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Prólogo

PRÓLOGO

El origen del Diccionario biográfico que ahora presento está en una obra mía anterior, escrita y preparada en colaboración.' Referido a toda España, este libro pretendía abarcar tan solo los años del llamado Trienio Liberal, 1820-1823, aunque se trazase la biografía completa, cuando era posible hacerlo, de los personajes que allí figuraban. Como ya expliqué en su momento no seguimos al redactar el DBTL el criterio del ya secular Dictionary of national biography inglés, que considera propios de una época a los que han fallecido en ella, sino que adoptamos la norma de recoger a los que han tenido alguna importancia, por cargo, actividades, publicaciones, labor artística, etcétera, o incluso de forma negativa, bandidos, ladrones y toda clase de excluidos sociales; porque todos forman la sociedad de un país en un momento histórico determinado. El núcleo inicial venía fijado por las guías de forasteros de los años considerados, lo que daba una estructura básica administrativa, con sus variaciones anuales; y a ella se añadía todo lo demás, los hombres de fama intelectual, literaria o artística, o simplemente rebelde. Con tal de que tuviesen biografía real, y no se tratase de personajes tipo. Para poner un ejemplo: el guapo Francisco Esteban no figura en este diccionario, ni en ninguno, porque no tuvo más existencia que la de la fama y la creencia popular. Habría que insertarlo, en cambio, si lo que intentásemos pergeñar fuese un vademécum de símbolos sociales.

A su vez el DBTL se había originado en largos años de trabajo sobre la revolución liberal. Así como estaba me parece que cumplía las exigencias que nos habíamos propuesto. La tarea había sido enorme pero, aparte de que siempre era susceptible de ser ampliada y completada, y así lo hice en una adenda,2 la propia naturaleza del trabajo exigía darle mayor entidad, y de

1. Cf. Alberto GIL NOVALES (ed.), Diccionario biográfico del Trienio Liberal, Madrid, El Museo Universal, 1991. Citado como DBTL. 2. Cf. Trienio, 19 (mayo de 1992), pp. 165-248.

acuerdo con los propios criterios de la época, y con lo que la investigación histórica ha elaborado, abarcar todo el período 1808-1833, es decir, los años del reinado de Fernando VII, o dicho de otra forma, los de la ruptura del Antiguo Régimen en España, que constituyen un período histórico perfectamente definido. Me hubiese gustado poder llevar la investigación más allá, hacia el siglo xvm, y más aquí, hacia el xix; pero esto sería otro tipo de obra, y hay que saber limitarse: con la esperanza de que otros historiadores recogerán el testigo.

De esta forma comencé a trabajar sobre el inmenso material biográfico de los años de la guerra de la Independencia, unificándolos con lo ya elaborado sobre el Trienio y la inmediata consecuencia posterior. Han sido, y siguen siendo, largos años de trabajo, con la misma disposición que cuando elaboramos el DBTL, pero con una importante variación: la inexistencia durante la guerra de guías de forasteros —existe la de 1808, porque se publica con anterioridad al conflicto—. Esta inexistencia se ha paliado en parte con las guías políticas, publicadas en Cádiz, y que en principio tienen la misma función que las de forasteros: saber a qué atenernos en materia de personal. El carácter movedizo de la realidad no podía ser abarcado por las guías, imposibilitadas de recoger los cambios introducidos y periclitados entre dos ediciones, pues ya sabemos que las guías eran anuales. Este problema es mayor durante la guerra de la Independencia, período en el que la movilidad forzosa de las personas es extraordinaria. Y además las guías gaditanas, que se han hecho muy raras, tienen un criterio explicativo, del que carecían sus mayores: la de 1813, que tengo delante, es una especie de cátedra constitucional, que explica en cada capítulo y en cada párrafo el alcance de las disposiciones del Código de 1812. Y aunque esto es muy simpático, tiene una frescura que pronto desaparecerá, pero de momento está ahí, testimonio de un momento esperanzado de la historia nacional; con todo y con eso, no es docencia lo que buscamos en las guías, por lo menos en este momento. Las guías gaditanas tienen, además, otro inconveniente: que no abarcan la España afrancesada, según los años más de la mitad del país. Sé que en estos años llegó a existir una Guía de forasteros afrancesada, pero por los azares de la vida no pudo imprimirse, y su texto se ha perdido.

El único remedio para nuestros propósitos, y esta es la variación a que antes me he referido, ha sido recurrir a la prensa. Ya lo hicimos para el Trienio, pero ahora lo estamos llevando a efecto de manera mucho más sistemática. Nos favorece el hecho de que hoy es más fácil que hace unos cuantos años consultar algunos órganos de expresión. Los periódicos, en efecto, en nuestros días están mejor guardados y clasificados, y es también mayor la disponibilidad de los mismos, son más accesibles al curioso lector y al investigador, no menos curioso.

La tarea es ímproba, y no se puede correr. La información biográfica aparece por todas partes, periódicos, folletos, libros, archivos, en cantidades ingentes, pero es necesario contrastarla, para no creer, como incautamente

han creído algunos, que todos los Antonio Pérez, por ejemplo, viviesen en el siglo en que viviesen, fueron secretarios de Felipe II. Los dobletes son muy abundantes, y más si consideramos que muchas veces los hijos o los nietos llevan los mismos nombres y apellidos que su padre o abuelo. Con frecuencia esto ha inducido a error, contra el que hay que precaverse; y lo mismo digo de los apodos o sobrenombres: el mismo, con frecuencia, lo usan personajes que no se conocen entre sí, y que, en todo caso, no son una única persona.

Metidos en harina no vamos a dar en mohína, para contornear el refrán. La tarea es agotadora, pero también generosa y rica, o eso me parece a mí, por lo que revela y aporta. Y he contado siempre con excelentes colaboradores y con alguna ayuda administrativa, insuficiente probablemente, pero estamos en España, no en Jauja. No obstante, queda siempre la sensación de que esto se alarga demasiado. Pero no hay más atajo que alguna publicación parcial, a sabiendas de que no se trata de algo ya concluido, sino de un alto en la marcha. Así surgió el diccionario extremeño,3 y así va a surgir el aragonés.

Entendemos por extremeño en el primer caso, o por aragonés en este de ahora, no solamente a los nacidos en esas partes de España, sino también a los que siendo originarios de otros sitios, incluso extranjeros, han tenido cierta relevancia en el período histórico considerado, en Extremadura o en Aragón. Es un criterio de conveniencia que obedece a la realidad, de hoy y también a la de ayer: en medio de nosotros viven personas de todas las procedencias, aunque algunas o muchas de ellas, sobre todo en los ámbitos de la Administración, sean solo aves de paso. Mientras existieron, no podemos ningunearlos, para usar un neologismo muy significativo.

Al elaborar la selección de aragoneses hemos tenido también en cuenta criterios de proporción. Nos ha parecido que un diccionario de aragoneses debía reflejar todo lo significativo, humanamente hablando, que hubo en Aragón entre 1808 y 1833. Pero que al mismo tiempo el diccionario propuesto no debía exceder de ciertos límites. Por ello, si el ius solii está claro: figuran en el diccionario todos aquellos personajes de los que nos consta que nacieron en Aragón; en cambio, en lo que se refiere a la importancia, hemos eliminado a muchos no nacidos en Aragón, pero que tuvieron contacto con esta tierra, antes de 1808 o después de 1833, y no fue nunca este contacto algo decisivo para la personalidad del biografiado, o para la propia vida de Aragón como colectividad. Reconozco que el método adoptado es muy subjetivo y discutible, pero lo que sí he tenido claro es que no podía aprovechar el diccionario aragonés para colar todo el diccionario español, a título por ejemplo de que uno de nuestros protagonistas pasó por Aragón en su viaje a

3. Cf. Alberto GIL NOVALES, Diccionario biográfico español 1808-1833 (personajes extremeños), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1998.

Cataluña, publicó en Zaragoza alguna edición de uno de sus libros, alabó la defensa de la misma ciudad en una hoy desconocida oda, o tenía un hermano o pariente que ejerció algún cargo en Aragón.

Criterios de proporción en los que seguramente no he acertado, porque en este tipo de obras siempre falta algo, o alguien. El error en todo caso solo será mío, pero me complace pensar que habrá quedado algo aliviado por la calidad de quienes me han ayudado en la tarea:4 en primer lugar, todos los coautores del DBTL, y especialmente José Luis Calvo Carilla, Juan Francisco Fuentes Aragonés y Agustín Martínez de las Heras, autores de sendos artículos que pasaron de aquel diccionario al presente. Y también María Antonia Fernández Jiménez, Ana Boned Colera, Antonio Rojas Friend, Marta Ruiz Jiménez y Azucena Pedraz Marcos, que desarrollaron diversas tareas de investigación. Vittorio Scotti Douglas, que me proporcionó datos muy importantes, recogidos por él en el Archivo de Simancas. Antonio Fernández Insuela, que me proporcionó la fotocopia de un texto de Antillón, que se conserva en la Biblioteca del Conde de Toreno, en Oviedo. También Fernando Tomás Pérez González, quien me sugirió la idea de publicar un diccionario extremeño, idea de la que ha surgido el aragonés. Y mi agradecimiento va también al personal de las bibliotecas y archivos de Madrid, Barcelona, Segovia y Cádiz, en los que fundamentalmente hemos trabajado. Y a Elena Rivas Palá, del Archivo-Biblioteca-Hemeroteca de Zaragoza, que en 1997 me proporcionó todas las fotocopias de la Gaceta de Zaragoza. Quiero mencionar muy especialmente a las funcionarias de la biblioteca de mi facultad, representadas al máximo por la antigua directora, María Luisa García-Ochoa, y la subdirectora de la misma, Manuela Crego Castaño, por su ayuda generosa y desinteresada. Dejo para el final, como es de rúbrica, al Instituto de Estudios Altoaragoneses, que hace posible la aparición de este diccionario. Y en el Instituto mi agradecimiento va muy en particular a Pilar Alcalde Arántegui, Teresa Sas Bernad y Fermín Gil Encabo, que acogieron con calor la idea de insertarlo en sus colecciones.

4. Esta investigación ha sido sufragada, en parte, con una ayuda de la DGICYT.

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