LAS CALPANERIAS DE LAS HACIENDAS TLAXCALTECAS
Gobierno del Estado de Tlaxcala GUADALUPE DE LA TORRE VILLALPANDO INAH 1988
INDICE PRESENTACION INTRODUCCION LA FUERZA DE TRABAJO EN LAS HACIENDAS TLAXCALTECAS EPOCA COLONIAL Obtención y formas de contratación de la mano de obra Condiciones de pago de los peones en el siglo XVIII SIGLO XIX ARQUITECTURA DE LAS CALPANERIAS ANTECEDENTES COLONIALES LAS CALPANERIAS DE LAS HACIENDAS PORFIRIANAS El caserío y su ubicación en la hacienda Ordenamiento del caserío Tipos de casas Servicios anexos Construcción de las viviendas FACTORES QUE INTERVINIERON EN LA CONFORMACION ARQUITECTONICA DE LOS CASERIOS CONSIDERACIONES FINALES APENDICE Haciendas Tlaxcaltecas con Calpanería (1984) Plano de Localización ABREVIATURAS NOTAS FUENTES Y BIBLIOGRAFIA
PRESENTACION El presente trabajó se realizó en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, como parte del proyecto "Arquitectura para la producción: las haciendas del Estado de Tlaxcala", que el Seminario de Estudios de Historia del Arte llevó a cabo. Con esta investigación el Seminario se propuso estudiar la organización y uso de los diferentes espacios y dependencias que constituyeron integralmente a las haciendas, para que sean vistas como una unidad arquitectónica vinculada directamente al proceso productivo; esta visión integral de la arquitectura de la hacienda, es un enfoque novedoso dentro del campo de la historia del arte. "Las calpanerías de las haciendas tlaxcaltecas", es el primero de una serie de textos que en su conjunto constituirán el resultado del estudio general. Mi agradecimiento a Miguel González Zamora quien paleografió los documentos coloniales, a Ivone Arámbula A. que dibujó las láminas y planos que ilustran el trabajo, a Ruth Solís V. que revisó y corrigió el texto y a Ma. Eugenia García V. que lo mecanografió.
INTRODUCCION Las haciendas estaban formadas por un conjunto de edificios, entre los que se encontraban aquellos que servían de casa-habitación de los peones. Al grupo de estas construcciones se le denominó calpan o calpanería, término compuesto por calli: casa; pan: desinencia toponímica, es decir, lugar de casas; y por la terminación hispana eria, que significa lugar o sitio. En el Estado de Tlaxcala, el uso de esta palabra sigue vigente entre la gente del campo, a diferencia de otras regiones del centro del país en donde se ha dejado de utilizar. Desde la época colonial, los hacendados tlaxcaltecas, con el fin de reclutar la fuerza de trabajo que requerían, comenzaron a establecer la mano de obra en le hacienda. El sitio donde eran alojados los peones en este período se conoce tan sólo a través de documentos, pues las construcciones no se han conservado hasta nuestros días. Podría pensarse que el paso del tiempo las destruyó, sin embargo, su conservación era posible, como lo fue en el caso de los edificios dedicados a la producción (trojes, silos, eras), que incluso se encuentran en uso hoyen día; a diferencia de éstos, los espacios que sirvieron de habitación a los peones de las haciendas coloniales fueron modificados sustancialmente a lo largo del siglo XIX, de tal manera, que adquirieron una fisonomía totalmente diferente. Es así, que las haciendas tlaxcaltecas conservan exclusivamente las calpanerías construidas durante el siglo XIX, en especial las de fines de ese siglo y principios del XX. El análisis de la arquitectura de las calpanerías por tanto, se centra precisamente en las edificadas durante el Porfiriato. Después de la Revolución y del movimiento agrarista de las primeras décadas del siglo XX, las calpanerías, a diferencia del resto de los edificios de producción, difícilmente se volvieron a utilizar. Consideradas como el símbolo de la dominación que el hacendado ejerció sobre el peonaje, muchas de ellas quedaron en el abandono y el paso del tiempo las ha reducido a escombros. Las Calpanerías de las Haciendas Tlaxcaltecas Su destrucción, en muchos otros casos, ocurrió años después a manos de quienes heredaron o se hicieron dueños de las haciendas y sus tierras recortadas por la lucha agrarista; con esta acción, los nuevos propietarios evitaban que los antiguos peones acasillados y sus herederos tomarán posesión de las viviendas y exigieran dotación de tierras, ya que el gobierno del general Lázaro Cárdenas había reconocido este derecho. En contados casos, también sucedió que cuando se establecieron las colonias agrícolas -a partir del reparto agrario- con los peones que habían vivido en las haciendas, éstos las desmantelaron y con los materiales construyeron sus nuevas casas. De las 147 haciendas existentes en el territorio tlaxcalteca, *41 conservan en pie parte de la calpanería, y de éstas últimas, tan sólo 10 se encuentran casi completas. En las haciendas restantes el caserío de peones se halla en ruinas, o bien, quedan restos de su construcción pero no los suficientes como para reconstruir el número y el tipo de vivienda que lo componían. De las 41 calpanerías: doce pertenecen al municipio de Tlaxco, seis al de Huamantla, tres al de Españita, dos al de Hueyotlipan, tres al de lxtacuixtla, dos al de Terrenate y una al de Calpulalpan, Nanacamilpa, Ixtenco, Lázaro Cárdenas, Tetla, Cuapiaxtla, Panotla, Santa Cruz Tlaxcala y Zitlaltépetl (véase plano de localización).
Como se aprecia, en el municipio de Tlaxco se conserva el mayor número de calpanerías mientras que en las zonas más cercanas a la ciudad de Tlaxcala, y en general en la región suroeste del territorio, casi han desaparecido. El sur del estado es una zona densamente poblada, por lo que las haciendas han sido absorbidas por las poblaciones y en general se encuentran semidestruidas; además, muchas de estas haciendas debieron haber tenido calpanerías muy pequeñas, o simplemente no las tuvieron puesto que su cercanía a los poblados les permitía contar con jornaleros que no necesitaban establecerse en la hacienda. El presente texto consta de tres partes: la primera está dedicada a los orígenes y a la formación del peonaje en las haciendas tlaxcaltecas, ya que ese proceso se dio en forma paralela al surgimiento y desarrollo de la calpanería, asimismo, muestra las condiciones de vida de los habitantes de estas viviendas, y la importancia de la casa en la fijación de la mano de obra en la hacienda. En la segunda parte, se describe la arquitectura de las calpanerías: en primer lugar y en forma breve la de las calpanerías coloniales y, posteriormente, de manera más analítica y amplia, las de finales del siglo XIX y principios del XX. De éstas últimas, se establecen las tipologías arquitectónicas de los espacios que constituyeron las viviendas, las variantes de organización de los caseríos, y la ubicación de éstos en relación con el resto de los edificios de la hacienda. * Véase; Catálogo de las haciendas del Estado de Tlaxcala. Seminario de Estudios de Historia del Arte Dirección de Estudios Históricos, INAH, 1982 (Fotocopia en la Biblioteca "Manuel Orozco y Berra", Anexo al Castillo de Chapultepec). En la última parte, se exponen los diversos factores que incidieron en la conformación arquitectónica de las calpanerías como fueron la densidad demográfica del territorio tlaxcalteca; la dependencia o relativa independencia económica de los poblados cercanos a las haciendas; el carácter del proceso productivo, el tipo de producción y la escala de la economía mercantil y de autosuficiencia de cada hacienda, entre otros aspectos.
LA FUERZA DE TRABAJO DE LAS HACIENDAS TLAXCALTECAS
EPOCA COLONIAL Obtención y formas de contratación de la mano de obra Durante casi todo el período colonial, las labores agrícolas de las haciendas las realizaron indígenas dados en repartimiento. Este mecanismo de obtención de mano de obra, consistía en que los alcaldes mayores de los pueblos elegían los jornaleros, por medio de un sorteo, en el que participaban todos los miembros de la comunidad, con excepción de los gobernadores, de las mujeres, de los niños y los impedidos. Los indios estaban obligados a trabajar durante una semana en la finca; si eran casados, tenían que cumplir con el repartimiento tres semanas al año con un intervalo de cuatro meses; si solteros, se les exigían cuatro semanas de trabajo anuales. La solicitud de mano de obra se dirigía directamente al virrey por parte del hacendado que a cambio de la concesión, se comprometía a pagar un salario a los jornaleros, darles alimentación a cuenta de jornal, no maltratarlos físicamente y permitirles regresar a su localidad al término del período de labor; si estas condiciones no eran obedecidas, el hacendado podía ser privado de ese derecho. Desde el punto de vista del hacendado, el sistema de repartimiento tenía sus limitaciones: no le eran suficientes ni el número de jornaleros, ni el período de repartimiento, pues aducía respecto a esto último que cuando el peón al término de la semana ya estaba enrolado en la dinámica del trabajo, era sustituido por otro. Estas limitaciones provenían del hecho de depender de las autoridades virreinales para que se le otorgara la fuerza de trabajo. Dadas estas circunstancias, el primer paso dado por los hacendados para satisfacer sus necesidades fue el de ingeniárselas para obtener el mayor beneficio posible de este sistema: con la complicidad de los alcaldes, lograron conseguir mayor número de jornaleros de los legalmente cedidos y ampliar su tiempo de permanencia en la hacienda. Sin embargo, el llevar hasta sus últimas consecuencias el sistema de repartimiento al imponerle una modalidad más rapaz, no satisfizo las necesidades de fuerza de trabajo de las haciendas puesto que, en última instancia, seguían dependiendo, al respecto, de negociaciones de carácter político. Así, los hacendados encontraron otra solución al problema a través de una nueva estrategia: comenzaron a contratar por cuenta propia indios de poblaciones vecinas presionándolos para que aceptaran préstamos en dinero o en especie a cuenta de su jornal; generalmente los indígenas no podían pagar el crédito y entonces los hacendados los retenían en la hacienda aduciendo que debían permanecer en ella hasta devengar con trabajo las deudas contraídas. De esta manera, los dueños los obligaron a permanecer en la hacienda. A este tipo de trabajadores se les conocía con el nombre de gañanes. Con el tiempo, el término gañanía no necesariamente se referiría a la mano de obra endeudada, sino de manera más amplia, a la fuerza de trabajo permanente; el término calpanero en cambio, hará referencia exclusivamente al jornalero endeudado.
Las autoridades virreinales, aunque en principio no admitieron ese procedimiento, comenzaron a legalizar el comportamiento de los hacendados; fijaron el límite del monto de los préstamos, estableciendo que el crédito no excediera de más de cuatro meses de salario, y, en cuanto al tiempo de permanencia, el período permitido fue desde cuatro meses hasta tiempo indefinido (esto dependía del virrey que dictaba la orden). Los siguientes documentos, ya de fines del siglo XVII y principios del XVIII, son mandatos dictados por el virrey para hacerse cumplir en Tlaxcala, y forman parte de las cartas que el propio virrey contestaba a los hacendados que le solicitaban se les autorizara retener a los indios en sus propiedades. En los documentos, se podrá observar que la posición de los gobernantes ante la petición de los hacendados varía: unas veces dictaminaban a favor y otras en contra. Finalmente, conforme pasó el tiempo, la costumbre de retener a los jornaleros se aceptó como un hecho natural. (...)En México, a cinco de abril de mil seiscientos y setenta y dos años: vista esta información mando al alcalde mayor del partido de Tlaxcala guarde y cumpla lo que le está mandado sobre el amparo de los naturales que se refiere en la información y se le notifique a Nicolás de Galaviz no tenga indios ningunos en su hacienda de labor con pretexto de gañanes ni de otro alguno y los deje vivir en los pueblos, lo cual cumpla pena de doscientos pesos que aplico a mi distribución y que se procederá contra él a lo que más fue reconveniente, y dicho Alcalde Mayor lo cumpla so la misma pena y aplicación(...) (...) Que el indio que es tuviere preso por deuda y que conforme a las leyes habla de ser entregado a su acreedor para que le sirviera, no pueda ser entregado a otro, y que si el acreedor no le quisiere se suelte y queriéndose le entregue, sea con calidad y condición de que pueda ir el indio todas las noches a dormir a su casa, sin que para esto ni para ir a misa los días festivos se le pongan guardas ni grillos. Y asimismo, con calidad y condición que cualquier indio que fuere entregado a su acreedor cuando menos gane cada día tres reales y si fuere oficial de cualquier oficio gane cada día seis reales por lo menos, y que no pueda ser detenido más tiempo del que bastare a devengar la cantidad justa y que la real cédula permítese les preste, que es seis pesos y no más(...) (...) y vista por los dichos y oidores, por decreto que a ella proveyeron en primero del corriente acordaron se expidiese esta mi carta en que os mando que siendo os mostrada por parte del dicho don Cristóbal de Astorga, vecino y dueño de haciendas de dicha provincia de Tlaxcala, constando os ser gañanes de las dichas sus haciendas los naturales que expresa habérsele sustraído de ellas y no haber pasado año y día que están ausentes, los reduciréis a que sirvan y trabajen en dichas sus haciendas sacándolos para ello de la parte y lugar donde se hallaren, y hallándose en poder de personas eclesiásticas les rogaréis y encargaréis la entrega de ellos, que haréis al dicho don Cristóbal de Astorga, notificándole los trate bien, pagándoles su trabajo justo y correspondiente en tabla y mano propia(...) El sistema de repartimiento subsistió hasta la segunda mitad del siglo XVIII, aunque perdió importancia en la medida en que el trabajo temporal fue sustituido por el de los peones alquilados o tlaquehuales (tema que más adelante se expondrá).
Ya desde 1601, la Corona había tratado de abolir el repartimiento, y en su lugar decretó -por Cédula Real del 24 de noviembre de 1601- que el único procedimiento legal para la obtención de mano de obra fuera el alquiler voluntario, es decir, que los indígenas pudieran encontrarse libremente por días o semanas en el lugar que quisieran y ser remunerados con un jornal. Para los indígenas esta opción significó la exoneración legal del trabajo forzoso, ya que para esta época, la mayoría de las comunidades todavía poseían sus tierras y los naturales no se veían obligados a laborar en sus haciendas (como lo estarán posteriormente). Para las autoridades virreinales era claro que los hacendados tendrían dificultades para conseguir la fuerza de trabajo suficiente por medio del alquiler voluntario y, por esta razón, impusieron el mandato real con flexibilidad y cautela en previsión de fuertes protestas. Pero, por su parte, los hacendados ya habían encontrado la manera de sujetar a los peones por medio del endeudamiento, e incluso habían llegado aún más lejos, ya que se valieron de la estrategia de comprometer a los indígenas de manera personal, sin que la comunidad tuviera participación en el arreglo; con esto, los hacendados lograron desintegrar al indio de su comunidad y desarraigarlo de su poblado. Los hacendados, para justificar la reducción de los indígenas argüían entre otras razones además del endeudamiento- que el patrón por costumbre tenía derecho sobre la libertad del peón, o que manteniendo al indio en la hacienda evitaba el grave defecto de la ociosidad, al cual-según ellos-, el indígena tenía una "tendencia natural". A continuación se citan varios documentos, donde se exponen estas ideas: (...)Joseph Garda Lobatón de la hacienda que en esta provincia tiene don Sebastián de Estamba, nombrada de San Lorenzo, como mejor haya lugar en derecho digo: que de ella se huyó un indio nombrado Joseph de la Cruz habrá tiempo de diecinueve años y se llevó dos hijos suyos, que todos son gañanes y nativos de dicha hacienda, que en caso necesario protesto verificar y queriéndolos reducir a dicha hacienda, donde deben estar y vivir según está determinado en todas las haciendas por el derecho que los dueños tienen a sus gañanes, éste maliciosamente ocurrió ante Vuestra Señoría y sacó mandamiento de amparo, ocultando ser él y sus hijos tales gañanes, y para que se restituyan a la hacienda y no sirva de ejemplar a los demás y se despueble en conocido perjuicio de ella y se contenga a los naturales del pueblo de San Jorge, que son los que los inquietan e inducen(...) (.. .)se ha de servir Vuestra Excelencia de mandar que el dicho Diego Nicolás se quede en la dicha mi hacienda, como debe hacerlo por todo lo referido y principalmente por ser gañán originario de ella, pues los gañanes en este reino son como siervos adscripticios que no tienen libertad para ausentarse del predio a que están adscritos aunque en todo lo demás son libres y así se practica con los dichos gañanes por costumbre general en este reino y porque de lo contrario no sólo se inquietarán los demás indios gañanes de mi hacienda sino todos los de las demás haciendas que sin ellos no pueden cultivarse (...) (...)don José Ignacio de Ugarte, natural de los reinos de Castilla, dueño y poseedor de la hacienda nombrada San Diego Quimichucan, del partido de San Luis Huamantla de esta provincia, dijo: que la radicación de los indios gañanes en las haciendas es porque en ellas nacen, se crían y viven sujetos al trabajo sin ocasión de ociosidad, y que estos conforme a su
edad se les va proporcionando el trabajo y salario hasta que lleguen a ser corrientes en el trabajo superior del campo(...) La gañanía solucionó primordialmente los requerimientos de fuerza de trabajo permanente de la hacienda, pero había épocas del año (particularmente las temporadas de siembra y de cosecha), en que las tareas se multiplicaban; para esto se requería de mayor número de trabajadores. Surgió entonces la contratación de los llamados tlaquehuales, o peones alquilados, quienes laboraban en la finca por tiempo determinado y con un salario más alto que el del jornalero permanente. Este tipo de trabajador fue el que terminó por suplir a los últimos jornaleros obtenidos por repartimiento. Los tlaquehuales provenían regularmente de pueblos aledaños, desde donde se desplazaban a diario; cuando venían de poblaciones alejadas permanecían en la finca por lo menos un mes y hasta un período de un año. Se ejerció sobre ellos el mismo tipo de control que con los gañanes: muchos de los peones alquilados cuando terminaba su temporada de labor ya estaban "endeudados" con la finca y, con el pretexto de que tenían que cubrir lo que debían, eran "reducidos" en la hacienda hasta devengar su deuda, convirtiéndose muchos de ellos en gañanes. En la segunda mitad del siglo XVIII, en el noroeste del ahora Estado de Tlaxcala, algunas haciendas se dedicaban ya al cultivo del maguey y a comercializar la producción del pulque. En estas fincas, además de los gañanes y los tlaquehuales, que realizaban las labores agrícolas, habían también tlachiqueros (del náhuatl tlachique, término con el que se designaba el aguamiel); ellos estaban encargados de recolectar el aguamiel de los magueyes, llevarlo al tinacal de la hacienda, local donde se almacenaba y fermentaba el líquido, y se llevaba a cabo la elaboración del pulque. Como la producción del maguey requiere de fuerza de trabajo durante todo el año, es muy probable que los tlachiqueros se establecieran en la hacienda, pero también es factible que se desplazaran desde su localidad a la hacienda. Hemos visto que el mecanismo para contar con la fuerza de trabajo requerida era bastante flexible, en cuanto que satisfacía las diversas necesidades de mano de obra para realizar el trabajo agrícola a lo largo del año. Esta flexibilidad del mecanismo, también funcionó a otra escala; permitió cubrir las necesidades de la hacienda, en los momentos tanto de expansión como de contracción económica de la misma, de ahí que perdurara este sistema durante más de tres siglos. Condiciones de pago de los peones en el siglo X VIII Los gañanes de las haciendas en la Colonia tenían el derecho a un salario, el cual debería ser pagado por semana, pero de éste se les iban descontando los préstamos solicitados. Formalmente, la paga debía ser en efectivo, "en dinero y tabla y mano propias", como lo ordenaba textualmente el Bando sobre el trabajo de los Indios trabajadores de las haciendas del año 1784, pero el jornal que en realidad percibían los "indios trabajadores " estaba por debajo del que las autoridades virreinales establecían; en el citado bando, se señalaba que los gañanes debían ganar siete pesos mensuales, pero al menos en Tlaxcala, los peones apenas percibían tres o cuatro pesos, según consta en algunos documentos que se citarán posteriormente. A los trabajadores alquilados se les pagaba mejor que a los gañanes, y esto dio pie para que en reiteradas ocasiones los gañanes solicitaran a las autoridades virreinales e incluso al mismo rey, que les fuera aumentado su sueldo, pero éste nunca llegó a equipararse con el de los tlaquehuales.
He aquí parte del texto de un documento en que varios gañanes por intermediación de un abogado, solicitaban ser liberados de la gañanía, por las razones que a continuación se exponen, entre ellas, el bajo sueldo que se les pagaba: (...) Anselmo Rodríguez Balda por José Antonio Muñoz, Juan Salvador, Juana Francisca (...) y digo: que siendo así que la obligación de los dueños de las haciendas es pagar por los gañanes el real tributo y todas las obvenciones que causan y por tanto solamente ganan de jornal tres pesos, cuatro reales cada mes, cuando los alquilados o tlaquehuales ganan a razón de dos reales diarios, que corresponden a ocho pesos en cada un mes y aún en ocasiones dos y medio reales, según la urgencia que ocurre en el cultivo del campo; los Dueños (...) aunque enteran por mis partes el Real Tributo y pagan las obvenciones al párroco, pero es rebajándoles su Importe de los tres pesos, cuatro reales mensuales que ganan, de que resulta quedar defraudados de lo que deben percibir y no observarse la proporción que se ha estimado corresponder, compensándose con el menos jornal que pagan los hacendados lo que erogan por los gañanes en las contribuciones que por ellos deben hacer. De lo dicho resulta que como mis partes son casados no les alcanza lo que se les paga piara mantenerse con sus mujeres e hijos, sin tener arbitrio para solicitar de otra suerte lo necesario, viviendo siempre en la miseria continua a que se agrega que las mujeres de mis partes turnan en ir a moler a las casas de las haciendas referidas, sin compensarles su trabajo, ni darles siquiera de comer en la semana que les toca. Y porque el beneficio común de que se cultiven las haciendas debe ser sin perjuicio de los naturales que en ellas sirven, razón porque en cuanto a los gañanes ha sido costumbre el estilo referido, con lo que se Iguala el trabajo en el modo posible según lo que se les debe ministrar y sobre que hay repetidas leyes y cédulas en obición de los naturales, sin perjuicio de la causa pública, atendiéndose a uno y a otro con la equidad que corresponde, son todos motivos para que mis partes sean libres del yugo de la gañanía (...) Periódicamente, los hacendados debían revisar las cuentas de los gañanes, pero este ajuste no se llevaba a cabo sino hasta que los jornaleros pedían la intervención de las autoridades: en ocasiones resultó que la hacienda les adeudaba, aunque obviamente casi siempre eran los peones los deudores. Las peticiones de ajustes de cuentas frecuentemente formaban parte de las demandas que los trabajadores dirigían a las autoridades para que se les administrara justicia por malos tratos o retención "ilegal" en la hacienda. Ante estas quejas, las autoridades con el fin de dar su veredicto solicitaban al hacendado, al encargado o al administrador de la propiedad, se presentara con el ajuste ante el funcionario correspondiente. Los textos que se citan son algunos ejemplos de estas peticiones; en ellos se puede observar claramente la negligencia de los hacendados para realizar los ajustes de cuentas con la intención de retener a los peones, con la excusa de que estaban endeudados, se les obligaba a permanecer en la hacienda por largo tiempo, sin mostrarles su estado de cuenta ni liquidarles su salario. (...)Joseph Martin, natural del pueblo de Santa María Atliguesan, parezco ante Vuestra Excelencia como haya lugar y digo: que estando yo sirviendo en la hacienda de Jacinto
Sánchez mucho tiempo ha, siendo como soy nacido y criado en dicho pueblo, el susodicho me hace malos tratamientos queriendo que le sirva sin pagarme cosa alguna pues me es deudor de cantidad de ochenta pesos, por lo cual pongo en la consideración de Vuestra Excelencia para que con su acostumbrada piedad mande por su decreto a la justicia de Tlaxcala que luego y sin dilatación alguna se me ajusten las cuentas y que me pague lo que me debiere y deje libremente vivir donde quisiere y trabajar para pagar los reales tributos de Su Majestad(...) (...)Luis Nicolás natural del pueblo de Santa María Axotla, de esta jurisdicción y capitán de tlaquehuales, parezco ante vuestra merced en la mejor forma del derecho y digo que la pascua de Resurrección que ahora pasó, llevé una cuadrilla de tlaquehuales a trabajar a la hacienda de don Antonio Ramírez(...)y por los castigos y malos tratamientos que experimentaban se vinieron algunos de dichos tlaquehuales y se quedaron otros en dicha hacienda y para que se ajusten las cuentas del tiempo que han servido, se ha de servir vuestra merced de mandar que cualquiera ministro de vara de los de esta provincia pase a dicha hacienda y saque de ella a los demás que se quedaron, que son veinticinco, y a sus mujeres y que requiera a dicho don Antonio Ramírez o a su mayordomo comparezca ante vuestra merced con el libro de cuenta que con dichos tlaquehuales ha tenido para dicho ajuste de ellas(...) (...) María de la Concepción, mujer de Juan Vicente, madre de Manuel Esteban y tía de José Antonio, Manuela Felipa, casada con Salvador Manuel, hija legítima de Nicolás Martín y hermana de José Francisco, por nuestros maridos y a voz, la primera de mi hijo y sobrino, y la segunda por mi padre y hermano, todos indios tributarios y tlaquehuales de la hacienda nombrada Nuestra Señora de los Dolores del partido de Nativitas(...) y decimos(...) que se les ajuste su cuenta a los dichos nuestros maridos y demás a nombre de quien hablamos, los que ante todas cosas se conduzca el ministro que llevare al mandamiento, sacándolos de tlapisquera donde están encerrados para este juzgado de usted, para que el presente escribano dé fe de las señales de los azotes, como asimismo siendo necesario la pase a dar a dicha hacienda, del cepo que obtienen, y que resultando deudores a la finca se les espere a la satisfacción de lo que así fuere dentro de un término competente, como que el separarnos de ella no es por otro motivo que movidos de los crueles castigos que les dan, los que están prontos a justificar, sirviéndose usted asimismo de mandar que siendo justo la devolución de los referidos a la hacienda sea con la precisa calidad de que se separen de ella dicho mayordomo y ayudante, cuyas providencias parecen justas y arregladas a justicia, ella mediante(...) Como ya se mencionó, en el siglo XVI, la alimentación que el hacendado estaba obligado a proporcionar a los trabajadores, era a cuenta de jornal. Cuando se implantó el alquiler voluntario, las autoridades ordenaron que la ración alimenticia, recibida por los trabajadores libres o "de pie" debía proporcionarse aparte del sueldo. Los decretos virreinales expedidos al respecto, son testimonio de la vigencia de esta obligación a lo largo de la Colonia. En Tlaxcala, por lo menos en algunas regiones, se acostumbró que, además del salario, los gañanes recibieran una ración de maíz y medio real de plata semanal llamado chiltomín (del náhuatl chiltic: menudo, pequeño y tomín: dinero): (...)Expresó nombrarse Pedro Esteban, ser gañán de la hacienda de Soltepec del partido de Huamantla, de esta provincia(...) y dijo que con el motivo de que sus padres fueron gañanes
de la expresada hacienda lo es el que declara como lleva insinuado, y por esto se haya radicado en ella y la estima por su vecindad legitima, que por esta razón gana mensualmente tres pesos, una cuartilla de maíz y medio real de plata, que le llaman chiltomín, cada semana, lo cual se les da a los gañanes según la antigua costumbre en dicha finca como en las demás que comprende el referido partido(...) Como parte de la remuneración que el gañán recibía por su trabajo, estaba considerado el pegujal o piojal, que consistía en una pequeña porción de tierra que el hacendado cedía al peón, quien la sembraba para su propio consumo. La costumbre surgió a iniciativa de los hacendados que, como ya señalamos, desarrollaron diversas estrategias para desarraigar al peón de su lugar de origen; el pegujal fue una de ellas. El patrón lo que pretendía con esto era la recampesinización del gañán, es decir, otorgarle por esa vía uno de los rasgos que como campesino tenía el indígena en su comunidad, aunque en realidad, el pegujal no fuera de su propiedad. La extensión del pegujal variaba en cada hacienda, lo que parece invariable es que al gañán se les prestaba siempre la yunta y los aperos. En Tlaxcala, al menos desde el siglo XVIII, el uso del pegujal ya aparece mencionado en documentos: (...)dijo nombrarse Agustín Antonio,(...) gañán de la hacienda nombrada la Natividad, del partido de Huamantla de esta provincia de donde es originarlo y lo fueron sus padres, con cuyo motivo existe en ella avecindado y con el mismo trabajo en dicha finca en las labores de ella como capitán de gañanes, con el salarlo de cuatro pesos mensuales, una media de maíz, un real de plata cada quince días de ración según la costumbre y estilo de la referida hacienda como de las demás de sus inmediaciones(...) que a más del salario referido logra él sembraren tierras de la hacienda cuarenta surcos de milpas con yuntas de ella, de cuyo beneficio gozan igualmente los demás gañanes que se resuelven a sembrar, que también tiene el arbitrio de criar sus animales como caballos, burros y cerdos(...) Como hemos mencionado ya, los tlaquehuales o peones eventuales percibían un salario mayor que el de los gañanes (8 pesos mensuales, a diferencia de 3 ó 4 pesos), aunque también a aquellos se les retrasaba el ajuste de sus cuentas y se les retenía -como se pudo observar en la demanda antes citada del capitán de tlaquehuales Luis Nicolás del año de 1729. La mayor remuneración salarial, sin embargo, no los colocaba en mejor situación, pues a diferencia de los peones permanentes, los tlaquehuales no recibían ni chiltomín, ni tampoco les era repartido pegujal; sus condiciones de vida en la hacienda eran incluso desfavorables, en relación con las de los gañanes y el trato con ellos más coercitivo. A continuación se citan dos testimonios que muestran la situación en que se encontraban dentro de la hacienda. El primero de ellos es del dueño de la finca de San Diego Quimichucan, y el segundo, de un gañán de la misma propiedad: (•••)que la obligación de estos (gañanes) es trabajar en el campo, lo que verifican con más desahogo y libertad que los indios que nominan tlaquehuales:(...) que igualmente se les flanquea la libertad de criar sus animales y mantenerlos en tierras de la hacienda y de sembrar sus pegujales de maíz de cuenta de ellos, por dárseles las yuntas necesarias para
ello, cuyas pensiones no se observan con los tlaquehuales, pues a estos se miran como a extraños y a los gañanes como a hijos de las citadas fincas(...) (...)que las pensiones que tienen estos (gañanes) es trabajar en las labores de la finca y en lo demás que en ellas se ofrece, y que las que ésta tiene a favor de ellos son darles el salario que va insinuado, tierras, yuntas proporcionadas para sembrar sus pegujales de maíz, concederles permiso para mantener en sus tierras sus animales como caballos, burros y cerdos (...)y que de estas proporciones no logran en dicha hacienda ni en las demás los otros indios que nombran tlaquehuales, pues éstos sólo están reducidos al salario que corrientemente se les da y a la pensión de la tlapixquera, lo que no los gañanes, por vivir éstos libres en la finca(...) La situación de los tlachiqueros no se encontraba definida, ya que no eran ni trabajadores permanentes ni eventuales; la producción pulquera, aunque considerable, aún no se había desarrollado en gran escala. Estos trabajadores eran pagados de acuerdo a la cantidad de aguamiel que entregaban, es decir, laboraban a destajo; no se les proporcionaba ración de maíz, ni adelantos en especie a cuenta de su paga, y no hay referencia de que se les otorgara tampoco pegujal. Dadas las condiciones laborales de los peones de las haciendas tlaxcaltecas, se puede afirmar que la relación salarial, definía básicamente el status jurídico del gañán frente al Estado y la hacienda, pues en realidad los bienes de consumo necesarios para la reproducción de los gañanes, eran obtenidos a través de otras formas de pago no salariales (pegujal, ración, chiltomín, vivienda), lo que le daba un carácter servil a la relación peón-patrón.
SIGLO XIX El incremento de la mano de obra Hacia la segunda mitad del siglo XIX, las haciendas se habían venido expandiendo en perjuicio de las comunidades aledañas las cuales se vieron despojadas de sus tierras y recursos comunales; este despojo dio comienzo a partir de 1856 con la Ley de Desamortización, que promulgaba la división y parcelación de los bienes inmuebles en poder del clero y las comunidades. Posteriormente, entre 1880 y 1906, la expropiación de los recursos de las comunidades en beneficio de las haciendas se acrecentó. Otras veces, el despojo tuvo que ver con la construcción de la red ferroviaria; las haciendas peleaban (y en la mayoría de los casos ganaban el pleito) la posesión de los terrenos beneficiados por el tendido del ferrocarril, para de esta manera tener mayor acceso a los mercados de sus productos. Una de las consecuencias de la Ley de Desamortización, fue que las comunidades perdieron su autoridad jurídica, anulándose así la relativa autonomía de los ayuntamientos y municipios, las comunidades desde entonces tuvieron que subordinarse directamente al poder central, y los gobiernos locales empezaron a ser controlados por los hacendados. Esta situación afectó la relación de los peones con las haciendas y el Estado. A fines del siglo XIX y principios del XX, fueron francamente escasas las quejas y demandas que tan comúnmente dirigieron los trabajadores a las autoridades durante el período virreinal. La razón, evidentemente, no era que los hacendados o los administradores, capataces y mayordomos hubieran cambiado su trato para con los peones, sino que el propietario era quien imponía su autoridad en la hacienda con la anuencia de los funcionarios locales y municipales. Posteriormente, incluso ocurrió que el gobierno destacara alguna "autoridad oficial" para que se estableciera en la propiedad; muestra de ello son las siguientes cartas: la primera, dirigida a la Prefectura Política de Cuauhtémoc, por el presidente municipal de Xalostoc, y la segunda, al Juez de primera instancia del Distrito de Juárez: (...)Tengo la honra de comunicar a usted, para conocimiento de quien corresponde, que, el Ciudadano Eduardo Pérez, Sindico del P. Ayuntamiento de esta Cabecera, solicitó licencia durante los meses de Febrero y Marzo, la cual le fue concedida: resultando que desde esa fecha hasta la presente no ha asistido a las sesiones ordinarias, que las más veces no se han verificado: pues se tienen noticias ciertas que el mencionado Señor Pérez, se halla destinado en la finca de Santa Gertrudis, el Síndico suplente Ciudadano Pedro N. Pérez substituyó al propietario durante los dos meses de licencia, pero en seguida se ausentó y no existe en este Municipio (...) (...)Hoy se presentó ante esta oficina el C. Valentín Hernández, peón de la hacienda de San Diego Notario, y manifestó por vía de queja: que deseando separarse de dicha hacienda, pidió al administrador de la misma, don José Moctezuma, que le fueran liquidadas sus cuentas, a lo que él se opuso, consignando al quejoso a la autoridad de la mencionada finca habiéndolo remitido a Huamantla a disposición de la Prefectura Política, en cuya ciudad permaneció preso por 18 días. El viernes de la semana pasada fue conducido nuevamente a la hacienda ante el juez de que ya se habló, allí se le exigió que siguiera trabajando o que
propusiera fiador que respondiera por lo que adeudaba. En seguida lo presentaron con el administrador quien volvió a instarle al quejoso que continuara prestando sus servicios en la finca, a lo que éste contestó que como no estaba conforme con permanecer por más tiempo en ella, solicitaba la liquidación de sus cuentas y devolver el dinero que saliera debiendo para poder separarse. Al oír esto el Administrador, se arrojó sobre él y lo golpeó hasta causarle algunas heridas en la cabeza de las cuales se desangró, como puede verse por las huellas que aún lleva en sus ropas, y que no conforme el administrador con las lesiones que le Infirió, lo encerró en un cuarto donde lo tuvo privado de su libertad por cuatro días, sin permitir que su familia entrara a verlo y llevarle sus alimentos, hasta el lunes de esta semana, en que su esposa, burlando la vigilancia, logró penetrar hasta el lugar en que se encontraba, y le instó que desde luego diera los fiadores que le pedían para que saliera libre y que sólo de esta manera se le dejó salir de la repetida finca" Las haciendas, al expanderse, no sólo lograron apoderarse de los recursos comunales (tierras, aguas, bosques), sino también de la fuerza de trabajo que hacía posible la producción a gran escala; los miembros de las comunidades se vieron obligados a trabajar para las haciendas al ser expropiados sus recursos, pues perdieron la capacidad de desarrollar una economía de autoconsumo, así como cubrir los gastos de impuestos y festividades religiosas. Así, las haciendas decimonónicas tenían más o menos resuelto el problema de la obtención de mano de obra; la preocupación central de los dueños ya no era, como lo había sido para los hacendados de la Colonia, idear formas de reclutamiento y mecanismos de retención, sino controlar y aprovechar una fuerza de trabajo cada vez más numerosa. Formas de contratación y pago en el Porfiriato El mecanismo de endeudamiento siguió siendo común durante el porfiriato, pero ya no era una razón estrictamente económica, la escasez de mano de obra lo que llevaba a los hacendados a sujetar al peón por este medio. En la época colonial (como se puede observar a través de los documentos), los hacendados justificaron la retención del peonaje dada su escasez; en este período, en cambio, sujetaron al peón como muestra de su autoridad, y el endeudamiento se convirtió sobre todo en una eficiente forma de control y en un compromiso sobreentendido del peón con el patrón. Aunque escasas, algunas demandas de los peones lograron llegar hasta el gobernador del Estado y son una muestra del autoritarismo y del abuso del hacendado y sus empleados de confianza: (...)José María Hernández vecino del pueblo de Sactórum del Municipio de Españita... comparezco y digo: que hace trece años de ser peón de año en la finca de La Concepción de la propiedad del Señor Enrique Bretón, y que duran te este tiempo he prestado mis servicios con toda exactitud y honradez pero es el caso, que varias veces yo le he pedido al patrón que me haga mi cuenta para saber si salgo adeudado o salgo alcanzando, porque verdaderamente en mi conciencia creo no salgo debiendo, y por eso este se reúsa hacerme la cuenta... pero ahora que pido mi cuenta y mi separación de dicha finca, este Señor Bretón, repito que se niega a hacerme mi cuenta y con mucho despotismo y amagos me obliga seguir continuando los trabajos en la mencionada, cosa que ya no puedo aceptar y también me ha manifestado
que siempre que yo acceda a dicho ya no me cobra nada pero si esto no lo hago me va a consignar ante quien corresponda para castigarme también manifestó que cuando mi familia no se presentaba para recibir el haber de semillas semanarios ya después no nos daba porque decía que ya lo pasado se perdió y no volvió a dar nada. Con lo expuesto ocurro a Ud. C. Gobernador, pidiendo justicia como verdadero padre de nosotros, a fin de que no sea molestado ni perseguido, repito que nada le debo, y que me deje vivir en paz con mi familia(...) (...) Albino Torres, peón acasillado de la hacienda de "La Concepción Tzacatzontetla" de la propiedad del Señor Víctor Rodríguez, ante Ud. como mejor proceda respetuosamente manifiesta: que el sábado próximo pasado, como a las cuatro de la tarde, al estar cegando haba en unión de mis compañeros de trabajo, se presentó el ayudante de cuadrilla amonestándome con palabras groseras e injurias y hasta mentándome a mi madre, que arreglara una gabilla mal puesta, y yo naturalmente, al oír tales ofensas que tocan el amor propio, le supliqué no me tratara de esa manera y que iba a obedecer; pero en lugar de tomar en consideración mis ruegos, me hecho el caballo encima dándole orden al Tepanero me condujera a la Hacienda en presencia del Administrador. Al estar en camino para la finca, le dimos encuentro a este Señor, quien desde luego y sin más explicaciones, desenvainó el machete y me dio muchos cintarazos en todo el trayecto del camino hasta llegar a la propia finca, en donde me puso preso. Al siguiente día domingo, no conforme con tan villano proceder, dispuso fuera yo trasladado a San Cosme Xalostoc, y el Señor Presidente Municipal, en vez de administrarme justicia no obstante cerciorarse de las lesiones que presento, me puso preso en donde aún permanezco detenido y sin que la autoridad antes mencionada me preste apoyo, sino todo lo contrario se ha ido a favor de los amos de la finca(...) Los acasillados se encargaban principalmente de las labores agrícolas, pero también se ocupaban de la ganadería, de tareas domésticas, y de la construcción y mantenimiento de acequias, bordos, canales y presas, en épocas de poco trabajo agrícola. Muchos de los peones acasillados descendían de familias que por generaciones habían permanecido y trabajado en la hacienda; peones arraigados en la propiedad que se sentían parte de ella puesto que ahí habían nacido y crecido, lo mismo que sus antepasados. Este sentimiento de arraigo estaba reforzado por la relativa segundad que disfrutaban al tener asegurada su subsistencia dentro de la hacienda, no a través de un salario, sino de las otras formas de pago que, como ya hemos dicho, los reafirmaba como campesinos -el pegujal, la ración de maíz, la vivienda. Las haciendas, por otra parte, en temporadas de trabajo intenso seguían requiriendo de mano de obra estacional, como bien lo señala el Indicador particular del administrador de hacienda del año de 1901: (...)Hay épocas en el ano muy impropias para sostener un crecido número de sirvientes, a la vez que en otras se buscan cuadrillas de jornaleros, como son la de la siega en las haciendas de labranza, o las campeadas y herraderos en las fincas ganaderas(...)
La necesidad de fuerza de trabajo temporal, como lo refiere la cita anterior, no solamente se daba en las haciendas agrícolas, sino también en las ganaderas, que igualmente precisaban de mayor número de trabajadores para determinadas actividades: (...) Todos los años se practicará el herradero, y salvo nueva deberá empezar con fijeza el 15 de noviembre. Los preparativos para dicho herradero tendrán su comienzo el primer día de octubre anterior: se revisarán fierros y contraseñas, se repondrán corraleras y se procederá en todos los ranchos a la abertura de brechas necesarias para el fácil arreo, a la limpia de callejones y placetas, compostura de castillos y fabricación de lumbreras y zacateras: se irá poniendo en pastoreo el ganado brioso, andariego o juilón y se tusarán las manadas suficientes para habilitar de cabrestos de cerda a los vaqueros. El herradero se practicará en la corralera del rancho no en rodeos, ni corrales falsos ni provisionales. El herradero empezará el día señalado por fecha, ante el interventor que lo será un empleado especial mandado por el superior o dueño, para llevar la cuenta, revisar el ganado y ver el orden de los trabajos, por si hubiera descuidos, torpeza o mala fe: en fin. Para observarlo todo, y muy especialmente, si la operación de herrarse practica como es debido, si se ejecuta ante el ayudante, el caporal del rancho a que pertenece el ganado y el número suficiente de caporales, caudillos y vaqueros, con el fin de economizar descosas: tiempo y estropeo de ganado(...) En el siglo XIX, los llamados semaneros sustituyeron a los peones eventuales de la época colonial (tlaquehuales). Como lo indica su nombre, los semaneros eran retribuidos semanalmente, aunque en realidad se les llevaba una cuenta y se les liquidaba cuando dejaban la hacienda. A semejanza de los peones coloniales, los semaneros venían de poblaciones cercanas a la hacienda; en ella trabajaban durante el día y de noche regresaban a su localidad si ésta se encontraba próxima; cuando procedían de lugares alejados, permanecían en la finca y, el fin de semana, se iban a sus casas. En comparación, la situación de los trabajadores eventuales era mucho porque la de los acasillados, puesto que en sus comunidades ya no contaban con medios de subsistencia suficientes, por lo que el jornal ganado en la hacienda (que era igual al de los peones acasillados), era su principal fuente de ingresos; los semaneros no recibían ni ración de maíz ni préstamos en especie, ni se les cedía pegujal. En estas mismas condiciones se encontraban los aparceros y arrendatarios en pequeño, quienes también eran contratados en las temporadas de siembra y cosecha, pero que a diferencia de los semaneros, el resto del ciclo agrícola lo dedicaban a atender la porción de tierra arrendada por la hacienda o cedida en aparcería. Esta situación era usada por los hacendados como un mecanismo para mantener al trabajador en disponibilidad, de acuerdo a los requerimientos laborales, y era una manera de fijar en la propiedad la mano de obra estacional. Les convenía, por otro lado, dar en aparcería parte de sus tierras; a propósito de esta conveniencia, Santiesteban, en su obra ya citada, dice que:
(...)cuando la finca que se administra es imposible de ser cultivaba toda entera por su dueño, conviene apartarse los mejores terrenos admitiendo o buscando medieros, tercieros o arrendatarios para los sobrantes. Cuando una finca tiene pastos en demasía a salvo de eventualidades, cuando de igual manera cuenta con un número más que sobrado de aguajes, montes o terrenos sucios que algún día conviniera explotarlos por cuenta propia, es lo mejor respecto a estos últimos, buscar quien se ocupe de prepararlos gratuitamente y hasta con premio a favor de la propiedad. (...)asi contar con un buen número de brazos, de yuntas y de terrenos laborales, etc., que a pesar de proporcionar una nueva renta en efectivo, una compañía y un considerable aumento en la cosecha, le prepara nuevas tierras de labor, nuevas rancherías, dando lugar sin consentir tendajos, al establecimiento de una tienda u oficina que presente magnificas utilidades(...) (...)Para todo lo sobrante de una finca decampo bastante extensa -con las salvedades que sean precisas- los arrendatarios resultan provechosos, puesto que, ellos hacen producir con sus propias tuerzas aquello que la finca no puede cultivar o explotar; ellos ponen de manifiesto las bondades sumas que a la finca le sobran y que por diferentes motivos se desperdician: también componen una colonia activa que forma cierto movimiento agrícola de redundancia; colonia que se engríe en el lugar y que promete no tan solo los productos del arrendamiento, sino las ayudas personales con que contribuyen a ciertos trabajos de la hacienda. Los arrendatarios y la servidumbre de éstos, son cuadrillas de jornaleros que sin sostenerse por cuenta de la finca, se utilizan cuando llega la vez, costando relativamente menos por el consumo de efectos y semillas que hacen a la misma hacienda(...) Durante la Revolución, fueron los peones temporaleros, los aparceros y los arrendatarios en pequeño (residentes de poblaciones despojadas de sus recursos comunales), quienes lucharon porque les fueran devueltas sus tierras; los peones acasillados, por el contrario, defendieron la hacienda, fuente de su subsistencia y de su forma de vida. El caso de los tlachiqueros fue diferente. Durante las dos últimas décadas del siglo XIX, la construcción del ferrocarril permitió a las haciendas dedicadas a la producción del maguey, comercializar el pulque en gran escala. Este fue el caso de las fincas del noroeste de Tlaxcala, que debieron su desarrollo precisamente al tendido de vías. Las propiedades pulqueras comenzaron a emplear a un elevado número de tlachiqueros, las que mantuvieron en producción constante las magueyeras y expandieron las plantaciones. El doctor Ponce, en su obra El alcoholismo en México, escrita en 1911, hace referencia al trabajo que desempeñaban estos trabajadores. (...)Todos los días los tlachiqueros recorren los magueyales extrayéndoles el aguamiel que producen para llevarlo a los tinacales de las haciendas, donde se elabora con ella el pulque (...) los magueyes no sufren con el invierno ni con la falta de lluvias; se producen hasta en los terrenos más estériles, dan producto todos los días del año, tanto en la mañana como en la tarde. Por eso los hacendados continuamente aumentan sus plantíos de magueyes, llenando con ellos hasta el último rincón de sus terrenos. Miles y miles siempre todos los años, y si están ya ocupados con esta planta todos los terrenos de una finca, llegan hasta hacer nuevas plantaciones en los espacios comprendidos entre una y otra hilera de los que ya están
desarrollados, a fin de que cuando la primera plantación termine de dar producto, comience luego a darlo la segunda, con objeto de que haya siempre magueyes en producto(...) El trabajo de los tlachiqueros era indispensable, ya que de ellos dependía la productividad de la hacienda; de esta manera, para llevar a cabo diariamente, y durante todo el año, la extracción del aguamiel y su acarreo al tinacal, los hacendados comenzaron a asegurar la mano de obra fijándola en la propiedad. Los tlachiqueros, a fines del siglo XIX, se constituyeron en una especie de "fuerza de trabajo permanente", aunque no con las condiciones laborales de los acasillados. Los tlachiqueros eran remunerados por su trabajo en efectivo y a destajo, como lo habían sido desde la época colonial. Para esto, a cada tlachiquero se le asignaba una porción específica de la magueyera para su explotación, a lo que llamaban tanda; a los que cuidaban de las más alejadas del casco, se les daba algo más de lo que se les pagaba por la cantidad de líquido entregado. El salario era semanal, más una cantidad fija de pulque que denominaban tlachilole; esta ración se les entregaba diariamente. Esta era la forma de pago con que se retribuía a los tlachiqueros y su única fuente de ingresos; su jornal, sin embargo, era mayor que el de los acasillados -un 60% superior al salario anual promedio de un "peón de año". En momentos de crisis, sin embargo, cuando la hacienda no contaba con dinero en efectivo suficiente para efectuar el pago, se les remuneraba con raciones de maíz, o con adelantos en especie a cuenta de jornal. Lo que sí fue una constante, es que siempre tuvieron una vivienda dentro de la hacienda, pues eran trabajadores que residían permanentemente en ella. La relación del tlachiquero con el hacendado debió haber sido diferente a la de los acasillados, a pesar de su condición de "trabajadores permanentes"; a los tlachiqueros no se les cedía pegujal ni se les proporcionaba ración de maíz, por lo que su residencia en la hacienda tuvo otro sentido de arraigo. La vivienda fue el único elemento que de alguna manera los ligaba a la finca pues, por otro lado, al ser remunerados de acuerdo al volumen de trabajo realizado y no facilitárseles adelantos ni préstamos, no tenían una relación de dependencia con el patrón come los peones acasillados, y por consecuencia su libertad de movimiento era mayor.
ARQUITECTURA DE LAS CALPANERIAS
ANTECEDENTES COLONIALES En la Colonia, los trabajadores de las haciendas vivían en construcciones integradas indistintamente a cualesquiera de los edificios del complejo arquitectónico (casco). En los documentos de la época, estas construcciones se designan con el nombre de portales y galeras. Se usaron también para habitación, edificios dedicados a la producción, como las trojes (almacenes de semillas) y las tlapixqueras (bodegas). En un inventario del año de 1750 de la hacienda de San Lorenzo Soltepec, el portal es descrito como un amplio local de aproximadamente 30 metros de largo, y aunque de la galera no se mencionan las dimensiones, por el costo de la construcción, se puede deducir que su tamaño tampoco era reducido: (...)lten, por el portal en que viven dichos casados, de treinta y siete varas de largo, un cuarto y una cocinita y su patio de las mismas treinta y siete varas de largo y una caballeriza del pastor, en 220 pesos. Iten por la cochera y cuatro cuartos seguidos en el zaguán y galera en que duermen los solteros, que todo cae debajo de la vivienda alta, en 1650 pesos(...) Tanto los solteros como los casados, a que hace referencia el citado documento, eran los gañanes retenidos en la hacienda a quienes se les instalaba, de acuerdo a su estado civil, en edificios separados. Esta medida debió haber sido tomada en beneficio de la hacienda, ya que al separarlos se evitaba que los peones pudieran organizar su economía en comunidad, obligando sobre todo a los solteros a gastar y a endeudarse, es decir, a depender aún más de la hacienda. Las galeras y los portales eran pues espacios comunes donde vivían los gañanes con sus familias. Estos edificios seguramente fueron construidos ex profeso para alojarlos. Los trabajadores alquilados (tlaquehuales) por su parte, como residían en la hacienda tan sólo por temporadas, no contaban con un sitio específico para alojarse; los peones alquilados eran metidos en trojes que funcionaban paralelamente como almacenes, o que durante estas temporadas eran habilitadas como habitación. A continuación, se incluyen párrafos de diversos documentos donde se mencionan las "trojes de tlaquehuales": (...)y en la acera de enfrente su zaguán con una galera dentro y consecutivo por la propia acera, para el poniente, la tienda y dos cuartos y por la otra vuelta, para el norte, un portal que sirve de caballeriza y por la acera de enfrente la troje de los tlaquehuales con una troje encima y dará encima del zaguán, de cuarenta y ocho varas cada largo y cuatro de alto, techadas de vigas todas las oficinas y por torta su enladrillado (...)
(...)EI zaguán de la puerta principal de la dicha casa y a sus lados un cuarto y enfrente una troje de encerrar tlaqueguales(...) (...)un aposento para el hato y una cocina con dos trojes de tlaqueguales, todo techado de vigas, con una troje encima cubierta de tejamanil, todo nuevo con sus puertas y llaves(...) Las tlapixqueras (del náhuatl tlapixcan: lugar donde se guarda algo), que originalmente eran bodegas de grandes dimensiones para aperos de labranza, enseres y materiales, fueron usadas al igual que las trojes como dormitorios para los peones alquilados: (...)los demás indios que nombran tlaquehuales, éstos solo tienen líquido su salario en la pensión de estar encerrados en tlapixquera durante su existencia en dicha hacienda(...) (...)una sala, aposento, cocina, cinco cuartos en el patio y su zaguán, una tapisquera para tlaqueguales, dos trojes una alta cubierta(...) Los tlaquehuales eran literalmente "encerrados bajo llave" por las noches, y este parece ser el punto de partida para que el término tlapixquera se asociara posteriormente al de cárcel: a fines del siglo X VIII, de hecho, ya se menciona como un lugar de castigo para los peones: (...)Para evitarles sus recursos como les compete, en vista de la mala vida que se les da. hace un mes que tienen encerrados en la tlapisquera toda la cuadrilla, sin dejarla salir ni aún a hacer aguas, castigándoles, de suerte que a más de los azotes que les ministran los meten de pies en un cepo(...) A lo largo del siglo XIX, el número de peones permanentes aumentó a causa de la expansión económica de las haciendas, así como de la consolidación de su sistema económico: como consecuencia, los requerimientos de vivienda dentro de la propiedad fueron distintos. El tipo de construcciones donde hasta entonces habían vivido los peones de las fincas coloniales, se modificó. El cambio no fue tan sólo en las dimensiones, sino en la concepción de la arquitectura de las viviendas de los trabajadores. Tal parece que desde principios del siglo XIX, había casillas o cuartos, es decir, espacios particulares para cada peón y su familia. En un inventario de la hacienda de Santiago Ameca del año 1809, se hace referencia a las casillas; según las dimensiones que se dan en el documento, los cuartos debieron medir aproximadamente 3.50 metros: (...)y al propio hilo de la casa principal y lado del sur, sigue un tinglado de tejamanil, que hace veintisiete varas de su tramo. Seis casillas con sus respectivas puertas y unido, corriendo de oriente a poniente, un cebadero con cuarenta y dos varas(...) En este siglo, las casillas se convirtieron en el tipo de vivienda más común; de ahí el nombre de peones acasillados.
LAS CALPANERIAS DE LAS HACIENDAS PORFIRIANAS A finales del siglo XIX, la distribución de los espacios tanto productivos como habitacionales, que conformaban el complejo arquitectónico de las haciendas, había cambiado. De hecho, surgió en una parte de la hacienda un área definida y delimitada destinada para las viviendas de los trabajadores. Estas ya no eran construcciones integradas al núcleo de los edificios de la hacienda; la calpanería se había venido diferenciando y había adquirido importancia y carácter propios. Algunos caseríos incluso constituían un cuarto del total de la construcción de la hacienda y ocuparon hasta un tercio de la superficie del casco; éste fue el caso de las haciendas al norte del estado. La conformación del especio conocido como calpanería, constituye la huella arquitectónica de la definición del peón acasillado, quien para entonces se había convertido en un campesino arraigado definitivamente a la hacienda. El caserío y su ubicación en la hacienda. En las haciendas tlaxcaltecas del porfiriato, era frecuente que un muro alto encerrara y delimitara la zona del case río, en este caso, las habitaciones se distribuían en torno a un gran patio central. Como ejemplo están las haciendas de Xalpatlahuaya, Santiago Ameca, San José Atlanga, San Diego Notario, Ixtafiayuca y la calpanería, ya destruida, de San Bartolomé del Monte. Cuando los caseríos estaban delimitados de esa manera, su ubicación era independiente en relación con el resto de los edificios de la hacienda. Otras calpanerías, en cambio, se distribuyeron siguiendo el muro perimetral de la hacienda (o tapia), al cual se adosaron las viviendas: éstas se encontraban integradas directamente al "patio de trabajo", o plazuela. Entre otros ejemplos, están las haciendas de San Miguel Tepalca, Mazaquiahuac, San Lorenzo Soltepec, San Blas, Tlatzalan, Tepeyahualco (Tlaxco) y San Pedro Ecatepec. La hacienda de San Nicolás el Grande tuvo un caserío de este tipo, pero no quedan más que los arranques de los muros. Un tercer tipo de caserío era el que estaba ubicado fuera del núcleo de los edificios. Las viviendas en este caso no estaban encerradas, ni tampoco delimitada la zona habitacional, o al menos, no hay evidencia de que lo estuviera. Existen estas calpanerías en las haciendas de Tepetzala, Tecomalucan, Zocac, Guadalupe (municipio de Huamantla), San Andrés Buenavista, Las Delicias, Toltecapa y Zotolucan. Ordenamiento del caserío Las calpanerías tenían una fisonomía diferente, dependiendo del modo en que se articulaban las casas y de cómo se organizaban en su conjunto De acuerdo a estos dos factores, predominaron dos formas de ordenamiento; en calles y en hilera. Cuando las casas formaban calles, casi siempre estaban aisladas, es decir, que se dejaba un espacio entre una y otra; su disposición variaba de acuerdo al tipo de vivienda, así por ejemplo; era diferente el aspecto entre la calpanería de Las Delicias, la de Zotolucan, la de Tlatzalan, o la de San Andrés Buenavista. En el caso de ésta última, hay que hacer notar que son dos las viviendas adosadas que conforman una sola construcción, y que ésta se encuentra a
su vez sepa rada de la siguiente doble casa, lo mismo que en la hacienda de San Lorenzo Soltepec y en la de Tepeyahualco, Tlaxco. También estaban organizadas en calles las calpanerías de las haciendas de Tecomalucan, San Diego Notario y Zoquiapan; pero en estos sitios en cambio, las viviendas estaban contiguas, es decir, adosada una con otra. Otro tipo de ordenamiento del conjunto de las viviendas era en hilera; en este caso, la solución que predominó fue la de casas contiguas y adosadas a un muro. En las haciendas de Santiago Ameca, San Lorenzo Soltepec, Xalpatlahuaya, San José Atlanga y San Joaquín, por mencionar los sitios más representativos, las casas estaban pegadas al muro que encerraba el caserío. En otros lugares como San Miguel Tepalca, Mazaquiahuac, San Blas , Xochuca y Tepeyahualco (Tlaxco), las habitaciones iban adosadas a la tapia de la hacienda. En la mayor parte de las haciendas, el caserío de peones estaba constituido por un sólo tipo de casas, organizadas en su conjunto de una misma manera. Fueron menos numerosas las calpanerías con casas de diversos tipos, y ordenadas en grupos de acuerdo a las diferencias de su construcción. Como ejemplo están las haciendas de Zoquiapan, Tlatzalan, San Diego Notario, Toltecapa, Mimiahuapan, San Lorenzo Soltepec y Tepeyahualco, Tlaxco; destacan las tres últimas por la diversidad de sus viviendas y la extensión del caserío. Tipos de casas En general, la vivienda de los peones estaba constituida por dos cuartos: una amplia habitación de uso múltiple, y otro espacio más pequeño, independiente del primero la mayoría de las veces; en éste se colocaba el fogón para cocinar. Las haciendas que conservan este tipo de vivienda son Tepetzala, Zocac, Santa Ana Dos Ríos, Guadalupe, San Diego Notario, San Francisco Soltepec, Xalpatlahuaya, San Diego Recoba, San Blas, Tlatzalan, Ahuatepec, Tenexac, Tepeyahualco (Terrenate), San Andrés Buenavista, Las Delicias, Mimiahuapan, San Lorenzo Soltepec, Tepeyahualco (Tlaxco), Toltecapa y Zotolucan. Algunas de las casas tenían, además de las dos habitaciones ya mencionadas, un espacio abierto al frente, delimitado por un muro o un muro bajo; en este patio se instalaba el lavadero cuando lo había, y también servía de corral, pues si era permitido por el patrón los acasillados podían tener allí sus "animalitos", o cultivar su hortaliza doméstica. Como ejemplo de este tipo de vivienda están las haciendas de Zoquiapan, Santiago Ameca, San Pedro Batán, San Joaquín, Mazaquiahuac, Mimiahuapan, Tecomalucan y Xalostoc. Este espacio algunas veces estaba techado y formaba un pórtico; es el caso de varios grupos de viviendas en las haciendas de San Lorenzo Soltepec y Tepeyahualco (Tlaxco). Ahora bien, la disposición de los espacios ya descritos variaba. La primera de las variaciones consistió en ubicaren el mismo eje un cuarto al lado del otro, la menor de las veces comunicados entre sí-por ejemplo, Xalpatlahuaya, San Andrés Buenavista Mimiahuapan, Toltecapa y Tepetzala. La segunda variante fue disponer los cuartos separados uno frente al otro, tal es el caso de la hacienda de San Diego Notario y de Zocac; al parecer no eran los únicos casos de este tipo de solución, ya que por información oral se sabe que al menos en
Xochuca, también la cocina quedaba enfrente de la habitación. La tercera solución consistió en situar los cuartos en forma perpendicular uno del otro; es el caso de las haciendas de San Diego Recoba Tlatzalan y Las Delicias. Las haciendas de San Joaquín, Mazaquiahuac, Mimiahuapan y Tepeyahualco (Tlaxco), entre otras, cuentan además con un patio o pórtico, ubicado al frente de la vivienda y según el caso, son de planta rectangular o en forma de L. Menos numerosas fueron las haciendas donde las viviendas de los peones constaban de un solo cuarto, obviamente de uso múltiple; en estas casas el lugar para el fogón se construyó con materiales perecederos (ramas, paja, pencas de maguey), es por esto que no se conserva esta parte de la casa, Los sitios en donde quedan muestras de estas viviendas son San José Atlanga, San Pedro Ecatepec, Cuetzcontzin, El Carmen, San Cristóbal Xalapaxco, Toltecapa, Mimiahuapan, Xochuca. Xometla y Zotolucan. Habían un cuarto tipo de casa formada por tres cuartos y patio o pórtico; dos de ellos eran de las mismas dimensiones y de mayor tamaño que el tercero, el cual se usaba como cocina. Eran pocas las viviendas de este tipo, pues estaban destinadas a los capataces y mayordomos. Las dos primeras habitaciones se disponían una al lado de la otra y se situaban en forma perpendicular en relación al tercero –por ejemplo, las haciendas de Tepetzala Zoquiapan. La Concepción y Tlatzalan; la excepción son las viviendas de Xalpatlahuaya donde los tres cuartos están uno seguido del otro sobre el mismo eje, asimismo es la excepción en cuanto a la ubicación del patio; éste se localiza en la parte trasera de la vivienda. En el resto de este tipo de casas, el patio va al frente como en Zoquiapan y Tepetzala; en el caso de Tlatzalan este espacio abierto no está delimitado, y en cuanto a La Concepción, es el único ejemplo de casa con pórtico. Servicios anexos Algunas calpanerías contaban con servicios como lavaderos, pilas, fuentes y temascales. Los lavaderos podían estar agrupados en alguna zona del patio del caserío, o ubicados junto a la noria y el pozo; en el primero de los casos, al lado de los lavaderos, había pilas de donde tomaban el agua para lavar. Esto se puede observar todavía en las calpanerías de las haciendas de Zoquiapan y Santiago Ameca. En Tecomalucan y Xalostoc, cada casa tenía su lavadero en el pequeño patio de la vivienda. Para surtirse de agua, los caseríos tenían cerca grandes fuentes o pilas; en las haciendas de Ixtafiayuca, y San Andrés Buenavista y San Miguel Tepalca existen todavía estas construcciones. El temascal (del náhuatl temascalli; casa de baños) es un baño de vapor de origen prehispánico. La construcción es una especie de horno en forma de media esfera, al que se entra por un agujero donde apenas cabe una persona en cuclillas; en el lado opuesto de la entrada tiene una hornilla donde se calientan piedras, y un orificio por el que se arroja agua fría sobre las piedras ya calientes; de esta manera se produce el vapor para la persona que toma el baño. Su diámetro y altura varían en relación a la capacidad individual o colectiva del baño.
En las haciendas, el temascal estaba siempre junto a la calpanería, pues eran los peones quienes lo usaban; este baño tenía primordialmente una función curativa y no tanto de aseo personal. Las haciendas de San Diego Notario, Mazaquiahuac, San Pedro Batán y Guadalupe (municipio de Huamantla), entre otras, todavía conservan el temascal en uso; en la actualidad, la costumbre de tomar este tipo de baño perdura entre la gente del campo. Construcción de las viviendas En su mayoría, las viviendas de los peones estaban construidas con cimientos de piedra y muros de adobe; en escasas ocasiones los muros se recubrían con aplanado. Los cerramientos (marcos de las puertas), eran generalmente de ladrillo pero también los había de madera. El techo era indistintamente de una o de dos aguas, de acuerdo a la ubicación de la casa; por lo común los materiales eran tejamanil, zacate o teja, sostenidos por vigas o morillos. Menos comunes fueron las casas de piedra, o las techadas con cubierta plana, a base de vigas de madera y terrado (ladrillo y lodo). El suelo era de tierra apisonada en todas las viviendas. Los elementos naturales -como el barro, la piedra, la madera-, que se usaban en la elaboración de los materiales de construcción, eran obtenidos dentro de los terrenos de la misma hacienda o en sus cercanías; para la fabricación de estos materiales muchas de las propiedades contaron con hornos para la cocción del ladrillo y de la teja, y esporádicamente, con hornos para la obtención de la cal; en la actualidad algunas de las haciendas todavía las conservan. El costo de los materiales, por lo tanto, era muy reducido y casi no significaba ningún desembolso para la hacienda, ya que solo pagaba la mano de obra para llevar a cabo tales trabajos. En el siguiente cuadro, sacado del libro de Distribuciones diarias y semanarias que manifiestan las operaciones de los peones semaneros que trabajaban en la finca de Atotonilco en el año de 1878, aparecen mencionadas, entre otras actividades, la obtención de zacate para techar y la fabricación de adobe; además, se especifica la cantidad de personal que lo desempeñaba y el sueldo semanal que percibía. Se observará que eran peones o ayudantes de albañil quienes realizaban el trabajo, pues el jornal de un albañil, como el mismo documento lo señala en otra parte, ganaba de 4 a 4 1/2 reales semanales. La revista Agrícola por su parte, en su edición del 15 de marzo de 1886 dedica un artículo precisamente a las "Habitaciones para jornaleros". En este artículo, el ingeniero civil y arquitecto Carlos J. Moreno, su autor, propone que para disminuir aún más el costo de la construcción de las viviendas sean los mismos peones de la hacienda quienes realicen la fabricación de los materiales constructivos: (...)Si es el gasto el que hace huir la idea de construir habitaciones apropiadas para los operarios, se puede disminuir considerablemente asociando a los peones en este trabajo extraordinario, proponiéndoles por ejemplo, que dediquen algunas horas de los días festivos a la fabricación de adobes, de tejas, labranza de madera, etc. dirigiendo esos trabajos algún
dependiente, y estamos seguros que aceptarán gustosos y verán poco a poco aumentar sus materiales y sus nuevas habitaciones, que trataran de cuidarlas y hermosear. Para contribuir a este pensamiento, damos en el presente número un modelo de casas para peones, cuyo costo por casa variará según la localidad, pero que haciendo la construcción como dejamos indicado formando sociedad con los peones, se reducirá a una cantidad aceptable aun por el propietario más pobre o más avaro(...) En cuanto a la construcción misma de la vivienda, el documento de la hacienda de Atotonilco menciona que en la semana del 27 de octubre al 2 de noviembre, había seis personas con sueldo de 2 reales, que estaban "haciendo y techando una casa para un peón". Y otros seis, con el mismo jornal, que en la siguiente semana estaban "concluyendo de techar la casa del peón”. Esta anotación en el libro de cuentas, nos aclara que eran peones y no albañiles (de acuerdo al jornal recibido) los que estaban realizando dicha obra; y que en caso de que fueran peones de la hacienda, el trabajo les era remunerado y no lo hacían como un trabajo gratuito. En realidad, fueran o no los peones de la hacienda quienes levantaran sus propias viviendas, el hecho es que según el documento de la hacienda de Atotonilco, en este caso la construcción fue realizada por peones y no por oficiales o albañiles, es decir, con mano de obra no especializada. Claro está, que era una obra sencilla sin mayores dificultades técnicas en su construcción. Esta situación, sin embargo, no debió ser la misma cuando se llevó a cabo la edificación de las casas en su conjunto. En este caso, por la magnitud de la obra, se habría requerido de una organización más compleja, con una división del trabajo que iría desde la mano de obra capacitada (albañiles y oficiales) hasta la no especializada (peones), que hacía los trabajos de acarreo de material. Para esto, la hacienda debió haber contratado trabajadores del ramo que la dirigieran y efectuaran la obra, ayudados muy probablemente por peones de la finca. Es más, sin lugar a dudas, en la hacienda debió de haber siempre trabajos de albañilería pues constantemente los edificios necesitaban de alguna reparación. Las casas de los peones estaban en el mismo caso; la hacienda las hacía reparar y los gastos, tanto de la mano de obra como de los mate ríales de construcción, corrían a su cargo. Los peones tan sólo avisaban cuando sus viviendas estaban en malas condiciones, y dependía del hacendado si quería mantenerlas o no en buen estado. El peón no arreglaba su casa, y era lógico que no lo hiciera, pues aunque la habitaba no era de su propiedad, no la sentía suya, y no le convenía gastar en una casa que era de la hacienda. La crítica que los articulistas de La Revista Agrícola hacían acerca de que los peones vivían en chozas o jacales "sin luz" "ni comodidades", en realidad, era una visión de personas citadinas y tras esas consideraciones lo que se percibe son una serie de prejuicios ante la forma de vida campesina en general, dentro y fuera de la hacienda, como se podrá apreciar en el siguiente párrafo: (...)Ahora fijando la atención en las casas destinadas para los peones y sirvientes ¿quién no siente una profunda tristeza al recorrer los campos de la mayor parte de la República y contemplar esas miserables chozas, que más parecen aduares, en que se alojan nuestras
gentes del campo? Allí necesitan comer, vivir en familia, educar a sus hijos, descansar del trabajo y disfrutar de un sueño restaurador. Imposible que estas pocilgas puedan satisfacer a tales necesidades, de una manera conveniente(...) (...)Los desgraciados jornaleros se ocultan en verdaderas cabañas hechas de piedra seca y apenas cubiertas de tejamaniles detenidos con pesadas piedras. Dentro de esas zahúrdas todo falta, aún la luz, aseo y hasta moralidad. Las fincas más importantes apenas tienen para la cuadrilla unos malos jacales de adobe sin comodidad alguna. (...)jQué pocas haciendas hemos visto adonde se haya construido habitaciones regulares para los infelices peones!(...) Había varias diferencias entre la manera de construir la vivienda del peón dentro de la hacienda y la de la casa campesina en general. Esta era y es autoconstruida, edificada poco a poco de acuerdo con los recursos materiales con que cuenta su dueño y ampliada cuando su morador necesita de mayor espacio. En la hacienda en cambio, la construcción de la vivienda debió haberse realizado de únasela vez, y más aún, seguramente se edificio al mismo tiempo que muchas otras; es decir, las viviendas fueron construidas en serie. Claro está que cuando la hacienda necesitaba albergar a más peones, mandaba construir en forma aislada las casas que se requirieran. La calidad de los materiales constructivos y de la construcción misma, sería otra de las diferencias, ya que la hacienda contrataba personal capacitado que llevaba a cabo dichas obras, por lo que la manufactura resultaba de mejor calidad. La vivienda del peón, sin embargo, no difería mucho de la casa campesina en cuanto a la concepción del espacio. Comúnmente, el campesino habita en un cuarto cerrado, es decir, sin ventanas y con una sola puerta, ya que el cuarto le sirve principalmente de resguardo. En la hacienda de hecho, la mayoría de las viviendas -como se observó- contaban además con otro pequeño espacio que se usaba como cocina. La casa que ocupaba el peonen la hacienda, no era peor que la que pudiera tener en su lugar de origen; de todas formas, la denigrante situación que vivía el peón, no se debía a las malas condiciones de la vivienda, sino al trato de explotación y servilismo de que era objeto.
FACTORES QUE INTERVINIERON EN LA CONFORMACION DE LOS CASERÍOS El tamaño, la composición y la ubicación de la cal pañería estaban definidos por una serie de factores. Por su origen, en relación con la propia hacienda, estos factores pueden agruparse en externos e internos. Entre los externos, está la densidad y distribución demográfica de la región; las propiedades enclavadas en las partes norte y oeste del estado contaban con los caseríos más extensos, mientras que las calpanerías en las fincas de las zonas centro y sur eran las más reducidas Esto se explica, en parte, porque en el norte apenas si habitaba un tercio de la población del estado en unos cuantos asentamientos: "las cabeceras municipales eran prácticamente los únicos pueblos". La mano de obra, por tanto, en su mayoría era acasillada y radicaba en la hacienda. Por el contrario, las partes centro y sur de Tlaxcala estaban densamente pobladas: en estas zonas, las haciendas dependían para obtener la mano de obra de los poblados que las rodeaban. En este caso era mucho menor el número de jornaleros acasillados que vivían en las haciendas. Otro factor externo, que intervenía en el tamaño de la calpanería, era la dependencia o relativa independencia económica de los poblados aledaños a las haciendas y, por consiguiente, la facilidad o dificultad de obtención de mano de obra. Así en las partes centro y sur del territorio, las poblaciones todavía contaban con tierras comunales, pastizales, montes y las estribaciones de la Malintzin, y se dedicaban también a otras actividades económicas complementarias como la manufactura textil, el comercio y la arriería (podrían añadirse a es tas actividades el establecimiento en el último tercio del siglo XIX, de vanas fábricas textiles). Por lo tanto, las haciendas dependían primordialmente de mano de obra temporal y sus calpanerías en consecuencia eran reducidas. También influyó en las dimensiones del caserío el carácter, intensivo o no, del proceso productivo de la hacienda, el cual podría depender tanto de la fertilidad natural de las tierras como de la inversión que el hacendado hiciera en sistemas de irrigación y de maquinaria agrícola, como fue el caso de las fincas del municipio de Nativitas: (...)La maquinaria de que se sirven para los trabajos es moderna en las expresadas fincas (Santa Elena. Segura Michac, Santa Ana Portales, San Antonio Michac, Santa Clara Atoyatenco y Santa Águeda). La irrigación de trigos en las mismas fincas aprovechan las aguas de los Ríos Zahuapan y Atoyac y del arroyo Totolac sirviéndose de unas compuertas construidas de mampostería(...) En el sureste de Tlaxcala, que era uno de los sectores agrícolas más prósperos y cuyos productos eran destinados al mercado urbano, las haciendas, gracias a la ventajosa situación geográfica de la región, había podido desarrollar un cultivo intensivo de cereales a base de riego a pesar de que éstas eran de extensión reducida -de entre 250 y 1000 hectáreas-.
En estos casos, la necesidad de fuerza de trabajo era proporcionalmente menor a la de las haciendas de otras regiones del territorio tlaxcalteca. Elementos internos -de otra naturaleza-, como son los relacionados directamente con el proceso productivo, llegaron también a definir el tamaño y la composición de la calpanería. El tipo de producción por un lado (agrícola, ganadera, pulquera) y la escala de la economía mercantil y de autosuficiencia de cada hacienda en particular, por el otro, determinaban la cantidad y el carácter de la fuerza de trabajo, es decir, el tipo de contrato que establecían los peones y la finca (eventual o permanente). No sólo el tipo de producción definía el número de peones acasillados requerido, sino también la manera particular en que cada hacienda explotaba sus tierras. Se puede decir que las condiciones de explotación en cada propiedad determinaban la proporción de la superficie que la hacienda cultivaba directamente, y en consecuencia, el número de peones que residían en ella. Otro factor, igualmente interno, que intervino particularmente en la constitución del caserío y su ubicación dentro de la hacienda fue el carácter coercitivo, no contractual, de la explotación de la fuerza de trabajo, y por lo tanto, la necesidad de controlarla físicamente: los extensos caseríos y el crecido número de trabajadores, requerían para su vigilancia estratégicas medidas de control, más complicadas que las usadas en la época colonial (encerrara los peones en un local o integrar sus viviendas al resto del conjunto arquitectónico). Por esta razón, algunas calpanerías estuvieron constituidas por diversos tipos de casas agrupadas de acuerdo a sus semejanzas formales, lo cual facilitaba la vigilancia de los trabajadores. Estas diferencias formales, también fueron simplemente consecuencia de las diversas etapas constructivas de las calpanerías: el número de casas aumentaba de acuerdo a la necesidad de habitación, y las viviendas no siempre se construían a semejanza de las ya existentes, además de que se adecuaban al sitio que iba quedando disponible dentro del caso. Por otra parte, la diversidad arquitectónica obedecía en algunas ocasiones a la diferenciación que se hacían de los trabajadores en la hacienda; de acuerdo a la situación laboral del peón y del trabajo que desempeñaba, era la clase de vivienda que ocupaba; las diferencias formales en este caso, correspondían más a una división técnica del trabajo, que a una jerarquía social entre los trabajadores; hasta donde es posible observar el tipo de vivienda que ocupaba el peón acasillado, no muestra ventajas sobre una de tlachiquero. La diversidad arquitectónica radica tan sólo en la distribución de los cuartos interiores de la vivienda y en la disposición y ordenamiento del caserío. En las haciendas de Ixtafiayuca y Santiago Ameca existen incluso zonas bien delimitadas, destinadas a alojar a los peones de campo, a los tlachiqueros y a los artesanos, y a separarlos unos de otros. Otro era el caso de las viviendas destinadas a los capataces y mayordomos, éstas si se distinguían del resto del conjunto: eran más amplias, tenían mayor número de espacios costaban construidas con materiales de mejor calidad (éstas corresponden al cuarto tipo de casa descrito anteriormente). Dicha distinción hacía patente el mayor status social del
morador, quien era "compensado" de esta manera por su cargo de responsabilidad, supervisión y control, sobre las cuadrillas de los trabajadores. Las casas estaban dispuestas estratégicamente cerca de la puerta de campo o próximas al acceso de la hacienda; esto tenía por objeto que los "mandones", como les llamaban, vigilaran a los peones incluso fuera de las horas de trabajo. Esta costumbre, por lo visto, existía desde el siglo XVIII según consta en la siguiente cita: (...)anunció nombrarse Juan Salvador y ser capitán de gañanes de la hacienda de Soltepec que su ejercicio es el de cuidar de los demás gañanes, así en las casas de la hacienda, como en el campo(...) Las soluciones antes descritas, respecto a las calpanerías de las haciendas porfirianas, como la ubicación estratégica de las casas de los capataces, la diferenciación de grupos de casas en una misma área, la localización de los caseríos en sitios separados, la delimitación de la calpanería por un muro y la construcción de una tapia que rodeara el cascó de la hacienda, tenían una función evidentemente coercitiva sobre los trabajadores. Al ser divididos o claramente separados, se facilitaba su vigilancia y control. Por otro lado, quedó siempre al arbitrio del hacendado tlaxcalteca el número de cuartos de la vivienda así como la amplitud de las habitaciones y el tipo de material usado en su construcción. Y si hemos de creer en lo que afirma La Revista Agrícola -portavoz oficial de los hacendados del centro del país-, los dueños no ponían interés en las habitaciones de los peones, las cuales se encontraban en malas condiciones. Esta revista en reiteradas ocasiones hace a sus lectores recomendaciones dirigidas a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Aunque al parecer esas indicaciones no pretenden más que el bienestar de los peones, en realidad existe una conveniencia económica. El mejoramiento de las viviendas se aprecia como una medida que redituaría en un mayor rendimiento físico del peón y por consecuencia en una mayor producción para la hacienda. Pero tras el interés por obtener mejores ganancias, hay una actitud paternalista, ya que el proporcionar al trabajador un lugar adecuado donde vivir no es considerado como un derecho laboral, sino como un favor y se da por sentado que el peón debe sentirse agradecido y comprometido con el patrón. (.••)¿Por qué nuestros hacendados se preocupan en construir trojes, caballerizas, establos y chiqueros, y no destinan alguna parte de las utilidades para las casas de sus peones? ¿Pensarán acaso que esos hombres que les sirven siempre sin murmurar, son Inferiores a las semillas, a los caballos, a las vacas o a los puercos? ¿No son ellos los que siembran, cuidan y cosechan las semillas: no son ellos los que vigilan sin cesar y curan a los animales: y no son por ventura esos seres los que forman el principio ineludible de la negación? ¿Por qué entonces hacerlos vivir en esas chozas miserables que no les proporcionan abrigo y que apenas modifican los rayos solares? Esos hombres, jefes de familias más o menos numerosas, cuyos miembros cualquiera que sea su sexo y edad, son utilizados por el hacendado, merecen ser tratados un poco mejor que los animales, o por lo menos igual a ellos. Proporcionándoles habitaciones adecuadas, se conservarán sanos, y serán por consiguiente más robustos y más útiles al propietario(...)
(...)Pero donde el hacendado debe poner toda su atención no sólo por consideraciones de interés personal, sino por humanidad y por imprescindible deber, es en las habitaciones destinadas a los jornaleros, ¿qué razón hay para exigirle a un hombre que viva casi a la intemperie, cuando en cambio nos presta todas las fuerzas, y casi todo su tiempo? Parécenos que nuestros hacendados tratan preferentemente de subyugar más y de humillar a sus trabajadores, que de levantarlos de su tristísima condición y educándolos e instruyéndolos guiarlos por un camino de progreso y de dignidad. (...)pero aún quedan restos espantosos de la especulación inicua hecha en las tiendas, de las cuentas exorbitantes nunca liquidadas, de la desmoralización obligando al indio casi niño a casarse con otra niña para ganar mayor jornal con perjuicio y ruina de la generación y la familia. Dar al que nos ayuda en la faena, al que contribuye al crecimiento de nuestros intereses, una pequeña parte, proporcionándoles siquiera una choza cómoda y útil para él y su familia, no sólo es de obligación humanitaria, sino también de personal conveniencia, pues de este modo se conseguirán buenos trabajadores que sabiendo apreciar las comodidades que les proporcionemos, no nos abandonarán fácilmente en los momentos en que más los necesitemos(...)
CONSIDERACIONES FINALES. Las legislaciones virreinales fueron bastante explícitas en cuanto a las condiciones laborales de los peones de las haciendas, por lo que si el proporcionar vivienda al trabajador hubiera sido considerado como una obligación, con segundad habría aparecido mencionada en dichas leyes, el hecho es que no lo fue. Independientemente de que estuviera o no legislado, es claro que al hacendado le convenía fijar la mano de obra en la finca; la costumbre de proporcionar al peón un lugar donde vivir, se convirtió en el siglo XIX en una especie de prestación a la que tenía "derecho" todo trabajador permanente. La vivienda, de hecho, se constituyó en otra de las formas de pago no salarial, junto con la ración de maíz y el pegujal. Para los capataces y mayordomos, a quienes se les otorgaban mejores casas que al resto de los peones, la vivienda significaba además una recompensa a su labor de vigilancia, control y responsabilidad. Para el hacendado, el edificar el conjunto de casas significaba una inversión necesaria, pues si bien no era un espacio donde se llevaba a cabo propiamente dicho el proceso de producción, si constituía un lugar necesario para la reproducción de su fuerza de trabajo. Es decir, que es el espacio destinado a la procreación y, por otra parte, a satisfacer las necesidades de resguardo y alojamiento, donde el peón se alimenta y duerme para recuperar sus fuerzas. Desde el punto de vista del peón, la vivienda se le otorgaba gracias al favor del patrón -lo mismo que el pegujal-, hecho que lo colocaba en una situación de compromiso ante el dueño y lo llevaba a mantener una relación de servidumbre con el amo. De esta situación se valían los hacendados para obligar a los peones a permanecer en la hacienda. Desde otra perspectiva, la vivienda significó para el peón un elemento más de arraigo a la hacienda y de identificación con su vida de campesino al interior de la misma. Esto debieron advertirlo los hacendados decimonónicos, pues si bien en el período colonial los trabajadores tuvieron "un lugar donde vivir"; éste no estuvo concebido para ser un sitio donde la familia tuviera cabida y donde el peón viviera en forma semejante a como lo hacía el campesino en su comunidad. Sin embargo, aunque la hacienda dotó al peón de los elementos que lo identificaban como campesino, por las características de estos elementos al interior de la hacienda, el modo de vida del peón fue bien diferente a la del campesino en general. Para el campesino, la vida significaba, junto con la parcela y la familia, uno de los elementos básicos de su economía: "La parcela es el área de tierra de la cual dispone el campesino como medio de producción para obtener la alimentación que le permite su subsistencia y el intercambio de un mínimo de bienes de consumo. Su familia es la única fuerza de trabajo con la que cuenta para la explotación de la tierra". Para el peón, en cambio, no era posible llevar una economía de este tipo: la superficie del pegujal no daba para producir lo suficiente y alimentara la familia; por otra parte, el peón no podía dedicarle el tiempo necesario a su cultivo pues tan sólo lo trabajaba cuando la hacienda
se lo permitía. Generalmente, el pegujal no estaba junto a la vivienda, sino que el trabajador tenía que desplazarse hasta donde se encontrara. Respecto a la vivienda, aunque el peón la habitara no podía disponer de ella; si necesitaba de arreglos o de alguna ampliación porque la familia crecía, al trabajador no le convenía hacer ninguna de estas reparaciones pues, a fin de cuentas, era propiedad de la hacienda. En este aspecto, el peón se encontraba supeditado a la voluntad del hacendado y a las posibilidades económicas de la finca. La calpanería se constituyó en un "poblado" al interior de la finca, incerto no sólo físicamente dentro del casco, sino en un "universo cerrado" creado por la propia hacienda; en la Colonia, el Estado medió entre el hacendado y los trabajadores; en el siglo XIX, y sobre todo durante el Porfiriato, por el contrario la hacienda gradualmente interiorizó al Estado. Muestra de este proceso fue la existencia de autoridades gubernamentales dentro de la finca y de escuelas oficiales reconocidas por el Ministerio de Educación. La hacienda en este sentido, creó un mundo autónomo incluso con los medios necesarios para garantizar la reproducción de su fuerza de trabajo, sino de toda, sí al menos de su parte medular, esto es, el peonaje permanente. Aunque las viviendas de los peones estaban agrupadas en un sitio determinado formando un poblado, su concepción arquitectónica, sin embargo, no correspondía a la de una comunidad campesina. En lo individual, la casa del peón acasillado era semejante a la del campesino en general, tanto por el tipo de su construcción, como por los espacios que la constituían; pero la calpanería en conjunto no formaba un poblado rural, sino una especie de "unidad habitacional". La vivienda campesina formaba una unidad especial junto con la parcela o huerta, de ahí que las casas se encontraran aisladas y separadas unas de otras, ya fuera que estuvieran diseminadas u organizadas en calles. En la hacienda, por el contrario, las viviendas se agruparon sin guardar esta distancia espacial y se construyeron lo más cerca posible una de otra. Varias fueron las razones prácticas para un ordenamiento de este tipo: la hacienda economizaba materiales y mano de obra, si colocaba una casa pegada a la otra, ya que algunos muros servían para dos casas a la vez; los servicios de abastecimiento de agua, lavaderos, etc., al agruparse las casas en un solo sitio, podían tener un uso comunitario y no se necesitaba dotar a cada vivienda de estos servicios; por otro lado, la vigilancia y el control de los peones acasillados se facilitaba mientras menos diseminadas estuvieran las casas. La idea de unidad habitacional, vista desde una perspectiva actual, es una concepción arquitectónica innovadora para su tiempo. Las fábricas decimonónicas utilizaron este modelo arquitectónico originario de la hacienda para construirlas viviendas de los obreros, y tomaron de éstas el patrón de la casa y del conjunto habitacional; habría únicamente una diferencia entre los dos casos; la distribución interior de los espacios. En el caso de la vivienda obrera, el patio se ubicó en la parte posterior de la casa (traspatio o azotehuela de la vivienda urbana), mientras que en la casa del peón acasillado este espacio siempre estuvo en la entrada.
En las haciendas se construyeron las habitaciones estrictamente necesarias para el número de familias que residían dentro; las casas eran concebidas como viviendas unifamiliares, aunque en realidad no siempre funcionaban de esta manera. Incluso en algunas haciendas se daba el caso de que los trabajadores eventuales (semaneros), se instalaran en las casas de los acasillados mientras duraba su contrato. Por otro lado, la calpanería era una población sin historia propia: sus pobladores no escogían ni su ubicación, ni su arquitectura, ni definían la dinámica de su crecimiento. Era el hacendado, quien de acuerdo a las necesidades económicas de su finca y a su gusto personal determinaba estos aspectos. Sin embargo, muchos otros factores externos definieron también la conformación del caserío; no se puede hablar por lo tanto, de una tipología arquitectónica de calpanería en las haciendas ubicadas en determinada región del territorio tlaxcalteca, ni tampoco, se puede decir que exista una tipología que responda a determinado tipo de producción de la hacienda (ganadera, agrícola, pulquera).
APENDICE HACIENDAS TLAXCALTECAS CON CALPANERIA (1984) Nombre de la Hacienda Ahuatepec Ameca. Santiago Apatlahuaya, San Diego Atlanga, San José Batán, San Pedro Blas, San Buenavista, San Andrés Carmen, El Concepción, La Cuezcontzin, San Francisco Delicias, Las Dos Ríos, Santa Ana Ecatepec, San Pedro Guadalupe Ixtafiayuca Joaquín, San Martha, Santa Mazaquiahuac Mimiahuapan Notario, San Diego Pinar, San Diego Recoba, San Diego Soltepec, San Francisco Soltepec, San Lorenzo Tecomalucan Tenexac Tepalca, San Miguel Tepetzala Tepeyahualco Tepeyahualco Tlaltzalan Tlapexco Toltecapa Xalapasco, San Cristóbal Xalostoc, Juan Manuel Xalpatlahuaya Xochuca Xometla Zocac Zoquiapan
Municipio Tetla Españita Santa Cruz Tlaxcala Atlangatepec Huamantla Hueyotlipan Tlaxco Ixtacuixtla Españita Cuapiaxtla Tlaxco Huamantla Atlangatepec Huamantla Nanacamilpa Ixtacuixtla Panotla Tlaxco Tlaxco Huamantla Zitlaltépetl Hueyotlipan Huamantla Tlaxco Tlaxco Terrenate Españita Atlangatepec Terrenate Tlaxco Lázaro Cárdenas Ixtacuixtla Tlaxco Ixtenco Tlaxco Huamantla Tlaxco Tlaxco Atlangatepec Calpulalpan
Zotoluca
Tlaxco
ABREVIATURAS AGET Archivo General del Estado de Tlaxcala FDC Fondo Documental Colonial AGN Archivo General de la Nación BMNA Biblioteca del Museo Nacional de Antropología FM Fondo de Microfotografía ST Serie Tlaxcala DEH-BOB Dirección de Estudios Históricos, Biblioteca Orozco y Berra FM Fondo de Microfotografía ST Serie Tlaxcala
FUENTES COLONIA Archivo General del Estado de Tlaxcala — Fondo Documental Colonia Biblioteca del Museo. Nacional de Antropología. Fondo de Microfotografía — Serie Tlaxcala Biblioteca Orozco y Berra, DEH. Fondo de Microfotografía — Serie Tlaxcala SIGLO XIX Archivo General del Estado de Tlaxcala — Porfiriato La Revista Agrícola (1885-1909) Periódico quincenal destinado exclusivamente a la propagación de los conocimientos y adelantos agrícolas y a la defensa de los intereses de la agricultura mexicana. Santiesteban, J.B. de 1901 Indicador particular del administrador de hacienda. Breve manual basado sobre reglas de economía rural, inherentes al sistema agrícola en la República Mexicana. Imprenta Artística, Puebla. Ponce, Fernando 1911 El alcoholismo en México. Antigua Imprenta Murguía México Información oral — Señor Manuel de Haro, propietario de la hacienda de San José Laguna — Señor Esteban Tapia, antiguo trabajador de la hacienda de San Lorenzo Soltepec
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