Benedicto xv humani generis

Page 1

1

Benedicto XV

HUMANI GENERIS REDEMPTIONEM

(15 de junio 1917)

I.

EL ANUNCIO DE LA PALABRA

La predicación prosigue la obra de la Redención

Jesucristo, una vez cumplida con su muerte en el altar de la Cruz la redención del género humano, para conducir a los hombres hasta la posesión de la vida :eterna a través de la obediencia a sus mandatos, que anuncian a los hombres del mundo entero lo que es necesario creer y hacer para salvarse, no recurrió a ningún otro medio más que a la voz de sus predicadores. Dios tuvo a bien salvar a los creyentes por medio de la estulticia de la predicación (1). Así, eligió a los Apóstoles y, después de haberlos provistos por medio del Espíritu Santo de los medios adecuados para una misión de tanta importancia, les dijo: Id y predicad el Evangelio por todo el mundo (2). Y esta predicación cambió la faz de la tierra. Si las mentes humanas abandonaron el error y se convirtieron a la verdad, si los espíritus embrutecidos por el vicio apreciaron la excelencia de la virtud, esta conversión, consecuencia de la fe cristiana, se debió ciertamente a la obra misma de la


2

predicación. La fe proviene del oír, y el oír depende de la Palabra de Jesucristo (3). Por eso, puesto que por voluntad de Dios las cosas se conservan en virtud de las causas que las han producido, es evidente que la predicación de la sabiduría cristiana está destinada por la Providencia divina a proseguir la obra de la salvación eterna. Por lo tanto, el anuncio de la Palabra de Dios se debe considerar como, el deber más grave e importante al que debemos prestar una particular solicitud, sobre todo si de algún modo ha perdido algo de su autenticidad original, perjudicando así su eficacia.

Predicación "viva y eficaz"

Esta, Venerables Hermanos, es una preocupación que se ánade a todas las demás que en estos tiempos nos angustian más que nunca. Si consideramos el número de los que ascienden a la predicación de la palabra de Dios, comprobamos que son tantos como quizá nunca ha habido en épocas anteriores. Si además consideramos hasta qué nivel han descendido las costumbres públicas y privadas y las instituciones de los pueblos, vemos claramente que por todas partes aumentan cada día más el olvido y el desprecio dé las cosas sobrenaturales. Poco a poco se nos va alejando de la austeridad de la virtud cristiana, y se retrocede progresivamente hacia una vida pagana. Verdaderamente las causas de estos males son muchas y variadas, y debemos deplorar nadie podrá negarlo que a estos males no se les haya puesto ningún remedio válido por parte de los predicadores. ¿Quizá la palabra de Dios no es ya como el Apóstol definía: Viva y eficaz,


3

y más penetrante que una espada de doble fijo? (4) ¿Quizá el uso prolongado ha destemplado el acero del cual está hecha esta espada? Pero si esa espada manifiesta intacta su fuerza en todos los demás aspectos, es evidente que de esta debilidad son responsables los ministros que no saben manejarla. Y tampoco se puede decir que los Apóstoles la usaron en tiempos mejores que los nuestros: como si en aquel tiempo hubiese habido más docilidad al Evangelio o menos rebelión a la ley de Dios. Así pues, en virtud del ministerio apostólico y siguiendo el ejemplo de nuestros dos inmediatos Predecesores, Nos sentimos obligados en conciencia a ocuparnos de este tema con toda la atención requerida por la importancia del problema, y a procurar también que la predicación vuelva en todas partes a las normas dadas por Cristo nuestro Señor y por la Iglesia.

II. CAUSAS DE INEFICACIA

Ante todo, Venerables Hermanos, es necesario investigar las causas por las cuales nos hemos alejado en esto del justo camino. Parece que podemos resumirlas en tres: porque el ministerio de la predicación se ve ejercitado por quien no debería ejercitarlo; porque en el desempeño de este ministerio no se usa de la necesaria sabiduría; porque no se predica de manera conveniente.

No se debe predicar sin mandato


4

En virtud de los decretos del Concilio de Trento, la predicación es tarea propia de los Obispos. Y verdaderamente los Apóstoles, cuyos sucesores son precisamente los Obispos, consideraron la predicación de la Palabra de Dios como uno de sus máximos deberes. San Pablo decía: No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar (5). Y no fue diferente la opinión de los otros Apóstoles: No es justo que nosotros descuidemos la Palabra de Dios por atender las mesas. Pero, si éste es el ministerio propio de los Obispos, como -tienen que atender a tantas otras obligaciones relativas al gobierno de sus Iglesias, no siempre ni en todas partes pueden predicar personalmente, por lo tanto les es necesario servirse de la ayuda de otros para cumplir con este deber. Por eso no cabe duda, de que quien predica, aun. que no sea Obispo, ejerce no obstante una función episcopal. De aquí la primera regla: nadie puede emprender la predicación por iniciativa propia, sino que quien desee predicar debe tener un mandato que sólo el Obispo puede dar legítimamente. ¿Cómo predicarán sí no son enviados? (7). Enviados fueron los Apóstoles, y enviados de Aquel que es Supremo Pastor y Obispo de nuestras almas. Enviados fueron los setenta y dos discípulos. También San Pablo, aunque Cristo mismo lo constituyó instrumento de elección para llevar su nombre a los pueblos y a los reyes, sólo inició el apostolado cuando los ancianos, obedeciendo el mandato del Espíritu Santo: Separadme a Pablo para que difunda el Evangelio (8), lo dejaron partir después de haberle impuesto las manos. Siempre se actuó así en los primeros tiempos de la Iglesia. Todos los que, como Orígenes, se distinguían entre los


5

sacerdotes, o los que llegaron al Episcopado, como Cirílo de Jerusalén, Juan Crisóstomo, Agustín y todos los antiguos Doctores de la Iglesia, se dedicaron a la predicación, lo hicieron después de estar autorizados por el Obispo de quien dependían. Ahora en cambio, Venerables Hermanos, desde hace tiempo, parece haberse introducido un modo diferente de actuar. Entre los oradores sagrados no son pocos aquellos a quienes justamente se podría aplicar esta palabra del Señor que encontramos en Jeremías: Yo no he enviado esos profetas, pero ellos corren como si lo fueran(9). Cualquiera que tiene la ocurrencia de emprender el ministerio de la Palabra (10), bien porque se crea dotado para ello o bien por cualquier otro motivo, encuentra fácil acceso a los púlpitos de las Iglesias, como a una palestra en la que cada cual se ejercita a placer. Es deber vuestro, Venerables Hermanos, poner En, y rápidamente, a este desorden y puesto que deberéis dar cuenta a Dios y a la Iglesia del alimento que ofrecéis a vuestro rebaño,, no permitáis que nadie se introduzca en ¡el redil y apaciente a su arbitrio las ovejas de Cristo ¡sin vuestro permiso. Que nadie en vuestras diócesis pueda predicar sin que lo hayáis llamado y aprobado. Como es Nuestra firme voluntad, debéis rendirme cuentas con la máxima escrupulosidad de a quien dáis el encargo de un tan santo ministerio. En este punto, el decreto del Concilio de Trento concede a los Obispos sólo esto: Escoger personas idóneas, es decir, "capaces de llevar a cabo el oficio de la predicación de modo saludable" (11). "De modo saludable', se dice; notad bien la palabra que ya de por sí sola dicta una norma. No con aplauso de los auditores, sino con provecho de las almas, al cual debe mirar como fin propio el ejercicio de la predicación. Y si deseáis


6

que demos una indicación más precisa sobre quién es idóneo para predicar, os decimos: Aquellos en quienes encontréis los' signos de la vocación divina. La condición para ser admitidos en el sacerdocio: "Nadie se apropia por sí mismo este honor, sino sólo, quien es llamado por Dios", es necesario tenerla presente también al juzgar de la idoneidad de quien debe ser habilitado para la predicación.

Quiénes pueden ser admitidos a predicar

No es difícil descubrir los signos de esta vocación. Jesucristo nuestro Señor y Maestro, cuando estaba a punto de subir al cielo, no dijo a los Apóstoles que se pusieran de repente y cada uno de ellos por su cuenta a predicar, sino que les dijo: Permaneced en la ciudad, hasta que seais revestidos de la fuerza de lo Alto (12). Así pues, si uno está revestido de la fuerza de lo Alto, es signo seguro de que está llamado a tal ministerio. En todo caso, Venerables Hermanos, podremos obtener un signo seguro por aquello que sabemos que ocurrió a los Apóstoles en cuanto fueron revestidos de la virtud de lo alto: cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos -dejando aparte el ocuparnos de los maravillosos carismas con que fueron enriquecidos---, se transformaron, de hombres toscos y débiles que eran, en hombres doctos y perfectos. Así, será considerado como llamado a la predicación el sacerdote que posea ciencia y virtud convenientes, y que tenga naturalmente también la parte de dones naturales indispensables, pues de otro modo sería tentar a Dios. Nada se opone a que un sacerdote así pueda ser aceptado por


7

el Obispo para el ministerio de la palabra. Y precisamente esto es lo que quiere el Concilio de Trento, cuando exige a los Obispos que no permitan la predicación sino a quien está verdaderamente probado en costumbres y en doctrina. Por consiguiente, el Obispo debe darse cuenta, a través ¡de una larga y asidua experiencia, de la doctrina y de la santidad de aquellos, a quienes piensa confiar el oficio de la predicación. Si, por el contrario, actúa con ligereza y negligencia, se expone a un grave riesgo, ya que recaerán sobre las consecuencias de los errores divulgados por la predicación de sacerdotes ineptos, y de los pecados y de los escándalos causados por su mal ejemplo. Por eso, con el objeto de hacer más fácil nuestra tarea, Venerables Hermanos, queremos que de ahora en adelante se establezca un doble examen -que habrá de hacerse con la máxima seriedad -, acerca de la cultura y acerca de la vida de quienes aspiran a la predicación. Un tipo de examen como el que ya existe para quienes piden ser habilitados para oír confesiones. Y cuando un candidato, ya sea por su conducta o por su ciencia, se viese que no reúne los requisitos necesarios, ¡sin miramientos y sin indulgencias debe ser alejado de un oficio del que ha demostrado no ser digno. Todo esto es exigido por vuestra dignidad y por la de ellos, porque, como ya hemos dicho, un predicador en el púlpito os representa a vosotros y os sustituye. Pero, sobre todo, lo exige el interés de la Iglesia Santa, porque si alguien debe ser verdaderamente la sal de la tierra y la luz del mundo (13), es precisamente quien atiende al ministerio de la palabra.


8

El fin y las formas de la predicación

Después de haber considerado atentamente estas cosas, puede parecer inútil detenemos en exponer el fin y las formas de la predicación sagrada. Si, en la elección de los predicadores, se respetan las normas que acabamos de exponer, ¿qué motivo habrá para dudar de que los sacerdotes, dotados de las virtudes necesarias, no se propongan un fin más justo y no sigan un método más que bueno? Pero conviene resaltar más estos dos puntos, con el fin de aclarar mejor el motivo por el cual a veces en algunos no se dan las características del buen predicador. El fin que los predicadores deben proponerse al ejercitar el ministerio de la palabra está claramente indicado por San Pablo - Somos embaladores de Cristo (14) . Todo predicador debe poder hacer propias estas palabras. Mas si son embajadores de Cristo, en el ejercicio de su misión, tienen la obligación de atenerse estrictamente a la voluntad manifestada -por Cristo cuando les confirió el encargo, no pueden proponerse finalidades diversas de las que el mismo se propuso mientras habitó sobre esta tierra. Ni, por otra parte, los Apóstoles y después de los Apóstoles los -Predicadores, han sido enviados de modo diverso a como lo fue Cristo: Como el Padre me ha enviado, así los envío (15). Y conocemos el motivo por el que Cristo descendió del cielo mismo lo dijo abiertamente He venido al mundo para dar testimonio de la verdad (16), y para que los hombres tengan vida (17). Por lo tanto, los predicadores han de destruir estas dos nictas: difundir la luz de la verdad enseñada por Dios -, desertar y cultivar la vida sobrenatural en quienes les


9

escuchan. En resumen: buscar la salvación de las almas, promover la gloria de Dios. Por consiente, igual que impropiamente se daría el título de médico a quien no ejercita la medicina, igual que no es maestro quien no enseña el arte que pretende conocer, así, deberemos definir como vano parlanchín, y no -predicador del Evangelio, al predicador cuyo punto de mira no sea el de conducir a, los hombres a un más exacto conocimiento de Dios, y a un más decidido empeño en el camino de la salvación eterna. Orlara el cielo que no haya oradores de esta clase.

Intenciones de los falsos predicadores

¿Cuáles son las intenciones que mueven a quienes usurpan el nombre de predicadores? Para algunos la vanagloria, y buscan satisfacer sus ambiciones así: se empeñan en desarrollar argumentos más doctos que útiles y se preocupan más de hacer un buen papel ante el auditorio ingenuo que de trabajar por su salvación. "Se avergüenzan de tratar argumentos humildes y fáciles, por que no parezca que no saben tratar argumentos más sublimes... Se avergüenzan de amamantar criaturas" (18). Mientras que Jesucristo demostraba que era el Esperado precisamente por la humildad de quienes le escuchaban: Los pobres son evangelizados (19). ¡De qué no serán capaces, con tal de elevar el prestigio de su propia predicación! Buscan las ciudades más célebres, las iglesias y los púlpitos más renombrados... Y como, entre las verdades


10

reveladas por Dios, hay algunas que producen temor en la naturaleza humana débil y corrompida, y por consiguiente no son adecuadas para atraer grandes masas a la predicación, evitan prudentemente el hablar de ellas y tratan temas en los que, si exceptuamos el lugar, nada hay de sagrado. Tampoco es raro que, en medio de una exposición de temas y de principios :sobrenaturales, se descienda a hablar de política, especialmente si algún acontecimiento apasiona a los oyentes. En resumen, su preocupación parece ser una sola: complacer a quien escucha, satisfacer el deseo de quienes, según San Pablo, tienen la comezón de oír (20). Ora el gesto sin mesura, más propio del teatro o de la arenga. Ora el tono de la voz ya afectado, ya trágico. Ora el estilo del discurso falsamente periodístico. Ora una cantidad de citas, no de las Sagradas Escrituras o de los Santos Padres, sino de autores impíos y hostiles a la religión católica. Y por último una obsesiva velocidad en el hablar -y de este defecto pocos predicadores se salvan -, que aturde el oído y atrae la admiración de quienes escuchan, pero que no ofrece nada de verdaderamente provechoso y verdadero. ¡Es de verdad sorprendente la facilidad con la que estos oradores se dejan obnubilar por la opinión popular! Pero aunque obtengan el aplauso de los ignorantes, que con tanto esfuerzo y no sin sacrilegio buscan, ¿qué verdadera recompensa obtienen? Se exponen al menosprecio de las personas más sensatas y, al mismo tiempo y sobre todo, al temible y severo juicio de Cristo. No obstante, Venerables Hermanos, no todos aquellos que se alejan de la norma justa, lo hacen por el aplauso popular. Otros, no pocos, van buscando el aplauso por un motivo distinto y, lamentablemente, todavía más deshonesto. Para ellos han caído en el


11

olvido las palabras de San Gregorio: "El sacerdote no predica para comer, sino que se ve obligado a comer para predicar" (21). Así, son no pocos los que, considerándose incapaces de otros trabajos por medio de los cuales podrían obtener el honesto sustento, se dedican a la predicación, no para ejercitar este santísimo ministerio ¡en la forma debida, sino por un vil motivo de lucro. Por eso, no puede haber en ellos la preocupación de buscar un lugar en donde se puedan esperar mayores frutos para las almas, sino que buscan lugares en donde ellos creen poder obtener una mayor ganancia. Puesto que la Iglesia no, puede esperar nada bueno de estos predicadores, sino que por el contrario sólo debe esperar escándalo y deshonor, es sumamente importante que vosotros, Venerables Hermanos, vigiléis con la máxima seriedad para apartar inmediatamente de la predicación a aquellos que demuestren predicar por vanagloria (y por lucro. Quien no se avergüenza de profanar un ministerio tan santo con intenciones tan perversas, es de temer que no dude en rebajarse a cualquier forma indigna de vida, no sólo deshonrándose a !sí mismo, sino también aquel sagrado ministerio, que tan indignamente desempeña. Igual severidad se ha de ejercer también con quienes desprecian las normas indispensables para ejercitar con decoro este ministerio, y en consecuencia no predican de manera conveniente. Cuáles son estas normas nos lo enseña con su ejemplo aquel modelo de predicador que la Iglesia llama 'Predicador de la verdad", el Apóstol S. Pablo. Y quiera Dios, por su misericordia, concedernos muchos predicadores semejantes a él.


12

1. CONDICIONES PARA PREDICAR

La ciencia necesaria.

Ante todo, por el ejemplo de S. Pablo sabemos que se puso a predicar bien instruido y bien preparado. No nos referimos aquí aquella doctrina aprendida en los estudios que llevó a cabo con mucha diligencia bajo Gamaliel. La ciencia infusa en él "por medio de la revelación" obscurecía y casi anulaba la que había adquirido estudiando. Si bien, como, él nos dice en sus Cartas, también ésta le ayudó no poco. Como ya hemos indicado, el predicador necesita un cierto grado de cultura, y quien está desprovisto de ella se convierte en presa fácil del error, como justamente enseña el Concilio IV de Letrán: "La ignorancia es madre de todos los errores". Pero por la palabra ciencia no entendemos cualquier aspecto del saber humano, entendemos esa clase de saber que es propio del sacerdote. Es decir, para explicarnos con pocas palabras: el conocimiento de sí mismo, el conocimiento de Dios, el conocimiento del propio oficio. Hemos dicho el conocimiento de sí; y esto porque el sacerdote debe evitar la búsqueda de su provecho personal. De Dios, para conducir a todos a conocerlo y a amarlo. Del propio oficio, para cumplir él mismo en primer lugar, los propios deberes, y después vigilar para que los demás cumplan con los suyos. Si falta en el sacerdote esta clase de ciencia, la presencia de cualquier otra no hará más que inflarlo de orgullo, sin que sirva para ayudar a nada y a nadie.


13

Disponibilidad sin condiciones.

Pero veamos con qué disposiciones de espíritu el Apóstol se dedicó a la predicación. Al respecto, se imponen tres consideraciones. Primera: San Pablo se entregó a la divina voluntad con una disponibilidad sin condiciones. Apenas en el camino de Damasco le alcanzó la llamada de Jesucristo, dio aquella respuesta: Señor, ¿qué quieres que yo haga? ". Y en ese momento toda su vida comenzó a ser para Cristo, como !siempre fue después para Cristo. En el trabajo y en el descanso, en la escasez y en la abundancia, en el honor y :en el agravio, en la vida y en la muerte. No hay duda alguna de que su éxito inmenso en el apostolado fue debido a su completa sumisión a la voluntad de Dios. Por eso, cualquier predicador verdaderamente deseoso de la salvación de las almas, debe igualmente y de modo principal cultivar este sentido de sumisión a Dios, y no tener otra preocupación mayor que ésta. Ni el número de oyentes, ni el éxito visible, ni el fruto obtenido. Su predicación debe aprovechar a Dios, no a él. En segundo lugar, -Para servir a Dios es necesario la máxima disponibilidad para el sufrimiento, hasta el punto de no retroceder ante ningún género de sufrimiento ni de cansancio. También de esto S. Pablo dio un magnífico ejemplo. El Señor mismo había dicho de él: Yo le enseñaré cuánto tendrá que sufrir por mi nombre (23). y S. Pablo aceptó las penas y los sufrimientos con tanta fortaleza de ánimo, que pudo escribir - Sobreabundó de gozo en medio de todas mis tribulaciones (24). Si esta misma disponibilidad para el


14

sufrimiento destaca también en el predicador, con ella se purifica a sí mismo de la debilidad humana, y atrae la gracia de Dios para conseguir abundantes frutos en su trabajo. No podemos ni imaginar hasta qué punto su ministerio será favorablemente acogido y fructuosamente seguido por el pueblo cristiano. En cambio, lo mismo pueden influir ¡en las almas aquellos que, dondequiera que vayan, no buscan más que la comodidad de la vida, y cumplen apenas con sus prédicas, abandonando, cualquier otra forma de] sagrado ministerio, y muestran así estar más apegados al -propio bienestar que al bien de las almas. Por último -y es el tercer punto -, por el Apóstol sabemos de qué manera les necesario para el predicador el espíritu de oración. De San Pablo, la primera vez que fue llamado al apostolado, se leo: Está en oración (25) . En realidad no se consigue la salvación de las almas ni con muchas palabras, ni con doctas disquisiciones, ni con fervorosas peroratas; y si un predicador hace consistir su predicación en estos medios, no es más que Una campana que resuena o, un címbalo que retifie (26). Lo que hace a la palabra humana capaz de ayudar a las almas es la gracia de Dios. El incremento lo pone Dios (27). Y la gracia de Dios no se obtiene ni con el estudio, ni con el arte, sino únicamente y siempre con la oración. Por eso, quien atiende poco o nada a la oración, desperdicia su tiempo dándose a predicar, porque delante de Dios no conseguiría ningún mérito él, ni ningún provechoso que le escuchan.

Doctrina y piedad.


15

Para concluir con pocas palabras lo que hemos expuesto, diremos con San Pedro Darníán: "Al predicador le son sumamente necesarias dos cosas: que sus palabras rebosen doctrina espiritual, que su vida brille con verdadera religiosidad. Y si un sacerdote no pudiese tener las dos, de modo que no fuese rico simultáneamente en doctrina y en santidad de vida, sin duda habrá, de preferirse la santidad de vida a la doctrina... Por medio del buen ejemplo, la santidad de vida vale más que la elocuencia y que la elegancia en el discurso... Por lo tanto, el sacerdote dedicado a la predicación necesita estar impregnado de sabiduría espiritual y resplandecer en su vida con luz religiosa, a semejanza de aquel Angel que, al anunciar a los pastores el nacimiento del Señor, brilló con maravilloso esplendor y expresó con palabras la alegre noticia" (28).

Predicar todas las verdades y todos los preceptos.

Volviendo a S. Pablo, si queremos ver qué temas acostumbraba a tratar en su predicación, los encontraremos todos juntos en una sola frase: No me he preciado de saber otra cosa entre vosotros sino a Jesucristo y éste crucificado (29). Hacer que los hombres progresen cada día en el conocimiento de Jesucristo, y que lo conozcan no sólo por lo que deben creer, sino especialmente por lo que deben vivir, es el objetivo por el que con tanto celo apasionado trabajó siempre S. Pablo. Todas las verdades y todos los preceptos de Cristo, incluso los más exigentes, sin nada callar o desvirtuar, fueron las cosas enseñadas por San Pablo. Habló de la


16

humildad, de la abnegación, de la castidad, del desprendimiento de las cosas terrenas, de la obediencia, del perdón que había de concederse incluso a los enemigos y de otras cosas semejantes Y no temió dejar bien claro que es necesario elegir entre el servicio, de Dios y el servicio de Belial, porque no es posible servir a los dos. Que todos, después de la muerte, habrán de someterse a un juicio tremendo. Que nadie puede pretender mercadear con Dios. Que solo se puede esperar la vida eterna si se observan las leyes divinas. Que si se incumplen estas leyes haciendo concesiones a los placeres, no se puede esperar más que el fuego eterno. Jamb el "Predicador de la verdad" pensó que tenía que omitir estos temas porque podían parecer demasiado duros a quienes lo escuchaban, dada la corrupción de aquellos tiempos. Por eso no ¡se puede de ningún modo aprobar a los predicadores que evitan tratar algunos puntos fundamentales de la doctrina cristiana, para no chocar la susceptibilidad de quienes le escuchan. ¿Desde cuándo un médico da medicinas inútiles a sus pacientes, porque tiene miedo de prescribir las que son útiles? Por lo demás, precisamente en esto el orador sagrado tendrá que demostrar su habilidad, haciendo amables aquellas verdades que de por sí mismas pueden parecer desagradables.

No sirve la sabiduría del mundo.

¿Cómo exponía el Apóstol los temas que trataba? No con palabras persuasivas de sabiduría humana (30). ¡De cuánta importancia, Venerables Hermanos, es profundizar


17

en estas palabras! Desgraciadamente no pocos oradores sagrados olvidan la Sagrada Escritura, los Santos Padres, los Doctores de la Iglesia, los argumentos de la sagrada teología y casi exclusivamente confían en argumentos racionales. Ciertamente pierden el tiempo, porque en el orden sobrenatural no tienen valor los insignificantes argumentos humanos. Hay quien objeta que no se puede dar crédito al predicador que solamente utiliza argumentos de fe. ¿Es que esta objeción puede ser verdadera? Podrá ser verdadera, lo reconocemos, para los no católicos, aun cuando el mismo S. Pablo predicó Cristo crucificado a los griegos, que buscaban la sabiduría y evidentemente la sabiduría del mando. Pero si volvemos la mirada al pueblo católico, incluso los alejados y hostiles a la Iglesia conservan una raíz de fe: tienen la mente ciega porque tienen el corazón corrompido. Por último, ¿con qué espíritu predicaba San Pablo? Para complacer a Cristo y no para complacer a los hombres. Si quisiere complacer a los hombres, no sería servidor de Cristo (31). Su corazón ardía en amor por Cristo y nada buscaba que no fuese la gloria de Cristo. Sería magnífico que todos los que trabajan en el ministerio de la palabra amasen de verdad a Jesucristo, y pudiesen hacer propias sinceramente aquellas palabras de S. Pablo: En comparación con El, todo lo tengo por pérdida (32) y también: mí vida es Cristo (33). Sólo quien arde de amor sabe comunicar el fuego a los demás. Por eso S. Bernardo amonesta así al predicador: "Si eres sabio, demostrarás que eres concha, y no canal" (34). Es decir: esfuérzate por estar tú mismo lleno de las cosas que dices, y no te contentes solamente con comunicarlas a los demás. Por desgracia, como


18

observa el mismo Santo Doctor, hoy hay demasiados canales en la Iglesia, mientras que son escasos los depósitos. Para que esto no se repita en el futuro, debemos tomárnoslo muy en serio, Venerables Hermanos, debemos apartar a los indignos, mientras que debemos formar, guiar, animar a los idóneos. Actuemos de manera que haya muchos predicadores según el corazón de Dios. Jesucristo Pastor eterno, por la intercesión de la Virgen Santísima, Madre del mismo Verbo encarnado y Reina de los Apóstoles, vuelva su mirada misericordiosa hacia su rebaño; y renovando en el clero :el espíritu apostólico, quiera acelerar la multiplicación de quienes se esfuerzan en ser delante de Dios, trabajadores laboriosos y fieles, que saben utilizar dignamente la palabra de la verdad (35). En prenda del favor divino, y en testimonio de Nuestro afecto, impartimos la apostólica bendición, a vosotros, Venerables Hermanos, a vuestro Clero y a todo el pueblo cristiano.

Dado en Roma junto a S. Pedro, en la fiesta del Sacratísimo, Corazón, de Jesús, el 15 de junio de 1917, ano 111 de Nuestro Pontificado.

BENEDICTO XV, PAPA

REFERIMENTOS

1 1 Cor 1, 21


19

2 MC 16, 15. 3 Rom 10, 17. 4 Heb 4, 12. 5 1 Cor 1, 17 6 Rech 6, 2. 7 Rom 10, 15. 8 Hech 13, 2-3. 9 Jer 23, 21. 10 Hech 6, 4. 11 Sess. 5, c. 2. 12 Lc 24, 49. 13 Mt 5, 13-14. 14 2 Cor 5, 20. 15 in 20, 21. 16 In 18, 37. 17 in lo, lo. 18 GILBERM ABAD: In Cant. Canticorum, Serm. VIL 19 Mt 11, 5 20 2 Tim 4, 3. 21 In I Regum, 1, 3. 22 Hech 9, 6.


20

23 Hech 9, 16. 24 2 Cor 7, 4. 25 Hech 9, 11. 26 1 Cor 13, 1 27 1 Cor 3, 6. 28 Fpp. Lib. 1 ad Cinthitim Urbis praeL 29 1 Cor 2, 2. 30 1 Cor 11, 4. 31 Gรกl 1, 10. 32 Filip 3, 8. 33 Filip 1, 21. 34 In Cant. Serm. 18. 35 2 Tim 2, 15.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.