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AAA – PARAL·LEL 2022
from DJ Mag ES #141
Mi primer
Autora: Helena Bricio Fotografía: Elena Garrido / Sara Llobet
La 5ª edición del Paral·lel Festival se celebró en Port del Compte el pasado mes de septiembre.
Después de cuatro ediciones escuchando ese “¿en serio no vas a subir al Paral·lel?”, por fin, este año, he tenido la oportunidad de experimentar esa energía latente que se queda dentro de quienes visitan el festival edición tras edición.
Paral·lel Festival colgó el cartel de sold out a principios de abril, y parece ser que a la comunidad que este festival no le asusta demasiado los cambios de localización, que era una de las novedades de la 5ª edición. Aunque podemos asegurar que el público del Paral·lel es fiel año tras año -pocas personas eran tan novatas como yo- la verdad es que, a una semana del festival, Ticketswap, donde las entradas de reventa del festival no habían durado ni 10 minutos, veía aumentar la oferta de entradas debido a las condiciones meteorológicas que se anunciaban, que auguraban lluvias torrenciales y tormentas eléctricas. Ya lo siento por a quienes el tiempo les amedrentó, porque estoy segura de que se han arrepentido de no haber ido. Personalmente, a mí me vino bien, se quedó una tienda de glamping libre que nos salvó del tener que estar montando y desmontando.
La facilidad para llegar al festival fue una de las cosas que más me llamó la atención. Las lanzaderas al festival salían de las Torres Venecianas, en pleno centro de Barcelona, y en dos horitas y algo -y una de ellas con unas vistas espectaculares desde el autocar- te plantabas en un paraje en el que jamás hubiese pensado que iba a vivir un festival. Según llegamos el viernes por la tarde, acomodamos nuestras cosas en la tienda (transacción bastante rápida y sencilla, cosa que se agradece cuando estás empezando a escuchar la música) y nos fuimos a explorar el terreno al ritmo del ambient de F-On, que abría la quinta edición del festival. Nos llamó la atención que a pesar de que nuestra tienda estaba montada, se notaba que la organización se había esforzado para que aquellas personas que iban cargadas con sus cosas no tuvieran que recorrer otros 40 minutos para montar su camping, algo que, como asidua a “plantar la tienda” también se agradece. Sí, también fue mi primer glamping. No sé si realmente era por el paisaje, por la vibra que se respiraba o por la música, pero enseguida entrabas en una especie de trance tranquilo y en conexión con el entorno que me ha costado mucho encontrar en otros festivales de gran formato, y aunque Félix Beltrán, cofundador del festival, me contó que este año el espacio les había permitido aumentar un poco la capacidad del evento, pude sentir que su lema “música, naturaleza e intimidad”, se mantuvo en todo momento.
Después de abrigarnos un poco y coger el chubasquero - “píllatelo sí, porque nunca sabes, pero eso también es lo guay del pirineo, ¿no? Que nunca sabes el tiempo que va a hacer” me comentaba un “amigo de pista” y asiduo a Paral·lel, del que seguí más de un consejo- nos fuimos escuchando ‘Below Zero’ de Mike Parker pinchado por Sa Pa (tema que se nos quedó ya los tres días en cada conexión neuronal) a coger algo de bebida para ver en primera fila el directo de Pájaro
Dune, siendo testigos de cómo iba cayendo la noche mientras nos sumergíamos en un oasis de magia sonora. El ritmo de la noche fue aumentando progresivamente, sin prisa, para dar paso a un Kanding Ray que consiguó agitar a cualquiera delante y detrás de la cabina con temas suyos como ‘Bitter Keylime’ o ‘Salt and Iron’, pero también con una selección que incluyó a Ness con ‘Interplanetary Fugitives’ o la ruptura rítmica de nthng en el recién salido del horno ‘1 2 Butterfly’.
A la mañana siguiente nos despertábamos a ritmo de Guillam, con un breve recuerdo de cómo había terminado el directo de Shackleton la noche anterior y sorprendidos de haber dormido tantas horas. Bajamos a las duchas y como todo en esta vida, nada podía ser perfecto, y ver a la gente salir mojada y tiritando de las duchas me hizo temer lo que ya me esperaba: agua helada para todas. ¿No querías experiencia en la montaña? Pues ahí la llevas. Aunque me espabiló bastante me pareció un castigo y para el segundo día me aprendí el truco de ir a ducharme en otro momento, cuando hay menos cola y quizá pillas agua caliente (no voy a compartir cual es el truco porque hay que aprender en base a experimentar). Repusimos fuerzas con comida caliente y casera mientras escuchábamos la sesión de Sybil y nos sumergimos de lleno en temas de The Gods Planet o ‘Life Cycle’ de Marcelus pinchado por Refracted, set que para mí fue uno de los que más disfruté de todo el fin de semana.
La verdad que me encantaría poder definir con palabras cada set, pero no puedo, y creo en esa es parte de la magia de Paral·lel, que hay que vivirlo y que cada persona vive un festival distinto al resto dependiendo de cómo conecte con la música en determinados momentos. El segundo día me quedó claro que la experiencia Paral·lel es olvidarse del móvil, las redes, olvidarse de perder o encontrar amigos, olvidarse de con quien estás más que contigo misma y con quien te rodea en cada momento. En mi caso, enganché con los toques
psicodélicos de la sesión de Gigi FM y su cierre a ritmo de ‘Plastic Dreams’ de Jaydee -que se convirtió en una especie de himno de esta edición- ya hasta el final de la jornada o incluso hasta el final del festival.
Del tirón en mi cabeza resuenan ‘Eyes Behind Door’ de Steve Murphy o ‘These Things Will Come to Be’ de DJ Seinfeld del directo cinemático e incluso de banda sonora neo-noir de Vril; breves retazos de una sesión sorpresa de VÂN ANH, que sustituyó a un Peter Van Hoesen atravesado por el monotemático COVID; y una sesión espacial de Jane Fitz dividida en cuatro actos que me dejó rota. No podía dejar de comentarle a mi compinche lo mucho que me sorprendía la capacidad sonora de Fitz, no daba crédito a la mezcla que nos estaba proponiendo, no entendía cómo conseguía solapar y entremezclar tantas capas de sonido mientras ‘Meat Beat Manifesto’ sonaba y aceleraba mis pulsaciones.
La última jornada de Paral·lel comenzó con una sesión conducida por Ulla Straus en directo, pero yo me salté esta clase por aquello de las necesidades básicas de la vida en un camping. A pesar de que a la noche hubiese llovido (que lo escuchamos dentro de la tienda e incluso nos sirvió de nana
para quedarnos dormidos) el sol brillaba con fuerza aquel domingo de cierre. Nos subimos a lo alto de la pista de esquí a escuchar el set de Konduku, que para nosotros fue otra sorpresa, tres horas de temas que nos fundían con el entorno y nos transportaban a lugares desconocidos, una selección que nos dejó con la boca abierta, de principio a fin. También estábamos alucinando con el sonido, porque a pesar de estar bien lejos del escenario la calidad era impoluta, cada detalle se percibía sin esfuerzo y eso es algo que aplaudir siendo conscientes de las dificultades que puede llevar montar un festival en un entorno tan complicado y protegido. Cuatro horas dirigidas por DJ Nobu sentenciaron un cierre de Paral·lel que personalmente no puedo describir. Preguntadle a quién estuviese allí que seguro que tienen mejores adjetivos que yo para contaros lo que viví en aquella pista aserrinada. Dubs percusivos que todavía resuenan en mi cabeza cuando pienso en la sesión: suena la nostalgia del ‘Far Away’ de Fabrizio Lapiana, clásicos de siempre y sorpresas, hasta un inesperado ‘Crispy Bacon’ de Laurent Garnier mientras las nubes y la niebla se fundían con el atardecer rosa y las nubes grises desde el otro lado del escenario. Un instante para coger aire y girar 360º y respirar todo lo que estaba ocurriendo… Nos vemos el año que viene, Paral·lel Festival.