la saga de alice

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Primero: Secretos a flote. Alice estaba muy tranquila en su cuarto leyendo “Sepulcro”, de Kate Mosse, cuando de repente escuchó que había alguien caminando en el piso de abajo, donde dormía su padrastro. Se lo esperaba venir, pues desde que su madre se casó con el tal Alphonse Stivetto cambió muchísimo: Llegaba tarde a casa, salía por varios días sin avisarle y la dejaba sola muy constantemente. Casi siempre estaba con la casa para sí sola, lo cual supondría el sueño de cualquier adolescente de 15 años, pero mantenerla no lo era en absoluto; Limpiar, cocinar, lavar, planchar, encerar… Las tareas domésticas eran un tormento diario y en el fondo de su alma se alegraba de que su casa fuese pequeña, ubicada en una colina alejada de la sociedad. Normalmente llegaba muy tarde, casi siempre después de la medianoche, pero esa vez llegó justo cuando dieron la última campanada marcando esa hora, algo un tanto inusual viniendo de una mujer como en la que se había convertido ella. Alice puso el marca páginas en el párrafo que acababa de terminar y bajó a recibir a su madre. Bajó por la escalera y trató de ubicar con la mirada a su mamá, pero no estaba en la entrada, así que fue a ver en la cocina, pero tampoco estaba allí. Fue inspeccionando las salas una a una, pero ningún rastro de su progenitora en la casa, así que comenzó a inquietarse. Como prueba de que había entrado, estaban su bufanda en el perchero y sus botas en la entrada, pero algo le llamó la atención en esta primera, así que fue a revisar. Efectivamente, era la misma bufanda de su madre, era una copia exacta, pero faltaba una mancha de labial rojo-escarlata que siempre dejaba como sello de una noche divertida, algo que era siempre. Revisó las botas, y se dio cuenta de que pasaba lo mismo con ella: Eran casi iguales, a simple vista eran las de su madre, pero un broche que debería tener un rayón muy fino y casi imperceptible lucía en todo su esplender de “nueva compra”. Ya era obvio que sea quién sea el que estuviese en su casa, se sabía esconder y no era su madre. Alice corrió inmediatamente a su cuarto, era el único lugar en donde no había revisado, y a pesar de ir casi volando y subiendo los escalones de dos en dos, sentía que seguía pegada en el marco de la puerta como una idiota, pensamiento que se disolvió cuando abrió de golpe la puerta de su habitación. Nada estaba fuera de lugar y todo estaba exactamente igual a cómo lo había dejado, salvo algo: Una persona cubierta de una manta negra que revisaba su biblioteca como buscando algo. En ese segundo su corazón se detuvo por completo y sus ojos se abrieron de forma descomunal. Un frío recorrió todo su cuerpo y un sudor impregnó su frente dándole a saber algo muy obvio: Esa persona no era buena, quería hacerle daño. Por la ventana, que casi siempre dejaba abierta, se escuchó el cantar de unos cuervos que estaban en un árbol que había crecido justo al lado de ella; daban un mensaje de peligro, de alerta, y sin más se fueron volando, como espantados por una fuerza invisible. De repente, esa persona se irguió como adivinando su presencia. Era inmensa, colosal y muy delgada, como salida de un cuento de terror escrito por Edgar Allan Poe en un bosque incógnito y con su propia sangre. Era esa la sensación que le entraba en la piel al contemplarla allí, en su habitación, su refugio de la humanidad.


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¿Qué eres? ¿Qué quieres?

No hubo respuesta, sólo un soplo de aire visible, de aire frío y congelado, una exhalación que llevaba consigo toda la fuerza de la muerte. Alice repitió la pregunta, como en shock, y esta vez hubo una risa burlona, irónica y cruel, como tratando de decirle que algo obvio se ocultaba bajo sus narices. Ya desesperada, Alice gritó de nuevo sus preguntas y salió corriendo de allí como le fuese posible. Aporreó la puerta, se lanzó al piso de abajo y soportó el dolor en sus pies para salir corriendo de su casa. La recibió la fría noche y el aullido de los lobos hambrientos, música para sus oídos. En el momento en que pisó el césped escuchó la puerta de su habitación cerrarse de golpe y supo que venían por ella, la buscaban y la iban a encontrar si no se escondía pronto. La casa de Alice estaba rodeada por un denso bosque y al Este había un lago bastante amplío, ambos eran completamente oscuros e inescrutables por la noche, así que por instinto, Alice escapó al bosque, pero algo le dijo que no, un presentimiento le pedía a gritos que desistiera de ir a ese lugar, así que de inmediato fue a parar al lago, se lanzó y esperó a que la sombra saliera. Sin embargo, esta no lo hizo. Alice esperó, aguantando que el frío le comiera los huesos y entumeciera sus músculos, pero no había rastro de ese ser. De repente, se escuchó el andar de un caballo, más bien de dos. Y era señal inequívoca de que su madre regresaba con su marido, el tal Alphonse. Ese hombre nunca le cayó bien a Alice, es más, siempre que estaba en su presencia se sentía muy incómoda y quería que se fuera, había algo que no la dejaba confiar en él, y la vida le había enseñado a creer en sus presentimientos. No pasó mucho tiempo antes de que se vieran los caballos de la pareja: marrón para su madre y blanco para Stivetto, como tratando de decir: “Soy de confianza, soy alguien bueno”. Mentira. Mentira. Mentira. ¡Mentira! Ese hombre no era bueno, su presencia no podía ser buena, su voz no podía ser buena. Algo en él estaba mal, algo en su persona engañaba a quién lo veía: Alto, blanco, pelo negro, con una cicatriz diagonal en la nariz que no se notaba a primera vista, y unos ojos plateados que seducían a todo aquél que los viera, excepto, claro, a Alice. Poco a poco la pareja desmontó los caballos y los amarraron a la entrada, como era común hacer antes de recuperar de una escapada nocturna; poco después entraron a la casa. Pssst! Ese sonido alarmó a Alice, venía de la orilla d el lago que daba a la dirección opuesta a su casa. Había sido repentino y corto, pero muy melódico y armonioso, casi seductor y atractivo. Se volteó a ver qué la estaba llamando, y cuando vio la sombra que estaba en su cuarto frente a sus ojos, tuvo ganas de vomitar y de que sus ojos salían de sus órbitas. El pavor se adueñó completamente de ella cuando la vio y le impidió moverse, inclusive cuando vio que esta se le acercaba. Apenas la tuvo de frente pudo ver que se trataba de un hombre, pero que se cubría completamente: La capucha y una bufanda negras dejaban a la vista solo la parte superior del puente de su nariz y sus dos ojos plateados, muy parecidos a los de Alphonse.


En su cara se debió de ver el deseo de gritar a todo pulmón, pues de inmediato el hombre le tapó la boca. -

No hay tiempo, tenemos que salvara tu madre de ese tipo – Le susurró al oído -. ¿De qué hablas? ¿Quién eres? ¿Qué eres? – Dijo Alice liberándose de la mano del hombre -. Alice, dejemos las presentaciones para después. Para que te olvides de eso te diré unas palabras: Si ese hombre es Alphonse Stivetto, tu madre corre grave peligro.

Ganas no le faltaron a Alice de echar a correr de inmediato para encarar a Stivetto, pero el hombre misterioso la tomó de la mano y negó con la cabeza. -

Eso es lo que quiere, que desesperes. Por eso te sacó de la casa. ¿De qué hablas?

Alice estaba bastante confundida, pero a la vez, se alegraba de cierta forma al saber que sus sospechas eran verdaderas, como siempre, que aún conservaba “El toque de gracia”, como decían casi todos. -

Alphonse Stivetto es el miembro de la Orden de los cuervos de Crowley, seguro sabes quienes son ellos.

El aire le faltó y la sangre se le heló a Alice de solo escuchar ese nombre. Maldito aquél que dijera que no y viviera en las montañas de Wyoming. “Los Cuervos”, el nombre abreviado de esa sociedad, era un grupo de asesinos fríos y de métodos horrorosos, cuyo objetivo no estaba para nada claro. En los periódicos siempre estaba el secuestro de algún niño o alguna mujer, incluso mascotas, que desaparecían en las más extrañas situaciones, y seis días después eran encontrados en estados que darían un ataque de nervios a cualquiera. Cuando Alice supo la verdad sobre Stivetto tuvo aún más ganas de salir corriendo a salvara su madre, pero nuevamente, la mano dura del hombre que la acompañaba la detuvo a tiempo y sin vacilar, Cuando quiso gritar, este le tapó la boca, pero inmediatamente lo mordió y le abofeteó con todas sus fuerzas, por lo que contó con unos segundos de libertad, claro, no contaba con una rama que estaba en las cercanías para hacerla caer de bruces contra el suelo el tiempo suficiente para que este nuevamente la capturara y al silenciara. -

¿Estás demente? – Dijo entre susurros -. Si nos descubre estaremos perdidos ambos, y créeme que de todos “Los Cuervos”, Stivetto es al que menos deseas hacer enojar: Él es el culpable del caso de Lisa “la Mártir” Johnson.

Alice ya lo veía venir, pero eso no evitó que le dieran escalofríos de recordar esa noticia… En un día de otoño, Lisa Johnson, conocida como “la Mártir”, por ser emo, fue hallada semiviva en las cercanías de Wyoming por un cazador. Esta estaba en un estado que lo traumó de por vida: desnuda, sus manos cortadas, su cuello cocido como por decoración, igual su boca, con un rosario en su ano y en la espalda estaba escrita con profundas cortadas: “Muerte a los que la buscan”.


En vez de tener un nuevo ataque de energía, Alice rompió a llorar amargamente, ya sabía que el hombre no la dejaría ir a salvar a su madre, pero de todos modos seguramente ya era tarde. Sólo en ese momento el hombre le dejó la boca libre, y pudo articular las primeras palabras que se le ocurrieron… -

¿Por qué? Porque es necesario. Debes esperar. ¿Esperar qué? – Es escuchó un pequeño gemido, apenas audible en la oscuridad de la noche -. Eso, ahora vamos.

De inmediato, el hombre salió corriendo sigilosamente por en medio de los árboles tirando a Alice de una mano para que le siguiera el paso, y ella hacía lo que podía, pero era bastante torpe en esas situaciones donde conocía el desenlace o se lo imaginaba. En vez de entrar por la puerta delantera, el sujeto se deslizó hábilmente por las ramas y subió a la ventana del cuarto de Alice, entrando sin hacer un ruido. Cuando estuvieron allí, escucharon claramente el llanto de una mujer, y Alice sabía de sobra quién era la que lloraba de ese modo. Sin perder tiempo, el hombre sacó una navaja del interior de sus ropas, que a la luz artificial de la habitación se veían claramente: Unas botas de montaña, pantalones negros y una camisa del mismo color, acompañados por una capa y capucha color carbón, pero Alice se dio cuenta de que no había ninguna bufanda, sino que el cuello de la camisa era lo suficientemente alto para tapar casi todo su rostro. En menos de lo que parecía posible, salió del cuarto y corrió silenciosamente a la habitación contigua, de la que venían los lamentos; Alice apenas pudo seguirle el paso. Dejando de lado todo el silencio que casi parecía ceremonial, pateó la puerta con una fuerza que no parecía posible, sacándola del marco y haciendo que se fuera hasta la mitad de la habitación. Allí estaba Alphonse Stivetto, completamente vestido, y con su madre, desnuda y con el cuello sangrando, en brazos. Ahí fue que Alice se dio cuenta de que un poco de sangre corría por la boca de Stivetto, quien al instante se sonrió de la manera más retorcida posible, haciendo que esta pareciera más una mueca enferma que una muestra de alegría falsa. -

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Veo que sigues siendo de los buenos, ¿No, Sebastian? Y tú sigues siendo la misma basura, Alphonse. Deja a la mujer, ella no tiene nada que ver en esto. Eso dices tú, pero ella es de sumo interés para nosotros Los Cuervos, su sangre es muy valiosa como para dejarla libre. Y por eso decidiste probarla antes que todos, ¿No? – No había nada de compasión, sólo dureza y amenaza en las palabras del hombre que la había traído a Alice-. Llegas primero, te regocijas primero, sabes de sobra nuestras normas. No me vengas con eso ahora, déjala. Por favor – Dijo Stivetto sonriendo de nuevo -, no le dijiste, ¿Cierto? Cállate – Ahora la voz de el tal Sebastian era más dura que antes -. Ah, pobre Alice, Sebastian puede enseñar una cara muy bondadosa, pero es una víbora asquerosa. Alphonse, dame a la mujer ahora.


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No me digas, planeas hacerte el duro conmigo, culpándome de que te echaran de la orden, ¿No es así? – Dijo en tono burlón Alphonse -. ¡Silencio!

Sin perder tiempo, Sebastian lanzó de sus manos lo que parecían ser unos cuchillos azules hacia Stivetto, quién simplemente saltó y se paró en uno de ellos a lo que impactó contra la pared, alardeando de sus habilidades. -

Mi turno – Dijo al instante -.

Y de inmediato sacó de su espalda una espada de un tamaño gigantesco, casi de un metro y medio, y empezó a arremeter contra Sebastian, que se dedicaba a esquivar dificultosamente los ataques de su oponente. Alice simplemente estaba congelada en el marco de la puerta, viendo a ambos hombres batirse en aquella lucha. ¿Qué clase de sueño enfermo era este? ¿Qué le había puesto Stivetto a su jugo de uvas de la cena para que viera tales alucinaciones? Pero todo era real, lo supo cuando la hojilla de la espada de Stivetto pasó a milímetros de su brazo y la cortó como si estuviese hecha de mantequilla. La sangre comenzó a salir lentamente de su brazo, con una lentitud anormal, pero con un dolor dos veces más intenso de lo que debiera ser. Mientras ellos seguían, Stivetto con la espada y Sebastian con los cuchillos, sin tocarse ninguno en ningún momento, Alice empezó a darse cuenta de algo: Los cuchillos que lanzaba Sebastian estaban formando una figura en la pared del lado de Alphonse, y lentamente tomó forma: Un pentagrama encerrado en un círculo. -

Has perdido el tiempo, Sebastian, tus trucos no sirven conmigo ahora. Ya tomé la sangre de esta sacerdotisa y mis poderes son superiores. Veamos si es cierto. ¡Sacro Resplandor!

Una mueca de confusión y sorpresa se dibujó en la cara de Stivetto, obviamente eso no era lo que esperaba escuchar de Sebastian, y Alice se dio cuenta de inmediato: Ambos vestían de negro y eran pálidos, además de que hablaban de sí como si se conociesen de toda la vida. Era casi un grito diciéndole que Sebastian había sido un Cuervo. Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos abruptamente por el hecho de que los cuchillos comenzaban a brillar con una luz azulada cegadora, mientras que se escuchaba una melodía en el ambiente y contemplaban como Stivetto caí rendido a los pies de Sebastian. -

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Estará así un rato, así que no te preocupes por él. Dime de una vez, ¿Qué pasa aquí? Tu madre no te contó nada nunca, ¿Cierto? – Sebastian miró por un segundo a la mujer desnuda y herida que estaba en el suelo, a pocos centímetros de Alphonse -. Bueno, era de esperarse viniendo de ella. ¿De qué hablas? Como te habrás dado cuenta, este mundo no es el que creías. Las criaturas de las que has escuchado hablar en leyendas, cuentos, novelas, historias folclóricas, todas ellas, son reales. Pero, son sólo cuentos.


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Y de alguna forma debieron originarse, ¿No crees? La verdad es que tu madre es un ser muy importante para Los Cuervos de Crowley, es alguien cuyo Haäd es tan puro y tan blanco que es un peligro inminente para ellos. ¿Qué es el Haäd? Es la mezcla de poder vital con el poder mágico de una criatura mágica, una energía única que solo pocos son capaces de lograr y solo un grupo de ellos lo logra controlar. Tu madre, Amelia Valtimore, es uno de esos pocos, y entre ese minúsculo grupo, es la única con un Haäd así.

Tantos datos confusos llenaban a Alice de confusión y pavor. ¿Qué eran esas locuras que le decía el tal Sebastian? ¿De donde venían tan ridículas suposiciones? Estaba a punto de salir corriendo cuando Sebastian habló de nuevo: -

Supongo que sólo me creerás si ves es Haäd de tu madre, ¿Cierto?

Alice no estaba segura. Miró a su madre allí tirada, y recordó todo lo que habían hecho juntas, todos los paseos, los quehaceres, los juegos y las comidas, todo había cambiado de repente cuando conoció a Stivetto. La mujer que antes era cariñosa, atenta, divertida, se volvió fría, apagada, ausente, una sombre desdibujada en el horizonte de la memoria de todos los que la conocían, alguien que se había alejado demasiado de los demás para estar con el que ella decía ser “El amor de su vida”. Ahora, después de lo que parecía una alucinación espantosa, Sebastian le revelaba una sarta de locuras y le proponía comprobarlas todas en ese mismo instante. Sin saber por qué o cómo, Alice sintió cómo su cabeza subía y bajaba, respondiendo a la pregunta. Sebastian también asintió y se acercó a su madre, con las manos abiertas y los dedos separados, como para levantarla con las manos, pero estas comenzaron a brillar con un resplandor verdoso, casi como su la luz fuese una joya física genuina. La más irreal e inusual esmeralda que viera Alice jamás en su vida. Lentamente el cuerpo de su madre se elevó a medida que la luz la alcanzaba, como si esta ejerciera un extraño efecto en su cuerpo. Por alguna razón, Alice seguía creyendo que estaba en un sueño, así que ya no se preocupaba más por lo que llegara a pasar. En un sueño todo es posible, todo se puede y todos lo pueden, pero como cualquier sueño, si mueres en él y no despiertas al instante, mueres completamente, así que debía mantener su imaginación controlada. En menos de lo que esperaba, el cuerpo de su madre estaba ya a un metro de altura, y Sebastian se había acercado más de lo que la cortesía y la moral permitían, pero después de todo, era un simple sueño. -

Ven, quiero que veas lo que haré.

Con un gesto con la mano la invitó a acercarse, y Alice obedeció de inmediato. Sebastian estaba del lado opuesto de la habitación, y con sumo cuidado volteaba a su madre en el aire, dejándola boca abajo. Cuando Alice se acercó lo suficiente pudo apreciar que en la espalda de su madre había un extraño símbolo: Una estrella de cinco puntas en un círculo, con una luna creciente y una menguante a los lados que correspondían, y arribe estaba la misma luna como si fuesen una especie de cuernos.


En un primer instante, Alice se sintió intimidada por que la mujer que la trajera a la vida tuviera tal símbolo en su espalda, incluso en un sueño, pero trató de hacer tripas corazón y dejó la mirada allí fijada. -

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Para hacer que el Haäd de tu madre se vuelva visible es necesario sacarlo, y está dentro de su cuerpo – La cara de Alice seguramente reflejó el peor temor que se le pudiera ocurrir a alguien que oyera esa frase, por lo que Sebastian se apresuró a decir -. Tranquila, es sólo una herida muy pequeña. Es simplemente dilatar un poro, y de allí sale el Haäd como un fino filamento. ¿Sólo eso? Sí, pero antes debo hermetizar este lugar. El Haäd en su estado puro atrae a cualquier criatura de cualquier naturaleza para consumirlo. Nadie está a salvo de buscar ese poder en su forma más bruta.

Y de inmediato, Sebastian comenzó a realizar varios pases con las manos en el aire, movimientos fluidos e ininterrumpidos, como bailando al son de una música que no escuchaba nadie más que él. Cada partícula de su cuerpo exhalaba una especie de energía divina que hacia que Alice se sintiera rebosante de felicidad y tranquilidad, como si todas las pesadillas y sombras que había vivido recientemente se disiparan como si nunca jamás hubiesen estado allí. Era un estado casi divino, e incluso, por unos pocos y breves segundo, Alice creyó escuchar la música que le daba el ritmo a los movimientos de Sebastian. Antes de darse cuenta, ya se había levantado una pared inmensa de color blanco traslúcido, que apenas dejaba ver el entorno que antes los había rodeado a todos, como un escudo irrompible hecho del más precioso cristal. Casi ceremonialmente, Sebastian apretó apenas un cuchillo en el centró del símbolo de la espalda de su madre, y pronunció algo en una lengua desconocida y casi compuesta por simples sonidos. Como había dicho, del minúsculo agujero que hizo, empezó a salir un finísimo hilo blanco, más delgado que un cabello y más grácil que la danza que había dado Sebastian hacia segundos. -

Ahí lo tienes, un Haäd como ningún otro.

Casi instantáneamente, el muro que los rodeaba se vio atacado por infinidad de criaturas de todos los tipos. Centauros, pegasos, gorgonas, fantasmas, poseídos, incluso creyó Alice haber visto un ángel entre tanta locura. Por instinto, se arrodilló y tomó su cabeza entre los brazos, pero Sebastian le tendió la mano y la obligó a levantarse. -

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No temas. Por eso hice el círculo hermético. No hay criatura en este plano capaz de penetrar en el, y mientras más largo sea el procedimiento para su formación y más personas participen en él, puede incluso llegar a bloquear la entrada del mismísimo infierno o de Satanás. Esto es muy metódico para ser un sueño. ¿Crees que lo que ocurre es un simple sueño? – Dijo sonriente Sebastian -. ¿Qué si no? Pues, la realidad como realmente es. No pretendas que crea que realmente estas criaturas sean reales – Dijo Alice señalando a la multitud alrededor de ellos -.


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La naturaleza libera energía constantemente, y esta se materializa en criaturas energéticas, sólo cuando quieres o puedes, tus ojos son capaces de darle a tu cerebro el aspecto de estas. Normalmente asocias determinada energía a una figura que los cuentos te han enseñado. O sea, dices que, suponiendo que todo esto es real – Dijo con irrelevancia -, lo que yo veo como una Gorgona, mamá, por ejemplo, lo ve como un Pegaso. Exacto. Tu madre fue criada con los ojos siempre abiertos, así que sabe a qué se enfrenta cuando aparece determinada energía. ¿Enfrentar? Mi madre es de todo menos una guerrera – Se burló Alice -. Eso crees tú. Ella, por tener un Haäd como lo es el suyo, es capaz de cosas que quisieras realizar y de otras que ni imaginas. Bien, dejémoslo en que te creo y punto. No hace falta que la despiertes y la aloques para que haga cualquier estupidez – Alice ya estaba fastidiada de que tanta metodología y procedimiento fueran protagonistas de ese momento que debería ser totalmente distinto -. ¡Hablar así de Amelia Valtimore! ¡Y su propia hija! Sí, su propia hija. ¿Y luego…? Nada – Sebastian casi se disculpaba - . Se ve que tu madre ha ocultado demasiado bien el secreto durante todos estos años, y a pesar de todo lo que ha tenido que hacer no te has dado cuenta de nada. Si ha trabajado tan duro en ello, no tengo porqué arruinar su esfuerzo. Como digas, y ahora, ¿Qué haremos? ¿Planeas dejarla con esa herida abierta toda la vida y levitando completamente desnuda? No seas pesada.

Con sólo chasquear los dedos, Sebastian hizo que las criaturas desaparecieran, que la muralla que los rodeaba se encogiera hasta quedar como una simple pelota traslúcida en su mano y que su madre tocara suelo. -

El mundo está lleno de secretos, Alice – Sebastian apretó la esfera hasta romperla por completo -, y ha llegado la hora de que los conozcas y continúes con el trabajo de tu madre - Con ambas manos destrozó los pedazos y creó un fino polvo con tonos blancos y brillo dorado -. Te concedo el honor – Dijo acercando el polvo que tenía en manos a Alice -. Tómalo, seguro sabrás que hacer.

Sin saber por qué, Alice obedeció a las palabras de Sebastian y tomó el polvillo que este le ofrecía. Como en trance, Alice creyó estar rodeada de nada. Aquél polvillo ejercía en ella una extraña sensación, y sin darse cuenta, estaba caminando a su madre, mientras Sebastian la veía con una mirada ansiosa que ella ignoraba. Por alguna razón, se sintió atraída a la herida que había en su madre, aquél pequeño hoyo del que había salido el cordón de plata, desde las entrañas de su progenitora. Era una fuerza, era un llamado desesperado, eran mil cadenas que luchaban por hacer que se inclinara hacia esa herida, que se acercara he hiciera algo que aun no se le revelaba a su joven y virgen mente. Sin poder resistirse Alice se inclinó y empezó a vaciar el polvo alrededor del hoyo, y este lo fue absorbiendo hasta curarse por completo.


Segundo: Los guardianes del Haäd. -

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No está mal para ser una guardiana principiante. Guardiana… Sí – Por lo visto, Alice empezaba tomar conciencia de que todo era completamente real -. ¿Guardiana de qué? Una Guardiana del Haäd. Hablas de que tengo habilidades o algo por el estilo… Se ve que de una forma u otra sabes de qué trata todo esto, ¿No? -Sebastian lucía realmente complacido de ver que Alice ya había asumido todo como la realidad absoluta -. Si, pero explícame, no entiendo nada de esto. Pronto tendrás respuestas. Por ahora, debo irme, pero no te preocupes, pronto volverás a saber de mí y de Los Guardianes del Haäd. ¿De qué hablas? ¿A dónde vas? No puedo decírtelo. Cuando tu madre despierte, sabrá todo lo que sucedió, y no hay nadie mejor que ella para explicarte estas cosas, después de todo, has sido criada por una de las mejores guardianas, y más que todo es tu madre, lo más sagrado en este mundo, así que no hay forma de que te mienta, ¿Cierto? Cierto, pero… Nada. Me voy y punto – Se veía la seriedad en el tono de voz de Sebastian, así que Alice optó por callar de una vez -. ¿Me prometes que volverás? A ver – Dijo Sebastian acercándose a la muchacha -, este collar siempre ha estado conmigo – Señaló uno que estaba semi oculto entre sus ropas -, como prueba de que regresaré, te lo dejo. Dámelo de nuevo cuando me veas.

Y con un suave e intangible beso en la frente, Sebastian desapareció de la estancia, dejando a Alice Valtimore sola, con su madre desnuda y un hombre que tenía muchas cosas que explicar, claro, si llegaba a despertar. Los segundos pasaron de una forma ridículamente lenta, casi estúpida, como si el reloj quisiera hacerlo a propósito y desesperar lentamente a Alice. Esta, aprovechando el posible poco tiempo libre que tenía, decidió algo que seguramente le serviría bastante: Investigar la casa en donde no la conocía, además de ver las pertenencias de Alphonse; de algo le serviría saber la clase de criatura con la que su madre se había casado. Estaba por empezar cuando se dio cuenta de algo de lo que debería estar consciente desde hacía ya mucho: Alphonse Stivetto era un vampiro. No podía dejarlo allí con su madre a su merced, así que fue corriendo a la cocina y tomó varias cabezas de ajos del refrigerador, le quitó el filo a un cuchillo y con otro le dio forma de estaca al mango, que era de madera. Subió con el mango, los ajos y el cuchillo, y cuando fue a ver el cuarto, Alphonse estaba allí, pero despertando ya; tenía que apresurarse. Le cortó la garganta de una tajada y le apuñaló el pecho con la estaca, colocó de inmediato en el agujero un diente de ajo y cuando abrió la boca para gritar, le metió el resto de la cabeza. Alphonse estaba agonizando y gritando a todo lo que podían sus pulmones, pero aún no estaba acabado, por lo que Alice tuvo una idea que seguramente le pondría fin a ese ser que se hacía llamar su padrastro.


Debajo de la almohada del cuarto tomó una cruz bendecida con agua bendita por el sacerdote local y, diciendo “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”, se lo colocó al cuello. Eso acabó inmediatamente con Alphonse, que ya comenzaba a quemarse vivo de adentro hacia afuera, pero cuando el fuego ya salía por sus ojos, gritó unas palabras que quedaron grabadas por siempre en la mente de Alice: -

¡No soy el único, somos una legión!

Y con un grito de dolor se desplomó ardiendo en llamas verdes y humo con olor a azufre y putrefacción, quedando al final reducido a un montón de cenizas. Si todo aquello era cierto, entonces lo que decían en “Crepúsculo”, de Stephenie Meyer, también. Sin perder tiempo, Alice tomó unas bolsas de tela del pasillo, las que usaba su madre para dar unos regalos hechos a mano. Lentamente, fue llenando cada una con las cenizas de Stivetto, hasta tener unas diez bolsas llenas a todo lo que podían. Para estar segura de que estaba completamente atrapado, con un marcador, dibujó una cruz en cada una, las ató con una cinta blanca y las colocó en una repisa del cuarto, rodeadas por el crucifijo que había acabado con Alphonse. No podría volver a atormentarlas a ella o su madre. Ahora que se había deshecho de Stivetto, debía esperar a que su madre despertara, pero no podía dejarla desnuda. Fue al armario y tomó una bata rosada con bordados en el cuello, una que su madre adoraba y decía constantemente que era lo más cómodo que había en la casa; como pudo, Alice logró vestirla y luego colocarla en la cama. Estaba exhausta, impresionada y por sobre todo, impactada por lo sucedido. De una u otra forma no lograba entender por completo que todos esos mitos, todas la leyendas y rumores, todas esas criaturas, de repente fueran reales, y además de eso, que hubiese mucho más allá de los cuentos de terror. Lentamente sus pensamientos se fueron conectado, mostrándole la respuesta a tantas preguntas: Si su madre realmente era una guardiana, significaba que era completamente fuerte y luchadora, por eso había sido tan recia a que dejarla abandonar cualquier meta que se propusiera, ya fuese hacer una escultura con plastilina o un sándwich, para volverla como ella y conseguirlo todo pero por su cuenta. Si era alguien con poderes, por eso detestaba a los escépticos, y si ella, su hija, era alguien capaz de sacar esa cosa llamada Haäd, por eso siempre había querido tener conocimientos de las artes ocultad: Estas estaban en su sangre. De repente, recordó la cadena de cuarzo blanco que tenía. Durante un tiempo había investigado sobre la radiestesia y sabía que esta podía ayudar a curar heridas, así que salió y fue a su cuarto. Abrió la parte de su biblioteca y sacó el péndulo. Cuando lo tocó, lo sintió de una forma distinta, como si tocar el cristal de cuarzo le trasmitiera un calor intenso y reconfortante, era algo bastante agradable; sin darse cuenta, estaba sonriendo. Se levantó y fue de nuevo a la habitación de su madre. Aún dormía cuando ella llegó, por lo que aprovechó y trató de recordar cómo se usaba el péndulo para curar los campos energéticos de una persona. Lo tenía desde la punta de la cadenita de plata, así que comenzó a pasarlo por encima del cuerpo de su madre.


Cuando llegó al pecho, este comenzó a girar lentamente, así que Alice dejó su mano quieta todo lo que pudo mientras el péndulo seguía girando, cada vez más lento, hasta detenerse por completo. Era la señal final de que había corregido cualquier cosa que estuviera mal en ese lugar. Alice siguió pasando el péndulo por el resto del cuerpo de su mamá, y cada vez que el péndulo giraba esperaba a que se detuviese por sí solo. Cuando terminó, ya tenía el brazo adolorido y entumecido, no estaba acostumbrada a dejarlo tanto tiempo en la misma posición y sin apoyarse en nada. Como seña de que realmente había funcionado, en vez de tener una expresión cansada, como antes de empezar, el rostro de su mamá se veía muy relajado y descansado; de haber sonreído ella, Alice no se hubiese sorprendido, tal era la paz que sus facciones reflejaban. Ahora que estaba todo listo, ¿Qué haría hasta que terminara de amanecer? Ya algunas manchas coloridas se veían débilmente en el horizonte y unas suaves brisas entraban por la ventana. Por primera vez, desde que había pasado todo eso, Alice sintió como el agua salía de sus ojos. No entendía por qué. Era una muchacha con habilidades que siempre había deseado y otras que le habían ocultado, había acabado con un hombre que siempre quiso dañarlas a ella y su madre, y se le abría ante si misma un nuevo mundo que jamás podría haber imaginado. Y con el primer rayo de sol matutino, como si de un renacimiento se tratara, Amelia Valtimore, abrió los ojos.


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