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La zapatera prodigiosa
LA ZAPATERA PRODIGIOSA 1959
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Autor: FEDERICO GARCÍA LORCA Escenografía: RAGUCCI – MADANES Vestuario: JOSÉ VARONA Música: RODOLFO ARIZAGA Coros: PEDRO VALENTI COSTA Asistente dirección: VICTOR FASSARI – JULIO KATZAF Administrador: ANTONIO SOTO
Dirección CECILIO MADANES
SALA Pasaje Caminito, La Boca
Pág. sig. Beatriz Bonnet y Jorge Luz.
Primer Acto.
Jorge Luz, Beatriz Bonnet, la burrita Perica y elenco.
La Razón 2 Abril 1960
EL TEATRO REGALA
UN ESPECTÁCULO CURIOSO EN UNA DE LAS CALLES MÁS PINTORESCAS DE LA BOCA: EL TEATRO CAMINITO OBSEQUIÓ A SUS VECINOS CON PAJARERAS, PLANCHAS, MANTELES, RELOJES, SÁBANAS, FLOREROS Y JUEGOS DE CAFÉ. COMO SI FUERAN SOCIOS, SE DISTRIBUYERON ENTRE LOS HABITANTES DE LAS CASAS LINDERAS CON EL TEATRO, OBSEQUIOS POR VALOR DE CIEN MIL PESOS, LOS QUE A SU VEZ FUERON SEPARADOS DE LAS GANANCIAS OBTENIDAS POR CAMINITO DURANTE EL ÚLTIMO AÑO.
El espectáculo tenía algo de insólito. Cuando el reportero se acercó al tablado del Teatro Caminito, instalado en la calle boquense que lleva ese mismo nombre, quedó sorprendido. Hasta hacía escasas jornadas sobre el mismo escenario que tenía ante sus ojos, los actores habían interpretado las palabras que García Lorca escribió para su «Zapatera Prodigiosa». Ahora veía una gran mesa, sobre la se amontonaban muchos paquetes.
Súbitamente, y desde el mismo escenario, Cecilio Madanes, director del teatro, gritó un nombre. Una señora con cabello canoso se acercó hasta él, Madanes extrajo el contenido de uno de los paquetes, lo exhibido ufano ante los circunstantes y exclamó: «¡Un juego de café!» La señora se lo llevó.
¿Qué ocurría? Sencillamente, que el teatro Caminito, a fin de recompensar las molestias causadas a sus vecinos de la Boca, y para retribuirles su permanente adhesión, había decidido obsequiar a todas las familias que habitan las casas linderas con la coqueta calle donde está instalado el teatro.
Para ello, de las ganancias obtenidas durante la última temporada estival, fueron separados 100.000 pesos que posteriormente se convirtieron en tentadores obsequios.
El sistema escogido para las adjudicaciones fue equitativo. Los integrantes del teatro Caminito habían indagado casa por casa el nombre de cada una de las familias que habitaban las fincas vecinas. Con ellos se redactó una lista y a cada una se le asignó un número. Así se hizo la distribución. Desde uno de los extremos Madanes gritaba un nombre, y desde el otro, Jorge Luz -destacado con un estridente sweater rojo- indicaba el número del regalo.
El sorteo se desarrolló en un ambiente familiar. La platea, casi completa aplaudía y comentaba, a través de los fragmentados diálogos que llegaron hasta los oídos del reportero, tuvo éste la oportunidad de comprobar el grado de afecto que despierta entre los vecinos boquenses el Teatro Caminito.
Uno de los circunstantes opinaba: «En realidad no sé por qué nos hacen estos regalos». – Es por el ruido que hacen de noche – repuso una voz aguardentosa. «Pero yo prefiero que hagan ruido ellos. Ante no estaba el teatro, todos los borrachos de la zona venían a esta calle y cantaban a se peleaban hasta la madrugada, ¿No era peor?» Tuvo la última palabra.
Poco después, y mientras observaba a un señor que con aire de gran timidez se llevaba un juego de manteles, un aficionado al teatro reflexionaba muy cerca del periodista: «Yo creo que éste es el único teatro al que todavía le sobra plata para regalársela al público».
La atmósfera nihilista de esa meditación fue disipada por una señora expresivamente locuaz que explicaba a su marido: «¿Viste?, ya son tres del mismo apellido. Yo creo que lo engañaron al pobre don Cecilio. Se anotaron el padre, la madre y la hija».
Las familias beneficiadas sumaron 126. A su vez ellas habían retribuido a los actores con varios ramos de flores que los bulliciosos niños que se agitaban sobre el escenario se habían encargado de distribuir.
Los regalos fueron de una variedad altamente imaginativa: Planchas, pajareras, floreros, bandejas, sillones, sábanas, copas, relojes, vasos, etc., desfilaron ante el aplauso de todos. En realidad el espectáculo en algún sentido evidenciaba una forma de comunidad entre el teatro y su público.
Al salir, el periodista enfrentó a un joven que con paso optimista transportaba un envoltorio de destacadas proporciones. Desde un balcón le interrogaron, indiscretamente: «¿Qué le tocó?» Con mucha suficiencia repuso: «Un juego de ollas». Y se alejó.