Ẹdiciones del subsuǝlo FRANҪOIS CHESNAIS | ISTVÁN MÉSZÁROS Crisis Ediciones del Subsuelo | Colectivo Cuarto de Revelado Curicó, Chile. Primera Edición, noviembre de 2009 50 ejemplares
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François Chesnais Orígenes comunes de la crisis económica y la crisis ecológica
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István Mészáros La crisis que se despliega y la relevancia de Marx
Prólogo
Valdría la pena preguntarse si cuando nos referimos a crisis atendemos a un conflicto particular o a que la totalidad de los elementos que constituyen la realidad se encuentran en una situación dificultosa. ¿Particularidad o generalidad? Los griegos utilizaban la palabra Krisis para designar a los conflictos de la naturaleza, entendida esta como un sistema que reunía a todos los aspectos del mundo físico, material. Así también, esta palabra fue ocupada –como en el caso de Hipócrates, padre de la medicina- para aludir a un punto culmine en las enfermedades que afectaban al cuerpo humano (igualmente comprendido como un sistema interconectado), momento en el cual se decidía o la muerte o la recuperación del aquejado. Si optamos por seguirle las huellas a aquellos griegos memorables entenderemos que aquella palabra que nos aqueja diariamente, revisitada a cada momento por los medios de comunicación, no es un fenómeno único. Y es más, durante el siglo XX se ha utilizado el término para todo tipo de evaluaciones: crisis epistemológica, crisis de la noción de Estado, crisis religiosa, crisis económica, crisis del sistema de salud, crisis de recursos naturales, etc. Todo en el siglo recién pasado parece haber entrado en una instancia crítica, de reestructuración, de saturación, reforma o revolución. Es posible que no haya salida a este cambio continuo, ya de avance o retroceso, que es esencial a la época Moderna, a su incremento en la velocidad de los procesos (técnicos e intelectuales) y la autoconciencia histórica de su despliegue. Sin embargo, de un buen tiempo a esta parte, dos de las crisis más grandes y significativas de nuestros tiempos amenazan con la destrucción completa de la humanidad. La más grave de ellas, sin lugar a dudas, es la crisis ambiental que ha elevado la temperatura del planeta, produciendo consecuencias jamás antes vistas en la historia. El derretimiento de los casquetes polares, la desaparición de las especies, la insolvencia de tierras antes productivas agrícolamente, la fugacidad de ríos, lagos y mares, está conduciendo al ser humano a un momento definitivo: o salvar el planeta o dirigirnos a la catástrofe. La enfermedad ha contagiado la totalidad del cuerpo y es por esto que necesitamos un vuelco completo, un cambio en las formas de habitar e interrelacionarnos entre nosotros y con la naturaleza. Los ensayos que aquí presentamos, del francés Francois Chesnais y del húngaro István Mészáros tienden a concordar en un punto importantísimo: la crisis financiera es un efecto, como la crisis ambiental y alimenticia, de un sistema económico depredador. El neoliberalismo en su
afán globalizante, de apertura y conquista de nuevos mercados, ha logrado expandirse a zonas donde la mano de obra y los elementos de producción no se condicen con los exigibles derechos humanos, laborales o ambientales de los países occidentales, cuyas multinacionales salen en busca de estas plazas alejadas para el libre cambio. Asimismo la capitalización de todos los aspectos de la realidad, ha conducido a la total rentabilización de la vida contemporánea, produciendo núcleos de especulación y ganancias exorbitantes para la clase social que posee el poder económico, político y, por lo tanto, ideológico. Como bien ha definido el geógrafo y urbanista David Harvey en su obra A brief history of Neoliberalism, este no es más que un proyecto de clase escondido tras el aspecto teórico de las libertades individuales y la libertad de comercio1. El ejemplo clásico para visualizar esto siempre ha sido Chile: somos los ratoncillos de indias de una teoría económica instaurada a fuerza de violencia, desaparición y tortura, por parte de las elites codeadas con el mando militar, protegidas, a su vez, por el gobierno de los Estados Unidos. Efecto de esto ha sido la privatización de todos y cada una de las necesidades básicas, incluyendo el sistema de previsión social, reteniendo el 10% de la población más rica el 46% del ingreso nacional, mientras que el 10% más pobre solo el 1,6% de ese mismo total2. Chesnais, en el ensayo que aquí publicamos, elabora un paralelo entre la salida de los primeros informes acerca del Cambio Climático (el de GEIC a principio de los noventas), la avanzada del neoliberalismo como paradigma global y único (tras la caída del Muro de Berlín y del régimen soviético) y los desastres a gran escala del sistema financiero. La necesidad de abrir nuevos prospectos de mercado, van de la mano con la utilización desmedida de los recursos naturales y, al mismo tiempo, con la consolidación de China y el sudeste asiático como “fábricas del mundo”. Lo que se vio en los últimos Juegos Olímpicos (2008), específicamente, la incapacidad del gobierno chino de resolver los problemas de contaminación de Pekín para la realización del evento, es sólo el ejemplo más visible entre esta cadena de destrucción, que contrae una clara pauperización de la calidad de vida, trabajo y libertades personales y sociales. Por su parte, Mészáros propone una revisión crítica al fenómeno de la crisis financiera, demostrando la incapacidad de un sistema limitado, que se ha vuelto completamente irracional. Mészáros va al hueso, con nombres y apellidos de los culpables, firmas comerciales y bancos mostrando el patetismo de un proyecto a escala planetaria que va socavando su propia lógica, ideología de clase y su sobrevivencia (y la de la humanidad) a largo plazo. Un absurdo que el economista Ernst Mandel ya había nombrado hace un par de décadas: “Las crisis estallan como antes (en el precapitalismo), el capitalismo no ha encontrado el medio de procurarse un crecimiento ininterrumpido, más o menos armonioso- sino para reducir (al menos temporalmente en el periodo a largo plazo de crecimiento acelerado
y al precio de una inflación permanente) su amplitud y su gravedad”3, a lo que nuestro ensayista podría sumar su cinismo. Lo interesante es que ambos autores, Chesnais y Mészáros, no nos llaman a quedarnos expectantes en las butacas del infortunio, sino a actuar antes que sea demasiado tarde, pero a actuar nosotros, buscando formas organización, distribución y solución al uso de recursos naturales y a plantearnos en una postura crítica ante las demoledoras consecuencias de la concentración desmedida de capital y su consecuente deshumanización. Si otro mundo es posible, Latinoamérica ya ha dado señales claras de esa posibilidad, que igualmente deben ser guiada mediante una mirada autocrítica y consecuente con respecto a nuestras necesidades futuras, si que es realmente deseamos conservar más que un trozo de planeta y más que un trozo de dignidad entre los hombres. La educación, por tanto, juega un papel importantísimo en esta lucha de todos y por todos, para que las soluciones para un nuevo habitar no sean manipulizadas y capitalizadas por otros, quizás a qué costos, y no por un bien común, contra aquel derecho inalienable a vivir en paz. Por último, debemos nuestro agradecimiento al colectivo argentino Herramienta por habernos solicitado las traducciones de estos textos, que aquí corregimos y ampliamos con notas para una mejor lectura y una esperada conversación y puesta en práctica. Ediciones del Subsuelo
Notas: 1
Véase Harvey, David A brief history of neoliberalism, Oxford Press, New York, 2005. En español: Breve historia del neoliberalismo, Editorial Akal, Madrid, 2007. Aunque difíciles de encontrar por sus elevados precios, Ediciones del subsuelo prepara una pronta edición de las conferencias de David Harvey, traducidas al castellano. 2 Dato entregado por el Banco Mundial en 2005. 3 Mandel, Ernst Iniciación a la economía marxista, pág. 38. En formato PDF en [http://www.ernestmandel.org]
Orígenes comunes de la crisis económica y la crisis ecológica François Chesnais
1. Uno de los rasgos más importantes de la situación que se abrió en el 2007, es la conjunción entre la crisis económica mundial y la profundización de la crisis climática con gravísimos efectos sociales de impacto mundial. Se suma la crisis alimenticia, en gran medida provocada directamente por las políticas comerciales que se pusieron en marcha hace ya 20 años. La rapidez con que avanza la crisis climática, afectando a las poblaciones de los países más pobres y vulnerables, nos indica que sufrirán los impactos combinados de la recesión mundial, del calentamiento y de los efectos de las políticas agrícolas que se impusieron a muchos países. Todo esto implica un cuestionamiento a la civilización en cuanto tal, pero es seguro que los gobiernos lo abordarán como si se tratase de mantener el orden, tanto a nivel nacional como internacional (véanse las medidas de la Unión Europea contra la inmigración)1. Los efectos de los cambios climáticos, así como la resistencia popular que ellos provocarán en algunas partes del mundo, pueden ser tan fuertes que indudablemente repercutirán sobre la economía y agravarán la recesión. 2. La conjunción entre la crisis económica mundial y el avance de la crisis climática (con toda su gravedad) no es algo fortuito. Las raíces de ambas crisis son las mismas: la naturaleza del capital y de la producción capitalista. Pero esto es algo que sólo pudo verse claramente con la liberalización y la desreglamentación del capital y, consecuentemente, su completa mundialización y exacerbada financiarización. Estos son los procesos que explican, por un lado, los rasgos originales de la crisis (en la que la subproducción de mercancías y la sobreacumulación de capacidades de producción, se combinan con el desmoronamiento de un monto gigantesco de capital ficticio), y, por el otro lado, la aceleración de las emisiones mundiales de CO2, después y a despecho de que los efectos de esto sobre el clima fueran claramente establecidos. 3. Los tiempos del cambio climático a consecuencia de las emisiones de CO2 (que éstas sean la única causa, o que vengan desde hace algunas décadas acelerando y agravando cualitativamente un ciclo climático multisecular, no modifica en nada la naturaleza del hecho) son muy diferentes al tiempo de la acumulación a largo plazo del capital, que es también el de
la acumulación de sus contradicciones internas hasta que ya no pueden ser contenidas. Puede considerarse que la larga acumulación a la que puso fin la crisis comenzó a fines de los años 1950, mientras que la producción de gas de efecto invernadero y su concentración en la atmósfera, remonta al momento de difusión internacional de la Revolución Industrial y la utilización de carbón a gran escala, hacia fines del siglo XIX. Son tiempos de maduración muy distintos. 4. Pero cabe hacer dos observaciones. En primer lugar, las emisiones comenzaron a incrementarse hacia el fin de los “gloriosos 30”2, en los años ‘70. Y sobre todo a partir de los años ‘90. Precisamente cuando se publicó el primer informe del Grupo Intergubernamental de Expertos en el Cambio climático (GIEC) comenzó esta especie de “carrera hacia el abismo” a nivel del cambio climático, cuyas consecuencias son cada vez más evidentes. Y fue también desde el comienzo de los años ‘90 cuando comenzaron a utilizarse cada vez más, sistemáticamente, todos los mecanismos dirigidos a mantener la acumulación y detener la crisis financiera: los mecanismos que retardaron la crisis hasta su estallido en agosto de 2007 y que explican ahora su profundidad. Volveremos sobre esto más adelante, señalando sus implicaciones a nivel ecológico (Nota Bene: en este artículo no abordaremos específicamente la pesada contribución que hicieron la URSS y los países del “socialismo real” del centro y este de Europa al daño ecológico. Con Claude Serfaty hemos escrito un capítulo sobre esto, en el libro colectivo coordinado por Michael Löwy y J-M. Harribey, Capital contre nature, Actuel Marx Confrontations, PUF, París, 2003).
Dos crisis con raíces comunes y consustanciales al capital 5. Las raíces están en lo que se puede considerar “la esencia” del capital. El dinero que deviene capital debe crecer, reproducirse con ganancias, aumentar, en un movimiento que no puede tener ni fin ni límites. Recordemos a Marx, que en los Manuscritos de 1857-58 (los Grundrisse) escribió que “el capital, en tanto representa la forma universal de la riqueza -el dinero-, es la tendencia sin límite y sin medida de sobrepasar su propio límite. Si no dejaría de ser capital, dinero que se produce a sí mismo”. O también en El Capital cuando insiste en decir que “la producción no es más que la producción para el capital y no a la inversa, los medios de producción no se amplían en beneficio de la sociedad de los productores” (subrayados de Marx). Para crecer, el capital debe producir y apropiarse indefinidamente del valor y de la plusvalía. Lo que también significa que debe sacar los recursos del suelo y el subsuelo ilimitadamente, tal y como ha hecho desde que se constituyó como modo de producción abarcando países enteros y, más aún, cuando comenzó su expansión mundial.
6. La expresión “producción por la producción” que ahora se escucha con frecuencia, requiere algunas precisiones. Para poner fin al “productivismo”, en primer lugar hay que comprender bien su naturaleza y resortes. Está en la esencia del capital apropiarse de la plusvalía. Lo que supone primero reunir trabajadores en empresas, organizar la actividad productiva lo más eficazmente que se pueda y aumentar la productividad, al mismo tiempo que se limita al máximo el asenso de los salarios. Y supone luego vender el producto en mercancía, haciendo todo lo posible por convencer a la gente para que las compre. El “productivismo” se asienta en fuertes mecanismos que buscan la “aprobación” social: * Algunos de estos mecanismos tienen que ver con la venta y la compra de la fuerza de trabajo, con el hecho de que son las empresas (y más allá de ellas, el funcionamiento general del capitalismo) las que deciden quién tiene o no trabajo, con qué grado de seguridad y con qué nivel salarial. La mejor manera de obtener la “aprobación” a este nivel, vale decir, de garantizar la docilidad de los trabajadores, siempre fue actuar de modo tal que las empresas entren en competencia, en lo posible aguda. Mientras más compitan las empresas, más en competencia estarán también los trabajadores por los puestos de trabajo. Efectivamente, para cada núcleo diferenciado de producción y de apropiación de plusvalía, para cada empresa, la competitividad pasa por la reducción de lo que se llama “costo del trabajo”. Y la mayor garantía de que estos dos niveles interconectados de competencia “funcionen bien” es liberalizar los intercambios. Esto es lo que el capital viene haciendo desde hace 40 años en el marco de la Unión Europea y a nivel mundial con el tratado de Marrakech y la cooptación de China a la Organización Mundial de Comercio. * Los otros mecanismos de creación de “aprobación” (aprobación forzada) tienen que ver con el acondicionamiento de los asalariados y de toda la población para que compren. Es preciso que las mercancías que encierran la plusvalía sean vendidas y lanzadas al mercado en la mayor cantidad posible. Para eso deben ser “cosas útiles”: pueden ser auténticamente útiles para quienes las compran, mercancías que responden a sus necesidades... Pero es preciso que sean “útiles” sobre todo en el sentido de que permitan la realización de la plusvalía. En realidad, un conjunto de factores (simplificando, digamos la repartición desigual de los ingresos entre clases sociales y países y también sencillamente la saturación) hacen que la dimensión del mercado tenga límites. Es preciso entonces que el capitalismo haga de todo para correrlos. Lo que le importa es que las mercancías que contienen plusvalor tengan la apariencia de “cosas útiles”, pues para el capital la “utilidad” es lo que permite obtener ganancias y proseguir el proceso infinito de valorización. Las empresas se han convertidos en maestras en el arte de demostrar (a quienes tienen poder de compra) que las mercancías que les proponen son “útiles”.
7. Ya avanzamos bastante en la comprensión de las raíces comunes de la crisis en tanto crisis de sobreacumulación y sobreproducción y del agotamiento de los recursos del planeta. Y de todo lo que acabamos de explicar se desprende que el movimiento de acumulación, cuyo motor es la necesidad de valorización infinita e ilimitada del capital conduce simultáneamente: * a la sobreacumulación de medios de producción (la sobreinversión) y a la resultante superproducción de mercancías; * a la existencia de una situación de desocupación endémica; * a un inmenso desperdicio de recursos no renovables, desperdicio continuado porque es tan consustancial al capitalismo como la superproducción. 8. La racionalidad propia del capital conduce a distintas expresiones de profunda irracionalidad social y ambiental entre las cuales se conforman procesos interactivos agravantes. Citemos uno. Cada empresa ve a los asalariados como un costo que es preciso reducir, pero al hacerlo “serruchan la rama” en la que estas empresas están colectivamente sentadas. Mucho antes que Keynes, Marx escribió: “Cada capitalista sabiendo que no ocupa frente a su obrero la posición del productor frente al consumidor, busca limitar al máximo su capacidad de cambio, su salario, pero desea naturalmente que los trabajadores de los otros capitalistas consuman tanto como sea posible su mercancía”. El movimiento del capital agrava el problema de la realización de la plusvalía y simultáneamente debe acentuar los esfuerzos para hacer que quienes tienen sus necesidades saturadas, compren productos socialmente inútiles. Esta contradicción alojada en el corazón de la relación entre el capital y el trabajo, es una de las expresiones del hecho de que “la verdadera barrera de capital es el capital mismo”. Quienes son las personificaciones del capital no pueden comprenderlo, mucho menos aceptarlo en caso de llegar a presentirlo. Tampoco pueden sacar la conclusión de que un sistema cuyo corazón es la ilimitada valorización del dinero, es un sistema mortífero.
Aspectos específicos de la configuración del capital y el “crecimiento” desde los años 1990 El primer informe del GIEC es de 1990. Planteó una constatación y formuló una serie de previsiones, que no fueron posteriormente desmentidas. Confirmó las informaciones sobre cambio climático ya conocidas por los científicos desde hacía varios años. En 1992 las Naciones Unidas
adoptaron una “Convención sobre los cambios climáticos”, que entró en vigor en marzo de 1994. Posteriormente, cada nuevo informe del GIEC no hizo más que confirmar las conclusiones de los precedentes y achicar los límites temporales. Sin embargo, poco o nada se hizo. Y los hechos que vinieron a “desmentir” las previsiones de los científicos, lo hicieron siempre en el sentido de la aceleración de los procesos, sobre todo en lo relativo al derretimiento de los glaciares africanos y andinos, y de la banca ártica y antártica. A pesar de las advertencias, ninguna medida de alcance real fue adoptada e implementada por los gobiernos ni, por supuesto, los grupos industriales y financieros con mayor responsabilidad directa en las decisiones económicas que influyen en la intensidad y estructura del consumo energético. Esto se explica parcialmente por el fuerte interés de estos grupos en prolongar sus actuales fuentes de ganancia. Pero la explicación más profunda de la “carrera hacia el abismo” está dada por los desarrollos que vinieron a exacerbar los procesos básicos que acabamos de presentar. 10. Es obligatorio considerar la esencia del capital al nivel de abstracción que antes utilizamos. Pero es preciso también aprehenderlo en las configuraciones organizativas que en cada momento esboza. En el actual estadio del capitalismo, estas configuraciones son, por supuesto, los grandes grupos de la energía, la industria y la gran distribución: todas son sociedades transnacionales (SNT). Sin embargo, desde hace 30 años, lo son también y sobre todo las sociedades financieras, los grandes bancos, las sociedades de seguros, los fondos de pensión por capitalización y los fondos de colocación financiera (Fondos Mutuos o SICAV3), los llamados “inversores institucionales”. Su poderío está basado en la centralización de dinero que busca valorizarse con la forma de préstamos y colocaciones, la forma llamada “capital con interés”. Una parte de tal dinero proviene de ganancias no invertidas, otra de las ventas (la más importante de las cuales es la renta petrolera) y finalmente de obligaciones institucionales, como es el caso de los fondos de pensión por capitalización. Sea cual fuere su origen, el dinero centralizado se confía a los gestionarios de fondos. Se convirtieron en un componente central del capital contemporáneo gracias a un conjunto de instituciones, en primer lugar los mercados financieros y especialmente la Bolsa, y gracias también a mecanismos tales como la “gobernanza de empresas” en provecho de los accionistas4. Es preciso ver lo que esto implica. 11. El punto de partida del ciclo de valorización del capital es el dinero D y su punto de llegada es más dinero D’. Quienes por así decirlo personifican D (el dinero en toda su “pureza”) fueron siempre quienes lo poseían, lo centralizaban o lo “creaban” mediante el crédito. Luego de un paréntesis de aproximadamente 40 años (entre mediados de los años 1930 y mediados de los 1970), se volvió a esa situación. El poder capitalista decisivo pasó nuevamente a manos de los financistas, de los poderosos gestionarios de los fondos de pensiones y de colocación financiero. La liberalización, la
desreglamentación y la mundialización contemporánea les abrieron un espacio de valorización planetaria. Los fondos son la materialización de un capital que posee, más que en cualquier momento anterior, los atributos de una fuerza impersonal dirigida exclusivamente hacia su auto valorización y su auto reproducción. Extrema movilidad de los flujos de capital, gran flexibilidad en las operaciones de valorización, exterioridad en relación a las constricciones de producción y venta en que opera el capital industrial. Y también una radical indiferencia en cuanto a los mecanismos políticos y sociales para la producción y apropiación de la plusvalía o a sus consecuencias sociales y ecológicas. 12. Los gestionarios financieros ocupan gran parte de los puestos de mando del capitalismo “occidental”. En el caso de los Estados Unidos, que no lo oculta, sus nombres son muy conocidos, comenzando por los PDG de Goldman Sachs, Robert Rubín y Henry Paulson: el primero fue Secretario del Tesoro de Clinton, el segundo de G.W. Bush. Ellos personifican un capitalismo que creyó haber desplazado “sus límites inherentes” por mucho tiempo, y lo hicieron como siempre recurriendo a “medios que levantan nuevamente estas barreras frente a ella, a una escala aún más formidable”. La burguesía alineada detrás de los Estados Unidos durante los últimos 30 años trató de superar los límites inherentes al capital esencialmente a través de tres medios: a) la liberalización de los flujos financieros, del comercio y de las inversiones directas; b) el recurso en una escala jamás vista a la creación de capital ficticio en su forma más vulnerable, el crédito, sobre todo hipotecario; c) finalmente y como respuesta a la penuria de plusvalía creada por la pérdida de velocidad de la inversión en los países centrales del sistema, un nuevo e importante salto en las inversiones exteriores, cuyo destino principal fue China. 13. La creación de capital ficticio en dimensiones desconocidas y también con la forma de crédito al consumo, tuvo el objetivo de ampliar artificialmente el mercado doméstico de los países que recurrieron a este procedimiento. Especialmente después del 2001, y durante algún tiempo este artilugio construido mediante la constante extensión de las técnicas de “titulización” fue capaz de contrarrestar los efectos de una demanda insuficiente. Así ocultó entonces situaciones de superproducción crónica, como en el caso de la industria automotriz. Un monto extraordinariamente importante de acreencias insolventes “escondidas” en títulos fue asentado en el activo de capital de los bancos, de la sociedad de seguros y los fondos de colocación. Después de agosto del 2007 (de hecho después de julio), todo el edificio comenzó a hundirse, pedazo por pedazo, a través de sucesivos episodios cada vez más espectaculares. 14. La crisis financiera desgarró el velo que ocultaba la superproducción en los Estados Unidos, en Europa y de rebote en el Japón, que es terrible-
mente dependiente de las exportaciones. Lo que ahora está en juego es si la extensión de la crisis de sobreacumulación y de superproducción se producirá de modo tal que alcance o no a China. Desde comienzos de los años ‘90, el flujo del capital productor de plusvalor hacia el exterior no tomó solamente la forma de una extensión de las relaciones imperialistas de apropiación-expropiación de recursos básicos de los países subordinados o de producción monopólica en esos países para la venta en sus mercados domésticos, como ocurriera en las fases precedentes. Ahora se trató, particularmente en lo que concierne a China, de la extensión de relaciones de producción entre capital y trabajo en el sentido fuerte, es decir, relaciones cuyo objetivo es la creación de valor y plusvalor en la industria manufacturera. China no es solamente un mercado. Es “the factory of the world” (“la fábrica del mundo”), una de las más importantes bases de producción manufacturera del mundo, sino la principal. Esto implica que es una base productiva que exige una esfera de realización, es decir, un mercado, de dimensión proporcional al monto de las mercancías producidas. La extensión de las relaciones productoras de valor y plusvalor fue alentada por la dirección del Partido Comunista Chino, que convocó al capital extranjero a participar y hacer ganancias. Las empresas extranjeras, encabezadas por las estadounidenses y japonesas, se desplazaron desde mediados de los años ‘90 hacia China, para aprovechar una mano de obra disciplinada, bien formada y barata. El incremento de la capacidad productiva debido al flujo de inversiones extranjeras fue acentuado por mecanismos político-económicos específicos que propiciaron la súper acumulación. Por todas estas razones, China es el terreno en el que se decidirá la dimensión y duración de la crisis, y tal vez su desenlace. 15. Volvamos a la aceleración de los procesos de utilización de los recursos no renovables hasta su agotamiento, del desgaste de la capacidad productiva de los suelos por largos períodos en cada vez más lugares del planeta, y del incremento de las emisiones de gas con efecto invernadero. En el primer caso, la cuestión está abundantemente documentada. La destrucción de las selvas primarias en África, en el Amazonas y el archipiélago indonesio, para vender maderas raras, para cultivar especies que sirvan para los agro carburantes o posibilitar los cultivos extensivos y la quimificación cada vez más pronunciada de la gran agricultura, tienen lazos estrechos con el pago de la deuda, con la liberalización del comercio y la acentuada penetración en el sector agrícola ganadero del capital concentrado y los accionistas de los fondos de colocación financiera. 16. En el caso de la aceleración de las emisiones de gas con efecto invernadero, el lazo no es ciertamente tan directo, pero existen al menos un “ramillete de indicadores”. Cabe la hipótesis de que sea, al menos parcialmente, una consecuencia de muchos procesos ligados a la liberalización de intercambios, a la desreglamentación y la mundialización de las inversio-
nes y las privatizaciones: el salto cualitativo en el transporte de carretera con camiones, así como los transportes marítimos y aéreos ligados a la tercerización y el “justo-a-tiempo”, a las mercancías chinas baratas, a los gastos de invierno, etc.; las deliberadas subinversiones en los transportes públicos; la urbanización que tiende a hacer obligatorio el uso del automóvil (para todos los que pueden pagarlo...), etc. (¿será realmente una casualidad que Renault y Peugeot, Bouygues y Cia. sean los principales destinatarios y beneficiarios del “plan de relanzamiento”?5).
Dos cuestiones políticas a tratar 17. La primera es la del “decrecimiento”. Estamos en un sistema que tiene como núcleo y racionalidad característica, la valorización del dinero devenido capital, en un movimiento infinito. Valorización que se hace (y no puede dejar de hacerse) mediante dos procedimientos: 1º) una relación intrínsecamente antagónica con el trabajo, de la que nacen (excepto en situaciones políticas excepcionales y transitorias que las atenúan como ocurriera durante los “gloriosos 30”) la polarización social, la pobreza, la miseria; y 2º) la venta infinita de mercancías, hasta la saturación, con las implicaciones ecológicas que antes vimos. La liberalización y la mundialización hicieron saltar los mecanismos que contenían el primer procedimiento y han acentuado terriblemente al segundo. El único momento en que este sistema “decrece” es durante las crisis, como ocurre actualmente. 18. Otro sorprendente error de los teóricos del decrecimiento es colocarse políticamente en un terreno de súplica al capital: que sea más razonable, que tome conciencia de sus intereses “bien entendidos” a largo plazo... Son sensibles a la pobreza, pero no colocan en el centro la lucha de clases. Pueden unirse a las luchas en el punto de intersección entre las consecuencias de la explotación y tal o cual cuestión de orden ecológico, y sienten la presión popular cuando se desarrolla. Pero la búsqueda sistemática de puentes entre ambas les es ajena, porque no comprenden la naturaleza del sistema capitalista o porque piensan que “ya ganó”, como los socialliberales. 19. Una segunda cuestión política tiene que ver con la utilización del término “ecosocialismo”, en vez de socialismo a secas. Tengo la impresión de que, en definitiva, los únicos argumentos reales en tal sentido son a) el descrédito de la palabra socialismo a causa del estalinismo y de la socialdemocracia6 y b) la poca importancia concedida a las cuestiones ecológicas por los marxistas, incluyendo los revolucionarios, al punto que se “redescubrió” a Marx en esta cuestión recién en los años ‘90 y gracias sobre todo a gente como Bellamy Foster.
20. Por lo tanto, mis dos respuestas son (invirtiendo el orden): 1) la cuestión ecológica no es la única subestimada por los marxistas, incluidos los revolucionarios (ver el texto de Jean-Louis Marchetti para la reunión del 13-14 de diciembre); 2) el contenido de la palabra socialismo puede y debe ser repensado a partir de los jalones puesto por Max en relación a los “productores asociados” y sus relaciones con la naturaleza. En uno de los últimos capítulos de El capital Marx asigna a los hombres socializados, devenidos “productores asociados”, la perspectiva de “combinar racionalmente y controlar sus intercambios materiales con la naturaleza, de modo tal de realizarlo con el menor gasto de fuerza y en las condiciones más dignas y más acordes a la naturaleza humana”. Esto nos indica que la protección de la naturaleza contra la mercantilización capitalista es inseparable del hombre en tanto parte de la naturaleza. Dicho de otra manera, toda política que asuma la cuestión ecológica deberá combatir también la alienación -la alienación mercantil, pero también la alienación en el trabajo- y esto con verdadera eficacia, y no como esas campañas en “defensa del empleo” donde vemos a los sindicatos aliados a los empleadores en torno a cuestiones como las normas en materia de polución. De lo que se trata es de actuar de tal manera que el individuo “individual”, creación del capitalismo, escindido en productor y consumidor y privado de toda instancia que pueda ayudarlo a comprender las principales determinaciones de su experiencia social, pueda devenir un productor asociado, en condiciones de administrar sus relaciones con el medio natural según una racionalidad colectiva. El socialismo, así redefinido, es la palabra que debemos reaprender a defender.
Notas: 1
Chesnais se refiere a las medidas adoptadas por la Unión Europea en 2008, referentes al freno de los movimientos de inmigración. Entre ellas se encuentra una ley que permite a los gobiernos la repatriación de inmigrantes irregulares, en “forma voluntaria” en un plazo mínimo de siete a treinta días. De no hacerse esto a tiempo, estas personas pueden ser retenidas en centros por un periodo máximo de 18 meses, adosándole la prohibición de ingresar a territorio comunitario por un periodo de cinco años. [Nota de los editores] 2 Los “gloriosos 30” es la expresión que Jean Fouurastié utilizó para designar el periodo de tiempo que van desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945) a la Crisis del Petróleo (1973), en que los países “desarrollados” lograron una increíble expansión económica. [N. de los e.] 3 Sociedad de Inversiones de Crédito Variable. En España una SICAV es una Sociedad Anónima cuyo objeto social es invertir en activos financieros, la cual goza de importantes ventajas fiscales, tributando al 1% en el Impuesto de Sociedades, grava que en la Península Ibérica asciende al 30%. Actualmente este mecanismo es el más utilizado por personas poseedoras de grandes capitales. [N. de los e.] 4 La gobernanza de empresas o la gobernanza corporativa refiere al sistema por el cual las empresas son dirigidas y controladas, especificada en la distribución de responsabilidades entre los altos cargos (directorio, administradores, accionistas, etc.), como por el establecimiento de reglas y procedimiento que éstas toman para lograr un rendimiento económico. [N. de los e.] 5 El “plan de relanzamiento” al que alude Chesnais se basa en la inyección de 26 millones de euros por parte del gobierno francés de Sarkozy, para reactivar la economía francesa. Uno de los puntos de este programa trata directamente de incentivar el sector automotriz, actuando sobre la demanda de vehículos y fortaleciendo al rubro. [N. de los e.] 6 el autor se refiere al descrédito que genera el socialismo respecto a dos experiencias del siglo XX: la de la Unión Soviética, cuya forma de gobierno totalitaria y personalista pasó a llamarse “estalinismo”, debido a la herencia que Joseph Stalin dejó, en cuanto a los grados de militarización, censura, violación de los derechos humanos y, específicamente, de una política “sobre el proletario” más que “del proletariado”. Asimismo la socialdemocracia en Europa dejó un saldo de gobiernos ineficaces en términos de políticas sociales, de avance de la corrupción y colusión con la base empresarial. Estas dos versiones deben ser entendidas como enfermedades del socialismo, a su vez, como una utilización de su base teórica para lograr fines radicalmente distintos a su fuente humanista y democrática. [N. de los e.]
La crisis que se despliega y la relevancia de Marx István Mészáros
Algunos de ustedes quizás hayan estado presentes en nuestra reunión en mayo de este año en este edificio, cuando recordé lo que dije a Lucien Goldman en París pocos meses antes del histórico mayo del 68’ francés. En contraste con la entonces prevaleciente perspectiva de un “capitalismo organizado”, que se suponía había dejado exitosamente atrás la etapa del “capitalismo de crisis” –una visión notoriamente sostenida por Marcuse y también compartida por mi querido amigo Lucien Goldman– yo insistí en que, comparada con la crisis a la que en realidad nos estamos dirigiendo, “la Gran Crisis Económica de 1929-1933” parecería una “reunión de té parroquial”. En las últimas semanas tuvieron una muestra de lo que tenía en mente. Pero no más que una muestra, porque la crisis estructural del sistema del capital como un todo, que estamos experimentando en nuestro tiempo en una escala epocal, está condenada a ponerse considerablemente peor. Se volverá -en su debido momento- más profunda, en el sentido de invadir no sólo el mundo de las más o menos parasitarias finanzas globales sino cada una de las esferas de nuestra vida social, económica y cultural. La cuestión obvia que debemos abordar ahora concierne a la naturaleza de la crisis que se despliega globalmente y las condiciones requeridas para su plausible resolución. Si tratan de recordar lo que escucharon repetir incansablemente durante las últimas dos semanas acerca de la actual crisis, una palabra se destaca, ensombreciendo todos los demás diagnósticos realizados y sus correspondientes remedios. Esa palabra es confianza. Si pudiéramos conseguir un pagaré de mil pesos por cada ocasión en que esa palabra mágica ha sido ofrecida para el consumo público en las últimas dos semanas en todo el mundo, sin mencionar su continua reafirmación desde entonces, todos seríamos millonarios. Nuestro único problema en ese caso sería qué hacer con nuestros repentinamente adquiridos millones. Puesto que ninguno de nuestros bancos, ni siquiera nuestros recientemente nacionalizados bancos -nacionalizados por la friolera de no menos que las dos terceras partes de sus activos de capital- podrían proveernos de la legendaria “confianza” requerida para una inversión o depósito seguro. Incluso nuestro Primer Ministro, Gordon Brown, nos obsequió a este respecto la última semana la memorable frase: “La confianza es la
cosa más preciada”. Conozco la canción –y probablemente la mayoría de nosotros la conoce– que dice: “El amor es la cosa más preciada”. ¡¿Pero que la confianza en la banca capitalista es la cosa más preciada?! ¡Es una sugerencia completamente perversa! Sin embargo, la propuesta de este remedio mágico ahora parece ser universal. Es repetida con tal convicción como si la “confianza” simplemente pudiera llover del cielo o crecer en gran abundancia en los capitalísticamente bien abonados árboles de las finanzas. Hace tres días (el 18 de octubre de 2008) en el programa más importante de entrevistas del domingo por la mañana de la BBC -el programa de Andrew Marr- desempolvaron un distinguido caballero ya entrado en años, Sir Brian Pitman, quien fue presentado como el antiguo jefe de los negocios bancarios Lloyd’s. No dijeron cuando fue que encabezó esa organización, pero la manera en la que habló lo dejó suficientemente claro. Puesto que pudo saberse a través de sus respuestas, respetuosamente recibidas, que habría estado a la cabeza del Banco Lloyd’s bastante antes de la crisis económica mundial de 1974. De acuerdo con esto, para animar a los televidentes, introdujo una gran innovación conceptual en el discurso de la confianza al decir que nuestros problemas se debían a cierto exceso de confianza. E inmediatamente demostró también el sentido de esta “confianza excesiva”, al decir, más de una vez en una entrevista corta, que hoy no puede haber problemas serios, porque el mercado siempre se encargó de todo. Incluso si algunas veces se fue inesperadamente muy abajo, siempre volvió a subir. De manera que así lo haría esta vez, y volvería a subir infaliblemente una y otra vez en el futuro. La crisis presente no debería exagerarse, dijo, porque es mucho menos seria hoy que la que experimentamos allá por 1974. Porque en 1974 teníamos una semana laboral de 3 días en Inglaterra [aún si esto no ocurría en ningún otro lugar], y ahora no la tenemos. ¿No es así? ¿Y quién podría discutir ese hecho irrefutable? De este modo, ahora tenemos la palabra mágica que explica todas nuestras dificultades ya no como un huérfano infeliz, sola, sino como parte de algo así como una fukuyamizada tríada pseudo-hegeliana: confianza – falta de confianza y confianza excesiva. El único elemento ahora faltante en este discurso explicativo mágico es el fundamento real de nuestro peligroso sistema bancario y asegurador, que opera sobre la base de trucos de confianza auto protectores que, tarde o temprano, están condenados a ser (y de tiempo en tiempo han sido realmente) descubiertos. En cualquier caso, toda esta charla acerca de las virtudes absolutas de la confianza en la gestión económica capitalista se asemeja bastante a la explicación ofrecida por la mitología hindú acerca de la base de sustento del universo. Puesto que en esa antigua visión del mundo se dice que el universo descansa, de modo que podemos tranquilizarnos, en la espalda de un elefante. ¿Y el evidentemente poderoso elefante? podría preguntarse. Pero nadie debería pensar en eso como una dificultad, puesto que el
elefante se sostiene, lo cual es incluso más tranquilizador, en la espalda de una tortuga cósmica. “¿Pero qué hay de la propia tortuga cósmica?” Ni siquiera se atrevan a hacer esa pregunta, por cuanto podrían convertirse en el alimento de tigres de bengala, antes de que se extingan. Afortunadamente, The Economist es tal vez más realista en su evaluación de la situación. En el contexto de nuestro doloroso tema, la ahora reconocida crisis económica que tiende a agravarse, voy a darles citas exactas, incluyendo algunas cifras irrefutables de las ya innegables fallas capitalistas, tomadas principalmente de periódicos tan bien establecidos y con una conciencia de clase burguesa tan desvergonzada como The Economist y The Sunday Times. Los citaremos meticulosamente, palabra por palabra, no simplemente porque son importantes en su campo sino también para evitar que nos acusen de “izquierdismo parcial y tergiversador”. Marx decía que, en las páginas de The Economist, la clase gobernante “se habla a sí misma”. Las cosas han cambiado un poco desde esos días. Puesto que ahora incluso en el campo especializado del “conocimiento económico” la clase gobernante necesita un órgano de propaganda de circulación masiva, con la mistificación general como propósito. En los tiempos de Marx la clase gobernante tenía suficiente “confianza”, y también una buena cantidad de indiscutida “confianza extrema”, como para necesitar eso. De este modo, en las presentes y menos arrogantes circunstancias, el periódico semanal de distribución masiva con base en Londres, The Economist, –el vocero orgullosamente seguro de sí del “campamento de Davos”* dominado por los EEUU– sensatamente admite que la crisis que estamos enfrentando hoy tiene que ver con las dificultades de “Salvar al sistema”, de acuerdo con el título a toda página de su edición del 11 de Octubre del 2008. Podemos dar por sentado, desde luego, que nada menos que “salvar al sistema” (o no) es lo que está en juego en nuestro tiempo, incluso si la discusión de The Economist de este problema es un tanto extraña y contradictoria. Puesto que en su habitual manera de intentar presentar su posición altamente partidaria como una “visión equilibrada” objetivamente, por medio del uso de la fórmula “por un lado, por el otro”, The Economist siempre logra alcanzar su deseada conclusión a favor del orden establecido. De este modo, también en esta ocasión, The Economist sostiene en su artículo principal del 11 de Octubre que “Esta semana vio la primera débil luz de una respuesta global de largo alcance al vacío de confianza”. Ahora, afortunadamente, el “vacío de confianza”, aunque reprensible en sí mismo, se espera que sea remediado gracias a la un tanto misteriosa “respuesta global de largo alcance”. Al mismo tiempo, del lado más realista, el semanario londinense también reconoce en el mismo artículo editorial que
El daño a la economía real se está volviendo visible. En América el crédito al consumo actualmente se está encogiendo, y alrededor de 150,000 americanos perdieron sus empleos en septiembre, la mayor cantidad desde el 2003. Algunas industrias están siendo seriamente dañadas: la venta de autos está en el punto más bajo de los últimos 16 años en la medida en que los posibles compradores no pueden conseguir crédito. General Motors ha cerrado temporalmente algunas de sus fábricas en Europa. Alrededor del globo los indicadores a futuro, tales como sondeos de gerentes de compras, son horriblemente sombríos. No dicen, sin embargo, que “el vacío de confianza”, podría tener algo que ver con esos hechos. Por supuesto, la apología del sistema debe prevalecer en cada artículo, incluso si tiene que ser presentada como la palabra indiscutible de la sabiduría pragmática. En este sentido, “salvar al sistema” para The Economist equivale a la identificación totalmente acrítica del periódico con, y el incuestionable apoyo de, la ilimitada operación de rescate económico –la cual no será llevada a cabo por medio de los “recursos del mercado” habitualmente glorificados de la manera más dogmática– a favor del sistema capitalista en problemas. De este modo, incluso los más apreciados y bien ensayados preceptos de propaganda (un libre mercado no sólo no existente en la actualidad sino nunca existente en realidad) pueden ser ahora tirados por la borda en pro de la noble causa de “salvar al sistema”. Concordantemente, The Economist nos dice que: “La economía mundial claramente está en malas condiciones, pero podría ponerse mucho peor. Este es el momento de hacer a un lado el dogma y la política y concentrarse en respuestas pragmáticas. Eso significa más intervención gubernamental y cooperación en el corto plazo que la que los contribuyentes impositivos, los políticos o de hecho los periódicos pro libre mercado normalmente querrían”1. Hemos sido sometidos a sermones similares por el Presidente George W. Bush con anterioridad. Él dijo a su audiencia televisiva hace dos semanas que normal e instintivamente él es un creyente en, y un apasionado partidario de, el libre mercado, pero dadas las presentes circunstancias excepcionales él tiene que pensar en otros caminos. Tiene que comenzar a pensar en estas difíciles circunstancias, punto. No pueden decir que no han sido advertidos. Las sumas involucradas en la solución “pragmática” recomendada, la cual aconseja no prestar atención a lo que “normalmente querrían” los “contribuyentes impositivos y los periódicos pro libre mercado” (es
decir, la ahora aconsejada solución que significa, en rigor, la necesaria sumisión de las grandes masas del pueblo a mayores cargas impositivas tarde o temprano) son literalmente astronómicas. Para citar a The Economist de nuevo: “en poco menos de tres semanas el gobierno de los Estados Unidos de América, en conjunto, expandió su pasivo bruto a más de 1 trillón de dólares –casi el doble de lo que ha costado la guerra de Iraq hasta ahora”2. “Los bancos europeos y norteamericanos van a perder unos 10 trillones de dólares”3. “Pero la historia enseña una lección importante: que las grandes crisis bancarias son resueltas en última instancia al echar grandes porciones de dinero público”4. Decenas de trillones de dólares de dinero público “echado”, y justificado en el nombre de la supuesta “importante lección de la historia”, y desde luego al servicio de la indiscutible buena causa de salvar al sistema, es ciertamente una gran porción. Ningún heladero de High Street podría siquiera soñar acerca de tal cucharada*. Y si agregamos a esa magnitud el hecho citado en la misma página del periódico londinense, que sólo en el curso del último año “El índice de precios de los alimentos de The Economist subió cerca del 55%”5, y “el alza de precios de los alimentos a fines del 2007 y comienzos del 2008 generó revueltas en unos 30 países”6, en ese caso la porción en cuestión se vuelve aún más reveladora acerca de la naturaleza del sistema, el cual ahora se encuentra en una crisis aún en vías de profundizarse. ¿Pueden pensar en una acusación mayor para un pretendidamente insuperable sistema de econo-producción y reproducción societal que aquel que –en la cima de su fuerza productiva– está produciendo una crisis alimenticia global, y el inseparable sufrimiento de incontables millones en todo el mundo? Esa es la naturaleza del sistema al cual ahora se espera que sea salvado a toda cosa, incluyendo al actual costo astronómico económico “repartido”. ¿Cómo puede uno puede darle un sentido tangible a todo esos trillones gastados? En tanto hablamos de magnitudes astronómicas, le hago esta pregunta a un amigo cercano que es profesor de astrofísica en la Universidad de Londres. Su respuesta fue que debería señalar que sólo un trillón es algo así como cien veces la edad de nuestro universo. Ahora, en la escala de la misma magnitud la regularmente subestimada cifra oficial de la deuda estadounidense alcanza en nuestros días más de 10 trillones. Es decir, mil veces la edad de nuestro universo. Pero déjenme citar un corto pasaje de una publicación japonesa. Dice lo siguiente: “¿Cuánto dinero especulativo se está moviendo alrededor del mundo? De acuerdo con los análisis de Mitsubishi UFJ Securities, el tamaño de la “economía real” global, en la cual bienes y servicios son producidos e intercambiados, se estima en $48.1 trillones...Por otra parte, el tamaño de la “economía financiera”
global, la suma total de las acciones, títulos y depósitos, asciende a $151.8 trillones. De modo que la economía financiera se ha inflado tres veces el tamaño de la economía real, creciendo especialmente rápido durante las dos décadas pasadas. La brecha llega a $100 trillones. Un analista involucrado en esta estimación dijo que cerca de la mitad de esa cantidad, $ 50 trillones, es apenas necesaria para la economía real. Cincuenta trillones de dólares valen más de 5,000 trillones de yenes, un número demasiado grande para que lo pueda comprender realmente”7. Es de hecho muy difícil de comprender, por no mencionar de justificar, como nuestros políticos apologistas del capital y banqueros sí lo hacen, las sumas astronómicas de la especulación parasitaria acumulada hasta el punto de corresponder a 500,000 veces la edad de nuestro universo. Si ustedes desean tener otra medida acerca de la magnitud involucrada, simplemente imaginen a un desafortunado contador de los tiempos romanos, a quien se le pide algo tan simple como que escriba en su pizarra la cifra de 5,000 trillones de yenes, en números romanos. Estaría totalmente desesperado. Simplemente no podría hacerlo. E incluso si tuviera a su disposición números arábigos, los cuales no habría podido tener, incluso en ese caso necesitaría 17 ceros después del número 5 para poder escribir la cifra en cuestión. El problema es, por tanto, que nuestros acomodados políticos y banqueros parecen pensar sólo en ceros, y no en sus conexiones sustantivas, cuando presentan estos problemas para el consumo público. Y ese enfoque no puede funcionar indefinidamente. Porque uno necesita mucho más que ceros para salir de este agujero sin fondo del endeudamiento global al que estamos condenados por el sistema al cual ahora quieren salvar a toda costa. De hecho, la reciente popularidad de Gordon Brown tiene mucho que ver con ceros en más de un sentido. Su asombrosa nueva popularidad –la cual, pensándolo mejor, puede terminar siendo efímera– fue ilustrada la semana pasada por el título de primera página del diario: “De perdedor a héroe”8. El artículo en cuestión sugiere que nuestro Primer Ministro ha triunfado realmente en “salvar al sistema”. Así es como se ha ganado estos vivos elogios. La razón por la cual fue aclamado de ese modo, como un héroe, fue el hecho de haber inventado una nueva variante de nacionalizar la bancarrota capitalista, la cual puede ser adoptada con una “conciencia de libre mercado” sin conflictos, así como lo han hecho otros países. Eso hizo que incluso George W. Bush se sintiera menos culpable acerca de actuar en contra de lo que él mismo llamó su “instinto apasionado” cuando nacionalizó una enorme “porción” de la bancarrota capitalista de los EEUU de la cual un solo ítem –los pasivos de las gigantescas compañías hipotecarias
Fannie Mae y Freddie Mac– eran equivalentes a 5.4 trillones de dólares (es decir, la suma requerida para continuar la guerra en Iraq por 54 años). La “novedad pragmática” –en tanto opuesta a “el dogma y la política” en las palabras de The Economist– de la reciente nacionalización de la bancarrota capitalista hecha por el “Nuevo Laborismo” consiste en que los contribuyentes no obtienen absolutamente nada (en otras palabras, cero-cero-cero tantas veces como quieran escribirlo, incluso diecisiete veces) por las inmensas cantidades de dinero invertidas en activos de capital quebrados, incluyendo nuestros bancos británicos nacionalizados en sus dos terceras partes. Esta clase de nacionalización de la bancarrota capitalista es un tanto diferente de las versiones anteriores, instituidas luego de la Segunda Guerra Mundial cuando la “Cláusula 4” del Partido Laborista – abogando por el control público de los medios de producción– era aún parte de su constitución. Puesto que en 1945 los sectores en bancarrota de la economía capitalista nacionalizados fueron transferidos al control del Estado, durante su generoso proceso de vuelta a engordar con dinero proveniente de los impuestos generales, con el propósito de la apropiada “privatización” en su debido momento. Incluso la nacionalización de la compañía Rolls Royce llevada adelante por el Primer Ministro conservador Edward Heath en 1971, siguió el mismo vergonzante patrón de control estatal y nacionalización abiertamente admitida. En nuestros días, sin embargo, la belleza de la solución de Gordon Brown es que pierde la vergüenza mientras multiplica la cantidad de billones desperdiciados invertidos en la bancarrota capitalista. Indudablemente eso merece completamente su promoción “de perdedor a héroe” al igual que el galardón más alto de “Salvador del mundo” que le fuera conferido por algunos otros diarios, a causa de su gran modestia que le permite estar satisfecho con absolutamente nada a cambio de nuestros – no los suyos– billones generosamente gastados. ¿Pero puede esta clase de remedio gubernamental ser considerada una solución duradera a nuestros problemas, incluso en el corto plazo, sin mencionar la requerida sustentabilidad a largo plazo? Sólo un tonto puede creer eso. En verdad, las medidas recientemente adoptadas por nuestras autoridades políticas y financieras sólo atienden a un único aspecto de la crisis actual: la liquidez de los bancos, compañías hipotecarias y aseguradoras. E incluso eso sólo de un modo acotado. En realidad la gigantescas “porciones de dinero lanzadas” no representan más que el pago del depósito, por así decirlo. Mucho más va a ser requerido a ese respecto en el futuro, mientras los trastornos que aún se despliegan en el mundo del intercambio de acciones continúe acentuándolos. En cualquier caso, mucho más allá del problema de la liquidez, otra dimensión que involucra sólo a la crisis financiera concierne al de la casi catastrófica insolvencia de los bancos y compañías aseguradoras. Este hecho se aclara una vez que sus especulativa e irresponsablemente asumidos, pero sin embargo existentes, pasivos son realmente tomados en
cuenta. Para darles un ejemplo: dos de nuestros grandes bancos en Inglaterra tiene pasivos equivalentes a $2.4 trillones cada uno, adquiridos bajo el aventurista supuesto de que nunca iban a tener que pagarse. ¿Puede el estado capitalista liberarlos exitosamente de esa cantidad de pasivos? ¿De dónde podría el estado tomar en préstamo dinero de tal magnitud para la operación de rescate requerida a tal propósito? ¿Y cuáles serían la necesarias consecuencias inflacionarias de “repartir tales porciones” en estas verdaderamente gigantes operaciones de rescate por medio de la simple impresión del dinero requerido en ausencia de otras soluciones? Más encima, los problemas no se agotan con el riesgoso estado del sector financiero. Pues aún más difíciles de remediar, los sectores productivos de la industria capitalista también están en serios problemas, sin importar que tan altamente desarrollados y favorecidos puedan parecer por su posición competitivamente aventajada en el orden jerárquico global del capital transnacional. Debido a lo limitado de nuestro tiempo, debo confinarme otra vez a un, pero a un muy significativo, ejemplo. Involucra a la industria automotriz de los Estados Unidos, gravemente humillada en los últimos años, a pesar de todos los subsidios recibidos en el pasado, otorgados por el estado capitalista más poderoso, que se cuentan por muchos millones de dólares norteamericanos. Permítanme citar un artículo acerca de la corporación Ford y sus fantasías globalizantes allá por 1994 publicado en The Sunday Times. Así es como nuestros distinguidos periodistas financieros pintaban un cuadro color de rosa: “La completa globalización está siendo intentada por las multinacionales... ‘Este es definitivamente el bebé de Trotman’, dijo una fuente norteamericana. ‘Él tiene una visión del futuro que dice que, para ser un ganador global, Ford tiene que ser una corporación verdaderamente global’. De acuerdo con Trotman, quien dijo a The Sunday Times en Octubre de 1993, que ‘como la competencia automotriz se vuelve más global mientras avanzamos hacia el siguiente siglo, la presión de encontrar economías de escala* se va a volver cada vez más grande. Si, en vez de hacer dos motores de 500.000 unidades cada uno, se puede hacer 1 millón de unidades, entonces los costos son mucho más bajos. En definitiva va a haber un puñado de jugadores globales y el resto o bien no va a estar ahí o va a estar en dificultades’. Trotman y sus colegas concluyeron que la completa globalización es el camino para vencer a competidores tales como los japoneses y, en Europa, al archirrival de Ford, General Motors, la cual retiene una ventaja de costos respecto de Ford. Ford también cree que necesita su globalización para
capitalizar en los mercados rápidamente emergentes de Extremo Oriente y América Latina”8. De este modo, la “única” cosa que Alex Trotman –el presidente inglés de la Ford Corporation en ese momento– olvidó considerar, a pesar de sus impecables habilidades aritméticas que le permiten conocer la diferencia entre 500.000 y 1 millón, fue esta: qué sucede cuando no pueden vender el millón (y muchas veces más) de automóviles, a pesar de la prevista y disfrutada ventaja de costos estratégicos de la compañía. En el caso de la Ford Corporation, incluso la enorme tasa diferencial de explotación que la compañía podía imponer mundialmente en tanto es una inmensa compañía transnacional –esto es: pagando exactamente por el mismo trabajo 25 veces menos a los trabajadores de la “Corporación Filipina Ford”, por ejemplo, que a su fuerza de trabajo en los Estados Unidos de América – incluso esta incuestionable ventaja no puede ser considerada suficiente para asegurar una salida a esta contradicción fundamental. Aquí es donde hoy estamos parados, no sólo en el caso de la verdaderamente humillada Ford Corporation sino también en el de la General Motors, con independencia de su ventaja de costos alguna vez profundamente envidiada incluso por la Ford Corporation de los Estados Unidos. Hablando acerca de un trato recientemente instituido que provee grandes subsidios otorgados por el estado norteamericano a las gigantescas compañías automotrices del país, así es como la actual e infeliz situación de la industria automotriz es descrita en uno de los últimos números de The Economist: “el trato [en cuestión] significa que las compañías de autos –bendecidas con la garantía del gobierno– deberían conseguir préstamos por una tasa de interés de alrededor del 5% en vez del 15% que enfrentarían en el mercado abierto en las condiciones actuales”9. No obstante, ninguna cantidad de subsidios de ninguna clase puede ser considerados suficientemente satisfactorios, porque las “Tres Grandes” compañías –General Motors, Ford y Chrysler– están a punto de quebrar, a pesar del hecho de que el bebé de los sueños de Trotman es ahora un adolescente completamente crecido. Consecuentemente The Economist debe admitir que una vez que los subsidios industriales como este comienzan a fluir, es difícil detenerlos. Un estudio reciente hecho por el Instituto Cato, una “fábrica de ideas” de derecha, descubrió que el gobierno federal gastó alrededor de $92 billones subsidiando negocios sólo en el 2006. Solamente $21 billones de eso fueron a productores agropecuarios: gran parte del resto fue a firmas como Boeing, IBM y General Electric bajo la forma de créditos de apoyo a la exportación y varios subsidios de investigación. Las Tres Grandes ya se están quejando que tomará mucho tiempo repartir el dinero [del Estado], y quieren acelerar el proceso. También quieren 25 billones más, posiblemente adjuntados a la segunda versión del contrato de rescate de Wall Street. La lógica de rescatar a Wall Street es
que las finanzas apuntalan todo. Detroit no puede comenzar a hacer ese reclamo. Pero, dado su exitoso lobby, ¿puede tardar mucho que las aerolíneas enfermas y los minoristas en problemas se pongan en la fila?10 La inmensa expansión especulativa del aventurerismo financiero, especialmente en las últimas tres o cuatro décadas es, desde luego, inseparable de la crisis que se profundiza en las ramas productivas de la industria y los consiguientes problemas que emergen de la lenta acumulación de capital (y de hecho acumulación fallida) en ese campo productivo de la actividad económica. Ahora, inevitablemente, también en el dominio de la producción industrial la crisis se está volviendo mucho peor. Naturalmente, la consecuencia necesaria de la crisis que se profundiza en las ramas productivas de la “economía real”, como las están comenzando a llamar, y contrastar la economía productiva con el aventurerismo especulativo financiero, es el crecimiento del desempleo en todas partes a una escala aterradora, y la miseria humana asociada a ello. Esperar una solución feliz a estos problemas desde las operaciones de rescate del Estado capitalista sería una gran ilusión. Este es el contexto donde nuestros políticos deberían realmente comenzar a prestar atención a la proclamada “importante lección de la historia”, en vez de “repartir grandes porciones de dinero público” bajo la pretendida “lección de la historia”. Puesto que como resultado del desarrollo histórico, bajo el dominio del capital en su crisis estructural, en nuestro propio tiempo hemos alcanzado el punto donde debemos someternos al impacto destructivo de una simbiosis, aún por empeorar, entre el marco legislativo estatal de nuestra sociedad y el material productivo al igual que la dimensión financiera del establecido orden reproductivo societal. Comprensiblemente, esa relación simbiótica puede ser, y frecuentemente también lo es, administrada con prácticas completamente corruptas por las personificaciones privilegiadas del capital, en negocios tanto como en política. Pues, no importa cuán corruptas puedan ser tales prácticas, están en completa sintonía con los contra-valores institucionalizados del orden establecido. Y –dentro del marco de la simbiosis prevaleciente entre el campo económico y las prácticas políticas dominantes– son bastante permisivos legalmente, gracias al muy cuestionable y a menudo incluso claramente antidemocrático rol facilitador de la impenetrable jungla legislativa provista a este respecto por el Estado en el ámbito financiero. El fraude, en una gran variedad de sus formas practicables, es la normalidad del capital. Sus manifestaciones extremadamente destructivas no están de ningún modo confinadas a la acción del complejo militarindustrial. A esta altura el rol directo del estado capitalista en el mundo parasitario de las finanzas no sólo es fundamentalmente importante, en vista de su magnitud omnipresente, como tuvimos que descubrir con shockeante claridad durante las últimas semanas, pero también es potencialmente catastrófico.
El vergonzoso del hecho es que las gigantescas empresas hipotecarias de Estados Unidos, como Fannie Mae y Freddie Mac, eran sostenidas de manera corrupta y generosamente provistas con garantías altamente rentables, pero totalmente inmerecidas por la jungla legislativa del Estado norteamericano, como también a través de los servicios personales de la impune corrupción política. En rigor, la cada vez más densa jungla legislativa del Estado capitalista es de hecho el legitimador “democrático” del fraude institucionalizado en nuestras sociedades. Los editores y periodistas de The Economist están, de hecho, perfectamente bien enterados de las prácticas corruptas a través de las cuales, en el caso de las gigantes compañías hipotecarias norteamericanas, reciben de su Estado un tratamiento escandalosamente preferencial “Permitieron a Fannie y Freddie operar con pequeñas cantidades de capital. Los dos grupos tenían un capital común (como fue definido por su regulador) de $83.2 billones al final del 2007; esto sostenía $5.2 trillones de deuda y garantías, una ratio de endeudamiento de 65 a uno [!!!]. De acuerdo a CreditSights, un grupo de investigación, Fannie y Freddie eran contrapartes por valores de $2.3 trillones de transacciones derivativas, relacionadas a sus actividades de cobertura. No hay modo por el cual a un banco privado le estuviera permitido tener una hoja de balance tan altamente endeudada11, y que tampoco calificaría para el más alta tipificación de crédito AAA. (...) Usaron su financiamiento barato para comprar activos de mayor rendimiento12. [Más aún] Con tanto en riesgo, no es llamativo que las compañías construyeran una formidable máquina de lobby. Se le dio trabajo a ex-políticos. Los críticos podían esperar un paseo brusco. Las compañías no estaba asustadas de morder la mano que las alimentaba”13. Sin miedo a “morder las mano que las alimentaba” refiere, por supuesto, al cuerpo legislativo del Estado norteamericano. ¿Pero por qué deberían tener miedo? Pues tales compañías gigantes constituyen una simbiosis total con el estado capitalista. Esta es una relación corruptamente impuesta también en términos del personal involucrado, a través del acto de contratar políticos quienes podrían servirles preferencialmente, con un alucinante “ratio de endeudamiento de 65 a 1” y la calificación de crédito AAA asociada, incluso de acuerdo a la renuente confesión de The Economist. La gravedad de la presente situación está subrayada en un modo característico por la circunstancia, puesto en estas palabras por The Economist: “corredores en el mercado de cambios de créditos impagos recientemente han hecho apuestas en lo impensable: que los Estados Unidos de
América no paguen su deuda”14. Naturalmente, tales corredores reaccionan aún a eventos de semejante carácter y gravedad como los que experimentamos hoy de la única manera en la que les es posible: intentando obtener beneficio de ello. El gran problema del sistema global del capital es, sin embargo, que la suspensión de pagos por Estados Unidos no es en absoluto impensable. Por el contrario, es –y lo ha sido por un muy largo tiempo– una certeza próxima. Este es el motivo por el cual escribí hace muchos años (en 1995, para ser preciso) que: “En un mundo de inseguridad financiera nada se ajusta mejor a la práctica de jugar con sumas astronómicas y criminalmente inseguras en el mundo de intercambio de acciones –que presagia un terremoto de magnitud 9 o 10 en la ‘Escala Richter’ financiera- que llamar a las empresas que se dedican a tales juegos de apuestas ‘Gestión de valores’*; (...) Exactamente cuándo y en qué forma –de las cuales puede haber muchas, más o menos brutales, variedades– la astronómica deuda de los EEUU va a entrar en impagos, no puede verse desde este punto en el tiempo. Puede haber sólo dos certezas a este respecto. La primera es que la inevitabilidad de la suspensión de pagos por parte de los Estados Unidos va a afectar profundamente a todos en este planeta. Y la segunda, que la preponderante posición de potencia hegemónica de los EEUU va a continuar haciéndose valer por todos los medios, para hacer que el resto del mundo pague por su deuda, tanto como le sea posible”15. Por supuesto, la condición agravante en la actualidad es que el resto del mundo –aún con la histórica, irónica y enorme contribución china a la hoja de balance del Tesoro norteamericano– es cada vez menos capaz de llenar el “agujero negro” producido a una escala creciente por el insaciable apetitito de deuda de los Estados Unidos, como lo demuestran las reverberaciones globales de la reciente crisis hipotecaria y bancaria de los EEUU. Esta circunstancia trae el necesario default de los Estados Unidos, en una de sus “más o menos brutales variedades”, bastante más cerca. La verdad de este tema perturbador es que no puede haber ninguna salida de estas contradicciones, en última instancia suicidas, las cuales son inseparables del imperativo de la ilimitada expansión del capital, sin tener en cuenta las consecuencias –arbitrarias y mistificadas, confundidas con el crecimiento como tal– sin cambiar radicalmente nuestro modo de reproducción metabólica social adoptando las necesarias prácticas responsables y racionales de la única economía viable16, es decir, de una economía orientada por las necesidades humanas, en vez de las alienantes, deshumanizantes y degradantes que movilizan el mundo de las ganancias.
Aquí es donde los desbordantes impedimentos de las interdeterminaciones al servicio de los intereses del capital tienen que ser confrontados, no importa que tan difícil sea bajo las condiciones prevalecientes. Pues la absolutamente necesaria adopción y el futuro desarrollo apropiado de la única economía viable son inconcebibles sin la transformación radical del orden socioeconómico y político establecido. Gordon Brown expresó recientemente su descontento acerca del “capitalismo sin restricciones”, en nombre de una totalmente inespecífica “regulación”. Quizás recuerden que Gorbachov también quería una clase de capitalismo regulado, bajo el nombre de “socialismo de mercado”, y también deben saber lo que le ocurrió a él y a su grotesca fantasía. Por otro lado, la expresión del Primer Ministro británico conservador Edward Heath, largo tiempo atrás, para el mismo pecado del “capitalismo sin restricciones” fue la de “rostro inaceptable del capitalismo”. Pero el “capitalismo sin restricciones”, a pesar de su “rostro inaceptable”, permaneció todas estas décadas no sólo “aceptable”, sino que –en el curso de su ulterior desarrollo– se ha vuelto mucho peor. Puesto que los fundamentos causales de nuestros aún más serios problemas no es el “inaceptable rostro del capitalismo desregulado”, sino su substancia destructiva. Es esta apabullante substancia que debe resistir y anular todos los esfuerzos dirigidos a la aún mínima restricción del sistema del capital –como, de hecho, hizo exitosamente también en Inglaterra transformando al socialdemócrata “Viejo Laborismo” en el neoliberal “Nuevo Laborismo”. Concordantemente, la periódicamente renovada fantasía de un capitalismo regulado en un modo estructuralmente significativo sólo puede equivaler a intentar poner parches. Pero lo último que necesitamos hoy es continuar poniendo parches, cuando tenemos que enfrentar la gravedad de la crisis estructural del capital, que clama por la institución de un radical cambio sistémico. Resulta muy revelador acerca del carácter incorregible del sistema del capital que incluso en un momento como este, cuando la inmensa magnitud de la crisis que se despliega no puede ser negada por más tiempo, aún por los más devotos apologistas ex officio del sistema –una crisis descrita unos pocos días atrás nada menos que por el vicedirector del Banco de Inglaterra como la mayor crisis económica en toda la historia de la humanidad– nada puede ser contemplado, sin mencionar lo actualmente hecho, para cambiar los defectos fundamentales de un orden societal reproductivo cada vez más destructivo por aquellos que controlan las palancas económicas y políticas de nuestra sociedad. En contraste a la reciente iluminación por su propio vicedirector, el director del Banco de Inglaterra, Mervyn King, no tuvo ninguna duda acerca de la buena salud del apreciado sistema del capital, ni tampoco tuvo la más mínima anticipación de una crisis venidera, cuando alabó al cielo por el libro apologético del capital de Martín Wolf, con su autocomplaciente y perentorio título: Por qué la globalización funciona. Llamó a ese
libro “una devastadora crítica intelectual de los oponentes de la globalización” y una “visión civilizada, sabia y optimista de nuestro futuro económico y político”17. Ahora, sin embargo, todos estamos forzados a tener al menos cierta inquietud acerca de la real naturaleza y las necesariamente destructivas consecuencias de la globalización capitalista dogmáticamente aclamada. Naturalmente, mi propia actitud hacia el libro de Wolf fue muy diferente que la de Mervyn King y de otros que comparten los mismos intereses creados. Comenté en el momento de su publicación que “El autor, que es el principal comentarista económico del Financial Times de Londres, olvida formular la pregunta que realmente importa: ¿Para quién funciona?, si es que lo hace. Ciertamente funciona, hasta ahora, y no del todo bien, para quienes toman las decisiones del capital transnacional, pero no para la aplastante mayoría de la humanidad quien debe sufrir las consecuencias. Y ninguna clase de ‘integración jurisdiccional’ defendida por el autor –esto es, en castellano básico, el control directo más férreo de la deplorada ‘cantidad excesiva de Estados’ por parte de un puñado de potencias imperialistas, especialmente la mayor de ellas– podrá remediar la situación. La globalización capitalista en realidad no funciona y no puede funcionar. Puesto que no puede superar las irreconciliables contradicciones y antagonismos manifiestos a través de la global crisis estructural del sistema. La globalización capitalista misma es la manifestación contradictoria de esa crisis, intentando dar vuelta la relación causa/efecto en un vano intento de curar algunos efectos negativos por medio de otros efectos proyectados ilusoriamente, debido a que es estructuralmente incapaz de dar cuenta de sus causas”18. En este sentido, los recientes intentos de contrarrestar los síntomas de la crisis que ganan en intensidad, por medio de la cínicamente camuflada nacionalización de magnitudes astronómicas de la bancarrota capitalista, a través de recursos estatales aún por inventar, sólo podían poner de relieve las profundamente antagonistas determinaciones causales de la destructividad del sistema del capital. Puesto que lo que está fundamentalmente en juego hoy no es simplemente una enorme crisis financiera, sino la potencial autodestrucción de la humanidad en este punto del desarrollo histórico, tanto militarmente como a través de la continua destrucción de la naturaleza. A pesar de la manipulación concertada de las tasas de interés y las recientes y vacías reuniones cumbre entre los países capitalistas dominantes, nada ha sido conseguido duraderamente por medio de “echar gigantescas porciones de dinero” en el agujero sin fondo del “crujiente” mercado
global financiero. La “respuesta global de largo alcance al vacío de confianza”, como la proyectaba ilusoriamente The Economist y sus amos, pertenece al mundo de la (no tan pura) fantasía. Puesto que una de las grandes fallas históricas del capital, como modo de control social metabólico largamente establecido, es el continuado predominio de los potencialmente agresivos estados nacionales, y la imposibilidad de instituir el estado del sistema de capital como tal sobre la base de los estructuralmente afianzados antagonismos del sistema del capital. Imaginar que dentro del marco de tales determinaciones causales y antagonistas, una armoniosa solución permanente puede ser encontrada en la cada vez más profunda crisis estructural de un sistema de producción e intercambio sumamente inicuo –el cual ahora se encuentra activamente involucrado en la producción de una crisis global alimenticia, sumada a todas sus urgentes contradicciones, incluyendo la aún más omnipresente destrucción de la naturaleza–, sin siquiera intentar remediar sus penosas iniquidades, es la peor clase de pensamiento ilusorio, bordeando la irracionalidad total. Pues, autocontradictoriamente, quiere retener el orden existente a pesar de sus necesariamente explosivas iniquidades y antagonismos. Y la así llamada “integración jurisdiccional de la cantidad excesiva de Estados” bajo el mando de unos pocos autodesignados, o uno, como proponían algunos apologistas del capital, sólo puede sugerir la – igualmente autocontradictoria– permanencia de la potencialmente suicida dominación global imperialista. Es por esto que Marx es más relevante hoy que nunca antes. Puesto que sólo un radical cambio sistémico puede ofrecer la esperanza y una solución históricamente sostenible para el futuro.
Conferencia escrita para una reunión que tuvo lugar en Conway Hall, Londres, el 21 de Octubre del 2008. Traducción del inglés para Herramienta y el Foro de Agustín D’Ambrosio.
Notas: * Con “Davos Jamboree” o “Campamento de Davos”, Mészáros se refiere irónicamente a la asamblea anual del Foro Económico Mundial en la ciudad de Davos, Suiza, como la de un campamento o reunión de scouts. [Nota del editor] 1 Todas estas citas fueron tomadas del mismo artículo editorial de The Economist, 11 de Octubre 2008, p. 13. 2 The Economist, 11 de Octubre 2008, edición especial, p. 3. 3 Ibíd. 4 Ibíd., p.4. 5 Ibíd. * “Dollop”, aquí traducido como “porción”, es una masa informe de algo sólido o líquido. En ciertos contextos puede traducir por “cucharada”. El juego de palabras del autor alude a esta última posible acepción, de allí la mención de los puestos ambulantes de helados que se encuentran en la High Street de Londres. [Nota del traductor] 6 Ibíd., p.6. 7 Shii Kazuo en Japan Press Weekly, Número Especial, Octubre de 2008, p. 20. * Refiere al ahorro en costos de producción por medio de la producción masiva. [N. del T.] 8 “Ford se prepara para la revolución global”, por Andrew Lorenz y Jeff Randall, The Sunday Times, 27 de Marzo de1994, Sección 3, p. 1. 9 "Un rescate que pasó. En la estela de las aflicciones de Wall Street, los Tres Grandes reciben un enorme subsidio”, The Economist, 4 de Octubre, 2008, p. 82. 10 Ibid., p.83 11 Lehman Brothers, uno de los principales bancos de inversiones, tenía una ratio de endeudamiento de 30 a 1. ¡Eso ya es lo suficientemente malo! 12 “Fannie Mae y Freddie Mac: El fin de las ilusiones”, The Economist, Julio 19-25, 2008, p. 84. 13 “Una breve historia familiar: evasivas tóxicas”, The Economist, Julio 19 -25, 2008, p. 84. 14 "Fannie Mae y Freddie Mac: El fin de las ilusiones", The Economist, Julio 19-25, 2008, p. 85. * “Securities management”, en el original. El autor hace un juego de palabras entre el término “securities” (bonos, valores o títulos, en este contexto) e “insecurity” (la mencionada inseguridad del sistema financiero internacional). [Nota del traductor]
15
“La presente crisis”, citado de la parte IV de Beyond Capital (publicado en Londres en 1995), pp.962-3. (En castellano en Más allá del capital, Vadell Hermanos Editores, Caracas, 2001, pp. 1111-12.) 16 Ver a este respecto: “Crecimiento cualitativo en utilización: la única economía viable”, sección 9.5 de mi libro El desafío y la carga del tiempo histórico, Monthly Review Press, Nueva York, 2008, pp. 272-93. (Publicado en Herramienta, Números 36 y 37.) 17 Comentario de Mervyn King, en la contratapa del libro de Martin Wolfs Why Globalization Works, Yale University Press, 2004. 18 En “Educación – Más allá del capital”, Conferencia de apertura pronunciada en el Fórum Mundial de Educação, Porto Alegre, 28 de Julio, 2004. Reimpreso en castellano en La educación más allá del capital, Siglo Veintiuno Editores / Clacso Coediciones, Rio de Janeiro, 2008. Ver también el capítulo: “Why Capitalist Globalization Cannot Work?” en mi libro The Challenge and Burden of Historical Time, Monthly Review Press, Nueva York, 2008, pp. 380-398; Edición castellana: El desafío y la carga del tiempo histórico, Vadell Hermanos Editores / Clacso Coediciones, Caracas, 2008, pp. 371-389.
Sobre los autores
François Chesnais Es profesor emérito de economía de la Universidad de Paris Nord, Villetaneuse y miembro del consejo científico de la Asociación para la Tasación de las Transacciones Financieras y para la Ayuda a los Ciudadanos (ATTAC). Entre 1962 y 1992, ejerció como economista principal de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo de la Economía (OCDE) y como coordinador de proyectos de investigación en la Dirección de las Ciencias, la Tecnología y de la Industria (DSTI). François Chesnais ha sido también redactor y coordinador general del informe: La tecnología y la economía: relaciones determinantes, (OCDE, París, 1992). Entre sus obras más destacadas se pueden contar, en especial, sus investigaciones sobre la mundialización del capital, tanto industrial como financiero: La mundialización del capital (1994, revisado y ampliado en 1997); La finanza mundializada: raíces políticas y sociales, configuración, consecuencias (co-autor, 2004) y Las finanzas capitalistas (co-autor, 2006). Actualmente es director de la publicación Carré Rouge y miembro del consejo asesor de Herramienta.
István Mészáros (Budapest, Hungría, 1930) Doctor en Filosofía. Fue alumno de Lukács antes de que el régimen estalinista húngaro desatara sobre éste una violenta polémica que causó su retiro. Mészáros, no obstante, continuó reconociéndose como su discípulo aun durante la época más difícil de la dictadura. Es uno de los más importantes intelectuales marxistas en la actualidad. Reside en Inglaterra, es profesor emérito en la Universidad de Sussex donde actualmente vive. Es autor de Más allá del capital (Beyond Capital, Merlin Press, Londres, 1995. Vadell, Caracas 2001. Boitempo, San Pablo, 2002) y El siglo XXI ¿socialismo o barbarie? (Buenos Aires, Ediciones Herramienta, 2003). Entre sus otros libros publicados se destacan Marx's Theory of Alienation (1970), The Work of Sartre: Search for Freedom (1979), Philosophy, Ideology and Social Science (1986), The Power of Ideology (1989). Premio Libertador, Venezuela, 2009. Integrante del Consejo asesor de Revista Herramienta.
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El presente ejemplar se imprimió en los talleres del subsuelo en noviembre de 2009. Para su realización se utilizó papel Bond Ahuesado de 80 grs. y cartulina Strathmore Grandee. Asimismo tipografía Batang, Book Antigua y Times New Roman.