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多COMO REGRESAR ACASA?
多COMO REGRESAR A CASA? Prof. Alberto Enrique Viana Reyes
ISBN 978-9974-98-928-3
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A mi esposa que siempre me anima a escribir, siendo mi mejor crítica, a mis cuatro hijos y a mis nietos que, aunque no leen, más adelante se podrán entretener
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CAPÍTULO I II III IV V VI VII VII IX
PÁGINA 9 15 21 25 31 39 47 65 79 6
多COMO REGRESAR ACASA?
X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVII XIX XX XXI XXII XXIII
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CAPITULO I
Agustín estaba en una celda de una Comisaría de la ciudad de Asunción del Paraguay. Era de madrugada. Todavía se preguntaba como había podido llegar allí. La celda pequeña, sucia y maloliente. Allí se encontraban hacinados hombres, mujeres que ejercían la prostitución, travestis. Una de las mujeres le había dado un cigarrillo 8
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Para acortar la espera – le dijo ella. ¿Por qué estás aquí? – se animó a preguntar Agustín Ah, esto es de todos los días – dijo ella – dos por tres hacen una redada y nos traen. Después le hacemos algún favorcito al comisario y nos largan. Claro nos quitan el dinero que hayamos hecho en la noche. ¿Ves a aquella? ¿La rubia? – preguntó Agustín – es un travesti Si, esa. vino ahora y no quiere hacerle ningún favor a los milicos. Dijo que no va a hacer nada para que la larguen. Está loca.
De pronto se oyó una voz de hombre que gritó algo en guaraní. Agustín le preguntó a aquella prostituta - ¿Qué dijo? - ¿No sabes guaraní? – le preguntó ella – dijo que no podíamos conversar - No, hace apenas un año que estoy trabajando aquí en Paraguay – le respondió Agustín. - ¿De dónde eres? - Uruguay - ¿Y qué te pasó para estar aquí? – preguntó la mujer. En la semipenumbra en que estaba sumido el calabozo, Agustín podía percibir que las facciones de la mujer eran suaves y que tenía un excelente físico. - Mirá, dijo él, la verdad es que no entiendo. Anoche entre a un bar en el que había chicas. - Putas – le interrumpió ella. - Si. Estaba tomando una cerveza y mirando a las mujeres. Tenía que hacer tiempo para tomar el ómnibus para Encarnación. - Perdona – dijo ella – pero ¿por qué entraste a un bar de esos? - Si – tenés razón – por curioso. Ahora estoy arrepentido. - Bueno, cuéntame, ¿qué te pasó? - De pronto se armó una pelea entre los hombres que estaban en el lugar. Yo quise salir pero me tiraron al piso al tiempo que sonaron varios disparos. Cuando quise acordar y traté de levantarme, ya estaba la policía y me trajeron detenido, después de tenerme un rato contra una camioneta. La mujer llamó, en voz baja, a otra de las prostitutas que estaban en la celda. 9
- Ester ven, aquí el muchacho estaba en el bar La otra se acercó - Dime, ¿qué fue lo que pasó? – le preguntó a Agustín. - Solo se que se armó una pelea, creo por alguna mujer, y se oyeron unos disparos y, después, no vi más - Si – dijo Ester llorando – mataron a una amiga mía, Norma, pobrecita, con solo 19 años. ¿De qué te acusan a ti? - No se – dijo Agustín – cuando se armó la pelea yo traté de salir y me tiraron al suelo. Estaba amaneciendo. Agustín recién se dio cuenta que estaba solo con un jeans y una camisa. Cuando se dio cuenta, miró el piso que, ahora con la luz que entraba de afuera, se veía y le dio asco. Estaba sobre el piso mojado con la humedad y regado de restos de comida. A medida que la temperatura iba en aumento, los olores se hacían más insoportables. Un rato después llamaron a las tres meretrices. La que había hablado con él, que se llamaba Zunilda, le dejó una caja de cigarrillos y una caja de fósforos que traía escondidos entre sus senos - Que no te lo vean los guardias – le dijo y se fue Agustín se acercó a la reja tratando de ver si podía hablar con alguien que le aclarara su situación. Estuvo esperando hasta que apareció un guardia. Agustín le preguntó - Señor, quiero saber por qué estoy preso El hombre lo miró y le contestó en guaraní algo que Agustín no entendió. Su angustia se iba acrecentando. No podía creer lo que le estaba pasando. Cuanto más tiempo pasaba, mayor era su preocupación. Cerca del mediodía, por lo que él calculaba, le acercaron, a todos los que estaban en la celda, un plato de aluminio con sopa paraguaya y un jarro de agua sucia. Por paradójico que parezca, es un raro sino único caso de “sopa sólida” (la palabra “sopa” implica siempre la presencia de un
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elemento líquido, generalmente en forma de caldo de cocción) y hace parte fundamental de la más tradicional gastronomía paraguaya. Cuando recibió el plato, se lo devoró, tal era el hambre que tenía. No le importó la suciedad del plato ni del jarro. No había terminado de comer cuando apareció un guardia y le dijo algo en guaraní. Agustín le hizo señas de que no le entendía y, entonces, el hombre abrió la celda y le dijo - Camina que tu abogado te espera - Gracias – dijo Agustín. El guardia le puso esposas en las manos en la espalda y lo llevó, con violencia hasta un cuarto muy iluminado en el que había una mesa y dos sillas. La luz tan brillante cegó a Agustín, por unos segundos. El guardia lo hizo sentar en una de las silla y después, en guaraní, le dijo algo que entendió como que esperara Un rato después apareció un hombre bajito, gordo, pelado y con un fino bigote sobre sus labios. Estaba vestido con un pantalón de gabardina, sucio, y traía una camisa toda sudada. Debajo del brazo llevaba un viejo portafolio de cuero. Saludó a Agustín en guaraní - Buen día señor – le contestó él - Ah, ¿no entiendes el guaraní? – le preguntó el hombre - No, señor - Bueno, m’hijo, si que vas a estar jodido – le dijo aquel hombre sudoroso – yo soy tu abogado. Aquí tengo tu acusación. ¿Sabes de qué se trata? - No, me trajeron anoche, a los golpes, y no quisieron decirme nada - Bueno – dijo el abogado – como te dije estás bien jodido. Estás acusado de matar a una mujer. - ¡¿Cómo?! – dijo Agustín que creyó que se abría el piso a sus pies - Si, dicen que cuando sonaron los disparos quisiste salir corriendo y te encontraron la pistola entre tus ropas. - Pero,…pero,… yo no tenía ninguna pistola – dijo Agustín que sentía que desmayaba en cualquier momento.
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Eso se lo vas a tener que explicar la juez. Yo no puedo hacer más que tratar de aminorar la pena que te pongan – le dijo el hombrecillo sucio ¿La pena?, ¿qué pena? – preguntó Agustín con la poca voz que le quedaba Mira, si te declaras culpable pueden ser 10 años. En caso contrario, la investigación se prolonga y te puede llevar hasta 30 años. Pero usted tiene que ayudarme a probar que no soy culpable No te pongas mal conmigo que te dejo en bolas. Yo no puedo hacer nada. La audiencia puede ser mañana o la semana que viene así que prepárate. Pero tengo derecho a llamar a alguien – dijo Agustín enojado. Mira, nene, el único que se enoja aquí soy yo. Además, ¿a quién vas a llamar? No conoces a nadie.
El hombre que decía ser el abogado, se levantó y se fue. Enseguida vino un guardia y levantó a Agustín de la silla y lo llevó de nuevo al calabozo. Al llegar a aquella inmundicia de cubículo donde estaba encerrado, Agustín tuvo ganas de ponerse a llorar. La situación se había vuelto más angustiosa que antes pero, además, peligrosa. Ya no tenía ganas de nada, ni de comer ni de beber. Tenía un nudo en el estómago. “No puede ser que no me pueda comunicar con Noemí o con el coronel. Estoy seguro que ellos me sacarían de este lío.” En ese momento se le caían lágrimas ante la impotencia. No hacía más que pensar en su casa, en sus amigos, allá en Uruguay. Sentado en una especie de banco de hormigón, con la cabeza entre sus manos, Agustín se puso a pensar como había llegado hasta allí. La noche que detuvieron a Agustín, una BMW M3 se detuvo frente a los portones de una casa muy lujosa, toda rodeada de muros muy altos. Unos segundos después se abrieron los portones y el automóvil entró a los jardines de la casa. 12
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Dos hombres de físico muy grande, morochos, vestidos de negro y con lentes oscuros, a pesar de ser de noche, se bajaron del vehículo y se dirigieron hacia una puerta lateral de la casa. Otro hombre de físico similar al de los anteriores, les abrió la puerta. Rápidamente, los dos hombres que venían en el automóvil, fueron hacia una habitación que tenía las puertas cerradas. Uno de los hombres, que parecía ser de más jerarquía que el otro, golpeó la puerta - ¡Entre! – se oyó decir de adentro Ambos hombres entraron a una espléndida habitación. Todas paredes forradas en madera de lapacho, con amplias bibliotecas, piso con una mullida alfombra y, en el medio, un imponente escritorio de madera de corazón de palo de rosa, rodeado de sillones de cuero bordó oscuro. Detrás del escritorio estaba sentado, en un magnífico sillón de cuero, un hombre, el decía llamarse Pablo Alcor, pero que todos conocían por El Patrón, de tez muy blanca, cabellos oscuro, vestido con una camisa de marca, abierta, que dejaba ver una voluminosa cadena de oro. En su muñeca tenía un reloj Rolex de oro y en sus manos, numerosos anillos de oro alguno de los cuales tenían engarzadas, piedras preciosas - ¿Y? – preguntó el hombre que estaba sentado detrás del escritorio - Ya está. Agarramos al gringo Está preso en una comisaría - ¿Es de confianza el comisario? - Si, patrón, lo elegimos por eso. Veníamos para saber que ordena usted - Hay que limpiarlo. No podemos dejar que ande suelto. - Pero, ¿sabe?, tiene documentación de Uruguay - Pero, no seas boludo. No sabés, acaso, que se refugian en cualquier nacionalidad. - Pero no podemos matarlo en la comisaría – dijo el otro de los hombres que venían en la BMW. - ¡Son una manga de inútiles!, la puta que los parió, todo tengo que pensar yo – dijo El Patrón
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Los dos hombres, que seguían de pie, agacharon sus cabezas, como asintiendo lo que decía el otro. - Usted dirá, patrón – dijo uno de ellos - ¿Quién está con él en la celda? - El porteño, que se hace llamar Carmen - ¿El puto? - Si, señor - Bueno, escuchen bien. Tienen que simular que los van a trasladar a la cárcel. Que el puto se encargue de hacerle creer que se van a escapar. Prométanle mucho dinero. Cuando eso suceda, lejos de la ciudad, lo matan y ya aprovechan y matan al puto, porque ese puede hablar en cualquier momento. - Si, señor - Ah, no olviden de llevarse toda la documentación y el dinero para pagar a los muchachos. - ¿Algo más? - Hagan las cosas bien si no la pagan ustedes - Si señor Los dos hombres salieron de la casa, se subieron a la BMW y se pusieron en marcha
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CAPITULO II
Agustín Quiroga nació y se crió en Villa Constitución, un poblado del departamento de Salto en Uruguay. Allí cursó su educación primaria y secundaria. Villa Constitución se encuentra a orillas del lago de la represa de Salto Grande y fue de los tantos poblados que tuvieron que ser reubicados al quedar bajo las aguas del lago artificial. Al terminar sus estudios secundarios, decidió inscribirse en una Escuela Agraria, de donde egresó como Perito Agrónomo. Cuando egresó era su intención trabajar en un establecimiento agropecuario. Sabía que tenía que ayudar a sus padres, de condición muy humilde. Su padre, capataz de una estancia y su madre, cocinera en la misma, le consiguieron trabajo en el mismo establecimiento pero la paga era poca y Agustín deseaba progresar. Un día, conversando con el chofer de un camión de transporte de ganado que había venido a cargar animales a la estancia, le planteó su inquietud. - Muchacho, con ese físico, venite a trabajar con nosotros. Si querés te consigo un lugar en una de los camiones que transportan madera. - ¿Y pagan bien? – preguntó Agustín. - Si, además, después podés llegar a manejar un camión. Entusiasmado por aquella oferta, se las comentó a sus padres. Si bien no estaban muy de acuerdo que, a los 26 años se fuera a probar suerte, la situación económica de la familia, compuesta por sus padres y dos hermanas menores que él, se iba a aliviar.
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Así fue que se puso como ayudante de camionero. Si bien era un trabajo sacrificado, la buena paga pero, sobre todo la aventura de estar viajando constantemente, lo entusiasmaba. Cuando podía, se hacía un lugar para ir a visitar a su familia y acercarles algo de dinero y algunos regalos para sus hermanas. Agustín se había transformado en un hombre alto de 1.85 de estatura, de complexión gruesa con gran musculatura. Es de cabello castaño claro y ojos marrones. Una tarde de mucho calor el chofer del camión en el que trabajaba Agustín, estacionó en una estación de servicio. El chofer del camión, Domingo, le dijo a Agustín - Vamos a hacer tiempo porque ya no llegamos a la fábrica, - Bueno, voy preparando el mate – le respondió él. Mientras conversaban, paró otro camión matriculado en Paraguay. El chofer, Manuel, era conocido de Domingo, por lo que se pusieron a conversar. - ¿Lo conocías a mi ayudante? – le preguntó al paraguayo - No, mucho trabajo, ¿no? – dijo dirigiéndose a Agustín - Está bien – dijo Agustín – no me puedo quejar - Pero sabés – dijo Domingo – Agustín es Perito Agrónomo - ¿Y qué haces arriba de un camión? – preguntó el paraguayo. - Y, bueno – dijo Agustín – hay que ganar unos pesos - Pero muchacho – le dijo Manuel – en Paraguay se necesita gente con tu preparación. Yo te voy a averiguar y, en el próximo viaje, te digo. Ve juntando dinero que en un mes, más o menos, te traigo los datos. Yo paso, justamente por zonas de cultivos, al sur. Esa misma semana, Agustín aprovechó un viaje del camión para ir a ver a su familia. Les comentó de lo que iba a hacer. Su madre se puso muy triste - Ay, hijo – dijo ella – ya te tenemos lejos ahora, imaginate en otro país. ¿Como sabremos de ti? El padre, sin embargo, lo tomó con entusiasmo 16
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Mirá vieja – dijo – Agustín va a trabajar para lo que se ha preparado. Si tiene que hacerlo en otro país, bueno, ya vendrá a trabajar aquí, con más conocimientos y mayor experiencia. Gracias viejo – dijo Agustín – yo se que me va a ir bien. Todavía falta, así que voy a venir por acá antes de irme.
De esa manera es que, unas semanas más tarde Manuel, el paraguayo, le dio todas las instrucciones de cómo llegar, con quien hablar. Agustín, que había ahorrado una buena cantidad de dinero para el viaje, fue a despedirse de su familia. Esa fue una escena que siempre vivirá en su memoria. Su madre abrazada llorando, sus hermanas que no querían ni saludarlo porque decían que lo iban a ver más y el abrazo de su padre, con lágrimas en sus ojos. A los 28 años de edad, se trasladó hasta la ciudad de Salto y se tomó un ómnibus con destino a la ciudad de Colonia. Debía viajar a Buenos Aires con el propósito de tomar un ómnibus que lo llevara hasta la ciudad de Encarnación, en Paraguay. En el puerto de la ciudad de Colonia tomó un barco que lo llevó hasta Buenos Aires. Ya, al desembarcar en el puerto de Buenos Aires, Agustín se sentía perdido. La cantidad de gente, el movimiento. En la terminal buscó un asiento y sintió que sus fuerzas le flaqueaban. Estuvo a punto de darse vuelta y sacar un pasaje de vuelta a Uruguay, pero su amor propio y su orgullo pudieron más. Salió de la terminal y tomó un taxi. Al subir, le dijo al conductor - Tengo que tomar un ómnibus para ir a Encarnación. - Está bien, allá vamos. ¿Sos uruguayo? – le preguntó el hombre - Si, y me voy a trabajar al Paraguay - Ah, si yo digo que todo el mundo está loco. Fijate que aquí todos quieren irse a Uruguay y vos te vas a Paraguay. ¿Quién entiende a la gente?
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Agustín se quedó en silencio. Realmente no sabía que contestar. Eso lo llevó a pensar si él habría buscado trabajo correctamente. Mientras estaba pensando en eso, llegaron a la terminal de autobuses. Agustín sabía que tenía que buscar la empresa “La Encarnacena”. Estuvo caminando con su mochila y arrastrando su pequeña valija. Llegó hasta el lugar de la empresa que buscaba. Sacó el pasaje. Estuvo a punto de sacar ida y vuelta, pero se dijo “no, yo decidí entrar en esta aventura y voy a seguir. Si me tengo que volver compro el pasaje allá.” Como el ómnibus recién salía a las 6 de la tarde, se compró una hamburguesa y un refresco y se sentó a comer. Miraba con asombro como la gente se movía siempre apurada. Así estuvo un rato. No se animaba a hablar con nadie. Tenía temor, además, de que le fuera a pasar algo. Cuando llegó la hora se acercó se subió al ómnibus que, después de 13 horas y media de viaje lo dejaría en Encarnación. Le tocó un asiento junto a la ventanilla, lo cual agradeció ya que no lo había tenido en cuenta al comprar su pasaje. El ómnibus se fue llenando de gente. A Agustín le parecía que muchos de ellos eran paraguayos porque hablaban en lo que él dedujo, era guaraní. A las 6 de la tarde se puso en marcha el ómnibus. Cuando recorría las diferentes autopistas, Agustín observaba todo. Aquello era un mundo totalmente diferente al que él conocía. Estaba tan ensimismado en todo que no se dio cuenta que una persona se había sentado a su lado. Se trataba de una señora, mayor, de tez cobriza pero parecía muy suave, pelo muy negro y lacio, lo que le hizo pensar a Agustín que era de ascendencia indígena. Era, dentro de lo que apreciaba, muy bonita y tenía unos grandes ojos negros.
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La señora estaba muy bien vestida de jeans de marca, blusa, chaqueta y calzaba calzado deportivo también de marca conocida. Ya había anochecido cuando una camarera les ofreció una bandeja con sándwiches y refresco, jugo de naranja o café. La señora que estaba sentada al lado de Agustín tomó una bandeja y un vaso grande de jugo de naranja y dirigiéndose a él, le dijo - ¿Quieres refresco o jugo de naranja? - Jugo, gracias – contestó Agustín sorprendido por la amabilidad de esa desconocida. - ¿Hacia dónde vas? – le preguntó ella - A Encarnación – le respondió él - ¡Qué suerte!, yo también, pero tú no eres paraguayo - No soy uruguayo y voy a trabajar allá - Ay, perdóname, no me presenté. Me llamo Noemí y vivo en Encarnación - Me llamo Agustín y ya le dije que voy a trabajar en el campo - ¿Has hecho este viaje antes? – le preguntó Noemí - No es mi primera vez para todo. Nunca estuve fuera de mi país – le contestó Agustín - Ah, es bastante cansador. Yo lo hago cada 6 meses para ver a mi hijo y a mis nietos - Perdóneme, pero usted es muy joven – dijo Agustín que luego se arrepintió de haber hablado. - Primero, no trates de usted que haces más vieja y segundo no soy tan joven, en todo caso bien conservada – dijo Noemí riendo Agustín estaba feliz que, en ese viaje a lo desconocido, le hubiera tocado una compañera de viaje tan amable. Ya era noche cerrada y, cada tanto, pasaban por algún poblado. Hacía rato ya que las conversaciones a bordo del ómnibus se habían ido apagando. La gente, en su mayoría trataba de dormir. Solo algunos pocos tenían la luz individual encendida y leían. Noemí, la compañera circunstancial de viaje de Agustín, echó el respaldo hacia atrás y dijo - Voy a tratar de dormir para acortar el viaje Agustín hizo lo mismo y le contestó - Es una buena idea. 19
Poco rato después, sin que se diera cuenta, Agustín se quedó dormido, agotado por la jornada que había comenzado, muy temprano en la mañana en la ciudad de Salto. De pronto Agustín se despertó. Estaba amaneciendo y la luz entraba por las ventanas del ómnibus. Noemí estaba profundamente dormida y con su cabeza apoyada en el hombro de él. A Agustín ese contacto le trajo nostalgia de su madre y sus hermanas y estuvo a punto de acariciarla pero se contuvo. Unos segundos después, Noemí se despertó. - Ay, perdóname, sin querer apoyé la cabeza en tu hombro. Debes haber quedado con dolores. - No, yo también estaba dormido – le respondió él – además ya amaneció. - Mira – dijo Noemí – ya estamos llegando a Posadas. Ya falta poquito para llegar a Encarnación. El ómnibus se detuvo a efectos de efectuar los trámites de inmigración y de aduana. - Mira – dijo Noemí – tuvimos suerte por llegar temprano en la mañana si no cruzar el puente se demora mucho - ¿Si? – dijo Agustín que se encontraba, ahora, más nervioso que nunca. Poco después, el ómnibus cruzó el puente. Agustín quedó maravillado de la vista del río Paraná. Casi enseguida, llegaron a la terminal en Encarnación. - Bueno – dijo Noemí – hemos llegado. ¿Sabes a donde tienes que ir? - Lo tengo anotado aquí – dijo Agustín mostrándoselo a la mujer. - Mira, te conviene tomar un taxi. Toma anota el número de teléfono de mi casa y mi celular. Si tienes algún problema, no dudes en llamarme. - Muchas gracias – no sabe cuanto me sirve conocer a alguien. La mujer se adelantó y le dio un beso en la mejilla y le
dijo -
Mucha suerte en tu emprendimiento. Gracias – dijo Agustín algo asombrado. 20
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CAPITULO III
Agustín tomó un taxi y le indicó, al conductor, la dirección que tenía. Enseguida el hombre lo llevó hasta las instalaciones de una enorme empresa en las afueras de la ciudad. Agustín pagó se bajó y, con su mochila y su valija de arrastro se dirigió hacia lo que parecía ser una oficina. Entró y se dirigió a una chica que parecía la recepcionista. - Buen día – le dijo ella, ¿en qué puedo servirle? - Quiero ver la señor Eusebio Mora - ¿Quién le digo que lo busca? – le dijo ella - Mire, dígale que vengo de Uruguay. Creo que él está enterado - Bien, espere un momentito. Después de un rato apareció un hombre alto, morocho, de bigotes que vestía jeans, camisa y botas. - Buen día – dijo dirigiéndose a Agustín - Buen día señor - Eusebio a secas. Te estaba esperando. Ya sabía que llegabas hoy ¿Tienes que hacer algo aquí en Encarnación? - No – dijo Agustín intrigado - Bueno, vámonos para la plantación así ya te vas familiarizando de todo. Mira en esta carpeta está tu contrato. En él se especifican sueldo, beneficios, días libres etc. Si hay algo que no entiendas me lo preguntas. Espérame unos minutos que ya vengo, mientras lo lees. El contrato era mucho más de lo que Agustín se esperaba. Muy buen sueldo pero además casa, comida y asistencia médica. -
Mientras Agustín leía, salió Eusebio Mora y dijo Vamos Si – le contestó Agustín al que solo le salían monosílabos
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Se subieron a una camioneta 4x4 y se fueron hacia el campo. A Agustín le llamaba la atención el color de aquella tierra tan roja y la frondosidad del follaje. Luego de unos 15 minutos entraron en una plantación de Tung El Tung es un árbol de pequeño a tamaño medio. El fruto del Tung es una drupa dura en forma de pera que contiene cuatro o cinco semillas oleosas, inicialmente de color verde pasando al marrón cuando madura en otoño. El árbol de Tung es valorado por el aceite de sus semillas y fue introducido en Argentina y Paraguay para el aprovechamiento del aceite. El aceite de Tung, también llamado “aceite de madera de China por su uso en las lámparas en la antigüedad, se usa, actualmente como ingrediente en pinturas, barnices y para el acabado de maderas finas. También es usado en la producción de chips de computadoras, en la fabricación de compuestos aislantes y en la tinta de impresoras. Las zonas subtropicales que se asemejan a la zona de origen de esta planta en el sur de China, son las más indicadas para su cultivo. . En las instalaciones había unas cuantas casas. Eusebio le indicó - Las casas individuales son para el personal que está casado, los solteros, como es tu caso, van a aquella barraca que está bien. Vamos para allá así ya te instalas. Una vez que Agustín estuvo instalado, Eusebio le presentó al capataz de la plantación, Francisco Ortiz. Él fue el indicado de darle todas las instrucciones y de acompañarlo a ver las plantaciones. Más tarde, en el comedor, el capataz le presentó al personal que iba a trabajar con él. Estaba compuesto tanto por hombres como por mujeres. Agustín se sentía algo aislado porque la mayoría hablaban en guaraní o, por lo memos, usaban una mezcla de español y guaraní. Cuando terminó el almuerzo, la gran mayoría se dirigieron a sus casas o al albergue de solteros. Agustín le preguntó a uno
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de ellos que le dijo que tenían dos horas para descansar porque el sol estaba muy fuerte y no era época de cosecha. Las semanas iban pasando y Agustín se sentía cada vez más integrado a sus compañeros. Por más que trataban de enseñarle guaraní, le costaba mucho y se reían. A la hora de la tarde, después de dejar el trabajo, se sentaban todos a la sombra, tratando de resguardarse del calor y tomaban tereré. El tereré es una bebida tradicional de Paraguay, Nordeste argentino y Sureste de Bolivia. Es una infusión yerba mate en agua fría. Es diferente al mate que se consume en el sur de América del Sur, donde se sirve con agua caliente.
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CAPITULO IV
Un viernes, cuando ya había terminado la jornada de trabajo, vino una persona de la administración y le dijo, Agustín, que tenía una llamada por teléfono. A él se le heló la sangre. Enseguida pensó en algo de su familia por lo que preguntó - ¿Sabes quien llama? - Mira – dijo que era la señora del Coronel Correa - No conozco a nadie de ese nombre – le dijo Agustín -
Entró en la oficina y tomó el teléfono Hola ¿Agustín? – dijo una voz femenina Si – contestó él tratando de identificar la voz Soy Noemí, ¿ya te olvidaste? No, no esperé que me llamara, dijo él muy sorprendido Es que creí que no estabas más en Encarnación. Dime, ¿trabajas mañana? No, tengo libre. Bueno, te espero a almorzar. No vengas tarde así tomamos unos tereré y charlamos – dijo ella Está bien, a las 11 de la mañana voy Te espero. Un beso
Agustín quedó sorprendido, no solo por la invitación, sino también por el tono tan cariñoso que usó la mujer. De cualquier manera, estaba contento. A él le habían comentado que era bueno tener un militar conocido. Por lo menos eso era lo que se rumoreaba entre el personal de la plantación. A la mañana siguiente, Agustín se bañó y se vistió con jeans y camisa. Se calzó botas, porque era a lo que se había acostumbrado. Esperó la camioneta que salía hacia la ciudad y que lo llevó a la casa de Noemí. 25
Era una casa muy lujosa, con jardines. Lo que sorprendió a Agustín porque ella le había parecido una persona muy sencilla. Cuando tocó el timbre en el portón, una mucama salió a atenderlo - ¿Señor? – dijo ella o eso fue lo que interpretó Agustín ya que le habló en una mezcla de español y guaraní. - La señora Noemí me espera – dijo Agustín algo nervioso - Ah, si, pase – le dijo la mujer Agustín entró en un living que estaba en semipenumbra y con aire acondicionado. Había unos lujosos sillones de cuero. Él se quedó de pie esperando. Se abrió una puerta y por ella apareció Noemí. Agustín la miró asombrado. No era la mujer que él recordaba como su compañera de viaje. Ahora la veía como una hermosa mujer de unos 50 años, con un cuerpo espectacular, unos voluminosos senos, una cintura muy pequeña a la que seguían unas anchas caderas, una cara bellísima y el pelo, muy negro, atado. Vestía unos pantalones y una remera muy ajustados y calzaba sandalias de cuero. La remera tenía un profundo escote y hacía ver que no tenía nada debajo. - Hola Agustín – dijo ella abrazándolo y dándole un beso en la mejilla - Hola – le contestó él cohibido por el efusivo recibimiento - Me has tenido abandonada. No te acordaste de mí para nada – le dijo Noemí mientras le tomaba la mano y lo llevaba asentarse junto a ella a uno de aquellos maravillosos sillones de cuero. - No, no es que me haya olvidado – dijo Agustín – lo que pasa es que el trabajo me lleva todo el tiempo y no he salido para nada de la plantación. - Está bien. Cuéntame cómo te ha ido en esta experiencia. - Muy bien, mucho mejor de lo que yo esperaba. El trabajo es muy lindo y la gente es muy amable. Lo único que le cuesta y no sé si podré aprenderlo es el guaraní - No te preocupes – dijo ella riendo – todo el mundo habla español aquí, excepto algunos japoneses y coreanos, que se niegan a hablar en español. - ¿Si? – preguntó Agustín asombrado – ¿y que hablan? - Su idioma y guaraní 26
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Decime Noemí, no me contaste que tu esposo es militar – dijo Agustín. Mira, justamente es por una de las cosas que quería hablarte. Hay un dicho muy viejo “el que tiene padrinos no muere infiel” ¿Si?, ¿y qué significa en mi caso? – preguntó extrañado Agustín Aquí en Paraguay, a pesar de los años, siempre es bueno tener, como amigo, a alguien vinculado al ejército. Bueno, ven y vamos adentro así tomamos algo – dijo Noemí tomándolo de la mano.
Cada vez que ella le tomaba la mano, Agustín sentía un calor que le subía y pensaba “No puedo pensar en esta mujer como un cargue. No sé que me pasa.” Ella le pasó el brazo sobre los hombros de Agustín con lo que él sintió el roce de aquellos maravillosos pechos contra su brazo. Fueron a un patio, que daba a un espléndido jardín, en una parte de atrás de la casa. Allí se sentaron en un enorme sillón de de ratán con almohadones. Ella se sentó muy cerca de Agustín y comenzó a cebarle tereré. - ¿Tienes alguna novia aquí? – preguntó Noemí - No, no he conocido ninguna chica, bueno, aparte de las que trabajan en la plantación – le respondió Agustín. - Qué raro – dijo ella – tú eres un chico muy atractivo y aquí las mujeres se fijan mucho en hombres como tú. Noemí le apoyó su brazo en el respaldo del sillón, por detrás de la espalda de Agustín y se cruzó de piernas. Él sintió el calor de las piernas de ella que lo rozaban. Esto casi le cortaba el aliento. En un momento, cuando Agustín le devolvió el mate, ella le tomó la mano y se la llevó dentro de su escote de tal manera que él sintiera sus senos. Agustín abrió la mano, abarcó aquel maravilloso y firme pecho y la miró. Ella acercó su cara a la de él y le dio un beso en la boca, introduciendo su lengua. Agustín no se pudo resistir y, con la otra mano le levantó la remera y comenzó a besarle los pechos mientras ella gemía. Suavemente ella lo hizo parar a Agustín y le bajó el cierre del pantalón y le empezó a hacerle un sexo oral. Unos segundos después, ella se quitó el pantalón y quedó desnuda tirada sobre el sillón y le dijo, casi en un murmullo 27
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Quiero que me hagas tuya con todo lo que tienes
Luego de tener una larga y repetida escena de sexo, ella tomó su ropa y se metió en un baño que estaba contiguo a la sala. Agustín, se arregló la ropa y se puso a pensar en lo que había sucedido y le entró una sensación de terror. Había estado haciendo el amor con la mujer de un coronel. “Soy un pelotudo, un inconsciente, ¿cómo arreglo esto?”, pensó Noemí salió del baño, tan espléndida como siempre y con una muy bonita sonrisa. - ¿Por qué tan serio, lindo? – le preguntó a Agustín - Es que tú eres casada. Me parece que hice algo que no debía. Me dejé llevar por un instinto animal – le contestó él - No, por favor, estuviste divino. Por mi marido no te preocupes. Él es ya un hombre grande y yo necesito sangre joven, ¿me entiendes? - Si – dijo Agustín no muy convencido. - Mira, esto que sucedió queda solamente entre tú y yo. No debes preocuparte por nada. Sabes que en mí y en mi marido tendrás todo el respaldo que necesites frente a cualquier problema. Agustín quedó sorprendido con la naturalidad que hablaba aquella mujer y, en cierto modo se sintió bien de contar con alguien en aquel mundo todavía poco conocido para él. Almorzaron juntos y Agustín le contó todo lo de su vida, su familia, lo que extrañaba y cuales eran sus proyectos. - ¿Entonces te quieres volver? – le preguntó ella - Si, pero será dentro de bastante tiempo. Quiero adquirir toda la experiencia posible para volver a un trabajo bien remunerado. Luego del almuerzo, Noemí se ofreció llevarlo hasta la plantación, pero a él no le pareció adecuado - Mejor me tomo un ómnibus, dijo - Está bien, pero no te pierdas. Quiero que conozcas a mi marido. Créeme que va a ser muy importante para ti.
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Se dieron un beso de despedida y Agustín se fue caminando hacia donde podía pasar el ómnibus que lo llevara hasta su lugar de trabajo. Mientras caminaba iba pensando si no se habría metido en un lío. Siempre vivía diciéndose del cuidado que tenía que tener en cada decisión que tomaba. Tenía que recordar que se encontraba en un país extraño.
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CAPITULO V
Era el mes de mayo y se acercaba la época de cosecha de Tung. Bajo el sol abrazador, había que revisar, árbol por árbol, el estado sanitario haciendo un recuento de los que debían ser descartados o que había que curar, antes de cosecharlos. Durante todo ese tiempo, Agustín no hacía más que pensar en Noemí. Aquella mujer tenía un atractivo muy especial, más después de haber tenido relaciones con ella. Cuando ya se encontraban en plena cosecha, una mañana le avisaron, a Agustín, que estaba el auto del Coronel Correa que traía un mensaje para él. Fue hasta el edificio de la Administración y allí había un soldado que le entregó un sobre y le dijo - El Coronel espera la respuesta Agustín abrió el sobre y escrito en computadora decía: “Estimado amigo: Nos gustaría a mi mujer y a mí que nos honrara con su presencia el próximo domingo para festejar el cumpleaños de ella. Le saluda atentamente Cnel. Arnaldo Correa” Agustín se quedó pensando por unos segundos y se acordó que el soldado estaba esperando. - Dígale al Coronel que con mucho gusto iré - Está bien – dijo el soldado – el domingo a las 11 de la mañana lo vengo a buscar. - Gracias El soldado hizo la venia y se retiró. Mientras caminaba hacia la plantación, pensaba “¿No me estaré metiendo en un lío? Pero si rechazo la invitación, se pueden ofender. ¿No estaré ocultando las ganas que tengo de verla a ella?” Luego continuó con el trabajo. El excesivo calor y lo duro del trabajo, le hicieron olvidar de esa situación que, sin quererlo, se le había creado. 31
Esa semana pasó rápido. La ilusión e intriga de la invitación para el cumpleaños, hizo más llevadero el duro trabajo de la cosecha. El domingo se levantó temprano, se bañó se afeitó y se vistió con jeans, camisa y botas. A las 11 de la mañana estaba el auto del coronel en la puerta de la Administración. Cuando Agustín se acercó, el soldado manejaba el auto, lo saludó y le abrió la puerta. Cuando llegaron a la casa de Noemí, salió ella a recibirlo. Parecía más joven. Estaba vestida con una falda amplia y corta, una blusa escotada y calzaba sandalias. La falda dejaba ver aquellas piernas tan bien formadas y la blusa insinuaba los senos firmes que Agustín había acariciado. Él tragó saliva para tratar de que no se notara su ansiedad. Ella corrió hacia él y lo abrazó, dándole un beso en la mejilla. - Feliz aramboty (cumpleaños en guaraní) – dijo Agustín tratando de pronunciarlo bien - Ay, muchas gracias – le contestó ella – dándole otro beso mientras caminaban hacia el jardín del fondo - No te imaginás lo que me costó aprenderlo - Si, pero me encanta que lo hayas hecho por mí - Me siento mal en no traerte ningún regalo – le dijo Agustín - El mejor regalo es que hayas venido tú. No sabes como ansío estar contigo Esto último lo puso muy nervioso a Agustín, más cuando llegaron al jardín y vio que estaba lleno de gente. -
El Coronel se adelantó a saludarlo Encantado de conocerte muchacho. Mi mujer no hace más que hablar muy bien de ti Gracias, señor – dijo Agustín totalmente cohibido Señores – dijo el Coronel dirigiéndose a la gente que estaba reunida – este es de quien les hablé. Se vino desde su país para ayudarnos a hacer más grande al Paraguay. 32
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Todos los presentes aplaudieron, pero Agustín se dio cuenta que lo hicieron por compromiso, porque el Coronel ya, a esa altura, estaba totalmente borracho. Enseguida un grupo de chicas jóvenes se acercaron a Agustín a saludarlo. Él quedó muy sorprendido por la espontaneidad y efusividad de ellas para saludarlo. Una de ellas le dijo, dándole un beso en la mejilla - Hola, mi nombre es María Elena. - Hola, yo me llamo Agustín - ¿Eres de Uruguay? - Si, estoy trabajando aquí en Encarnación Como ella había acaparado a Agustín, las demás chicas se fueron apartando. María Elena era una chica alta, de pelo largo y muy negro. Su tez blanca hacía resaltar más sus ojos negros. Tenía un cuerpo bien desarrollado a pesar que Agustín pensaba que era muy jovencita, pero no se animó a preguntarle. Ella estaba vestida con una falda muy ajustada y corta, una blusa ajustada y calzaba unas sandalias de taco alto. - Dime, ¿conoces chicas en Paraguay? – le preguntó ella - No, es que salgo muy poco de la plantación y no he tenido oportunidad. - ¿No has ido a visitar los preciosos lugares que tenemos en Itapúa? - No, ya te digo, no he salido casi ningún día de la plantación, menos ahora que estamos en plena época de cosecha. - ¿Trabajas los sábados? – preguntó ella - Hasta ayer si, pero ahora solo de lunes a viernes – le contestó Agustín - Ah, ¡que bueno! – dijo ella con una mirada que a Agustín se le antojó pícara – el próximo sábado te vos a buscar en mi auto y vamos a dar un paseo. - Si, que bueno – dijo Agustín que no salía del asombro de lo espontánea que era ella.
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Ven – dijo María Elena tomando la mano de Agustín – vamos a buscar algo de tomar y de comer.
Cuando, los dos, iban camino a la mesa donde estaba servido todo, pasaron cerca de Noemí que miró a Agustín y le hizo una seña que él no entendió. María Elena siguió conversando con Agustín. Era evidente que ella no quería que se conociera con otra chica. En cierto momento, se acercó Noemí y, dirigiéndose a María Elena, le dijo - ¿Me lo prestas un momento? - Si, lógico, pero no te lo lleves. Me lo devuelves, ¿si? Agustín se sintió algo incómodo con el diálogo de las dos mujeres. Noemí lo tomo suavemente del brazo y lo llevó a un rincón apartado del jardín. - ¿Cómo estás pasando mi cumpleaños? – preguntó Noemí - Muy bien - Si, ya te vi muy bien acompañado – dijo ella. Agustín percibió algo de reproche o celos en la afirmación de Noemí. - Si, es una linda chica y muy amable - Bueno. Ten cuidado – dijo Noemí – ella es la hija del gobernador y además tiene fama de tragahombres. En Argentina y supongo que en tu país también, dirían que es una putita cualquiera. -
En ese momento Agustín pensó “mirá quien lo dice”. Gracias por la advertencia ¿A qué ya te invitó a salir de paseo el fin de semana? – le preguntó Noemí Si, es cierto, dijo que el sábado me iba a busca en su coche – le contestó él. ¿No te digo? – dijo Noemí algo fastidiada ¿Y que querés que haga? – le preguntó Agustín que lo único que quería es que ella no se enojara con él. Mira, no le aceptes salir el sábado con ella. ¿Y cómo hago? – dijo Agustín 34
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Déjamelo a mí – dijo Noemí – yo la llamo y le digo que te necesita mi marido para algo. Pero me va a encontrar en la plantación – le contestó Agustín. No, porque el sábado paso yo a buscarte y nos vamos a un hotelito que queda a unos 50 Kms. a pasar el fin de semana. ¿Y tu marido? Arnaldo tiene viajar a Asunción y vuelve el lunes – le respondió ella – y ahora vamos pero no le digas nada a esa loquita.
Al volver a la reunión, varias de las otras chicas se acercaron a hablar con Agustín, pero María Elena lo volvió a acaparar. - ¿Qué quería la vieja? – le preguntó - Nada, todo bien, quería saber si precisaba algo – le dijo Agustín - No lo tomes a mal – dijo María Elena – pero cuídate - ¿Por qué? – le preguntó Agustín. - Perdóname por el término, pero es una vieja puta que le clava los cuernos al marido. Como le gustan los chicos jóvenes, seguro que anda detrás de ti. - Gracias por el consejo. Agustín se dio cuenta que se encontraba entre dos fuegos. Ambas eran mujeres importantes en la zona y ambas se odiaban. Cuando ya eran las 6 de la tarde, Agustín se despidió de Noemí y del Coronel que estaba en un estado deplorable de tanto que había bebido. Noemí se ofreció a llevarlo, pero Agustín prefirió irse por sus propios medios. Había caminado una cuadra hacia donde pasa el ómnibus, cuando oye que un auto le toca bocina. Agustín se dio vuelta y vio un Mercedes Benz dos puertas, manejado por una mujer que le hacía señas que se acercara. Así lo hizo él y vio que la mujer que manejaba el auto era María Elena. Ella bajó el vidrio de la puerta y le dijo - Sube que te llevo - Pero María Elena, no es necesario, me tomo el ómnibus que debe estar por pasar. - Sube o ¿crees que te iba a dejar escapar? – le contestó ella que se notaba que había bebido demás. 35
Agustín subió en el auto y ella lo puso en marcha rumbo hacia las afueras de la ciudad de Encarnación. - ¿Tienes apuro en llegar?, preguntó María Elena - No, no demasiado - Entonces te voy a llevar a un lugar desde donde se poner el sol. Es maravilloso. Ella condujo por una ruta y, saliendo de ella, luego de subir por un camino de tierra, se estacionó en un lugar donde se veía el río Paraná. - Mira que belleza – dijo ella. - Si, es verdad – le contestó Agustín -
Sin que mediara ninguna palabra más, María Elena le dijo Bájate, así caminas un poco
Agustín, asombrado por la decisión e aquella mujer, se deshizo de ella, sobre todo porque había notado que estaba totalmente ebria. Abrió la puerta de su lado y se bajó del auto - María Elena, dijo Agustín, no entiendo qué te pasa - ¿Te creías ganador?, bueno, te jodiste porque yo ya tengo novio – dijo ella y puso en marcha el coche y se fue, dejando a Agustín solo parado en aquel paraje. “Pero la puta de que las parió a estas minas.. ¿Qué hago aquí solo y sin saber para donde ir?”, pensó Agustín. Se puso a caminar volviendo por el camino por el que habían llegado. Al rato, cuando ya atardecía, vio a unas chicas que parecían japonesas o coreanas que llevaban un carro. Él las detuvo con la mano. - ¿Cómo hago para llegar a la plantación de Tung? Ellas se miraron y se rieron. Era evidente que no entendían el español. Entonces Agustín les dijo - Tung, Tung, Tung Una de ellas, que parecía ser la mayor de las dos, le tomó la mano y le hizo señas que fuera con ellas. Luego de caminar un rato bajando el cerro que habían subido con María Elena, llegaron a la ruta. 36
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Allí las chicas pararon y le hicieron señas que siguiera por ese camino. Agustín, que no sabía como agradecerles, juntó sus manos, como rezando y les hizo un reverencia. Las dos chicas estallaron en carcajadas y se fueron. Agustín siguió caminando por la ruta y oyó que venía un camión. Miró y era uno de los camiones de la plantación. -
Le hizo señas y el camión paró ¿Qué haces por aquí? – le preguntó el hombre que manejaba Mirá, mejor ni preguntes, dijo Agustín, ¿querés creer que una mujer, me dejó plantado en el medio de la nada?
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El hombre se rió y le dijo Las paraguayas siempre andan necesitadas, nunca se les puede decir que no. El chofer siguió riendo hasta que llegaron a la plantación.
Agustín se bajó del camión y se fue directo al comedor. Luego de cenar, se fue a su dormitorio. Hacía días que no les escribía a sus padres y a sus hermanas por lo que se puso a hacerlo. Siempre que escribía a su familia lo hacía tratando de demostrar que todo andaba muy bien. Evitaba contar los ratos que pasaba pensando en su pueblo natal y de las ganas que tenía de volver. Una vez que terminó la carta, la puso en un sobre y la llevó a un buzón que hay en el edificio de la administración. Luego, cuando volvía a los dormitorios, se detuvo un rato a conversar con unos compañeros de trabajo. Más tarde se fue a dormir.
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CAPITULO VI
satisfacción.
Esa semana comenzó con un aviso que lo llenaría de
En la mañana del martes le dijeron de administración que el Gerente lo quería ver en Encarnación. Una de las camionetas lo llevó hasta las oficinas centrales donde tenía que entrevistarse con Eusebio Mora. En cuanto llegó, la recepcionista lo hizo para al escritorio del Gerente. - Buen día, Quiroga – le dijo el Gerente levantándose y dándole la mano. - Buen día, señor - Tengo buenas noticias para usted, pero le dije que me llame Eusebio. - Sí, es cierto, perdóneme - Bueno, el directorio estuvo reunido y decidió dos cosas. Primero, aumentar su sueldo y asignarle una casa individual en la plantación. Segundo, darle, para su uso exclusivo, un Hilux 4x4, con todos los gastos pagos. Se entendió que, con sus conocimientos es muy importante que esté tanto en la plantación como aquí. Esto no lo tome como premio sino como reconocimiento a la muy valiosa colaboración de su parte. - Gracias – fue lo único que se le ocurrió decir a Agustín. - Venga – dijo Eusebio Mora – vamos a ver la camioneta. Agustín no salía de su asombro. En tan poco tiempo había logrado posicionarse dentro de la empresa y se sentía orgulloso de que valoraran su esfuerzo y sus conocimientos. Luego de saludar al Gerente, se subió en aquella camioneta nueva y se dirigió a la plantación.
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Los siguientes días fueron de mucho trabajo. Había que verificar la calidad de los frutos y clasificarlos y, en eso, Agustín se había vuelto un experto. Al llegar el sábado, le llamó la atención no recibir noticias de Noemí. Sentía que no era tanto por las ganas de verla sino por el miedo que ella se hubiera enojado por la presencia de María Elena. Sabía que Noemí era, por el cargo de su marido, la garantía que tenía frente a cualquier problema y, además, era tener a alguien cerca. Tampoco María Elena apareció, por lo que pudo dedicarse a recorrer, con su nueva camioneta, los alrededores de la ciudad de Encarnación. Tenía interés de ver las ruinas jesuíticas de Jesús y Trinidad Las ruinas jesuíticas de Jesús y Trinidad están en el departamento de Itapúa, al sur de Paraguay sobre el río Paraná. Son ruinas que aún se conservan de entre los numerosos pueblos fundados por los Jesuitas en el siglo XVII. Estas congregaciones religiosas fueron creadas en 1609 y se desarrollaron durante más de 150 años. En el año 1993, ambas ruinas fueron declaradas patrimonio histórico de la humanidad por Esta ruinas, ubicadas en Paraguay son consideradas una de las más impresionantes creaciones de la tarea evangelizadora de los Jesuitas. Y son un testimonio de la riqueza histórica del Paraguay. Agustín, de acuerdo a lo que le habían indicado, tomó por la ruta 6. Luego de recorrer unos 25 Kms, llegó a las ruinas. Estacionó la camioneta. Había gran cantidad de turistas, muchos de ellos parecían extranjeros. Una guía llevó a un grupo de ellos, al que se integró Agustín, a visitar las ruinas. Según explicó la guía, Son las últimas construidas en Paraguay, fundadas en 1712 y, por eso, las más apropiadas para ser visitadas. 40
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Se trataba de una verdadera ciudad contando con plaza central, una iglesia de grandes proporciones, escuela, talleres y varias casas para los indígenas. La iglesia, que era de las más grandes construidas por los Jesuitas en el sur de América, está adornada por el friso de los ángeles músicos del estilo barroco, sus puertas y columnas. Los restos de la Misión Jesuítica estaban compuestos por una torres y una capilla que funcionó mientras se construía la iglesia principal y, ahora, funcionaba como museo donde los visitantes podían conocer más de las ruinas a través de esculturas, objetos y una maqueta de la construcción. Asombrado con lo que estaba viendo, Agustín sacó todas las fotos que pudo con su nueva cámara digital. Sabía que, al enviárselas a sus hermanas, ellas también quedarían maravilladas. Durante la visita, la guía les anunció que, a la caída del sol, habría un espectáculo de música y luces. Como ya era de tarde, Agustín decidió quedarse. Se le acercaron dos chicas, jovencitas, muy rubias y le dijeron - Hola, ¿tú habla Inglés? - Yes, of course (si, por supuesto) – contestó Agustín - Can you get a picture? (¿Puedes sacarnos una foto?) - Yes, give me the camera. Después de sacarles más de una foto, ambas le dieron un beso en la mejilla y se fueron saludando con la mano. Agustín
“Gracias, mamá, por haberme obligado a estudiar inglés, pensó
Fue hasta un puesto de comida rápida y pidió dos empanadas y un refresco. Más tarde fue hasta la camioneta se preparó un terere y compró unos chipás. 41
El chipá o chipa es una pan pequeño hecho con almidón de mandioca y queso con un secreto que guardan quienes lo venden y es propio de Paraguay.. Agustín quedó maravillado por el espectáculo de luces y colores entre las ruinas. Sacó fotos con la esperanza de poder enviárselas a su familia. Cuando volvió a la plantación, fue a su nueva casa en la que ya se había instalado y, cansado, se acostó y se durmió. En las siguientes semanas el trabajo había disminuido. De cualquier manera se acercaba el invierno y había que comenzar con el cuidado de los árboles. Agustín estaba preocupado y, al mismo tiempo asombrado, que Noemí no lo hubiera llamado. No era así con María Elena porque él estaba seguro que ella se había enojado y lo había borrado de sus conocidos. Una tarde, cuando había estacionado su Hilux frente a las oficinas de la empresa, al bajarse vio que detrás de él estacionó un Mercedes Benz con vidrios oscuros y detrás un Jeep del ejército. Del auto se bajó el chofer y, dirigiéndose a Agustín - Señor Quiroga, el señor coronel Correa quiere hablarle. Le solicita que se aproxime al auto. Agustín sintió que le corrió un frío por la espalda. “La mierda. Este se enteró de lo de su mujer y me va a cagar a palos”, pensó. Mientras pensaba eso, se acercó al auto, el chofer le abrió una de las puertas traseras y le hizo señas que subiera. Dentro estaba el coronel. - Muchacho, te has perdido. ¿Cuánto hace que no nos vemos? - Tiene razón, señor, sucede que estuvo la cosecha y eso demanda mucho trabajo. - Pero ahora debe ser menos el trabajo, ¿no? – dijo el coronel - Si, es cierto, señor - Dime, ¿por qué no te vienes a casa, el sábado, a eso de las 7 de la tarde, y nos comemos un asado como les gusta a ustedes los uruguayos? 42
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Con mucho gusto, señor Sucede que mi mujer se fue a Buenos Aires porque su hija estaba media jodida y no viene hasta el miércoles o jueves de la semana que viene. Bueno allí estaré y gracias por la invitación – dijo Agustín antes de bajarse del auto.
Agustín respiró más tranquilo. Ahora sabía por qué Noemí no lo había llamado. Además confirmaba que el coronel no sabía nada de lo sucedido. Luego de la charla con el militar, entró en las oficinas y estuvo firmando unas constancias. Al salir, vio que había otro Mercedes Benz parado detrás de su camioneta. Le llamo la atención la casualidad, pero no le prestó atención. Cuando se iba a subir a la camioneta, unas manos femeninas le taparon los ojos - ¿A qué no sabes quien soy? – preguntó ella - ¿María Elena? – preguntó Agustín dándose vuelta - ¿Cómo te diste cuenta? – le dijo ella algo contrariada - Tiré a embocar. Conozco a pocas chicas aquí – dijo Agustín que no quiso confesarle que había percibido el perfume y la suavidad de aquellas manos. - ¿Estás muy enojado conmigo? – preguntó María Elena - ¿Por qué habría de estarlo? – dijo Agustín - Dale, por lo que te hice la vez que salimos. - Mirá, vamos a dejarlo como un accidente – dijo Agustín. - Gracias – dijo ella – ¿qué tienes que hacer el sábado? - Tengo una invitación del coronel Correa para ir a cenar - Seguro que la invitación surgió de la vieja puta – dijo María Elena - No hables así, pero además te equivocás porque ella está en Buenos Aires. - Está bien y ¿el domingo?, quieres que salgamos juntos - ¿Y tu novio? – le preguntó Agustín - Fue una mentira mala de mi parte. No tengo novio – le respondió ella. 43
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Bueno, podemos arreglar para el domingo, pero sin cosas raras, ¿si? – le dijo Agustín Está bien. Me llamas el sábado y arreglamos. Anota el número.
Cuando Agustín llegó a la plantación, se encontró con un mensaje del coronel que decía: “el sábado a las 7 de la tarde va un coche a buscarlo porque decidimos hacer el asado en casa de un amigo. Un abrazo Cnel. Correa” Agustín se quedó pensando, “¿Qué tipo de asado irá a hacer? Bueno, no importa si me llevan y me traen mejor así no tengo que manejar.” -
El sábado, a las 5 de la tarde llamó por teléfono a María Elena. Hola, ¿María Elena? – dijo Agustín Agustín – dijo ella asombrada – creía que no me ibas a llamar ¿Por qué pensaste eso? No se, bueno, dime Tú proponés. El domingo estoy libre. A las 10 de la mañana te paso a buscar, ¿si? Bárbaro, te espero. Beso Igual para ti
A las 7 de la tarde estaba un vehículo del ejército esperando a Agustín en la puerta de la administración. Agustín subió y el chofer puso en marcha el vehículo. Luego de salir de la ciudad, el vehículo tomó por un camino vecinal hasta llegar a una estancia. La casa lucía muy lujosa y estaba toda iluminada. El chofer el hizo señas a Agustín que se bajara y lo acompañara. Lo siguió hasta una enorme barbacoa donde estaban reunidos unos cuantos hombres bastante mayores. El coronel, al verlo, se adelantó - Buenas noches muchacho – dijo extendiéndole la mano. - Buenas noches, coronel y gracias por la invitación – le contestó Agustín - Ven a servirte algo de tomar. Tengo que advertirle a esta manga de viejos que tú no hablas guaraní. 44
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Gracias
En la parrilla había gran cantidad de carne. Lo que le llamó la atención a Agustín es que los cortes de la misma eran muy similares a la de Uruguay, por lo que se animó a preguntar - Coronel, la carne es muy parecida a la de mi país. - Es que es de tu país – dijo el coronel riendo – fue una gauchada que me izo el embajador. Todos los concurrentes bebían whisky y los mozos se encargaban de mantenerles los vasos llenos. Agustín pensó “voy a tratar de no tomar porque esto termina en un desastre de viejos mamados y yo mañana no le puedo fallar a María Elena.” Más tarde todos se sentaron a comer un exquisito asado. Todos los concurrentes seguían con whisky, lo que realmente asombró a Agustín es que todavía se mantuvieran en pie. En cierto momento, ya avanzada la noche, el coronel se paró con dificultad y anunció - Señores, ahora llega el postre. Cada uno elija el que le gusta, pero no se peleen, hay para todos. Agustín quedó asombrado con las palabras del coronel, pero esperó para saber de que se trataba. A sus espaldas oyó voces de mujeres riendo. Llegaron un grupo enorme de chicas con ropas muy diminutas. Todos los hombres se pararon y comenzaron a abrazarse y se besarse con las chicas. El coronel se acercó a Agustín y le dijo - Toma la que te guste más y llévatela para el fondo. Hay cuarto para todos. - Gracias – dijo Agustín Se quedó mirando el triste espectáculo que ofrecían los hombres, ya mayores, algunos corriendo detrás de una de las chicas y otros de rodillas tratando de sacarle la ropa a ella con los dientes.
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“¿Cómo hago para salir de esta sin que se ofenda el coronel?”, pensó. En ese momento se le acercó una chica morena de pelo enrulado, con un cuerpo espectacular y le dijo algo en guaraní. - Perdoname – le dijo él – pero no entiendo el guaraní - Te preguntaba si no te gustan las negritas. - Si, no hay problema - Buen, ven conmigo y nos divertimos un rato. Aunque esto no entraba en lo que tenía planeado, Agustín se fue a un cuarto que tenía una luz muy tenue, una cama de una plaza casi deshecha cubierta por una sábana de dudosa higiene. enfermedad.
Enseguida pensó en a probabilidad de contraer alguna
Cuando quiso darse cuenta, la chica estaba, desnuda, acostada en la cama y haciéndole señas para que se acercara. Él se bajó el cierre de su jeans y le hizo señas que quería sexo oral. Ella lo miró con cara enojada, tomó su ropa y se fue sin decir palabra. Cuando Agustín volvía a donde había cenado, encontró al chofer que lo había traído - ¿Puede llevarme de vuelta? – le preguntó. - Si señor, el coronel me dijo que estuviera a su orden - ¿Ha visto al coronel? - En estas fiestas nadie sabe donde está nadie – dijo muy serio. - Bueno, vamos entonces. Cuando Agustín llegó a su casa, se desvistió y se bañó. Estuvo un rato bajo la ducha. Sentía que tenía que quitarse de encima todo aquello que había visto y vivido. Se acostó y, como estaba muy cansado, se durmió enseguida.
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CAPITULO VII
El domingo se levantó temprano. Se preparó un mate. “Parece mentira. No es lo mismo con la yerba paraguaya”, pensó. Luego de un rato, se afeitó y se vistió con jeans, remera y botas cortas. Se puso, además, un buzo. Corría el mes de junio y había comenzado a hacer frío, cosa que era bastante increíble para él, seguro que en Paraguay siempre hace calor. “¡Qué bien estuvo la vieja cuando me insistió de poner abrigo entre la ropa!”, pensó. A las 10 de la mañana estaba María Elena en su Mercedes Benz esperándolo en la puerta de la administración. -
Agustín se subió y le dio un beso en la mejilla ¡Qué puntual! – le dijo Si, siempre lo soy, no me gusta hacer esperar. Dime, ¿no quieres manejar tú? Pero si no se ni para donde vamos – dijo Agustín Yo te indico.
Se cambiaron de lugar y Agustín tomó el puesto del conductor en aquel lujoso auto. Saliendo por la ruta 1, pasaron por Carmen del Paraná, Coronel Bogado, hasta llegar al desvío a San Cosme y Damián. Una vez que llegaron a las costas de río Paraná, tomaron por la Avenida 24 de Diciembre, pasaron por Ayolas y, siguiendo la Avenida, llegaron hasta la represa de Yacyretá La represa hidroeléctrica de Yaciretá-Apipé está construida sobre los saltos del mismo nombre en el río Paraná entre la provincia de Corrientes, Argentina y el departamento de Misiones, en Paraguay. Está situada entre las ciudades de Ituzaingo y Ayolas. Se encuentra en la zona conocida como los rápidos de Apipé. Posee dos puentes que conectan a ambos países, uno levadizo que pasa por encima 47
de la exclusa de navegación y el que se encuentra luego de atravesar los edificios, a metros de Ayolas. -
Cuando iban llegando, María Elena le dijo a Agustín, En el próximo camino dobla a la derecha
Agustín tomó aquel camino de tierra y, a los pocos metros los detuvo un militar. Agustín bajó la ventanilla y el militar le dijo - Señores, no pueden pasar. María Elena se puso sobre Agustín y le dijo al militar -
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Soy yo Ay, perdone señorita, no la había reconocido. Su padre está reunido con el Gobernador de Misiones. Si, ya se, gracias. ¿Dónde es el almuerzo? – preguntó ella Siga hasta el estacionamiento y le pregunta al guardia que está allí. Tome, póngale este distintivo al coche y pónganse ustedes estos. Gracias – le contestó María Elena y dirigiéndose a Agustín le dijo – sigue nomás ¿Dónde me trajiste? – preguntó Agustín Yo sabía que papá se iba a reunir con el Gobernador de Misiones y es una linda oportunidad para visitar la represa – le contestó ella Pero podías haberme avisado – rezongó Agustín. No rezongues – le contestó María Elena y le dio un beso en la mejilla.
Luego de bajarse del auto, se dirigieron a una gran carpa dispuesta para agasajar a los invitados. Cuando llegaron allí, el jefe de mozos la reconoció a María Elena, por lo que enseguida vino a ofrecerles de comer y de beber. - Aprovechemos ahora que no hay nadie – dijo ella – y después nos vamos a visitar la represa. - ¿Y con qué autorización? – preguntó Agustín - Con la mía – dije María Elena riendo y mostrando dos permisos de visita. - Venías prevenida – dijo Agustín - Si, se las pedí a papá ayer y fue cuando me enteré que él venía para acá – dijo María Elena. 48
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Visitaron la represa. Agustín quedó contrariado porque no le dejaron tomar fotos. De cualquier manera, fue una muy linda experiencia para él. Cuando volvieron Agustín y María Elena a Encarnación, ya había anochecido. María Elena llevó a Agustín hasta la plantación. Cuando llegaron, ella le dijo - Gracias, eres un hombre excelente - ¿Por qué? – dijo él algo sorprendido - Porque puedes ser un buen amigo, respetuoso y cariñoso – dijo ella tomándole la mano - No exageres – dijo Agustín, me gustó mucho el paseo - Espero que podamos repetirlo - Si, lógico, me gustaría. María Elena le dio un beso en la mejilla, Agustín se bajó del coche y ella se fue. El lunes fue un día muy importante para Agustín. En la empresa lo había hecho cargo de la plantación de estevia. La estevia o stevia es una planta herbácea perenne. Sus hojas, una vez molida son 30 veces más dulce que el azúcar de caña y entera 15 veces más. Es una planta originaria del Paraguay cuya siembra y cosecha se hace de forma manual. Comenzaba la época de corte de las hojas y la verificación de las plantas. Todo eso quedó en manos de Agustín junto a un grupo de personas a su cargo. Una tarde mientras estaba en plena tarea en el invernadero, le avisaron que lo buscaba la señora del coronel Correa. Dejó lo que estaba haciendo y fue hacia la administración. Allí lo esperaba Noemí - Hola cariño- dijo ella dándole un efusivo beso en la mejilla. - Noemí, hace mucho que no se nada de ti – le contestó Agustín En ese momento recordó la orgía del coronel, donde se había enterado que ella había viajado, pero no dijo nada. 49
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Estuve en Buenos Aires. No sabes, volví en avión pero, ¡me acordé tanto del viaje que hicimos juntos! Ah, ¿si? Tenemos que juntarnos a charlar. Trata de ir una tarde de estas hasta casa. Bueno, no te prometo nada porque estamos en una tarea muy delicada y que nos lleva mucho tiempo. Pero, anota el número del celular. ¡Qué avanzado estás! – le dijo Noemí Si
Se saludaron y, mientras Noemí se subía al auto, Agustín se volvía a su trabajo pensando “¿Con qué cara miro a esta mujer sabiendo lo que hace el marido cuando ella no está? Bueno, ella tampoco es una santa.” El progreso de Agustín en su trabajo fue acompañado por mejoras económicas importantes. Ahora había podido acceder a tener un celular, una notebook y, lo que era más importante para él, le había enviado dinero a su familia, entre otras cosas, para que se compraran una notebook para poder comunicarse más rápido La primera vez que pudieron verse y hablar, todos, los padres y las hermanas lloraban de emoción. Agustín trataba de explicarle que todo le iba muy bien y que no tenían que preocuparse. Para que se quedaran más tranquilos les prometió que todos los sábados se comunicaban y que, para Navidad y fin de Año, iba a viajar a Salto para pasar las fiestas con ellos. Agustín sabía que tenía que cumplir con Noemí. Podía necesitarla en algún momento. Era conciente de que vivía en un país extranjero y cualquier inconveniente le podía traer problemas. Fue por eso que el viernes al mediodía, decidió llamarla. - Hola Noemí, ¿cómo estás? - Bien, ¡qué sorpresa! – contestó ella - ¿Mala? – dijo Agustín riendo - No, para nada. - ¿Estás en tu casa luego de tarde? - Si, ¿quieres venir? Te espero - Bueno a eso de las 7 de la tarde estoy. 50
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OK, te espero, Beso Beso
A las 7 de la tarde, en punto, Agustín tocó timbre en la casa de Noemí. La empleada salió a recibir y lo hizo pasar. Cuando llegó al living se encontró con que estaban Noemí y su esposo, el coronel Correa. Agustín los saludó a ambos y respiró tranquilidad. No iba a tener que estar a solas con Noemí, lo que, además de ponerlos muy nervioso, sentía que traicionaba a María Elena. Pensando esto es que se preguntaba si aquella chica le estaba importando demasiado. - Hola desaparecido – dijo Noemí levantándose a saludarlo - ¿Cómo están? - Bien – dijo el coronel – ¿tomas tereré con nosotros? - Si, lógico. - Oye – dijo Noemí – me enteré de que te encargaron de la plantación de Estevia. - Si, estoy trabajando en eso – respondió Agustín – justamente la semana que viene tengo que viajar a Asunción por una reunión que hay. - ¿Sobre ese tema? – preguntó el coronel - Si, viene un experto a dar una charla - ¿Y te vas por muchos días? – le peguntó Noemí - No, dos días nada más - Aprovecha a conocer la Capital, es bastante más movida que Encarnación – dijo el coronel riendo. - Si pero me dijeron que me cuidara porque puede ser peligroso - No, son habladurías – dijo el coronel – en Paraguay todos vivimos en paz. - Arnaldo, de cualquier manera, en Asunción hay que cuidarse – dijo Noemí – hay muchos extranjeros. Ya no es la ciudad de antes. - Si pero sigue siendo Asunción – dijo el coronel – te va a gustar. - Bueno – dijo Agustín – les aviso el día que me voy - ¿Ya te vas? – preguntó Noemí 51
- Déjalo, mujer, el muchacho trabaja mucho y debe estar cansado. Agustín se despidió de los dos y se volvió a la plantación. -
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Luego de cenar, tomó su celular y llamó a María Elena. ¿María Elena?, ¿estás ocupada? – preguntó Agustín No, hola, ¿cómo estás? – le respondió ella Bien, ¿tenés algún programa para mañana? No, dime que necesitas Como necesitar nada en especial, pero, ¿podríamos vernos? Estás muy misterioso, ¿te pasó algo? – dijo ella No, lo que pasa es que el lunes tengo que viajar a Asunción y no quería irme sin verte. Ay, ¿no me digas que tenías ganas de verme? Para despedirme – le contestó Agustín arrepentido de haber sido tan franco. Mira, ¿qué te parce si hacemos lo siguiente? A las 11 de la mañana te paso a buscar y nos vamos a pasear por Posadas – le propuso María Elena. Si, bárbaro, te espero.
El sábado amaneció despejado aunque algo frío. Agustín se bañó, se afeitó y se vistió. Tomó el desayuno, esperando que se hiciera la hora en que María Elena lo pasara a buscar. Se sentía algo nervioso y no sabía que era lo que lo alteraba. Pensó que podía ser la situación con ella, pero no estaba seguro. A las 11 de la mañana, en punto, llegó María Elena en su Mercedes Benz. Ella se bajó del auto y corrió a saludar a Agustín. Se abrazó a él y dijo - No sabes que alegría me da verte. Gracias por llamarme. - También me da alegría a mí – dijo él sorprendido por la reacción de ella. - Vámonos porque el cruce del puente a esta hora puede ser lento – dijo ella. Al llegar al puente y mientras esperaban en la cola, parados, para efectuar los trámites correspondientes, María Elena le preguntó. 52
¿COMO REGRESAR ACASA?
¿Cuándo te vas a Asunción? El lunes de mañana ¿Te vas por muchos días? – le preguntó ella No, el miércoles de mañana estoy de vuelta – contestó Agustín Ah, creía que te ibas por más tiempo. ¿Decepcionada? – preguntó Agustín sonriendo No, al contrario, no me va a dar tiempo a extrañarte – dijo ella tomándole la mano. - A ver, ¿cómo es eso de extrañar? – le preguntó Agustín. - Y, si, a un amigo que ha aguantado bromas se le extraña cuando no está, ¿no? – dijo ella ruborizándose. - Me alegro que me consideres tu amigo – dijo Agustín. María Elena se rió pero no agregó nada más. -
Luego de pasar los trámites en el puente, ya estaban en Posadas. María Elena se manejaba en el tráfico como conocedora que era del lugar. Llegaron al Shopping. Luego de estacionar el auto, se bajaron y fueron a caminar por el mismo. María Elena le tomó de la mano a Agustín, lo que a él le llamó mucho la atención. -
Estuvieron caminando un rato hasta que María Elena dijo ¿Vamos a comer algo? Bueno, pero invito yo – le contestó Agustín Está bien
Luego de almorzar, salieron del Shopping y fueron a caminar por la costanera del río Paraná. En cierto momento, Agustín le dijo a María Elena - Mirá como se ve Encarnación. - Si, ¿viste? – le respondió ella. - Ponete así te saco una foto con ese fondo Ella se paró junto al muro y posó varias veces. Estaba vestida con jeans, remera ajustada y se había recogido el pelo, lo que dejaba ver un elegante cuello.
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Agustín pensó que ella estaba más bonita que nunca. Cuando termino de sacar unas 5 o 6 fotos, ella corrió al lado de Agustín y le dijo - Muéstrame como quedé. Al acercarse se puso su cuerpo contra el de Agustín y mientras él le mostraba las fotos en la cámara, ella dio vuelta la cara hacia él lo abrazó y lo besó en la boca con un beso apasionado que Agustín respondió de igual manera. - Ay, perdóname Agustín – dijo ella – es que me enamoré de ti. - María Elena, no se que decirte, tú me gustas, eres muy atractiva y dulce conmigo – dijo él. - No te apures a contestar. Cuando me dijiste que te ibas a Asunción, sentí un vacío y me di cuenta que me enamoré de ti. - Gracias, me hacés sentir muy feliz, pero mejor lo hablamos tranquilos cuando vuelva, ¿te parece? - Si, gracias, le contestó ella, ¿sabes que sucede? - No, ¿qué? - En un par de meses me voy a Buenos Aires a estudiar un postgrado - Pero entonces ¿cómo querés que sigamos relacionados? - Es que no me voy al fin del mundo – dijo ella – además voy a viajar por lo menos una vez por mes. - Está bien. ¿Te parece si lo hablamos mañana? – dijo Agustín dándole un beso en la mejilla. Cuando llegaron de vuelta a Encarnación, María Elena llevó a Agustín hasta su casa en la plantación. Para despedirse, Agustín le dio un beso muy suave en los labios de ella. María Elena lo abrazó muy fuerte - Te amo Agustín Luego de unos minutos de estar abrazados, ella le preguntó - ¿Te llamo mañana? - Si, linda Agustín comió algo y al acostarse, se puso a pensar: “Es una chica muy atractiva, pero no puedo atarme a alguien que está, socialmente, tan alejada de mí. Por otro lado, me reconforta saber que alguien está pensando en mí, que la tengo cerca.” 54
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El domingo Agustín se levantó temprano. Aunque no quería reconocerlo, estaba muy nervioso por tener que viajar a Asunción. Le hacía recordar a su viaje a Paraguay, con toda la ansiedad de aquel momento. Ahora que ya estaba afincado en Encarnación, el tener que viajar a un lugar desconocido le traía la misma sensación de ansiedad. Sonó el celular de Agustín. Miró. Era María Elena. Él sintió que su corazón latía más fuerte - Hola linda, dijo - Ay, que dulce eres. ¿Cómo estás? - Mirá, no te voy a mentir. Algo nervioso. No me gusta viajar a lugares desconocidos. - ¿Quieres que te vaya a buscar y almorzamos juntos? – le preguntó María Elena. - Está bien, te espero – le contestó Agustín A la una de la tarde, hacía mucho calor. María Elena lo pasó a buscar a Agustín. - Hola, dijo ella dándole un beso en los labios. - Hola, respondió él algo sorprendido - No me puedes decir que no – dijo María Elena - ¿A qué? - Vamos a almorzar a casa. - Pero María Elena, Es muy apurado. No hemos concretado nuestra relación y ya ir a tu casa – dijo Agustín algo cohibido - Pero somos amigos, ¿no? – preguntó ella – entonces puedes venir a casa. Además, solo está mamá ya que papá tuvo que viajar. - Pero… - Nada – lo cortó ella – con este calor ¿dónde vamos a ir? Ya está resuelto Agustín subió al auto y se fueron a la casa de María Elena. Llegaron, luego de haber sorteado un portón que se abrió automáticamente, a una casa rodeada de jardines. Se bajaron del auto y 55
María Elena le tomó la mano a Agustín y lo llevó hacia la puerta principal. Allí los esperaba una señora muy elegante, joven a la que María Elena se parecía mucho - Hola mamá – dijo María Elena – él es Agustín - Bienvenido – dijo la señora – una alegría tener a un amigo de Elenita - Gracias señora – dijo Agustín - Nada de señora – dijo ella – llámame Luz - Te cuento – dijo María Elena riendo – mamá se llama María Luz, pero no quiere que le digan María. - Bueno – dijo María Luz – Elenita convida con algo a Agustín y en un rato almorzamos. ¿Por qué no se van al jardín del fondo? - Ven Agustín – dijo María Elena y dirigiéndose a la madre – pídele a Estelita que nos traiga dos cervezas. Salieron hacia el jardín, María Elena siempre tomada de la mano de Agustín. Había una enorme piscina y mesas rodeadas de sillas. Cada mesa tenía una sombrilla. María Elena y Agustín se sentaron y enseguida vino una chica con una bandeja con las cervezas que había pedido ella. Unos minutos después se les unió a madre de María Elena. - Me dijo Elenita que te vas a Asunción – dijo dirigiéndose a Agustín - Si, salgo mañana de madrugada. Pero solo voy por dos días. El miércoles estaré de vuelta. - ¿Y no puedes quedarte un poco más para pasear? – le preguntó María Elena - Si, el Gerente me dijo que aprovechara. Quizás lo haga y me quede un par de días más. - Si, es lógico – dijo María Luz – ya que es la primera vez que vas a Asunción. Nosotros tenemos muchos amigos allá. Elenita, dale la dirección y el teléfono de los Domínguez. Yo los voy a llamar para advertirles que, si necesitas algo, los llamas. - Muchas gracias, pero no creo que vaya a necesitar nada – dijo Agustín.
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Luego de almorzar, María Elena y Agustín, salieron a caminar por el parque que rodeaba a la casa. En un momento ella lo paró, le puso los brazos alrededor del cuello y le dijo - ¿No me vas a decir si me amas? - María Elena, eres preciosa y muy dulce, pero no quiero que apuremos las cosas. Además tú te vas a Buenos Aires y vamos a pasar tiempo sin vernos. - Pero no importa – dijo ella – donde quiera que yo esté te voy a seguir amando. Luego de decir eso, le dio un beso apasionado. Agustín, que la tenía tomada de la cintura, la apretó contra él y le respondió el beso con la misma pasión. - Me vas a volver loco – dijo él susurrándole en el oído. Ella se separó y mirándolo le dijo - No necesito que me digas nada. Ya me respondiste - ¿Si? – le contestó él riendo - Estoy segura. Más tarde, María Elena llevó a Agustín hasta la casa. Cuando él se iba a bajar, ella le preguntó - ¿No quieres que te venga a buscar para llevarte a la terminal? - No, linda, me lleva el chofer del camión. El ómnibus sale a la 1 de la mañana y no vas a andar sola por la calle a esa hora. - Bueno, ven y dame un beso. Cuando María Elena se fue, Agustín se quedó mirando como se alejaba el auto. Se puso a pensar: “Esta chica me gusta mucho. No se que va a pasar. La verdad es que tengo miedo de sufrir cuando ella se vaya a estudiar, por eso no quiero entusiasmarme y después darme contra el piso.” Se fue caminando hasta su casa. Tenía que hacer un pequeño bolso con la ropa que iba a llevar, acomodar el dinero que le habían dado. Todavía le costaba adaptarse a la moneda local, por lo que tenía que hacerlo con mucho cuidado. A la 1:15 de la mañana, Agustín estaba sobre el ómnibus rumbo a Asunción. Todos los asientos estaban ocupados y la mayoría de los pasajeros hablaban una mezcla entre español y guaraní. Como estaba 57
muy cansado, se acomodó en el asiento y se puso a tratar de dormir. A su lado se había sentado un hombre bastante mayor que también se durmió. Un rato más tarde. Agustín se despertó y se dio cuenta que el ómnibus se había detenido. Miró hacia fuera y, a pesar de que todavía estaba oscuro, observó que estaban en una ciudad. El hombre que estaba sentado al lado de Agustín también se había despertado. - Perdón – dijo el hombre – ¿nunca hizo este viaje? - No – dijo Agustín – es la primera vez. - Llegamos a San Ignacio – le explicó el hombre – todavía nos faltan como tres horas de viaje. - Gracias – le contestó Agustín. - Hemos dormido los dos, ¿no? – dijo el hombre - Si, es verdad - ¿Usted no es paraguayo? - No, soy de Uruguay y estoy trabajando en Encarnación - Qué bien. Agustín se quedó callado. Estaba preocupado por lo que se encontraría al llegar a Asunción. El ómnibus llegó a la terminal de Asunción cuando ya había amanecido. Al bajar del mismo, Agustín sintió el golpe de calor. Como solo llevaba una mochila, ni bien se bajó, se dirigió adonde estaban los taxis y se subió a uno, indicándole el nombre del hotel que le habían asignado. Al llegar al hotel, presentó el cupón que le habían dado en la empresa y la chica que lo atendió le dijo - Bienvenido señor Quiroga, ya el chico lo acompaña a su habitación - Gracias - Una cosa, el desayuno es a las 8 y a las 10 comienza la reunión - Muy bien, gracias El botones lo acompañó hasta una habitación en el 5° piso. Era amplia, muy confortable, con baño totalmente equipado. Cuando lo vio, Agustín pensó “cuando me vuelva a vivir a Uruguay, voy a tener una casa con un baño como este.” 58
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Se lavó la cara, las manos y se cambió la camisa. Se quedó un rato mirando por la ventana de su habitación desde donde podía ver una enorme piscina. A las 8:30 de la mañana, Agustín salió de su habitación y se dirigió a tomar el desayuno. Quedó asombrado de todo lo que había para comer por lo que esperó antes de servirse mirando lo que hacía la gente que estaba para desayunar. Unos minutos después vio como tenía que hacerlo, por lo se sirvió algo que le parecía exagerado, pero, como todos lo hacían, él hizo lo mismo. En todo, él quería pasar desapercibido ya que sentía totalmente fuera de su ámbito común. A las 10 de la mañana comenzó la conferencia sobre la estevia. Algunos términos no eran nuevos para Agustín, pero él tomaba nota de todo. Se sentía como si estuviera otra vez en la Escuela de Agronomía. A pesar de ello el tiempo pasó volando porque se trataba de algo muy entretenido e interesante. Se pudo poner al tanto de elementos importantes Como referencia se dieron las siguientes equivalencias: 1kg de hoja seca y molida de estevia endulza 150 litros de agua mientras que 1kg de azúcar endulza 25 litros de agua Después del almuerzo, todos los participantes se retiraron a sus habitaciones a descansar, algo que siempre le llamó la atención a Agustín, pero lo entendía por el calor reinante en las primeras horas de la tarde. Siguiendo lo que hicieron todos, Agustín se fue a su habitación, se desvistió, se dio un baño y se recostó. Se puso a pensar que estar dos días era mucho tiempo. Extrañaba todo el entorno al que se había acostumbrado y, además, todo lo que estaban tratando, él ya lo había experimentado en el campo Tomó los horarios de los ómnibus que salían para Encarnación y vio que había un turno a la 1 de la mañana. Decidió, 59
entonces, que partiría en ese coche. Se levantó, se vistió y decidió ir a buscar el pasaje del ómnibus. Al salir del hotel, se dio cuenta que hacía mucho calor. La diferencia de un ambiente con aire acondicionado y la calle. Tuvo suerte y encontró un taxi enseguida. Fue hasta la terminal y sacó el pasaje para volver a Encarnación. Enseguida, pudo tomar otro taxi y se volvió al hotel. Se fue hasta la habitación para refrescarse y prepararse para la charla de la tarde. Al volver a bajar al lobby del hotel, le avisó a la recepcionista que se retiraba esa noche. Le explicó que ya había sacado el pasaje. La chica le dijo que no se preocupara, que podía dejar la habitación a la hora que le fuera más conveniente. De allí se fue a la sala de conferencias, donde ya estaba la mayoría de las personas. Se sentó atrás. Estaba ansioso por que pasara el tiempo para volverse al lugar donde le había dado cabida de manera tan amistosa. Una vez que terminó la conferencia esa tarde, Agustín se fue a su habitación y arregló la pequeña mochila. Se aseguró de tener todo y bajó a cenar. Como ya había gente en el comedor, se sentó en una mesa y pidió un plato de carne acompañado de ensalada. También pidió una botella de agua mineral. No quería comer mucho porque siempre le tuvo terror a descomponerse en el ómnibus. Cenó tranquilamente esperando la hora de marcharse. Cuando terminó, miró el reloj. Eran las 10 de la noche.
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Entonces decidió ir a buscar su pequeña mochila a la habitación e irse a caminar para conocer Asunción. Él siempre pensó que era la mejor manera de conocer un lugar. Como nunca anteriormente, había tenido auto, apreciaba caminar e ir viendo los diferentes lugares. Al salir del hotel, se dio cuenta que había elegido lo más apropiado. Era una hermosa noche. No hacía calor y estaba muy lindo para caminar. Agustín vestía unos jeans, camisa de manga corta y botas cortas. “La verdad que las botas no son lo más apropiado para caminar, pero no me van a molestar. Estoy acostumbrado”, pensó Recorrió varias calles y entró en un Shopping. Allí se detuvo mirando vidrieras. Más tarde salió a la calle y se internó en un barrio que había varios bares de prostitutas. No tenía miedo de perderse porque vio que, por todos lados, había taxis. Mientras iba caminado, encontró un bar, más grande que los demás y entró. Estaba en penumbras y había mucha gente. Se sentó en la barra y pidió una cerveza. Hacía años que había aprendido que en esos lugares solo puede pedirse bebida envasada. Cuando se la sirvieron, apoyó su espalda contra la barra para observar el panorama. Le llamó mucho la atención que la mayoría de las mujeres eran muy jóvenes y, alguna de ellas, lucían muy bonitas. Al fondo del salón había un grupo de hombres mal vestidos y que, evidentemente estaban jugando a las cartas por dinero. Cada uno de ellos estaba acompañado de una chica. Mientras miraba, se le acercó una chica, muy jovencita, vestida con un pequeño short y una blusa atada a la cintura y con el escote abierto. - Hola corazón – dijo ella - Hola – le respondió Agustín algo sorprendido - ¿No me invitas un trago? 61
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Si, pedí lo que quieras. Después de ordenar algo, en guarani, al barman, le dijo a
Agustín - No eres paraguayo, ¿no? - No, y no hablo el Guarini – aclaró Agustín - Yo me llamo Astrid – dijo la chica – ¿y tú? - Agustín - ¿Te gustaría salir conmigo? – preguntó ella En el momento que Agustín le iba a contestar que no porque tenía que viajar, se sitió una fuerte discusión entre los hombre que jugaban a las cartas. Él se quedó asustado por lo fuerte de la discusión, pero la chica le dijo - No te preocupes. Esto es cosa de cada rato. No me contestaste - No, sucede que yo tengo que viajar a Encarnación en un rato - Ah, está bien, convídame con otra copa - Si – le respondió Agustín Ella le ordenó algo al barman. Ella se había puesto pegada a Agustín queriendo seducirlo. Él se dio cuenta pero no se movió, no quería crear ninguna situación enojosa y pensó “en cuanto termine la cerveza me voy. No se a qué entré. Esto es muy peligroso”. - Me voy – le dijo a la chica - ¿Ya? - Si, tengo que viajar – le respondió Pagó la cuenta, que le pareció excesiva, y cuando se dirigía a la puerta, oyó otra discusión y sintió una explosión como la un tiro de un arma de calibre importante. A lo único que atinó fue tirarse al piso, mientras oía el griterío de las mujeres y golpes que según le parecían era de una pelea entre hombres. Cuando Agustín quiso levantarse, dos policías le cayeron sobre él y lo esposaron. Lo levantaron en el aire y lo tiraron dentro de 62
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una camioneta. Estaba tan confundido que solo reaccionó cuando se vio dentro de un calabozo en una Comisaría.
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CAPITULO VIII
Agustín se había quedado todo este tiempo, sentado, con la cabeza entre las manos, haciendo el repaso de su vida, de cómo había llegado hasta allí. -
De pronto oyó una voz que le decía Vos, nene, reaccioná Era la voz del travesti rubio que estaba al lado.
Agustín le miró la cara. Realmente no parecía un hombre si no fuera por la altura y el ancho de sus hombros - Si, ¿qué querés que haga? – le dijo Agustín - Mirá. A mí me dicen Carmen. Soy argentino así que nos vamos a entender. -
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Agustín lo miró con cara extrañada. No me mirés así, lo que tenemos que hacer es ponernos de acuerdo. Si, contame que tenés en mente – le contestó Agustín. Mirá, en la mañana temprano, nos van a llevar a una cárcel que queda al norte de Asunción. ¿Y que pensás que podamos hacer? – preguntó Agustín Nos vamos a escapar ¿Estás loco?, ¿cómo lo vamos a hacer? Nos van a cagar a balazos No mirá, escuchame. A los presos los llevan en una camioneta abierta que tiene solo un toldo en la caja. Los cuida un miliquito que, además lleva los maletines con nuestros expedientes. Listo, entiendo todo esto, pero ¿cómo vamos a hacer para escapar? Mirá, lo primero yo lo seduzco al miliquito, prometiéndole un sexo oral. Le pido que nos quite las esposas. Cuando la camioneta disminuya la velocidad, vos agarrás los maletines y saltás. Pero los que manejan se van a dar cuenta. 65
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Si puede ser, pero como casi siempre están en pedo, los domino enseguida. Acordate. Saltá y llevate lo maletines. No te quedes en el lugar, no corras, caminá por la carretera como si nada.
Agustín se quedó pensando un momento. Aquél plan le parecía descabellado. - Pero si sale mal, nos van a matar – le dijo al travesti - Mirá, más vale que te maten que llegar a la cárcel que nos llevan. - Pero… – comenzó a decir Agustín - Mirá, repasá todo lo que te dije y todo va a salir bien. ¿Sabés a donde tenés que ir? - Si tengo que llegar a Encarnación - ¿Tenés amigos allá que te puedan ayudar? - Si, creo que si – le respondió Agustín - Bueno, tenés que tratar de llegar lo más pronto posible y salir del país. Tenés que lograr que tus amigos te ayuden. Vamos a descansar. Agustín se quedó pensando: “Es todo una locura. Lo más probable es que termine muerto, pero antes de seguir en esto casi lo prefiero. Espero poder hallar ayuda en Encarnación. Estoy seguro que Noemí me va a ayudar. No voy a poder ver a María Elena. ¿Cómo voy a hacer para salir del país? Bueno, primero tendré que escapar.” A las 5 de la mañana apareció un policía delgadito. Traía un par de esposas. Abrió el calabozo y dijo algo en guaraní. Carmen le hizo señas a Agustín que pusiera las manos detrás. Él así lo hizo y el policía los esposó a los dos. Tomó el brazo de cada uno y los sacó a la calle subiéndolos a la caja con toldo de una camioneta. Un poco más tarde, volvió a aparecer el mismo policía con dos maletines y se subió a la caja de la camioneta. Adelante subió un hombre gordo y sucio que era quien manejaba. Agustín se dio cuenta que aquel hombre estaba bebido por como caminaba y como gritaba. Al poco rato, comenzaron la marcha. Hacía calor, lloviznaba y todavía no había amanecido. El policía era muy joven y muy 66
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delgado. Ni bien la camioneta comenzó a caminar, Carmen empezó a hablar con el policía. Lo hacían en guaraní por lo que Agustín no podía saber de que hablaban. Más tarde, el policía les quitó las esposas a Agustín y a Carmen. Al pasar el peaje de Capiatá, los tres se quedaron como si no sucediera nada. Unos policías del peaje levantaron la cortina y les gritaron algo en guaraní. Cuando reanudaron la marcha, Carmen se puso muy cerca del policía jovencito, le tomó la mano y se la puso entre sus senos implantados. El hombre reaccionó, soltó su arma y comenzó a acariciar a Carmen. En ese momento, Carmen le hizo una seña a Agustín para que tomara los maletines. Él los tomó y notó que la camioneta había comenzado a patinar. Agustín levantó la cortina trasera del toldo y vio que el vehículo iba a volcar. Se aferró a los maletines y dio un salto. Cayó sobre le pasto mojado. Medio aturdido por el golpe vio, como en un sueño, que un enorme camión chocaba a la camioneta arrastrándola y haciéndola pedazos. Se alejó del lugar rápidamente, pero sin correr llevando en sus dos manos sendos maletines. Cuando ya había caminado unas dos o tres cuadras, sintió una explosión. No quiso mirar hacia atrás. Siguió caminando al borde del camino oyendo las sirenas que parecían de bomberos y ambulancias. Un rato después, caminando por el borde de la ruta, llegó a la entrada de la ciudad de Paraguarí. Se detuvo en una parada de ómnibus y aprovechó a sentarse en un banco. Había algunas personas que, hablando en guaraní, indicaban hacia donde había ocurrido el accidente. Después que pasó un ómnibus, al que subieron las personas que estaban junto a él, Agustín, al quedarse solo, decidió abrir los maletines. Uno de ellos lo abrió sin dificultad. Tenía una serie de carpetas. Las revisó y, en una de ellas, encontró sus documentos. Enseguida, como quien está robando, se los guardó. 67
Miró los demás papeles. Estaban los documentos de Carmen y todo lo que refería a sus detenciones. Al principio, pensó en romperlo y tirarlo, pero luego decidió que lo mejor era quemarlo, cuando tuviera oportunidad. El segundo maletín, más pesado, estaba muy bien cerrado por lo que le dio mucho trabajo abrirlo. Solo pudo hacerlo rompiéndolo. Cuando lo abrió, se quedó con la boca abierta. Dentro de aquel maletín había una gran cantidad de dinero prolijamente ordenado en paquetes. Con gran ansiedad, Agustín se puso a contarlos. Calculó que había alrededor del equivalente a 5.600 dólares. Si bien la gran mayoría estaba en moneda de alta nominación, también había variación de otras nominaciones. Debajo de aquella cantidad de dinero encontró una pistola y un enorme cuchillo militar. A Agustín le pareció que la pistola era una Magnum de grueso calibre y había, además, dos cargadores. Después de haber visto eso, cerró el maletín y se puso a pensar:” ¿Qué hago con esto? El dinero me va a servir para huir. ¿Y la pistola? Calmate Agustín y pensá bien.” Se mantuvo un rato con la mente en blanco. Aquello lo había descolocado, pero luego se dio cuenta que era posible que lo estuvieran buscando. Tomó el primer maletín, que era un morral, puso el dinero, la pistola y los cargadores allí. Se dirigió hacia un lugar más apartado del camino. Hizo un pozo con el cuchillo, aprovechando que la tierra esta floja por la lluvia, y enterró el maletín de donde había sacado el dinero y las armas. Cuando volvió a la carretera se dio cuenta que su ropa estaba sucia. Tenía el aspecto de un campesino pero, además, comenzó a dolerle todo el cuerpo. Se revisó debajo de la camisa y tenía grandes hematomas que se había hecho al tirarse de la camioneta. Comenzó a caminar hacia lo que parecía el centro de la ciudad. Los dolores no le permitían caminar rápido y, además, el morral le pesaba. Su único pensamiento estaba en llegar a Encarnación, lo más rápido que pudiera. Luego de haber caminado unas cuantas cuadras, sin saber hacia donde, decidió parar un taxi. 68
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Quiero llegar a la terminal de ómnibus, le dijo al conductor Si señor, pero iba caminando en la dirección contraria, le contestó el hombre Es que no conozco la ciudad – le contestó Agustín – dígame ¿habrá algún ómnibus que vaya para Encarnación? El conductor miró el reloj y le contestó Mire, si no me falla la memoria, en una media hora pasa uno. Gracias – dijo Agustín que notó que el conductor lo miraba por el espejo retrovisor. Parece que la lluvia lo tomó mal – dijo el hombre Si y lo peor es que no tengo ropa para cambiarme porque venía de paso – inventó Agustín tratando de disimular los nervios. Mire, aquí cerca hay un comercio. Si quiere paramos y se compra algo, no puede seguir son la ropa toda mojada – dijo el hombre Gracias
Pararon en una especie de supermercado. Allí Agustín se bajó con su morral. Tenía miedo por que detectaran la pistola mediante detector de metales, pero no pasó nada. Se pudo comprar unos jeans, una camisa, un buzo, medias, calzoncillos y botas. Luego de pagar, sacando el dinero del morral pidió para pasar al baño. Allí se cambió, guardó la ropa vieja en dos bolsas del supermercado y se las llevó con él. No quería dejar ningún rastro de su presencia. Luego salió rápidamente hacia el taxi que lo esperaba. - Ahora parece otra persona – le dijo el conductor del taxi - Si, la verdad es que me siento mucho más cómodo, gracias El taxi lo dejó en una parada de ómnibus donde había bastante gente y le dijo - Ya debe estar por pasar el ómnibus a Encarnación. Espere que pregunto Dirigiéndose a los que estaban en la parada les dijo algo en guaraní y ellos le contestaron en el mismo idioma. Luego, dirigiéndose a Agustín 69
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Ya está por pasar.
Agustín sin preguntar cuanto debía, tomó un puñado de billetes y se los dio al conductor del taxi - ¿Alcanza? – le preguntó - Me está dando demás – le contestó el hombre - Déjelo, va en pago de la gauchada. - Gracias y buen viaje. Agustín se bajó del taxi y se sentó en un banco. Se dio cuenta que había pasado un rato distendido, ignorando su situación pero, en ese momento, le vino todo el temor. Él sabía que era un prófugo de la justicia y que estarían buscándolo. Pensó que lo mejor era tomarse un ómnibus para un trayecto, bajarse y luego de caminar algún tiempo, tomar otro. Era la estrategia que había pensado para poder eludir a quienes podían estarlo buscando. Al subir al ómnibus, Agustín sacó pasaje hasta Encarnación, sabiendo que no iba a llegar allá en ese coche. Venía casi lleno, por lo que debió sentarse muy atrás. Quería estar atento para mirar donde bajarse, pero el sueño lo venció. De pronto, sintió que el ómnibus se detenía y bajaba gente. Se despertó sobresaltado y le preguntó a un hombre que estaba a su lado - ¿Ya llegamos a Encarnación? - No, estamos en San Juan Bautista – le contestó el hombre. - Gracias – le contestó Agustín “Cuando el ómnibus salga de la ciudad, me bajo y camino. Ya se que falta mucho, pero tengo que elegir diferentes maneras de trasladarme para despistar”, pensó Apenas el ómnibus salió de la parte urbana de San Juan Bautista, Agustín le pidió al conductor para bajarse. El hombre lo miró con mala cara, pero accedió.
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Se bajó y luego de un rato se puso a caminar. Hacía mucho calor y, como que hacía muchas horas que no comía ni tomaba nada, sentía que iba perdiendo fuerzas. Vio un camino que entraba, seguramente, a una estancia. A unos metros había un árbol que ofrecía lago de sombra. Casi arrastrándose, llegó hasta él y se sentó al lado del tronco. Se mantuvo un rato quieto, con los ojos cerrados, tratando de recuperar fuerzas. Unos minutos después, hizo un pozo con el cuchillo y enterró la ropa vieja. Miró alrededor y vio que, cruzando el camino, había un plantío de caña de azúcar. En ese momento recordó que le había contado que, si se cortaba la caña, se podía succionar el jugo que era dulce. Se paró, sacó el cuchillo del morral, cruzó el camino y cortó una caña y probó. Efectivamente, salía un jugo muy dulce. Succionó desesperado al sentir que aquello le sentaba bien. Luego cortó varias cañas y se las llevó a donde estaba sentado, debajo del árbol. Así estuvo un rato succionando las cañas de azúcar. Se recostó contra el tronco del árbol pero sintió que le había entrado sueño. Como temía dormirse se puso de pie, acomodó su morral, y decidió volver a la carretera. Miró hacia ambos lados y vio, a unos cien metros, al lado contrario de la carretera, una camioneta estacionada. Le llamó la atención y, con la dificultad que le causaban los dolores de su cuerpo, se dirigió hacia ella. Le llevó un buen rato llegar hasta la Ranger que estaba estacionada a la entrada de un estancia. Miró hacia adentro y observó que había galletas, naranjas y dos bidones térmicos de agua. La camioneta estaba trancada, como era de esperar. Pensó en romper un vidrio, pero podía tener alarma y meterse en más líos. Dio vuelta alrededor y, con gran sorpresa vio que, 71
en un cajón que había en la caja de la camioneta, había un candado y, colgando de él, un llavero con unas cuantas llaves. Se sacó las botas y las medias que se las puso en las manos, para no dejar huellas y, con mucho cuidado sacó el llavero y lo examinó. Con gran sorpresa encontró la llave de contacto y el control de la alarma. Lo accionó y se desbloquearon las puertas. Feliz como un niño, abrió la puerta y tomó uno de los bidones. Abrió el grifo y comenzó a beber agua fría con tal avidez que casi se ahoga. Luego tomó galletas y se puso a comer. Puso algunas en el morral junto a unas naranjas. Siguió bebiendo agua. De pronto se le ocurrió algo. Se subió a la caja de la camioneta y miró, con detenimiento, hacia todos lados. Solo se veía campo. Se bajó de la caja, se subió al puesto del conductor y puso en marcha la camioneta. Salió hacia la ruta y tomó hacia Encarnación. Mientras manejaba iba comiendo galletas primero y naranjas después. Así recorrió unos 120 Kms. en una hora y media. Poco antes de llegar al peaje próximo a la ciudad de Coronel Bogado, detuvo la marcha y estacionó la camioneta en la entrada a un campo. Accionó la alarma, tiró las llaves sobre el asiento y la cerró rápidamente antes que se disparara la alarma. Más reanimado al haber comido y bebido agua, luego de ponerse las medias y las botas, comenzó a caminar. Poco después llegó al peaje. Allí había unos cuantos policías de la caminera. -
Agustín pensó, “ya estoy jugado así que voy a preguntar.” Buenas tardes Buenas – dijo uno de los policías que parecía mayor – ¿qué se le ofrece? Quería saber si pasa algún ómnibus que vaya para Encarnación – le contestó Agustín Si, en un ratito pasa – le dijo el policía y agregó – ¿viene de lejos, no? Si, estuve ayudando en una estancia y me acercaron a la ruta y me dijeron que esperara que viniera un ómnibus. 72
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¡Pero mire que son ratas! – expresó el policía – ellos saben que los ómnibus no paran en la ruta. Podrían haberlo traído hasta aquí. Bueno ahí tiene – le dijo Agustín que no quería alargar mucho la conversación Venga, póngase a la sombra que el sol está muy bravo – lo invitó el policía – ¿toma un tereré? ¿Usted no es paraguayo, no? Si, tomo. No, soy uruguayo y estoy trabajando en Encarnación. Aquí vine a ayudar en el cultivo. Se nota. Sírvase – dijo el policía dándole un tereré.
Agustín deseaba que el tiempo pasara volando y llegara el ómnibus - Mire que suerte tuvo, ahí viene el ómnibus – dijo el policía – y tiene aire. Espero que yo hable con el conductor, porque es el que va para Buenos Aires y no levanta pasaje. Le voy a decir que está apurado y que no le cobre. - Qué bien. Muchas gracias – dijo Agustín El policía detuvo el ómnibus y, cuando el conductor abrió la puerta le dijo algo en guaraní. - Si, por favor suba – le dijo el conductor dirigiéndose a Agustín - Gracias. Le dio la mano al policía y subió. El ómnibus venía casi lleno. Agustín se sentó en una fila que venía vacía. Sentía que su estómago se le achicaba. Estaba tan nervioso que tenía que controlarse para no temblar. Los 50 Kms. que faltaban para llegar a Encarnación, se le hicieron los más largos de su vida. Cuando el ómnibus se estacionó en la terminal, Agustín le agradeció al conductor y se bajó. Caminó una cuadra como para hacer creer que tenía claro para donde iba y luego se detuvo. Se puso a pensar: “¿Qué me trajo hasta aquí? ¿Alguien me ayudará? ¿Por qué no traté de irme hacia Argentina? Me voy a jugar la única carta que me queda. Voy a ir a lo de Noemí. Es como caer en las garras del lobo, por el coronel, pero no me queda otra”.
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Detuvo a un taxi y le dio la dirección de la casa de Noemí. La incertidumbre de cómo lo iba a recibir lo angustiaba, pero no tenía otra alternativa. Al llegar a la casa de ella, otra vez creyó que se desmayaba. Tal era el estado de nervios y angustia que tenía. Pagó el taxi, se bajó y tocó el timbre en el portón. - ¿Quién? – preguntó una voz femenina por el intercomunicador. - Agustín Quiroga, ¿está la señora Noemí? – preguntó. - Espere un minuto – le respondieron. Unos minutos después se abrió el portón y apareció Noemí. Agustín la miró y le dieron ganas de abrazarla y besarla. - Agustín, ¿qué te pasó? ¿Dónde has estado? Pasa por favor – le dijo ella - Gracias Noemí, vine para aquí porque era a la única persona que podía recurrir – dijo él. - Ven, pasa, perdona que te diga pero con esa barba y tu aspecto, pareces un pordiosero – le dijo ella. - Me siento muy mal, me duele todo el cuerpo, pero quiero contarte todo para saber si me podés ayudar – dijo Agustín – pero si no podés, me lo decís y me voy. - Si, pero dime, ¿qué es tan grave? – preguntó Noemí – y desde ya cuenta con mi ayuda. Pero siéntate y toma este vaso de agua y este calmante. Te hará bien. Agustín aspiró profundamente tratando de serenarse para poder contarle todo a Noemí. - Hace dos días, decidí que podía volverme porque los temas que se estaban tratando ya los conocía. Entonces saqué un pasaje para la una de la mañana. Salí un rato antes del hotel y me puse a caminar por Asunción. Al final entré en, lo que me di cuenta después, que era un bar de prostitutas. Estaba tomando una cerveza cuando se armó tiroteo. Cuando quise salir, dos policías me saltaron encima y me llevaron preso. - ¿Y no se te ocurrió llamarnos a mí o a mi marido? – preguntó Noemí - Lo pedí cuando estaba en el calabozo pero me lo negaron - ¿Y de que te acusaban? 74
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Parece que en el tiroteo murió una mujer. Me acusaban de que yo la había matado – le dijo Agustín con lágrimas en los ojos ¡Qué horrible!, pero continúa – le dijo ella Me entrevisté con un abogado, bah, no se si lo era y me dijo que si me declaraba culpable me daría solo 10 años de cárcel. Querido, ¿te acuerdas que cuando dijiste de ir a Asunción, hablamos de lo peligroso que puede ser? Si, me acordé todo el tiempo. Te sigo contando. Yo estaba desesperado pero, en la noche, un travesti que estaba encerrado conmigo me dijo que a la mañana siguiente nos trasladaban a los dos hacia la cárcel y me dijo que era la oportunidad de escapar. Yo tenía mucho miedo pero él me dijo que era mejor morir que llegar a la cárcel. Pero, no entiendo. ¿Cómo estás aquí? – preguntó Noemí De mañana, muy temprano, nos subieron en una camioneta a los dos, esposados. El travesti tenía todo un plan. Cuando el policía que nos cuidaba nos sacó las esposas, gracias a un favorcito que le iba a hacer el travesti, la camioneta comenzó a dar tumbos patinando. Yo me tiré y, casi enseguida, un camión se la llevó por delante y se prendió fuego. Espera – dijo Noemí.
Ella se levantó, salió de la habitación donde estaban y, al instante, volvió con un diario. - ¿Fue esto? – le preguntó a Agustín mostrándole los titulares del diario “TRÁGICO ACCIDENTE EN RUTA 1. MUEREN DOS POLICÍAS Y DETENIDOS QUE LLEVABAN AL ESTRELLARSE E INCENDIARSE EL VEHÍCULO QUE LOS CONDUCÍA” -
Si eso fue – contestó Agustín ¿Y como hiciste para llegar hasta aquí? – preguntó Noemí La verdad que con mucha suerte y con esto – dijo Agustín mostrándole lo que tenía en el morral. ¿Y ese dinero? ¿Y las armas? Estaban en este morral a cargo del policía que nos custodiaba y yo los tomé antes de tirarme. En el otro maletín estaban mis documentos y una serie de expedientes. 75
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Agustín, no quiero asustarte, pero vas a tener que irte del país. Pero antes déjame hablar con mi marido. Estoy segura que te va a dar una mano. Déjame verte. Estás lastimado y tienes golpes por todos lados. Si me duele todo y ya no me dan las fuerzas – le confesó Agustín Mira, vamos a hacer lo siguiente. Vamos, te das un baño, te pones una bata mientras yo voy a comprarte ropa y a llamar a mi marido. Luego de bañarte, te acuestas en la habitación de huéspedes y descansa. Gracias Noemí. No quiero comprometerte. ¿Cómo sabes que lo que te digo es verdad? – le preguntó Agustín Porque te conozco, ¿sabes? – dijo ella con una sonrisa
Agustín se fue al baño. Cuando se miró al espejo vio su aspecto. Realmente daba pena. Se quitó la ropa y se dio un baño. El agua caliente lo reconfortó pero al pasarse la mano por el cuerpo, notaba que tenía hematomas por todos lados. Después de un rato, se secó con cuidado, se envolvió en una bata y se recostó en la cama. El calmante que le había dado Noemí y el cansancio le habían hecho efecto por lo que se durmió. Unas horas más tarde, Noemí volvió a su casa con su marido. Traían una cantidad de paquetes. El coronel, fue hasta la habitación donde Agustín dormía y lo llamó - Agustín, soy yo Arnaldo. Despierta - Ay, si coronel – dijo Agustín asustado – me quedé dormido. - Está bien. Mi mujer ya me contó las que has pasado. Mira, quiero que nos sentemos mientras tomamos algo y me des los detalles. - Si señor - Aquí tienes ropa. Vístete y nos vemos en el jardín. Tú conoces la casa. Agustín se vistió con lo que le habían traído. Jeans de la mejor calidad, remera y botas cortas, además de ropa interior y medias. Se sintió muy bien al vestir ropa limpia y después de haberse bañado. Salió de la habitación y se dirigió al jardín. Estaba atardeciendo y el la temperatura había descendido un poco.
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Cuando llegó al jardín, Noemí y el coronel estaban sentados en sendos sillones. El coronel le dijo - Bueno, tienes mucho mejor aspecto - Si, gracias a ustedes – le respondió Agustín - Ven y siéntate cono nosotros. ¿qué quieres tomar? – le dijo Noemí. - Agua, gracias - Bien – dijo el coronel – ahora quiero que me cuentes, con lujo de detalles todo lo que te sucedió. Noemí ya me contó, pero quiero saber todo, por más insignificante que te parezca. - Mientras ustedes hablan, voy a arreglar todo para la cena – dijo Noemí Agustín comenzó a relatarle todo lo que había sucedido. Algunas veces el coronel lo interrumpía con una pregunta pero, en casi todo el tiempo tomó notas. Agustín le contó hasta lo de la camioneta. Cuando Agustín terminó su relato, el coronel se quedó pensando un rato. Luego dijo - ¿Tienes tus documentos? - Si, aquí están – le respondió Agustín dándole el pasaporte, la cédula de identidad uruguaya y la cédula de identificación de Paraguay. -
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El coronel los examinó detenidamente. Mira – dijo el coronel – es una suerte que no hayas entrado al país con el pasaporte. Vamos a arreglar que entraste al país, como turista, en el día de ayer. En cuanto al documento paraguayo lo hacemos desaparecer. Si, pero están los antecedentes en mi trabajo y el registro en el hotel en Asunción – dijo Agustín angustiado No importa, eso lo arreglo yo – le contestó el coronel – porque me huele algo sucio detrás de todo esto. ¿Y qué hago yo? Mira te vas a quedar en casa. Si quieres puedes enviar un mail a tu gente. Usa la Notebook de Noemí. Explícales que vas a estar, por un tiempo, en un campo donde no tienes conectividad. ¿Qué se le ha ocurrido? – preguntó Agustín intrigado con el pensamiento del coronel. 77
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Tú tienes que salir de Paraguay pero no puedes hacerlo por los cruces aquí en Encarnación ni en Ciudad de Este porque, si te están buscando es donde van a estar registrando. Tendrás que viajar hasta la frontera seca en el norte en Amambay y allí cruzar a Brasil. Pero, vamos a cenar y tienes que descansar. Yo me voy a encargar de todo. Gracias coronel, no se qué decir – le dijo Agustín que sentía ganas de abrazarlo. Vamos al comedor que mi mujer nos debe estar esperando
Agustín siguió al coronel hasta el comedor. Cuando llegaron, Noemí preguntó, ansiosa - ¿Y? ¿Pudieron arreglar algo? - Mira, si – dijo el coronel – yo me voy a hacer cargo. Ahora este muchacho lo que tiene que hacer es comer y descansar. Luego de cenar, Agustín se fue a la habitación de huéspedes. Se desvistió y se acostó. Se tapó con una sábana porque estaba encendido el aire acondicionado. Muchas cosas le daban vuelta en su cabeza. Sentía que no tenía todo resuelto, que tendría que caminar mucho para librarse de aquel infierno. ¿Sería que el coronel le creyó todo lo que le contó? ¿Y si lo único que iba a hacer el militar era entregarlo a la policía? No podía dormir pensando en cual sería la salida, si es que la había. En ese momento le saltó la imagen de María Elena. ¿No la podría ver más? ¿Qué pensaría ella de él? ¿Cómo explicarle lo que le había sucedido? Al final, ya de madrugada, lo venció el sueño pero tuvo horribles pesadillas con el calabozo, con el accidente, se veía todo prendido fuego.
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CAPITULO IX
En el escritorio de Pablo Alcor, El Patrón, sonó su celular. Era tarde en la noche. El hombre miró el celular y vio que era de uno de sus colaboradores - ¿Qué querés? – preguntó - Perdimos al gringo - ¡¿Cómo?!, ¡qué manga de boludos! Contame como fue. - Tuvieron un accidente. El negro, el pelado y el puto murieron. No se sabe que pasó con el gringo - ¿Cómo que no se sabe? - No porque la camioneta se incendió y quedaron todos calcinados. - Escuchame bien. Tienen que verificar si el gringo murió. Si no hay buscarlo de cualquier manera. Él sabe todo sobre la operación. - No puede haber sobrevivido. Fue un accidente espantoso - Tenés que asegurarte. Mové todo lo que tengas y aceitá donde haya que aceitar. ¿Y qué pasó con los documentos y el dinero? - Se quemó todo - ¡La gran puta!, avisame cuando tengas novedades Cuando Agustín se despertó, estaba todo traspirado, consecuencia de las pesadillas. Se levantó y fue al baño y se duchó. Cuando ya se había vestido, oyó que golpeaban la puerta de la habitación. Abrió. Era Noemí, tan fantástica como siempre - Buen día, ¿cómo dormiste? – saludó ella - Con pesadillas. Estoy muy angustiado. Quiero irme. - Espera. Mira, dijo ella, Arnaldo salió temprano. Dijo que se iba a ocupar de lo tuyo y que, bajo ningún concepto salieras de la casa. No te puede ver nadie. Dime, ¿quieres afeitarte? Te traje todo para hacerlo - Ah, ¡que bueno!, gracias - Bueno, aféitate y ven al comedor a desayunar. -
Más tarde, Agustín estaba desayunando con Noemí. No tengo ni idea de que hora es – dijo él 79
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Las 8:30. Es temprano – le contestó Noemí – ¿necesitas algo de la calle?, porque tengo que salir. No en realidad nada, pero quiero pedirte algo. No se si te va a gustar, pero… Dime, no hay problema Estoy preocupado por María Elena – dijo Agustín Te tira mucho esa chica, ¿no? Si y no se como explicar mi situación. ¿Confías en mí? Si, ¿cómo no habría de hacerlo? Bueno, deja que yo lo maneje. Vas ver que todo va a salir bien – dijo Noemí – Ah, me olvidaba. Me dijo Arnaldo que no te olvides de enviar un mail a tu familia. Ahí, en el escritorio, tienes la Notebook. Úsala pero solo mail a tu familia, a más nadie que te pueda detectar, eso fue lo que dijo mi marido.
Agustín fue hasta el escritorio, y se puso a enviarle un mail a su familia. Le resultaba muy difícil mentirles, pero bajo las circunstancias que él se encontraba no tenía otra alternativa. Cuando terminó el mail en el que les explicaba que no podía comunicarse con ellos, se quedó pensando: “¿quién sabe cuando vuelvo a verlos? Veo todo tan lejos, tan oscuro que no se dónde voy a terminar.” Salió del escritorio y se fue hacia el jardín. Hacía mucho calor, pero se sentó a la sombra, donde corría una brisa. Unos minutos después, la empleada de la casa le trajo tereré para tomar. Se puso a tomar terere mientras trataba de poner la mente en blanco. Muchas eran las preguntas sin respuesta y eso lo tenía muy preocupado. Temía hasta por su propia vida. -
Una hora más tarde llegaron Noemí y el coronel ¿Cómo estás, Agustín? – preguntó Noemí Mira, descansado pero muy preocupado – contestó Agustín Vamos a conversar un rato – dijo el coronel – así vemos como sigue todo esto 80
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¿Se quedan aquí o van al escritorio que está más fresco?, preguntó Noemí Vamos adentro – dijo el coronel
Una vez que se instalaron en los lujosos sillones del escritorio, el coronel dijo - Mira, ya pude arreglar todo. Tu pasaporte figura como que entraste al país ayer, desde Argentina. Lo del hotel ya lo arregló un amigo y en la empresa ya hablé y está todo arreglado. Es más, tus cosas las trae mi asistente dentro de un rato. - Coronel, le agradezco mucho lo que hace por mí – le dijo Agustín - Bueno, no me lo agradezcas ahora. Cuando todo se resuelva, me mandas una botella de un buen whisky – dijo Arnaldo riendo - Ojalá pueda hacerlo. - Bien. Hablemos del dinero – dijo el coronel – Para todo lo que vas a tener que recorrer, lo necesitas, pero no puedes andar con él encima. Por eso, lo puse en mi cuenta en dólares y aquí tienes la tarjeta para retirar de los cajeros. Esta es la contraseña. No deposité todo sino que te dejé para que lleves, una parte en guaraníes y otra en reales, estos para cuando te muevas en Brasil. - ¿Y cómo voy a hacer para llegar hasta allá? – preguntó Agustín. - Mira, hay veces que a uno la suerte lo acompaña, a pesar que crea lo contrario. Hay unos turistas americanos que se dedican a lo que ellos llaman cacería con fotos. Quieren ir, bordeando el Paraná, y luego internarse en Mato Grosso. Viajan en una Defender Ltd. toda equipada. Son dos hombres, dicho sea de paso creo que son pareja, y una chica. - ¿Y dónde entro yo? – preguntó Agustín. - Los hombres hablan un español, poco claro, y la chica lo habla bien – dijo el coronel – necesitan alguien que los acompañe, les maneje el auto, que hable inglés y pueda entenderse con los paraguayos. - ¿Y? - Ahí entras tú. Ya hablé con ellos y quedaron encantados. Ellos se hacen cargo de todos los gastos – dijo el coronel – tienen GPS, comunicación satelital, carpas, todo. - Bueno. ¿Cuándo los veo? – preguntó Agustín con ansiedad 81
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Ellos van a estar esta noche en Colonia Hohenau. Están alojados en le Club Alemán de Obligado. Vamos a ir allá en mi coche. Debes ir tomando todo lo necesario. No te cargues demasiado, recuerda que una parte la harás en auto, pero el resto tendrás que arreglártelas solo.
Esas palabras lo hicieron temblar, pero sabía que era una salida, que le iba a costar mucho, pero no tenía otra elección. Se fue hasta la habitación para ordenar lo que habría de llevarse. En la mochila que le había comprado Noemí fue colocando la ropa necesaria para hacer un largo viaje. Recordó las palabras del coronel, no debería cargarse mucho. Agustín nunca había sido un amante de los campamentos ni de las expediciones y travesías, por lo que no tenía mucha experiencia en qué habría que poner en la mochila, pero sabía que, en esta oportunidad, era lo único que podía llevarlo a estar a salvo. Su esperanza estaba en poder llegar al Uruguay porque, estaba seguro que, desde allá, podría defenderse mejor. Estaba seguro que saldría de todo el infierno en que estaba viviendo. Cuando ya estaba anocheciendo, el coronel vino a buscarlo a la habitación. - ¿Todo pronto? – le preguntó - Si, coronel, cuando usted diga nos vamos – le contestó Agustín. - Vamos, entonces – dijo Arnaldo Se subieron al Mercedes Benz de vidrios oscuros y el chofer se puso en marcha enseguida. Los 42 Kms. entre Encarnación y Obligado lo hicieron en media hora. Cuando llegaron el coronel se bajó del auto y entró en el club y le dijo a Agustín - Espera aquí, que voy a buscar a esa gente - OK – dijo Agustín Unos minutos después Agustín vio que volvía el coronel acompañado de dos hombres y una mujer. Uno de los hombres, de unos 45 años era rubio, con el pelo corto, delgado, alto y vestía jeans, remera y botas. El otro, que parecía más joven, era igual de alto, pelo castaño y estaba igualmente vestido. La mujer era de unos 30 años, rubia, con el pelo muy corto, ojos muy azules y, a pesar de ser delgada y de baja
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estatura, tenía un excelente físico. Cuando llegaron donde estaba Agustín, parado al lado del Mercedes Benz, el coronel, dijo - Agustín, ellos son Sally, Mark y Fred - Mucho gusto en conocerlos – les dijo Agustín. - Bienvenido al equipo – le contestó el rubio, Mark - Agustín – dijo el coronel – Mark y Fred hablan poco español pero Sally habla y entiende muy bien. - No mucho – dijo ella con una sonrisa que dejó cautivado a Agustín. - Bien – dijo el coronel – los dejo. Agustín, mucha suerte y cuando puedas nos informas El coronel le dio un abrazo a Agustín, saludó a los demás y se fue. Agustín quedó mirando, pensativo, las luces del Mercedes Benz que se alejaba. Mark lo sacó de sus pensamientos - Oye, Agustín, ¿has comido? - No, salimos de Encarnación antes de cenar – le contestó - Bien, viene con nosotros – dijo Mark en su español atravesado – ¿sabes?, queremos acampar, esta noche, en Puerto Obligado para ver salida del sol sobre Paraná.
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CAPITULO X
En ese momento había comenzado a lloviznar, por lo que Agustín pensó que era difícil que pudieran, la mañana siguiente, ver la salida del sol. Fueron los cuatro hasta una mesa que tenían debajo de una carpa. Ya tenían comida pronta: pollo asado con arroz y agua mineral. Luego de cenar, fueron poniendo lo que restaba en la camioneta. Agustín quedó asombrado por la cantidad de elementos que llevaban y que él iría descubriendo a lo largo del viaje. Al terminar, Mark, dirigiéndose a Agustín le dijo - Comienza tu experiencia. Ponte al mando del carro. - OK – le respondió Agustín. Se subieron Mark y Fred atrás, Sally adelante en el asiento de acompañante y Agustín al volante. La lluvia se había hecho más intensa y Agustín sabía que, cuando entraran en el camino hacia Puerto Obligado, no iba a ser fácil. Tomaron por la Avenida Colonias Unidas y, luego de cruzar la ruta 6 se internaron en un camino de tierra. Aquí primó la habilidad y experiencia de Agustín en el manejo en estos caminos de tierra. Aquella tierra colorada, al llover, se había puesto muy resbaladiza y había que manejar con mucho cuidado para evitar quedar empantanados o tener un accidente. El camino hasta Puerto Obligado tenía una longitud de unos 10 Kms. Mientras Agustín iba manejando, escuchaba que Mark y Fred hablaban en inglés entre ellos y con Sally. Según pudo escuchar, pero sin prestar mucha atención, programaban la actividad para el día siguiente.
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Mientras Agustín manejaba concentrado, en un momento Sally le dijo - Conoces bien el camino. - No tanto, pero sucede que los caminos de tierra son todos muy parecidos - Manejas con mucha… - ¿Si? – le preguntó Agustín - No sale palabra – le contestó ella riendo - ¿Habilidad? - Si que está muy bueno – dijo ella manteniendo la sonrisa – ¿cómo dices?, repítelo - Habilidad Agustín veía, con el rabillo del ojo, el rostro de Sally iluminado por la luz de la camioneta y pensó “no puedo distraerme en la belleza de esta chica porque si no nos vamos al diablo en este camino de mierda.” Más tarde llegaron a una explanada a las orillas del río Paraná. Mark, Fred y Sally se bajaron con linternas para inspeccionar el terreno y luego de unos minutos, Sally se acercó a la camioneta y le dijo a Agustín. - Sigue a mi para colocar camioneta - OK – le contestó él Agustín dirigió la camioneta hacia donde Sally le indicó. Se bajó y se quedó mirando el lugar a la luz del vehículo. Enseguida se acercaron Mark y Fred y se pusieron a extender una carpa al costado de la camioneta. Agustín les ayudó siguiendo las indicaciones que ellos le daban. Ya había dejado de llover y se despejó. No hacía frío por lo que se sentaron los cuatro a mirar la profunda oscuridad del río. Vieron que una luz de una linterna se dirigía hacia ellos. Agustín se levantó y fue hacia donde venía la luz. Resultó ser un soldado. Manteniendo la calma, le dijo - Buenas noches - Buenas noches, señor – dijo el soldado – ¿de visita?
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Vamos a acampar para esperar la salida del sol para sacarle fotos – le explicó Agustín suponiendo que aquel hombre no le iba a entender mucho. ¿Sacar fotos? – preguntó el soldado – ¿tienen autorización?, porque, ¿sabe? Esta es una zona de contrabandistas Si señor , espéreme un momento – le contestó Agustín y se dirigió a la camioneta a buscar el salvoconducto que le había entregado el coronel
Agustín volvió a donde estaba el soldado y se lo mostró. Ah – dijo el hombre – es el comunicado del señor coronel. Estamos enterados todos los destacamentos - Si, es lo que esperábamos - ¿Sabe?, le dijo el soldado, en las siguientes paradas que hagan sobre la costa, vayan primero al destacamento militar. Es más fácil. Además anden con cuidado por los contrabandistas - Está bien, gracias por el consejo – dijo Agustín asombrado por la cultura del hombre y por el efecto que tenia una orden del coronel. - Está bien. Mire. Allá aquella luz que ve en la subida es el destacamento. Todo lo que necesiten está a la orden. Yo se los comunico al sargento - Gracias – dijo Agustín El soldado hizo la venia y se alejó hacia el destacamento. -
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Agustín volvió hacia donde estaban los americanos ¿Pasó algo? – preguntó Mark No, nada – contestó Agustín – vino a ver si precisábamos algo. Le mostré el salvoconducto. Me dijo que estaban a la orden. El coronel preocupó – dijo Fred Si, ya saben en todos les destacamentos – le contestó Agustín ¿Por qué están militares? – preguntó Mark Por los contrabandistas – le contestó Agustín – buscan los lugares fáciles para desembarcar Me advirtió que tuviéramos cuidado Me da un poco de miedo – dijo Sally – quizás podría haber esperado a la mañana. Right, but now we are here (correcto, pero ahora ya estamos aquí) – le respondió Fred 87
Luego de la charla, Sally se puso a preparar café mientras Mark y Fred preparaban las máquinas de fotos y las filmadoras. Agustín se puso a ayudar a Sally - Gracias Agustín – le dijo ella con una sonrisa - Algo tengo que hacer – le dijo él riendo Un rato más tarde, los americanos se acostaron en los sobres de dormir. Agustín se ofreció a estar despierto por un par de horas para vigilar. Al haber apagado todas las luces, la vista se fue acostumbrando a la oscuridad y se podía divisar el río iluminado por las estrellas. Una hora después, cuando ya se disponía a despertar a Mark para que lo sustituyera, Agustín vio que algo se desplazaba en el agua. Al principio pensó que podía ser un tronco por lo que agudizó la mirada. Era una chalana que se desplazaba hacia la costa donde ellos estaban. Se quedó muy quieto y miró hacia el destacamento. Le llamó la atención que no había luz en el mismo. De pronto oyó dos estampidos que distinguió como tiros de un arma. Los americanos se despertaron sobresaltados y Agustín se apresuró a hacerles señas que no hablaran ni se movieran, tirándose al piso al lado de ellos. Casi enseguida se oyeron otro par de disparos. Agustín se había quedado tirado en el piso justo al lado de Sally. En ese momento ella le pasó en brazo por los hombros y se aferro a él que se quedó quieto y no dijo palabra. Unos minutos más tarde se oyó el ruido del motor de un vehículo. Al levantar la cabeza, Agustín vio el resplandor de las luces del vehículo. - ¿Qué es? – dijo en voz baja Fred - No se. Voy a investigar – le respondió Agustín - Tiene cuidado – dijo Sally
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Agustín se arrastró escudándose en la camioneta. Cuando levantó la cabeza vio que se trataba de un vehículo militar. De él se bajaron varias personas. La que venía sentada al lado del conductor, gritó - ¡Oigan ustedes acampantes! ¿Están bien? Agustín se puso de pie y contestó - ¡Estamos todos bien! El hombre se acercó iluminado por las luces del vehículo. Era un oficial del ejército. Luego de hacer la venia, le extendió la mano a Agustín y le dijo - Teniente Veri - Agustín Quiroga – le respondió Agustín estrechándole la mano - Señor Quiroga – dijo el oficial – hubo un enfrentamiento con contrabandistas - Si, escuchamos disparos – le respondió Agustín - Bueno, me comuniqué con el comando en Encarnación, y la orden del señor Coronel Correa fue que los protegiéramos hasta que ustedes se fueran. - Gracias teniente – dijo Agustín que no se le ocurrió protestar la orden. El oficial dio una serie de órdenes en guaraní y los soldados que venían en el vehículo se desplegaron en diversas direcciones. -
Los americanos llegaron hasta Agustín ¿Qué hay? – preguntó Mark El teniente tiene órdenes de protegernos hasta que nos vayamos – le respondió Agustín. ¿Quién dar orden? – preguntó Fred El coronel Correa – dijo Agustín mientras pensaba “¡qué fácil se haría mi viaje si siempre tuviera la protección de Arnaldo!” Yo pienso mejor irnos – dijo Sally tomándose de la mano de Agustín Mira, ahora que estamos con protección, quizás sea más peligroso ir en la oscuridad hasta Obligado – dijo Agustín. Bueno, ahora podemos dormir todos – dijo Mark.
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Cuando Agustín se despertó, estaba aclarando. Miró a su costado y vio que sus compañeros de viaje ya se habían levantado. Se levantó y miró alrededor. Vio solo a Sally - Hola – le dijo él - Hola, ¿dormiste? – le preguntó ella - Si, por suerte. Estaba muy cansado. ¿Donde están Mark y Fred? – preguntó Agustín - Fueron a orilla del río. Comienza sacar fotos - ¿Fueron solos? - No, acompañó militar – dijo ella – ¿quieres café? - Si, gracias – dijo Agustín que se sentía mal por el frío que sentía debido a la humedad. - ¿Tienes que ir toalet? – preguntó Sally - Si – dijo Agustín algo avergonzado - Ve hasta destacamento. Yo espero a ti Un rato más tarde, cuando Agustín volvió, se fueron con Sally hasta donde Mark y Fred estaban sacando fotos. Estaba amaneciendo y la vista del sol en horizonte era un espectáculo maravilloso. Ella, tomada de la mano de Agustín, comentó - Tuvimos suerte. No hay niebla - Sally – dijo Agustín – ¿tú no sacas fotos? - No trabajo mío es otro. Es procesar y editar fotos y filmación. - Y después, ¿qué hacen? - Yo envío material a centro en Houston. Allí hacen nueva edición y van preparando film - ¿Va a hacer una película con todo esto? – preguntó Agustín algo asombrado - Si, un documental. Ven, vamos donde Mark y Fred Tomándole la mano a Agustín, Sally lo guió hasta donde estaban instalados los otros americanos - ¡Hola! – exclamó Mark – ¿Cómo está nuestro guía? - Bien, mirando esta maravilla de escenario. - ¿Descansaste? – preguntó Fred - Si, algo - No preocupes – dijo Sally – hoy vamos Bella Vista y alojamos hotel 90
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Me alegro – dijo Agustín sonriendo – no estoy acostumbrado a acampar Yo tampoco – dijo Sally.
Luego de un par de horas, Sally y Agustín había cargado todo en la camioneta. El sol ya había comenzado a calentar, por lo que Mark y Fred volvieron desde la costa del río. Cargaron las cámaras de foto y las filmadoras y se subieron. Agustín puso en marcha la Defender. Al pasar frente al destacamento, detuvo la marcha y se bajó. Enseguida salió el teniente Veri - Muchas gracias por el apoyo, teniente – le dijo Agustín - Fue un gusto y me alegro que todo haya salido bien, ¿Se marchan? - Si, vamos hacia Bella Vista - Muy bien, vayan con cuidado. El camino, con la lluvia está muy feo - Gracias y adiós – le contestó Agustín Agustín volvió a la camioneta y se puso en marcha. Volvieron por el mismo camino de tierra donde tuvo que, otra vez demostrar su habilidad para caminar en el barro. Llegando a la ruta 6, doblo a su derecha para dirigirse hacia Bella Vista. Luego de recorrer 10 kms llegaron a Bella Vista. Enseguida encontraron el hotel. Se bajaron y se registraron y Mark pidió tres habitaciones, una para él y Fred, otra para Sally y la restante para Agustín. -
Antes de ir para sus respectivas habitaciones, Mark dijo Bueno, Agustín tú ve descansar. Fred y yo vamos habitación de Sally para trabajo con film. Hora almuerzo te llamamos. OK – dijo Agustín que no veía la hora de darse un baño y acostarse en una cama.
Al llegar a su habitación, puso la mochila sobre la mesa y encendió el aire acondicionado. La habitación era muy cómoda con una
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cama de dos plazas, heladera y una mesa con dos sillas. Tenía una ventana que daba al jardín. Tal como lo tenía pensado, Agustín se desvistió, se dio un baño y se acostó. Debido al cansancio, se durmió enseguida Cuando despertó, tuvo un instante de desconcierto. No sabía donde estaba. Luego reaccionó y miró la hora. Era mediodía. Se quedó un rato en la cama pensando “soy un idiota. ¿Qué me pienso? ¿Qué estoy de vacaciones? Estoy solo a 50 kms de Encarnación. Le estoy dando tiempo a la policía para que me encuentren.” Angustiado al volver a recordar su situación, se levantó, se vistió y salió de su habitación. Caminó por el pasillo hasta salir al jardín, arbolado, que tenía el hotel. El calor era muy grande pero no le importó. Tenía que concentrarse en cómo haría para salir del país lo más pronto posible Estando sumido en sus pensamientos, oyó voces que veían del otro lado del edificio del hotel. Se levantó y fue caminando. Al dar vuelta se encontró con la piscina y, en ella, los americanos - Ah, ahí está nuestro guía – dijo Mark - ¿Descansaste? – preguntó Sally - Si, estoy nuevo ahora – dijo Agustín esbozando una sonrisa forzada. - Hacer calor – dijo Fred – vamos comer - OK, los espero adentro que está más fresco – dijo Agustín Cuando entró al lobby del hotel, vio que sobre la pared había un mapa de Paraguay y sus rutas. Se quedó observando todo lo que faltaba para pasar a Brasil por el lugar que el coronel le había sugerido. Estaba tentado de cruzar a Brasil en Ciudad del Este, pero tenía dos inconvenientes. Se había comprometido con los americanos a ir con ellos hasta Ponta Pora y segundo, y más importante, era el punto, según opinaba el coronel, donde habría menos control sobre su salida de Paraguay. La primera en llegar junto a Agustín fue Sally. Estaba vestida de jeans, una camisa atada a la cintura, que dejaba ver que no 92
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tenía más nada debajo y pequeñas botas. Su cara, totalmente libre de maquillaje, lucía fresca y siempre con una sonrisa que hacía brillar sus maravillosos ojos azules. -
Hola, ¿qué mirabas? – preguntó ella Estaba mirando todo el camino que tenemos que hacer y todo lo que falta ¿Tienes apuro separarte de mí? – preguntó ella sonriendo No, no es por ti, al contrario – dijo Agustín que se había quedado sin argumentos frente a las palabras de ella. Muestra camino que seguimos – dijo ella acercándose Mira, estamos aquí y tenemos que llegar hasta aquí – dijo Agustín indicando en el mapa Ponta Pora Si, es bastante – dijo ella que apoyó su cuerpo contra el de Agustín
Él sintió la firmeza de sus senos y de todo su cuerpo, pero pensó “no te hagas el loco. Sabés que ella, al igual que los hombres, son solo tu pasaporte para poder escapar.” -
Unos minutos después llegaron Mark y Fred. Hola, ¿vamos comer? – dijo Fred Si – dijeron a coro Sally y Agustín
Durante el almuerzo todos hablaron de la experiencia de la noche anterior y, según Sally, el miedo que había pasado. Los otros dos hombres se rieron de las expresiones de Sally - Se ríen, pero cuando estaban allá, solo Agustín se animó a ver que pasaba – dijo ella - Es cierto. Nunca nos había tocado una situación así – dijo Mark. - No es normal esto – dijo Agustín – tuvimos poca suerte. En general es mucho más tranquilo. - Esta tarde, después que baje poco el calor – dijo Mark – vamos a ir hasta Puerto Bella Vista. - ¿Y mañana nos vamos? – le preguntó Sally mirándolo a Agustín - Si, mañana salimos temprano porque queremos llegar a Ciudad del Este mañana mismo, pero tenemos que pasar por varios puntos – contestó Mark 93
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Y me encargo, junto con Agustín de comprar lo que necesitemos de bebida y comida para todo el día – dijo Sally. OK, vamos entonces a descansar un rato – dijo Fred
Agustín se recostó en su cama y no quiso dormir. Encendió el televisor y se puso a mirar pero no prestaba atención a lo que miraba. Se puso a pensar: “¿Qué hago si me detienen? ¿Qué les explico a ellos? No me tengo que olvidar que estoy huyendo, que no estoy de paseo.” Mientras pensaba, vio en la televisión algo que le heló la sangre. Mostrando imágenes del accidente que había tenido el vehículo policial que lo transportaba, decían: Se ha profundizado la investigación en relación a este accidente. Se ha descubierto, según las pericias llevadas a cabo, que el accidente se debió a una mala maniobra del conductor de vehículo policial que se cruzó de senda. Pero lo más importante es que se descubrió que fallecieron tres de los cuatro ocupantes. Eso quiere decir que el cuarto, un delincuente que era conducido a la cárcel, huyó aprovechando el desconcierto del momento. No hay explicación lógica de cómo pudo haberse salvado. En este momento la policía lo busca en todo el país, a pesar de que no existen datos filiatorios concretos. El tiempo en la ciudad de Encarnación….
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CAPITULO XI
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El teléfono de Pablo Alcor sonó Si, dijo él Se nos escapó en gringo Si ya escuché las noticias. Yo les dije. Esa gente tiene una excelente preparación. Son muy difíciles. Estamos tratando de ver hacia donde puede haber escapado. Avisá a todos los pasos de frontera. Allí tenemos gente que nos deben favores. Si patrón, ya está todo el mundo avisado, el problema es que no tenemos una foto de él Pero tienen la descripción, así que hagan lo que puedan. Si no lo agarran los mando matar a ustedes – gritó Pablo Alcor y cortó la comunicación
Se quedó dando vueltas en su escritorio. No entendía como se podía haber complicado tanto aquello que era tan fácil. Allí se puso a pensar en la preparación que tenían los agentes de la DEA. Él sabía que eran capaces de sobrevivir en condiciones infrahumanas. Además cada agente siempre contaba con medios de comunicación que le permite comunicarse con sus superiores. Pablo Alcor se quedó muy nervioso y pensaba: “si el gringo logró pasar información, estamos liquidados. Voy a dar orden que, si lo capturan, no lo maten. Quizás pueda servirnos de moneda de cambio.” -
Tomó el teléfono e hizo una llamada Escuchame bien. Traten de ubicar al gringo pero no lo maten. Traten de sacarle todo lo que sepa pero déjenlo vivo. Si patrón – le contestó quien lo había atendido.
Cuando pudo reaccionar, Agustín se sentó en la cama y, con la cabeza entre sus manos, se dijo: “me están buscando. ¿Qué hago? ¿Hacia dónde voy? ¿Cómo puedo esconderme? Puse mi nombre en el hotel. Me van a detectar.”
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El estado de desesperación era tal que se puso a caminar en a habitación. A pesar del aire acondicionado, transpiraba. Se tocó la frente y le pareció tener fiebre. Mientras estaba tratando de ordenar sus ideas, oyó que golpeaba la puerta. -
La abrió y allí estaba ella, siempre espléndida ¿Estás pronto? Nos vamos – dijo Sally Si, me pongo la camisa y nos vamos – le contestó Agustín ¿Te sientes bien? – le preguntó ella que seguía en la puerta de la habitación Si, ¿por qué lo dices? Te veo pálido. No, no es nada, será el aire acondicionado – dijo Agustín tratando de no demostrar su angustia. OK, recuerda, si sientes mal me dices – dijo ella en un tono que, a Agustín, le sonó amoroso Gracias, descuida
Todos se subieron a la Defender y salieron, tomando por ruta 6 hasta la avenida Mariscal Samaniego. Allí giraron a la derecha, rumbo a Puerto Bella Vista. Cuando llegaron, Mark y Fred se bajaron con sus cámaras y se pusieron a recorrer llegando hasta la costa del río. Sally y Agustín también se bajaron y a él le llamó la atención que ella no iba con los otros dos. Sally se quedó mirando hacia donde iban Mark y Fred. Agustín que se quedó un poco más atrás, la miraba a ella admirándola, tratando, con eso, de espantar lo pensamientos que tenía con respecto a su huida. -
Sally se dio vuelta y le preguntó ¿Qué miras? Lo lindo de este paraje. Además la tarde está preciosa Si, es cierto, pero… ¿Qué? – preguntó Agustín No se como preguntarte, dijo ella con cara de preocupación ¿Y esa cara? ¿Qué es tan grave? – dijo Agustín tratando de sonreír para quitarle gravedad a la conversación. 96
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Es que veo que tienes cara preocupado. ¿Te parece? Si, te veo muy serio, no compartes bromas. No te preocupes, Sally, es mi manera de ser ¿Te molesta viajar con nosotros? No, al contrario, me siento muy a gusto – le contestó Agustín
Sally se sentó en un banco de cemento que había al costado del camino. Agustín hizo lo mismo. Cuando él se sentó, ella se corrió y se puso muy cerca. Le pasó el brazo sobre los hombros y le dijo - Mira ojos míos - Si - ¿Me vas contar que te pasa? Yo saber que tu eres diferente. Conozco hombres, le dijo ella mirándolo a los ojos En ese momento, Agustín tuvo ganas de abrazarla, besarla y descargar en ella toda aquella angustia que lo embargaba, pero se contuvo. - No Sally, es algo muy personal. No te preocupes. Quizás pueda contártelo más adelante - Confía en mí, le dijo ella apretándolo contra su cuerpo y dándole un beso en la mejilla. - Si – dijo Agustín muy emocionado. - Voy buscar Notebook anotar compras – dijo ella con esa manera atravesada de hablar que la hacía más atractiva. -
Enseguida volvió con la Notebook. Mira, ¿ves? Aquí llevamos gastos. ¿Es necesario? – preguntó Agustín. Si, viaje tiene sponsors y tenemos dar cuenta gastos. Yo los mando cada dos días. ¿Y tienen límites? No entiendo – le dijo Sally. Si, ¿pueden gastar lo que quieran? Si, si es, como se dice,… lógico, si. ¿Y qué vas a anotar ahora? – preguntó Agustín. Mañana precisar comida, bebida, reponer botiquín, no sabes como costó esa palabra, dijo ella riendo y prosiguió, gasolina para auto. 97
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Estaba pensando, quizás la Defender precise alguna revisación, cambio aceite y esas cosas – dijo Agustín Si, tengo previsto. Vamos hacerlo en Ciudad del Este. Tú te encargas, ¿si? Si, no tengo problemas. ¿Sabes?, no entiendo autos – dijo ella riendo. Más tarde, Mark y Fred regresaron cargando sus cámaras No saben que lindo lugar es este – dijo Mark. No se por qué no vinieron nosotros – dijo Fred. Nos estamos haciendo la lista de las compras y gastos para mañana – les contestó Sally. Siempre organizada – le dijo Mark. Mark, mañana tenemos llegar Ciudad del Este – dijo ella.
Esa frase le sonó a Agustín algo que lo involucraba a él. Pensó: “Esta nena sabe algo o lo intuye. ¿Qué le explico?” - Si, sin duda – contestó Mark – además allá estaremos un par de días porque antes de llegar a Ponta Pora, pararemos en Saltos del Guaira. - Vamos a llevar a ustedes a hotel y nosotros vamos hacer compras – dijo Sally Después de haber dejado a Mark y Fred en el hotel, Agustín y Sally se dirigieron, en la camioneta, a una estación de servicio. Allí Agustín hizo revisar toda la camioneta y le hizo cargar combustible, mientras Sally hacía las compras en un pequeño minimercado que había junto a la estación. Cuando Agustín terminó, fue a ayudar a Sally. Colocaron la comida y el agua mineral en dos conservadoras eléctricas que llevaban en la parte de atrás. Sally verificó que la cocinilla tuviera gas, además de cargar todos los demás enseres. Cuando subieron en la camioneta para volver al hotel, Sally dijo - No olvides que tienes deuda conmigo - ¿Deuda? – dijo Agustín haciéndose el distraído. - Si, debes contarme que te pasa. Por qué estás preocupado 98
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Si, quedate tranquila, ya te lo voy a contar Espero – dijo ella dándole un beso en la mejilla.
Al llegar al hotel, cada uno se fue para su habitación. Agustín al llegar, se recostó en la cama y se puso a pensar: “¿Qué le cuento a esta nena? ¿Podré decirle la verdad? No puedo seguir ocultando algo que, según parece, ella sabe. Además, por otro lado, si me pasa algo, puede serme de ayuda para llamar al coronel.” A la hora de la cena, los cuatro se reunieron en el comedor. Charlaron del trabajo ya hecho y lo que faltaba por hacer. Agustín se mantuvo callado. Como la charla entre ellos era en inglés, se le hacía difícil seguirla porque no estaba prestando atención, pensando en como saldría de todo esto. Aquella sensación de alivio cuando el coronel le resolvió todo para salir de Encarnación, se había vuelto en una angustia insoportable. Se sentía solo, sin nadie que pudiera apoyarlo. Sentía lo mismo que cuando estaba en el calabozo en Asunción. En un momento, levantó la vista y vio que Sally lo miraba con mucha atención. Ella le esbozó una sonrisa, que, con gran esfuerzo, Agustín trató de devolverle. - Bueno, mañana salimos muy temprano – dijo Mark, tenemos mucho recorrer. - Si ya tenemos todo pronto – dijo Sally. - Bien, entonces lo mejor es descansar temprano Todos se fueron a sus habitaciones. Eran las 9 de la noche por lo que Agustín encendió el televisor para ver si se podía distraer. No era fácil quitarse de la cabeza todo lo que implicaba estar huyendo de la justicia y, sobre todo, en un país extranjero. Había pasado media hora cuando oyó que golpeaban a su puerta. Se levantó y fue a abrir. Al hacerlo, se llevó una gran sorpresa. Allí estaba Sally con un pequeño camisón. Ella entró rápidamente y cerró la puerta. - Sally, ¿qué hacés? – preguntó Agustín
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Ah, yo no voy quedar con duda que pasa contigo. Vine a que expliques – dijo ella con una sonrisa mientras se sentaba en uno de los sillones sobre sus piernas cruzadas. Pero, linda, es muy difícil de explicar y puede que no lo entiendas – dijo Agustín ¡Me dijiste linda! – dijo ella sonriendo – no importa. Tú explica y yo si no entiendo pregunto Está bien, pero es algo que tienes que prometerme que quedará entre tú y yo Te doy mi palabra – le respondió ella poniéndose la mano sobre el pecho
En ese momento Agustín pensó: “voy a tomarla como mi apoyo. Es la única persona a la que puedo recurrir. Además si le cuento, no pierdo nada, ya estoy jugado.” -
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Agustín se sentó en una silla frente a donde estaba Sally Mirá, lo que te voy a contar puede parecer mentira, pero no hay nada de eso Está bien, te creo porque me lo dices tú Yo soy de Uruguay, un país que queda más al sur – dijo Agustín Si, se donde está – le contestó Sally Bueno, hace más de un año me vine a trabajar a una plantación en Encarnación. Toda la gente me recibió muy bien y el trabajo era bueno y bien pago. Hace unos días, viajé a Asunción a un congreso. Me pasó algo raro. Empecé a extrañar a la gente con la que vivía en Encarnación, por lo que decidí volverme antes. Saqué un pasaje para un ómnibus que salía a la una de la mañana. Como tenía que hacer tiempo, después de cenar en el hotel, salí a caminar. Por curiosos, me metí en un bar de camareras. ¿De lo que ustedes llamar putas? – preguntó Sally Si, mientras estaba allí, unos hombres comenzaron a discutir y hubo tiros. Dijeron que murió una mujer. ¡Qué horrible! Cuando yo traté de irme – continuó Agustín – la policía me detuvo y me llevo preso. Pero, ¿por qué? – exclamó Sally Después, cuando estaba preso, me dijeron que yo la había matado 100
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Tú, ¿no te defendiste? Si, pero ya al día siguiente, sin hacer caso a mis reclamos, me transportaban a una cárcel. El vehículo tuvo un accidente y yo me escapé. Desde entonces estoy prófugo. La gente que conozco en Encarnación me ayudó mucho y es por eso que me uní a ustedes.
Agustín se calló. Sally lo quedó mirando asombrada como si hubiera escuchado una historia imposible. - Te quedaste pensando, Sally – dijo Agustín - Si, debes estar pasando mal. Ahora entiendo preocupación – le respondió ella - Sally, quiero que seas sincera conmigo – le pidió Agustín - Si, dime - ¿Crees que puedo perjudicarlos? Si es así, me voy ahora en ómnibus hacia Ciudad del Este y que pase lo que tiene que pasar. - No, mira. La única que lo se soy yo – le dijo ella – pero quiero saber como poder ayudarte Sally se había puesto de pie frente a Agustín, se acercó a él y le acarició la cabeza. Él la abrazó por la cintura y se puso de pie. Así quedaron abrazados unos minutos hasta que él no pudo resistir y le dio un beso apasionado, al que ella respondió de la misma manera. Poco a poco se fueron acercando a la cama. Mientras Agustín le quitaba el pequeño camisón, ella le bajó el cierre del jeans, del cual él se deshizo rápidamente. Ambos se lanzaron a un frenético acto sexual. Mientras se besaban apasionadamente En un momento ella dijo, en inglés, “quiero que lo hagamos juntos, amor”, y él le respondió “estoy contigo, amor”. Exhaustos, los dos se quedaron abrazados. Luego, Sally, besándolo le dijo a él, - Te amo desde que te vi y mi amor fue creciendo - Sally, eres divina, no quiero hacerte daño. Te quiero demasiado – le contestó él Ella se levantó y fue al baño. Agustín se quedó mirándola. Ella tenía un cuerpo espléndido y era muy dulce. “No podés enamorarte de una mujer como esa. Es mucho y lo más probable es que no la veas nunca más. No estás en condiciones de ofrecer nada”, pensó Agustín. 101
Un rato después salió ella envuelta en una toalla, lo miró con aquellos enormes ojos azules y le dijo - Agustín, debes decirme como ayudarte. - Ay, Sally, no tienes que involucrarte - ¿Invol…?, ¿qué eso? – dijo ella riendo - Mezclarte en todo mis problemas. - Para mí no eres un hombre de un rato. - Gracias – dijo él abrazándola y dándole un beso. - Bueno, veamos que podemos hacer. - Mira, si me sucede algo te doy un número de teléfono. Tú preguntás por Noemí y le avisás que me pasó. - ¿Quién es Noemí? – preguntó ella haciendo un gesto de mimos. - Es una muy buena amiga. Es la esposa del coronel - Espera, ya vuelvo – dijo Sally que salió de la habitación Cuando Sally volvió, se había puesto un short y una camisa suelta. Traía con ella su Notebook y un bolso. - Hola – dijo ella muy risueña - Hola – le respondió Agustín – ¿qué traes en el bolso? - Toda mi ropa - ¿Por qué? - ¿Creías iba a dejar solo toda la noche? – dijo ella riendo - ¿Y que van a decir Mark y Fred? – preguntó Agustín - Nada, ellos hacen su vida y yo la mía. Bueno, dime las instrucciones para así puedo ayudarte. - ¿Anotaste el teléfono que te dije? OK. Mira aquí tengo este dinero. Te lo voy a dar. Tú me lo guardás porque en caso que me detengan, los policías se quedan con todo. Además, esta tarjeta de cobro y el P. I. N. - No estás dando mucha confianza a mí – dijo Sally en su español tan particular - Eres la única persona en que puedo confiar – le respondió Agustín - Gracias – le dijo ella y lo abrazó besándolo - Mirá, voy a estar un poco más tranquilo cuando salga de territorio paraguayo, si es que puedo hacerlo. En ese momento me das las cosas. - Si, por supuesto – dijo Sally. 102
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Chiquita, es como yo te dije. La vida nos juntó y cada uno seguirá caminos diferentes – dijo Agustín abrazándola – y ahora a dormir. Mañana nos espera un día largo. - ¿Sin hacer nada antes? – preguntó ella mientras se quitaba la ropa. Él la atrajo y besándola tuvieron encuentro de amor y sexo. Después se quedaron dormidos abrazados. -
A las cinco de la mañana, Agustín se despertó. Sally dormía cómodamente con su cabeza sobre el pecho de él. Suavemente la retiró, se levanto y se fue a afeitar y bañar. Cuando volvió, ella estaba sentada en la cama, sonriendo y dijo - Buen día. Hacía mucho que no dormía tan bien. - Me alegro, pero debemos apurarnos. Tenemos que irnos - Ya. Me baño y salimos Cuando salieron de la habitación, se fueron directamente al lobby y, de allí, a donde estaba la camioneta. Cargaron sus cosas y, cuando ya había terminado, aparecieron Mark y Fred. - Buen día – dijeron los dos a coro - Vaya tomar desayuno en cocina – dijo Fred - OK Cuando estaba amaneciendo, se pusieron en marcha. Iban sentados como siempre. Mark y Fred atrás, Sally en el asiento del acompañante y Agustín manejando. Tomaron por ruta 6 hasta pasar la entrada a Pirapó. Un poco más adelante giraron a la derecha por la Calle Principal B y por allí hasta Puerto Pirapó. El camino estaba seco a pesar de tener muchos pozos A llegar allí, Mark y Fred se bajaron con sus cámaras mientras Sally tomaba su Notebook. -
Agustín la miraba como ella trabajaba en su Notebook ¿Qué hacés?, le preguntó 103
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Estoy tratando de encontrar comunicación así puedo dar el camino de hoy. ¿Siempre avisás? Si, es una obligación que tenemos, pero si nos sucede algo. Tenía que hacerlo anoche, pero algo interrumpió – dijo ella riendo. No fue mi culpa Ya está ya pude – dijo ella que se incorporó en el asiento y le dio un beso a Agustín.
Desde allí siguieron por la ruta alternativa a Ciudad del Este que pasa por las ciudades que están sobre el Paraná. Así visitaron Puerto Capitán Meza, Mayor Otaño, haciendo la última parada en la ciudad de Domingo Martínez de Irala. De allí, como ya caía la tarde, se dirigieron, luego, hacia el norte rumbo a Ciudad del Este. - Nos quedarían algunos lugares – dijo Mark – s pero los hacemos después si es necesario - Si, ya es tarde – dijo Sally Cuando iban llegando a Puerto Presidente Franco, vieron que había una fila de autos y camiones detenidos. A Agustín se le hizo un nudo en el estómago y quedó pálido. - ¿Qué sucede? – preguntó Sally que notó la reacción de Agustín - Es un control policial. Recuerda todo lo que te dije. - Si, quédate tranquilo - ¿Qué pasa? – dijo Mark - Nada es un control policial. Yo tengo todos nuestros documentos, así que tranquilos – dijo Sally La fila de vehículos avanzaba lentamente y, algunos de ellos eran desviados. Cuando les llegó el turno a ellos, un policía los hizo desviar haciéndoles señas que estacionara. Agustín estacionó la Defender y los cuatro se bajaron. Sally le entregó toda la documentación a otro policía que parecía de mayor rango. El individuo miró toda la documentación que incluía la de la camioneta y dijo - Stevenson, ¿quién es? - Soy yo – dijo Mark - Está bien. La camioneta es suya 104
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- Si, señor. El policía siguió examinando los papeles - ¿Podemos mirar dentro del vehículo?, dijo unos minutos después - Si – dijo Mark – Agustín acompañarlos Miró todo sin decir nada. Cuando terminó, dijo - Está bien. ¿Quién es Quiroga? - Yo – dijo Agustín - Mire Quiroga, vamos a tener que demorarlo. - ¿Por qué? – dijo Agustín mientras se decía para sus adentros “milicos de mierda ya me agarraron.¿ Pero no sirve lo que dice el pasaporte? Tranquilizate, es mejor. Esperá a ver que pasa.” - Mire lo van a trasladar a Investigaciones de Ciudad del Este. Allí le explicarán. Lo demás pueden seguir. Agustín la miró a Sally y ella le hizo señas que ya sabía que tenía que hacer. Mientras a Agustín lo llevaban, entre dos policías, a un vehículo policial, Sally tomó el teléfono y llamó al número que él le había dado. Mark y Fred se miraron y Mark le preguntó a Sally, en inglés - ¿Qué está pasando? ¿Tú sabes? - Sí, tranquilos, ya les voy a explicar. Primero tengo que hacer algo por Agustín. Vamos a seguir al auto de la policía.
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CAPITULO XII
Fred se puso al volante de la Defender y la puso en marcha y siguió al vehículo donde llevaban a Agustín. Mientras Sally tomó el teléfono y llamo al número que le había dado Agustín. - Señora Noemí, le habla Sally Davison, la americana que viaja con Agustín - Si, si, dime ¿que pasó? – le contestó ella - Al estar llegando a Ciudad del Este, en un control policial, detuvieron a Agustín – dijo Sally - Espera, espera que llamo a mi marido -
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Unos segundos después habló el coronel Sally, tranquila, cuéntame que está pasando Estábamos llegando a Puerto Presidente Franco y, en un control policial, detuvieron a Agustín. ¿Y dónde está ahora? Lo llevan en un auto de la policía hacia Investigaciones de Ciudad del Este. Nosotros vamos detrás del auto. Está bien. Tranquila. Síganlos. Yo me ocupo. Ya llamo a Ciudad del Este y arreglo. Ustedes quédense donde dejan a Agustín. Si señor, gracias En Encarnación, Noemí le preguntó a su esposo ¿Qué pasó, Arnaldo? Detuvieron a Agustín. Estos milicos de mierda metiendo las narices donde no les importa ¿Y le pueden hacer algo? No, quédate tranquila. Voy a hacer una par de llamadas y les voy a hacer pegar un susto a estos metidos.
Mientras tanto, en Ciudad del Este, el auto que llevaba a Agustín entró en un enorme edificio. Fred detuvo la Defender algo retirado pero desde donde podía ver si Agustín salía. Sally se puso a explicarles, a sus colegas, en pocas palabras lo que le había contado Agustín. Ambos escucharon con atención. 107
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Con que cuidado hay que andar. Te pueden atrapar por cualquier cosa – dijo Fred Si, pero yo le creo a Agustín – dijo Sally – ustedes vieron como es Si, es cierto – dijo Mark – es un buen chico.
Dentro de la dirección de investigaciones, condujeron a Agustín a una sala en la que había una mesa y tres sillas. Lo hicieron sentar en una de ellas y le dijeron que esperara. Unos minutos después apareció un hombre alto, pelado, vestido de civil y le dijo - Quiroga, ¿es usted uruguayo? - Si, señor - Aquí, en su pasaporte, dice que usted entró por Encarnación hace tres días - Si, así es. - ¿No estuvo en Asunción? - No señor, ni siquiera conozco Asunción, pero ¿puedo saber por qué me han detenido? - Ya le voy a explicar, pero por ahora las preguntas las hago yo. ¿Qué hace usted viajando con los americanos? - Ellos me invitaron. Iban a cruzar todo el país y aproveché - Espere aquí – dijo el hombre y se fue. Agustín temblaba de rabia, “todo lo recorrí para nada. Mejor me hubiera muerto en el accidente. Qué mierda, no es posible que me pase esto a mí. No busqué nada, solo quería volver a Encarnación a trabajar. Ahora si estoy jodido. Seguro que me van a mandar a Asunción otra vez.” -
Entraron dos hombres con una máquina fotográfica. Párese allí contra la pared, le dijeron en forma autoritaria Si – dijo Agustín Apúrese
Agustín se paró de espalda a la pared, le sacaron varias fotos y después los dos hombres se fueron sin decir nada. Lentamente Agustín se sentó otra vez, como esperando que pasara algo, “¿Qué harán Sally, Mark y Fred? ¿Se habrán ido o seguirán esperando? ¿Esperando qué? 108
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En ese momento, Pablo Alcor estaba en el jardín de su casa rodeado de sus perros doberman. Sonó su celular. - Agarramos al gringo, dijo una voz de hombre - ¿Dónde? – contestó él - Está en Ciudad del Este, en Investigaciones. En un rato mandan las fotos - ¡Para qué mierda quiero las fotos! ¡Ni que fuera una mina en bolas! Deciles que rompan las fotos. No puede quedar ninguna evidencia. - ¿Y qué hacemos con él? ¿Lo llevamos a Asunción? - ¿Pero vos estás en pedo? Sáquenle toda la información que puedan. Averigüen como llegó hasta allí. Debe haber alguien que lo está ayudando después mátenlo ahí mismo. Hagan que parezca un accidente. Llévenlo a la represa y lo tiran. Nada de golpes ni balazos. ¡Me entendiste bien! - Si, señor Sally, Mark y Fred se había quedado en la Defender, estacionada a una cuadra del edificio. - Tenemos que ir al hotel – dijo Mark – está oscureciendo y esto es peligroso - Vaya ustedes – dijo Sally – yo me quedo a esperar que pasa con Agustín - No puedes quedarte sola en la calle – dijo Fred - Vayan, yo me arreglo – le contestó ella bajándose de la camioneta Mark y Fred esperaron para ver que hacía Sally. Ella paró un taxímetro y le dijo al conductor - Mire, soy extranjera. La policía detuvo a un amigo mío y lo tienen ahí dentro. Quiero esperarlo. ¿Usted puede estacionar y esperar a que salga? Yo le pago lo que pida - Si, señorita, solo va a pagar lo que marque – dijo el conductor – ¿qué pasó con su amigo? - No se, veníamos entrando por la ruta, lo detuvieron en un control y lo trajeron para acá. - Estos son una porquería – dijo el hombre – seguro que andan buscando que les pague. Quédese tranquila que esperamos. Ojalá su amigo tenga suerte. 109
Mark y Fred, al ver que Sally se había subido al taxi, se pusieron en marcha hacia el hotel. Luego de pasada una hora, el conductor del taxi, le dijo a Sally -
Parece que la cosa está complicada. ¿No tiene a ningún abogado acá? No, voy a esperar un poco más y voy a entrar a preguntar Es muy audaz usted, señorita
Cuando Sally le iba a contestar al conductor del taxi, vieron que llegaban dos camiones del ejército con soldados, un jeep y un auto. De los camiones bajaron los soldados, con sus armas y del jeep, bajó un oficial - Aquí pasa algo raro, dijo el hombre del taxi, mejor nos vamos - No, no – dijo Sally – quédese - Mire señorita, usted será audaz pero yo tengo hijos que mantener. Yo me voy - Espere – le pago y me bajo - ¿Se va a quedar en este lío? Es su elección. No me pague nada. Ni bien Sally se bajó del auto, este salió muy rápido. Sally se quedó parada en la vereda mirando cómo se desplegaba aquella fuerza militar alrededor de la puerta por donde había entrado Agustín y pensó “todo este despliegue será para llevarse a Agustín. ¿Qué hago? Tengo que poder hacer algo. Me voy a culpar si se lo llevan sin que yo pueda verlo. Fallé”, pensó. Sonó su celular, pensando que podían ser Mark o Fred, miró y le llamó la atención que no era un número conocido. Atendió - Aló - Miss Davison - Si, ¿quién es? – dijo ella en español - Coronel Correa, ¿dónde está usted? - Parada frente a donde tienen a Agustín. Aquí hay un despliegue grande de militares. - Bárbaro. Busque al oficial y dígale quien es usted. Ya se va resolver todo. Hágalo y no corte. 110
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Si, coronel
Sally miró y vio que el oficial estaba parado hablando con un Handy. Ella se acercó. El oficial la miró, dejó de hablar. - Señorita, ¿en que puedo ayudarla? - Soy Sally Davison y el coronel Correa me dijo que hablara con usted El militar la saludó haciéndole la venia y luego le extendió
la mano. - Capitán Suárez. Señorita, estábamos buscándola – le dijo. - Aquí en el teléfono tengo al coronel Correa que me llamó – dijo Sally dándole el celular al oficial - Hola,…si mi coronel…ya fue un sargento…descuide, señor, nosotros nos hacemos cargo…si, señor, ya me lo advirtió el señor coronel Ramírez. Gracias señor. -
El capitán le pasó el celular a Sally El señor coronel quiere hablar con usted Coronel, dígame – dijo Sally Quédese tranquila. Haga lo que le indique el capitán. Él la va a ayudar en todo. Muchas gracias coronel, no se como darle las gracias. No, es una obligación. Cualquier duda no vacile en llamarme. Una vez que Sally cortó la comunicación, el capitán le
dijo -
Señorita Davison, vaya y se sienta en aquel auto. El cabo la acompaña.
Sally estaba tan nerviosa que se sentía destruida. Caminó como una autómata hasta el auto que el capitán le había indicado, acompañada por el cabo. Luego de sentarse, tomó un respiro, para recuperar fuerzas y luego se asomó por la ventanilla para mirar lo que sucedía. Le llamaba la atención el despliegue de los soldados que se había posicionado en lugares en los que parecía que esperaran tener que repeler un ataque 111
En la sala donde tenían detenido a Agustín, volvió a entrar que le había estado haciendo preguntas. - Así que nunca estuvo en Asunción – dijo manteniéndose de pie - No señor – no conozco Asunción - No se, pero me da toda la impresión de que usted nos miente - No señor, no tengo por qué mentir – dijo Agustín tratando de mantener la calma y dominar los temblores que le atacaban debido a los nervios. - Bien – dijo el hombre con voz calmada – vamos a ir a dar un paseo. Quizás eso pueda refrescarle la memoria. Seguro que tampoco conoce la represa de Itaipu. Vamos a ir a visitarla para que vea que linda es de noche. Agustín se quedó mudo: “Este es el fin. Seguro me van a matar. No quiero pensar. Sally, ¿dónde estará?” El hombre se sentó en una de las sillas mirándolo fijo a Agustín. - No se ponga nervioso – dijo con una sonrisa – vamos a tomar aire. La noche está hermosa En ese momento golpearon la puerta de la sala. Una persona, desde afuera, lo llamó. El hombre salió y, casi enseguida, volvió a entrar con los documentos de Agustín en la mano - Señor Quiroga, ha habido una terrible confusión. Le pido mil disculpas. Tome sus documentos. Un oficial lo acompaña hasta la puerta donde lo esperan. - Gracias – dijo Agustín que no entendía nada. Un policía condujo a Agustín por unos corredores en penumbra hasta llegar a una puerta en la que había otro policía. El que acompañaba a Agustín dijo algo en guaraní y, el de la puerta la abrió y le hizo señas de que saliera. Agustín no podía creer lo que estaba sucediendo. Vio que, al otro lado de la puerta, afuera del edificio, había un militar que le dijo - Señor Quiroga, buenas noches, tenga a bien acompañarme 112
¿COMO REGRESAR ACASA?
Agustín, obediente, lo acompañó un trecho hasta que vio que venía Sally corriendo. Ella saltó sobre él abrazándolo y besándolo. - Agustín creía que no te iba a ver – dijo ella - No se que ha pasado – le contestó Agustín
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El capitán Suárez se acercó, se presentó y le dijo Señor Quiroga, estamos aquí por orden de la comandancia. Desearíamos que se fueran hacia el hotel donde están alojados sus colegas Si, lógico – contestó Agustín que sentía que sus piernas no lo sostenían y se apoyó en Sally. ¿Te sientes bien? – preguntó ella Un poco flojo, pero deben ser los nervios que pasé
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El sargento que estaba junto a ellos, le dijo Señor, apóyese en mi que lo ayudo
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Así fueron caminando hasta el auto que los esperaba con el motor en marcha. Cuando llegaron, se subieron y se acercó el capitán Suárez y le dijo. - Cuando lleguen al hotel, quédense allí hasta que yo vaya. Quiero transmitirles las instrucciones que dio la comandancia. - Si, capitán, quédese tranquilo – dijo Sally que mantenía abrazado a Agustín. El auto se puso en marcha hacia el hotel.
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CAPITULO XIII
Pablo Alcor se paseaba, nervioso, en su lujoso escritorio, esperando noticias. Sabía que no era una empresa fácil, pero había que deshacerse de ese individuo que había descubierto su operativa. A cada rato, tomaba el celular y lo miraba como queriendo que sonara. Entró un hombre que aparecía como uno de sus ayudantes a traerle un café. - ¡¿Supiste algo?! – le gritó - No, patrón, no llamaron desde allá - ¿Pero que hacen estos hijos de puta? Los voy a cagar a balazos cuando los vea. No pueden tener tantos problemas para limpiar a alguien. El hombre que había entrado se fue. -
Un rato después sonó el celular de Alcor. Si, decime… ¿Cómo que se fue?...la puta. Este gringo de mierda contó todo. Ustedes vayan para Foz. No aparezcan hasta recibir órdenes. Enseguida que cortó la comunicación, marcó otro
número - ¿Acosta?, ¿qué pasó con el gringo?... ¿cómo que difícil?... ¿y qué tiene que ver el ejército?, este es un fugado de la justicia, un asesino… ¿Cómo que no estaban seguro de que fuera él? La mierda estamos metidos en un baile… Si, es mejor que lo sigan, pero con cuidado, podemos salir perdiendo -
El auto que llevaba a Sally y Agustín llegó al hotel. ¿Por qué el ejército? – preguntó Agustín – ¿qué fue lo que pasó? Como tú me dijiste, llamé Noemí – dijo Sally ¿Y ella hizo todo esto? – preguntó Agustín Fue coronel, él se hizo cargo de todo – le respondió ella 115
Agustín la abrazó nuevamente y se quedó pensando: “otra vez el coronel. ¿Qué habrá detrás de todo esto?” -
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En el lobby del hotel los esperaban Mark y Fred. Agustín, amigo, ¿cómo estás? – dijo Mark abrazándolo. Ahora bien, gracias – contestó Agustín Fred también lo abrazó sin decir nada Vamos a la habitación – dijo Sally – Agustín tiene que descansar. El día ha sido largo. Está bien. Más tarde hablamos – dijo Mark
Sally y Agustín subieron a la habitación. Luego de entrar y cerrar la puerta, se abrazaron y se dieron un beso prolongado. - Agustín – dijo Sally – creí que te había fallado yo. - ¿Por qué tú? – le preguntó Agustín - Porque no hacer nada - ¿Cómo que no?, llamaste al coronel, pero dime, ¿Cuál es mi habitación? - Esta – le contestó ella - ¿Y a tuya? - Esta – dijo ella riendo – ¿o no quieres compartirla conmigo? Agustín la tomó de la cintura y la alzó - Eres una personita divina – le dijo - ¿No quieres bañarte y cambiarte? - Si, la verdad Agustín tomó ropa de su mochila y se fue al baño. Mientras se estaba bañando oyó que Sally hablaba, por teléfono, en inglés, con alguien. Por el ruido de la ducha le pareció que, en algún momento, Sally dijo drug o algo parecido. Cuando salió del baño, ella lo esperaba sentada en un sillón mirando la televisión. Se levantó del sillón, le dio un beso a Agustín y le dijo riendo - Si señor no se enoja voy a bañar, también – y se metió en le baño antes que él pudiera decir nada
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Al rato Sally salió del baño, vestida de jeans y una remera. Calzando unas sandalias bajas. Sonó el teléfono de la habitación. Agustín atendió. - ¿Si?,… muy bien, ya bajamos, gracias -
Cuando cortó la comunicación, le dijo a Sally Nos avisan que está el capitán Suárez para hablar con nosotros. OK, ¿bajamos? Si.
Cuando llegaron al lobby del hotel, estaba el capitán Suárez esperándolos. Después de saludarlos, Agustín dijo - Vamos hasta el bar y podemos hablar tranquilos. - Si – dijo el capitán – pero me gustaría hablar también con las otras dos personas que están con ustedes. - Yo voy llamarlos – dijo Sally Unos minutos después, volvió Sally con Mark y Fred. Agustín les presentó a ellos al capitán y dijo - Capitán, ¿toma algo? - Solo un refresco porque estoy de servicio - ¿Para nosotros, whisky? – le preguntó a los demás - No, para mi también refresco – dijo Sally Cuando el mozo trajo lo pedido y se retiró, el capitán comenzó a hablar - Miren, los reuní para informarles de lo que la comandancia me autoriza a decirles. La situación del señor Quiroga es comprometida y, por tanto, la comandancia solicita que sigan las instrucciones que vengo a darles. - ¿Qué tan grave es? – preguntó Agustín - Tanto como para que piense en que debe abandonar el país lo antes posible, respondió el capitán, pero, siguiendo las instrucciones que, originalmente, le dio el señor coronel Correa. - Pero, capitán – dijo Sally – queda todavía un largo trayecto para llegar a Pedro Juan Caballero. - Si, de eso les voy hablar después. Antes quiero advertirle, sobre todo a usted, señor Quiroga, que no cruce a Foz y que cuando no pueda andar con sus colegas, mejor se quede en el hotel. 117
Los cuatro se miraron entre si. Evidentemente estaban frente a un asunto muy grave o, por lo menos, complicado. - Referente al viaje a Pedro Juan Caballero, tengo entendido que saldrían en dos días, siguió diciendo el capitán - Nuestro plan – dijo Mark – es salir después de mañana hasta el Salto del Guairá y luego, al día siguiente, salir para Pedro Juan Caballero. - Está bien. Lo único que quiero agregar – dijo el capitán – es que el camino que van a hacer hasta Pedro Juan Caballero, es muy malo. No es una ruta porque va todo sobre la sierra. En algunos tramos se van a dar cuenta que están en territorio brasileño. No hay problema con eso, pero, de cualquier manera, tengo este documento por si la Policía Militar de Brasil los detuvieran. Ustedes van a pasar por Corpus Christi, Ype Hu, Itanará y Capitán Bado. - Perdóneme capitán – dijo Agustín – ya que usted ha sido tan amable. ¿Qué puede pasar conmigo al tratar de entrar en Brasil? - Eso ya está arreglado. El itinerario que usted debería seguir es desde Ponta Pora a Campo Grande, en ómnibus. Ali, en Campo Grande, debe tomar un vuelo a Porto Alegre y, desde allí, en ómnibus hasta Montevideo, aún cuando puede hacerlo en avión. En el momento que el capitán nombró Montevideo, a Agustín se le hizo un nudo en la garganta. Toda su ilusión era salir de aquel infierno que estaba a punto de volverlo loco. - ¿Alguna otra indicación? – preguntó Agustín. - Si, hasta que llegue a Uruguay, no se comunique con nadie, ni siquiera con su familia. Al llegar a Montevideo, ya sea desde la terminal de ómnibus o desde el aeropuerto, llama por teléfono a esta señora, doctora Mabel Márquez. Ella se encargará de darle las instrucciones de qué hacer. - Capitán – dijo Mark – usted sabrá nosotros seguimos a Mato Grosso. ¿Hay problemas? - No, ustedes no van a tener ningún problema, pueden seguir su plan de ruta tal como lo tenían planeado. Bien, si no tienen ninguna pregunta, me retiro. De cualquier manera, ante cualquier duda, se comunican conmigo. Yo soy vuestro enlace con la comandancia.
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Todos se pusieron de pie y saludaron al capitán. Cuando él se fue, Mark dijo - ¿Vamos cenar? - Si, dijeron todos menos Agustín que estaba muy serio y muy callado. - ¿Te pasa algo? – le preguntó Sally - No, solo estoy pensando en el lío que los metía a ustedes. No merecían esto. Podría haber hecho el viaje sin problemas - Y sin emociones – rió Fred – hubiera sido muy aburrido Luego de cenar, Agustín se quiso ir enseguida a su habitación. Sally le dijo - Voy un momento, tengo hablar con ellos por mañana. - Si, no te hagas problemas – le respondió él Agustín entró en su habitación. La charla con el militar lo había dejado muy preocupado. Se sentó en la cama y se puso a pensar “¿Cuál es el interés del ejército en que yo llegue bien a Uruguay? ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Soy un prófugo de la justicia o un instrumento para algo o para alguien? Por otro lado, si no me acompaña la suerte, muero quemado junto a los otros. ¿Por qué los americanos aceptan que vaya con ellos? Son todas preguntas que no puedo responder. ¿Qué hacer?” Salió de sus pensamientos al oír que golpeaban la puerta. Se levantó y fue a abrir. Era Sally. - ¿Qué pasó? ¿Ni un beso? – preguntó ella - Nada, perdona. Estoy preocupado – le contestó él - ¿Qué preocupa? - La charla con el capitán me dejó mal. Creo que detrás de esto hay algo. - ¿Cómo qué? – preguntó Sally - No se, no se. Algo. Mira: soy un prófugo de la justicia acusado de asesinato, me salvo de morir quemado y ahora el ejército se preocupa por mi. Es muy raro. Sally se había sentado, en la cama, al lado de Agustín y lo tenía abrazado. Mientras él hablaba, le acariciaba la cabeza. Él prosiguió - Los metieron a ustedes en el medio sin que tengan nada que ver y todavía soportan que tenga que seguir ciertos requisitos. La 119
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cabeza me va a estallar. Me dan ganas de tomar un ómnibus, cruzar a Foz y que pase lo que Dios quiera. Cálmate – dijo Sally – no creo esa sea la solución. Yo creo coronel Correa cree en ti y preocupó en protegerte. ¿Tanto? ¿Te parece lógico? – contestó Agustín Tú eres buena persona, te haces querer, si no que pregunten a mí – dijo Sally sonriente mientras lo abrazaba fuerte a Agustín. Si, pero quiero entender que pasa. Te parece si nos acostamos. Mira, mañana Mark, Fred y yo vamos a Foz. Tú, como dijo el capitán, te quedas aquí en el hotel. Disfrutas de la piscina y buenos tragos, ¿si? Habría que llevar la camioneta a revisar – dijo Agustín Yo me encargo, Mark alquiló auto para ir a Foz. Yo llevo y cuando vuelva, voy a buscar. Tienes que anotarme que quieres que hagan. Si, lo hago ahora mientras te cambiás – le dijo Agustín.
Cuando se acostaron, Sally abrazó a la espalda de Agustín y se quedó muy quieta, esperando la reacción de él - ¿Sabes?, dijo Agustín, además de todo lo que pasa, me atormenta que voy a dejar de verte. - Agustín, no pienses en eso, no ahora. Vamos a disfrutar el estar juntos. Él se dio vuelta, la abrazó y la besó. Así estuvieron largo rato, besándose y buscándose uno al otro hasta llegar a un apasionado encuentro de amor. Al día siguiente, cuando Agustín se despertó, Sally ya se había ido. Le dejó una nota sobre la almohada. “Vuelvo temprano. Beso”. Él se sonrió y se levantó. Se afeitó y se baño. Una vez que se vistió, bajó a desayunar. En el salón comedor había bastante gente. Agustín se quedó mirando a un grupo de chicas que estaban desayunando, hablaban mucho y se reían. Luego, se distrajo tomando café y, sintió que alguien le tocaba el hombro. Él se dio vuelta y vio a una hermosa morocha de enormes ojos verdes con un espléndido cuerpo y una sonrisa cautivadora, que le dijo, en portugués 120
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Tú no eres paraguayo, ¿no? No, no soy de aquí – le respondió él sorprendido. Mira – habló ella en un español mezclado con portugués – somos cuatro chicas de Sao Paulo y el único joven eres tú. ¿Quieres ir de paseo con nosotras?
Por un instante, Agustín estuvo tentado frente al ofrecimiento de aquella hermosa mujer pero, en ese momento, recordó a Sally y, sobre todo, las recomendaciones del capitán Suárez. Entonces, se puso de pie y le respondió - Lamento muchísimo no poder acompañarla, pero estoy esperando a una persona por negocios. - Lástima – dijo ella con una sonrisa – pero, ¿nos vemos más tarde en la piscina? - Si, como no Ella, sin que Agustín lo esperara, le dio un beso y se fue con sus amigas. Él se quedó pensando “¿Por qué me tienen que pasar a mí, cosas raras? ¿O estoy tan obsesionado que veo fantasmas por todos lados?” Terminó de desayunar y se fue a caminar por el jardín que rodeaba al hotel. Después de caminar un rato, se sentó en unos de los sillones que había alrededor de la piscina. -
Enseguida vino un mozo ¿Se sirve algo, señor? – preguntó No gracias – le respondió Agustín Perdone, pero son lindas la brasileras, ¿no? Si – le contestó en forma seca Agustín mientras pensaba “¡qué pesado y metido este!” Pero a mi gusto, son muy caras – siguió el mozo ¿Caras? – dijo Agustín extrañado Si, son putas, con perdón, que vienen a trabajar a aquí. Se alojan en los buenos hoteles para conseguir clientes. Pues, mire, no lo sabía. Gracias.
A Agustín le corrió un frío por la espalda. “¿Podría ser que estas putas brasileras tuvieran algo que ver con las putas de Asunción? Sería mucha 121
casualidad pero, si están alojadas en el hotel, ¿por qué me invitaron a salir? Voy a reventar, todo lo que me rodea es sospechoso. Voy a terminar enfermándome.” Se levantó del sillón en que estaba y se fue a su habitación. Se recostó en la cama y encendió la televisión. No quería pensar pero se le ocurrió “¿qué tenían que ir a hacer los gringos en Foz? ¿Será que ellos también estás involucrados en algo? ¿Droga, quizás? Ah, si, eso fue lo que dijo Sally cuando me estaba bañando. Puta, ¡qué lío!”
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CAPITULO XIV
En la casa de Pablo Alcor, en Asunción, él estaba reunido, en el escritorio, con dos individuos que habían llegado en lujosos Audi y Mercedes Benz. Los dos eran hombre de entre 35 y 40 años y vestían de manera casi igual, haciendo lucir gruesas cadenas de oro, lo mismo que pulseras y relojes. - Bueno, Pablito – dijo uno de ellos – decí que noticias nos tenés. - Si, es hora que nos digas algo – aseveró otro de los presentes con acento centroamericano. - Está bien – dijo Alcor – hasta ahora no ha habido novedades. Tenemos controlada la situación del gringo. Sabemos donde está y qué hace. - ¡Pero no jodás, ché!, ¿no lo limpiaron todavía? – preguntó el primero que habló - Se ha vuelto complicado, porteño – explicó Alcor – no se cómo mierda se metieron los milicos. - ¿Qué milicos? - El ejército, Colombia. Anoche tuvieron una reunión con un capitán de de la división que corresponde a Ciudad del Este – contestó Alcor - Pero, ¿cómo se metió el ejército en esto? – preguntó al que llamaban Colombia - Miren, la verdad es que no se – dijo Alcor – Cuando ubicamos al gringo en Encarnación, ya se había metido la gente del ejército y, ni yo ni mis contactos en la policía, quieren tener líos con ellos. Además todos ustedes saben que son ellos los que manejan las brigadas. - Está bien, ¿y que estás haciendo ahora? – preguntó el porteño - Esta mañana los turistas que andan con él se fueron a Foz, pero él no viajó. Ya lo verificaron. - ¿Y dónde se quedó? – preguntó Colombia - En el hotel. No salió para nada. Le mandé a una de las brasileras para que lo invitaran a salir, pero no quiso. 123
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Ahora, ¿vos te das cuenta Pablo que estamos en una situación muy jodida? El tipo oyó toda la charla en Asunción esa noche. Creíamos que había palmado en el accidente y, de pronto, aparece en Ciudad del Este. Pero hay algo peor – dijo Alcor ¡¿Qué?! – preguntó alarmado Colombia Si. No sabemos si ese es el hombre. Tiene el mismo apellido pero no hay ninguna otra referencia porque se perdieron en el accidente al incendiarse el auto. Además no hemos podido reconstruir el camino que hizo cuando salió de Asunción. ¿Y qué vamos a hacer ahora? – preguntó el porteño Mirá, hay dos puntos donde puede cruzar a Brasil – dijo Alcor – puede ir a Foz o en Saltos del Guaira. Creemos que va a ir a Foz. Para eso mandó a los excursionistas, para ver como está la policía allí. ¿Vos creés que el tipo use a los excursionistas? – preguntó el porteño. Porteño, acordate que es un agente entrenado. Me dijeron que, cuando lo interrogaron en Ciudad del Este, se mantuvo tranquilo y no erró ninguna pregunta. Vamos a no enloquecernos – dijo Colombia – esperemos que el hombre cruce, ahí lo detiene la policía y lo hacen desaparecer. Yo creo que es lo mejor porque él va a cruzar solo, sin los excursionistas americanos. ¿Y cómo sabés eso? – preguntó el porteño Porque si lo fuera a hacer con ellos, hubiera ido hoy Tenés razón. Mantenenos informados – dijo el porteño
Luego se saludaron y se fueron en sus respectivos autos, con sus guardaespaldas. Agustín se había quedado dormido. Cuando despertó, era pasado el mediodía. El televisor seguía encendido y estaban pasando un informativo. Se quedó mirando. Ni él mismo sabía que esperaba ver, pero eran todas noticias locales, por lo que apagó y fue a darse una ducha para bajar a almorzar.
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Cuando bajó, fue a dar una vuelta por el jardín. Hacía mucho calor y había gente en la piscina, pero no vio a las brasileras que le habían hablado en el desayuno. No le prestó demasiada atención a eso. “No puedo martirizarme con que todo el mundo me persigue”, pensó. Al terminar de almorzar, como hacía demasiado calor, decidió ir directamente a la habitación. Allí estaban el aire acondicionado encendido. “Voy a disfrutar ahora que cuando viajemos hacia el norte, va a ser mucho más caluroso”, pensó. Cuando se estaba desvistiendo, sonó el teléfono de la habitación. Dudó un momento antes de contestar, pero levantó el tubo y dijo - ¿Si? - ¿Agustín?, soy Sally, ¿cómo estás? - Ay, aburrido – le respondió él - Mira, un rato salimos para allí. Te llamé para saber si precisas algo - Si. Te preciso a ti – le contestó él riendo. - En serio. Me habías dicho que ropa, ¿no?, ¿y qué más? - Una valija no muy grande, para abandonar la mochila - OK, en una dos horas estamos aquí, Besos. La llamada de Sally le levantó el ánimo. Veía que su salida del país se venía pronto. Además ella era la persona a la que le había confiado todo y le había cumplido acompañándolo. Se acostó a mirar una película en la televisión y, contrariamente a lo que pensaba, se quedó dormido. Agustín oyó que golpeaban la puerta. Miró el reloj de viaje de Sally, que estaba sobre la mesa de noche y vio que eran la 5 de la tarde. Se levantó y preguntó - ¿Quién? - Alguien – dijo Sally con su acento inconfundible Agustín abrió la puerta y ella se le lanzo en los brazos de tal manera que lo hizo trastabillar. - Nena, casi me tirás – dijo él – además dejaste la puerta abierta y yo en calzoncillos.
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Quería verte – dijo Sally dándole un beso prolongado – Espera, tengo entrar lo que traje. Salió y volvió con una valija con ruedas y unos paquetes. Sally, ¿qué es esto? – preguntó Agustín Todo para ti, pero primero deja que te de mi regalo – le contestó Sally Regalo, ¿por qué? – dijo Agustín asombrado Porque te quiero Sally sacó de un estuche un reloj de pulsera de marca. A ver, dijo ella, dame muñeca No entiendo, nada, ¿a qué se debe esto? – preguntó Agustín otra vez Luego de ponerle el reloj en la muñeca, Sally le dijo Mira que lindo te queda Él la miró y la abrazó Gracias, ¿qué más puedo decirte? Ahora tienes que probarte ropa. Si, pero ¿sacaste dinero del banco? – preguntó él Si, la ropa compré con ese dinero y esto sobró. Saqué más porque pensé que querías más Si bárbaro.
Mientras se probaba los pantalones y camisas que Sally había comprado, Agustín le preguntó - ¿Cómo les fue en Foz? - Muy bien, recorrimos todo. Fuimos a ver las cataratas. Lástima que tú no pudiste. - Si, la verdad. ¿Hicieron algo más? - No, ¿por qué preguntas? – dijo Sally con cara de extrañada - Por nada, pensé que tenían que ir a hacer algo allá – dijo Agustín queriendo saber si había algún misterio en aquel viaje. - Ah, si, Mark compró otra cámara – le contestó Sally. Luego de terminar y acomodar parte de su ropa en la valija nueva, se sentó, en la cama, al lado de Sally. Ella lo abrazó y 126
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comenzó a besarlo. Él la apartó suavemente y ella lo miró con cara extrañada - ¿Qué pasó, Agustín? – le preguntó - No, nada. Es que pienso que en un par de días tendremos que separarnos, yo me enamoré de ti, dijo él, y se que voy a sufrir. - Agustín – dijo Sally – quiero que pasemos bien estos momentos. Quizás, después que estés en tu país me olvides o podamos vernos otra vez - No, olvidarte, jamás – dijo Agustín abrazándola y besándola, lo que sucede es que no creo que podamos vernos después. - ¿Por qué dices eso? – le preguntó ella. - Mira, mi familia en muy humilde. Vivimos en el campo. Yo era su gran ayuda mientras estuve trabajando aquí. Ahora cuando vuelva, si vuelvo, no se que voy a hacer. Tendré que trabajar en el campo, no se. ¿Cómo podría llegar a verte otra vez? - Ven – dijo ella – que lo acostó y se quitó la ropa, vamos a disfrutar estar juntos. Dos horas después, Agustín se despertó abrazado a Sally y los totalmente desnudos. La apartó suavemente y se fue a bañar y vestir. Cuando estaba en el baño, oyó la voz de ella - ¿Agustín? ¿Dónde estás? - No me fui, todavía – dijo él riendo y saliendo del baño. - Me asusté – le dijo Sally - ¿Qué te pasó, mi amor? – le preguntó él - Que me puse a pensar en lo que dijiste que no nos vamos a ver más. Agustín se sentó en la cama y la abrazó, besándole la cabeza. - Amor, dejemos que la vida nos lleve a donde quiera -
Ella se abrazó muy fuerte a él Es que no quiero que te pierdas. No, nunca podré olvidar lo que eres tú – dijo él
Un rato más tarde, Sally y Agustín, bajaron a cenar y se encontraron con Mark y Fred. - Hola amigo – dijo Mark – ¿te divertiste? 127
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No, lo que hice fue aprovechar a dormir, y ustedes, ¿no extrañaron al conductor? – dijo Agustín riendo Si, por cierto – dijo Fred – el tránsito es una locura. Nadie respeta nada. Eso es Sudamérica – dijo Agustín, hay que acostumbrarse Si ya lo habíamos visto en Argentina – dijo Mark
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Cuando terminaron de cenar, Mark dijo Mañana salimos temprano. Quiero ver lago Itaipu Si – dijo Sally – temprano estamos en marcha.
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A la mañana siguiente, cuando estaba aclarando y la bruma creada por las cataratas cubría a Ciudad del Este, se pusieron en marcha, conduciendo Agustín la Defender. Tomaron por la ruta hacia el norte rumbo a la ciudad de Hernandarias. Luego se desviaron hacia el acceso a la represa de Itaipu. Como no era el horario de visita, resolvieron seguir hacia Guaira. Agustín estaba menos inquieto al haber salido de Ciudad del Este, lugar donde había pasado un trago tan amargo. Pero él sabía que no se había terminado. Todavía le faltaba mucho para poder sentirse tranquilo. Al salir de Itaipu tomaron por una carretera pero, cada vez que se veía la posibilidad de entrar por un camino hasta las costas del lago, Mark le pedía a Agustín que entrara. Todos eran caminos de tierra y en mal estado lo que requería el máximo de atención por parte de Agustín para no romper la camioneta o quedarse enterrados en el barro. Cuando llegaban a la costa del lago, Mark le decía que se detuviera y se bajaban, con Fred a sacar fotos. Así fue que fueron entrando hasta pequeños poblados sobre la ribera del lago y que tenían aspecto de puertos de botes. Agustín aprovechaba cada una de estas paradas para apreciar la maravilla del paisaje, lo que le hacía olvidar, un poco, la odisea que estaba pasando. Le llamaba la atención que Sally vivía trabajando con su Notebook. Solo le había pedido que desplegara una antena especial que estaba en el techo de la camioneta.
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En una de las tantas veces que se detuvieron, a Agustín le llamó la atención que, al ver una barcaza navegando por el lago, tanto Mark como Fred, tomaban los largavistas y luego seguían a la misma con las cámaras. Eso lo repitieron toda vez que veían un bote o barcaza navegando. Cuando los hombres volvían a la camioneta, le daban las cámaras a Sally. Agustín suponía que era para que bajara las fotos, pero no entendía el apuro porque, por lo poco que él sabía, esas cámaras tenían mucha memoria y ese trabajo se podía hacer al llegar a Guaira. Habiendo pasado por Mbaracayu, San Alberto, Minga Porá y luego de haber tomado la ruta 10, llegaron a Katueté, donde hicieron un alto. Era mediodía y el calor se hacía casi insoportable. Agustín estacionó la camioneta bajo unos árboles. Allí se bajaron los cuatro. Sally le dijo - Vamos a buscar algo de tomar y de comer - Si, vamos -
Mientras caminaban, Agustín se animó a preguntarle Sally, ¿por qué tantas fotos del lago? Porque esa es la misión que tenemos. Obtener fotos para publicar el film sobre Paraguay – le respondió ella Pero solo han recorrido la frontera sur y este. Si, es cierto, pero hay otros equipos que están haciendo lo mismo en otras regiones. ¿Y tú tenés que enviar el trabajo en forma tan urgente? – preguntó Agustín Si, porque el film ya está en proceso de edición y quieren el material lo más pronto posible.
Llegaron hasta un pequeño mercado a comprar bebidas frías y comida envasada. Agustín se quedó con ganas de que le aclarara algunos puntos pero, no se animó. Se quedó pensando “si están tan apurados en recibir las fotos, ¿por qué nos quedamos todo un día en Ciudad del Este?” Había algo en todo aquello que lo tenía preocupado. No era normal la tarea de aquellas personas. 129
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Ya habían terminado de comer y, entonces, Mark dijo Agustín, sigue por la ruta hasta una salida a la derecha que nos lleva hasta Puerto Alika’i Si, dijo Agustín y pensó “¡otra vez hacia el lago! ¡Ya me está resultando pesado!”.
Transitaron por un pésimo camino, con pozos, cortes hechos por el agua y, en ciertos tramos, con barro. A pesar que la camioneta se comportaba muy bien, Agustín se tenía que mantener la atención. No podía ir demasiado despacio porque no llegarían a volver con luz de sol y él no quería que lo tomara la noche en aquel camino. Mientras manejaba, los otros tres hablaban entre ellos en inglés pero, en algún momento, a Agustín le pareció que lo hacían en clave, como para que él no entendiera. Cuando llegaron a Puerto Alika’i, Mark y Fred se bajaron y Sally se quedó en la camioneta mirándolos. Agustín tenía la impresión que, desde que él le hizo preguntas cuando estaban en Katueté, ella había cambiado con él, estaba más distante. - Qué linda vista – dijo Agustín queriendo romper el silencio - Si, ¿has visto?, ojala las fotos salgan bien Sintió algo de frialdad en la respuesta por lo que no quiso seguir la charla Agustín notó, otra vez, que Mark y Fred miraban con largavistas a una barcaza que de desplazaba por el lago y que, luego le sacaban fotos usando los zoom de las máquinas. Cuando terminaron ya estaba atardeciendo. Se subieron a la camioneta y Fred dijo, - Bueno, ahora si, hasta Guairá no paramos - OK – dijo Agustín La vuelta fue tan dificultosa como el camino de ida porque, además, iba oscureciendo. Cuando llegaron a la ruta 10 ya era de noche. Pasaron por las ciudades de Francisco Caballero Álvarez y La Paloma, llegando, finalmente a Saltos del Guairá.
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Ni bien llegaron al hotel, después de haberse registrado, se fue cada uno a su habitación. Agustín estaba cansado, con ganas de darse un baño y recostarse un rato. Sally le dijo - Me baño primero porque tengo que reunirme con Mark y Fred, ¿te molesta? - No, espero – dijo Agustín que seguía sintiendo una actitud distante de parte de ella. Un rato después ella salió del baño, se vistió con un jeans, una remera y sandalias y le dijo - Quizás demore. Si quieres puedes ir a cenar. No nos esperes - OK, andá tranquila – le dijo Agustín haciendo notar su desconformidad Ella, antes de salir, lo miró y, luego, cerró la puerta. Agustín se desvistió, se afeitó y se dio un baño. Cuando se estaba vistiendo se dio cuenta que tenía hambre y sueño por lo que decidió ir a cenar ya que eran las 9 de la noche. Al llegar al comedor, le llamó la atención la cantidad de brasileros que había. Era evidente que esa zona, la de Saltos del Guairá, era una zona turística. Agustín miró para ver si estaban sus compañeros de viaje, pero no los vio por lo que decidió sentarse en un lugar en el que pudiera ver la entrada al comedor, por si ellos venían. Luego de cenar, salió a dar una vuelta por los alrededores del hotel. Vio un cartel que indicaba la dirección al puente para cruzar a Brasil. Se quedó mirándolo y pensando que cerca podía estar de su liberación pero qué lejos estaba aún. Pensó en locuras, como tomar la camioneta y cruzar, pero no estaba a su nombre y tenía matrícula extranjera. Volvió hacia el hotel porque, aunque era tarde en la noche, el calor y la humedad se hacían sentir. Se fue a la habitación con la esperanza de encontrarla a Sally, pero cuando entró, ella no estaba ni había rastros de que hubiera estado. Agustín se desvistió y se acostó. Al poco rato, se quedó dormido. -
Sonó el celular de Pablo Alcor. Si 131
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Patrón – dijo un hombre – no sabemos como, pero se nos perdió otra vez ¿Qué estás diciendo, inútil de mierda? Si, no sabemos como, pero le perdimos el rastro Hablá, ¿qué sucedió? – dijo Alcor Después que llegaron a Guairá, los turistas salieron otra vez. A nosotros nos pareció que, en la camioneta, iban solo tres, pero era de noche. Y, ¿a dónde fueron los turistas? Llegaron hasta la cabecera del puente y se detuvieron ¿Y? Estuvieron un rato parados. No pudimos ver nada, pero fue muy raro ¿Raro?, seguro que pasaron al gringo para Brasil, estúpido – le contestó Alcor Eso nos pareció por lo que mandamos hombres allá a buscarlo. Pero, mirá que eres un estúpido. Si los brasileros se avivan, no van a querer hacer más negocios con nosotros. Acaban de llegar los hombres que fueron a Brasil. Dicen que no puede haber pasado por el puente. Miré, tenés que hacer lo siguiente – dijo Alcor – contactá a la gente que sabés y les ofrecés una buena cantidad de dinero para que lo encuentren. Pero, ojo, ahora lo quiero vivo. Tenemos que averiguar qué lo que sabe y qué transmitió a su país. ¿Me entendiste? Si, patrón, ¿y cuánto ofrezco? Lo que sea con tal que lo capturen – dijo Alcor que – luego, cortó la comunicación
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CAPITULO XV
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Agustín, ¡despierta!, dijo una voz de mujer
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Él se incorporó y vio que Sally estaba vestida. ¿Qué pasó? – preguntó él Que es hora de irnos. Son la 5:30 de la mañana. Está bien, ya me visto – le respondió él aún dormido.
Poco después se pusieron en marcha. Tomaron por la ruta 10 hasta Cruce Guaraní. Allí tomaron rumbo la norte hacia Corpus Christi. Ya el camino era de tierra y con pedazos en mal estado. Así fueron hasta llegar a Corpus Christi. Allí se detuvieron un rato mientras Mark, mirando el mapa, ajustaba el GPS. - Aquí vamos a tener que usarlo, dijo Mark, porque comenzamos a subir las sierras, - Si – dijo Agustín – el camino debe ser bastante malo - Es verdad, pero es la distancia más corta para llegar a Punta Pora. Si tomáramos por una ruta normal, nos llevaría como unas 15 horas de viaje. Cuando recomenzaron el trayecto, se notaba que iban subiendo la cordillera de Mbracayú. El camino era difícil y, varias veces. Agustín debió bajarse a estudiar por donde pasar sin riesgo de volcar o quedar atascado en el barro. - Vas terminar muy cansado – le dijo Sally Agustín se sorprendió porque era la primera vez en horas que le hablaba en forma cariñosa. - No, no te preocupes, es solo mirar para poder seguir adelante. En un momento llegaron a un vado con agua. Al no saber la profundidad, tenía que estudiarlo. Los cuatro se bajaron de la camioneta y Fred dijo. - Voy ir entrando para medir profundidad - Si, pero cuidado si existe corriente – le advirtió Agustín.
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Bueno. Suelta el malacate y me das el enganche. Me sirve a mi por si la corriente me lleva y para engancharlo del otro lado, si llego allá
Fred se quitó los pantalones y la camisa y se ató la punta del cable. Comenzó a caminar metiéndose en el agua. A Agustín le asombró la audacia pero, al mismo tiempo la pericia de aquel hombre. Unos minutos más tarde, Fred estaba del otro lado del vado y les gritó - No problema. Ato cable a árbol - OK, le contestó Mark y se subieron a la camioneta Agustín la puso en marcha y, poco a poco, siguiendo las indicaciones de Fred, pudieron cruzar el vado. Al llegar junto a Fred, este se secó, se volvió a vestir y pudieron seguir el camino. El camino, si bien era de tierra, era bastante mejor que el anterior. Llegaron a Itanará y allí se detuvieron en le puesto militar. Agustín se bajó - Buen día – le dijo al soldado que estaba de guardia en la puerta tomando tereré. - Buen día señor – le contestó el militar - Dígame, ¿podría hablar con el superior? - Si me dice por que razón, le explico a mi superior. - Mire, dígale que venimos con una carta del capitán Suárez de la división de Ciudad del Este. - Espere – dijo el soldado de mala gana y entró No pasó ni un minuto que salió un sargento, gordo, de bigote, arreglándose la ropa y con aspecto de haber estado dormido. - Señor, disculpe, el personal no conoce de las urgencias. Sargento Peña para servirle – dijo expresándose en un español mezclado con guaraní y portugués y haciéndole la venia - Gracias, sargento. Yo me llamo Agustín Quiroga y, junto con mis amigos, vamos rumbo a Pedro Juan Caballero. El capitán Suárez me dio este comunicado para entregárselo a usted, inventó Agustín. - Muchas gracias, señor, permítame 134
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El hombre leyó, con dificultad, lentamente el comunicado. Cuando terminó, dijo - Señor, sigan tranquilos hacia Pedro Juan Caballero – dijo el sargento – Nosotros estaremos atentos a cualquier problema. Nos comunicaremos con la guardia fronteriza de Brasil. - Muchas gracias – le contestó Agustín - A la orden – dijo el militar haciéndole la venia otra vez. -
Cuando Agustín volvió a la Defender, Sally le preguntó ¿Problemas? No, al contrario. Se van a poner en contacto con la guardia brasilera para que no tengamos problemas.
Reanudaron la marcha. Unos 5 o 6 Km. más adelante, vieron que una camioneta 4x4 con gente en la caja, venía atravesando el campo desde el sur hacia la frontera. A Agustín le llamó la atención la velocidad con que se desplazaba y Mark, que también la había visto, dijo - ¿Vieron camioneta? ¿Cómo puede caminar tan rápido? - Deben conocer muy bien el camino – explicó Agustín – debe ser gente de las estancias de aquí. Un par de minutos más tarde, Agustín vio, por el espejo, que la camioneta que habían visto venía detrás de ellos a gran velocidad - Vienen detrás de nosotros y muy rápido – comentó Agustín a los demás – me voy a parar a un lado del camino para dejarlos pasar. - Si – deja que pasen – dijo Sally En el momento que Agustín detenía la Defender, la camioneta derrapó al lado, se atravesó adelante y se tiraron los hombres que venían en la caja, con los rostros tapados y apuntándolos con armas largas. - No hagan nada – dijo Agustín, deben ser piratas de carretera De la parte delantera de la camioneta se bajó otro hombre, también con la cara tapada y una pistola en la mano.
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Rápidamente se dirigió a donde estaba sentado Agustín, abrió la puerta y gritó - ¡Vos, bajate! Cuando Agustín se bajó, le pegó un culatazo con el arma en la cabeza. Agustín cayo desmayado y el hombre les gritó a los demás - ¡Cárguenlo en la caja y átenle las manos! – y, luego dirigiéndose a los americanos, les dijo - Y ustedes calladitos la boca Uno de los hombres que había cargado a Agustín en la camioneta, le dijo - Patrón, tienen una cantidad de cosas de valor. - Dejate de joder que pueden venir los milicos. Sacá la llave y nos vamos El individuo sacó las llaves del contacto y las tiró al medio de unos matorrales. Luego se subieron todos a la camioneta y se pusieron en marcha tan rápidamente como habían llegado. Sally, Mark y Fred quedaron por unos instantes sin decir palabras, Lo único que se notaba es que Sally estaba visiblemente contrariada. (Los diálogos que siguen son en inglés) - ¿Qué hacemos? – dijo Sally – ¿qué fue eso? - Mira, debemos volver al destacamento militar – le contestó Fred – y contar lo que pasó - ¿Vamos caminando? – le dijo Sally - Yo tengo una copia de la llave – dijo Mark que se había quedado en silencio hasta ese momento. Fred se sentó en el asiento del conductor y puso en marcha la Defender. Dio vuelta hacia atrás y se dirigieron hacia el puesto militar. Cuando iban llegando vieron que el soldado que estaba de guardia en la puerta, entró corriendo y, a los pocos segundos, salía el sargento que había atendidos a Agustín. Sally se bajó de la camioneta y se dirigió a donde estaba el militar, - Señora, ¿en qué puedo servirle? – dijo el sargento haciéndole la venia 136
¿COMO REGRESAR ACASA?
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A unos 5 Km. de aquí – dijo Sally – unos hombres se llevaron a nuestro amigo, el que habló con usted Dígale a sus amigos que bajen y vengan conmigo adentro ¿Y la camioneta? No se preocupe, le ponemos guardia
Después que Sally llamó a Mark y Fred, el sargento les dio unas órdenes en guaraní a dos soldados que tomaron sus armas largas y se pararon junto a la Defender. Sally, Mark y Fred, junto con el sargento entraron en la casa, en la que había varios asientos y un equipo de radio. El sargento tomó los auriculares y el micrófono y comenzó a hablar en guaraní. En ese momento, Sally reaccionó y le dijo a Mark (en inglés) - Voy a la camioneta. Voy a tratar de comunicarme con el coronel mediante el satelital - OK – dijo Mark Sally llegó hasta la camioneta. Los dos soldados le hicieron la venia. Primero ella desplegó la antena parabólica y comenzó a buscar la ubicación. Una vez que la logró, tomó el teléfono y marcó el número del coronel. Sabía que la comunicación no iba a ser fácil ya que debería existir una dilación importante. Mientras esperaba obtener la comunicación, Sally estaba muy preocupada pensando en lo que le habría pasado a Agustín: “Me he portado como una mala mujer. Él hizo todo lo posible por protegerme en todo momento. Además, yo tengo el dinero y la tarjeta. Pero eso no importa. Estoy segura que lo van a matar y yo no cumplí con protegerlo.” Agustín se despertó con la cara contra el piso de la caja de la camioneta. Tenía un terrible dolor de cabeza y, además de que los hombres tenían sus pies sobre él, la camioneta daba tumbos muy fuertes por lo que sacó la conclusión que iban por un camino muy malo y a gran velocidad. De pronto notó que el vehículo se detenía. Cuatro manos lo tomaron fuertemente mientras que otra persona le ponía una venda sobre los ojos. Casi en el aire lo arrastraron hasta lo que Agustín supuso era una habitación. 137
Los hombres, de los que Agustín tenía una vaga idea de sus rostros cuando lo detuvieron en el camino, se mantuvieron en silencio. Lo sentaron en lo que suponía era una silla, lo ataron y oyó que cerraban una puerta. Recién fue que Agustín pudo poner las ideas en orden y se puso a pensar: “¿Serán piratas de los caminos?, ¿qué les habrá pasado a los demás?, ¿los habrán apresado también o los mataron?, seguramente robaron todo el material de la camioneta y los mataron.” Cuando pensó eso no pudo evitar que se le llenaran los ojos de lágrimas pensando en sus compañeros de viaje pero, sobre todo, en Sally. -
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El celular de Pablo alcor sonó. El miró y contestó ¿Noticias? Patrón ya está, lo tenemos al gringo. Tiene que pagarnos – le contestaron Si, quédense tranquilos. ¿Dónde están? – preguntó Alcor En la estancia de El Lobo Bien, ya salimos para allá. No le vayan a hacer nada. Lo quiero enterito para mí solo. Denle de comer y agua, no quiero que no tenga fuerzas para responder lo que le tengo que preguntar. Quédese tranquilo, patrón Cuando cortó la comunicación llamó a uno de sus
ayudantes - Prepará dos autos. Tenemos que salir ya para Ygatimi - ¿Lo tienen? - Si, apurate, lo tiene cerca de allí, pero tenemos que llegar antes que los milicos. Un rato después salían, de la casa de Alcor en Asunción, dos Ford Explorer, con vidrios negros. A alta velocidad tomaron por la ruta 3 y, luego, la ruta 10 rumbo a Ygatimi. - Tenemos que llegar antes que nadie – dijo Alcor – no nos van a ganar. Yo tengo que sacarle a este gringo de mierda que fue lo que contó. - Tenemos una parte del camino que es muy fea – dijo el que conducía la Explorer en que iba Alcor - No importa. Tenés que ir lo más rápido posible 138
¿COMO REGRESAR ACASA?
Después de varios intentos, Sally logró la comunicación. Oía la señal de el teléfono llamando. Atendió una mujer y Sally preguntó - ¿El coronel Correa? Luego de la dilación, oyó - ¿Quién lo busca? - Sally Davison, es urgente Debido a la dilación en la comunicación, la persona que atendió cortó. Sally grito improperios en inglés y volvió a intentarlo. Mientras lo hacía, vio que Mark y Fred salían del destacamento. Cuando llegaron junto a ella, Mark le dijo - Lograron comunicar lo sucedido a la división de Alto Paraná. - ¿Tuvieron respuesta? – preguntó Sally - No, todavía Finalmente, Sally obtuvo otra vez la comunicación y le dijo a la mujer que atendió - Por favor no corte. Habla Sally Davison desde Itanará y la comunicación es mala. Tengo que hablar con el coronel Correa, cambio -
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Uno par de segundos después, le contestó una mujer Sally, te habla Noemí. Cuéntame que pasa. El coronel está en la división Unos hombres armados secuestraron a Agustín. Estamos en destacamento Itanará. No sabemos donde lo llevaron. Estoy preocupada porque, además le pegaron, cambio Sally, ya voy a llamar a Arnaldo. Trata de llamar en 5 minutos OK – contestó Sally. Sally se bajó de la Defender y se abrazó a Fred y le dijo,
en inglés - No podemos hacer nada, estoy desesperada. No cumplí con mi cometido - Cálmate – le dijo Fred – ya vamos a encontrar algo para resolver esto. Agustín oyó que se abría una puerta. Una persona le quitó la venda de los ojos. Era un hombre que tenía puesto un 139
pasamontañas que solo le dejaba ver los ojos. En un jarro de lata le hizo beber agua y le mostró un pedazo de mandioca para que comiera, a lo que Agustín se negó. El hombre, en forma autoritaria le dijo - ¡No seas idiota! ¡Tenés que comer! Agustín accedió y le dio un mordisco a la mandioca y, enseguida pensó: “este tipo no es paraguayo. Parece más un porteño. Entonces no es de la policía. ¿Quiénes serán estos mierdas?” Cuando el hombre se fue, dejó a Agustín sin venda en los ojos. Miró alrededor y vio que estaba en una habitación de material. Había una ventana que estaba cerrada lo que hacía que el calor fuera ahogante. Miró a través de los vidrios y vio solo árboles lo que le hizo pensar que estaba en medio de un bosque. Se dio cuenta, además, que todavía era de día. Se puso a hacer cálculos de donde podría estar. “Hacia Brasil no pueden haberme llevado, lo que quiere decir que tengo que estar en algún sitio no muy alejado de donde me agarraron. Si pudiera desatarme. No quiero hacer ruido.” Se movió para ver si podía desatarse. Cuando estaba tratando de desatarse, entró uno de los hombres que lo habían a garrado y se sentó delante de él. - ¿Para que me tienen aquí? – le preguntó Agustín - Callate y no hables, ya va a venir alguien que te va a hacer hablar – le contestó el individuo. - ¿Sos policía vos? – insistió Agustín - ¡Imbécil! – dijo el hombre – ¿tengo pinta de tira? - ¿Y que quieren conmigo? ¿Si esperan recompensa, van muertos?, - siguió Agustín al darse cuenta que el hombre tenía la lengua floja - Ya van a venir a decirte, y no te va a gustar. - ¿Y dónde estamos? - Ya estás preguntado demasiado, gringo, al sur de Itanará - ¿Gringo? ¿Por qué me decís gringo?, boludo – se animó a decir Agustín - Mirá, te salvás que no te de una piña porque nos pidieron que no te lastimáramos – le dijo el individuo que se había puesto de pie - Pero es que no soy gringo, soy uruguayo – dijo Agustín que no sabía de donde había sacado tanta audacia - Claro, idiota, y yo soy africano, sos un imbécil. 140
¿COMO REGRESAR ACASA?
Después de esas palabras, el hombre se fue y entró otro más grande que el anterior y que se sentó en una silla más alejada. Agustín, al que le dolía la cabeza se puso a pensar: “Me llamó gringo. ¿Quién creerán que soy? ¿Me habrán confundido con los americanos o nos tendrán a los cuatro aquí? Puta, no tengo manera de escapar. Ellos saben que puedo hacerlo y por eso me ponen a un hombre a cuidarme. ¡Por Dios, me estoy ahogando de calor!” - Diga, le dijo al hombre que lo cuidaba, ¿no puede darme agua? - Esperá – dijo y gritó – ¡Ratón, traé agua p’al gringo! Unos minutos después, entró otro individuo con la cara tapada y le dio un jarro con agua. Después de beber un poco, Agustín le dijo - Tíreme el resto en la cabeza - No se si debo – dijo el hombre mirándolo al otro que asintió y le tiró el resto del agua sobre la cabeza de Agustín. Ahora, Agustín, se sentía un poco más aliviado pero estaba muy angustiado. Una cosa que había notado es que no tenía ganas de orinar. Enseguida pensó: “me estoy deshidratando. Es por eso.” Uno de los soldados salió corriendo del destacamento a llamar a los americanos. Mark y Fred fueron al destacamento con el militar mientras Sally volvía a tratar de comunicarse con el coronel Correa. El sargento, que estaba junto al transmisor de radio, se quitó los auriculares y le dijo - Señores, me acaba de llegar un comunicado. Desde Capitán Bado salió un vehículo que los va a escoltar hasta Pedro Juan Caballero. Al mismo tiempo me comunicaron que, desde Asunción, sale una fuerza de rescate. - Muchas gracias sargento – dijo Mark, ven Fred se lo vamos a decir a Sally. Cuando salieron del destacamento, Sally venía hacia ellos. Con gran ansiedad les dijo en español - Hablé con el coronel Correa. Vienen dos helicópteros desde Asunción para buscar a Agustín. 141
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Bueno, tranquila – le dijo Mark – el sargento nos dijo que viene un vehículo militar para escoltarnos hasta Pedro Juan Caballero. Pero, ¿vamos a irnos sin saber nada de Agustín? – preguntó Sally Nos van a mantener informados por radio. Nos dieron la frecuencia para que nos comuniquemos. Pero yo no quiero irme. Aquí fue que lo raptaron y yo tenía que cuidarlo, dijo ella No puedes hacer nada aquí. Vamos a esperar que lo encuentren – le dijo Fred que era el que parecía más calmado.
Cuando ya eran las 5 de la tarde, llegaron dos vehículos militares al destacamento de Itanará. De uno de ellos se bajó un oficial y se dirigió hacia donde estaban Sally, Mark y Fred. Hizo la venia y se presentó - Teniente Ramírez - Mucho gusto teniente – le dijo Mark extendiéndole la mano. - Señores, tengo orden de acompañarlos hasta Pedro Juan Caballero - Si, estamos enterados – le contestó Fred. - Si ustedes están de acuerdo, me parece que lo mejor es partir ya porque dentro de un par de horas comienza a oscurecer. - Buen, vamos – le contestó Mark - Teniente, perdone – dijo Sally – nosotros tenemos equipaje y dinero del señor Quiroga, la persona que secuestraron, ¿usted sabe qué hacer? - Si, señora, y perdone que no lo dije. Cuando lleguemos a Pedro Juan Caballero, si no ha habido novedades sobre el señor Quiroga, yo me quedaré con eso. Casi enseguida, y luego de saludar al sargento del destacamento de Itanará, se pusieron en marcha. Las dos Explorer, en una de las cuales iba Alcor, se dirigían, a alta velocidad hacia el punto donde tenían a Agustín. Alcor les había dado orden a todos sus colaboradores de que no usaran ni celulares ni radio para evitar ser descubiertos. Cuando ya iban llegando al punto donde debían doblar para dirigirse hacia Ygatimi, Alcor dijo - ¿Qué es ese ruido? 142
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Son helicópteros volando muy bajo, patrón – respondió el conductor Puta, son los milicos – le contestó Alcor – s aminorá la marcha y no dobles, seguí como hacia Saltos del Guairá y si no, mejor, paramos en Curuguaty. Si patrón Estoy seguro que los milicos ya están enterados de lo que estamos haciendo. Tenemos que despistarlos. Seguí más despacio y dejame pensar
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Luego de unos minutos, le dijo al conductor Vamos hasta la hacienda del Pato. Así van a creer que estamos de visita. Esperá que lo voy a llamar
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Alcor tomó su celular e hizo una llamada ¿Pato?, yo…necesito una gauchada…si, se está haciendo de noche, íbamos para Guairá y sabés que no me gusta viajar de noche…gracias viejo, sabía que no me fallarías.
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Una vez que cortó la comunicación, le dijo al conductor, Vamos para allá – y dirigiéndose al otro hombre que viajaba en el asiento de atrás – llamá a los de la otra camioneta y les comunicás que hacemos. Si, patrón – dijo el otro hombre.
Cuando llegaron a la hacienda, el dueño, un hombre de unos 60 años, de nariz aguileña, con poco pelo y tez curtida, vestía jeans, camisa y botas. De su cuello colgaba una gruesa cadena de oro con una cruz y lucía un carísimo reloj de oro. Junto con él caminaban dos hombres armados y un par de perros doberman. - Pablito, le dijo el hombre, ¿puedo saber que hacés aquí? ¿Qué te dio por salir de la cueva? - Vení, vamos adentro, me invitás a tomar algo y te cuento, dijo Alcor, por cierto – ¿me podés alojar a mí y a mis hombres? - Si, hombre, Aníbal, andá y deciles a los hombres que bajen y coman y tomen algo - Te agradezco la gauchada - Bueno, pero ahora contá, ¿qué te pasó? 143
Te la hago corta. Hace días andamos atrás de un gringo que vio todo un negocio. - ¿El mismo que me habías contado?, ¿no lo había limpiado? - Si, el mismo, pero todos los intentos de limpiarlo han sido inútiles porque, no se como, se involucraron los militares. - Ah, ¡eso ya es complicado! ¿No me digas que esos helicópteros que andaban hace un rato, tienen que ver? - No se, pero es bastante sospechoso. Unos hombres míos capturaron al gringo cerca de Itanará y lo trajeron para los campos de El Lobo. Nosotros íbamos para allá cuando vimos los helicópteros. - ¿Y por qué no hacés que lo maten y listo? - Porque quiero saber cuanto fue lo que vio y cuanto contó – le contestó Alcor - Mirá, lo mejor que podés hacer es mandar tus vehículos de vuelta a Asunción. De esa manera no se van a concentrar a buscar aquí. Yo te presto lo que necesites para llegar hasta los campos del El Lobo - Fenómeno, es una gran idea. Una hora más tarde, las dos Explorer volvían a Asunción -
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CAPITULO XVI
Agustín veía que estaba oscureciendo. Él había abrigado la esperanza que lo pudieran rescatar durante el día pero después pensó:” ¿quién me va a rescatar, si ni yo se donde estoy ni que quieren estos? No son policías. ¿Qué mierda quieren conmigo?” Entraron dos hombres en la habitación donde tenían encerrado a Agustín y le dijeron - Te vamos a acostar. Para que puedas mear y cagar te vamos a soltar las manos y los pies, pero no te hagás el loco porque te matamos a golpes. Agustín vio que aquellos individuos no bromeaban, por lo que dejó que lo desataran y lo llevaran hasta un baño muy elemental. Le hicieron dejar la puerta abierta lo que lo molestó mucho, pero se daba cuenta que no estaba en condiciones de reclamar. Cuando hubo terminado, salió de aquella inmundicia y los dos hombres lo agarraron y lo llevaron a otra habitación. En la misma había una cama, una mesa, dos sillas y, sobre la mesa estaba encendida una vela. Mientras uno de los hombres lo tenía, el otro le trajo comida y agua. Una vez que dejaron eso sobre la mesa, se fueron, luego de apagar la vela y cerrando la puerta. Con la poca luz que entraba por una hendija de la puerta, Agustín se acercó hasta la mesa y, al tacto, tomó el jarro con agua. Por desconfianza y como no veía, al principio solo mojó los labios. Luego bebió en pequeños tragos. El calor de la tarde había disminuido. No se animó a comer lo que le trajeron. Caminando con cuidado para no caerse, se fue a la cama y se acostó. Las horas que había estado sentado y atado le habían entumecido las piernas, por lo que sintió alivio al acostarse.
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Por más que no quería, la idea de que lo iban a matar estaba en sus pensamientos. No podía explicarse un motivo para aquella situación: “si suponen que maté a la puta en el bar, ¿por qué esta persecución? Me detiene la policía y listo. ¿Y la intervención del coronel Correa? Claramente está traicionando a los suyos y a la policía al no entregarme. ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Qué soy yo para todos estos energúmenos?” Aunque no quería, el cansancio terminó venciéndolo y se durmió. Sally, Mark y Fred, acompañados por la custodia militar, llegaron a Pedro Juan Caballero a las 9 de la noche. A pesar de malo del camino, habían hecho el viaje sin contratiempos. Al aproximarse al paso de frontera, Fred detuvo la Defender y se bajaron los tres. De uno de los vehículos militares, bajó el teniente Ramírez - Hasta aquí los acompañamos – dijo el teniente – Yo les recomiendo que hagan los trámites para ingresar a Brasil y se alojen en Ponta Pora. - Gracias teniente – dijo Sally – ¿se supo algo de nuestro compañero? - No hasta ahora, señora, veníamos escuchando las comunicaciones y, al caer la noche los helicópteros tuvieron que volver a la base. De cualquier manera quedó personal rastrillando la zona donde sospechamos que puedan tenerlo. - ¿Usted piensa que puedan haberlo matado? – preguntó Sally - Lamentablemente no lo sabemos. Esperemos encontrarlo vivo - Mire, teniente, aquí está el equipaje de Agustín, esta es la tarjeta de débito y este dinero me lo había entregado él. - Señorita, permítame que vaya hasta el destacamento y haga un recibo. - No es necesario – dijo Sally – no se moleste - No es ninguna molestia, mientras ustedes hacen los trámites, yo le traigo el recibo. En cuanto dijo esto, el teniente la saludó haciendo la venia y se fue en un de los vehículos. Mark y Fred ya habían iniciado los trámites de entrada a Brasil. Sally se acercó a ellos, se abrazó de Fred y le dijo
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No puedo creer que se pueda perder a una persona de esa manera. Fue delante de nuestros propios ojos y no pudimos hacer nada. Sally – le respondió Fred – aunque no lo digamos, sabíamos que esto podía suceder. Si – dijo Sally – pero yo no podía fallar Está bien no podemos preveer eso
Cuando ya habían terminado con los trámites de inmigración y de aduanas, llegó el teniente Ramírez con un recibo, membretado, en el que figuraba todo lo que Sally le había entregado. -
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Gracias, teniente – dijo Sally – prométame que nos va a hacer saber si tienen alguna noticia de nuestro amigo. Nosotros, mañana, partimos hacia Corumba y luego a Bolivia, que es donde termina nuestro itinerario Si, señora, quédese tranquila. Yo ya tomé nota de su e-mail. Le haré sabe en cuanto tenga novedades.
Los tres norteamericanos se fueron a un hotel en Ponta Pora. Ya era tarde y el viaje desde Saltos del Guaira había sido agotador. Ellos sabían que todo lo sucedido los había retrasado y tenían que ponerse en marcha temprano, al día siguiente, para cumplir con las fechas previstas. -
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Pato – dijo Alcor – no estoy tranquilo estando acá Pero, ¿por qué no? Es que la hacienda de El Lobo está cerca y si los milicos descubren donde está el gringo, van a empezar a rastrear todo Quedate tranquilo, acá no van a venir. Además, ¿qué pueden decir?, estás de visita en casa de un amigo. Vení vamos a tomarnos una. ¿Tienes algún vehículo bueno? – preguntó Alcor Si, varios. Están los Mercedes Benz. ¿En qué estás pensando? Mañana, en cuanto amanezca, seguro que los milicos van a recomenzar la búsqueda. Entonces me quiero ir hacia Guaira. Pero, ¿no querías interrogar al gringo? 147
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Si, pero no con los milicos respirándome la nuca. Uno nunca sabe. Mirá, para que te quedes tranquilo voy a mandar gente a las cercanías de los campos de El Lobo. Si hay algún movimiento raro, ellos nos avisan y vos te rajás. Está bien – dijo Alcor, me quedo más tranquilo. Bueno ampliame un poco lo que sabés sobre ese hombre. Una noche, en el bar de La Hiena, se estaba haciendo un negocio, Estábamos arreglando la entrega de las armas cambiándola por merca. Con La Hiena no ha habido problemas. Siempre cobró lo que pedía. No, evidente, con él no, pero esa noche, eran como las 12, entró el gringo y se sentó en la barra tomando una cerveza. Bueno, el resto de la historia lo sabes. ¿Y vos crees que el gringo haya escuchado algo? – preguntó Pato. Si, estamos seguros que si. Lo que no sabemos es si pudo transmitirlo a su gente, porque es evidente, que no anda solo. Y la operación, ¿se hizo? – preguntó Pato No, está suspendida. ¿Sabés la millonada que estoy perdiendo?, pero, además, mi prestigio se fue a la mierda. Mirá, haceme caso, decile a tus hombres allá en el campo de El Lobo, que lo limpien y rajen para Brasil. ¿Te parece que es lo mejor? – preguntó Alcor que lucía achicado Si, eso va a levantar tu prestigio. Creeme que es así.
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CAPITULO XVII
Agustín se despertó sobresaltado. Estaba transpirando y con un fuerte dolor de cabeza. Le pareció oír voces detrás de la puerta. No tenía idea si había estado mucho tiempo dormido y, al no tener ventana al exterior, no sabía si había amanecido. Tenía sed pero no se animaba a pedir agua porque las voces que escuchaba denotaban una fuerte discusión. Lentamente y sin hacer ruido, se acercó a la puerta para tratar de escuchar la conversación. - ¿Cuándo salió el rata? – dijo uno de los hombres. - Ya hace más de una hora, le contestó otro - ¿Y que mierda estará haciendo que no vuelve? ¿Salió armado? - Si, se llevó la pistola - ¿Este hijo de puta no se habrá rajado? – preguntó el primero de los hombres. - ¿Y si están los milicos rodeándonos y lo agarraron? - La mierda, eso es posible. Abrí un poco las persianas para mirar si hay movimientos. - De este lado no se nota nada. Andá vos al fondo para mirar. Agustín notaba gran nerviosismo en las voces de los hombres. Se produjo silencio y solo se oían los pasos de los individuos. Él se mantuvo detrás de la puerta tratando de adivinar que era lo que pasaba. Un rato más tarde, volvió a escucharlos. - No se ve ningún movimiento y ya es de día – dijo uno de los hombres. - Si, el rata, si se fue, lo hizo a pie porque no se oyó el motor de la camioneta. - Mirá, esto no me gusta nada. Si los milicos están cerca nos van a agarrar como a unos conejos en una trampa. Yo voy a llamar al patrón. - Pero te dijo que no llamaras
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¡Que se vaya a la mierda!, no nos trajo la plata y todavía con exigencias. No es el culo de él que está en juego. Se hizo un silencio y, al cabo de unos minutos, Agustín
oyó -
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Patrón…si, ya se…los milicos andan cerca…nos rajamos de acá…porque el rata salió y no volvió…si, quédese tranquilo. El otro hombre preguntó ¿Qué te dijo? Se calentó porque lo llamamos, pero dijo que nos vayamos. Que matemos al gringo y nos rajemos antes que lleguen los milicos. Que no dejemos ningún rastro.
Cuando Agustín oyó esto, se le aflojaron las piernas. “Estos hijos de puta me van a matar y ni siquiera saben por qué. ¿Qué mierda les hice?”, pensó. De pronto se oyó, a lo lejos el batir de las aspas de uno o dos helicópteros. Uno de los hombres que estaban en la habitación contigua a la que estaba Agustín, gritó - ¡Los milicos, vámonos! La puerta de la habitación donde estaba Agustín se abrió de un golpe y se oyeron dos disparos. Agustín sintió un golpe en una pierna, que lo derribó, y un dolor muy intenso, como si se hubiera quemado. Por la puerta entraba luz suficiente para que él se mirara y vio que estaba sangrando de la pierna derecha. Trató de incorporarse pero le dio la sensación de que se desmayaría en cualquier momento. “Tengo que resistir. No puedo morir así. Tengo que esperar que venga alguien a ayudarme”, pensó en ese momento. El ruido de los helicópteros se había hecho muy intenso y, de pronto cesó. De inmediato se oyeron disparos de armas largas y, antes de desmayarse oyó que alguien gritaba - ¡Aquí está! ¡Está malherido! ¡Médico, médico! 150
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Después de eso perdió el conocimiento. Agustín se despertó. Abrió lentamente sus ojos y vio a una enfermera. Giró la vista para tratar de ubicarse. Parecía una sala de un hospital. Tenía cables pegados a su cuerpo y una vía en un brazo que salía de un recipiente colgado de un soporte al costado de la cama. Lentamente quiso moverse pero sintió un dolor muy agudo en su pierna. Trató de hablar, pero no le salía palabra. Se quedó con los ojos cerrados tratando de pensar como había llegado hasta allí. Lo último que recordaba era estas en una habitación cerrada escuchando la conversación de lo que parecía eran dos hombres. “¿Qué era lo que decían?”, se preguntaba tratando de ordenar las ideas en su cabeza. Nuevamente trató de hablar - Señora… ¿dónde…estoy? – balbuceó -
Enseguida la enfermera se acercó y le dijo Tranquilo, ya voy a llamar al médico. Quédese quietito
La enfermera se fue y a los pocos minutos volvió acompañada de un hombre con túnica blanca que parecía ser un médico. El hombre miró unos aparatos que había en la cabecera de la cama y le dijo algo a la enfermera que Agustín no entendió. - A ver amigo Quiroga, ¿dígame qué siente?, le dijo el hombre, yo soy el doctor Caballero - Me duele mucho una pierna – dijo Agustín apenas balbuceando - Ya vamos a revisar eso - No tengo fuerzas para moverme. - Bien, quédese tranquilo que ya vamos a mirar todo. En ese momento entraron dos hombres más que parecían ser enfermeros. Entre los dos movieron la pierna derecha de Agustín lo que hizo que él gritara de dolor. - Bien, vamos a darle un calmante – dijo el médico - Si doctor – dijo una enfermera que Agustín no había visto - Señor Quiroga – dijo el médico – usted tuvo una herida muy complicada por lo que tuvimos que operar. Ahora está en el 151
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proceso de cicatrización. Los dolores ya van a pasar. Ahora la enfermera le da un calmante y va a dormir otro poco. Doctor – dijo Agustín con las pocas fuerzas que le quedaban – ¿desde cuando estoy aquí? Hace unos días, pero ya vamos a tener tiempo de hablar de todo eso. Ahora es mejor que descanse.
Agustín que ya estaba más lúcido se puso a pensar: “hace unos días que estoy internado. ¿Cuántos días? ¿Qué me pasó? ¿Cómo me lastimé? Puta, no me acuerdo de nada.” Mientras estaba pensando, el calmante comenzó a hacer efecto y se quedó dormido En Encarnación, el coronel Correa se enteró enseguida de la noticia del rescate de Agustín y tenía todos los detalles de la operación. Sabía, además, que Agustín había sido herido de gravedad, por lo que no quiso comunicárselo a su mujer de inmediato. Cuando se enteró que Agustín se estaba recuperando, decidió comentárselo a Noemí - Agustín está internado en Pedro Juan Caballero, recuperándose - ¡¿Cómo?! ¿En Pedro Juan Caballero? A estas alturas ya tendría que estar en su país, de acuerdo a lo que tú me habías dicho. - Mira, no quise decirte nada porque no se sabía nada en concreto – dijo el coronel - Con razón no he recibido ninguna noticia de él. Hace un par de día que reviso el correo en la computadora y nada. Pero ahora me vas a contar que pasó. - Si, pero ten en cuenta que Agustín está en territorio paraguayo y es nuestro deber, como amigos de él, protegerlo. - ¿Todavía lo pueden meter preso? – preguntó Noemí - Si, es claro. Bueno, te cuento. No me pidas detalles porque no los puedo dar. Agustín salió de aquí con los americanos. Como te acuerdas, cuando llegaron a Ciudad del Este lo detuvieron y gracias a la ayuda de mis colegas de allá lo liberamos. Desde allí se fueron a Guaira. Pasaron una noche ahí y, después, salieron rumbo a Pedro Juan Caballero. Cuando pasaron por Itanará, un grupo comando los detuvo y se llevaron a Agustín - ¿Cómo se lo llevaron? ¿Quiénes eran? 152
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No te lo puedo decir, pero se supone que era de la policía que lo tenían como prófugo. Me estás ocultando cosas. ¿Por qué está internado en Pedro Juan Caballero? – preguntó Noemí Supongo que se escapó otra vez. Lo más probable es que se haya lastimado al escapar. No, no, no me mientas. Aquí hay algo raro. Si está en Pedro Juan Caballero internado, ¿por qué la policía no lo detiene? – preguntó Noemí que estaba enojada. Querida, no me hagas decir más porque te estaría mintiendo. Está bien, pero se lo tengo que comentar a María Elena. Todos los días me pregunta por Agustín. Preferiría que no comentaras nada – dijo el coronel – tienes que tener en cuenta que nosotros ayudamos a un prófugo de la justicia. Debemos mantenernos alejados. Arnaldo, hace años que estamos casados, a mi no me engañas. Detrás de todo esto hay algo. Mira, no trates de adivinar – dijo el coronel – no podemos saber más que eso. Ahora Agustín está atendido en el hospital. Yo me he encargado, con algunos amigos de mucha confianza, que lo atiendan bien y me tengan informado. Entonces, ¿no puedo ir a verlo a Pedro Juan Caballero? – dijo Noemí resignada Ni loca. No puede haber ninguna conexión entre ese muchacho y nosotros.
Cuando el coronel se fue, Noemí, que no había quedado conforme con las explicaciones que le había dado, decidió llamar a María Elena. - ¿María Elena?, Noemí - ¿Tuviste novedades de Agustín? – le preguntó María Elena ansiosa - Si y no, pero tenemos que juntarnos para que pueda explicarte - Si, dime donde y voy. - Mira, mi marido se fue al destacamento, ¿puedes venir ahora? - Si, ya salgo para ahí. María Elena llegó a casa de Noemí en su Mercedes Benz. Cuando ella tocó timbre, la empleada le hizo señas para que entrara el 153
auto. En el jardín, la esperaba Noemí. Luego de saludarse, María Elena dijo - Noemí, tienes que contarme todo. Siento que detrás de tu llamado hay un gran misterio. - Ven, vamos adentro y nos sentamos. ¿Quieres tomar algo? - No, gracias, le contestó la recién llegada -
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Después de sentarse en un sillón en el living, Noemí dijo Mira, en realidad no se como empezar. Tú tienes que perdonarme pero yo no te dije toda la verdad acerca de la desaparición de Agustín. Noemí, no me asustes No, escúchame. Cuando Agustín volvió de Asunción, dijo que se había escapado de la policía. Según lo que contó, lo habían acusado, sin ningún sentido, de matar a una mujer en un bar.
María Elena empalideció, tanto que Noemí pensó que se iba a desmayar. - Pero, ¿cómo fue eso? – preguntó con voz temblorosa - Mira no sabemos como pero, tanto mi marido como yo creímos en su inocencia, por lo que decidimos ayudarlo. Así, Arnaldo le consiguió que se fuera junto con unos americanos que quería recorrer las fronteras. Como ellos iban hasta Pedro Juan Caballero, mi marido consideró que era el mejor lugar para salir del país. - A ver, aclárame algo, ¿tu marido ayudó a un fugitivo a escaparse? – preguntó María Elena con desconfianza. - Y, si, y es allí donde la historia no me cierra, a pesar que tú sabes la desconfianza que hay entre cierta parte de la policía y el ejército. - Entonces, ¿qué pasó para que ahora me cuentes esto? - Según me contó Arnaldo, y te pido la mayor confidencialidad, la policía lo capturó en Amambay pero él pudo escaparse. Lo que pasa es que, al escaparse se lastimó y está internado en un hospital en Pedro Juan Caballero. - Pero si está internado, la policía lo va a detener otra vez – dijo María Elena. - Esto es otro misterio que Arnaldo no me quiso aclarar. Según él, Agustín está cuidado por unos amigos. 154
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Ay, Noemí, perdóname, pero todo esto es tan raro y, al final, no sabemos como está Agustín. No, nada, ni siquiera si, a esta hora, está con vida ¡No digas eso! – dijo María Elena con lágrimas en los ojos No, ya se, yo lo digo como queriendo que no le suceda nada. Noemí – dijo María Elena – si tú me acompañas, nos vamos hasta Pedro Juan Caballero. Vamos en mi auto. No, ni se te ocurra. Podemos empeorar las cosas. Acuérdate que es prófugo de la justicia. ¿Qué dirían si la hija del gobernador de Itapua y la esposa del comandante de la división, protegen a un prófugo? Estoy desesperada. ¿Qué podemos hacer, entonces? Esperar pero, por favor, te pido, por lo que te dije antes, no se lo comentes a nadie. Yo me sentí en la obligación de contártelo porque se lo que sientes por Agustín, pero nadie debe saberlo porque, además, podríamos poner en peligro su vida Quédate tranquila. Y no se cómo agradecerte que hayas confiado en mí.
Agustín se despertó, Vio que era de día pero seguía acostado en, lo que él consideraba, el mismo lugar. Miró a su alrededor. Recordó el dolor que había sentido en la pierna e hizo la prueba de moverla. Recién allí se dio cuenta que la tenía enyesada. Se incorporó sobre sus codos y miró. Tenía yeso puesto desde el pie hasta debajo de la rodilla. No recordaba de cuando lo habían enyesado, aún cuando tenía una vaga idea. En ese momento entró una enfermera - Señor Quiroga, buen día, ¿cómo se siente hoy? - Parece que mejor pero, señorita, preciso que me expliquen como vine a parar aquí – le contestó Agustín - Bueno – dijo ella – ya a tener tiempo de eso. Voy a llamar al doctor para que lo vea y conversa con él. Agustín notó que le habían quitado las sondas y solo tenía una vía con suero. Cuando apareció el médico, Agustín miraba el techo. En su cabeza daban vueltas muchas preguntas. - Buen día, me dijeron que se siente mejor – dijo el médico 155
Si, doctor, pero tengo muchas preguntas – le contestó Agustín Muy bien, pero vamos a ver, primero, como está todo. La idea es que comience a alimentarse y a incorporarse en la cama. Luego de revisarlo, el médico le dijo - Mire, vengo en un rato porque quiero traer a una persona que le puede contestar más preguntas que yo. Ahora ya voy a ordenar que le traigan algo de comer. - Gracias, doctor -
Agustín se quedó pensando: “quizás ahora pueda saber que me pasó. ¿Y que le pasó a los americanos? Sally, ¿dónde estará?” El médico entró a la sala acompañado por un militar. Agustín sintió algo de temor, pero ya había perdido su capacidad de asombro. - Señor Quiroga, le presento al teniente Ramírez – dijo el médico – seguramente él va a poder responder con más exactitud lo que usted quiere saber. - Gracias, doctor. Mucho gusto teniente – dijo Agustín - Yo los dejo para que puedan hablar tranquilos – dijo el médico Una vez que el médico se fue, Agustín le preguntó al teniente - Teniente, cuénteme como llegué aquí, que fue lo que sucedió, donde están mis amigos - Señor Quiroga, yo le puedo contar la parte de la que estoy autorizado a hablar. Quizás haya algunas preguntas que yo no pueda responder y, le pido, que usted sepa comprender. - Si, está bien – le contestó Agustín - Usted venía con sus colegas hasta haber pasado unos 5 Km. de Itanará. Allí, de acuerdo a lo que relataron sus colegas, un grupo de hombres armados los detuvieron y se lo llevaron a usted. - ¿Y qué les pasó a mis colegas? - A ellos los dejaron libres. Fueron los que denunciaron su secuestro en el destacamento de Itanará. - ¿Dónde están ellos ahora? ¿Por qué no están conmigo? – preguntó Agustín ansioso. - Señor Quiroga, ellos ya deben haber regresado a su país, de acuerdo al itinerarios que tenían trazado – le contestó el militar 156
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Pero, ¿cuánto hace que estoy aquí?, ¿quien me trajo? Hace una semana que usted está internado y aquí lo trajo un grupo del ejército que lo rescató de su cautiverio. ¿El ejército? ¿Cómo? – preguntó Agustín que cada vez estaba más confundido Hay elementos que no puedo revelar – dijo el teniente – solo puedo decirle que recibimos órdenes del comando. Perdóneme teniente – dijo Agustín – ya se cual es su posición. ¿Usted sabe qué va a suceder conmigo? Cuando le den el alta, ya está dispuesto que siga viaje a su país tal como había sido planeado. Para que se quede tranquilo, yo tengo en mi poder todas sus pertenencias, tal como me las dejó la señorita Davison. Gracias, teniente. La verdad es que hay muchas más preguntas, pero no quiero ponerlo en un compromiso. Yo estoy a la orden, señor Quiroga, en cuanto le en el alta, tenemos dispuesto un avión para llevarlo hasta Campo Grande donde podrá tomar un vuelo directo a Montevideo. Teniente, le agradezco todo lo que pueda hacer para acelerar mi llegada a mi país. ¿Usted sabe cuando me darán el alta? Vamos a llamar al doctor. En cuanto le den el alta, nosotros nos encargaremos de todo, permiso.
Cuando el teniente Ramírez se retiró, Agustín se quedó pensando: “¿El ejército se hizo cargo? ¿Por qué? Debe haber intervenido el coronel Correa, pero ¿cómo? ¿Y cuánto hace que salí de Encarnación? Mi familia pensará que me desaparecí. Sally, ¿qué será de su vida? ¿Se acordará de mí? ¿Y María Elena?, ¿qué sabrá de todo lo que me ha pasado? Si seré pelotudo, pensando en mujeres en lugar de preocuparme de mí. ” Mientras Agustín estaba concentrado en sus pensamientos, entraron el médico y dos enfermeros. - Señor Quiroga – dijo el médico – buenas noticias, vamos a levantarlo - ¿Si? – dijo Agustín algo temeroso - Tiene que comenzar su recuperación para seguir su viaje – le contestó el médico. - Doctor – dijo Agustín mientras los enfermeros lo ayudaban a levantarse – ¿qué fue lo que me pasó? ¿por qué estoy enyesado? 157
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Bueno, vamos a caminar por el corredor y le voy contando – le contestó
Los enfermeros le habían ayudado a levantarse, a ponerse una bata y le habían dado dos muletas para que las usara de apoyo. Una vez que estaba pronto, el médico le hizo indicación de salir caminando. Agustín hizo los primeros pasos con algo de duda y con la ayuda de uno de los enfermeros. Cuando salieron al corredor, ya había tomado más confianza y se desempeñó solo con las muletas. - Le cuento, señor Quiroga – dijo el médico – usted llegó al hospital con una herida de bala en su pierna derecha. Esa bala le interesó, sin llegar a fracturarlos la tibia y el peroné. Tuvimos que operarlo para reforzar esos huesos y enyesarlo para mantenerlo fijo hasta que se recuperen. - ¿Una herida de bala? ¿Cómo habrá sido? ¿Es posible que no recuerde nada? – preguntó Agustín - Como fue que le sucedió eso, quizás el teniente se lo explicó, dijo el doctor, en cuanto a que no recuerde, es posible. Usted tuvo una pérdida de sangre muy importante y eso causa un shock que crea una amnesia. - Tengo que hacerle la pregunta más importante para mí – dijo Agustín – ¿Cuándo puedo irme? - Mire, de acuerdo a la evolución que ha tenido, evidentemente ayudado por su buen estado físico, probablemente mañana en la mañana le demos el alta. - ¿Y el yeso? - Nosotros le vamos a entregar los antecedentes médicos y las radiografías para que usted se las de a sus médicos. Ellos podrán decidir, sin ninguna duda, que hacer. Agustín quedó tan feliz con la noticia que casi lo abraza al médico para darle un beso. Lentamente se fue caminando para la habitación. Cuando llegó a ella había dos chicas que estaban arreglando la habitación. - Ya terminamos – dijo una de ellas - ¿Si les pido algo no se ofenden? – preguntó Agustín - Si, dígame – dijo la otra - ¿Puedo darles un beso? - Si – dijeron las dos riéndose 158
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Luego que Agustín le dio un beso a la mejilla a cada una de ellas, le preguntaron - ¿A qué se debe? - Es que me dijo el doctor que me voy mañana. - Con razón – dijo una de ellas cuando se iban. Agustín, lentamente se recostó en la cama. Se sentía feliz. Le parecía mentira que todo aquel sufrimiento terminara. Sin embargo, le asaltaron dudas. “¿No me apresarán cuando salga del hospital? Sigo siendo un prófugo. Estoy acusado de asesinato.”, pensó. Al día siguiente, muy temprano, entraron dos enfermeros. Agustín ya estaba despierto y se había incorporado en la cama. Los enfermeros le ayudaron a vestirse. Casi enseguida llegó el teniente Ramírez. - Buen día señor Quiroga – dijo el teniente - Buen día – contestó Agustín aún dudando sobre su futuro - Aquí tengo sus cosas. Este es el dinero, la tarjeta, sus documentos y la valija con sus pertenencias. - ¿Y cómo me voy? – preguntó Agustín - Afuera hay un auto de la fuerza aérea brasileña que lo llevará hasta el aeropuerto de Ponta Pora. - ¿Fuerza aérea brasileña? ¿Por qué? - Son órdenes que tengo, señor Quiroga. Un avión de la fuerza aérea brasileña lo llevará hasta Campo Grande donde abordará el vuelo que lo llevará hasta su país. Los trámites de emigración e inmigración, ya los hicimos. Agustín seguía sin entender que era aquello. Como era que había tanta gente involucrada queriendo que volviera a su país. Cuando salió del hospital, caminando con sus muletas, en la puerta había una Van. Un hombre que estaba junto a ella, se aproximó rápidamente y tomó la maleta de Agustín y le dijo - ¿Lo ayudo, señor? - No, gracias – le respondió
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De cualquier manera el hombre lo ayudó a subir a la Van y después que se hubo acomodado, se pusieron en marcha camino al aeropuerto. Al llegar allí la Van estacionó junto a un bimotor de pasajeros de la fuerza aérea brasileña. Al pie de la escalerilla había un hombre y una chica. Cuando Agustín se bajó de la Van, ambos se acercaron a ayudarlo. Se subieron al avión y, con gran sorpresa, Agustín se dio cuenta que era el único viajero Casi de inmediato, el avión comenzó a carretear y, unos minutos después, levantaba vuelo. Agustín hizo un esfuerzo para evitar demostrar temor y para no marearse, ya que era la primera vez que volaba. Se puso a mirar, maravillado, por la ventanilla como se veían los objetos como si fueran de juguete. Después de unos 45 minutos de viaje, le avisaron que iban a aterrizar en el aeropuerto de Campo Grande. Agustín, como buen novato en volar, se aferró fuertemente al asiento. El avión tocó suavemente la pista y luego carreteó hacia el lugar que le habían asignado. Mientras lo hacía, Agustín miraba, extasiado, aviones más grandes preguntándose cual sería el que lo llevaría de vuelta a casa. Cuando el avión se detuvo, las dos personas que lo había ayudado a subir, vinieron y le dieron las muletas, asistiéndole para bajar. Al pie de la escalerilla había un hombre, muy bien vestido que, en perfecto español, le dijo - Señor Quiroga, lo esperábamos. Permítame que le ayude. Mi nombre en Raúl y estoy designado para asistirlo en todo lo que necesite. - Muchas gracias – dijo Agustín que no salía de la sorpresa de cómo lo trataban. Al costado de donde había estacionado el avión que lo trajo de Ponta Pora, había una Van a la que se subieron Agustín y el hombre que lo recibió. - Señor Quiroga, vamos a ir hasta la sala de embarque. Allí hay aire acondicionado. Su vuelo está anunciado para dentro de tres 160
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horas, por lo que le será mucho más cómo esperar allí. Yo ya me tomé el atrevimiento de hacer el check-in. Muchas gracias – respondió Agustín y pensó “creerán que soy un personaje o un actor. Les voy a seguir la corriente”.
Al llegar a la sala de embarque, Raúl le indicó que se sentara en un cómodo sillón - Dígame que quiere tomar, comer, lo que necesite - Si no es molestia, quisiera un refresco y un sándwich – dijo Agustín casi en voz baja. - Si, señor, enseguida se lo traigo Pasados unos minutos, apareció Raúl con lo que Agustín le había pedido - Señor – le dijo el hombre – yo no quiero invadir su privacidad. Voy a estar atento a lo que necesite. Yo estoy en aquella oficina. Cualquier cosa, solo tiene que hacerme una seña. Usted descanse que, cuando sea momento de embarcarse, yo vengo a ayudarle - Muchas gracias, así lo haré – le contestó Agustín contento de sacarse de encima a aquel hombre tan meloso. Agustín se puso a beber el refresco. Toda la vorágine del día le había dado sed. Comió el sándwich y se recostó en el respaldo del sillón, cerrando los ojos. Estando en esa posición, sintió que alguien le tocaba el hombro y a su vez una voz femenina le decía - Señor, ¿necesita que lo ayuden? - No, gracias señora – dijo Agustín asumiendo que se trataba de alguien del mismo aeropuerto. - Bueno, lo mismo me siento a su lado – dijo la mujer Cuando Agustín iba a reaccionar pensando “qué pesada esta mujer que no me deja descansar”, abrió los ojos y exclamó - ¡María Elena!, ¿qué hacés acá? - ¿Te creías que ibas a ir sin despedirte? – dijo ella riendo y dándole un beso en la mejilla. - Pero, ¿cómo sabías que yo estaba aquí? ¿Cómo hiciste para venir? - Te cuento, supimos lo que te pasó y, además, que hoy te daban el alta y que venías para Campo Grande. - A ver, ¿Cómo sabíamos? ¿Quiénes? – preguntó Agustín 161
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Noemí me contó todo. Ella quería venir pero el marido no la dejó. Yo estaba en Asunción para viajar a Buenos Aires y, cuando ella me llamó y me dijo que tú venías para aquí, me tomé el primer avión que salió y me vine – explico María Elena en forma atropellada. ¿Y quién les contó que yo salía para acá? No se. Lo único que se es que me avisó y a mí me dieron ganas de verte y me vine – dijo María Elena. ¿Y cuándo llegaste? Hace un rato. Te estaba buscando y, cuando te vi, no lo podía creer – dijo ella Vení sentate – le dijo Agustín ¿Y cómo te sientes? Enyesado, pobrecito. ¿Viste?, tenía que venir a ayudarte. Ahora estoy mejor. Deseando empezar el viaje de retorno a mi casa – le contestó Agustín Me imagino como te habrás sentido por todo lo que pasó No quiero hablar de eso, no quiero ni recordarlo. Además hay tantas cosas que pasaron que no entiendo que es mejor no hablar. Perdóname – dijo María Elena – no quise que recordaras. No, está bien, tú no tenés la culpa. Contame de ti. ¿Qué has hecho? – le preguntó Agustín Mira, ya me fui a Buenos Aires. Estoy estudiando allá. Además tengo que contarte algo. ¿Sí?, ¿qué? – le preguntó Agustín Conocí a un chico con el que nos llevamos muy bien – le dijo ella ruborizándose. Me parece muy bien – dijo Agustín pensando en Sally, a quien no se había podido sacar de la cabeza. ¿En serio? ¿No te enojas? – le preguntó ella. En serio. Fijate, yo me voy a mi país ahora. Te lo había dicho, yo te estimo mucho, me parecés una chica preciosa, pero la distancia hace que las cosas se enfríen. Es lo mejor para ti, que es lo que yo deseo. Ay, gracias Agustín, tenía miedo que te enojaras. Pero ahora decime. ¿Cómo te vas a ir? – le preguntó él Me voy contigo – dijo ella riendo ¿Cómo? 162
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Nada, no te asustes. El vuelo en el que vas tú, sigue hasta Buenos Aires, así que te voy a acompañar. ¡Qué bien! – dijo Agustín – soy un tipo de suerte. Voy a tener una asistente bonita hasta Montevideo. Gracias – dijo ella dándole un beso en la mejilla
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En ese momento se aproximó Raúl Perdón, señor Quiroga, su vuelo está para embarcar Bueno, gracias, allá vamos.
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Con la ayuda de María Elena y un comisario de a bordo, Agustín pudo acomodarse en un asiento de lo que él consideraba un enorme avión. Cuando estuvieron sentados y luego de subir el pasaje, el avión se puso en marcha. A Agustín lo ponía muy nervioso el volar, pero no quería que María Elena se diera cuenta por lo que se aguantó, con gran sufrimiento, de hacer ninguna expresión que lo denotara. Después que el avión ya estaba en vuelo, María Elena, que se había sentado junto a Agustín, le dijo - Qué lindo y qué maravilloso es volar, ¿no? - Si – dijo él lacónicamente - ¿No me digas que no te gusta? – dijo ella sonriente - No te rías, pero es el segundo avión al que subo en mi vida y no me hace ninguna gracia – dijo Agustín - No puedo creerte. No, ¿por qué me iba a reír? – dio ella tomándole la mano - María Elena – dijo Agustín – no me hagas sentir que te necesito. - No, no fue mi intención. Yo te sigo queriendo. Eres el mejor amigo que he tenido. - ¿Cómo podés afirmar eso, con lo poco que nos conocimos? - Porque nunca te quisiste propasar conmigo y siempre me trataste con mucho cariño y respeto. Agustín no quiso agregar nada. Se recostó en el respaldo y cerró los ojos. Ella hizo lo mismo y apoyó la cabeza en el hombro de él. 163
“¡Cómo perdí el tren con esta nena! Todo por la mierda de haber ido a Asunción. Es una chica perfecta y me mueve el piso. ¿Y qué voy a hacer? Nada, cuando a uno le toca perder, perdió”, pensaba Agustín mientras sentía la cabeza de ella en su hombro. -
Luego de un rato, Agustín abrió los ojos y vio que ella lo miraba ¿Qué estabas mirando? – le preguntó Nada, que lindo debe ser verte dormir – le contestó María Elena con una sonrisa. María Elena – dijo Agustín – no empecemos con eso. Tú sabés que podemos seguir siendo buenos amigos. Si, tienes razón. Te voy a dar mi dirección de e-mail así que, cuando puedas me cuentas como van tus cosas. Si, por supuesto – le contestó él ¿Te pasa algo? – preguntó María Elena Me empezó a doler la pierna por estar quieto. Extiéndela hacia aquí – le dijo ella mientras lo ayudaba.
Así volvieron los dos a quedarse callados. Agustín con los ojos cerrados y ella mirándolo hasta que se oyó por los parlantes del avión “estimados pasajeros les comunicamos que en contados minutos estaremos aterrizando en el Aeropuerto Internacional de Carrasco. La temperatura en la ciudad de Montevideo es de…” A Agustín se le hizo un nudo en la garganta y se le cayeron dos lágrimas que, rápidamente, se las secó con la mano. - ¿Qué te pasó? – le preguntó María Elena Agustín le hizo señas con la mano como diciendo que no pasaba nada - ¿Cómo no quieres que te quiera? ¿Te emocionaste? Es lógico, llegar a tu país después de todo lo que has pasado – le dijo ella abrazándolo Cuando el avión se detuvo en la manguera y dijeron que los pasajeros podían bajar, María Elena y Agustín se abrazaron ya que ella, como pasajero en tránsito iba hacia otra sala. - Envíame un mail tan pronto puedas – le dijo ella 164
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Si, quedate tranquila. En cuanto acceda a una computadora te lo mando. No te olvides de mí – le dijo María Elena con lágrimas en los ojos.
Agustín se fue por el pasillo hacia la puerta de salida, sin mirar hacia atrás. No quería ver que, quizás, estaba dejando el amor de su vida. Al llegar a inmigraciones, un hombre muy bien vestido se dirigió a Agustín - Señor Quiroga, venga conmigo. Permítame que le ayude con su equipaje - Si – dijo Agustín pensando que otra vez comenzarían con las averiguaciones El hombre lo condujo directamente hacia fuera donde otra persona lo esperaba al lado de un Mercedes Benz negro. - Señor Quiroga – le dijo el hombre que estaba junto al auto – nosotros vinimos en nombre de a doctora Márquez - Ah, si, era la persona que me había indicado que viera aquí en Montevideo – le respondió Agustín. - Efectivamente. Nosotros lo vamos a llevar a un hotel. La doctora ya va para allá Agustín estaba muy desconfiado y pensó “¿no será que me quieren secuestrar otra vez? Tengo una ventaja, estoy en mi país. Puta, ¿por qué tengo que andar en estos líos? No, no pueden seguir pasando cosas. Mejor pienso en María Elena. ¡Qué pelotudo que soy! ¿Por qué no le dije que la sigo amando?” Mientras el automóvil se desplazaba por la costanera de la ciudad de Montevideo, una prolongada avenida que bordea la costa del Río de la Plata, hasta llegar a un lujoso hotel en el barrio de Punta Carretas, Agustín, mirando por la ventanilla pensó: “es la primera vez que hago este recorrido en Montevideo.” Al parar el automóvil en el frente del hotel, un botones, abrió la puerta del vehículo y ayudó a Agustín a bajar. Él se dirigió, manejándose con las muletas, hacia la recepción. La recepcionista le dijo - Bienvenido señor Quiroga. Aquí está la tarjeta de su habitación. 165
- Gracias – dijo Agustín sorprendido de todo ese recibimiento. Las personas que lo trajeron desde aeropuerto, lo saludaron y se fueron. Un botones lo acompañó hasta la habitación, ubicada en un piso alto. Cuando abrió la puerta, Agustín quedó asombrado por el lujo y la vista hacia el mar. Le dio una propina en dólares al botones, ya que era la única moneda que le quedaba. Luego, se puso a mirar por la ventana hacia el mar. Estaba atardeciendo y era una vista magnífica. Mientras tanto pensó: “¿qué hago yo en este hotel? Tendría que haberme ido a la terminal de ómnibus y tomar uno pasa mi casa en Salto. Todo esto es tan misterioso. ¿Será que algún día pueda salir de todos estos líos?” -
Sonó el teléfono de la habitación. Agustín levantó el tubo ¿Si? Señor Quiroga, la doctora Márquez lo está esperando Ah, si, muchas gracias, ya bajo
Agustín, al salir de la habitación, se detuvo un momento memorizando por donde había venido. No quería pasar por un hombre no acostumbrado a esos hoteles. Pudo llegar hasta el ascensor y pulsó planta baja. Al llegar, se dirigió hacia la recepción - Señorita – dijo – me avisaron que la doctora Márquez me esperaba. - Si, señor. Está en el salón contiguo a la recepción. - Gracias Agustín se dirigió hacia donde le había indicado la recepcionista. Cuando llegó, una mujer joven, muy bien vestida, se levantó y se dirigió hacia él. - ¿Señor Quiroga? – le preguntó - Si, doctora - Bueno, usted ya sabe, soy Mabel Márquez. Le confieso algo, esperaba encontrar a un hombre mayor. - ¿Por qué? - No, por nada, pero venga sentémonos usted debe estar incómodo. - Si, la verdad, además de cansado. 166
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Bueno, señor Quiroga, a partir de ahora yo voy a estar encargada de sus cosas Perdóneme, doctora, ¿qué cosas?, ¿sabe?, lo único que quiero en este momento es irme para la casa de mis padres. He pasado muchos, digamos, contratiempos y todo rodeado de misterios – dijo Agustín que sintió que tenía ganas de desahogarse de todo lo pasado. Tiene razón. Conozco por todo lo que usted ha pasado, pero hay algunas cosas que debemos arreglar. Está bien, ya se, lo de la prisión en Asunción – le contestó Agustín de mala gana No, eso ya está arreglado. Permítame que le diga de que se trata. Si, doctora, perdóneme pero entiéndame usted. Si, señor Quiroga. Bueno, para empezar, vino este paquete desde Encarnación. Son pertenencias suyas. Además hay un giro de dinero de lo que le adeudaban en la empresa. Ese dinero lo vamos a poner en una cuenta bancaria porque es mucho, por lo que le pido que me firme estos documentos de depósito en el banco. ¿Y de qué cantidad estamos hablando? – preguntó Agustín. 48.500 dólares ¿Míos? – dijo Agustín asombrado Si, es lo que me enviaron. Además me comunicaron que, en unos días, va a existir un depósito de una importante suma en una cuenta, a nombre suyo, en el exterior. ¿Tendré que matar a alguien? – dijo Agustín demostrando su enojo No – rió ella – entiendo su enojo. En pocos días vamos a poder conocer todo lo sucedido. Ahora, de lo que yo estoy encargada, es que usted pase bien, se haga ver con los médicos y viaje a ver a su familia. Gracias, pero no se a qué médico tengo que ir aquí en Montevideo. No se preocupe, mañana ya le conseguí hora con un traumatólogo. Lo venimos a buscar y quizás, puedan sacarle el yeso. Doctora, ¿puedo comunicarme con mis padres? Le pregunto porque me habían dicho que hasta que no hablara con usted, no lo hiciera. 167
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Si, por supuesto. En ese envío que vino de Encarnación está su notebook y, además, aquí tiene un celular que está a su nombre. Bueno, ahora lo dejo para que descanse. En el celular está mi número por si necesita algo. Mañana a las 10 de la mañana lo pasamos a buscar.
La abogada se despidió de Agustín con un beso. Él se quedó pensando: “Sigo preso y sin saber qué hacer. Y ahora eso de que tengo plata a mi favor en una cuenta. Sigue siendo todo muy raro. ¿Y si me voy para casa de los viejos? Si pero, ¿cómo? Voy a esperar para ver que sucede mañana. Si las cosas siguen así, no me importa nada y me voy para Salto.” Llamó a un botones para que le ayudara a él con el paquete. - Espere un poquito – le dijo Agustín al botones y se dirigió a la recepcionista. - Señorita - Dígame - Primero, ¿hay cajero aquí en el hotel? - No aquí no, pero si en el Shopping - Otra cosa. Quiero pegarme un baño y necesito algo para cubrir el yeso. - No se preocupe, en un momento le envío una bota de plástico para cubrirlo. - Muchas gracias. Agustín subió a la habitación y luego de unos minutos, golpearon la puerta. Era una persona de servicio del hotel que te traía una bota de plástico para el yeso. Aprovechando las comodidades que le daba el hotel, se afeitó y luego, lentamente, se quitó la ropa y se dio una ducha. Estuvo varios minutos debajo de la lluvia disfrutando y relajándose. Cuando terminó, se secó, no sin dificultad, y luego se puso un calzoncillo y una remera. Moviéndose sin las muletas, se fue hasta el escritorio que había en la habitación, desenvolvió el paquete y sacó la notebook. La encendió y estuvo mirando como conectarse a la red. Mientras esperaba, tomó el celular que le había dado la abogada y llamó a la casa de sus padres. - ¿Si?, hola – oyó una voz femenina - ¿Melisa? 168
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- Si, quien habla - Agustín – dijo el con la voz quebrada En ese momento Agustín oyó que su hermana gritaba: - ¡Mamá, papá, Agustín! – Entonces oyó la voz de su padre - Agustín, ¿Dónde andás? ¿Qué te ha pasado? - Papá, estoy en Montevideo, me vine porque allá no daba para más. Tengo que hacerme unas curaciones así que en un par de días estoy alli. - Haceme el favor, hijo, no sabés como está tu madre. - Ya se papá. Tranquilizala. Yo estoy bien. Anotá el número del celular por si me quieren llamar - Esperá…decime…bueno. Tenés que avisarnos. Tu madre está casi desmayada, pensaba que no iba a ver más. - Papá, mandale un beso grande a ella, a Melisa y a Mariana. Para ti un abrazo muy fuerte. Decile a todas que las quiero mucho. Visiblemente emocionado, se le caían las lágrimas. Miró la notebook y ya tenia la conexión. Entró a su casilla de e-mail y le escribió a Sally “Sally: amor, salí de todo el lío y ya estoy en Montevideo. Espero que tú hayas podido terminar el viaje. Extrañé mucho tu apoyo. Contéstame en cuanto puedas. Un beso, Agustín” Quedó pensativo un rato: “¿Es Sally realmente quien le interesaba, o es María Elena? Decidió mandarle un mail a María Elena “María Elena: Querida amiga, gracias por tu apoyo durante el viaje. No sabes cuanto te hubiera necesitado aquí. Me alojaron en un hotel muy lujoso en Montevideo. Estoy seguro que te hubiera gustado. Mañana voy a ir al médico por la pierna. No se todavía por qué, pero me tratan como si fuera un rey. Todo sigue en un misterio. En cuanto me entere de que se trata, te escribo. Hoy hablé con papá y mi hermana y me quedé muy emocionado. Ahora voy a comer algo y a dormir. Tu amigo que te quiere mucho, Agustín”
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Cuando terminó de redactarlo, se lo quedó leyendo y pensó “¿No será demasiado demostrativo de lo que la extraño? Bueno, si se da cuenta no importa. Lo mando y listo.” Después de enviar los mails, llamó por teléfono al restaurante y se pidió de comer. Abrió el frigobar y sacó hielo y una botellita de whisky y se sirvió. “Voy a aprovechar mientras pueda”, pensó Se volvió a sentar en la silla que estaba en el escritorio. Golpearon la puerta. Era la comida que había ordenado. El mozo se la sirvió y él fue hasta el pantalón y le dio una propina en dólares. Cuando estaba comiendo, sonó el aviso, en la computadora, de que había recibido un mail. Miró. Era de María Elena. El corazón le dio un vuelco. Demoró en poder leerlo. Decía: “Amor mío: no tienes más que decírmelo para que vuele a tu lado. No sabes cuanto he llorado en el viaje hasta Buenos Aires. Si tienes celular pásame el número o dime en que hotel estás así te llamo. Un beso de alguien que te ama. María Elena” Enseguida le contestó, pasándole el número del celular y el nombre del hotel. “¿No me habré apurado? Me dijo que se había enamorado de un chico. ¿Qué habrá pasado?”, pensó en ese momento. Mientras pensaba, llegó un mail “Siguiente correo no fue entregado: sallydav@.... Dirección incorrecta” “¡Qué extraño! Estoy seguro que ella me anotó la dirección de email. ¿Qué será? Todo está rodeado de tanto misterio”, pensó en ese momento. Sonó el celular. “¿Quién podrá ser si nadie sabe del celular? Quizás sea la abogada misteriosa”. Demoró en atender porque había dejado el aparato sobre la cama - ¿Si?, dijo 170
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¿Agustín? – dijo una voz femenina del otro lado Si, ¿quién es? – contestó él Una mujer que te ama y está loca por ti. ¡María Elena!, ¿qué hacés? Es tarde mujer. ¿No te gusta que te halla llamado? No, no es eso, linda, es que no lo esperaba. Agustín, ¿quieres que vaya para allí, mañana? No me cuesta nada. Puedo estar allí a las 8 de la mañana. - María Elena, sabés que me gustaría, pero no se, todavía que va a ser de mi vida. Quiero poder irme a casa de mis padres lo antes posible. - Bueno, Tú me necesitas así que mañana temprano estoy allí, Un beso, te amo María Elena cortó la comunicación. Agustín se quedó helado. No sabía que pensar. -
Se recostó en la cama y, con el teléfono en la mano se quedó dormido.
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CAPITULO XVIII
Agustín se despertó sobresaltado con el timbre del teléfono de la habitación. Miró por la ventana y ya había amanecido. Tomó el teléfono y contestó con la voz que le podía salir - ¿Si? - Señor Quiroga, la señora María Elena Allan está aquí preguntando por usted. Perdóneme, pero la señora insistió en que lo despertáramos. - Si, si, está bien. Dígale a la señora que ya bajo – contestó Agustín. Se vistió con el pantalón con la pierna cortada, una remera y un mocasín. Tomó sus muletas y salió. “¡Qué loca esta mujer!, dijo que venía y vino, nomás”, pensó y se dibujó una sonrisa en su rostro que denotaba felicidad. Cuando llegó abajo en el ascensor, María Elena estaba de espalda al mismo. Él salió del ascensor y se la quedó mirando “evidentemente estoy enamorado de ella”, pensó. Ella, como si hubiera notado que la estaban mirando, se dio vuelta y corrió hacia él abrazándolo y besándolo. - Con cuidado chiquita que me vas a tirar – dijo Agustín - Ay, si, perdóname. Me moría por verte Ella estaba vestida con jeans, una remera ajustada, una chaqueta de gamuza y botas bajas del mismo tono de la chaqueta y un bolso que hacía juego Tenía el pelo recogido. - Estás preciosa – dijo Agustín - Para ti – le contestó ella Miró hacia donde ella estaba parada y vio un grupo de valijas y bolsos - ¿Todo eso es tuyo? – le preguntó - Si, vine para quedarme – le contestó ella tomándole la mano - Pero, María Elena, no se ni a donde voy a ir a parar 173
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No me importa, pero no te me escapas más. Bueno, vení vamos a arreglar tu alojamiento. Ya pedí que te trasladen a una habitación doble conmigo.
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Agustín la miró asombrado Estás loca – le dijo riendo Si, es tu culpa, dijo ella y le dio un beso
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Ayudado por ella, Agustín se dirigió hacia la recepción. Señor Quiroga, ¿podemos trasladar sus pertenencias? La habitación elegida para ustedes está en el mismo piso Si, si, de acuerdo. Todo lo carga a mi cuenta – dijo Agustín sintiendo un orgullo al poder decir eso.
Al llegar a la nueva habitación, después que el botones cerro la puerta, María Elena y Agustín se abrazaron y se besaron - Nunca creí que esto iba a ser así – dijo él - Amor, hace meses que lo estoy esperando - María Elena, dentro de un rato me vienen a buscar para ir al médico. - Si, ya se. Voy contigo, pero antes déjame que te muestre algo. ¿Dónde tienes la computadora? - Allí. - Mira, ven. Te voy a mostrar algo que salió publicado en el diario en Asunción. Me lo contó mamá anoche cuando le avisé que venía para acá. María Elena busco en la notebook hasta llegar a la página Web del diario. En titulares se leía: “OPERACIÓN CONJUNTA DE POLICÍA Y FUERZAS ARMADAS DESARTICULAN BANDA QUE TRAFICABA CON ARMAS, DROGAS Y TRATA DE BLANCAS” “Con el apoyo de la DEA de Estados Unidos y de un agente de un tercer país, se logró la captura de los principales responsables de una banda que se dedicaba al tráfico de armas, drogas y trata de blancas, la intervención…” -
Si, ¿y? – dijo Agustín Según mamá, es donde tú estuviste involucrado. 174
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A ver, esperá. Dos cosas. Primero, ¿tu mamá sabe lo que pasé y de qué me acusan?, y segundo, ¿cómo que es donde yo estuve involucrado? Mira, yo le conté todo a mamá. Ella sabe que estoy enamorada de ti y que me iba a venir a vivir contigo. Lo otro, ella lo sacó como conclusión, porque justo se dio en el tiempo que te pasó todo.
Cuando iban a seguir la conversación. Sonó el teléfono de la habitación. Ella atendió - ¿Si? - La doctora Márquez está esperando al señor Quiroga - Si, ya bajamos – contestó María Elena. - ¿Tengo secretaria, ahora? – dijo riendo Agustín - Si – dijo ella dándole un beso Unos minutos más tarde llegaron al lobby del hotel. Allí estaba la abogada. - Doctora, buen día – dijo Agustín – le presento a mi novia, María Elena Allan. - Buen día señor Quiroga – dijo la abogada – encantada señorita. ¿Nos vamos? - Si, dijo él En silencio fueron hasta la clínica del traumatólogo. Allí le quitaron el yeso y le dijeron que estaba recuperado. Que, a partir de ahí, tendría que comenzar con fisioterapia para recuperar bien el movimiento del tobillo. Agustín preguntó - Doctor, esa fisioterapia puedo hacerla en el interior - Si, lógico, pero no deje de hacerla, es la manera de volver a sentirse normal - Gracias. Una vez que salieron del médico, la doctora Márquez le dijo -
Señor Quiroga, tendríamos que reunirnos para que pueda darle toda la documentación. Está bien, ¿cuándo puede ser? – le preguntó él ¿Está libre ahora?, porque podríamos ir a mi estudio y ya arreglamos todo. 175
Agustín miró a María Elena y ella asintió - Está bien. Es lo mejor para así puedo viajar a casa de mis padres - Muy bien – le contestó la doctora Márquez Una vez que estuvieron en el estudio de la abogada, ella le dijo a Agustín - Aquí tiene el número de su cuenta bancaria, la tarjeta y en ese sobre, su PIN. Estas tarjetas de crédito están a su nombre. Le abrimos dos cuentas una en dólares y otras en pesos uruguayos. Aquí tiene su pasaporte renovado y esta es una carta para el gerente general de la empresa que tiene la plantación de arándanos en Salto. Ya se acordó que su cargo será de asesor. - Perdóneme, doctora – dijo Agustín entre enojado y disgustado – pero todo esto, ¿de dónde salió? Yo no creo que alguien pueda darme todo esto si no es por algo. Parte del dinero, pero no esa cantidad, será por lo que no cobré en la empresa en Encarnación, pero la atención aquí en Montevideo, el cargo en una empresa y lo que usted mencionó de una cuenta en el extranjero, eso no. No tiene, para mí, ninguna explicación aceptable. - Créame, señor Quiroga, que entiendo su preocupación. Todo esto tiene explicación pero, quien puede dársela, no está en el país y me dejó encargada a mí de hacerle llegar lo que es suyo. - ¿Y cuándo voy a ver a esa persona? – preguntó Agustín que se mostraba visiblemente molesto. - No se fecha exacta, pero usted puede moverse a su gusto. En cuanto esa persona llegue, nos ponemos en contacto. - Está bien, gracias doctora y perdón por mi impaciencia, pero he pasado muchas cosas raras y difíciles y todo esto me pone muy nervioso. María Elena, que se había mantenido en silencio, le tomó la mano a Agustín y le dijo - La doctora te lo va a explicar. Ya te lo dijo. Vamos para casa de tus padres y tratemos de comenzar una vida normal - La señorita tiene razón – dijo la abogada – ahora usted debe preocuparse de retomar su vida. - Gracias doctora. Ahora vamos a sacar los pasajes para ir a casa de mis padres. 176
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Ah – me olvidaba, dijo la abogada – eso no es necesario. Si usted se anima, puede ir en su coche. Está aquí en el garaje del edificio. Si no, yo se lo hago llegar a donde usted vaya. ¡¿Mi coche?! – exclamó Agustín – si no tengo auto. Si, es…déjeme mirar…una Chevrolet Captiva 4x4. Tengo que fijarme porque no entiendo de esto. Mire doctora, otra vez estamos en lo mismo – dijo Agustín – prefiero que ese vehículo quede aquí hasta que yo sepa a qué se debe todo esto. Está bien, entiendo. Lo único que le voy a pedir es si nos lleva de vuelta al hotel, porque así puedo cambiarme e ir a buscar los pasajes. Si, como no – dijo ella
Más tarde, María Elena y Agustín estaban en la habitación del hotel. Él estaba visiblemente alterado - ¿Qué es todo esto?, ¡por favor!, no entiendo nada. Es peor que cuando estaba en Paraguay. Decime, mi amor, ¿que es? - Yo estoy tan asombrada como tú – dijo María Elena – Tampoco entiendo el por qué de todo lo que te están dando. - Vení abrazame y decime que tú no eres de mentira, que tu amor es cierto. -
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María Elena lo abrazó y lo besó, acariciándole la cabeza. Yo estoy aquí porque te amo. No imaginaba nada de esto. Lo mejor que podemos hacer es tratar de comenzar una vida normal. Si – dijo él – espero que podamos
Agustín la abrazó y, lentamente le quitó la remera. Se recostaron en la cama y tuvieron su primer encuentro de amor y sexo. Se quedaron abrazados. Agustín se incorporó y, después de darle un beso a María Elena, le preguntó - Decime, ¿por qué seguiste viaje a Buenos Aires y no me dijiste nada? Además. ¿tu novio? - Tenía miedo que me dijeras que no me querías. Lo del chico era, otra vez, una pequeña mentira – le contestó ella 177
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Vas a tener que cambiarla porque si la decís otra vez no te voy a creer – dijo él riendo Qué lindo verte reír – le dijo María Elena Gracias a ti, mi amor. ¿Te parece si nos vestimos y vamos al Shopping? Así retiro dinero y nos compramos lo que queramos Ella se levantó saltando como una niña. ¡Qué lindo!, vamos a pasear como una pareja – dijo Si, como lo que somos, ¿no? Si, voy a vestirme – le contestó ella yéndose al baño.
Agustín se sentó frente a la Notebook y estuvo tentado de volver a enviar otro mensaje a Sally, pero, después, se arrepintió. Pensó en María Elena y todo lo que ella había hecho para estar a su lado. Estuvieron un par de horas paseando por el Shopping. María Elena se compró ropa en tiendas de moda y lo obligó a Agustín a que también se comprara para él. Después almorzaron en el propio Shopping - ¿Te acuerdas de nuestra salida a Posadas? – le dijo ella – Nunca me voy a olvidar. Fue allí donde me di cuenta que te amaba, que no podía vivir sin ti. - Me acuerdo. Era una época preciosa. No me había pasado nada – le contestó Agustín - Quiero que volvamos a vivir esa época pero los juntos y aquí – dijo María Elena - ¿En qué querés ir a Salto?, ¿en ómnibus o en avión? – preguntó Agustín - Mejor vamos en avión. Es más rápido y menos cansador – dijo ella – además no puedes abusar de tu pierna. - Tenés razón – vamos a sacar los pasajes. Cuando volvieron a la habitación del hotel, ya estaba atardeciendo. María Elena le tomó la mano a Agustín y, mirando por la ventana hacia el mar, dijo - Mira que lindo atardecer. Es la primera vez que lo vemos juntos aquí - Es cierto – dijo Agustín que la abrazó y la besó.
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Agustín, mi amor, ¿no tendrías que avisarle a tus padres que vamos? – le preguntó María Elena. Es cierto, voy a llamarlos Agustín tomó el celular y llamó ¿Mamá?,… Agustín… si, si, estoy bien…mañana llegamos en avión a las 9:15…si voy acompañado…ya vas a saber…dame con papá…viejo, le decía a mamá que vamos en avión y llegamos a Salto a las 9:15…si, acompañado…ya vas a saber…no te preocupes, nos tomamos un taxi…un beso, hasta mañana. ¡Cómo me gusta verte hablar con tus padres! – dijo María Elena ¿Qué tiene de raro? Eres tan dulce. Ojala logre que me trates así a mí. Pero, ¿yo no te trato así? – preguntó Agustín Si, es cierto mi amor, pero hay algo, como una línea de amor que se logra a través del tiempo – le respondió ella Ya lo vamos a lograr. Si ya lo sé. Mi amor, estoy tan cansada, ¿te parece si pedimos algo para comer aquí en la habitación? Si, decime que querés. Algo liviano, una ensalada
Luego de pedir la cena, Agustín fue al baño, se afeitó y se bañó. Cuando salió, María Elena se había dormido. Él no quiso despertarla teniendo en cuenta que había viajado en la mañana y había estado todo el día de pie. Golpearon en la puerta. Era el mozo que traía la cena. Agustín, pareciendo que era alguien acostumbrado a ello, la hizo servir en la mesa. María Elena abrió los ojos y dijo sonriendo - ¿Puedo comer un poquito? - ¿De qué?, preguntó él riendo - De la cena, porque a ti te voy a comer todo – dijo ella levantándose y abrazándolo -
Una vez que terminaron de cenar, María Elena, dijo Me voy a bañar porque mañana tenemos que madrugar. Si, linda, voy a pedir que nos despierten y que tengan el coche para llevarnos al aeropuerto. 179
Cuando María Elena salió del baño, Agustín ya estaba acostado mirando televisión. Ella se había puesto un breve camisón traslúcido que dejaba ver su magnífica figura. Él la miró, apagó la televisión y abrió los brazos. Ella se tiró a aquellos brazos que la esperaban - Es la primera noche juntos, después de tanto tiempo – exclamó - Si, linda, te amo – le dijo él A las 5 de la mañana ya estaban los dos levantados y vestidos. Acomodaron sus cosas y bajaron al lobby del hotel. Agustín se acercó a la recepción - Señorita – le dijo a la recepcionista – ¿me da la liquidación de mi habitación? - Señor Quiroga, su cuenta ya está saldada. Si quieren pueden ir a desayunar. El coche ya va a estar aquí. Agustín se iba a poner discutir con la chica porque otra vez sentía que estaba preso de alguien. “¿Quién pagó la cuenta y por qué? Seguimos en el mismo misterio”, pensó pero no dijo nada. Los dos se fueron a desayunar. Agustín tomó solo un café. María Elena le dijo, - ¿No vas a comer nada? - No, sabes que tengo miedo de descomponerme. Los aviones no se hicieron para mí Al llegar al aeropuerto, despacharon las valijas y tuvieron que esperar un rato para embarcar. Se sentaron y Agustín notó que a María Elena le pasaba algo - Mi amor, le preguntó, ¿te pasa algo? - Estoy muy nerviosa – le contestó ella mirándolo a los ojos - ¿Pasó algo? ¿Hay algo que no me has dicho? - No, nada de eso – dijo María Elena – estoy nerviosa porque voy a conocer a tu familia. No se como me recibirán, si me aceptarán. - Yo ya te conté. Mi familia es muy humilde pero es muy cariñosa. Te van a recibir como alguien más de nosotros. Además tú eres la mujer que amo y eso alcanza. - Yo también te amo – dijo María Elena y le dio un beso. Cuando ya estaban embarcados, Agustín le dijo a María Elena. 180
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¿Me das la mano así no me asusto? Si, mi amor, conmigo siempre vas a estar seguro – dijo ella con una sonrisa.
Estando en vuelo, al tratarse de un avión de ala alta, Agustín aprovechó, a pesar de sus temores, a ir indicándole a María Elena lo lugares que podía reconocer desde el aire. Una hora después de haber despegado del Aeropuerto Internacional de Carrasco, el avión aterrizó en el aeropuerto Nueva Hespérides de la ciudad de Salto. Bajaron del avión y se dirigieron a la sala de equipajes. Allí, un hombre, de unos 50 años, le dijo a Agustín - ¡Quiroga chico!, ¡Qué haces por acá!, te hacia en el extranjero todavía - Francisco, ¿como estás? – le respondió Agustín con un abrazo – te presento a mi novia, María Elena - Mucho gusto señorita – dijo el hombre dándole la mano - Francisco trabajó muchos años junto a mi padre – le explicó Agustín a María Elena. - Perdóneme, señorita, pero usted es demasiado linda para este hombre – dijo Francisco. - Buen, no empieces – rezongó Agustín – y decime, quiero alquilar un auto. ¿Se puede hacer desde aquí? - Si, m’hijo, esperá que ya te lo arreglo. - Se ve que te quieren – dijo María Elena que seguía aferrada al brazo de Agustín. - ¿Te sentís bien? - Si, estoy bien pero muy nerviosa. Entiéndeme. Estoy en un país extraño, con gente diferente. - Podés quedarte tranquila, aquí la gente es muy buena y enseguida te van a querer. ¿Tenés frío? - No, quédate tranquilo, estando contigo me siento muy bien – le dijo ella dándole un beso en la mejilla. -
Unos minutos después vino Francisco. Bueno, ya está, en un ratito te traen un coche. ¿Le avisaste a tus padres que venías? 181
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Si, los llamé anoche. ¡Qué alegría les vas a dar!, no sabés lo que te han extrañado. ¿Y cuando te volvés para el extranjero? Creo que nunca más. Vengo a quedarme – le dijo Agustín Pero la señorita no es uruguaya, ¿no? No es de Paraguay y me la traje de allá – dijo Agustín mirándola a María Elena que se había ruborizado. No es por nada – dijo Francisco – pero hacen una pareja muy linda. ¡Mirá!, ya vino el auto. Agustín miró y en la puerta había un Focus nuevito. Bueno, vamos – le dijo a María Elena Dejen el equipaje que yo se los hago alcanzar al auto – dijo Francisco – entre otras cosas, ¿no me digas que eres tú el que venís a la plantación de arándanos? Puede ser, ¿qué has escuchado? Nada, que venía un nuevo agrónomo que es de aquí como asesor. ¿Sabés como me enteré? Porque me encargué del equipamiento de la casa, aire acondicionado, cocina, etc. No sabés es preciosa.
Del auto se había bajado un hombre de unos 40 años que cuando lo vio a Agustín, le dijo - Cuando me dijeron que el auto era para Quiroga, creí que era para tu viejo, ¿cómo andás?, ¿de vuelta al pago? - Si, aquí volviendo – dijo Agustín – ¿cómo te arreglo lo del auto? - ¿Tenés tarjeta? - Si - Bueno, prestámela y ya te hago el documento, me lo firmás y listo - ¿Cuándo precisás el auto? - Cuando no lo uses más. - OK, gracias. Agustín se despidió de sus conocidos, le abrió la puerta a María Elena para que subiera y luego subió él. - Bueno como ves, parece que hasta casa tenemos, si es que querés seguir conmigo - No seas malo. Sabes que te amo y te voy a seguir donde sea. 182
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Nena, tú no llamaste a tus padres. ¿Ves?, ¿cómo no voy a quererte si estás en todo? – le respondió ella, eso mismo estaba pensando. Mirá, ahora pasamos por Salto y vamos a un locutorio para poder hablar. Pero puedo hacerlo por el celular – dijo ella Quiero que lo hagas tranquila y que tengas tu privacidad – le dijo Agustín No seas tonto, contigo no tengo secretos. Tú maneja que yo hablo. María Elena tomó su celular y llamó ¿Mamá?,…Elenita…, si ya se…en Salto, Uruguay…con Agustín, vamos para la casa de sus padres…si, estoy feliz…ah, no sabes, es divino… ¿y qué dijo?..., no se, tenemos que ver como nos arreglamos aquí…si, ya tiene…mamá no embromes…te llamo después…Agustín te manda un beso…beso a papá. ¿Y? ¿Qué te dijo? – preguntó Agustín Estaba muy sorprendida. Dijo que no podía creer que me hubiera venido para acá contigo. Me preguntó que teníamos pensado hacer. Pero te preguntó algo más – s le dijo Agustín con una sonrisa Si, pero no te lo voy a decir porque me da vergüenza – le contestó ella ¿Cómo vergüenza?, ¿es malo? No, pero no quiero que pienses mal – dijo ella ruborizándose Bueno, no voy a pensar mal. Decime que es. Te lo digo pero, no te enojes. Me preguntó cuando nos casamos ¿Y por qué me voy a enojar?, me dan ganas de parar el auto y abrazarte. En cuanto se resuelva tomo el lío mío, nos casamos. ¿Estás de acuerdo? Me acabas de pedir matrimonio – dijo ella con lágrimas en los ojos No tengo el anillo todavía – sonrió él ¿Me dejas que te de un beso? María Elena le dio un beso en la mejilla y se quedó
mirándolo - ¿Qué mirás? – le preguntó Agustín 183
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Nada, me encanta mirarte Ah – María Elena – es muy poco lo que hemos estado juntos y puede haber cosas que yo no se. Por favor, lo que quieras hacer, lo que te moleste o lo que te guste, me lo tenés que decir. Tenemos que empezar a aprender uno del otro. Si, mi amor, no te preocupes.
Luego de haber transitado unos 40 Km. desde la ciudad de Salto, llegaron a una carretera que salía a la izquierda donde había un enorme cartel que decía “BIENVENIDOS A VILLA CONSTITUCIÓN” -
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Agustín dobló y paró a unos metros de la entrada y dijo No quiero que te lleves una mala sorpresa. Constitución es una ciudad muy pequeña. Creo que somos alrededor de 3.000 habitantes. Junto con la ciudad de Belén tuvo que ser trasladada cuando la construcción de la represa de Salto Grande, porque la zona donde estaba ubicada quedó totalmente cubierta por el lago artificial. No, ya se, estamos en el interior del país – dijo María Elena – Una cosa que me llama mucho la atención y venía mirando, es que no hay selva y el terreno es muy ondulado. ¿Viste?, totalmente distinto a Paraguay – dijo él – bueno vamos al final de nuestro viaje. Mi amor, te repito, lo que quieras me lo hacés saber. Ya te dije que no te preocupes.
Después de recorrer unos 12 Km., llegaron a Constitución. Siguieron por una calle un par de cuadras y Agustín detuvo el auto frente a una casa muy linda con un precioso jardín al frente. En la entrada del garaje había estacionada una camioneta Parati, nueva. - Mirá – dijo Agustín – al fin el viejo se decidió a comprar auto - Por favor Agustín, no te apartes de mí, estoy temblando. - No te preocupes. Agustín se bajó del Focus, dio la vuelta al auto y le abrió la puerta a María Elena. Ella se bajó y se tomó de la mano de Agustín. En ese momento sintieron un griterío del que lo único que se distinguía era ¡Agustín!, ¡Agustín! Eran sus hermanas que venían en una Scooter. 184
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Llegaron hasta al lado de ellos y se le tiraron arriba a Agustín que las abrazó y besó. Tanto Melisa como Mariana eran dos chicas muy bonitas. Sus edades de alrededor de 26 años, muy similar a la de María Elena. -
En un momento Agustín logró que lo soltaran y les dijo Ella es María Elena, mi novia
Las dos la abrazaron y le dieron un beso, dejando a María Elena muy sorprendida. -
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Melisa, le dijo, riendo ¿Cómo hiciste para pescarlo?, aquí nunca le conocimos una novia. No se, no creo que haya hecho nada – dijo María Elena Pero eres preciosa – dijo Mariana – ¿de donde eres? De Paraguay Bueno, la van a dejar en paz – dijo Agustín – no la asusten. No seas malo – dijo María Elena – son amorosas. ¿Viste?, peleador – dijo Mariana riendo ¿Y dónde están los viejos? – preguntó Agustín. Adentro. Nosotros habíamos ido a hacer unos mandados pero te vimos en el auto y te veníamos persiguiendo – dijeron las dos a coro. Agustín abrió la puerta y dijo en voz alta ¿Dónde andan los Quiroga? ¡Agustín! – grito la mamá – ¡Agustín!, ¡papá vení!
La madre de Agustín salió a la puerta y se abrazó llorando. Agustín también la abrazó y le beso la cabeza - Está mamá. Estoy aquí – dijo él - Dejame mirarte, hijo, estás más grande. En ese momento llegó el padre que lo abrazó y no dijo ni una palabra, solo le dio un beso.
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María Elena, que se había quedado atrás junto con las hermanas de Agustín, tenía los ojos llenos de lágrimas. Aquél recibimiento de parte de los padres de Agustín la había conmovido. -
Ay, m’hijo, decime quien es esa chica tan bonita que viene contigo – dijo la madre. Es mi novia, mamá, es María Elena Vení, nena, dame una abrazo, tú eres el ángel que devolvió a mi hijo – dijo la señora llorando.
María Elena se quedó sin saber que decir y lo miró a Agustín que le hizo señas que no dijera nada. - Pero vamos – dijo el padre de Agustín – vamos al fondo que está precioso - Si, papá – dijo Agustín – pero tenemos que bajar el equipaje del auto. - Dale las llaves a tus hermanas y ustedes vengan a sentarse con nosotros. La casa era muy confortable con living comedor con estufa a leña, cocina con comedor diario, 3 dormitorios grandes, tres baños, .barbacoa y fondo con árboles frutales. Los tres dormitorios con aire acondicionado. María Elena, tomada de la mano de Agustín, siguió al matrimonio Quiroga a la barbacoa del fondo. Agustín le dio un beso y le dijo - Esta es tu casa. Tenés que sentirte que estás en familia. - Gracias, mi amor – le dijo ella casi susurrando. - Mirá, m’hija – le dijo la madre de Agustín – tú eres de la edad de Mariana o Melisa, así que, para mí eres una más de ellas. Si él te eligió es porque eres un ángel como ya te dije. Aquí tenés que sentirte como en tu casa o mejor, para nosotros eres una reina. - Gracias, señora, no sabe como le agradezco su recibimiento - Nada de señora, yo soy Ana y no me trates de usted que no soy vieja. - Ana, quisiera pasar al baño. - Ay, si m’hija, perdoname. Hay un cuarto ya preparado para ustedes con baño. Las chiquilinas ya deben haber dejado todo en el cuarto. 186
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Agustín – dijo María Elena – ¿me acompañas al cuarto? Si, mi amor
Cuando cerraron la puerta del dormitorio, María Elena abrazó a Agustín y le dio un beso muy apasionado. Agustín le respondió igual y después le dijo - ¿Me seguís queriendo igual que antes? - Ahora creo que te quiero más, si es posible. Tu familia es preciosa. Ya me siento como alguien que siempre estuvo con ustedes. - Gracias. ¿Sabes?, tenía miedo que no te gustara - Estando contigo todo es lindo, pero esto es más de lo que yo esperaba. -
Agustín la volvió a abrazar y besar ¿Qué querés hacer, María Elena?, ¿Querés acostarte a descansar o alguna otra cosa? No, solo me voy a cambiar para estar más cómoda. Ven y me ayudas a ordenar la ropa de los dos.
Un rato después, María Elena y Agustín salieron al jardín del fondo. Mario, el padre de Agustín había preparado mate. - No se si tú tomás mate – le dijo a María Elena - No, papá, no está acostumbrada a nuestro mate, decile a mamá que le prepare café. - Perdón – dijo María Elena con una sonrisa – ¿puedo opinar yo? - Si, linda - Voy a tomar mate uruguayo. Tengo que acostumbrarme. - Así me gustan las mujeres – dijo Mario – que tiene sus propias decisiones. - Ah, algo más, Mario – dijo María Elena – mi amorcito solo desayunó un café a las 6 de la mañana, así que debe estar por desmayarse. En ese momento salía Mariana al jardín con una fuente de biscochos y le dijo - Agustín, ¡como te cuidan! - Me cuidan y me vigilan – dijo él abrazándola. 187
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Más tarde también apareció Ana, la madre de Agustín Mamá, ¿en que andabas? – le preguntó Mario Y, date cuenta, tenía que chusmearle a las vecinas que vino mi hijo con una princesa. Si no lo hacía, reventaba. Todos se rieron y María Elena se sonrojó. Ana, no soy una princesa, solo estoy enamorada de tu hijo Ay, ¡qué lindo suena! – dijo Ana Bueno, dijo Mario, tienen mucho para contar, así que podemos empezar. Mirá, papá, hay algunas cosas que puedo contar, otras me las voy a reservar para más adelante. No crean que no quiero contarlas, pero primero quiero estar seguro de lo que les cuento.
Frente a la mirada de asombro de los padres y hermanas de Agustín, María Elena intervino - Es cierto. Parte de esa historia que Agustín tiene que contarles, es casi un misterio. Ni yo misma se como es. - Pero, ¿es mala? – pregunto Ana - No, mamá, es extraña y es por eso que quiero estar seguro. - Bueno, por lo menos cuenten como se enamoraron – dijo Mariana. María Elena, que había entrado en confianza, les contó las veces que se habían visto, sin dar detalles de por qué se dejaron de ver y de cómo se ennoviaron recién ahora en Montevideo. -
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Cuando ella hablaba, las chicas la miraban embelezadas. Es como un cuento de hadas – dijo Melisa Si, pero no saben lo mejor – dijo Agustín riendo – la señorita es la hija del gobernador de Itapua, lugar donde yo estaba trabajando Ay, Agustín, no seas tonto, eso no tiene nada que ver No, mi amor, te quiero por como eres tú – le contestó él dándole un beso María Elena se sonrojó Agustín, tus padres – dijo ella
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No te preocupes – dijo Ana – o creés que somos bobos. Bobo es este individuo que tenés como novio que te mira y no ve más nada. Contame algo Agustín – dijo Mario – ¿qué pensás hacer aquí? Mirá eso forma parte del misterio. Tengo un cargo de asesor en la plantación de arándanos. No me preguntes como salió, pero tengo la carta para presentarme. ¿Y tenés donde ir a vivir? Según me dijo Francisco, que lo encontré en aeropuerto, ya está pronta la casa cerca de la plantación. Bueno, supongo que irás el lunes. Aprovechen el fin de semana para descansar – dijo Ana Si – dijo Agustín – tenía ganas de ir a las termas. Buena idea. ¿Y ese auto? Es alquilado, pero no hay problema. Ya vi que progresaste, viejo. La casa está diferente y te compraste auto. Lo que sucede es que el doctor Alden me dio la administración del campo con participación en las ganancias. Él está muy viejito y no quiere que los hijos se metan. El doctor Alden – le explicó Agustín a María Elena – es el dueño del campo donde papá es capataz. Es donde yo me crié. Elenita – dijo Ana Mamá, se llama María Elena – la corrigió Agustín Bueno, para mí será Elenita – le contestó la madre Está bien – dijo María Elena – es como me llama mi mamá ¿Viste?, bueno decime, ¿te acostumbrarás a vivir aquí? Mire, Ana, yo me crié en Encarnación, una ciudad que no es más grande que Salto, según pude ver. Quizás lo que más me cueste sea el frío, por lo que Agustín me contó.
Agustín había ido hasta el dormitorio y trajo varios paquetes envueltos para regalo. - Esto les trajimos. Son cosas chiquitas que compramos en Montevideo - Ay m’hijo, ¿para que se pusieron en gastos? – protestó Ana - Agustín – dijo Mario – ¿cómo andás de dinero? - Bien, papá, no te preocupes, pero ya que lo hablás, por favor, queremos compartir los gastos mientras estemos aquí. - Dejate, de embromar – le contestó su padre 189
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No, es cierto, Mario. Vinimos para aquí – dijo María Elena – y sabemos que se crean gastos extras, así que los compartimos. Bueno, háblenlo con Ana
Con la charla se fue pasando el tiempo. Al mediodía, Mario había preparado un asado y se sentaron todos a comer en la barbacoa. María Elena conversaba con las hermanas de Agustín y se reía con ellas. Él la miraba embobado. Nunca la había visto reírse de esa manera. Este momento era reconfortante para él, después de todo lo que había pasado. En un momento, María Elena lo miró y le tiró un beso y Melisa le dijo - No podés vivir sin estar con el, ¿no? - No, es cierto. Me hace falta siempre – le contestó María Elena riendo. -
Terminado el almuerzo, Ana les dijo Ustedes deben estar muertos de cansados, ¿por qué no se van a descansar? Si, mamá, ¿vamos María Elena? – le respondió Agustín Pero tengo que ayudar aquí – dijo María Elena Por favor, chiquilina, tú te vas a dormir y descansar.
Todo ese fin de semana fue, para María Elena y Agustín, como una luna de miel adelantada. El sábado viajaron a las Termas del Arapey, alojándose en un hotel muy lujoso. El domingo, al caer la tarde, volvieron a Constitución, a la casa de Ana y Mario. Cuando llegaron, encontraron que las hermanas de Agustín habían viajado. Melisa ya se había recibido de médico y tenía que trabajar en Salto y Mariana era maestra y se fue a su escuelita rural. - Les dejaron saludos – dijo Ana – y que no se vayan a ir sin que ellas los vean - Mirá mamá, si todo sale como yo pienso, vamos a estar cerca. - Elenita, contame como les fue – dijo Ana - Fantástico – dijo María Elena – lo que pasa es que estando al lado de Agustín todo es lindo. - Ay, m’hijo, no vayas a perder a esta princesa. Es un amor – le dijo Ana a Agustín 190
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Después de cenar, María Elena y Agustín se fueron a acostar. Cuando estaban en dormitorio - Mañana voy a ir a Salto para entrevistarme con la gente de la empresa – dijo Agustín - Si, tienes que salir de esa duda – le dijo María Elena. - Tú venís conmigo, ¿no? - Ay, Agustín, preferiría que no. Es algo muy tuyo. Todo lo que tú decidas va a estar bien para mí. - ¿Te parece? ¿Te vas a quedar aquí con mamá?, porque seguro que papá se va al campo. - Si, es lógico, además me va a gustar charlar con tu madre - Linda, ¿sabes?, tengo miedo – le dijo Agustín - ¿De qué?, mi amor – le preguntó ella - Que extrañes, que te aburras y decidas volver. - Agustín, yo ya te lo dije y eso tienes que grabártelo. Yo siempre voy a ir donde tú vayas. Ya te perdí un par de veces. No va a pasar más. Yo te amo y has pasado a ser parte de mí. - Te amo – le contestó él abrazándola y besándola.
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CAPITULO XIX
Al día siguiente, Ana, María Elena y Agustín desayunaron juntos. Agustín estaba nervioso y casi no había dormido esa noche. Lo preocupaba lo que iba a encontrar. Cuando terminaron de desayunar, Agustín se aprontó para ir hasta la ciudad de Salto. María Elena lo acompañó hasta el auto. Cuando le dio un beso para despedirse, le dijo - Mi amor, recuerda que yo estoy esperándote, que todo lo que decidas está bien. Quiero que vayas tranquilo. - Si, linda, te quiero – le contestó él Una hora y media más tarde, Agustín llegó a la oficina de la empresa. Entró a la misma y se dirigió hacia una chica que estaba en recepción. - Señor, buenos días, ¿en qué puedo servirle? - Buenos días, mire, quisiera entrevistarme con el Ingeniero Pedro Casegui - Si, ¿Quién lo busca? - Agustín Quiroga - Un momentito, por favor. Unos minutos después, volvió la recepcionista y le dijo a Agustín - Señor Quiroga, venga conmigo, por favor La chica lo acompañó hasta un escritorio donde lo recibió, de pie, un hombre de unos 45 años, alto, delgado con pelo entrecano y vestido de jeans y camisa. - Señor Quiroga, un gusto conocerlo – dijo el hombre – yo soy Pedo Casegui - Mucho gusto – dijo Agustín - Tome asiento, ¿un café? – le preguntó el hombre - No gracias. - Señor Quiroga, lo estábamos esperando. Sabemos de su gran experiencia en plantaciones delicadas. Usted estuvo a cargo del 193
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desarrollo de la plantación de Estevia, además del Tung. Además usted tuvo gran influencia en el desarrollo de la empresa por lo que estamos orgullosos que pueda integrarse a la nuestra Bueno, es usted muy amable – dijo Agustín mientras pensaba “¿De dónde ha sacado toda esa información? Además la han agrandado. No creo que yo fuera tan importante.” Vayamos al grano. Nosotros queremos tenerlo como nuestro asesor, por lo que tenemos dos opciones. Primero quiero aclararle que sabemos que sus padres viven aquí en Salto. Si, en Constitución, para ser más exacto. Una de las opciones es que se haga cargo de las plantaciones aquí en Salto. La otra, que es en realidad la que nuestro director, el doctor Nante, quiere, es que se haga cargo de todas las plantaciones que tenemos en el sur, en San José. Evidentemente, deberé elegir entre ambas pero, para eso, tendría que conocer más detalles. Mire, cuando nos llegó el aviso de que usted venía, ya había sido asignado a Salto pero, ayer a la noche, el doctor Nante me llamó y me dijo que lo quería a usted en el sur. ¿Y qué condiciones sería en cada caso? La diferencia, creo, estaría en el lugar de residencia. El sueldo, en ambos casos es de 5000 dólares libres, gastos de vehículo, educación de sus hijos y una residencia con todos los gastos pagos. Aquí sería en la misma ciudad y, en el sur, sería en Montevideo. Bien, se supone que yo tengo que elegir – dijo Agustín con una sonrisa sobradora ya que todo aquello le parecía un disparate: el sueldo y las condiciones, que solo era un perito agrónomo. Si, y desearíamos que lo hiciera lo más pronto posible. Mire, tome esta tarjeta. Aquí está mi teléfono y el del doctor Nante. Si usted se decide por ir al sur, se comunica directamente con él. En caso contrario, lo hace conmigo. Si, sucede que lo tengo que consultar. En ambos casos hay cosas a favor y en contra. Lo entiendo – le dijo el ingeniero – decídalo y nos comunica.
Agustín se levantó y lo saludó al ingeniero. Salió de las oficinas de la empresa, se subió al auto y se quedó pensando: “¡Qué disparate es este! Me están tomando el pelo. Sin embargo la oferta es concreta. Voy a 194
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tener que seguir para poder enterarme de que se trata. Me vuelvo a Constitución. Tengo que hablarlo con María Elena. Ella me va a ayudar.” Volvió hacia Constitución despacio. Tenía que ordenar las cosas en su cabeza. “¿Será que otra vez comienzan los misterios, que otra vez estoy en el medio de algo que no entiendo? No lo puedo creer.” Cuando estacionó el auto frente a la casa de sus padres, salió María Elena con una sonrisa encantadora - Mi amor, ya viniste – le dijo abrazándolo y dándole un beso - ¿Me extrañaste? – dijo él riendo - Si, ¿qué crees?, se me hace imposible respirar si no estás tú. -
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Entraron en la casa y Agustín saludó a su mamá ¿Cómo se portó esta niña? – le preguntó riendo Ay, m’hijo, esta chiquilina es otro en polvo. No tenés idea de lo que me ayudó pero, eso si, te nombra cada dos minutos – dijo Ana mirándolos a los dos abrazados Bueno, dime como te fue, dijo María Elena Vení mamá, les voy a contar como fue la entrevista. Lástima que no esté papá Él viene de tardecita – dijo Ana – pero m’hijo eso que vas a contar es una cosa de ustedes dos. En todo caso hablalo con Elenita y después, cuando llegue papá, nos contás a nosotros. Está bien, vení María Elena, vamos al fondo. Mamá, ¿nos preparás un mate? Si, ya voy – s, dijo la madre
María Elena y Agustín se sentaron en un sillón en el jardín del fondo - Te veo con cara de preocupación – le dijo ella – cuéntame que pasó - Si, es que siguen los misterios y no me gusta no saber el por qué - Dime, ¿qué misterios? Llegó Ana con el mate y el termo. Cuando se fue, Agustín
dijo -
Cuando llegué a hablar con el ingeniero, ya me estaban esperando. Ya sabían que yo venía a Salto. Después se deshizo en 195
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elogios sobre mi trabajo en Encarnación. Sabía todo sobre el desarrollo de la Estevia y lo que yo había hecho. Pero eso no está mal – dijo María Elena – es información que le deben haber proporcionado. Además tú no te valoras a ti mismo. Para ellos debes ser muy importante Te quiero por como me convences – dijo Agustín dándole un beso. Y dime, ¿te hizo alguna propuesta de trabajo? – preguntó ella. Si, dos, en realidad y, lo que es peor, tenemos que decidir. Bueno, está bien, decidamos No, esperá que no te conté lo más extraño Si, ¿qué? En ambos casos el sueldo es de 5000 dólares libres, casa con todos los gastos, gastos del auto y colegio de lo chicos. Ahora te entiendo. Es una exageración, ¿no? – dijo ella con los ojos muy abiertos. Si, eso es lo que me extrañó Pero dijiste dos ofertas – afirmó María Elena. Si, porque una es aquí en Salto y la otra es en el sur, residiendo en Montevideo. Esta última es la que quiere el director de la empresa. ¿Y qué vas a hacer? – preguntó ella No que voy a decidir, sino que vamos a decidir. Tú eres parte de esta decisión. Yo ya te dije que, donde tú vayas yo voy – dijo María Elena – pero cuéntame cuáles serían las ventajas y desventajas en cada caso. Vivir en Montevideo, es vivir en una ciudad grande. Tú has estado allí. Ya viste, Shopping, cines, playa. En el interior la vida es mucho más monótona. Si, pero aquí estaría cerca de tus padres Eso lo pensé, pero viste que, en avión, es menos de una hora Es cierto – dijo ella – puedo decirte algo que me hizo gracia y me emocionó Si, ¿qué? Cuando dijiste el gasto del colegio de los chicos. Se me fue la cabeza y ya me veía con un montón de nenes. Te amo
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Ya veo cual es tu preocupación. No es el lugar sino de donde sale una oferta tan grande – dijo María Elena poniéndose seria – y ¿cómo se lo vas a contar tus padres? No les voy a dar detalles de sueldo y otras cosas, solo el tener que elegir entre Salto y Montevideo. Ay, mi amor, ¿no podremos salir de todo esto? Es lo que pienso, pero no se como. Vamos que mamá nos debe estar esperando Si – dijo ella y se colgó del cuello y le dio muchos besos Fueron hasta la cocina y Ana les dijo riendo Hola, niños, creía que no iban a almorzar. Mamá, sabés que sí – le contestó Agustín ¿Pudieron resolver algo? Es muy difícil – dijo María Elena – y Agustín está preocupado Pero, cuéntenme algo – pidió Ana Nada, mamá, que tenemos que decidir entre quedarnos en Salto o ir a trabajar en Montevideo. ¿No me digas?, ¿tan importante es el ofrecimiento? – dijo Ana Si, pero no quiero resolver ahora. Me gustaría que estuviera papá – le respondió Agustín Y tú, Elenita, ¿qué decís? – le preguntó Ana Ya le dije a Agustín, donde él vaya voy yo. Yo te conté hoy, Ana, casi lo pierdo por dos veces. No me voy a arriesgar una vez más.
Después de almorzar los tres juntos, María Elena y Agustín se fueron a su habitación. - Mi amor – dijo Agustín – tengo tal lío en mi cabeza que quiero distraerme, no quiero seguir pensando de que se trata todo esto, - Yo me encargo de distraerte – le dijo María Elena que se acostó al lado de él y lo abrazó Se amaron apasionadamente y, después, se quedaron dormidos abrazados. Esa tarde, cuando ya se ponía el sol, llegó Mario. María Elena, Ana y Agustín estaban sentados, en el jardín del fondo, tomando mate. - Hola, ¿cómo están todos? – preguntó Mario – ah ya veo que mi nuera toma mate como nosotros. 197
Los tres se levantaron a saludar y, para sorpresa de Agustín, María Elena también le dio un beso a Mario. - Papá – dijo Agustín – te estábamos esperando - ¿Si?, ¿para qué? - Para hablar del asunto del trabajo. Hoy fui a hablar. - Bueno. Dejame un minuto que me lavo las manos y ya vengo. Guárdenme algún mate. -
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Unos minutos después, Mario se sentó con ellos Contame que fue lo que pasó – dijo Mirá, me hicieron dos ofertas. Son muy buenas pero tienen una diferencia muy importante. Una es para trabajar aquí en Salto y la otra es para trabajar donde está la casa matriz, en el sur. ¿Y son buenas las dos? – preguntó Mario Si, en realidad, son iguales, solo cambia el lugar a residir. ¿Ya se lo habías dicho a tu madre? No, estaba esperando a que tú vinieras para contárselo a los dos – le respondió Agustín Y tú nena, ¿qué opinás? – le preguntó Mario a María Elena. Ya se lo dije – dijo ella – donde él vaya, voy yo Mamá, ¿qué decís? – preguntó Mario La verdad es que no se. Ellos son jóvenes, tienen que ver por su futuro. Bien, ahora voy a dar mi parecer – dijo Mario – Si las dos ofertas son iguales en cuanto a sueldo y otras facilidades, no podés dudarlo. Andate al sur. Vas a estar más cerca de donde se cocina todo y para Elenita, va a ser mucho más fácil. Yo le iba a decir lo mismo – dijo Ana – pero quería saber que opinabas tú. ¿Qué decís? – le preguntó Mario a Agustín Si, estoy de acuerdo, pero hay muchas cosas a aclarar, todavía – dijo Agustín. Agustín, mi amor, no puedes seguir ocultando algo que te está haciendo mal. Debes contárselo a tus padres – dijo María Elena Tenés razón – dijo él y la abrazó. Agustín ha pasado por situaciones muy difíciles y no quería que ustedes se preocuparan – dijo María Elena – pero ahora, que estamos todos juntos, creo que es hora que ustedes sepan todo.
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Previamente, María Elena les contó de cómo se conocieron y los momentos tan lindos que habían pasado en Encarnación. Después, Agustín comenzó a contarles a sus padres lo que le había pasado después de su viaje a Asunción. Obvió algunos detalles, como sus amores con Sally, pero, por lo demás lo hizo en forma pormenorizada. - Al llegar a Montevideo, me entrevisté con una abogada que, según lo que me habían dicho, se iba a encargar del asunto en Asunción. En lugar de eso, me alojan en un hotel de lujo, me dan dinero y todas las facilidades. Claro, ahí me asusté y le mandé un mail a esta mujercita que ahora se ha vuelto mi compañera para toda la vida. - ¿Por qué no querías contarnos? – dijo Mario - Porque hay muchas cosas que no se por qué sucedieron. Fijate, esta oferta de trabajo, el dinero que recibí, la atención en Montevideo, nada de eso tiene explicación - ¿Y no pediste explicación? – preguntó Ana - Si, varias veces. En la última entrevista con la abogada, María Elena estaba presente, me enojé y le pedí que me aclara todo. Ella dijo que la persona que me podía aclarar todo no estaba en el país y que, en cuanto viniera, me iban a llamar para darme una explicación. - ¿Y qué vas a hacer? – preguntó Mario – porque quizás toda esta oferta de trabajo tenga un precio. - Ese es uno de mis temores al no saber por qué sucede todo – le contestó Agustín – pero, volviendo a la conveniencia de una u otra oferta, yo pensé que, quizás, aquí en Salto, María Elena estaría más acompañada y puede que en Montevideo, se sienta sola. - Agustín – dijo María Elena – eso será algo que tengo que resolver yo. Nunca me voy a sentir sola sabiendo que te estoy acompañando. Además, estuve pensando que puedo hacer mis post-grado en Montevideo. - ¿Si?, ¿lo harías? – preguntó Agustín - Claro, si me dan permiso – dijo ella riendo y tomándole las manos a Agustín
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Hay una cosa más – dijo Ana – Melisa está loca por hacer el post-grado de pediatría. Si ustedes no se oponen y ella quiere, podría vivir con ustedes, por lo menos por un tiempo Ay, sería fantástico – dijo María Elena – las dos tenemos la misma edad y seremos estudiantes. Ah si, y yo el viejo que va a buscar a las nenas a la Facultad – dijo riendo Agustín
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CAPITULO XX
El día siguiente, después de desayunar todos juntos, Agustín se fue al living - Voy a llamar a la persona de la empresa en Montevideo - les dijo María Elena, Ana y Mario se quedaron en la cocina. -
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Buen día – dijo Agustín en el teléfono – quisiera hablar con el doctor Nante…Agustín Quiroga…bien, gracias… ¿doctor Nante?, Agustín Quiroga, ayer hablé con el ingeniero Casegui y me dijo que si me decidía por ir al sur, me comunicara con usted…si, señor…no habría ningún problema…no, entiendo…si, no se preocupe, en cuanto esté en Montevideo, lo vuelvo a llamar…muchas gracias. Cuando cortó la comunicación, se fue a la cocina. ¿Y?, ¿qué pasó? – preguntó María Elena. Nada, en particular. Me dijo que me pusiera en contacto con él en cuanto llegara a Montevideo porque así me mostraba el departamento y arreglábamos todo lo del trabajo – le contestó Agustín. Mi amor, no te veo convencido, dime que pasa – insistió ella Es que me sigue cayendo mal todo esto. No saber de donde sale tanto ofrecimiento, con tanto dinero. ¿Puedo decirles algo? – preguntó Mario Si, papá, es para pedir una ayuda en ese sentido que les conté todo. ¿Por qué no demorás en aceptar el trabajo hasta no tener todo en claro? Yo estoy de acuerdo contigo en que es todo muy raro. Tiene razón Mario, no puedes aceptar condiciones que después te aten a algo que no te guste – dijo María Elena. Lo que pasa es que, al estar sin trabajar, no se que futuro nos espera, hasta cuando nos va a alcanzar el dinero, estoy preocupado – dijo Agustín con cara de angustia. Por favor, quédate tranquilo – dijo María Elena – ya vas a poder salir de todo esto. 201
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M’hijo, por el trabajo no te preocupes – dijo Mario – mal que bien, podés trabajar conmigo hasta conseguir algo. Además, casa y comida no van a faltar. Pero, ¿saben?, tengo vergüenza por María Elena. Ella me acompaña en todo y… No sigas hablando – dijo María Elena abrazándolo – yo no estoy a tu lado porque ganes dinero o no. Estoy aquí porque te amo.
Ana y Mario se acercaron a ellos y los abrazaron. Entendían que Agustín había pasado por trances muy amargos y ahora estaba tratando de salir adelante. -
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Mira – dijo María Elena – una idea. Llama a la abogada y le dices dos cosas. Primero le dices que quieres saber, cuanto antes, todo lo que pasó y, segundo, te haces traer el auto que te ofrecieron. Cuando esté aquí, te fijas bien que no haya trampas y ahí tienes otra fuente de dinero ¿Cómo? ¿También te ofrecieron auto? – preguntó Mario Si, una Captiva nueva – le respondió Agustín Agustín – dijo Ana – me parece que Elenita tiene razón. Hacé lo que ella te dice y, por favor, tené fe en ella. Cuando una mujer como ella ama, lo hace sin condiciones.
Agustín tomó el celular y marcó el número del celular de la doctora Márquez - ¿Doctora Márquez?...Agustín Quiroga…bien, la llamo porque necesito respuestas a mis preguntas…es que de esas respuestas depende que acepte el trabajo que me ofrecieron…bueno, está bien, pero ya he esperado bastante…una cosa más…envíeme la camioneta a Salto…si, al concesionario en la ciudad de Salto… ¿viene con toda la documentación?...si, ¿cuándo?...está bien, espero noticias suyas. Después que cortó, María Elena, Ana y Mario se quedaron mirándolo. - Bueno, dijo Agustín, creo que sirvió presionar. Me dijo que mañana vienen unas personas a Arapey que me van a explicar todo. Me dijo, además que había depositado dinero en mi cuenta 202
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y que me está enviando toda la documentación de la cuenta en el banco. La camioneta me la manda esta tarde a Salto. ¿Puedo darte un beso? – dijo María Elena abrazándolo – así es como te quiero, firme con tus decisiones. Tiene razón Elenita – dijo Mario – tenés que ser así, mirá todo el apoyo que tenés detrás de ti. Mamá, papá, ¡cómo los necesitaba! – dijo Agustín dándoles un beso a cada uno. ¿Qué vas a hacer? – dijo Ana Vamos a Salto. Quiero hablar con el concesionario, ver la cuenta en el banco y retirar dinero – dijo Agustín. Mi amor, tu mamá me pidió si podíamos llamar a Melisa y traerla porque ella tiene libre – le dijo María Elena. Ya está haciendo trampa esta vieja – dijo Agustín riendo – te manda a ti porque sabe que soy incapaz de decirte que no a nada. Bueno, ¿vamos?
Cuando iban en la ruta rumbo a Salto, María Elena le preguntó - Agustín, ¿cuánto vale esa camioneta? - Unos 50.000 dólares – le contestó él - Es mucho, ¿no? - Si, es una de las tantas cosas que no entiendo. - Dime, ya que vamos al concesionario, ya se que no tengo que meterme porque son cosas tuyas, ¿por qué no le ofreces dejarle la camioneta y que te la cambie por algo más barato? Cuando la venda te da la diferencia. - María Elena, me vas a hacer enojar. ¿Cómo que son cosas mías? Son cosas de los dos y de nuestro futuro. Eso no se me había ocurrido. Es una idea genial. - No te enojes – dijo ella y le dio un beso - María Elena, no has llamado a tus padres – le recordó Agustín. - Tienes razón. Cuando volvamos, los voy a llamar. Al llegar a Salto, fueron primero al concesionario. El dueño de la concesionaria era muy amigo de Agustín por lo que fue fácil llegar a un arreglo. María Elena y Agustín estuvieron viendo unos autos que podrían ser para efectuar el cambio. 203
Al salir de la concesionaria fueron hasta el banco. Agustín pidió un estado de sus cuentas explicando que no le había llegado, aún el PIN para entrar desde la computadora. El empleado lo hizo pasar a un escritorio y les pidió que tomaran asiento y se fue a buscar los datos. . - Tanta amabilidad me confunde – dijo Agustín - La verdad, es raro – le contestó María Elena El empleado le trajo los estados de cuenta. María Elena se acercó a Agustín cuando vio que este, al mirarlos, se había puesto pálido. Se lo mostró a ella. El empleado se había retirado - ¿Viste esto? – dijo Agustín – son como 850.000 dólares. - Mi amor, ¿qué es todo esto? – dijo ella atemorizada. En ese momento entró un hombre de unos 55 años, canoso de lentes y vestido de traje. - Señor Quiroga, permítame que me presente, soy Manuel Paz, Gerente de la sucursal. - Mucho gusto – dijo Agustín – mi señora, le dijo presentado a María Elena. - ¿Quiere hacer algún cambio en sus cuentas? – preguntó el gerente - Si, dijo Agustín que se había tranquilizado. Primero quiero que la cuenta esté a nombre de la señora y mío, indistintamente. Después, lo que está en caja de ahorro, yo le voy a avisar para poner una parte a plazo fijo. En ese momento hablaremos de los plazos. - Cómo no, ya traigo todo para que la señora firme. ¿Quiere hacer algún retiro? - Si, de la cuenta corriente, voy a retirar 30.000 pesos y, además necesito una libreta de cheques. - Muy bien, ¿seguimos manteniendo la dirección en Constitución? - Si, por ahora, hasta que yo le avise. - No se preocupe. Ya vuelvo -
Cuando el hombre se fue, Agustín dijo ¿Querés decirme como mierda saben que vivo en Constitución? Está bien, pero no te enojes, tranquilízate, ya vamos a conocer todo – dijo ella tomándole la mano.
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El gerente del banco volvió con los papeles que firmaron María Elena y Agustín. Le entregó el dinero a Agustín y una libreta de cheques, Luego de cumplir con todo, salieron del banco y se subieron al auto. María Elena dijo - Estoy enojada contigo - ¿Por qué, mi amor? - ¿Viste lo que hiciste? Pusiste esa enormidad de dinero a mi nombre. - Si, ¿y qué tiene de malo? - Es que eso es tuyo. - Pero amor, tú eres mi mujer. - Bueno, pero tendrías que haberme avisado – dijo María Elena dándole un beso – Ah, no te olvides de tu hermana. Agustín la llamó a Melisa y después la pasaron a buscar por el hospital. Volvieron a Constitución charlando los tres de cosas varias. En ningún momento, ni María Elena ni Agustín, mencionaron lo que había hecho en Salto. Cuando llegaron, Ana ya tenía pronto el almuerzo. -
Cuando estaban almorzando, Ana preguntó ¿Pudieron resolver algo? Vamos a esperar que llegue el auto a Salto y vemos qué hacemos, dijo Agustín
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Al terminar de almorzar, María Elena dijo, riendo Voy a llamar a mis padres, si no van a creer que no tienen más hija Se fue al dormitorio para hablar.
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Agustín – dijo Ana – tenés que formalizar con esta chica ¿Qué querés decir mamá? – le contestó él Sabés lo que te digo, no te hagas el bobo. Es una chica que no es para pasarla bien. Ya se mamá, quiero primero tener en claro mi situación. Mirá, para que te quedes tranquila, esta tarde lo voy a hablar con ella. 205
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¿No me digas que se casan? – dijo Melisa que estaba en la cocina Callate, no digas nada – le dijo Agustín
María Elena salió del dormitorio y fue para la cocina. Su cara era de felicidad - ¿Pudiste hablar con tu mamá?, le preguntó Agustín - Si, y no te imaginas - ¿Qué? - Vienen el viernes a las termas de Arapey. Ya tienen reservado hotel. - ¡Qué alegría debés tener! – dijo Ana - Si, pero hay dos cosas que tengo que decidir con ustedes – dijo María Elena - ¿Con nosotros? – dijo Ana - Primero, quieren que Agustín y yo vayamos a Arapey el viernes, es más ya nos reservaron habitación y, segundo, quieren venir a conocerlos a ti, Ana, a Mario y a las chiquilinas. - Elenita – dijo Ana – encantados de recibirlos. Lo mejor sería, si no tienen otros planes, que vinieran el sábado. Papá hace un asado y, además, están las chicas. - Agustín – dijo María Elena con una sonrisa – ¿te quedaste mudo? - No, me quedé pensando en qué lindo sería que hayamos podido resolver todo cuando vengan tus padres - No te preocupes por eso. Mamá conoce todo el problema y sabes que está encantada contigo. Además, papá quiere conocer al hombre que le robó a la nenita – le contestó María Elena riendo. - Bueno, confirmales todo – dijo Agustín - No es necesario – dijo ella riendo, ya sabía que me ibas a decir que si. -
Agustín la abrazó y le dio un beso ¿Viste, mamá?, es una mujer muy bandida. No, no es eso – dijo Ana – te conoce muy bien María Elena, ¿vamos a caminar hasta la costa del río? Ay, si, espera que me cambie el calzado y vamos.
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Fueron caminando hasta la costa del río Uruguay tomado de las manos y sin hablar. Se pararon y Agustín tomó la cara de María Elena entre sus manos y la besó - Mi amor, ¡qué sorpresa! – dijo ella - Esperá que tengo otra – le respondió Agustín -
Se arrodilló frente a ella y tomándole la mano, le dijo María Elena, ¿te querés casar conmigo?
A María Elena se le llenaron los ojos de lágrimas y también se arrodilló Agustín sacó del bolsillo de su pantalón una cajita, la abrió y dentro tenía un anillo de platino con una pequeña esmeralda engarzada. Le tomó la mano y le puso el anillo en el dedo. Ella, lo único que hizo fue abrazarse a él y llorar. - María Elena, ¿por qué llorás?, le dijo él ayudándola a levantarse - Nunca esperé. Creía que esto iba a ser dentro de un tiempo, no ahora - No me respondiste, le recriminó él con una sonrisa - Si, mi amor, quiero seguir toda mi vida a tu lado. Agustín la abrazó y no le dijo más nada. Él veía la luz al fondo de ese camino tan tortuoso que había recorrido para llegar a esto. -
¿Puedes prometerme algo? – dijo María Elena Si, lo que quieras – le respondió él ¿Me dejas que yo se lo diga a tus padres y a tus hermanas? Si, lógico
Cuando volvían, María Elena parecía una chiquilina pequeña. Caminaba tomada de la mano de Agustín y a las risas. Cuando llegaron a la casa de los padres de Agustín, ella entró y dijo - Ana, Melisa, vengan - ¿Qué pasó, nena? – dijo Ana medio asustada – ¿qué te hizo este bandido? 207
Ana y -
Mira – dijo María Elena mostrando el anillo ¿No me digas que…? Si, si, nos casamos – dijo María Elena casi gritando Melisa los abrazaron a los dos. Te lo tenías escondido, bandido – dijo Ana Si, pero como vienen sus padres, me apresuré.
Esa tarde, cuando llegó Mario, fue María Elena la encargada de darle la noticia. Mario se quedó sin decir nada, los llamó a los dos y los abrazó. - Espero poder tener nietos – dijo con una sonrisa - Si, los vas a tener – dijo María Elena que mostraba toda su felicidad Esa noche cenaron todos juntos en la barbacoa. Agustín había comprado una botella de champagne para la ocasión y brindaron por el casamiento. - ¿Quién tiene el número del celular de Mariana? – preguntó María Elena - Yo – dijo Ana – ¿para qué? - La voy a llamar yo para darle la noticia - No le digas nada – dijo Agustín – pero mañana, cuando volvamos de Arapey, pasamos por la escuela. -
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María Elena tomó el teléfono y llamó ¿Mariana?...tu cuñada…si, a partir de ahora si…me propuso casamiento…no grites que van a creer que te pasa algo…el sábado vienen mis padres…si, justamente para que estés tú…un beso…gracias. ¿Qué dijo? – preguntó Agustín Eran unos gritos de alegría que debían sentirse desde lejos. Te manda un beso grande para ti. María Elena – dijo Agustín – vamos a dormir que mañana tenemos que pasar por la explicación. ¿Tenemos? – preguntó María Elena – creía que ibas tú solo. Es algo muy tuyo No, mi amor, de lo que se decida allí, depende el futuro de los dos.
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CAPITULO XXI
Al día siguiente, después de desayunar, María Elena y Agustín se fueron, en el auto, hacia Arapey. Antes de salir, Ana les dijo - Tomen las cosas con calma, sobre todo tú, Agustín. Saben que estamos todos nosotros para apoyarlos. - Gracias Ana – dijo María Elena mientras Agustín le dio un beso a su madre y no dijo nada Cuando llegaron al hotel, entraron al lobby y se dirigieron
a la recepción, - Buenos días, señorita – dio Agustín – nosotros somos Agustín Quiroga y mi señora María Elena Allan. Tenemos entendido que hay personas que nos esperan, - Si, señor, espere un momentito que ya los anuncio. -
María Elena le tomó fuerte la mano a Agustín y le dijo Ten fe, mi amor.
Casi enseguida aparecieron dos hombres. Ambos aparentaban la misma edad, unos 55 años. Uno de ellos, calvo y con la cabeza totalmente rapada, alto, más bien grueso, cara colorada y ojos claros detrás de lentes de armazón gruesa. El otro con cabello canoso, algo más bajo y más delgado, tenía la cara curtida por el sol. Tenía, también ojos claros. Los dos estaban vestidos de pantalón de gabardina color beige y camisas blancas de manga corta. El más alto se dirigió a donde estaban María Elena y Agustín y se presentó - Señor Quiroga, dijo en un español con acento inglés, yo soy Frank Hewitt y él es Paul Martínez - Mucho gusto – dijo Agustín – Ella es mi señora María Elena Allan. - Encantados señora – dijeron los dos - ¿Les parece si vamos a una oficina que reservamos para poder hablar tranquilos? – dijo Hewitt
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Si, no hay problema – contestó Agustín a quien María Elena no había soltado de la mano.
Los cuatro fueron hacia una sala en la que ya había cuatro cómodos sillones de cuero, una mesa colocada a un costado, donde había una cafetera y tazas y una mesa ratona en la que había una jarra térmica con jugo de naranja, otra con agua mineral y vasos. Los hombres los hicieron pasar a María Elena y Agustín y les invitaron a que tomaran asiento. - Señor Quiroga – dijo Hewitt – Vamos a tratar de aclararle todas las dudas que usted ha planteado. Solo les vamos a pedir, a los dos, que esta conversación se mantenga en la más absoluta reserva para mantener la seguridad de todos. Le pido que, en la explicación que le vamos a dar, nos interrumpa con preguntas, siempre que sea necesario. Bien, aclarado esto, Paul, ¿quieres comenzar tú? - Si. Señor Quiroga, hay muchas situaciones que le vamos a relatar que usted ya conoce, pero es imprescindible hacerlo, para completar todo lo sucedido. María Elena miró a Agustín y vio que él estaba muy pálido y muy serio. Le tomó la mano y él se la apretó. - Hacía ya un tiempo que nosotros – prosiguió Paul Martínez – veníamos siguiendo las actividades de varias personas de las que sospechábamos eran responsables de varios ilícitos. Fue a pedido de las autoridades de Paraguay, que enviamos agentes nuestros para tratar de infiltrarse en la organización delictiva. - ¿Agentes?, ¿de quien? – preguntó Agustín - De la DEA. Ya lo habíamos logrado – continuó Martínez – infiltrando a una agente mujer. Cuando se estaba negociando por una transacción de drogas y armas, es que aparece usted, señor Quiroga. - ¿Yo?, ¿cómo y cuando? – volvió a preguntar Agustín - Fue en el momento que usted entró en aquel bar en Asunción – dijo Hewitt – las personas que estaban tratando el negocio lo identificaron a usted como el agente infiltrado ya que, según nos enteramos después, ellos sabían, por fuga de información, de la existencia de un agente infiltrado. Además, supusieron que usted había escuchado todo lo tratado aquella noche.
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A ellos, los que estaban haciendo el negocio en aquel momento – dijo Martínez – se les ocurrió que la manera de sacarlo de circulación era fraguar un asesinato y acusarlo a usted de la muerte de una de las chicas. Pero – dijo Agustín – dos cosas: ¿la chica no murió? Y ¿no fue la policía quien me llevó a la comisaría? Efectivamente, la chica no murió – dijo Martínez – y la policía que actuó, estaba comprada por los traficantes. Lo que sucedió dentro de la comisaría fue todo para hacerle creer a usted de que lo iban a juzgar por el crimen. Ellos pensaban que usted iba a confesar ser un agente infiltrado. Fue entonces – prosiguió Hewitt – que pudimos hacer entrar a nuestra agente en la comisaría en calidad de detenida. ¿Quién?, ¿el travesti rubio? – preguntó Agustín Si, efectivamente, era una agente mujer que se hizo pasar por travesti – explicó Hewitt – ella fue la que planificó la huida, con tan mala suerte que falleció en aquel accidente. Desde el momento del accidente en adelante – dijo Martínez – como desapareció usted, fue todo un misterio, a tal punto que supusimos que, efectivamente era un agente de alguna otra organización. Suponíamos que, si no era así, usted iba a dirigirse a Encarnación en busca de ayuda. Como llegó hasta allí, es todo un misterio para nosotros.
En ese momento, Agustín esbozó una sonrisa pensando que su estrategia había tenido resultado. - Cuando usted pide ayuda en Encarnación – siguió Hewitt – logramos localizarlo y fue por eso que lo pusimos en contacto con nuestros agentes, Mark, Fred y Sally. - Entonces se nos ocurrió usarlo como señuelo para pescar a los encabezaban la organización que estábamos persiguiendo – dijo Martínez. - Perdón – dijo Agustín – entonces ustedes sabían los riesgos que yo corría. ¿Se dan cuanta que esto es inmoral, que es una traición? -
Agustín se levantó de su asiento diciendo Realmente no quiero seguir escuchando. Todo lo que puedan hacer por mí ahora, se lo pueden guardar. Prefiero seguir con una 211
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vida sencilla, sin tener que deberla nada a nadie. Vámonos, mi amor. Señor Quiroga, permítanos que le podamos relatar todo lo sucedido – dijo Hewitt. María Elena miró a Agustín y le dijo, en voz baja Escúchalos, por lo menos te sacas un peso de encima.
Agustín volvió a sentarse pero se notaba que estaba muy contrariado. - Nuestros agentes – siguió Martínez – tenían como cometido inspeccionar los sitios de la costa donde era posible el traspaso de armas, drogas y personas. Toda esa información, que iban recogiendo, la transmitían a nuestra central. - ¿Y cuando me detuvieron en Ciudad del Este? – preguntó Agustín - Los que lo detuvieron fueron policías pagos por los traficantes – dijo Hewitt – Fue allí donde nuestro plan comenzó a tener los primeros resultados al poder detectar cuales eran los funcionarios corruptos. Todos esos policías ya están en la cárcel. Pero tuvimos que poner al descubierto que el ejército también estaba asociado con nosotros. - Pero el plan les falló – dijo Agustín casi gritando – porque a mi casi me matan. - Si, falló – dijo Martínez – porque nunca esperamos que se animaran a atacar tan cerca de un destacamento militar. Por otro lado, tuvimos la suerte de poder rescatarlo con vida y que, al mismo tiempo cayeran todos los cabecillas de la organización. A partir de allí pudimos coordinar su retorno con la Fuerza Aérea de Brasil. - Está bien – dijo Agustín que se notaba que estaba muy agotado y nervioso – ahora tienen que explicarme lo del dinero, el tratamiento en Montevideo, la oferta de trabajo, todo eso que no tiene explicación. - Por un lado, parte del dinero que usted recibió – dijo Hewitt – es de la recompensa que se ofrecía por atrapar a los jefes de la organización. Lo otro es porque, como en este país no se puede cambiar la identidad de una persona, pensamos que lo que se podía cambiar su perfil y transformarlo en un ejecutivo de alto nivel. 212
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¿Para qué? – preguntó Agustín Para mantener su privacidad y, por otro lado, la seguridad – le contestó Martínez. ¿Ustedes me están diciendo que todavía estoy en peligro? No, no es eso. Es el tratamiento que les damos a nuestros agentes encubiertos
En ese momento, Agustín se puso de pie y lo mismo hizo María Elena - Señores, les agradezco el tiempo que se tomaron – dijo Agustín – yo voy a estudiar la situación. Mis decisiones se las haré saber a través de la doctora Márquez Saludaron a los hombres y salieron de la habitación. María Elena tenía tomado de la mano a Agustín y lo miró - ¿Qué te pasa, mi amor? Está muy pálido - Me parece que tengo ganas de vomitar – le contestó él - Ven, apóyate en mi y vamos hasta el auto – dijo María Elena María dio. -
Cuando llegaron al auto, Agustín hizo algunas arcadas. Elena abrió su bolso y sacó una caja de pañuelos de papel y se la Perdoname, mi amor, no lo pude resistir – s dijo él Soy tu mujer, ¿no?, estoy para apoyarte. ¿Quieres que maneje yo? ¿Te animás? Porque no me siento bien. Mirá, da la vuelta por el parque y compramos una botella de agua mineral bien fría. Si, tú quédate tranquilo – le dijo María Elena.
Después que ella compró el agua, se estacionaron a la sombra sobre la orilla del río Arapey. Estuvieron un rato en silencio. Agustín se abrazó de María Elena apoyando su cabeza sobre el hombro de ella. A María Elena le pareció que él estaba llorando, pero solo le acarició la cabeza. Unos minutos después, él se incorporó y le dio un beso. - María Elena, no se que hubiera hecho si hubiera venido solo – dijo Agustín – Tú escuchaste todo. Me usaron como carnada. ¡Qué hijos de puta! Si me moría, no les importaba nada. - Está bien, mi amor, no sigas pensando en eso. Ahora estamos tú y yo juntos. 213
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Sabés lo que me duele, también, que a quienes yo consideraba mis amigos, también me traicionaron, dijo él ¿Quiénes? – preguntó ella El coronel Correa y la mujer. Lo que hicieron fue entregarme a ellos. Pensar que yo podía haber cruzado a Posadas enseguida – dijo Agustín que estaba colorado de ira. Tranquilízate, te estás haciendo daño. Mira este anillo. Esto es ahora. Lo otro ya pasó – dijo María Elena acariciándole la cara. Tenés razón y perdoname. Ahora solo importa estar junto a ti – le respondió él No pidas perdón, es lógico lo que te sucede. Te animás a seguir manejando – le pidió Agustín Si, quiero que estés tranquilo – le dijo ella Estamos cerca de la escuela de Mariana. Vamos a saludarla y darle las buenas noticias Bueno
Cuando llegaron frente a la escuelita, María Elena hizo sonar la bocina del auto. Mariana salió a mirar y vino corriendo. María Elena se bajó enseguida y la abrazó para darle un beso - ¡Locos! – dijo Mariana – ¿a qué vinieron hasta aquí? - Para mostrarte esto – dijo María Elena mientras le mostraba el anillo - Ay, dejame ver. Agustín, no lo podía creer cuando Elenita me lo dijo. ¡Qué alegría! – exclamó Mariana mientras los abrazaba a los dos. - Pero hay algo más – dijo María Elena - ¿Si? - Mañana vienen mis padres y el sábado van a tu casa – le dijo María Elena. - Ah, pero entonces es muy en serio – le comentó Mariana riendo - Si, es en serio – dijo Agustín que no quería hacer notar su problema - Nos vamos – dijo María Elena – sigue con tus niños. Nos vemos el fin de semana Se saludaron los tres y María Elena puso en marcha el Focus y se fueron hacia Constitución
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Cuando llegues a la entrada a Constitución, pará – le dijo Agustín ¿Qué piensas hacer? – le preguntó María Elena Nada, quiero aclarar un poco mis pensamientos, charlar contigo y, además, pensar en qué le voy a decir a los viejos – contestó Agustín.
Luego de pasar la entrada al camino que lleva a Constitución, María Elena detuvo el auto y le dijo - Ahora dime qué piensas. Quiero que me digas todo. No te guardes nada para ti. - Sucede que no quiero que tú te preocupes – le dijo Agustín. - Agustín, me voy a enojar en serio. A partir de que llegué a Montevideo, todo lo tuyo, malo o bueno, es también mío. - Si, ya se. No te enojes. ¿Sabés que pensé? Quedarnos con el dinero, porque ya veo que me lo gané, vender la camioneta o cambiarla como tú dijiste, pero no aceptar el trabajo. - Está bien pero, por algo pensaste en eso – dijo María Elena – ¿me lo quieres contar? - Si. Me parece que si acepto el trabajo me van a tener vigilado siempre o, quizás, piensen usarme. - ¿Sabes?, no lo había pensado. Realmente tienes razón - Lo único que me preocupa, es ese caso, es no tener trabajo – dijo Agustín - Mi amor, no te preocupes por eso. Primero porque tienes dinero y segundo, seguro que en poco tiempo estás trabajando en algo. Quiero que te recuperes, que no sigas pensando en lo que te hace daño. - Gracias, María Elena, no se que haría sin ti. Ahora estoy pensando en qué les voy a decir a mis padres. - Para mí – dijo María Elena – lo mejor es contarles la verdad. - Tenés razón, vamos para casa. María Elena lo abrazó y le dio un beso. Cuando llegaron a la casa de los padres de Agustín, Ana salió a recibirlos. Los saludó - Los estaba esperando para almorzar – les dijo – ¿cómo les fue? - Bien, mamá, se aclaró bastante el panorama. Creo que ahora voy a poder encarar todo de otra manera. 215
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Mirá – dijo Ana – ¿por qué no esperamos que esté tu padre y contás todo? Si, es lo mejor – le contestó Agustín Ana – dijo María Elena – estuvimos con Mariana Ay, ¿qué les dijo? Le mostré el anillo y saltaba de alegría. Le comenté, además que mamá y papá vienen el viernes. Vamos a almorzar. Agustín, ¿querés comer o acostarte? – dijo la madre – no tenés buen aspecto. Te lo cuento yo porque él no te lo va a decir – dijo María Elena – cuando salimos de la reunión se descompuso del disgusto. ¿Tan fea fue? Si, pero ahora está tranquilo Voy a comer algo – dijo Agustín que se había mantenido callado.
Cuando estaban almorzando, sonó el celular de Agustín. Él lo miró y atendió - Gordo, ¿qué hacés?... ¿si?, bárbaro…si, decime…bueno, poné los dos a nombre mío y de mi novia…tiene pasaporte…bueno, poné los dos a mi nombre… ¿podemos ir a buscarlos esta tarde?...listo, nos vemos de tarde, un abrazo. - ¿Qué pasó? – dijo María Elena - El gordo, el de la concesionaria, ya tiene vendida la Captiva y nos consiguió una Hilux 4x4 doble cabina y una VW Suram. - ¿Y para qué dos autos? – preguntó ella - La Suram es uno de mis regalos – dijo él riendo. - ¿Sabes por qué la acepto?, porque te reíste. Te quiero ver así. - Tiene razón Elenita – dijo Ana. - ¡Qué distraída! – exclamó María Elena – ¿y Melisa? - Tenía guardia esta tarde. Se fue poco antes que ustedes llegaran. Lo que sucede es que quiere estar el sábado aquí para conocer a tus padres. Después de almorzar, María Elena y Agustín se fueron a Salto. Volvieron cuando ya atardecía, María Elena manejando la Suram y atrás Agustín en la Hilux. Vinieron despacio, porque Agustín quería que María Elena se acostumbrara a la camioneta.
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Cuando llegaron a la casa de Ana y Mario, María Elena se bajó de la camioneta y corrió a abrazarse de Agustín, - ¿Qué te pasó, mi amor? – le preguntó él - Nada, que no tenía a mi lado. No se viajar si no es contigo – le dijo ella dándole besos. - Decime, ¿Cómo te fue con la camioneta? - Bien, pero siempre que pueda, no la voy a usar - ¿Cómo?, no entiendo - Si, quiero que vengas tú conmigo. - Está bien, mimosa – le dijo Agustín riendo y dándole un beso. Cuando entraron en la casa, ya estaba Mario. Junto con Ana, estaban tomando mate en el jardín del fondo. - Hola chicos, vengan a tomar mate con nosotros – dijo Ana - Ya estamos allí – contestó Agustín María Elena se cambió y se puso unos jeans, un buzo de manga larga y calzado deportivo. Cuando salió de la habitación, Agustín la tomó de la cintura y se fueron a donde estaban los padres de Agustín. Ellos le dieron un beso a cada uno - Hoy es la primera vez que siento frío – dijo María Elena. - ¿Querés que vayamos para adentro? – preguntó Agustín. - No, está bien. Tengo que acostumbrarme, además ahora Mario me da unos mates y se me va el frío – le respondió ella. - ¿Cómo les fue en Salto? – preguntó Mario - Muy bien – dijo María Elena – hasta ligué un auto. - ¿Si? – dijo Ana - Si, porque tu hijo es caprichoso y quiere que yo tenga un auto – dijo María Elena riendo. - ¿Vieron?, ya no preciso hablar yo – dijo Agustín sonriendo - Ay, no seas así – dijo Ana – ella es divina - Bueno – dijo Mario – cuéntenme como fue hoy en Arapey. - Mirá papá – comenzó Agustín – fue muy duro por varias cosas. Por recordar todo lo que pasé, por darme cuenta que hubieron personas que se decían mis amigos y que me usaron, pero lo más fuerte, es que me usaron como una carnada para pescar a unos delincuentes, sin importarles que me pasara a mí.
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Yo me quedé asombrada de la frialdad de esas personas – dijo María Elena – porque si algo salía mal, nadie se enteraba de nada. No quiero que nos cuentes detalles, solo decime si pudiste resolver algo – dijo Mario. Si, creo que es uno de los mejores consejos que me has dado – le contestó Agustín – ¿Te acordás cuando me dijiste que no aceptara el trabajo hasta no tener todo claro? Si, y sigo pensando igual – le contestó Mario Bueno, ese trago amargo que pasé hoy y que, además, se lo hice pasar a María Elena, sirvió para que resolviera no aceptar el trabajo. Mi amor – dijo María Elena – yo estaba muy preocupada por ti, porque veía que te estabas descomponiendo. Es una compañera ideal – dijo Ana – es tu soporte para toda la vida Por eso la quiero tener siempre a mi lado – dijo Agustín dándole un beso a María Elena. Mirá – dijo Mario – dentro de todo, eres un hombre de suerte. No solo por tener a tu lado a esa mujercita sino, además, por lo que voy a contar. ¿Qué pasó, papá? – dijo Ana Hoy, tal como lo hace cada dos o tres días, me llamó el doctor Alden. Después que le conté de cómo andaban las cosas, me preguntó si no conocía a alguien que se hiciera cargo de un campo de un amigo en Florida. Yo le dije, doctor, tengo a mi hijo, usted lo conoce, y ¿sabés lo que me contestó?, anotá este teléfono y decile que se venga. Yo le advertí que quizás demoraría unos días y me dijo que no importaba, que ya le iba avisar a su amigo, Diego Kraft, que el problema estaba resuelto. Así que ya tenés trabajo, nene, dijo sonriendo Mario. La primera que saltó a darle un beso fue María Elena. Gracias Mario, le dijo, eres un genio. En un minuto resolviste todos nuestros problemas Viejo, no te puedo creer – dijo Agustín – es como un milagro.
Después de cenar, María Elena y Agustín se fueron al dormitorio. Agustín se tiró en la cama, sin desvestirse. - Estoy tan cansado – dijo 218
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Déjame que yo me cambie y te ayudo a acostarte – le dijo María Elena
Cuando salió del baño, ya vestida con un camisón, vio que Agustín se había quedado dormido. Con mucho cuidado le quitó lo zapatos y lo tapó con una manta. Sin hacer ruido, se acostó a su lado, se tapó y apagó la luz. A las dos y media de la mañana, Agustín se despertó sobresaltado. Se movió y sintió que estaba María Elena acurrucada a su lado. Encendió la luz y se dio cuenta de que estaba vestido. Se incorporó y, en ese momento, ella de despertó - Mi amor – dijo él – ¿por qué no me despertaste? Además estás muerta de frío. Voy a encender el equipo para calefaccionar. - Te habías dormido y sabía que necesitabas descansar. - Vení, tapate bien. Voy al baño y ya vengo -
Cuando él volvió, María Elena lo miró y le dijo Acuéstate rápido así me das calor Si, mi amor, dijo él acostándose y abrazándola.
A las 7:30 de la mañana, María Elena se levantó, mientras Agustín seguía durmiendo, se puso una bata y se fue a la cocina. Allí encontró a Ana que preparaba el mate y el desayuno - Chiquilina, ¿qué hacés levantada tan temprano? – le preguntó Ana. - Quería que Agustín siguiera durmiendo. Pasó mal anoche – le dijo María Elena - ¿Qué le pasó? - Se ve que quedó muy afectado con la charla que tuvimos con los hombres esos, se acostó vestido y se durmió. Como a las 2 de la mañana, se despertó, se cambió y se volvió a acostar pero yo lo sentía inquieto. Recién en la madrugada se pudo dormir tranquilo. - Pobre, ¡suerte que te tiene a ti! – le dijo Ana mientras le daba un mate - Si pero, a veces me da algo de miedo, porque veo que lo que le pasó lo dejó muy mal.
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Mirá Elenita, yo creo que eso se cura con mucho amor y paciencia y tú se lo das Si, tú sabes que lo amo con locura. Es un hombre adorable. Bueno, decime – dijo Ana – ¿hoy llegan tus padres a Arapey? Ay, si, estoy ansiosa por verlos. Además quiero que papá conozca a Agustín, porque, como tú sabes, mamá ya lo conoce. ¿Por qué no me despertaste? – salió del dormitorio diciendo Agustín medio dormido. Mi amor, ven a desayunar – le dijo María Elena que se levantó a darle un beso – Mira, mientras tú desayunas, yo me visto, arreglo el cuarto y me apronto para irnos. Elenita, ¡por favor! – dijo Ana – dejá que yo lo arreglo No puedes hacer todo tú sola, además quiero demostrarle a mi hombre que se hacer las cosas – le contestó María Elena riendo.
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CAPITULO XXII
Cerca del medio día María Elena y Agustín llegaron, en la Hilux, al hotel en termas del Arapey. Cuando Agustín estaba estacionando, María Elena exclamó - ¡Mira!, allí está el auto de papá - Deben haber salido temprano de Encarnación, dijo Agustín Cuando entraron al hotel, María Elena se adelantó y fue a la recepción - ¿El doctor Allan y la señora, llegaron? – preguntó - Si, ya está alojados – le respondió el recepcionista. - El doctor Allan hizo una reserva para nosotros - ¿Señor Quiroga y señora? - Efectivamente – dijo María Elena. Cuando María Elena y Agustín habían entregado la documentación, oyen una voz femenina - A ver esa niña que no tiene padres - ¡Mamá! – exclamó María Elena corriendo a abrazarla Allan.
Detrás venía el padre de María Elena, el doctor Alcides María Elena se soltó de su madre y lo abrazó a él
Agustín se había quedado más atrás ya que no quería interrumpir el encuentro. - Ven Agustín – le dijo María Elena - Agustín, dijo la madre de María Elena – que alegría verte Agustín le dio un beso - Tú no conocías a papá – le dijo María Elena - Mucho gusto, doctor – dijo Agustín medio cortado extendiéndole la mano abrazo y le dijo
El padre de María Elena le dio la mano y después un 221
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Estoy saludando a un hombre de verdad y con la alegría que te integres a nuestra familia. Muchas gracias, doctor – le respondió Agustín. Nada de doctor, Alcides para ti – le respondió Agustín – dijo María Elena – vamos a nuestra habitación y, después, nos encontramos los cuatro en la piscina. Un rato más tarde estaban sentados junto a la piscina. Antes que nada, dejen que les muestre la novedad – dijo María Elena a sus padres. ¿Qué es? – dijo la madre Esto – le respondió María Elena mostrándole el anillo Agustín, ven por favor – dijo la señora – dame un beso, es la alegría más grande que podíamos tener. ¿Y a mí? – preguntó María Elena riendo.
Estuvieron conversando sobre el casamiento, de cuando y donde se iba a haber. En un momento, el doctor Allan dijo - Agustín, ya se que no quieres hablar mucho del asunto, pero cuéntame como han quedado las cosas. - No, no es que no quiera hablar, lo que pasa es que todo me ha abierto mucho los ojos con respecto a la gente – dijo Agustín - Si, ya se, Elenita nos contó - Bueno, lo que decidimos es no aceptar el trabajo que me ofrecían y buscar por nuestra cuenta. Casualmente, ayer, papá me dijo que hay la posibilidad de un cargo de administrador de un campo en el sur. - ¿Entonces se irán a vivir a Montevideo? – preguntó el doctor Allan - Si, es lo que tenemos pensado, porque además María Elena podría hacer su post-grado – le contestó Agustín - Miren – dijo el padre de María Elena – esto es para los dos. No quiero asustarlos, pero esa gente, la que te ofreció el empleo, no se conforma con un no, si es que les sirves. Ellos tienen objetivos muy buenos como lo son combatir el tráfico de armas y de drogas, pero sus métodos no son siempre los mejores. - Papá, ¿dices que no deberíamos decirles que no? – preguntó María Elena
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No, al contrario, me parece muy bien que traten de alejarse de ellos. Lo que pasa es que usaron a Agustín una vez y les sirvió y no sería difícil que volvieran en su busca. – le respondió el doctor Allan Estaremos atentos. Ya se que son gente muy fría y calculadora, lo hicieron conmigo.
Ese fin de semana fue de encuentros y de fiestas. Los padres de Agustín recibieron a los de María Elena y todos estaban muy contentos de con el casamiento de ellos. Ese lunes, Agustín habló con la doctora Márquez y le comunicó su decisión de no aceptar el trabajo que le ofrecían. Ella lo tomó muy bien y se puso a las órdenes.
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CAPITULO XXIII
UN AÑO MÁS TARDE María Elena y Agustín se casaron después de que él se hizo cargo de la administración del campo que le habían ofrecido. Alquilaron un lindo departamento amueblado en Montevideo. Melisa se había ido a vivir con ellos ya que consiguió que la trasladaran y estaba haciendo su post-grado María Elena también estaba haciendo el post-grado en economía, tal como ella lo deseaba. Agustín viajaba a Montevideo los fines de semana y, alguna vez, María Elena lo había ido a visitar a la estancia que él administraba. María Elena, más de una vez, le comentó a Agustín de la felicidad de vivir tranquilos. A él le preocupaba que extrañara a sus padres, por lo que le había prometido que se tomaría unas vacaciones y viajarían a visitarlos. Un sábado, cuando estaban almorzando los dos en el apartamento en Montevideo, sonó el celular de Agustín - ¿Si?... ¿que estás diciendo?... ¿por qué no te vas a la puta madre que te parió, cobarde? - Agustín, ¿qué pasó? – le preguntó María Elena que nunca lo había visto tan alterado. - Nada, un imbécil haciendo estupideces por teléfono – le contestó él. - Mi amor, no me ocultes, fue algo más grave – dijo ella. - Bueno, si, dijo él, me dijo que ya sabían que era yo el que les arruinó el negocio en Asunción. - Mi amor, Agustín, ¿cómo te ubicaron? – dijo María Elena - No se. Lo peor es que no se a quien recurrir. - ¿Por qué no llamas a la doctora Márquez? – dijo ella 225
Agustín tomó el teléfono y llamó a la doctora Márquez. Le explicó lo sucedido. - ¿Qué te dijo? – le preguntó María Elena - Que la tuviera informada. Ella el lunes se va a poner en contacto con la división narcóticos de la policía. - Agustín – dijo María Elena – tengo miedo que te pase algo. - Quedate tranquila, voy a andar con cuidado y no me va a pasar nada. Los que no le contó a María Elena es que en la llamada anónima le dijeron que iban a secuestrarla para obligarlo a pagar un monto de dinero. En las semanas siguientes, Agustín trató de volver todos los días a Montevideo. Cuando María Elena le preguntó por qué, él le explicó que, a esa altura del año había que hacer trámites administrativos que lo obligaban a estar en la ciudad. No le podía decir que lo quería era cuidarla a ella frente a la amenaza que le habían hecho. Una mañana, estando en el campo, sonó su celular. Le llamó la atención que quien lo llamaba era su hermana Melisa - ¿Melisa?, ¿qué pasó? – preguntó él. - No te asustes – dijo su hermana – María Elena tuvo un accidente y está internada. Está bien, solo la tienen en observación pero sería mejor que te vinieras porque está muy nerviosa. - Si, ya salgo para allí. ¿Dónde está? - En el sanatorio B. Por favor, cuidate y vení despacio – le dijo Melisa. Agustín le dijo al capataz lo que había sucedido, se subió a la Hilux y salió hacia Montevideo. Tenía que recorrer unos 100 Km. Lo hizo, en algunos tramos, muy rápido y luego lo pensaba y disminuía la velocidad. En todo el viaje se tenía que quitar las lágrimas de los ojos. Le pasaron por la cabeza las ideas más horribles. Una hora y quince más tarde estacionaba frente al sanatorio. Entró y preguntó 226
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¿La señora de Quiroga? Sala 121, señor. Está con el médico ahora
Agustín subió por la escalera corriendo. Cuando llegó a la sala, tomó aire y golpeó la puerta que estaba cerrada. -
Salió una enfermera ¿Señor? Soy el esposo de la señora Pase – le dijo ella ¡Agustín, mi amor! – dijo María Elena y se puso a llorar
Agustín miró al médico y él le hizo señas que la abrazara. Así estuvieron unos minutos. - Decime, amor mío, ¿qué pasó? – preguntó Agustín - Quiero contarte pero no puedo – dijo María Elena y se puso a llorar - Tranquila, mi amor, ahora estoy yo aquí. no te puede pasar nada En ese momento llegó Melisa. Se abrazó a Agustín y le dijo - Mirá, fue horrible, no se como sacó fuerzas para hacer lo que hizo - ¿Tú ibas con ella? Si, ahora me trajeron desde la comisaría. Agustín lo miró al médico y él le hizo señas que salieran los dos de la habitación. - Su señora ha tenido un shock muy fuerte. Ahora ya le dimos un calmante. Según le relató a la policía, trataron de secuestrarla y ella estrelló su auto contra el de los individuos. Tuvo la suerte que justo pasaba un patrullero y los detuvo – dijo el médico - ¿Y tuvo alguna herida?, ¿por qué está internada? – preguntó Agustín - Ah, quizás usted no lo sabe, todavía, pero su señora está embarazada y queremos que no tenga ninguna complicación. - Gracias, doctor Luego que dejó al médico, Agustín entró en la habitación. María Elena tenía los ojos cerrados pero cuando oyó que entraba él, los abrió 227
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Creí que te habías ido – dijo ella No mi amor, ahora no me voy a separar de ti – dijo él abrazándola. ¿Sabés que quiere Elenita? – dijo Melisa ¿Qué? Ir a vivir en Constitución, junto a papá y mamá – le contestó Melisa Bueno, nos vamos para allá, así podemos cuidar mejor al bebe que viene – dijo Agustín con una sonrisa y dándole besos a María Elena. ¿Mira de qué manera te vienes a enterar? Yo quería darte la sorpresa – dijo ella Mi amor, tenés que cuidarte. Ahora son dos. Melisa, ¿tú, como estás? Bien, un poco nerviosa todavía, pero ya se me está pasando – le respondió ella. María Elena, voy a llamar a la doctora Márquez para que se encargue de esto. ¿Te parece?, Agustín no quiero que vuelvas a lo de Asunción. Quedate tranquila, esto no lo podemos dejar así. Agustín salió de la habitación y llamó a la abogada. Doctora, Agustín Quiroga, atacaron a mi señora, …, si, trataron de secuestrarla y, no se como, ella logró zafar…, si, la denuncia está hecha y creo que detuvieron a uno de los individuos…bien, espero noticias suyas…está bien, pero está en observación en el sanatorio…gracias. Elenita te llama – le dijo Melisa que salió de la habitación.
María Elena estaba incorporada en la cama. Cuando lo vio entrar, extendió los brazos y le dijo - Ven, dame un beso. Quiero conversar contigo - Si, decime - Agustín, no quiero vivir más aquí en Montevideo. Tengo miedo. Vámonos a vivir al lado de tus padres. Fue allá donde pasamos los momentos más felices. Ya se que me vas a decir que acá tienes trabajo, pero me acuerdo de lo que te ofreció tu padre. Además, tenemos dinero como para construirnos una casita y hacer algún negocio. Yo siempre te dije que donde tú fueras te 228
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acompañaba, ahora te estoy pidiendo un sacrificio, que vengas donde yo quiero ir. Pero, María Elena, si no estabas a gusto aquí, ¿por qué no me lo dijiste antes? Porque quería que te sintieras bien. Además yo estaba estudiando y tu hermana también, pero siempre me sentí insegura. María Elena, yo te amo y quiero hacer lo que tú quieras hacer. Le voy a preguntar al médico cuando podrías viajar Gracias, Agustín, sabía que me ibas a entender Si, mimosa, ahora más mimosa que nunca – dijo él riendo.
Esa tarde le dieron el alta a María Elena. Ella junto con Melisa y Agustín se fueron al departamento. - ¿Querés acostarte? – le preguntó Agustín a María Elena - No, quiero que podamos conversar los tres – respondió ella - Espera que preparo el mate – dijo Melisa – y charlamos Sentados los tres en el living del apartamento, María Elena dijo - Me da mucha pena tener que destruirle la vida a ustedes, pero quiero que me entiendan, tengo mucho miedo. - Elenita – dijo Melisa – no estás destruyendo nada, estás tratando de construir tu vida con Agustín y tu hijo. No puedes vivir en un lugar donde estás atemorizada. - Tiene razón Melisa – dijo Agustín – además tú sabés que, para mí, siempre fue un ideal vivir en el interior. Yo te lo dije hace mucho, pero tenía miedo que tú te aburrieras. - ¿Y qué vas a hacer con el trabajo? – le preguntó María Elena. - Mañana de mañana voy al campo, hablo con el doctor Kraft y listo, en la tarde nos vamos para Salto, le contestó Agustín. - ¿Y tú Melisa? - Mirá, hay una compañera, que también es de Salto, que se vendría a vivir conmigo, por lo menos hasta terminar el postgrado – le contestó Melisa - Además yo voy a seguir pagando el alquiler – dijo Agustín - No, hermanito, de eso tengo que hacerme cargo yo – le protestó Melisa - Bueno. Después vemos. 229
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¿Me ayudas Melisa? Así voy preparado lo que tenemos que llevar – dijo María Elena. Si, vamos Sonó el celular de Agustín Doctora, ¿cómo está?... ¿si?...bueno, realmente me alegro…no, no lo creo necesario pero, por si acaso déme el nombre y teléfono…si, ya anoté…bien, ahora ya se recuperó…gracias. ¿Era la abogada?, ¿qué te dijo? – preguntó María Elena Si, era ella, me preguntó como estabas tú, me contó que apresaron al que se escapó y me ofreció ponerme una guardia policial. Yo le dije que no era necesario. Me dejó el nombre y el teléfono de un Inspector de la policía por si lo necesitamos. Hiciste bien en decirle que no queremos guardia – dijo Melisa Si, además no le dije que nos íbamos a vivir al interior ¿Sabes? – dijo María Elena – siempre supe que te amaba, pero ahora más que nunca. Eres un ser maravilloso. Bueno, no exageres que puedo hacer un disparate y está Melisa aquí – dijo Agustín abrazándola y dándole un beso Me voy, si quieren – dijo Melisa riendo Agustín – dijo María Elena – ¿no le vamos a avisar a tus padres? Había pensado que si, pero tenía que explicarle el por qué y, por teléfono se iba a asustar, entonces creo que es mejor caer de improviso. ¿Puedo pedir algo? – dijo Melisa Ay, mi amiga de siempre – dijo María Elena – ¿qué necesitas? Mañana es jueves y tengo libre, pido que me cubran viernes y sábado y me voy con ustedes, ¿si? Si – dijo María Elena abrazándola – no me olvidé que tú fuiste quien se ocupó de mí en todo este lío.
El jueves, al mediodía, cargaron todo en la Hilux y los tres salieron para Salto. A las 6:30 de la tarde llegaron a Constitución. Ana estaba en el jardín del frente charlando con una vecina cuando los vio llegar. María Elena se bajó corriendo y la abrazó. - ¿Qué es esto? ¿Qué pasó que se vinieron los tres? – dijo Ana sorprendida.
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No pasó nada mamá – dijo Agustín riendo – es que María Elena está muy mimosa y te extrañaba. Pero, ¿y Melisa?, ¿y toda esa carga que traen? – preguntó Ana Ana, ven – le dijo María Elena – vengan ustedes también Melisa y Agustín Cuando estaban todos juntos, María Elena dijo Ana, nos venimos a vivir con ustedes, si nos aceptan, porque vamos a ser más Esperá Elenita que no entiendo nada. ¿Melisa también se viene? ¿Y el estudio? No, Melisa se va el domingo, los que somos más somos Agustín, yo y esto, explicó María Elena indicando el abdomen. ¿No me digas…? Si, te digo Cuando papá se entere. Bueno entren que le digo al Pincho, que me está ayudando en el fondo, que descargue las cosas.
En ese momento llegó Mario y entró tan sorprendido como había quedado Ana. Todos se fueron al fondo y estuvieron hablando sobre todo lo que había pasado. -
No se imaginan la alegría que nos da tenerlos aquí – dijo Mario con los ojos llenos de lágrimas – Cuando Agustín se fue al Paraguay, creíamos que no lo íbamos a ver más y, ahora, después de tanto recorrer, está de vuelta en casa. Pero lo más importante es que no vino solo vino con un sol.
María Elena lo abrazó a Agustín y le dijo - ¿Ves?, esta es la vida que quiero y que nos merecemos Él la abrazó y la besó.
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