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La llegada de la caja sonora ………………………………….. Página

LA LLEGADA DE LA CAJA SONORA

Carlos Romero Borghetti Fuente: Revista Que Pasa La tenue nieve que caía sobre los sectores altos de Santiago disipó la atención de los medios de comunicación sobre aquel gran evento que tendría lugar la noche del 19 de Agosto de 1922. Hasta el hall del diario El Mercurio llegaron unas 200 personas que serían testigos de la primera transmisión radial realizada en nuestro país.

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La inédita emisión desde el segundo piso de la casa central de la Universidad de Chile hasta la antena colocada en el techo del edificio del diario, ubicado a cinco cuadras de distancia, despertó gran sorpresa, pero sobre todo, dejó a un buen número de incrédulos, quienes apostaban a que detrás de todo este aparataje se escondía algún truco. “Nuestros ensayos preliminares no se entendían por la gente común y muy poco por los periodistas”, explicaron más tarde Enrique Sazié y Arturo Salazar, autores de semejante proeza técnica. Convertido en el tercer país latino el conocer el “rayo de teléfono”, Chile vivió un lento desarrollo del nuevo invento. Hasta 1925, no hubo más de 250 aparatos en el país. Su escasa difusión se debió en parte a su alto costo (250 a 300 pesos), que equivalía casi a la mitad del precio de un fundo de 200 cuadras. Pero sobre todo, por la lenta toma de conciencia de la gente frente a esta deslumbrante realidad comunicativa. Un año después de la primera transmisión, en 1923, se inauguró la primera emisora privada. Desde el décimo piso del edificio Ariztía, ubicado en la esquina de Nueva York y la Bolsa, la radio Chilena transmitía diaria-mente la lectura de las noticias y luego un limitado repertorio musical. Junto al micrófono se colocaba la victrola, se le daba la cuerda y el disco comenzaba a girar. La publicidad los describía como “un rayo de teléfono en su hogar”, los cuales con su música y diversión podían filtrar la “felicidad en su familia”. Los años 30 vieron cómo la radio dejó de ser una curiosidad. Para entonces, las 15 emisoras privadas existentes (en el resto del mundo había 700) ofrecían una programación permanente y su popularidad comenzaba a cambiar costumbres familiares. “Los hombres tenían interés en llegar pronto a sus casas para entretenerse con la radio y sus esposas encontraban un agrado, mientras se dedicaban al cuidado de la familia”, escribió el periodista Hernán Millas. Una gran prueba se dio en 1939. Gracias a la radio, la tragedia pudo ser conocida en el instante por todo el país y ocupó un rol destacado en la organización de la asistencia. En los años siguientes, la sala de radio pasó a ser un lugar de reunión de la familia. Después de comida, los mayores de juntaban alrededor de este aparato. Ocuparon un lugar singular los radioteatros. Por ejemplo, el “Doble o Nada”, de Radio Cooperativa, transmitido por más de 20 años a partir de 1940, tuvo que mudarse al teatro Continental, ya que los estudios eran incapaces de con-tener a la multitud que asistía. Otro adelanto tecnológico tendría un fuerte impacto en la forma de hacer radio. En los años 50, la grabadora, que no pesaba menos de 25 kilos, fue la revolución de la década. Con ella, disminuye la programación en vivo y la publicidad se elabora en estudios. Con el avance tecnológico de los ´60, cuando el hombre conquista la Luna, el tamaño de los receptores se redujo. Así nace la radio portátil y a pilas. Se masifica y cambian los hábitos de audiencia grupal a individual. La variedad de programas es más amplio. La llegada de la TV, en los ´60, hace que desaparezcan los programas radiales que requerían de una producción más compleja y, por ende, más costosos, como los espectáculos y radioteatro. Pero su fuerza pasa a radicar en la instantaneidad de sus notas. Al terminar el siglo, en Chile había alrededor de diez millones de receptores, más de 500 radioemisoras y cerca de 310 concesiones de radiodifusión.

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