La mujer de negro San Isidro Lima Perú, 1978. Vivía en la calle Cádiz, a tres cuadras de la casa del presidente de la república, el General Francisco Morales Bermúdez. En aquellas fechas, Lima aún no era la ciudad desbordante y caótica que es hoy, el concepto urbanístico empezaba a deteriorase y los servicios básicos como el transporte y las prestaciones sociales perdían estabilidad hundiéndose en la paulatina anarquía. Se acercaba el momento que Morales Bermúdez entregaría el poder a la democracia, y silenciosamente, en la sierra de la provincia de Ayacucho, se agazapaba la idea maoísta que predicaba Abimael Guzmán desde la Universidad de Huamanga. Ese año fuimos de cacería hasta la misma ciudad de Ayacucho, conduciendo un Toyota último modelo por la carretera de Libertadores: el viaje fue tortuoso, largo y accidentado: el invento japonés se sacude como un frágil bote en el mar, los baches como cráteres parecen tragarnos, y nuestras cabezas se baten como títeres fijos a los asientos. El viaje parece que nunca acaba, la lluvia embarra toda la carretera y el auto queda empantanado varias veces, se rompe el tubo de escape y hay que descartarlo, una piedra destroza el parabrisas, se revientan tres neumáticos y hay que esperar para que pase un camión y nos socorra, llega la noche, el día, la noche y el día, el sol emerge en la madrugada desbocado sobre la montañas, el frío congela en la noches nuestras manos entumeciéndolas despiadadamente y la calefacción estropeada brilla por su ausencia, parece que no llegaremos jamás: Al final llegamos, ese fue el viaje a Ayacucho, una tortura desmedida. La carretera en aquel entonces no poseía asfalto, y el encalaminado, más las piedras del camino se encargaron de demoler el auto, al arribar a Huamanga el auto estaba destartalado. Pasamos varias semanas en esa ciudad con una iglesia en cada esquina, en casa de la tía Salomé, esposa de Miguel Chahud hermano de la madre de Carlos, ella nos mimó y atendió con la ternura que no esperaba. El Toyota se reparó y nos dispusimos a ir de cacería a las montañas. Nos habían avisado de un maravilloso lugar donde encontraríamos una fauna impresionante. Caminamos por los andes, subiendo las montañas y llevando a cuestas las escopetas, una pequeña tienda de campaña y
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