre canoso retirando la mano de la cabeza-. Por supuesto que puedes venir cuando quieras, pero sinceramente creo que ahora deberías descansar y tranquilizarte hasta que llegue Joanie. Te lo digo sinceramente. Lo que tú quieres es estar justo ahí cuando ella llegue a casa. ¿Estoy en lo cierto, o no? -Sí. No sé. Te lo digo de verdad, no sé. -Bueno, pero yo sí. Sinceramente, yo sí -dijo el hombre canoso-. Escúchame. ¿Por qué no te vas a la cama ahora, y descansas, y más tarde, si tienes ganas, me llamas de nuevo? Claro, si es que tienes ganas de hablar. Y no te preocupes. Eso es lo principal. ¿Me oyes? ¿Harás lo que te digo? -Bueno. El hombre canoso mantuvo el receptor junto a su oído durante un momento y luego cortó. -¿Qué dijo? -le preguntó en seguida la chica. Él cogió su cigarrillo del cenicero, es decir, lo seleccionó entre un montón de colillas y de cigarrillos a medio fumar. Aspiró una bocanada de humo y dijo: Quería venir a tomar una copa. -¡Dios mío! ¿Y qué le dijiste? -preguntó la chica. -Ya me oíste -dijo el hombre canoso, y la miró-. Podías oírme, ¿no? -Apagó el cigarrillo. LINDA BOQUITA Y VERDES MIS OJOS


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-Estuviste maravilloso. Realmente maravilloso- dijo la chica, observándolo-. ¡Dios mío! Me siento fatal. -Bueno... -dijo el hombre canoso-. Es una situación difícil. No sé si estuve tan maravilloso. -Sí, lo has estado. Has estado maravilloso -dijo la chica-. Me siento floja, totalmente floja. ¡Mírame! El hombre de pelo entrecano la miró. -Bueno, verdaderamente, la situación es imposible. Quiero decir que todo es tan fantástico que ni siquiera... -Disculpa -dijo de pronto la chica, y se inclinó hacia delante-. Creo que te estás incendiando. Rápidamente le pasó las puntas de los dedos por el dorso de la mano-. No, era sólo ceniza. Has estado maravilloso –dijo-. ¡Me siento fatal! -Bien, la situación es muy, muy difícil. Evidentemente, el tipo está pasando por un total... De pronto sonó el teléfono. El hombre canoso dijo: -¡Maldita sea! -pero lo había cogido antes de que sonara por segunda vez-. ¿Hola? -dijo. -¿Lee? ¿Dormías? -No, no. -Escucha. Pensé que te interesaría saberlo. Joanie acaba de llegar. -¿Qué? -dijo el hombre de pelo entrecano, y con la mano izquierda se protegió los ojos, aunque la luz estaba a sus espaldas. -Sí. Acaba de llegar. Diez segundos después de que hablara contigo. Aprovecho para llamarte ahora que ella está en el baño. Escucha... un millón de gracias, Lee. Te lo digo en serio.... sabes lo que quiero decir. No estabas dormido, ¿verdad? -No, no, simplemente.... no, no -dijo el hombre canoso, siempre con la mano sobre los ojos. Carraspeó. -Sí. Lo que sucedió fue que, al parecer, Leona pilló una borrachera de órdago y tuvo un ataque feroz de llanto, y Bob quiso que..Joanie fuera con ellos a tomar un trago en alguna parte y suavizar las cosas. Yo no sé. ¿Te das cuenta? Todo es muy complicado. Lo importante es que ya ha llegado ¡qué mierda de vida ésta! Pienso que es esta maldita Nueva York. Creo que, si todo sale bien, vamos a comprarnos una casita, tal vez en Connecticut. No demasiado lejos, aunque sí lo bastante como para poder llevar una vida normal. Lo que quiero decir es que ella se vuelve loca por las plantitas y todas esas cosas por el estilo. Si tuviera un jardín propio y todo lo demás se volvería completamente loca. ¿Me entiendes? Porque, aparte de ti, ¿a quién conocemos en Nueva York sino a un montón de neuróticos? A la larga, hasta una persona normal termina por contagiarse. ¿Comprendes a qué me refiero? El hombre canoso no contestó. Debajo del escudo de su mano, sus ojos estaban cerrados. JEROME SALINGER

de órdago. 1. loc. adj. coloq. extraordinario (fuera de lo común).


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-De todos modos, le voy a hablar de todo esto esta misma noche. O tal vez mañana. Todavía está un poco mareada. Quiero decir que en el fondo es una chica formidable, y si se nos presenta una oportunidad para ponemos de acuerdo, sería estúpido por nuestra parte no aprovecharla. Y mientras tanto voy a tratar de solucionar también ese asunto de las chinches. Estuve pensando. Estuve preguntándome, Lee. ¿Crees que, si yo fuera y hablara con junior personalmente, podría ... ? -Arthur, si no tienes inconveniente, yo preferiría... -No vayas a pensar que te he llamado de nuevo porque estoy preocupado por ese maldito pleito ni nada parecido. De ningún modo. En el fondo, me importa un bledo. Pensé simplemente que, si podía hacerle entender las cosas a junior sin romperme la cabeza, sería estúpido por mi parte... -Escúchame, Arthur -dijo el hombre de pelo entrecano, retirando su mano de la frente-. De pronto me ha dado un terrible dolor de cabeza. No sé a qué demonios se debe. ¿Te molesta si lo dejamos para otro momento? Te llamaré por la mañana, ¿de acuerdo? Escuchó un instante más y luego colgó. Nuevamente la chica le dijo algo en seguida, pero él no contestó. Tomó un cigarrillo encendido -el de la chica- del cenicero y empezó a llevárselo a la boca, pero se le cayó de los dedos. La chica intentó ayudarle a encontrarlo antes de que se quemara algo, pero él le dijo que se quedara quieta, por el amor de Dios, y ella retiró la mano.

“Todas las noches, cuando llego a casa, estoy casi seguro de encontrarme con un montón de hijos de puta escondidos por todos lados... Ascensoristas. Repartidores. Policías.”

LINDA BOQUITA Y VERDES MIS OJOS


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JEROME SALINGER


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WASHINGTON

CUCURTO

3.

Carver nació en Clatskanie, Oregón y creció en Yakima, Washington. Su padre trabajaba en un aserradero y era alcohólico. Su madre trabajaba como camarera y vendedora. Tuvo un único hermano llamado James Franklyn Carver que nació en 1943.

Los personajes de sus relatos son pequeños seres atrapados en situaciones sórdidas de la vida corriente: gente sin empleo, abúlicos, perdedores por naturaleza, trabajadores pobres, caracteres nerviosos y grises. Sus escenarios son hogares donde los matrimonios se aman y se odian, o bares donde la existencia de los marginales y alcohólicos transcurre sórdidamente, o vecinos cuyas vidas se relacionan aleatoriamente, al estilo de Chejov, su maestro preferido. Sin embargo, entre tanta oscuridad y falta de sentido, a veces brota una luz de esperanza, o un detalle de horror, rasgo que confiere al estilo de Carver una personalidad inconfundible.


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EL CURANDERO DEL AMOR


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Le compré a un peruano en el Rey un CD de cumbia de Los Mirlos. Estábamos cerveceando con mi ticki cumbiantera cuando apareció el peruca cargado de CD’s y DVD’s piratas. Estaba mordiéndole los labios, tocándole las manos, bajo las luces multicolores de ese barsucho del Superconsti, cuando plaf, cayeron ellos, los CD’s. Me los puso encima de la mesa, una montaña de soldaditos musicales y me desesperé, y con ella, comenzamos a elegir ballenatos, cumbias tropicales, José José, Jerry Rivera, Juaneco y su Combo, tres de Karicia, mi grupo preferido. Los Mirlos son lo mejor del Perú y de la música andina, un día les contaré la historia de ellos. Nos sentíamos como unos “Cumbianteros junto a la orilla del mar”. Mi ticki sacó cinco pesos de su cartera y me compró “El poder verde”t, de Los Mirlos. “Este tema habla de un curandero, es el poder verde”, nos dijo el peruano. ¿Qué es el poder verde?, le dijo sonriente, medio en joda, moviendo las tetas, mi ticki atrevida. “Es el poder de la selva, que cura cualquier mal. Siempre hay un representante de la selva entre nosotros, ese rol lo cumple un curandero”. Y, ¿qué cura ese curandero?, le dije preocupado. “Lo que sea, hermano, lo que tengas, yo conozco uno. Si tienes un mal yo te llevo con él por 15 pesos”. Con mi ticki cumbiantera y guevarista abrimos los ojos mirándonos. —Ya sé lo que pensás, atorranta, le dije. Pasa que mi ticki esta preñadísima de dos meses. Es decir hace dos meses que no le baja la sangre. Yo estoy casado hace diez años, tengo tres hijos y una mujer. Pero estoy enamorado de mi ticki guevarista, estudiante de Sociales, perteneciente al grupo Liberación y ahora preñadisima de mí o de quién sea, que eso nunca se sabe. Continué: —Vos sos tan atorranta, tan trola. Que merecés que te lleve a ese curandero pa que te baje la saina.

WASHINGTON CUCURTO

Barsucho de superconsti Bar de mala muerte en la zona de Constitución, Buenos Aires.

Guevarista Seguidor/a de las ideas de Ernesto ‘Che’ Guevara


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Conventillo Casa que contiene muchas viviendas reducidas, por lo común con acceso a patios y corredores.

Poronga Forma obscena de referirse al órgano sexual masculino

—Cucu, diablo, vamos ya. Y entre besos mordiendo sus labios gruesos que son un espectáculo, un puro y vacío show como las marchas en la Plaza. Y ella a cada agite me dice, “nos vemos en la Plaza”. Y yo tengo que ir a buscarla entre peronistas, progresistas, piqueteros, clases medias y vendedores de lo que sea, que esa es la única gente rescatable de esas marchas. Hace un rato venimos de una marcha donde pregonó una Madre de la Plaza de Mayo y leyó la carta de Rodolfo Walsh, demasiado aburrida. —Terminemos la birra y vamos, me dijo mi ticki, en ese bar peruano demasiado antro, demasiado achacoso pa conocer de Madres y revoluciones y desaparecidos. Siempre habrá un lugar más allá de todo y es este barcito peruano y metacumbiero del barrio de Constitución. Caminamos con el peruano por Salta hasta Caseros y nos metimos en un conventillo. Me dijo, esperen acá que voy a tocarle la puerta al curandero. De una pieza sonaba la música de Rodrigo. Jugaban los niños a pesar de la hora. Esperamos en la oscuridad, besándonos. —Pasen chicos, gritó de una pieza el vendedor de CD’s. —Diganmé, nos dijo una voz en la oscuridad de la pieza. Era el curandero. Estaba sentado en un banco, con un atuendo de todos los colores y unas velas alrededor. Tenía una vincha roja y una peluca de pelo lacio, amarillo. —Sientesé chicos y cuentenmé. Soy el curandero del amor. —Está preñada, curandero del amor. —Ah, te felicito, comerte semejante bombón. —No maestro, esto es cosa seria. No estamos para tener un hijo... —Pero muchacho, usted es joven puede trabajar. Un hijo es una bendición de Dios. —Sí, maestro, pero ya tengo dos y ella tiene 17 años. Mi ticki se reía de nuestra conversación y se mordía los labios, los dedos. Si tenía una pija la chupaba. Su mirada estaba llena de sexo en la oscuridad, como siempre. El curandero dirigiéndose a mi ticki. —Y vos, nenita, ¿no te gustaría ser madre? —Sí, curandero del amor, es lo que mas deseo en la vida. Pero el Cucu me baja el pulgar... —Ay, muchacho andar poniéndola sin hacerse cargo de las consecuencias. —Por eso, porque me hago cargo de las consecuencias es que será bueno que le baje el período. —Bueno, viendo que las voluntades son irrevocables y están en contra de la vida. Llamemos al Dios de la Selva. San Poronga. — ¿San Poronga?, preguntamos a la vez con mi ticki futura mamá. —Sí, San Poronga, el Rey del Perú. Protector de las abuelitas y de las púberes de los degenerados como vos. —La culpa es del Viagra y de la cumbia. El curandero mirando a mi niña. EL CURANDERO DEL AMOR


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—Esto te pasa por bailar la cumbia. — ¿Por qué por bailar la cumbia? — Te emborrachás te prendés de un negro y te perdés con la cerveza y los besos. Al final terminás garchada en un telo o una pensión o encima de un auto. —Yo bailo buscando el amor. El curandero se paró de su banquito, sopló un manojo de inciensos con olor a lavandas y mentas. Se acercó a mi ticki y comenzó a manosearla y decir cosas en voz alta. -“San Poronga, protector de los hijos de la Selva. Conductor del Semen y de los Hongos. Hijo del Océano Pacífico, protege a esta hija tuya curepí. Haz que la sangre le baje en este preciso momento, por el bien de todos. Y en nombre de la Salud, te lo pide tu hijo”. Me di cuenta enseguida que a este maestro se le pasaba la mano con la religión. Se franeleaba a todas las cumbianteras de la bailanta, a todas las guachitas que preñaban por culpa de la cumbia. Iba a la puerta de la bailanta y repartía volantitos. “No tengas hijos con un desconocido, si quedaste embarazada vení a visitarme que te vuelvo la sangre”. ¿Qué más? Nos dijo que esperáramos 15 minutos y si no le venia se sentaría en una cama donde se procedería a bajar la sangre. —Bienvenida al desangradero. Sacate la pollera y la bombacha y acostate en la cama. Apagó las luces casi hasta que no se veía nada en la pieza del yotibenco de la calle Pedro Echagüe y Santiago del Estero. Una vez que bajó las luces prendió un foco rojo que había al costado de la cama arriba de una silla. Yo me quedé en la puerta inmóvil, me temblaban los pies. El curandero del amor se arrodilló delante de la chuchita de mi ticki y comenzó a introducirle un dedo, después otro y otro. Mientras le introducía dos dedos comenzó a darle besitos en el clítoris y a pasarle la punta de la lengua. Al lado mío me codeaba el vendedor de CD’s piratas. —Eh, maestro, la traje para que la cure. No para que se la garche. —Lo que estoy haciendo no tiene interés sexual, muchacho. Estoy lubricando la zona para que no hayan rispideces. —Todo lo que usted diga maestro, pero si hay que lubricar me debería haber pedido permiso a mí. Esta ticki es MI TICKI. Y todo lo que se diga o haga con respecto a ella debe informárseme a mí. —Bueno, vení hacelo vos. Si sabés tanto. El curandero se corrió de las piernas de María. Antes rezó tres Padres Nuestro. Se lavó las manos en una palangana. Usó jabón blanco de lavar la ropa. Y 15 gotitas de agua bendita. Sacó dos pinzas horribles de un bolso y las puso adentro de un microondas que estaba al lado de la cama. Empezó a decir cosas inconexas, frases de oraciones, bendiciones. “En nombre del Padre que ve todo lo mal que hacemos y nos perdona... En nombre de los errantes que erran por WASHINGTON CUCURTO

Garchar Tener relaciones sexuales Telo Albergue transitorio

Curepí Término utilizado en Paraguay para referirse a las personas o cosas originarias de la Argentina


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alejarse de Dios... Por el Sr. Porongón, Convertidor del Pecado en Pureza... Protege a esta cierva pecadora de la cumbia... Oh, Gran Misericordioso Creador del Cielo y de La Tierra... no es mas que un ángel descarriado”. El microondas giró cuatro minutitos y sacó las pinzas humeando. —Hay que quemar las paredes del útero. Y después bendecir con agua bendita. Esto va a doler. Cuando con el vendedor de CD’s truchos vimos las pinzas hirvientes nos agarró un temblor en todo el cuerpo. Él se tapó la boca y dejó caer la cajita con los compac que sonaron en el piso creando entre todos una cumbia. La cumbia de la tristeza infinita. El vendedor de CD’s me dijo: —Negro, jugáte, no dejés que le haga nada. No esperé ni un segundo y salté encima del curandero y le dije. —Espere esto no es necesario. Vamos a tenerlo. — ¿Tener qué?, me preguntó el curandero enojado. —El hijo. Vamos a tener el hijo. La oscuridad de la pieza era total, de una pieza sonó una cumbia que decía que no se podía amar a dos, bien sabes. Fue ahí cuando vi la cara de María en la cama, sus labios brillantes, su pelo corto. Era como la cara de una virgen a punto de ser ejecutada, era como una adolescente en un campo de prisioneros a punto de ser torturada. La vi tan hermosa y lloró. Entre lágrimas me dijo: —Cucu, mi amor, te amo, pero no podemos tenerlo. En ese momento deseé que estuviéramos en el bar peruano comiéndonos una corvina con arroz; tomándonos una Condorina Helada, mirándonos a los ojos y prometiéndonos todo el amor del mundo. La agarré de la mano y comencé a llorar. El curandero del amor seguía con las pinzas en alto esperando a que nos decidamos. — ¿Y? ¿Qué hacemos? En dos segundos se ahorran los problemas de una vida. Le grité que no, que nos íbamos. Entonces María se sentó en la cama y me pegó una cachetada y otra más. —Puto, puto. No quiero tener un hijo tuyo. Y lo miró al curandero. —Y usted, déjese de joder y meta esas pinzas. Yo me quedé volando entre mis lágrimas por el cachetazo de mi ticki: Sentí sus alaridos de dolor. Después fue todo sangre. Las sábanas, la cama, la pieza, el barrio y el barcito peruano. El mundo fue rojo, como la Unión Soviética o la cancha de Independiente de Avellaneda. El curandero del amor se asustó. —Hay mucha sangre, hay que quemarla o se morirá desangrada. María, mi ticki cumbiantera, mi compañera fiel, mi hermana, mi todo, sangraba sin parar. La sangre inundaba el piso como una inundación. Como un río de sangre. La sangre de nuestro amor, la sangre de mi vida. EL CURANDERO DEL AMOR


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—Va a haber que hacer una curación doble de urgencia. El curandero corrió hasta el ropero. Tiró la ropa que había adentro y sacó un nebulizador. Con la manguera me ató el brazo y con una jeringa comenzó a sacarme sangre. — ¡Sangre!, gritó. Yo sentí el pinchazo y la sangre que salía de mi cuerpo. — ¡Cerrá el puño, pelotudo!, me volvió a gritar. Cuando terminó voló la goma del nebulizador dándome otra cachetada en la mejilla. El curandero corrió hacia la cama y se la inyectó intravenosa. — ¡Sangre!, gritó y me pinchó. Me sentí mal aferrado a la mano de María. —Mejor me voy que va a venir la policia, dijo el vendedor de CD’s truchos. — ¡Sangre, que se nos va!, gritó el curandero y saltó con la jeringa hacia el vendedor que no atinó a nada. Le pinchó el brazo con gran maestría y le sacó un litro. El vendedor pegó un grito de dolor. —Gracias, hermano, le dije y le di un beso. Cuando tenga plata te compro todos los CD’s... El curandero giró y le inyectó la sangre a mi ticki. Se desabrochó la manga y mientras gritaba, sangre, se clavó sin pestañar la jeringa en un brazo y ya esto era un toqueteo, un pinchaderío sin ton ni son. Se pinchaba y ya la pinchaba a ella y se volvía a pinchar y le daba mas sangre a ella. Era tanto el bardo y la desesperación que incluso vi cómo la pinchaba a la propia Maria sacándole sangre de un brazo y poniéndosela en el otro. “Lo importante es que la sangre fluya”, dijo. Yo estiré mi brazo y me dio dos pinchazos pero ni por asomo asomó una gota de sangre. “Esta vacío”, dijo. De brazo en brazo caían gotones de sangre que el curandero chupaba “para no perderla”. Al curandero se le cayó la peluca y se despegó de su traje de curandero y se sentó en un banquito. — ¡La salvamos, pongan cumbia, carajo! Yo me alegré de la vida. Salté al minicomponente Aiwa y puse Los Mirlos. Y sonó de casualidad el Poder Verde. Lo puse a volumen 55, la pieza retumbaba que volaba. Solo un aparato japonés puede poner la cumbia a 55 de sonido. El gran plan de los japoneses es que un día prendamos un Aiwa y volemos en mil pedazos. La cumbia se escuchaba hasta en la Luna. — ¡El poder Verde!, gritó el curandero. Teníamos los brazos dolorosos pero estábamos contentos. Como si fuese un cuento de García Márquez, pero más divertido y con cumbia. Pos, qué es esta vida de hambre, sino puro realismo mágico al revés. Sea como sea, la cama de mi ticki se comenzó a elevar en medio de aquel cuartucho horripilante, mientras sonaba Eres Mentirosa. Golpeaba contra el foquito del techo e iba flotando de un lado a otro de la pieza, como una vez vi, que flotaba en llamas la cama de Frida Kalho, en una película yanqui. Y WASHINGTON CUCURTO


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ustedes no lo van a creer, pero las cosas que pasan en las películas, también pasan en la vida. Si piensan que macaneo vengan a caminar por las calles de Constitución y verán que esto es ciencia ficción sudamericana. —Esta es una curación doble. Hay que hacer la otra parte de la curación. —¿Qué otra parte de la curación?, le pregunté. Yo lo miré al curandero trucho que no era otro más que el mismo hermano del vendedor de CD’s y a los CD’s los copiaban en el mismo Aiwa multipotente, en el cual ahora sonaba Lamento de la Selva. Che, que ahora me doy cuenta lo justo y hermoso que es el amor pese a todo, lo digo ahora que pasaron tres días y ya me puedo sentar y caminar. Che, que no hay nada más justo en la vida que el amor y el sufrimiento. El curandero fue y quemó de nuevo en el microondas las pinzas y me dijo que el amor se hace entre dos y que para que no vuelva a ocurrir era necesario, que no dolería nada, que piense en María que al lado mío boca arriba, y yo boca abajo, me agarraba de las manos y sonreía y fue tan linda su sonrisa, pese a todo, fue una sonrisa de amor y alegría y comprendí que a pesar de todos los problemas, el amor es lo más lindo que nos pasa, pese a todo, y la cumbia no dejaba de sonar mientras yo me bajaba los pantalones, en el acto más justo de la vida, mientras el curandero del amor me metía las agujas hirvientes en el centro oscuro y acre y con olor a mierda de mi ser.

“San Poronga, protector de los hijos de la Selva. Conductor del Semen y de los Hongos. Hijo del Océano Pacífico, protege a esta hija tuya curepí. Haz que la sangre le baje en este preciso momento, por el bien de todos. Y en nombre de la Salud, te lo pide tu hijo”.

EL CURANDERO DEL AMOR


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RAYMOND

CARVER

4.

Carver nació en Clatskanie, Oregón y creció en Yakima, Washington. Su padre trabajaba en un aserradero y era alcohólico. Su madre trabajaba como camarera y vendedora. Tuvo un único hermano llamado James Franklyn Carver que nació en 1943.

Los personajes de sus relatos son pequeños seres atrapados en situaciones sórdidas de la vida corriente: gente sin empleo, abúlicos, perdedores por naturaleza, trabajadores pobres, caracteres nerviosos y grises. Sus escenarios son hogares donde los matrimonios se aman y se odian, o bares donde la existencia de los marginales y alcohólicos transcurre sórdidamente, o vecinos cuyas vidas se relacionan aleatoriamente, al estilo de Chejov, su maestro preferido. Sin embargo, entre tanta oscuridad y falta de sentido, a veces brota una luz de esperanza, o un detalle de horror, rasgo que confiere al estilo de Carver una personalidad inconfundible.


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SI ME NECESITAS, LLÁMAME


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Los dos habíamos estado involucrados con otras personas esa primavera, pero cuando llegó junio y terminaron las clases decidimos poner en alquiler nuestra casa en Palo Alto y trasladarnos a la costa más al norte de California. Nuestro hijo, Richard, pasaría el verano en casa de la madre de Nancy, en Pasco, Washington, donde podría trabajar y ahorrar algo de dinero para la universidad. Ella estaba al tanto de la situación en casa y ya estaba buscándole un empleo por la temporada. Había hablado con un granjero que aceptó tomar a Richard para que juntara heno y arreglara alambrados. Un trabajo duro, pero Richard estaba conforme. Lo llevé a la terminal el día después de su graduación y me senté con él hasta que anunciaron su ómnibus. Su madre ya lo había despedido llorando y le había dado una larga carta que él debía entregar a la abuela en cuanto llegara. Prefirió quedarse terminando las valijas y esperando a la pareja que alquilaría nuestra casa. Yo compré el pasaje de Richard, se lo di y me senté a su lado en uno de los bancos de la terminal. En el viaje hasta allá habíamos hablado un poco de la situación. —¿Van a divorciarse? —había preguntado él. —No, si podemos evitarlo —le contesté. Era un sábado por la mañana y había poco tránsito—. Ninguno de los dos quiere llegar a eso. Por eso nos vamos; por eso no queremos ver a nadie durante el verano. Y por eso te enviamos con la abuela. Para no mencionar el hecho de que volverás con los bolsillos llenos de dinero. No queremos divorciarnos. Queremos estar solos y tratar de solucionar las cosas. —¿Aún amas a mamá? Ella dice que te sigue queriendo. —Por supuesto que la amo. Deberías saberlo a esta altura. Sólo que hemos


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tenido nuestra cuota de problemas, y necesitamos un poco de tiempo juntos, a solas. No te preocupes. Disfruta el verano y trabaja y ahorra un poco de dinero. Considéralo unas vacaciones de nosotros. Y trata de pescar. Hay muy buena pesca por allá. —Y esquí acuático. Quiero aprender. —Nunca hice esquí acuático. Haz un poco de eso también. Hazlo por mí. Cuando anunciaron su ómnibus lo abracé y volví a decirle: —No te preocupes. ¿Dónde está tu pasaje?

Eureka es una ciudad estadounidense, ubicada en el estado de California, en el condado de Humboldt.

Él se palmeó el bolsillo de su campera. Lo acompañé hasta la fila frente al ómnibus, volví a abrazarlo y le di un beso en la mejilla. Adiós, papá, dijo él y me dio la espalda para que no viera sus lágrimas. Al volver a casa, nuestras valijas y cajas estaban junto a la puerta. Nancy estaba en la cocina tomando café con los inquilinos, una joven pareja de estudiantes de posgrado de matemática, a quienes había visto por primera vez en mi vida pocos días antes, pero igual les di la mano a ambos y acepté una taza de café de Nancy mientras ella terminaba con la lista de indicaciones de lo que ellos debían hacer en la casa en nuestra ausencia y adónde debían enviarnos el correo. Su cara estaba tensa. La luz del sol avanzaba sobre la mesa a medida que pasaban los minutos. Finalmente todo pareció quedar en orden, y los dejé en la cocina para dedicarme a cargar nuestro equipaje en el coche. La casa a la que íbamos estaba completamente amueblada, hasta los utensilios de cocina, así que no necesitábamos llevar más que lo esencial. Había hecho los quinientos kilómetros desde Palo Alto hasta Eureka tres semanas antes, y alquilado entonces la casa amueblada. Fui con Susan, la mujer con la que estaba saliendo. Nos quedamos en un motel a las puertas del pueblo durante tres noches, mientras recorría inmobiliarias y revisaba los clasificados. Ella me vio firmar el cheque por los tres meses de alquiler. Más tarde, en el motel, tirada en la cama con la mano en la frente, me dijo: “Envidio a tu esposa. Cuando hablan de la otra mujer, siempre dicen que es la esposa quien tiene los privilegios y el poder real, pero nunca me lo creí ni me importó. Ahora, en cambio, entiendo qué quieren decir. Y envidio a Nancy. Envidio la vida que tendrá a tu lado. Ojalá fuera yo la que va a estar contigo en esa casa todo el verano. Cómo me gustaría. Me siento tan gastada”. Yo me limité a acariciarle el pelo. Nancy era alta, de pelo y ojos castaños, de piernas largas y espíritu generoso. Pero últimamente venía baja de espíritu y de generosidad. El hombre con el que estaba viéndose era colega mío, un divorciado de eterno traje con chaleco y pelo canoso, que bebía demasiado y a quien a veces le temblaban un poco las manos durante sus clases, según me contaron algunos de mis alumnos. Él y Nancy habían iniciado su romance en una fiesta, poco después de que ella descubriera mi infidelidad. Suena aburrido y cursi; es aburrido y cursi, pero así fue toda aquella primavera, nos consumió las energías y la concentración al punto de excluir todo lo demás. hasta que, en algún momento de abril, comenSI ME NECESITAS, LLÁMAME


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zamos a hacer planes para alquilar la casa e irnos todo el verano, los dos solos, a tratar de reparar lo que hubiera para reparar, si es que había algo. Los dos nos habíamos comprometido a no llamar, ni escribir, ni intentar el menor contacto con nuestros amantes. Hicimos los arreglos para Richard, encontramos los inquilinos para nuestra casa y yo miré en un mapa y enfilé hacia el norte desde San Francisco hasta Eureka, donde una inmobiliaria me encontró una casa amueblada en alquiler por el verano para una respetable pareja de mediana edad. Creo que incluso usé la expresión “segunda luna de miel”, Dios me perdone, mientras Susan fumaba y leía folletos turísticos en el auto estacionado fuera de la inmobiliaria. Terminé de cargar las cosas en el coche y esperé que Nancy se despidiera por última vez en el porche. Yo saludé desde mi asiento y los inquilinos me devolvieron el saludo. Nancy se sentó y cerró su puerta. “Vamos”, dijo y yo arranqué. Al entrar en la autopista vimos un coche con el escape suelto y arrancando chispas del pavimento. “Mira”, dijo Nancy y esperamos hasta que el coche se salió de la autopista y frenó, antes de seguir viaje. Paramos en un café cerca de Sebastopol. Estacioné y nos sentamos a una mesa frente a la ventana del fondo. Pedimos sandwiches y café, yo encendí un cigarrillo mientras Nancy deslizaba el dedo por las vetas de la madera de la mesa. Entonces noté un movimiento por la ventana y al mirar en esa dirección vi un colibrí en los arbustos allá afuera. Sus alas vibraban en un borroso frenesí mientras su pico se internaba en una de las flores. —Mira, un colibrí —dije, pero antes de que Nancy levantara la cabeza el pájaro ya no estaba. —¿Dónde? No veo nada. —Estaba ahí hasta hace un momento. Ahí está. No; es otro, creo. Nos quedamos mirando hasta que la camarera trajo nuestro pedido. —Buena señal —dije—. Los colibríes traen suerte, ¿no? —Creo haberlo oído en alguna parte —dijo Nancy—. No podría decir dónde pero sí, no nos vendría mal un poco de suerte. —Una buena señal. Me alegro de que hayamos parado aquí. Ella asintió, dejó pasar un largo minuto y probó su sandwich. Llegamos a Eureka antes del anochecer. Pasamos el motel en la ruta donde había estado con Susan dos semanas antes, nos internamos por un camino que subía una colina que miraba al pueblo y pasamos frente a una estación de servicio y un almacén. Las llaves de la casa estaban en mi bolsillo. A nuestro alrededor sólo se veían colinas arboladas y praderas con ganado pastando. —Me gusta —dijo Nancy—. No veo el momento de llegar. —Estamos cerca —dije—. Es más allá de esa loma. Ahí —y enfilé el coche por un camino flanqueado de ligustros—. Ahí la tienes. ¿Qué opinas? Esa misma pregunta le había hecho a Susan cuando hicimos el mismo camino para RAYMOND CARVER

Porche. (Del cat. porxe). 1. m. Soportal, cobertizo.


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ver la casa por primera vez. —Me gusta; es perfecta. Bajemos. Miramos a nuestro alrededor en el jardín del frente antes de subir los escalones del porche. Abrí la puerta con la llave que traía y encendí las luces adentro. Recorrimos los dos dormitorios, el baño, el living con muebles viejos y chimenea y la cocina con vista al valle. —¿Te parece bien? —Me parece sencillamente maravillosa —dijo Nancy y sonrió—. Me alegra que la hayas encontrado. Me alegra que estemos aquí. —Abrió y cerró la heladera, luego pasó los dedos por la mesada de la cocina. —Gracias a Dios está limpia. Ni siquiera hace falta una limpieza. —Nada. Hasta nos pusieron sábanas limpias. La alquilan así. —Tendremos que comprar algo de leña —dijo Nancy cuando volvimos al living—. Con noches así debemos usar la chimenea, ¿no? —Mañana. Podemos hacer unas compras también. Y recorrer el pueblo. Nancy me miró y dijo nuevamente: —Me alegra que estemos aquí. —Yo también —dije y abrí los brazos y ella vino hacia mí. Cuando la abracé sentí que temblaba. Le alcé el mentón y la besé en ambas mejillas. —Me alegra que estemos aquí —repitió ella contra mi pecho.

Aliso 1. m. Árbol de la familia de las Betuláceas, de unos diez metros de altura, copa redonda, hojas alternas, trasovadas y algo viscosas, flores blancas en corimbos y frutos comprimidos, pequeños y rojizos. 2. m. Madera de este árbol, que se emplea en la construcción de instrumentos musicales y otros objetos.

Durante los días siguientes nos instalamos, recorrimos las calles del pueblo mirando vidrieras y dimos largos paseos por el bosque que se alzaba atrás de la casa. Compramos provisiones, yo encontré un aviso en el diario que ofrecía leña, llamé y poco después aparecieron dos muchachos de pelo largo en una camioneta que nos dejaron una carga de aliso en el garaje. Esa noche nos sentamos frente a la chimenea y hablamos de conseguir un perro. —No quiero un cachorro —dijo Nancy—. No quiero nada que implique ir limpiando a su paso o rescatando lo que quiere mordisquear. Pero me gustaría un perro. Hace tanto que no tenemos uno... Creo que podríamos arreglarnos con un perro aquí. —¿Y cuando volvamos, cuando termine el verano? —dije yo y entonces reformulé la pregunta: —¿Estás dispuesta a tener un perro en la ciudad? —Ya veremos. Pero busquemos uno, mientras tanto. No sé lo que quiero hasta que lo veo. Revisemos los clasificados y veamos qué pasa. Aunque los días siguientes seguimos hablando de perros y hasta señalando los que nos gustaban frente a las casas por las cuales pasábamos, no llegamos a nada y seguimos sin perro. Nancy llamó a su madre y le dio nuestra dirección y teléfono. Richard ya estaba trabajando y parecía contento, dijo la madre. Y ella se sentía bien. Nancy le contestó: SI ME NECESITAS, LLÁMAME


61

—Nosotros también. Esto es como una cura. Un día íbamos por la ruta frente al océano y, desde una loma, vimos unas lagunas que formaban los médanos muy cerca del mar. Había gente pescando en la orilla y en un par de botes. Frené a un costado de la ruta y dije: —Vamos a ver qué están pescando. Quizá valga la pena conseguirnos unas cañas y probar. —Hace años que no vamos de pesca. Desde que Richard era chico, aquella vez que fuimos de campamento cerca del monte Shasta, ¿recuerdas? —Me acuerdo. Y también me acuerdo de cuánto extraño pescar. Bajemos a ver qué están sacando. —Truchas —dijo uno de los pescadores—. Trucha arcoiris y algún que otro salmón. Vienen en el invierno, cuando el mar horada los médanos. Y, con la primavera, cuando se cierra el paso, quedan atrapados. Es buena época, ésta. Hoy no pesqué nada pero el domingo saqué cuatro. De lo más sabrosos. Dan una batalla tremenda. Los de los botes creo que sacaron algo hoy, pero yo todavía no. —¿Qué usan de carnada? —preguntó Nancy. —Lo que sea. Lombrices, marlo de choclo, huevos de salmón. Basta tirar la línea y dejarla reposar hasta el fondo. Y estar atento. Nos quedamos un rato pero el hombre no sacó nada y los de los botes tampoco. Sólo iban y venían por la laguna. —Gracias. Y suerte —dije al fin. —Que tengan suerte ustedes también. Los dos —contestó el hombre. A la vuelta paramos en una casa de artículos deportivos y compramos unas cañas baratas, unos rollos de tanza y anzuelos y carnada. Sacamos una licencia también y decidimos ir de pesca la mañana siguiente. Pero esa noche, después de la cena y de lavar los platos y poner unos leños en la chimenea, Nancy dijo que no iba a funcionar. —¿Por qué dices eso? ¿A qué te refieres? —No va a funcionar, enfrentémoslo —dijo ella sacudiendo la cabeza—. No quiero ir a pescar y no quiero un perro. Creo que quiero ir a lo de mi madre y estar con Richard. Sola. Quiero estar sola. Extraño a Richard —dijo y empezó a llorar—. Es mi hijo, es mi bebé, y está creciendo y pronto se irá. Y lo extraño. Lo extraño. —¿También extrañas a Del, a Del Schraeder, tu amante? ¿Lo extrañas a él también? —Extraño a todo el mundo. A ti también. Hace mucho que te extraño. Te he extrañado tanto durante tanto tiempo que te he perdido. No sé cómo explicarlo mejor. Pero sé que te perdí. Ya no me perteneces. RAYMOND CARVER

Marlo. 1. m. Arg., Bol. y Ur. zuro (corazón de la mazorca del maíz).


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—Nancy —dije yo. —No, no —dijo ella y negó con la cabeza. Sentada en el sofá de frente al fuego siguió negando y negando y luego dijo: —Voy a tomar un avión para allá mañana. Cuando me haya ido puedes llamar a tu amante. —No voy a hacer eso. No tengo la menor intención de hacer eso. —Sí, lo harás. Vas a llamarla en cuanto me haya ido. —Y tú vas a llamar a Del —dije. Y me sentí una basura por decirlo. —Haz lo que quieras —dijo ella secándose las lágrimas con la manga—. Lo digo en serio. No quiero parecer una histérica, pero me iré mañana. Mejor me iré a acostar ahora; estoy exhausta. Lo lamento. Lo lamento mucho, por los dos. Pero no vamos a lograrlo. Ese pescador, hoy. Nos deseó suerte a los dos. Yo también nos deseo suerte. Vamos a necesitarla. Entonces se encerró en el baño y dejó correr el agua. Yo salí a los escalones del porche y me senté a fumar un cigarrillo. Estaba oscuro y silencioso, apenas se veían las estrellas en el cielo. Jirones de niebla del océano ocultaban el valle y el pueblo allá abajo. Me puse a pensar en Susan. Oí que Nancy salía del baño y oí que se cerraba la puerta del dormitorio. Entonces entré y puse otro leño en la chimenea y esperé hasta que se avivara el fuego. Luego fui al otro dormitorio. Abrí la colcha y me quedé mirando el estampado floral de las sábanas. Me di una ducha, me puse el pijama y volví frente a la chimenea. La niebla ya llegaba a las ventanas del living. Fumé mirando el fuego y, cuando volví a mirar por la ventana, creí ver algo que se movía en la niebla. Me acerqué a la ventana. Un caballo estaba pastando en el jardín, entre la niebla. Alzó la cabeza para mirarme y volvió a su tarea. Vi otro cerca del auto. Encendí la luz del porche y me quedé mirándolos. Eran caballos grandes, blancos, de largas crines, seguramente de alguna granja de los alrededores con algún alambrado caído y vaya a saberse cómo habían llegado hasta nuestra casa. Parecían estar disfrutando inmensamente su escapada. Pero se los notaba un poco nerviosos también: podía verles el blanco de los ojos desde la ventana. Sus orejas iban y venían al ritmo de sus mordiscos. Un tercer caballo apareció entonces y luego un cuarto, todos blancos, pastando en nuestro jardín. Fui al dormitorio a despertar a Nancy. Tenía los ojos enrojecidos y los párpados hinchados, y se había puesto ruleros y había una valija abierta a los pies de la cama. —Nancy, tienes que venir a ver esto. No vas a creerlo. Vamos, levántate. —¿Qué pasa? Me estás lastimando. ¿Qué pasa? —Querida, tienes que ver esto. No voy a lastimarte. Perdona si te asusté. Pero tienes que levantarte y venir a ver esto. Pocos minutos después estaba a mi lado en la ventana, atándose la bata. —Dios, son hermosos. ¿De dónde vienen? Qué hermosos son. —De alguna granja vecina, supongo. Voy a llamar al sheriff para que SI ME NECESITAS, LLÁMAME


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ubique al dueño. Pero quería que los vieras antes. —¿Morderán? Me gusta acariciar a aquél, el que acaba de mirarnos. —No creo que muerdan. No parecen esa clase de caballos. Pero ponte algo encima si vamos a salir. Hace frío afuera. Me puse la campera encima del pijama y esperé a Nancy. Abrí la puerta y salimos y nos acercamos caminando hasta ellos. Todos levantaron sus cabezas. Uno resopló y retrocedió unos pasos, pero volvió a tironear del pasto y mascar como los demás. Apoyé mi mano entre sus ojos y le palmeé los flancos y dejé que su hocico me oliera. Nancy estaba acariciando las crines de otro, mientras murmuraba: “¿De dónde vienes, caballito? ¿Dónde vives y qué haces aquí en medio de la noche?”, mientras el animal movía su cabeza como si entendiera. —Será mejor que llame al sheriff —dije. —Todavía no. Un rato más. Nunca veremos algo igual. Nunca, nunca tendremos caballos en nuestro jardín. Un rato más, Dan. Poco después, mientras Nancy seguía yendo de uno a otro, palmeándolos y acariciándolos, uno de los caballos comenzó a rumbear hacia la ruta, más allá de nuestro auto y supe que era momento de llamar. En pocos minutos vimos las luces de dos patrulleros en la niebla y poco después llegó una camioneta con un acoplado para caballos, de la que bajó un tipo con gamulán, que se acercó a los caballos y necesitó un lazo para lograr que entrara el último en el acoplado. —¡No le haga daño! —dijo Nancy. Cuando se fueron volvimos al living y yo dije que iba a hacer café y pregunté a Nancy si quería una taza. —Te diré lo que quiero —dijo ella—. Me siento bien, Dan. Me siento como borracha, como... No sé cómo, pero me gusta. No quiero dormir; no podría dormir. Haz un poco de café y a ver si encuentras algo de música en la radio y puedes avivar el fuego. Así que nos sentamos frente a la chimenea y bebimos café y escuchamos viejas canciones por la radio y hablamos de Richard y de la madre de Nancy y bailamos. Ninguno aludió en ningún momento a nuestra situación. La niebla seguía allí, detrás de las ventanas, mientras hablábamos y éramos gentiles el uno con el otro. Hasta que, cerca del amanecer, apagué la radio y nos fuimos a la cama e hicimos el amor. Al mediodía siguiente, luego de que ella terminara su valija, la llevé al aeródromo desde donde volaría a Portland y de allí haría el trasbordo que la dejaría en Pasco por la noche. —Saluda a tu madre de mi parte. Y dale un abrazo a Richard. Y dile que lo extraño. Y que lo quiero. RAYMOND CARVER

sheriff. (Voz ingl.). 1. m. En los Estados Unidos de América y ciertas regiones o condados británicos, representante de la justicia, que se encarga de hacer cumplir la ley.


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—Él también te quiere. Lo sabes. En cualquier caso, lo verás después del verano. —Yo asentí. —Adiós —dijo ella. Y me abrazó. Yo le devolví el abrazo—. Me alegro por anoche. Los caballos. La charla. Todo. Ayuda. No lo olvidaremos —y empezó a llorar. —Escríbeme, ¿quieres? —dije yo—. Nunca pensé que fuera a pasarnos. En todos estos años. Nunca lo pensé. Ni un sola vez. No a nosotros. —Te escribiré. Mucho. Las cartas más largas que hayas visto desde las que me enviabas en el secundario. —Las estaré esperando. Ella me miró largamente y me acarició la cara. Entonces me dio la espalda y se alejó por la pista rumbo al avión. Ve, mi más querida, y que Dios esté contigo. Ella abordó el avión y yo me mantuve en mi lugar hasta que se encendieron los motores y la nave empezó a carretear por la pista y despegó sobre la bahía y se convirtió en una mancha en el horizonte. Volví a la casa, estacioné el coche y miré las huellas que habían dejado los caballos la noche anterior, los trozos de pasto arrancado y las marcas de herraduras y los montones de bosta aquí y allá. Entonces entré en la casa y, sin sacarme el saco siquiera, levanté el teléfono y marqué el número de Susan.

“Cuando me haya ido puedes llamar a tu amante.”

SI ME NECESITAS, LLÁMAME


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RAYMOND CARVER



LECTURAS

ADICIONALES

5.


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69

¿Estos tipos escribían mucho?


1920

1928 1930

Philip K. Dick Chicago, Estados Unidos

1940

1950 1953

1954

- La nave de Ganímedes 1955 - Detrás de la puerta - La cripta de cristal - Un regalo para Pat - La vida efímera y feliz del zapato marrón - El hombre dorado - Autor, autor - La maqueta - Equipo de exploración 1968 - Campaña publicitaria - Time Pawn. Base de la novela Dr. Futurity - Desayuno en el crepúsculo - Los reptadores - Pieza de colección - Equipo de ajuste 1979 - La estratagema - La puerta de salida lleva adentro - El factor letal - Un recuerdo - Un mundo de talentos - El último experto - Progenie - Sobre la desolada Tierra - El padre-cosa - Un paraíso extraño - El mundo de Jon - Y gira la rueda

2010

1956

- El informe de la minoría - Servir al amo - La paga del publicador - A Glass Of Darkness.

1965

- Síndrome de retirada - Project Plowshare.

1969

- La hormiga eléctrica - A. Lincoln, Simulacrum.

1984

- Extraños recuerdos de muerte


1957

- La M no reconstruida - Desajuste

1958

-Nul-o

1963

1966

- Podemos recordarlo por usted al por mayor - Sagrada controversia - Su cita será ayer

- All We Marsmen. - Cargo de suplente máximo - ¿Qué haremos con Ragland Park? - Los días de Perky Pat - Si no existiera Benny Cemoli...

1959

- Nosotros los exploradores - Mecanismo de recuperación - Coto de caza - Juego de guerra

1967

- Partida de revancha - La fe de nuestros padres

1974

- Las prepersonas - Algo para nosotros temponautas

1981

- La mente alien

1988

- Adiós, Vincent

1982

Muere el 2 de marzo en California, Estados Unidos

1980

- Cadenas de aire, telarañas de éter - El caso Rautavaara (Rautavaara's Case) -Quisiera llegar pronto

1964

- La araña acuática - Acto de novedades - ¡Oh, ser un Bobel! - La guerra con los Fnuls - Lo que dicen los muertos - Orfeo con pies de arcilla - Cantata 140 - La jugada - La pequeña caja negra - El artefacto precioso - The Unteleported Man.

1987

- Cadbury, el castor que fracasó - El día que el sr. Computadora cayó de su árbol - El ojo de la sibila - Estabilidad - Una odisea en la Tierra


1920

1919

Jerome D. Salinger New York, Estados Unidos

1930

1940

1941

- Go See Eddie2 (republished in

- The Hang of It1 - The Heart of a Broken Story3

Fiction: Form & Experience, ed. William M. Jones, 1969) The Young Folks3

1946

- Slight Rebellion off Madison²

(republished in Wonderful Town: New York Stories from The New Yorker, ed. David Remnick, 2000) - Birthday Boy4

1960

1948

1953

- Nine stories1

1961

A Girl I Knew² (republished in Best American Short Stories - 1949, ed. Martha Foley, 1949) Blue Melody3

1945

- A Boy in France2 (republished in

Post Stories 1942–45, ed. Ben Hibbs, 1946 and July/August 2010 issue of Saturday Evening Post magazine) - This Sandwich Has No Mayonnaise2 (republished in The Armchair Esquire, ed. L. Rust Hills, 1959) - Elaine3 - The Stranger 3 - I'm Crazy3

- Franny and Zooey1

1970

1980

-

1990

2000

2010


1 - Libros de cuentos 2 - Cuentos publicados y antologizados 3 - Cuentos publicados no antologizados 4 - Cuentos no publicados

1943

- The Varioni Brothers3

1951

- Thev Catcher in the Rye1

1942

- The Long Debut of Lois Taggett²

1944

- - Both Parties Concerned3 - - Soft-Boiled Sergeant3 - Last Day of the Last Furlough3 - - Once a Week Won't Kill You3 - - The Children's Echelon4 - - Two Lonely Men4 - - The Magic Foxhole4

1947

- The Inverted Forest3 - A Young Girl in 1941 with No

Waist at all3 - The Ocean Full of Bowling Balls4

(republished in Stories:The Fiction of the Forties, ed. Whit - Burnett, 1949) - Personal Notes of an Infantryman3 - Mrs. Hincher 4 - The Last and Best of the Peter Pans4

1963

- Raise High the Roof Beam,

Carpenters and Seymour: An Introduction¹

2010

- Muere el 27 de enero en Nuevo

Hampshire, Estados Unidos

1965

- Hapworth 16, 19243


1920

1 - Ficción 2 - Poesía 3 - Compilaciones

1930

1938

Raymond Carver Clatskanie, Oregón

1940

1950

1960

1968

- Near Klamath2

1970

- Winter Insomnia2

1976

- Will You Please Be Quiet, Please? 1 - At night the salmon move2

1981

- What We Talk About When We Talk About Love1

1983

1986

- Ultramarine2

1990

1985

- Where Water Comes Together with Other Water2

1991

- No Heroics, Please:Uncollected writings3

1996

1993

- Short Cuts: Selected Stories3

- Cathedral1

1988

- A New Path to the Waterfall2 - Where I'm Calling From: New and Selected Stories3 Muere el 2 de agosto en Washington, EstadosUnidos

- All of Us: The Collected Poems3

2000

2000

2010

- Call if you Need Me3

2009

- Beginners (“¿What We Talk About When We Talk About Love”, sin correcciones)1


1 - Poesía 2 - Relato 3 - Novela breve 4 - Novela 5 - Cumbiela 6 - Novela histórica

1978

Washington Cucurto Buenos Aires, Argentina

1996

- Zelarayán1

1999

- La máquina de hacer paraguayitos1

2004

- Fer 5 - La luna en tus manos2

2009

- Upepeté. Noticias del Paraguay1 - El tractor1 - Macanas1 - Idalina, historia de una mujer sudamericana3

2003

2005

- Hatuchay1 - Como un paraguayo ebrio y celoso de su hermana1 - Las aventuras del Sr. Maíz2 - Hasta quitarle Panamá a los yanquis4 - El curandero del amor 4

2008

- El amor es mucho más que una - novela de 500 páginas3 - La luna en tus manos2 - 1810. La revolución vivida por los negros6

- Veinte pungas contra un pasajero1 - Cosa de negros4 - Noches vacías 5 - Panambí 5

2010

- Poeta en Nueva York1 - El Hombre polar regresa a Stuttgart - El Rey de la cumbia contra los fucking Estados Unidos de América2 - Pulgas y cucarachas2 - Sexibondi4


76

76

Cadbury, el castor que fracas贸

PHILIP K. DICK

Linda boquita y verdes mis ojos

JEROME D. SALINGER

El curandero del amor

WASHINGTON CUCURTO

Si me necesitas, ll谩mame

RAYMOND CARVER


77

De la muerte y de los cuernos no se salva nadie

Personajes Primarios *

Personajes Secundarios **

Personajes Terciarios ***

77


78

1.

CADBURY *

SRITA. STICKYFOOT ** Es básicamente el camino de salida de Cadbury, quien llegó a ella siguiendo el camino de las botellas que enviaba con la corriente. Más allá de ser una entidad concreta, termina convirtiéndose en un conjunto de condiciones psicológicas de él, llegando a representar tanto a la relación amorosa per se, como a la relación del hombre con su madre y también con sus hijas.

HILDA **

MARÍA*

DR. DRAT ***

Es el estereotipo del psiquiatra que no logra más que hacer que su paciente sienta que el tratamiento psiquiátrico es sólo una farsa y un malgasto de dinero.

EL CURANDERO*

CUCURTO*

Este personaje aparece casi como un objeto contenedor más que como una persona. Ella es 'la segunda', es quien terminó embarazada, y es quien casi muere por un aborto clandestino fruto de la irresponsabilidad.

3.

EL VENDEDOR DE CDS**

Es quien los lleva con el Curandero del Amor (su hermano) y una de las personas cuya sangre es extraída para salvar la vida de la chica


79

LEE *

2.

LA CHICA **

ÉL Y NANCY**

ARTHUR *

JOANIE *** Está y no está. El lector conoce a este personaje a través de las descripciones de Arthur, las cuales son absoluta y totalmen te subjetivas, pasionales y colmadas de angustia y rencor.

4.

RICHARD **


80


81

ÂżEllas se habrĂĄn salvado?


82

PHILIP K. DICK 1948 Jeanette Marlin

1950 - 1959 Kleo Apostolides

“En respuesta a su carta le digo que de hecho la amo yo también y soy muy infeliz en mi relación marital con una mujer a la que no amo ni nunca amé realmente [...]” P. K. Dick ‘Cadbury, el castor que fracasó’

1959 - 1964 Anne Rubinstein

En 1948, con sólo veinte años, Dick contrajo el que fue el primero de un total de cinco matrimonios. Esta primera tentativa fue un rotundo fracaso y duró escasamente seis meses. Su segundo matrimonio, con Kleo Apostolides, fue más afortunado. Sin embargo, a raíz de su mudanza a Point Reyes Station, Dick empezó a relacionarse con su atractiva vecina Anne, una viuda todavía afectada por la reciente muerte de su marido. Al tener distintos turnos de trabajo que Kleo, la vecinita empezó a pasar mucho tiempo junto a Dick. Una palabra llevó a la otra y...al poco tiempo, Philip K. acabó con el que había sido hasta entonces un feliz matrimonio. En 1960 nació Laura Archer.

1966 - 1972 Nancy Hackett

1973 - 1977 Tessa Busby

Dick y Anne se llevaron entre besos y patadas. Los caracteres negativos y destructivos de los personajes femeninos que se pueden encontrar en las novelas de Dick están basados en Anne. Finalmente, en 1964, Dick y Anne se divorciaron . Dos años más tarde, Philip reincidió y contrajo matrimonio con Nancy Hackett, diez años menor que él, lo que no impidió que estuvieran profundamente enamorados. La hija de esta pareja, llamada Isa, nació en 1966. Su adicción a las drogas le produjo, entre otros problemas, el cuarto divorcio. Establecido en California, volvió a casarse, esta vez Tessa Busby con la que en 1973 tuvo a su hijo Cristopher

WASHINGTON CUCURTO

No se conocen detalles claros sobre su vida amorosa “Todas, todas las mujeres son muy lindas y están presentes en mi obra. Yo soy casado pero no castrado…” W. Cucurto Pasa que mi ticki esta preñadísima de dos meses. Es decir hace dos meses que no le baja la sangre. Yo estoy casado hace diez años, tengo tres hijos y una mujer. Pero estoy enamorado de mi ticki guevarista, estudiante de Sociales, perteneciente al grupo Liberación y ahora preñadisima de mí o de quién sea, que eso nunca se sabe. W. Cucurto ‘El curandero del amor’

“Yo realmente me “garche” muchas mujeres te digo, en serio con todo respeto, en una época me dedique sólo a eso, era lo único que hacía. El sexo como tabú es un generador, es un botoncito para el lector. Así el texto se mueve, para mí es un elemento discursivo.” W. Cucurto - Entrevista


83

1941 - 1942 Oona O’ Neil2

JEROME D. SALINGER1

1945 - 1946 Sylvia Louise Welter

1955 - 1967 Claire Douglas

1972 Joyce Maynard3

1988 - Muerte Colleen O’Neill

1- En Viena vivió con una familia judía, que muy probablemente no sobrevivió al Holocausto, y con cuya hija, a la cual le dedicó en 1947 el relato A girl I knew, mantuvo el primer romance serio del que se tengan noticia. 2 - Luego de dejarlo se casó con Charles Chaplin 3 - Esta chica era una aspirante a escritora de 18 años. Ha mantenido, igualmente, más de veinte relaciones con aspirantes femeninas a escritoras, siempre muy jóvenes.

RAYMOND CARVER 1957 - 1982 Maryann Burk

—¿También extrañas a Del, a Del Schraeder, tu amante? ¿Lo extrañas a él también? —Extraño a todo el mundo. A ti también. Hace mucho que te extraño. Te he extrañado tanto durante tanto tiempo que te he perdido. No sé cómo explicarlo mejor. Pero sé que te perdí. Ya no me perteneces. R. Carver ‘Si me necesitas, llámame’

1988 - Muerte Tess Gallagher




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