Sitio de poesía N°2

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p oem as de v íct or cunha

p oem as de jor ge arbelech e

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número 2 marzo de 2018 revista trimestral montevideo, uruguay

de archivo : poem as

d e l u is h ier ro gamb ardella

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el cuarto de virginia:

un a l ec tu ra so bre jardín interior d e cl au di a ca mp os po r l ucí a d elbe ne

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los versos y el olvido : se lva má rquez p or ju an d e mar silio

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reseña : ál varo ojeda s ob re

Editor responsable: diego cubelli Contacto y envío de material Correo: dondedicediego@gmail.com Dirección: Mercedes 1293 ap. 704 Teléfono: 2904 9663

libro de horas d e t at ia na o roñ o

co nt rat ap a

mag da le na po rtillo

por ana st r au s s

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víctor cunha

Proposición de amor Las líneas paralelas son aquellas que encuentran su punto de coincidencia en el infinito. Si me paro en la carretera y miro hacia delante las banquinas de la ruta se vuelven coincidentes en tres o cuatro mil metros de acuerdo a cómo sea el paisaje y gracias por supuesto a que la mirada no puede escapar a las leyes de la perspectiva. Eso me hace pensar que infinito y perspectiva al cumplir la misma función son valores equivalentes en la ecuación. Es por ello que espero que tu vida y la mía coincidan en el aliviado largor de los tres mil metros y que no tenga que esperar a llegar al infinito que sería demasiado. Tuyo matemáticamente.

(hora zulú)

seu nanico Cuento lo que soñé hace un rato: Un tío abuelo mío del que apenas tengo memoria dice algo en la pieza de al lado. Yo lo había visto de pasada y era joven, la melena blanca era oscura y era mucho más encorpado de lo que lo recuerdo de niño. El habla y aunque no se le entiende mucho lo que dice yo no logro contener el llanto. Mi mujer me pregunta porqué lloro. Yo le cuento que él dijo en portugúes: Ni la hora ni la justicia son militares. Solamente el hambre y la muerte son militares. Cuando me despierto, me asombro de haber tenido un recuerdo para un tío de mi padre al que vi pocas veces y antes de tener once años y que nunca tuvo mucha presencia en las conversaciones

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tempano solo Leo en la prensa que desapareció un lago fue en el sur de Chile y cuando llegaron allí estaban los témpanos que el lago tenía pero no el lago en cuestión. apoyados en el fondo 30 metros de fondo (¿cuántos pisos de un edificio son? ¿ son 10?) estaban los témpanos solitarios varados detenidos en total sequedad sin su colchón de agua. el principio que dio origen a la vida (el peso específico del hielo es menor que el del agua) deja de tener sentido ya que falta un componente y el hielo deja de flotar y se raspa en tierra seca. así mi alma algunas tardes cuando me pregunto sorprendido por cuál rendija fue que escaparon el agua y el amor el lago y tu corazón

Para Pereira que lo pidió

foto con texto en la red social La foto de la niña es linda pero se aceptan discusiones sobre su originalidad. ¿Cuántas veces hemos visto esa misma foto? ¿La niña es otra? ¿los gestos? ¿el ángulo? La foto en su conjunto no está mal. En realidad lo que está muy bien es el grabador digital Tascam multipista micrófonos en v y orientables, que sostienen delante de la niña. Con un clic se agranda la imagen. a 20 de mayo de 2015

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de cuaderno de las conjugaciones

jorge arbeleche

conjugación de la búsqueda palabra tan buscada así como perdida del cabezal de bruma, la resbaladiza. la de la piel mojada, la que siempre atisba, la brumosa —engarce desprolijo en la memoria— la que señala la cifra del vacío o se yergue en plenitud redonda la que anticipa el signo del tropiezo la que advierte temblor en el cimiento la que devela el peldaño de subida la que esconde su perfil de cumbre en proyección de altura la escondida entre el plumaje estremecido de la Gracia.

conjugación de uno y el mismo Amé las palabras. Todas una por una. Las que escribí, las que no culminaron la peregrinación, las que gritaron alboroto de labios, espalda enardecida, delirante entrevero de luz y de penumbra, escándalo de llama, voltaje alado de cirio y de fogata. Amé las que develaron el mundo —las que lo clausuraron— las que entreabrieron la hendija del párpado perdido, las que enseñaron, pausa a pausa, el pentagrama del silencio junto al asomo de sombra de la música. Amé un árbol —allá— tal vez verano — antes aún de la mañana — lejos — casi alba — cuando apenas el sol entreabría las celosías del aire aún adormiladas. Amé y busco —buscaré siempre— la palabra —nunca alcanzada— que dijera ese instante cuando todas las flores se soltaron en vuelo delirante por la sagrada escala de aquel día. Que es uno y el mismo desde siempre en la cadencia circular de cada hora.

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conjugación los visitantes de la noche Tocaron el timbre una y otra vez. No atendí. Tocaron otra vez. Tampoco abrí. De nuevo fue el sonido. Persistente. Seguí sin abrir. Volvieron a timbrar con fanfarria tambor y clarinete. Aguanté lo que pude hasta que abrí vencido por el agobio y estridencia. Visitante incómodo, impetuoso, todo lo invadió. Huésped molesto sin aviso ni disculpa. No avisó cuando llegaba. Tampoco anunció su fecha de partida. Estaba demasiado cómodo. Pero yo no. Era como un conglomerado absurdo de rapiña ausencia vacío hueco recuerdo recurrente. Se parecía al olvido. A la excrecencia del olvido cuando asoma en la fogata el papel color de lo quemado que todo lo consume. Busqué la maleta más lépera, la escondida. En el bolsillo de atrás, camuflado en el secreto redil del doble fondo, extraje la memoria. Le quité el polvo. La lustré y la puse frente a frente. Se desafiaban con la mirada fija. No ganaba ninguno. Tampoco perdía nadie. Era un vaivén. A diestra y siniestra el péndulo ondulaba. Si una subía, caía en derrota la adversaria. Al fin me decidí y le imprimí gran empujón a aquella hora con sus minutos y segundos que yo estaba viviendo. Esa hora, ese minuto, ese instante que me brindaban juntos sostén y suelo y techo. Era mi hora, la hora de esa hora, la que me estaba deparada en el orden perfecto del reloj donde el tiempo es ceniza y se quema todo desperdicio. Todo lo vivido permanece en la gratitud y en la plegaria. Y canté mi victoria para mí. A lozana garganta y a grito enamorado. Canté mi victoria a voz en cuello.

conjugación de las palabras Amé todas las palabras. Las que llegaron al umbral exhaustas las que quedaron detrás del alambrado, las colgadas en la aduana del sueño, implorantes, las triunfales que sortearon el salto, las que musitaron agua, cascada transparencia y pez, las que pronunciaron en sofrenado grito llanura monte pastizal o liebre en desbandada gruta cueva redil escondrijo yuyerío o casa del amparo, las musitadas en delicado temblor por labio enfebrecido las que provocaron entrevero de antorchas y luciérnagas las que entredichas desde el nudo más cerrado de lo oscuro encendieron al sol y el fuego derramaron las que abrieron con su bramido el cauce del jazmín que en blanca sangre se derrama. Amé la palabra final. La del principio. Cuando el grito se disuelve en gemido. Y el gemido escala hasta el pie de la palabra. Detrás, el canto.

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luis hierro gambardella pablo, antes de cristo Esta hierba mojada con la cara del mundo en el semblante tierno del rocío, esta música del crecer de la hierba, estos ríos redondos del silencio, que albergan la mensura del ser andando en órbita y su amor y su fe y sus ganas de amar y al final la vital desmesura de crear. Estos lingotes hondos de vivir y creer que se extraen de tantas canteras de la arcilla del ser. este vivir, este vivir que es como arder; pablo se murió solo este mirar. Y esta sed. Siento que hay un silencio sin cadenas que en cadenciosos giros me condena; siento este viento asiático que muerde mi soledad más íntima que pierde el fuego vitalísimo de alzarse y danzar, y morir, y vivir, y darse. Siento el fuego interior como un zarpazo siento el silencio como un gran topacio cayendo al corazón. Siento el cansancio del Tiempo y el Espacio.

de Pablo, anti-Pablo

Pablo se murió solo y lo enterraron solo porque siempre hay cuatro palos para enterrar a un hombre y siempre lo enterraron y siempre cuatro palos para llevar a un hombre hasta la tumba y el silencio y dónde han de quedar sus años llorando. Lo que importa es morir; acostarse sabiendo que es ésta la última soledad, los cuatro palos que te esperan inexorables y que toda tu gracia y fuerza vital tus soledades, las alamedas de las soledades se echan a descansar. Siempre habrá cuatro palos, cuatro palos, enterrándote.

de Pablo, anti-Pablo

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si es que existe

plaza de treinta y tres Aquí mi madre anduvo cantando, de muchacha. Cantaba el Himno al Árbol; y vestida flamígera de reojo, sacrosanta cuando entraba la gente de Aparicio después de la batalla del Paso de los Carros, el himno de la Patria. ¿Dónde estará, en qué lugar celeste, dulcemente guardándola su voz tan pura y los claveles jóvenes, los caudalosos cursos de su alma, su entusiasmo? ¿Es que todo murió? No. No ha de ser. En un recóndito lugar de este planeta, o entre este planeta y el universo, no puede haberse muerto esa voz. Debe haber algun espacio en que la voz de mi Madre aún cante. Porque canta.

No desertes, no huyas. Aprisiona, no te eches a correr. Todo se va entre tanto: Tú mismo te vas yendo y lo sabes. No hay piedra ni palabra que grabar, ni acto que recubra las solemnidades de la permanencia, porque no hay permanencia. Ni siquiera hay fluir que puedas registrar como una música de una verdad suprema. Todo se va entre las manos de un dios desesperado. Sólo tal vez habrá un inmenso sonido de silencio. Si pudiera escucharse el sollozo, la crispación de manos y el jadeo del universo que no pudo hacerse. No te escapes. Aprisiona lo que puedas: Esa será la arcilla de la vida.

de La luz no sabe que ilumina

de La luz no sabe que ilumina

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El jardín interior de Claudia Campos1 es una zona en la que se planta la flor de la memoria para brotar del tiempo como palabra de/vuelta. Hubo algo ahí sin embargo, ahora de la consistencia de la niebla, vivencias solitarias o compartidas, hechos verosímiles o fantásticos en el mismo nivel de realidad, objetos que nominan a las eras construyendo un aire de época, un clima que emerge entero a través de una conciencia, un paraje de particular identidad en sus detalles sensitivos, las marcas impresas en el muro del acontecer y que la poesía relee creándolas desde su lenguaje. Si Mnemosine fue la madre de las Musas, diosas de las artes, Jardín interior se adentra en este lugar primordial que es de tiempo en unidad indisoluble, para alzar el universo poético que le da su forma. Muchas veces se ha catalogada la infancia como paraíso perdido de allí tal vez el vínculo con este jardín, edén donde no siempre pasea la felicidad como la compañera de la inocencia: Mi padre y algunos hombres dejaron las liebres colgadas de los paraísos. Qué ironía el nombre de esos árboles. Se trata también del miedo y de la violencia que pueblan los mundos de la niñez: el violador que llegaba a la hora de la siesta y entraba en el galpón del fondo cuando Daniela y yo jugábamos a ver vidrieras aunque bien pudiera ser a través de los juegos cómo el horror en sordina se desprende del fondo social. Esta noción del tiempo-espacio vivido y vívido, no es un lugar estático, una atmósfera congelada y clausurada por los cerrojos de lo pretérito. La memoria del jardín se vuelve una cantera donde la poeta obtiene sus materiales a los que imprime una forma nueva. La reconstrucción seguramente no corresponda como en una imagen en el espejo a lo que una vez transcurrió. ¿Quién puede afirmar que

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un hecho fue inconmovible? Sólo quedan interpretaciones, sólo queda el arte, un memorial de fotografías que relampaguean desde su más allá inaprensible y que la memoria obtiene realizando un ejercicio de imaginación. En la estirpe de Marcel Proust y Marosa Di Giorgio, el mundo evocado de Jardín Interior es algo más que recuerdos, una sucesión de estampas selladas en un verbo infinitivo que imposibilita una línea continua de la historia individual, sustituyéndola por un presente que moldea la plasticidad del sujeto en su escorzo siempre en mudanza: Empezar a ver bicicletas borrosas. Trancar con llave. Un montón de revistas para canjear en el kiosko. Tener miedo de lo que podría llegar a pasar. La sombrilla reseca con sus flecos. Acorralarse y dejarse tocar. Volver a ver vidrieras. El deseo se detiene en el shot fotográfico del lenguaje, el relato se compone también desde sus fragmentos y sus espacios vacíos, el mundo nunca está del todo completo. La yuxtaposición de estos fotogramas verbales, abiertos por la capitular infancia que anuncia el umbral de un pasaje, el exordio de una evocación, se rehúsa a componer una historia en tanto erige al medio que rodea al hablante lírico como serie de intensidades acuñadas en un modo. No obstante, las cesuras que abren los negativos que separa estos momentos, producen una conexión randómica, azarosa, como una colección de figuritas en un álbum sin categorías o los fascinantes frascos del abuelo amante de las ciencias, de los que pudiera estar formado el tiempo en la memoria: Los frascos de gomina de Lord Chesline de mi abuelo con fetos de tatú, culebra, mulita y tortuga. Todos como pequeños intentos de conservar la vida para siempre.


Jardín interior de Claudia Campos. Editorial La Propia Cartonera. Noviembre de 2017.

Un mundo constatado en lo que es, sin el recurso expansivo de la metáfora o la comparación, pero no por ello menos insólito o maravilloso; se trata de la verificación de una visión virginal que desenfoca la referencia y la desrealiza del lugar común: Infancia, mi abuela devorada por una anaconda cuando lavaba la ropa en el campamento, a orillas del río Queguay. Su cuerpo dándole forma de mujer a la serpiente. ¿Cómo no recordar aquí, en la lectura de El Principito, la escena de la boa, el elefante y el sombrero, transculturación del mundo de la mítica Francia de la cual la niña conserva la marca Petit Bateau y la educación del Liceo Francés en un medio salvaje? La memoria es un género literario. Tiempo que se intensifica en algunas zonas y graba en un medallón en que se estuviera forjando la cara de la identidad que será en el momento de los textos: De repente, una especie de talismán apareció entre las brasas de la estufa para protegerme de ese cuento familiar. Era un medallón de símbolos labrados, del tamaño de una mano más o menos. Latía y me aseguraba sabiduría para siempre. El tiempo como estilo u orfebre que modela lo que hemos logrado ser: una burbuja en ebullición facetada por los relampagueos de la temporalidad. El ser sentido como la sabiduría obtenida: conócete a ti mismo. Breves episodios que brotan en el jardín de Campos como fotografías de un álbum inquietante según ha comentado Luis Bravo de algunos de estos poemas; postales compartidas por muchas infancias en imágenes reconocibles que configuran una galería de pasadizos a los que hemos concurrido, memoria colectiva que se digita en el trasfondo común de la comunidad y que el arte guarda como museo vivo.

colofón de fémina

Todo en la mujer es un enigma y todo en la mujer tiene una única solución: el embarazo ha dicho el mismo filósofo al que hemos aludido y que se volvió loco al presenciar el castigo de un caballo en Turín. Más allá del segundo término de la frase al que omitiremos pero que facilita el relacionamiento con la filosofía de los nazis que se ha hecho de sus ideas, nos referiremos al consabido tema del enigma. Pero, no culpemos al genio alemán de tal ignorancia, muchos lo han pensado y dicho antes que él. Cuando leemos la literatura femenina de los últimos tiempos, entendiéndose por este calificativo solamente a textos escritos por mujeres, vemos que efectivamente, no hay ningún enigma. El único misterio fue el silencio de la mudez. La mujer, al haber sido consignada al ámbito doméstico de la casa y del gineceo por excelencia como una especie de ídolo entre mano de obra gratis y poseedor del poder inexplicable de la procreación, adoleció, durante siglos, de la imposibilidad de expresar su mundo, igual en su constitución, fantasía, dolores, hallazgos y resto de sustantivos humanos al de los hombres. Es por ello que, más allá de cualquier tono militante festejamos la tradición estética y brillante de poetas uruguayas a otras tareas que no sean exclusivamente la de la maternidad como este íntimo y penetrante jardín de letras de Claudia Campos. Claudia Campos (Montevideo, 1971) Poeta y actriz. Ha

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publicado La carne es dévil (Yaugurú, 2013) que obtuvo el 2do Premio en el Concurso Nacional de letras del MEC.

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En diciembre de 2017 fue presentado en el Museo Nacional de Artes Visuales el libro De divina Proporción, muestra de poesía contemporánea uruguaya . En ese marco fue presentada La Coqueta , nueva editorial cooperativa que llevó a cabo el proyecto. La selección fue realizada por la poeta Laura Alonso e incluye un Postfacio donde Luis Bravo da cuenta de una lectura crítica sobre los p o e t a s p r e s e n t a d o s y s u u b i c a c i ó n h i s t o r i c a d e n t r o d e l pano rama de la poes ía na cio nal. La muestra que integra a poetas nacidos entre los años 1965 y 1990 está conformada, en orden cronológico, por: Claudio Burguez, Omar Tagore, Claudia Campos, María Laura Pintos, Lucía Delbene, Claudia Magliano, Virginia Lucas, Martín Palacio Gamboa, Ana Strauss, Martín Barea Mattos, Sebastián Rivero, Martín Cerisola, Paola Gallo, Gerardo Ferreira, Alicia Preza, María Inés Castro, Santiago Pereira, Diego de Ávila, Paula Simonetti y Diego Cubelli. Diseño de Marcos Ibarra.

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Estas líneas pretenden fundamentar un trabajo que espero sea de larga duración y para el que me valdré de sitio de poesía, a la que también auguro extensa vida. Recorriendo librerías de viejo y bibliotecas he caído en la cuenta de que, a lo largo del pasado siglo y en lo que va del presente, Uruguay ha venido produciendo muchos más libros de poesía de los que puede consumir. Aclaración primera: me rechinan los verbos producir y consumir aplicados a la poesía, pero como puede ser por un prejuicio idealista, no se me ocurren otros y resultan comprensibles, los dejo. Aclaración segunda: escribí en principio produce más poetas de los que puede consumir, pero como sonaba a canibalismo, preferí referirme a los libros y no a sus autores, aunque esto no implique que el Uruguay trate demasiado mejor a sus poetas que los antropófagos a su comida. En resumen: que en términos relativos hay por aquí muchos poetas para pocos lectores y que esto lleva a que, muerto el poeta y sus pocos lectores contemporáneos, mucho material poético de cierto valor quede para el olvido. No es demostrable eso que suele afirmarse a menudo, en el sentido de que, por sí sola, la calidad de los textos les permite vencer al tiempo y al olvido. Primero porque como la mayoría de nuestros poetas deben autoeditarse y eso cuesta dinero, gran parte de su producción permanece inédita en libro y a su muerte, en no pocos casos, no encuentra deudos que tengan la voluntad de publicarla o los recursos para hacerlo. Es cierto que desde hace algo más de dos décadas los medios virtuales resuelven en parte este problema. Pero no es menos cierto, en segundo lugar, que las sucesivas generaciones de lectores de poesía – público escaso, recordemos – tienden a poner su mirada en los poetas que les son contemporáneos o en los grandes poetas difuntos. Siendo el nuestro un país periférico, esta atención recae a menudo –y no está mal– en poetas extranjeros, quedando en la sombra poetas uruguayos que, leídos con ojo actual, podrían decirles mucho a sus nuevos lectores y, más importante todavía, podrían ser fundamentales en ese trabajo que debe hacer todo nuevo poeta: construirse con lecturas una tradición personal que le sirva de cimiento a su obra. Es por esto que, en sucesivos números y con menos palabrerío previo que en esta entrega, iré presentando breves muestras de poetas uruguayos del siglo pasado que, en tanto me siguen diciendo mucho a mí, pudieran tener bastante para decirles a otros lectores.

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Nació en Montevideo en 1903 y falleció en 1981. Publicó los libros: Viejo reloj cuco (1935), Dos (1936) y El gallo que gira (1941). Durante el resto de su vida siguió escribiendo. Publicó esporádicamente poesía y prosa en revistas y suplementos culturales de ambas márgenes del Plata, donde cuenta todavía con un puñado de fieles lectores. En 1982, Ediciones de la Banda Oriental publicó su libro de cuentos El daimón de la Casa López. Para un análisis de su obra se recomienda la lectura de Selva Márquez: la ciudad del tiempo en cautiverio , de Tatiana Oroño, en El salto de Minerva: Intelectuales, género y Estado en América Latina (Mabel Moraña y María Rosa Olivera – Williams, editoras). Disponible en internet.

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los días Yo me hago los días como cosas sencillas; como cosas posibles de ver y de sentir, así, como yo misma. Yo me hago los días, según son los días. Ayer…qué inmensa cosa abierta como un viento que fuera a la vez flor y labio! Ayer estaban juntos mis días de la escuela; el olor fuerte y áspero de los bancos de pino, las palabras con música de una maestra buena, las sombras de una rama sobre el piso… Ayer, la inmensa cosa era tan suave al tacto, como el resto guardado de un vestido de novia. Una risa olvidada volvía a mi memoria, un camino perdido se abría ante mis pasos… Ayer, el día era a la vez de mar y campo! Hoy, en cambio, qué cosa tan triste ha amanecido! Una cosa tan surcada de relámpagos tan fugaces y pálidos como los de una tormenta de verano. Rebeliones inútiles y pobres. Larvas de ansias… Ni un viento fuerte. Nada… nada…nada…La inmensidad opaca amasada con niebla. Ni un grito en la distancia! Ay! Si cayera nieve! Ay! Si llovieran lágrimas! Si viniera algún pájaro batiendo alas siniestras o llegara de lejos el huracán gritando con su voz de protesta! A todas las distancias tiendo mi oído alerta. Nada. Nada. Nada. Esta casa sombría Me absorbe como un limo traicionero. Es una cosa amarga la que ahora paladeo. Con qué gusto daría, hoy, todo mi cuerpo, para que lo despedazaran los lobos del deseo!

de Dos

miniatura Tiene los labios rojos y sensuales. Los ojos claros de mirar huraño. Es mi dios, en las locas bacanales de mis sueños. – romántico y extraño caballero que en un siglo remoto bordó las noches de una reina loca bajo la comba de algún cielo ignoto. – Enamora la gracia de su boca, roja burla de altivo florentino que pisoteó a una reina en un camino y apuñaleó a un rival nada cobarde. – Aunque detesto sus pupilas de oro confieso, sin embargo, que deploro haber nacido demasiado tarde!

de Viejo reloj de cuco

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cruces Arrastramos la calle! Llevamos a cuestas la calle! La calle de los tristes perfumes y de los barcos en los baches! La de los calderos llenos de ojos, la de la rosa por dos reales, la de los tacos escondidos, la de la mesa sin manjares, la de banderas en los cercos y epifanías sin pañales, la de los sueños sin remedio, la de las bodas sin altares. La calle de los niños en la calle la llevamos a cuesta! Todos saben!

de El gallo que gira

resurrecciones ¿Para qué quiero ahora el por qué de una áspera y dura? ¿Qué hago con aquellos gestos rígidos y con mis manos afiebradas? ¿Dónde entierro el cadáver de mi espanto y la raya de luz de una ventana que se entreabrió en la oscura tarde sin esperanza? ¡Cuántas cosas inútiles nos llenan el corazón de espinas y de espadas! Entierro a una mujer todos los días y resucita siempre, pálida, retrato desvaído, silencio entre cadenas, cintas lacias... ¡Resurrección inútil! ¡Postura siempre igual del mismo drama! (1950) en revista Latitud Sur, julio de 1967.

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soledades Muerto, te estoy mirando. Hoy he regresado a ti después de tanto andar perdida traspasando una puerta. Estás por ahí arriba colgado de algún clavo o durmiendo en la cuna de una letra.

soledades La tarde soledosa baila en el aire un baile a compás del reloj. La tarde lisa baila. El ángel, aquel ángel verde claro limón ya madurando agrio de moralina duerme en cambio. De bruces duerme. Los anteojos de mamá espulgan un diario viejo. Con un ronquido, un perro pone sus vícesar al aire. Setiembre... ¡Qué bostezo! ¡Qué musiquita en dulce conservada y en tarro con tapa de hojalata sellada y con mebrete! ¡Ay! ¡Gano mi pan, no mi dejarme estar! He de mover el aire, que estancado se llena de extrañas bestezuelas dañinas. Hay que aventar semillas: las de los almohadones de las siestas, las de las amapolas, que se las lleve el viento hacia la mar amarga, estéril, dura. ¡Hay que quitar los rieles para el tren de hojalata que nos lleva en redondo por paisajes de estampas! ¡Ceguemos el aljibe donde la cueva, el duende, el tesoro de piedras preciosas y de sueños con ecos temblorosos nos llaman! No me muevo. Ni un ojo muevo. Nada. Mamá es un alto muro, pequeñito y lejano. Oigo sus lentas manos... Esta tarde es un guante lujoso que me guardo. (1950) en revista Latitud Sur, julio de 1967.

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Muerto: te estoy mirando. Los ojos que te miran pueden cambiar los muertos en un pájaro. No temas: esta mujer sobreviviente ya no cuelga coronas en los árboles ni llora más al pie de la escalera. Hoy vuelvo a ti pensando en otra calle donde el candil se apaga, donde el domingo no tiene ya sentido y en las cuevas fermenta un vino agrio que han de beber los hombres para darse valor. Hoy tu muerte es más cierta. Estás clavado inerte, antiguo, en algún lado, siempre igual a ti mismo. Quizá algún día te eche el viento y volarás muy lejos.

en revista Aquí Poesía. N° 5, 1963.


Arqueología: ciencia que estudia, describe e interpreta las civilizaciones antiguas a través de los monumentos, las obras de arte, los utensilios y los documentos que de ellas se han conservado hasta la actualidad.

1 La poeta Tatiana Oroño1 ha confesado, siempre confiesa, que a sus once años quería ser arqueóloga. Y agrega, que no sabe exactamente el motivo de esa declaración a esa edad, aunque la ratifica en todos sus términos. En Uruguay, un país de bisabuelos, indios ágrafos y pequeñez notoria, una niña con futuro de arqueóloga debió ser al menos, una rareza, cuando no un despropósito. La vida, las horas que esta biografía poética que Tatiana Oroño ha escrito, dan cuenta, desmenuzan, acreditan, acerca del proceso que llevó a la niña, a esa niña que quería ser arqueóloga, al estudio y la enseñanza de la literatura, a la maternidad, y en forma concomitante a la poesía. Desde ese allí y en defensa de la lentitud o para cuando pudiera ser en palabras actuales de la poeta, hacia su pasado de escritura y vida, que de eso se trata una autobiografía, habla el texto. La arqueóloga debió desprenderse de la niña y sobrevolarla, un ánima coadyuvante y catalizadora que plasmó en este memorial con intervenciones artísticas, iluminaciones infantiles, recuerdos omnipresen-

tes de la represión dictatorial, soledad de la mujer y sus tres niños aislada y aislados, en la naturaleza, en cruel oxímoron en donde las palabras también se mezclan y los episodios de natural belleza -crianza de hijos en un ambiente con otro oxímoron: libremente ocluido, madre e hijos compartiendo un todo humilde y a la vez feraz, naturaleza y desarrollo digno de un tratado de la educación más clásica, más iluminista, más humanista- resultan amenazados por el miedo, la incertidumbre, el aislamiento del disidente, del perseguido. En la película de 2002, Kamchatka, del director argentino Marcelo Piñeyro, basada en una novela del también argentino, Marcelo Figueras, se describe el aislamiento de una familia de cuatro integrantes, padre, madre y dos hijos varones, en una quinta durante los primeros días de la dictadura de Videla en 1976. ¿Cómo vivir, amar, educar a los hijos entre acechanzas, emboscadas, desapariciones forzadas? Una sola respuesta, tan endeble y por eso tan poderosa, tan bíblicamente poderosa por obra de la fortaleza divina que es locura para los hombres: por medio del arte en todas sus expresiones posibles, desde la lectura de un libro sobre Houdini, a la demostración permanente de otra frontera, de otro horizonte, de otro porvenir, éste sí inalcanzable, aunque irreductible, larvado y por eso mismo, latente.

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Libro de horas de Tatiana Oroño Editorial Estuario, junio de 2017. 140 págs.

La madre Tatiana Oroño, en el Uruguay de la dictadura de los 70 y 80, poeta en ciernes, profesora de literatura, hija de un notable artista plástico y de una madre poderosa, elabora un procedimiento natural, espontáneo, para salvar a sus hijos y salvarse, y por ella y sus hijos, salvarnos a todos. Incluso a los lectores del ahora, que eran futuro incierto, línea de orilla en un posible, amenazante naufragio diario. Lectores, hijos; hijos, lectores, en baudelaireana simbiosis, en quiasmo de fe. El procedimiento ratifica esa vocación primigenia de la niña: llevar registro de todo, guardarlo, conservarlo, exponerlo al fin. 2 Estudio, descripción, interpretación: todo remite en esta biografía a esa triple sustantivación activa: los pintores que no comen pan, que abren la autobiografía y que son, todavía lo son, herederos de Joaquín Torres García, incluso en el alejamiento con el maestro, practicado por algunos de ellos. Allí la niña visita a estos entusiastas pobres del arte que, sin saberlo, serán también objeto de estudio arqueológico de la historia de las artes plásticas en Uruguay. ¿Lo sabía la niña, lo sabían los artistas? Allí están los monumentos al alcance de la arqueóloga, sus bodegones de pan viejo, sus formas, las señales que dejarán al mundo que, en ese momento, los excluye, los ignora. Los ámbitos también están, el lugar, los lugares, los ojos de la que ve, de la arqueóloga que dará fe de la epifanía. Y está bien que sea éste el inicio de todo el texto. Que de la confusión de la fragua de Vulcano brote la necesidad del arte literario. Y el cuidado de la descendencia. Y el lenguaje proto artístico de esa descendencia. La prehistoria en el acervo de la madre.

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Los primeros arqueólogos daban relevancia a los objetos que la modernidad necesitaba relevar como empatía civilizatoria. Oro, metales, armas, elementos suntuarios. La niña arqueóloga, futura poeta, ve lo evidente y lo recuerda. La poeta lo hace artilugio de la lengua. La profesora lo transmite. La madurez tomará, al igual que los arqueólogos actuales, pequeñas briznas del fulgor que los otros arqueólogos desechaban. Una sandalia ajada, un dibujo de un niño. La poeta ha devenido en arqueóloga de iluminaciones infantiles: regalos a la madre -una casa dibujada se transmuta en una casa o en un castillo-, el enunciado del primer sueño de un hijo, un tren inagotable, dueño de la noche, más y menos que ese tren real que señalaba los límites de esa casa en construcción y en movimiento perpetuo. La nueva arqueóloga, la poeta, verá rondar una gallina misteriosa, una palestra infantil delimitada por piedras, el fuego del hogar en invierno, la terrible soledad de la madre con el niño enfermo, alegoría de las instituciones dando la espalda a los desvalidos. Las batallas contra la fiebre del hijo narrada como una épica de la angustia. La arqueóloga ha madurado y ha encontrado su lugar. En materia poética, su lugar es la tercera persona, la madre y los hijos, la clave de toda narración que mantenga un adecuado grado de objetividad. Vale recordar que éste es el procedimiento de Julio César cuando narre su conquista de las Galias. La madre con sus batallas contra la fiebre reproducen una brega mayor. La nueva arqueóloga poeta, guarda objetos insignificantes para los poderosos pero magnos para la verdad de la vida que se escruta: dibujos de niños. No hay que cansarse de decirlo. En la materia más humilde está la verdad. En los pobres de espíritu, en los


Tatiana Oroño. Foto de diego cubelli

ingenuos. Y esta máxima incluye a esa madre sitiada por la ruina de la historia. No dejes que te roben el alma . No. 3 Los jóvenes son nuestros otros complementarios, son lo que fuimos, lo que dejamos de ser y lo que nunca fuimos. Una ampliación de mundo. (Libro de horas)

Buscar y encontrar un leit motiv, una cifra, una obsesión, es la marca de la gran poesía. Y este texto es poesía iluminada y tiene su leit motiv. Horas rescatadas a la destrucción y la degradación. Silencios de madre, barullos de niños, silencios de profesora, barullos de alumnos. Vida que se retoma. Tiempos verbales de lo que pudo ser y no fue, de lo que debería haber sido, de lo que fue y dejó de ser. Acrobacias del señor verbo, el gran funambulista, que la poeta arqueóloga, reviste de misericordia. Pero de esa manera, con esta proeza piadosa, esos niños que preguntan sobre la existencia de la palabra dolorida tienen, ante la respuesta de la profesora, narradora, poeta, arqueóloga, la que resguarda la memoria, una confirmación de la necesidad de la herencia. Una breve y contundente -tan contundente como el sí de la respuesta, bautismo de humildad docente, de futuro rito arqueológico instilado como un fino colirio, sobre los ojos del niño arqueólogo en busca de verdades. ¿Será ese niño, podrá ser, lo dejarán?

Y por aquí, refulgen los hititas. Este pueblo apenas denominado, censado por la Biblia, nombrado en la persona de Urías, esposo del objeto del deseo del rey David, inocente mandado a morir para que el rey de los judíos se apoderara de la esposa del muerto, la mujer como sórdido botín de los varones, ese hitita, menor que un grano de arena, forma parte de un pueblo desaparecido. Un pueblo poderoso, con dioses como truenos y rayos y soldados valerosos que jaquearon al mismísimo Ramsés. Un pueblo para que los arqueólogos trazaran la ruta de los vencidos, de los derrotados. Junto a ese pueblo, con ese pueblo como sutil ejemplo, se consolida la poeta. Allí, en perfecto paralelismo sinonímico, se instala la poeta arqueóloga Tatiana Oroño, con sus hijos ilustradores, c o n n u e s t r o s h i j o s y l o s h i j o s d e lo s muertos y d esaparec idos. Como una luna incandescente tomada de la mano de un niño de tres años, que ha madurado, hemos madurado, estamos en camino. La poeta lo dice. La niña arqueóloga lo atisba. Todavía. 28-29 de octubre, 2017, Parque de los Aliados, Montevideo. Tatiana Oroño (San José, 1947). Poeta. Crítica. Investigadora. Profesora de literatura. Entre sus últimos libros publicados se encuentran: La piedra nada sabe (2008); Ce qu’il faut dire a des fissures, ed. bilingüe, París (2012), Estuario (2014). Obtuvo los Premios Bartolomé Hidalgo y Juan José Morosoli (poesía, 2009). 1

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en este número

jorge arbeleche Montevideo, 1943. Es poeta, crítico y ensayista. Miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Lengua Gallega. Ha sido publicado en todos los países de América Latina y su obra ha sido traducida al francés, inglés, portugués, italiano y ruso. Ha participado en numerosos congresos y festivales en Uruguay y el extranjero. En 2014 la editorial española Vitrubio publicó Mito (Poesía reunida 1968 - 2013). En 2016 dió a conocer el libro Peregrino (Vitrubio). víctor cunha Tacuarembó, 1951. Poeta, productor musical, profesor de literatura, periodista, letrista, cuentista, diseñador gráfico y fotógrafo. Ha publicado, entre otros libros: Poemas de la Sombra Diferida (1973), Ausencia del Pájaro (1981), Artificio con Doncella (1986), Cuaderno de Nueva York (1998). Para 2018 prepara la publicación de sus obras completas.

juan de marsilio (Montevideo, 1963) es docente de literatura, periodista cultural y poeta. Ha publicado los siguientes poemarios: Alondras, lobizones, elefantes (Montevideo, Signos, 1990), La casa y su habitante (Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1991), La sed y el agua extraña (Toluca, La tinta del alcatraz, 1995), Pavana para un dinosaurio difunto (Montevideo, los libros del chancho con alas, 2005), Futuro (Montevideo, los libros del chancho con alas, 2006), 48 (Montevideo, los libros del chancho con alas, 2007), Algunos otros poemas políticos (Montevideo, los libros del chancho con alas, 2009), las palabras esas, trece panfletos provisorios y un poema de infancia (Montevideo, los libros del chancho con alas, 2012) y Jazmín del país / episodios nacionales y peñaroles (Montevideo, Ediciones del Mirador, 2015). lucía delbene Nació en Montevideo en 1975. Es poeta, narradora, docente y Maestranda en Literatura Latinoamericana de la UDELAR. En poesía ha publicado Garza en garza (Botella al mar, 2009), Taurolabia (LoQueVendrá, 2012), en narrativa La homicida de las flores (2001, Revista Cantá Odiosa), El libro de los peces (Trópico Sur, 2013) y diversos artículos sobre poesía en revistas electrónicas nacionales, hispanoamericanas y extranjeras: H Enciclopedia, No Retornable, Piedra Alta, Revista Lab, Revista Sic, Alter/nativas. luis hierro gambardella Nació en Treinta y Tres en 1915 y falleció en Montevideo en 1991. Fue político y poeta. Ocupó los cargos de Diputado, Senador, Embajador y Ministro de Educación y Cultura. Como poeta publicó los libros: Desnuda voz (1947), Pablo, anti Pablo (1970) y La luz no sabe que ilumina (1991). álvaro ojeda (Montevideo, 1958). Poeta, narrador, crítico y periodista. Obra poética: Ofrecidos al mago sueño (1987), Alzheimer (1992), Los universos inútiles de Austen Henry Layard (1996), Cul-de-sac (2004), Toda sombra me es grata (2006) y Aceptación de la tristeza (2012). En narrativa, publicó las novelas El hijo de la pluma (2004), La fascinación (2008), Máximo (2010), La mula (2014) y Congoja (2017) magdalena portillo (Montevideo, 1991). Es técnica en realización audiovisual, egresada de la ORT. Publicó su primer libro en 2017, titulado Umbrales . ana strauss (México, 1977) Artista visual y escritora. Publicó los libros de poesía: No sé qué hago en Inglaterra (Yaugurú, 2013) y Ororó - Canción para un párpado (Yaugurú, 2017).

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Nicanor Parra (1914 - 2018). Fotos de Claudio PĂŠrez (1994)



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