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FABERGÉ Lujo, nobleza e historia
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EL FINO ARTE DE LA ALTA JOYERÍA TIENE UNA EXPRESIÓN MAGISTRAL EN LAS LEGENDARIAS PIEZAS CREADAS POR MIEMBROS DE ESTA PRESTIGIOSA FAMILIA, QUE LOGRÓ RESCATAR SU APELLIDO COMO MARCA Y HA VUELTO A SER SINÓNIMO DE GRANDEZA Y ESPLENDOR
La semblanza y fama de la familia Fabergé recorre casi 300 años de la historia europea y según las reseñas, sus raíces provienen de la región de Picardy, Francia, de donde se vieron obligados a emigrar, cuando el rey Luis XIV intensificó la persecución a los hugonotes, nombre con el que se conocían a los protestantes franceses de doctrina calvinista, a la que pertenecían. Recorrieron varios territorios antes de asentarse definitivamente, alrededor de 1800 en San Petersburgo, para entonces capital de Rusia y ciudad cosmopolita, impulsada por Pedro El Grande, y que resultaba una zona de magníficas oportunidades.
El talento de Gustav Fabergé como orfebre le otorgó un buen prestigio a su joyería, que no pasó desapercibida para la nobleza rusa. Sin embargo, fue su hijo, Peter Carl, el que alcanzó mayor reputación haciendo de Fabergé un nombre legendario. Su primer huevo de pascua imperial fue creado en 1885, como un encargo del zar Alejandro III, para obsequiarlo a la zarina María, el domingo de Resurrección. Esta delicada creación de joyería tuvo tal notoriedad que, desde entonces, el monarca solicitó todos los años un huevo para la emperatriz durante
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En 2007, One World, uno de los dos últimos huevos de Theo Fabergé, junto a una selección de piezas de la Colección St. Petersburgo, beneficiaron a más de 3.500 niños huérfanos de Latinoamérica y el Caribe
esas fechas. Los huevos de pascua simbolizan el comienzo de una nueva vida en la tradición cristiana, y en la Rusia de los zares la época pascual era muy celebrada. Nicolás II siguió la costumbre de regalar esta creación de Fabergé a la zarina, duplicando el pedido, para obsequiárselo también a su madre.
Durante más de 30 años, los zares y la aristocracia europea se maravillaron ante estas producciones, de las que quedaron para el recuerdo 50 piezas que contenían pequeñas sorpresas enjoyadas de exquisita elaboración. Aunque no se conoce el paradero de ocho de aquellas obras de arte, de las 42 restantes se conserva un registro bastante claro y han sido valoradas por enormes sumas. Luego de la caída de los Romanov y la llegada de la revolución Bolchevique, Fabergé y su familia lograron huir a Suiza, donde Carl falleció poco después.
Pero la leyenda de Fabergé ya daba la vuelta a Europa, e incluso en los Estados Unidos un reconocido magnate vinculado con el gobierno comunista de Moscú, Armand Hammer, era un verdadero fanático de sus joyas y logró obtener algunas de ellas, gracias a sus negocios con el gobierno ruso.
Fabergé en el siglo XXI
La familia Fabergé se dispersó por varias regiones de Europa, y sus miembros se dedicaron a diferentes actividades alejadas de la orfebrería y el arte. Sin embargo, el cuarto hijo de Carl, Nicolás, se encontraba ya en Inglaterra para el momento de la Revolución Rusa, establecido como fotógrafo. De una relación extramarital con su modelo, Dorise Claddish, nació Theo, quien desconoció su origen hasta la edad de 40 años. Por haber nacido fuera del matrimonio y de una madre sumamente joven, fue criado por una pareja de tíos maternos, quienes le ocultaron su ascendencia hasta 1961. Se crió como Theo Woddal, pero su afición por los objetos de arte y su exitoso desempeño como diseñador, escultor y pintor de miniaturas, no hicieron más que evidenciar su linaje.
Al descubrir su auténtica identidad, adoptó el verdadero nombre con el que había sido bautizado por su padre, Theo Fabergé, y desde entonces se dedicó por completo a la joyería y la creación de nuevas piezas emblemáticas. Coincidiendo con los 100 años de creada la obra más representativa de la casa Fabergé, en 1985, este artista se aventuró a realizar su primer huevo, determinado a no copiar el trabajo de su abuelo. Casi una década después, su hija Sarah se dedicó a lo mismo.
Ante la imposibilidad de usar su apellido como marca, pues desde la década de los 30 del pasado siglo fue registrado en Estados Unidos por un industrial de origen ruso, Samuel Rubin, fabricante de cosméticos, los últimos descendientes de la legendaria familia eligieron el nombre de St. Petersburg Collection para identificar sus obras. Desde 1986, esta firma ha trabajado en la tradición joyera que le dio prestigio al nombre Fabergé.
Un regreso triunfal
2007 señala una nueva etapa en la historia de la empresa. El 27 de agosto de ese año, a la edad de 85 años, fallece Theo Fabergé. En ese mismo año, también se anuncia que Faber-
gé Limited ha adquirido las licencias y derechos asociados de Fabergé, relacionados con las marcas comerciales de Unilever. El Fabergé Heritage Council se establece para guiar a la empresa en su búsqueda del legado original de excelencia del apellido en creatividad, diseño y artesanía.
A partir de esa fecha, la renombrada firma, que llegó a ser sinónimo del lujo más desmedido y cuyos objetos fueron codiciados por varias generaciones de millonarios y familias reales, ha ido recobrando con solidez su herencia. Todo gracias a un grupo de inversión que compró la marca con intención de devolverle sus antiguos laureles, y quiso involucrar a los miembros de la familia en esta nueva etapa.
En esta última década, Fabergé ha desarrollado una nueva línea de joyas que incluyen la alta relojería y piezas de colección. Sin embargo, en el imaginario popular Fabergé es sinónimo de sus huevos ornamentales (en películas como Octopussy y Ocean’s Twelve incluso formaban parte central de la trama), así que en 2011 la firma los trajo de vuelta en forma de colgantes y en 2015 produjo, en colaboración con una poderosa familia catarí, los Al-Fardan, el primer huevo en un siglo que no desmerece al lado de los imperiales: una pieza con más de 3.000 diamantes que se abre a modo de ostra dejando a la vista una rara perla gris.
Fabergé solidario
Theo y su hija Sarah Fabergé crearon lujosas colecciones, que incluyen piezas valoradas entre 3.500 y 200.000 dólares. Ambos, cuando les estaba vedado el uso de su propio apellido y con la empresa St. Petersburg Collection, en 1999, iniciaron una actividad que sigue siendo parte del ADN de la actual Fabergé: la tradición de colaborar con distintas causas humanitarias y de caridad.
Theo Fabergé creó un huevo para la celebración de los 200 años de la Casa Blanca de los Estados Unidos. Los beneficios de la venta del White House Egg, fueron donados a diferentes asociaciones de caridad en ese país. De esta manera, en 2007, los huevos Windows of the Lord y One World, el último legado de Theo, fueron presentados a beneficio de la organización sin fines de lucro Amigos de los Huérfanos, por la familia Silverman en Coconut Grove, en la ciudad de Miami. Desde entonces, el nombre Fabergé también está asociado a las actividades a favor de los más necesitados, especialmente para ayudar a los niños abandonados. Los descendientes de familia Fabergé perdieron el control de la firma en 1951, y no pudieron volver a usar su apellido como marca hasta 2007, año en que un inversor surafricano especializado en la extracción de piedras preciosas, Brian Gilbertson, se hizo con los derechos sobre la firma