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Por cierto
Contemplar lo sublime
Estar al borde de una catarata me produjo una sensación única que enseña una lección espiritual.
Es la catarata más grande del planeta. Tiene más de 1.5 kilómetros de ancho y 106 metros de altura en el centro. La gente local la llama “el humo que retumba”, debido a la inmensa nube de rocío que levanta al caer en el río. Se trata de las Cataratas Victoria.
Situada en la frontera entre Zimbabue y Zambia en el sur de África, esta catarata atrae a turistas y aventureros de todo el mundo. Las orillas del río Zambeze rebosan de vida salvaje. Vimos elefantes, búfalos cafre, jirafas, cebras y antílopes. También son comunes los babuinos y la población de hipopótamos y cocodrilos es enorme. Pero la inmensa catarata es la atracción principal.
Lo sublime
Nos habíamos acercado a las cataratas desde arriba en bote y yo las había sobrevolado en helicóptero. Pero estar parado en el borde de la caída, justo en el punto donde el agua desciende hacia el vacío, me produjo un estado emocional que rara vez experimentamos: lo sublime.
Este estado naturalmente alterado ocurre cuando algo enorme o poderoso nos deja atónitos al darnos cuenta de lo pequeños e insignificantes que somos. Lo sublime ha fascinado a los filósofos durante siglos. En su tratado acerca de la estética (1757), Edmund Burke describe el placer sublime como un “horror fascinante” y una “especie de tranquilidad matizada de terror”.
Cataratas resonantes, olas enormes en el océano, montañas impresionantes, pararme en el borde de un precipicio, todo esto me ha hecho experimentar lo sublime. Si eso colapsara, si yo me tropezara, si diera un paso adelante, si me cayera, mi vida terminaría. Frente a semejante magnitud, soy pequeño e indefenso.
David observaba los cielos
El rey David registró sus pensamientos mientras estaba en un estado similar, cuando contempló la inmensidad del firmamento. “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmos 8:3-4).
David se maravillaba de que, considerando lo vasto de la creación, los diminutos seres humanos tengamos la atención del Creador. Los humanos estamos entre lo infinitamente enorme y lo infinitamente microscópico, pero aun así Dios ha decidido trabajar con nosotros. Eso sí que es una maravilla.
David escribe acerca de esto en más de una ocasión en los Salmos: “Oh Eterno, ¿qué es el hombre, para que en él pienses, o el hijo de hombre, para que lo estimes? El hombre es semejante a la vanidad; sus días son como la sombra que pasa” (Salmos 144:3-4). No sólo somos frágiles, sino que además duramos poco.
Dios le dijo a Adán: “polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19), y lo mismo ocurrirá con nosotros.
Nuestra extraordinaria esperanza
Sin embargo, algo impresionante puede pasar durante nuestra breve ventana de tiempo. Podemos ser preparados para la gloria como hijos de Dios (Hebreos 2:10). Dios puede trabajar con nosotros para que, cuando Cristo regrese, seamos como Él (1 Juan 3:2). Por la gracia de Dios y a través de su Espíritu Santo, podemos llegar a convertirnos en otra definición de lo sublime: “Caracterizado por nobleza; majestuoso. De alto mérito espiritual, moral, o intelectual” (American Heritage Dictionary [Diccionario de la herencia americana]), y podemos vivir para siempre (1 Juan 2:25). ¿No debería ser esta oferta de Dios nuestro principal enfoque? ¿No debería ser nuestra misión principal?
No debería ser necesario experimentar lo sublime para enfocarnos en nuestra extraordinaria esperanza. Pero sí que ayuda.
—Joel Meeker