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Privados de la privacidad

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El Señor Bronx

El Señor Bronx

Texto e ilustraciones: María Paula Sánchez ma-sanchez@javeriana.edu.co

Facebook, Instagram, Spotify y otras redes sociales conocen más de usted de lo que cree. Pueden saber si está teniendo una temporada triste, qué personas o temas despiertan con facilidad su interés, quiénes son sus amigos más cercanos, cuáles son sus miedos, quién le atrae o si ha terminado con su pareja y por qué. Se podría decir que les hemos permitido entrar en nuestra mente. ¿Podría ser esto peligroso?

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Según un informe del periódico español El Mundo, una persona pasa, en promedio, cincuenta días al año en redes sociales. Es decir, el equivalente a casi dos meses consecutivos sin ninguna pausa, pero, incluso, este tiempo puede llegar a ser mayor en algunas personas. Por eso el mundo digital que hace parte de su día a día puede conocerlo profundamente y tener una gran influencia sobre usted.

La mayoría de las personas que acceden a una red social lo hacen con la idea de que podrán actuar autónomamente; es decir, piensan que la podrán abrir o cerrar cuando lo decidan, que seguirán a las personas o las páginas que gusten, que subirán lo que quieran y leerán lo que deseen. Que nada será obligado y que, por el contrario, el servicio gratuito les provee toda la libertad. Tal vez es la primera impresión que se tiene de Facebook, Instagram, Twitter, YouTube,

WhatsApp, Pinterest, TikTok y Spotify, entre otros, y puede ser parcialmente cierta, pero los ensamblajes algorítmicos, que son los que manejan el ritmo y los contenidos en estas redes sociales, no son tan neutrales como parecen. La expresión “ensamblajes algorítmicos” puede parecer confusa y solo usada por expertos en computación, pero convive con nosotros todo el tiempo. El algoritmo es el que selecciona el contenido que merece ser visto en cada red social; es decir, es el que decide por qué su publicación aparece en el feed (flujo de contenido) de cierto grupo de personas, cuánto tiempo permanecerá como relevante, qué publicaciones o contenido se le mostrará a usted, entre otros aspectos. Y hace posible que se recolecte su información.

Carlos Barreneche, investigador de la cultura digital y profesor de esta área en la Pontificia Universidad Javeriana, explica: “El algoritmo no es un ente estático, sino que es una red que está siendo alimentada y modificada constantemente por un conjunto enorme de datos”. No es solo una máquina que observa, sino que es más un conjunto de ‘maquinitas’, donde cada una recolecta datos específicos y, a su vez, están conectadas con otras que recolectan otros datos. Este grupo interconectado se construye y aumenta su capacidad con base en su información. Barreneche expone que los dos mayores propósitos del grupo algorítmico son “producir perfiles para el mercadeo dirigido y así categorizarnos para ver qué podríamos comprar o consumir —ya sean ideas o productos—, y generar el máximo engagement; es decir, que las personas pasen el mayor tiempo posible en la red social y no lo pasen en otro sitio”. La polémica y las críticas alrededor del uso de estos algoritmos para recolección y comercialización de los datos han ido creciendo, hasta tal punto que Mark Zuckerberg, creador y director ejecutivo de Facebook, ha tenido que ofrecer disculpas públicas a los usuarios de Facebook y de las redes sociales asociadas con esta en repetidas ocasiones, ya sea por el uso que ha dado a sus datos o por el que le han dado terceros, como sucedió en el 2018, cuando estalló el escándalo por la filtración de los datos de más de 50 millones de usuarios que la consultora Cambridge Analytica usó para influir en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en el año 2016.

Cuando escuchamos que se comercializa con nuestros datos, no solo hablamos de los que le damos voluntariamente a la red social —edad, día de cumpleaños, amigos, familia, nivel de educación, colegio o universidad, etc.—, sino también de un conjunto de datos que permiten categorizarnos y deducir nuestras acciones

Las ganancias por el almacenamiento de datos personales son parte del negocio de Facebook.

Las redes sociales pueden cautivarte como cualquier vicio, por eso hay que tener autocontrol

Álvaro Escobar.

futuras, por ejemplo: cuánto demoramos viendo una publicación, nuestras emociones (mediante el reconocimiento facial o de voz), los lugares que más visitamos (por medio de la localización), las palabras clave que más escribimos, las reacciones que tenemos sobre algún tipo de información —cuáles cosas nos atraen y cuáles no, traducidas en likes o páginas que seguimos—, nuestro nivel socioeconómico, nuestros hábitos —si nos gusta mucho salir de viaje, si practicamos algún deporte, qué alimentos nos agradan, etc.—, si somos introvertidos o extrovertidos, nuestras afinidades políticas y creencias religiosas, entre muchas otras cosas. Los datos que los ensamblajes algorítmicos recolectan se pueden deducir con base en las patentes y permisos que tenga cada plataforma digital. Por ejemplo, Spotify tiene la patente para leer su discurso hablado; es decir, escuchar cómo se está hablando —entonación, ritmo— y a través de eso determina su estado de ánimo y otra serie de cosas. Instagram, con los permisos que se aceptan cuando se abre la aplicación —muchas veces sin que el usuario tenga una comprensión completa sobre lo que permite— puede usar la cámara y ver sus reacciones o emociones, acceder a sus fotos en la galería y deducir su personalidad o saber sobre las personas que son cercanas a usted. Por eso el bombillito verde o naranja de los iPhone —que avisa si la cámara o el micrófono están funcionando— se enciende intermitentemente cuando ingresa a esta aplicación. A todos estos datos se les suman algunos ya mencionados, como aquello a lo que le da “me gusta”, qué lugares visita frecuentemente y a cuáles personas o páginas sigue. En ese sentido, puede ser que las redes sociales terminen por conocerlo de una manera profunda, incluso mejor que usted mismo. Quizás usted piense que esta afirmación sea exagerada o que, aun si no lo fuera, no habría nada que temer, pues no tiene nada que ocultar ni información valiosa que les pueda interesar a las grandes compañías. Sin embargo, su información es valiosa, muy valiosa, porque, como afirma Álvaro Escobar, especialista en seguridad informática de la Universidad Piloto de Colombia, “el modelo de negocio de la ac-

tualidad es la economía digital”, y esta se mueve por medio de la vigilancia y de la recolección de información.

En redes sociales la información no se mueve a través de mensajes, sino de afectos. Es decir, lo que amamos, lo que nos entristece, lo que nos enoja, lo que nos produce asco, lo que nos alegra… Por esto, la información que le brindamos a las plataformas digitales les permite categorizarnos, pues nuestros metadatos —que son los que exponen el dónde, el cuándo, el cómo y el con quién— muestran cuáles son nuestros intereses, qué es lo que nos mueve. Peter Eckersley, científico informático y jefe de Electronic Frontier Foundation, una organización de derechos digitales sin fines de lucro, afirma: “Facebook puede aprender casi cualquier cosa sobre usted mediante el uso de inteligencia artificial para analizar su comportamiento”. Esta información consolida el conjunto de las más completas bases de datos, que eran sencillamente imposibles hasta hace poco, pues hasta hace unas décadas a una compañía de publicidad le costaba años construir una base de datos sólida que expusiera cuáles eran los intereses de los consumidores. Hoy esta información, con la que pueden acceder a lo más íntimo, está al alcance de la mano.

Pero los algoritmos no se limitan a la red social: para crear un perfil aún más acertado, se generan conexiones entre datos de páginas externas y datos de las redes. Así, por ejemplo, Zuckerberg admitió en el capitolio estadounidense que lo sitios que no eran de Facebook y usaban varios tipos de software de seguimiento de Facebook podrían superar los 100 millones. Por eso Escobar explica que el fin de los algoritmos “es triangular información para venderte bienes y servicios”, que pueden ir desde zapatos, membresías de revistas o una suscripción a una plataforma, hasta estilos de vida y posturas como el veganismo, las religiones o las ideas políticas. Pero esta red de conexiones no para allí, pues existen compañías llamadas data brokers (vendedores de datos), que se encargan de generar hiperconexiones entre los datos de la vida virtual y física. Por ejemplo, conectan los datos de su tarjeta de fidelidad de alguna

tienda o supermercado, donde se puede obtener su correo, celular, cédula, objetos comprados o puntos, con los datos de sus redes y páginas enlazadas a estas. “Estos datos no solo los usan las redes sociales para fines propios, sino que se venden a empresas, incluso a organizaciones de noticias como

The New York Times, con fines de marketing”, así lo dijo Natasha Singer, periodista de ese mismo diario, en el 2018. Ella también afirmó que el almacenamiento de datos personales es el núcleo del negocio de Facebook, pues le ha permitido a esa red social ganar un promedio de 40.600 millones de dólares anuales.

Todavía más grave es el hecho de que esta información se vende también a campañas políticas que manipulan los intereses y afectos. Esto fue lo que pasó con el ya nombrado escándalo de Cambridge Analytica, una empresa londinense encargada de analizar datos para desarrollar campañas de marcas y de políticos, que obtuvo los datos de 50 millones de usuarios de Facebook. Esta información, según declaraciones posteriores del personal de Cambridge Analytica, fue determinante en el resultado de la elección de Donald Trump, pues al tenerlos dedujeron un perfil psicológico de cada usuario, supieron cuáles eran sus afectos más fuertes y así desarrollaron un contenido hecho a la medida para cambiar la forma de pensar de los votantes.

Precisamente por este acceso a nuestros datos las nuevas políticas de WhatsApp, Instagram y Facebook causaron revuelo. Pilar Sáenz, egresada de física de la Universidad Nacional de Colombia y líder de seguridad y privacidad en la Fundación Karisma, una organización que promueve la protección de los derechos humanos en el mundo digital, explica: “Dado que las ganancias de Facebook vienen de los servicios que presta por publicidad, sus acciones no podían ser otras que recoger información personal de WhatsApp para fortalecer el modelo de negocio de la empresa: perfilar más y mejor a sus usuarios, para ofrecer los algoritmos que usan para la publicidad dirigida”. Además, como lo explican Sáenz y Barreneche, estas compañías están recurriendo a la práctica de “jardines amurallados” (walled gardens), con la cual se retiene al usuario dentro de una determinada plataforma para recopilar sus datos. Es decir, se tiene al usuario preso y sin opción de salir, pues ¿cómo salirse de WhatsApp si todos los contactos de trabajo o familia están ahí? Nos dejan entre la espada y la pared. Y como para la mayoría no es una opción salir, se termina por aceptar. Quizás la respuesta a estos problemas no será necesariamente dejar del todo las redes sociales, pero sí ser crítico. Carlos Barreneche, Álvaro Escobar y Pilar Sáenz coinciden en que el entorno digital está presente y se irá desarrollando y cambiando con el tiempo, y que esto es inevitable. Pero advierten que debemos ser críticos con nosotros mismos y con el contenido que consumimos y el que publicamos. Tenemos que ser conscientes de que hay manos tras las máquinas a las que les interesan nuestros afectos y nuestra información. Una forma para acercarnos a esto es regular el tiempo que pasamos en estas plataformas digitales. “Las redes sociales pueden cautivarte como cualquier vicio, por eso hay que tener autocontrol”, opina Álvaro Escobar. También es conveniente analizar a cuáles plataformas reservamos determinado tipo de información. Por ejemplo, como lo aconseja Pilar Saénz, “se pueden reservar las interacciones y comunicaciones más delicadas, como las de su trabajo o sobre temas sensibles, para otras aplicaciones más respetuosas de la privacidad y la confidencialidad, como Signal o Telegram [en lugar de WhatsApp]”. También se debe entender el truco detrás de cada red, pues muchas de las cosas que vemos en ellas pueden tener la finalidad de influenciarnos. Debemos permanecer alerta y, sobre todo, tener criterio a la hora de elegir y aceptar esos contenidos.

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