Amor a primera vista Cuando llegué al aeropuerto Jorge Chávez, en Lima, estaba totalmente estresado, el tráfico por la avenida de la Marina, a pesar de las renovaciones municipales sufría los clásicos y continuos atascos. En todo el camino, maldije los semáforos, a los vendedores ambulantes que se cruzaban entre los autos ofreciendo sus chucherías y retrasando el arranque de los mismos, al taxista que manejaba torpemente el destartalado vehículo que temblaba por su vejez; toda esa situación estúpida, subdesarrollada e informal, terminó retrasando mi llegada a la Terminal nacional. El avión que salía con destino a Piura estaba por partir, la voz femenina que anuncia con regularidad las salidas y llegadas de los aviones repetía la inminente salida y la necesidad de abordar el avión que debía tomar, lo hacía una y otra vez anunciando que era el momento de abordar. Una situación que suele poner nerviosos a los pasajeros que arriban con retraso. Corrí como potro desbocado hasta el counter para chequearme con la esperanza de no perder el vuelo. La antesala estaba colmada de viajeros: los vuelos nacionales que salían al Cuzco y a otras provincias, atractivos
para extranjeros, en
especial turistones provistos de cámaras fotográficas y equipajes con el perfil de safari, personas venidas de otros cantones que se mezclaban con los nacionales quienes se distinguen de inmediato de ellos por su prolija vestimenta y las maletas que llevan consigo. Me abrí paso entre la multitud de viajeros tropezándome con maletas, maletones, mochilas y maletitas. Cuando estuve finalmente frente al banco de la aerolínea, me detuve resoplando aliviado y con la parte superior del labio perlada de un bigotito de sudor, dándome cuenta de inmediato, que el counter donde debía chequear mi pasaje y la respectiva documentación, se hallaba prácticamente vacío excepto por una señora mayor que empujaba una silla de ruedas en la que iba una mujer que vista de espaldas, parecía ser una joven. Muchas cosas habían sucedido en mi vida, la tristeza me acompañaba y la soledad era mi escolta ineludible. Tras una serie de fracasos amorosos, tomé la decisión de escapar del tumulto y el tráfago de la ciudad para refugiarme algunos días en las solitarias playas de la