Vaqueros

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COMITÉ EDITORIAL

Federico Terrazas Becerra / Presidente

Enrique Escalante Ochoa

Daniel Helguera Moreno

Luis Jorge Amaya González

Maria Isabel Sen Venero

David Villegas Becerra

COORDINACIÓN INSTITUCIONAL

Daniel Helguera Moreno

David Villegas Becerra

ASISTENTE DE COORDINACIÓN

César Leonardo Quezada Olivera

AUTORES

Paola Juárez

Alonso Domínguez Rascón

Mario Alejandro Domínguez Cruz / Coordinador

FOTOGRAFÍA

Nacho Guerrero

FOTOGRAFÍA DE PORTADA

Martín Ayala

FOTÓGRAFOS COLABORADORES

Martín Ayala / pág. 4, 19, 42, 68, 90, 116, 138, 212, 275, 282, 291, 294, 298 y 312

Octavio Piñón / pág. 111 y 232

PINTURA “Jinete en la llanura”

Isaac Yapor B. / pág. 1

GRABADOS

Riders Across the Centuries, Horsemen of the Spanish Borderlands, drawings by José Cisneros

Las Guarniciones de los presidios de Nueva España por José María Bueno

FOTOGRAFÍAS DE ACERVO

Archivo y fototeca personal de Nacho Guerrero

EDICIÓN

DOBELUESE ATELIER, SAPI de CV

Sagrario Saraid / Publisher

Gabriel Bauducco / Editor

Ofelia Salgado / Correctora

Adán Medellín / Dictaminador

Arturo J. Flores / Dictaminador

Fabiola de la Fuente / Dictaminadora www.dobleueseatelier.com

DISEÑO

DIMESIÓN NATURAL, SC

Santiago Gibert Isern / Dirección de arte e iconografía

Juan Arturo Piña Martínez / Diseño

Danai Espinoza Vicencio / Diseño www.dimensionnatural.com

IMPRESIÓN

SPI, SERVICIOS PROFESIONALES DE IMPRESIÓN, SA de CV www.spi.com.mx

ISBN XXXXXX

Lazada en el ejido Mata Ortiz, Casas Grandes.
Una tormenta se acerca al camino hacia Flores Magón.

INVESTIGACIÓN Y TEXTOS

FOTOGRAFÍA NACHO GUERRERO

PAOLA JUÁREZ
ALONSO DOMÍNGUEZ RASCÓN
MARIO ALEJANDRO DOMÍNGUEZ CRUZ

ÍNDICE

176. La consolidación de Encinillas 44

LA CULTURA VAQUERA

6 0. De las planicies a los murales

69. Lazar, arrear, herrar: el trabajo y las herramientas

76. Guardianes del ganado, conocedores de la naturaleza

83. Vaquero sin reata, botas, sombrero ni cuarta, mal rayo lo parta

96. El que del campo viene, comer quiere: la gastronomía vaquera

101. Celebraciones vaqueras, jolgorio y parranda

112. Los ritmos del rancho

113. Para cerrar el lazo

EL INICIO: VAQUEROS, HERENCIA NOVOHISPANA

144. Una expansión prodigiosa

149. Los primeros vaqueros

163. Los poderosos capitanes de Tierra Adentro

172. La familia del Hierro y la hacienda presidio La Concepción

173. Lope del Hierro, el gran heredero

EL VAQUERO MODERNO

208. El origen de un ícono

214. Los vaqueros y sus características

215. Barbacoas y otras delicias

220. Enfrentamientos con los apaches

227. Los pasatiempos

227. El vaquero en los albores del siglo XX

233. La vecindad con Estados Unidos: del vaquero al cowboy

242. El giro inesperado

243. Un toque estadounidense

249. El vaquero contemporáneo de Chihuahua

253. Feliciano Márquez y las vacas de todos colores

256. Héctor Manuel Quezada Calderón, con las chaparreras puestas

260. Una mujer vaquera

261. Vaquero universitario

NUEVOS BRÍOS

Abrevando en un arroyo de San Juanito, Bocoyna.
Llanura de Gallegos, Ahumada.

PRESENTACIÓN

Cinco lustros han transcurrido desde el comienzo de la Colección Editorial GCC.

Realizar un tributo a la riqueza de estas tierras norteñas que vieron nacer a la empresa y la gente que las habitan, ha sido la idea que nos impulsa desde el comienzo. Por medio de estos libros es posible tener un panorama completo del estado de Chihuahua, así como de la riqueza e intercambio cultural que naturalmente se ha desarrollado entre el norte de México y Estados Unidos, en donde GCC continúa creciendo. El Comité Editorial encabezado por el Presidente del Consejo de Administración –licenciado Federico Terrazas Becerra– pone especial interés en investigar la herencia e intercambio cultural de Chihuahua con Estados Unidos, que hoy hospeda una parte importante de las operaciones de nuestra empresa, orgullosamente chihuahuense.

Vaqueros, Herencia Cultural de Chihuahua, hace referencia puntual a hechos históricos, así como datos confirmados que apuntan y dan luz sobre el origen del vaquero, esa figura que dio vuelta al mundo a través de las películas de Hollywood sobre el viejo oeste, pero que antes de consolidarse en los Estados Unidos, existió y fue esencial para el desarrollo

social y económico del Norte de México. Sin duda, para todos los que lean estas páginas –y particularmente para los Chihuahuenses, será inestimable hacer un recorrido visual a través del lente privilegiado de fotógrafos como lo es Nacho Guerrero, por las llanuras del estado grande y recorrer siglos de historia, hasta los rodeos prehispánicos. Lo harán acompañados de la pluma y prosa de Alonso Domínguez, Mario Domínguez y Paola Juárez quienes nos presentan el pasado, presente y futuro de esta herencia cultural, junto a un paseo por su impacto cultural y económico en nuestra vida cotidiana.

Para GCC, en esta, su vigésima octava edición de la colección editorial, se hace patente su compromiso de mantenerse orgulloso de su tierra, origen y patrimonio cultural. También estrechar y abrazar los aspectos históricos y sociales en los que coincidimos con nuestros estados vecinos: una identidad que nos une a través de una huella geográfica que atraviesa fronteras, tan amplia como lo es la de nuestra empresa y tan diversa como la de nuestra gente. Al final hay tanto en común, a través de un legado compartido, que nos hace un sólo GCC.

Primera presa del río Conchos, entre Bocoyna y Carichí.

PRÓLOGO

¿Somos lo que hacemos? ¿Acaso nuestras actividades, costumbres y conocimientos nos definen? ¿Es el comportamiento lo que moldea la personalidad y extiende líneas que dibujan nuestro destino? Prepárense para transitar los callejones de la historia porque sólo así, echando un ojo al pasado, comprenderemos el nacimiento de una estirpe capaz de sostenerse en el tiempo, crear un legado reconocible en el mundo entero y heredar a las generaciones futuras una identidad poderosa. Los vaqueros forjaron su presente atravesando infinitas vicisitudes y supieron sobreponerse a ellas una y otra vez, pero no fue fácil.

En su travesía a lo largo de los siglos, no sólo enfrentaron aquello que ya conocían –como la ferocidad de la naturaleza que marcaba ciclos ineludibles en sus vidas–, también le pusieron el pecho a transformaciones sociales que cambiaron el relato de la humanidad.

Cuando los europeos llegaron a América, encontraron civilizaciones cuyo desarrollo no era igual al que ellos conocían, pero resultaba equiparable. Entonces comenzó un proceso complejo y enriquecedor que aún no termina; una fusión sin precedentes. Las relaciones que pronto surgieron entre locales y foráneos, crearon un escenario social íntegramente nuevo en el que no todo era felicidad. Sin embargo, aquellos que nos precedieron, encontraron el camino hacia la paz y la prosperidad.

Los habitantes de este continente llevaban a cabo prácticas de caza que los españoles desconocían; pero los extranjeros trasladaron consigo animales inimaginados aquí. Así es que vacas y caballos fueron la clave para el nacimiento una nueva forma de caza que terminaría por crear una cultura completa: los vaqueros. No sólo se trata de un trabajo, sino de una forma de ser.

Lo que siguió fue una expansión que, aunque con buenos y malos momentos, resultó prodigiosa. Ese fenómeno no puede ser narrado sin hablar del norte mexicano y el tesón de su gente. Establecidas las bases de una cultura nueva y sus características propias, los vaqueros emprendieron involuntariamente una tarea que aún sigue vigente: esparcir fascinación entre quienes los conocían. Las artes, en casi todas sus representaciones, se convirtieron en testimonio de esta grandeza.

De la mano de tres historiadores, este libro recorre la epopeya de la ‘patria vaquera’; desde los alimentos y la vestimenta hasta las costumbres de una economía boyante, pasando por sus orígenes y su evolución, para llegar al presente icónico. También aporta incontables datos que dejan en evidencia un motivo de orgullo: los vaqueros, son herencia cultural de Chihuahua.

Gabriel Bauducco Editor

Mural de la Ganadería, de Leandro Carreón Nájera, 1950.
Laguna de Santa María, Ascensión.

LA CULTURA VAQUERA

¡Cuéntame una de vaqueros! Esa frase tan popular en el norte de México describe la reacción de alguien que cree que están mintiéndole. ¿Por qué? Porque lo que le cuentan suena extraordinario, épico, irreal. Es que... ¿acaso hay algo más extraordinario, épico y casi irreal que la historia de los vaqueros?

La cultura de masas ha contribuido a que ellos se convirtieran en figuras legendarias, asociadas a la libertad, el valor y el arrojo. Se erigieron en símbolos de autoconfianza y espíritu intrépido; algo que el cine y la publicidad supieron capitalizar. Desde comerciales de cigarros –donde aparecen arreando ganado o montando a caballo y fumando en actitud desenfadada, entre paisajes bucólicos–, hasta las películas western de Hollywood, protagonizadas por John Wayne o Clint Eastwood, ellos son eje de un sinfín de na-

rraciones. Y cómo no, si esas películas están llenas de escenarios hermosos y personajes carismáticos que se baten a duelo luchando contra la injusticia, mientras suena la fabulosa música del inolvidable Ennio Morricone. Todo ello ha propiciado que, en el imaginario colectivo, persista una visión romántica y heroica del vaquero. Sin embargo, hay un hecho indiscutible: ese cowboy norteamericano no existiría sin la herencia de la tradición hispano-mexicana. Es precisamente en estas tierras donde aprendieron a cuidar del ganado, la forma de domar animales broncos, hacer y usar reatas, hierros de marcaje y muchas prácticas más. Esa influencia puede percibirse, también, en el uso de su vocabulario plagado de términos en español o variantes de este: lariat, para reata; chaps, para chaparreras; buckaroo, una mala pronunciación de vaquero.

Los ranchos de Chihuahua se caracterizan por sus grandes extensiones. Vaqueros en la hacienda Corralitos, Casas Grandes.

Esa herencia es innegable, como lo es también que los préstamos culturales son recíprocos. Del lado sur de la frontera puede verse la influencia del southwest estadounidense hasta el punto en que, a veces, resulta difícil distinguirlos. Cuando un elemento es tomado de otra cultura, con frecuencia es modificado, adaptado y reinterpretado de diversas maneras, a medida que se integra a la nueva1. El vaquero se ha convertido en un símbolo de la identidad regional de Chihuahua y su figura está presente en muchas expresiones culturales, como la moda, las artes, la música, la literatura y el entretenimiento. Todo eso gracias a su enorme capacidad alegórica de fomentar el orgullo local.

De las planicies a los murales

Vaqueros “de asfalto” o vaqueros “de banqueta” son términos utilizados para identificar a aquellas personas que sienten afinidad por la cultura de los vaqueros, aunque no estén vinculadas con ninguna actividad ganadera o de campo, pues residen en la ciudad. Esta afinidad se demuestra sobre todo en la manera de vestir, al incorporar sombreros, botas de cuero y pantalones de mezclilla, como una forma de expresar su gusto por el estilo, aunque también se identifican con la música y el entretenimiento propio de ese oficio. Hoy en día muchos se autodenominan vaqueros, como una forma de alinearse con su estética y valores. La cultura vaquera se extiende más allá de aquellos que se dedican a la ganadería, sino que el concepto refleja la diversidad de interpretaciones y apropiaciones culturales que pueden surgir en torno a una figura icónica2

En Chihuahua esto puede verse en todas partes. Su estética se replica en restaurantes y negocios. Se manifiestan detalles alusivos, como caballos y herraduras, en las rejas y buzones de las casas, y en calcomanías para los autos. Las reses, los caballos y los vaqueros se encuentra en estatuas y monumentos.

Hay un hecho indiscutible: ese cowboy norteamericano no existiría sin la herencia de la tradición hispano-mexicana.

Ejemplo del vaquero en el arte es el mural Ganado de Don Eusebio Ramírez Calderón pasteando (1940), de José Aceves, quien tiene varias obras alusivas al tema y se encuentra en el edificio de la Tesorería Municipal de la ciudad de Chihuahua. En el texto descriptivo que Aceves inserta en el muro, hace mención a un hombre del siglo XVIII dedicado a la política, la minería y la ganadería en la región. En el paisaje campirano hay casi media centena de cabezas de ganado pastando tranquilamente en las planicies de Chihuahua, mientras los vaqueros conversan, despreocupados, cuidando los animales de Ramírez Calderón3. Esta obra es célebre por haber servido de portada a uno de los libros más populares de Chihuahua: Crónica de un país bárbaro, de Fernando Jordán. Se trata de un texto que afirma que los chihuahuenses poseen voluntad y fuerza, como sus grandes cualidades… y que el sentido de la libertad y cierta agresividad, para conseguirla o mantenerla, está presente casi de manera natural en ellos. Todo eso, debido a la tierra agreste que habitan. Ese material ha sido uno de los pilares de un discurso de perseverancia: los “vencedores del desierto”, o la exaltación de un supuesto espíritu independiente, autosuficiente, valiente, indómito y criollo del “norte bárbaro”. Ese concepto mantiene paralelismos con el Wild West y los discursos de Jackson Turner, respecto a la frontera en Estados Unidos. Esa misma idea de que los pioneros, en su movilización al oeste, ganaron terreno a la naturaleza y a la barbarie es muestra del carácter emprendedor que domina las hostilidades y da pie a la expansión de la civilización.

Otro mural alusivo es La ganadería, obra de Leandro Carreón4, fechado en 1950 y ubicado en la terminal de Ferrocarriles Nacionales de México, en la ciudad de Chihuahua. Al centro, un semental de cuernos largos divide la pieza en dos. A la izquierda –el pasado–, el ganado criollo traído por los españoles, con el Cerro Coronel de fondo y algunas actividades vaqueras, como el herraje y la lazada. Allí también están “El Mocho”, con la mano levantada, y Juan Carrillo, ese del caballo colorado. En la época contemporánea –a la derecha–, se encuentra de fondo el Cerro Grande, ganado Hereford y personajes como Eleuterio, Anastasio y Alejandro Prieto García; Teófilo y Cleofas Borunda y Fili Barrio, el caporal5

En Palacio de Gobierno de Chihuahua se encuentra un mural de Aarón Piña Mora6, de 1994, que recrea las extensas y verdes praderas de Chihuahua. En esa representación, las reses pastan apaciblemente bajo la mirada vigilante de los vaqueros. Allí también se detalla la indumentaria y equipamiento de la gente de campo del norte del país y se distinguen las distintas razas de ganado7

En el arte callejero puede encontrarse el mural Vaquero de asfalto, ubicado en la pared sur de la parte canalizada del río Chuvíscar. Allí, un vaquero monta un toro como en un rodeo, pero dentro de las calles transitadas de un paisaje citadino8

Además de muralistas, existen otros autores que han plasmado a los vaqueros chihuahuenses en sus creaciones. Tal es el caso de William Heribert Dunton9, que tiene una vasta obra en torno a los vaqueros del norte de México y sur de Estados Unidos. Un ejemplo local es la Hacienda San José de Babícora10

LA CULTURA VAQUERA

Mural de la Ganadería, de Aarón Piña Mora, 1994. Palacio de Gobierno de Chihuahua.
Los guantes, siempre necesarios para el trabajo rudo en el rancho Las Tunas Cattle Co.

(1919) donde aparecen dos vaqueros lazando osos, que da testimonio de cómo solían cazar depredadores. También pueden mencionarse los múltiples dibujos de José Cisneros11, considerado por muchos el artista gráfico más destacado de la frontera entre México y Estados Unidos. Cisneros ha contribuido en la ilustración de alrededor de trescientos libros sobre historia regional.

En Chihuahua, tierra de los vaqueros, el arte ha encontrado un lienzo perfecto para rendir ho -

menaje a la rica tradición ganadera. Estas obras llenas de color capturan la esencia de un estilo de vida que ha perdurado por siglos. En sus pinceladas y trazos se plasmó la valentía, el coraje y la conexión profunda entre el hombre y la naturaleza. No sólo embellecen los espacios públicos, sino que también mantienen la memoria de los vaqueros y su legado en la historia. Es una forma de mantener viva una tradición arraigada en la identidad de la región.

Lazar, arrear, herrar: el trabajo y las herramientas

La figura del vaquero se ha convertido en un símbolo de independencia, autonomía y libertad. Es ágil, fuerte, valiente; debe tener resistencia a la fatiga para trabajar bajo condiciones climáticas adversas; poseer conocimiento en el manejo de armas; habilidad en la doma y monta de caballos; destreza en el rodeo y arreo de ganado, dominio del lazo y, además, ser

propenso a la austeridad. Su oficio es la exaltación de la fuerza viril en el sometimiento de bestias. También hay satisfacción y orgullo por la capacidad de saber lidiar animales salvajes. Eso le dio al vaquero un sentido de excepcionalidad, como si algunos de esos rasgos broncos se le transfirieran a él.

Las actividades del vaquero se han modificado con el paso del tiempo de acuerdo con el contexto histórico, la tenencia de la tierra y las innovaciones tecnológicas, pero –invariablemente– sus labores han

Arreo en el rancho El Gallego, Ahumada.

sido: arrear, llevar a cabo el rodeo anual y herrar al ganado; supervisarlo mientras busca los mejores pastos, evitar que las reses se vayan a tierras ajenas, que coman hierbas venenosas o beban agua contaminada; protegerlo de los peligros (depredadores o abigeos). Desde luego, también rescatar animales cuando caen en barrancos o atolladeros, resguardar a la manada del mal clima, cuidar heridas y enfermedades. Y, por si fuera poco, conservar el rancho en buenas condiciones levantando cercas, reparándolas, excavando pozos, acequias y hasta fabricando herramientas12

Desde finales del siglo XVI, el ganado traído por los españoles se adaptó muy bien a la región. Proliferó tanto que vagaba libre por los campos, las reses eran valiosas sobre todo por su piel y sebo porque con ello se elaboraba ropa, herramientas, velas y demás enseres. En aquel entonces el método que se consideraba más práctico para matar al ganado y hacerse de sus productos era la desjarretadera o cuchillo de medialuna. El vaquero posicionaba el mango del cuchillo debajo del brazo para darle estabilidad mientras montaba a caballo, sostenía la filosa hoja a poco más de medio metro del suelo y daba caza al animal.

La desjarretadera cortaba los tendones de las patas provocando que cayera sin posibilidad de levantarse, luego el jinete cortaba la médula espinal detrás de la cabeza de la res y se disponía a desollarla, para luego procesar la piel; la carne frecuentemente se dejaba para pudrirse. Para evitar que las reses fueran a agotarse con la matanza masiva se tomaron algunas medidas, como prohibir a los vaqueros no españoles ser propietarios de caballos; lo que no impidió que siguiera habiendo vaqueros negros, indios y mestizos. Se prohibió so pena de fuertes castigos, multas y latigazos a quien se le descubriera llevando a cabo esta práctica; en casos recurrentes incluso el destierro; no obstante, continuó por mucho tiempo, sobre todo por parte de ladrones de ganado13

Los primeros vaqueros usaban para el trabajo de pastoreo una lanza puntiaguda llamada ‘orgarrocha’. Así conducían al ganado a un lugar donde se clasificaba y separaba. El lazo sustituyó gradualmente al cuchillo de desjarretar como el método principal de trabajo de los vaqueros y algunos otros de sus implementos también sufrieron modificaciones, como las sillas de montar que originalmente no tenían astas. En aquel tiempo, en las faenas del vaquero, la reata se sujetaba al cincho u otra parte de la silla. Este proceso de adaptación inició a partir de la silla de montar de guerra española, que era muy pesada y daba estabilidad, a diferencia de la silla jineta de los moros, que era más pequeña y ligera y con estribos más cortos. El vaquero aprendió que los estribos más largos le permitían montar más cómodamente con las piernas rectas. Probablemente las que mejor funcionaban eran la silla de trabajo

española y la silla charra14. Cuando los vaqueros comenzaron a hacer sus propias sillas, adaptaron elementos de los diferentes estilos para sus actividades y desarrollaron habilidades de talabartería. Estas piezas eran muy costosas y pesaban entre 15 y 18 kilos. Como parte de las modificaciones, en la zona delantera se le implementó un cuerno forjado en acero y recubierto de cuero, que funcionaba como ancla en la que se sujetaba la cuerda con la que el vaquero intentaba dominar a los animales. La silla era de uso muy personal pues, con su desgaste cotidiano, solía tomar la forma anatómica de su dueño, por lo que era incómoda para alguien más15.

Desde los albores del siglo XVII, los largos recorridos en los que se movilizaba al ganado se volvieron comunes, ya que era trasladado desde los enormes ranchos del norte para ayudar a alimentar a la población de diversas ciudades del virreinato. Las habilidades del vaquero con el lazo destacaban cuando se trataba de conducir manadas numerosas. Para ello, utilizaban de distintas manufacturas: crin de caballo trenzada o de cuero, como las que se siguen fabricando artesanalmente en distintos lugares del norte de México; por ejemplo, en Satevó. Justo en esa comunidad ganadera radica Eleazar Mendoza –vaquero y hombre de campo nacido en 1955–quien narra el proceso de elaboración: “Luego de matar a la vaca, uno salaba el cuero. Si no era sal de cocina, le echaba de esa de granitos y la envolvía. Se dejaba reposar toda la noche y al otro día lo sacaba y extendía al sol. Es que si no se extiende se arruga mucho. Para que quedara bien tirante le poníamos un palo, como un cuadro, y un clavito aquí y allá,

para que estuviera tirante. Se hacían sogas pa’ lazar, y las tiras más delgaditas que se secaban, las remojábamos para que se hicieran blanditas y poder trabajarlas. Usábamos una tarabilla, era un palo largo con un agujerito y un clavito. Ahí le estábamos dando vuelta y vuelta. Eso era de muy antes. Tenía que hacerlo, de perdida, en cuatro hilos para una soga. Cuando ya tenía los cuatro, entonces le daba vuelta al torcido y ya quedaba como una cuerda de las que hacen ahora de nailon, pero estas eran más resistentes. Además, no había otra manera, no había venta de tanta soga”16

La medida tradicional de una reata para lazar es de nueve brazadas y su confección requiere de mucho trabajo y al menos dos personas para el proceso. También había lazos de otros materiales y grosores, para propósitos diferentes. Los mecates, hechos de distintas fibras vegetales endémicas como los ‘tasoles’ (punta de la caña de maíz que sirve de forraje), también podían ser de maguey, sotol o ‘soco’.

De la crin de caballo también se hacen ‘levantadores’, que son los amarres que los animales llevan en la cabeza. Se utiliza la crin porque es más fina y no pica; la de la cola, en cambio, como es cerda más gruesa se usaba para los cabestros17. Exactamente lo mismo se utiliza para fabricar bozales para los caballos en proceso de amansado.

El cuero es el material más utilizado en la vaquería. Con él también se elaboraban angarías18 o angarillas, que sirven para transportar materiales a lomo de caballo o mula. Se fabrican con varas de membrillo que se flexionan y utilizan como estructura para tejer tiras de cuero y formar una especie de canasta. Otras LA CULTURA VAQUERA

piezas de cestería se hacen con fibras de sotol, como los conocidos wares de la cultura rarámuri.

La fabricación de sus propias herramientas es una labor que demuestra la autosuficiencia del vaquero, pero también evidencia la capacidad de aprovechar con creatividad los recursos disponibles.

No es fácil comprender por qué ciertas tradiciones persisten prácticamente sin cambios, mientras que otras mutan o desaparecen. Son tres factores los que explican la supervivencia de las artes y manualidades del vaquero. En primer lugar, la tradición debe seguir siendo una parte integral de la vida cotidiana para sobrevivir. Eso no se ha perdido. En segundo lugar, la artesanía debe conservar su función utilitaria. Por último, seguir satisfaciendo las demandas estéticas de las personas que mantienen la tradición, haciéndolo de una manera en la que su contraparte de la cultura popular no puede hacerlo19

Guardianes del ganado, conocedores de la naturaleza

Una de las labores importantes del vaquero era cabalgar diariamente junto con el ganado, para cuidarlo. A veces se recorrían muchos kilómetros en busca de los mejores pastos. Actualmente, en regiones montañosas, se emplea a un vaquero por cada 100 o 200 cabezas de ganado. En las planicies pueden llegar a ser hasta 500 cabezas por cada vaquero. Bajo el mando de caporales, los vaqueros suelen trabajar en parejas que se reparten en estancias, creadas al tomar en cuenta el acceso al agua y el abasto de forraje.20

El buen vaquero sabe reconocer a los animales y, por cierto, los animales lo reconocen a él. Ellos pueden identificar cuándo falta alguna res, porque el ganado se junta por grupos de parentesco. Los hombres de campo identifican a las vacas parturientas, que suelen esconderse cuando se acerca el nacimiento. Aunque regularmente se les encuentra en su querencia (lugar favorito), es bastante usual separarlas para estar pendientes por si requieren ayuda.

Los jinetes también necesitan permanecer atentos a que su ganado no coma plantas venenosas, como la hierba locaque provoca que los animales se asusten hasta de su sombra. En ese sentido, el vaquero es un poco veterinario y curandero.

En los ranchos todavía se utiliza un remedio ancestral hecho a base de ajo y alcohol, que se fermenta por dos o tres meses. Así lo guardan para aliviarse de las mordeduras de las víboras. Se utiliza también como vacuna anual para prevenir enfermedades propias del ganado. Aunque es preciso aclarar que, desde luego, este texto no constituye, de ninguna manera, una recomendación medicinal.

Otra costumbre vaquera para tratar los golpes y heridas es el tuétano. “Se metía en un frasquito para cuando llegaba a pasar un accidente, lo untabas en el machucón –dice Eleazar Mendoza–. Nada menos ayer lo usamos con un macho, un macho bruto. Le pusimos la amarra pero forcejeó mucho y se pegó en un ojo, amaneció inflamado. Le llevé tuétano para curarlo. Luego, luego le unté, se lavó bien el ojo y le puse alrededor y hasta babeó… También sirve para uno. Cualquier golpe se lo saca. Se conserva con alcohol, aguanta mucho”21.

Si los vaqueros sufrían heridas o enfermedades, ellos mismos debían curarse pues casi nunca había médicos cerca. Los desgarros sólo se lavaban con agua, los jirones se cortaban con cuchillo, que era también útil para extraer balas o puntas de flecha, en el tiempo en que se enfrentaban a distintos grupos de nómadas hostiles. Las hemorragias se detenían por cauterización con hierro al rojo o con pólvora y no había más anestesia que atontarse con aguardiente.

Para las mordeduras de serpiente, picaduras de araña, alacranes o escorpiones, se utilizaba una gran variedad de ungüentos de raíces, hojas, flores, semillas, frutos22. Entre los que aún se utilizan en Chihuahua se encuentran el “unto de víbora”, que es grasa de ese animal que se derrite en la lumbre, se escurre y se pone en un frasquito. A decir de Eleazar, sirve para todo: “Yo la uso hasta para los caballos, cuando los mata uno del lomo”. Es decir, cuando se les hacen ampollas por las monturas. “Cuando uno los usa mucho, se les hace una ‘pelonada’. Entonces lo frota, los deja de ensillar unos tres o cuatro días y se componen”.

Otras plantas, como la hierba de la víbora, eran utilizadas para resfríos. El gordolobo y la gobernadora para problemas en las vías urinarias.

Estafiate para dolores de estómago. Y las prácticas de la medicina ancestral continúan vivas incluso de formas insospechadas: algunos vaqueros cazan zorrillos porque dicen que su carne alivia la bronquitis y otras enfermedades respiratorias.

El oficio vaqueril es peligroso. Además de las enfermedades, es propenso a accidentes. Es común entre ellos la falta de algunos dientes a causa de una

coz (patada de equino), así como la pérdida de dedos por algún incidente al manipular reatas.

“Hice una tontería con un macho. A la buena que lo traía ‘maniado’, porque era muy rebelde. Entonces, ocurrente de mí, le tiré la soga y no me fijé que traía lazada yo la otra punta. O sea, lacé al macho y me lacé yo al mismo tiempo… ¿Pues no me trae ahí por todo el monte, arrastrando?

Aguanté hasta donde pude, pero era muy canijo el macho, aunque estaba ‘maniado’. Cuando ya no pude, me agarré de la soga y dio vuelta en un mesquite. Ahí, como pude me torcí hasta que lo enredé y me pude soltar. Pero eso fue una tontería mía...

Me raspó todo nomás”, recuerda Eleazar23

Las múltiples actividades del vaquero requieren de su inseparable compañero: el caballo. Por ello, parte de sus habilidades estaban enfocadas en domar a estos animales, para lo que hay técnicas muy diversas. “De primero se los agarraba uno muy matrero: libres, libres en la sierra. Los lazaba y luego ya se los pegaba a otro animal mansito, para hacerlo llegar hasta dónde quería. El animal mansito lo ayudaba a uno a jalar al otro. Había que procurar que estuviera más pesado que el que iba a amansar. Se lo mecateaba unos días y lo traía al corral y ahí lo amarraba. Tenía que amarrarlo del pico, porque si lo amarras del pescuezo se ahorca. Entonces, él mismo se jaloneaba, pero poco a poco iban reconociendo. Luego, ya cuando lo montaba, si necesitaba, le pegaba con una maderita. Luego ya podía trabajar con él”, dice Eleazar24. Los vaqueros desarrollaron un lenguaje de comunicación con el caballo: movimientos corporales, voces, sil-

LA CULTURA VAQUERA

La fabricación de sus propias herramientas es una labor que demuestra la autosuficiencia del vaquero, pero también evidencia la capacidad de aprovechar con creatividad los recursos disponibles.

Tablero de herramientas en la hacienda Corralitos, Casas Grandes.

bidos. También con la rienda, las espuelas, la cuarta y el uso del freno. Todo eso le transmite órdenes para poder realizar trabajo en el campo.

Señalar a los animales es otra tarea del vaquero; es decir, realizar unos cortes a las orejas con la marca distintiva del propietario. Esto no tiene valor legal, más bien se trata de una forma de identificación del ganado entre comunidades vecinas. Desde hace unas cuantas décadas, esta práctica está siendo reemplazada por el uso de aretes. Salvador “Bibi” Borunda es un vaquero de tercera generación –oriundo de El Sauz– y participante de rodeo profesional desde los años sesenta. “Cuando estaba chamaco fui a un rancho con mi tío Filemón Barrio. En ese lugar se herraban dos mil becerros. Dos muchachos pialando a caballo y abajo cinco parejas. ‘Pérense’, —dijo mi tío y vio el reloj—. ‘¡Arránquense!’: cien becerros herramos en una hora. Ahí se herraban 1,200 hembras y ochocientos machos, todos los años. Mi tío administraba el rancho de los Laguette. Y la gente estaba contenta. Había dos cocineros y el campo muy bonito. Ahorita ya es muy diferente, ya los ranchos se mantienen casi solos. La mayoría se fueron, se salieron para Chihuahua u otras partes. Ahora los que se encargan son casi puros tarahumaras. Pero así es… Don File Barrio fue el que compuso la canción

Los 500 novillos ” 25 .

En el proceso del herraje “calienta uno el fierro, junta uno boñiga de los mismos animales, y ya le prende. Entonces pone allí el fierro para que se ponga como rojo.

Pero no mucho si son poquitos animales, para que no le vaya a levantar el cuero. Yo acostumbro ponérselo en la palomilla, en la nalguita. A veces se les unta poquito aceite quemado nomás para que proteja el cuero de los moscos y ya. Cuando hay que capar animales, se desinfecta bien la navaja. La afila, castra al animal y le pone agua hervida con sal y árnica. Le lava bien y ya, eso lo ayuda”, cuenta Eleazar Mendoza 26.

Habría que visualizar el corral en tiempos de rodeo y herradero: todo agitación y algarabía; imaginar el olor, el ruido de las vacas angustiadas separadas de sus crías, los mugidos de las reses, el relinchar de los caballos, los gritos y silbidos de los vaqueros, el crepitar del fuego donde se calientan al rojo vivo los fierros de herrar. Todo a la vez: el mundo del vaquero.

El número de vaqueros ha disminuido y con ello se desvanece un estilo de vida que una vez floreció en el norte de México. Sin embargo, en medio de los cambios y avances del mundo moderno, es importante recordar que sus habilidades continúan siendo relevantes en muchas comunidades ganaderas donde su legado trasciende generaciones.

Vaquero sin reata, botas, sombrero ni cuarta, mal rayo lo parta

Como el hábito hace al monje, las botas y el sombrero hacen al vaquero. La vestimenta no sólo constituye una necesidad que debe satisfacerse, sino la forma de hacer patente la posición que se tiene en la sociedad. La ropa, además de servir como cubierta, es en cierto sentido una extensión simbólica del cuerpo, pues ejemplifica muchos aspectos individuales de las personas. También habla de la sociedad, de su idiosincrasia y nos muestra los elementos que son importantes en una cultura, de qué manera vive su gente y cómo se desenvuelve en un contexto histórico, laboral y geográfico27

El traje vaquero combinaba lo utilitario con lo decorativo y se adecuaba a las necesidades de su oficio. Ya que la mayor parte del tiempo la pasaba a la intemperie, requería protegerse del sol, el viento, la lluvia, el roce con la maleza y el contacto con vacas y caballos. Debía ser resistente, pero permitirle libertad de movimientos.

La vestimenta de los primeros vaqueros era una mezcla de los estilos usados por los españoles con los de la población nativa. Tomaron elementos de la indumentaria de diferentes herencias culturales. De los jinetes más famosos del septentrión novohispano, –los Dragones, soldados que resguardaban la frontera– tomaron la cuera: una prenda larga y sin mangas, elaborada de hasta siete capas de cuero, que era capaz de resistir flechas y embestidas de lanzas o cuchillos. Estaba rematada en los bordes con una

costura fuerte y ceñida al cuerpo con un cinturón. Era muy pesada –alrededor de 10 kilos–, pero garantizaba protección, además era impermeable. Una especie de chaleco armadura.

Los vaqueros norteños recibieron la influencia del charro de las regiones del centro y bajío de México. El traje de charro evolucionó a partir de ricas sedas, terciopelos y adornos de plata, que eran preferidos por los terratenientes mientras salían a caballo para inspeccionar sus propiedades. Sus prendas se adaptaron a las necesidades requeridas para montar. El vestuario del vaquero era mucho más sencillo y variaba según el terreno, pero les tomaron prestado el poncho o sarape –que también utilizaban como cobija, cama o sombra– y el sombrero de ala ancha, cuyo diseño influenció a los primeros sombreros de vaquero en Estados Unidos. Ese sombrerón mexicano, pesado, ancho y con una banda de cuero que cubría la base de la copa, se adecuaba perfectamente a sus necesidades, pues, además de ser estético y de buena calidad, debía servir incluso para atizar fuego o recoger agua28. Ese fue usado por los vaqueros mexicanos hasta los primeros años del siglo XX, como puede ser apreciado en fotografías y pinturas de la época.

El típico sombrero vaquero que se conoce hoy, comenzó a difundirse a partir de 1865, al final de la Guerra Civil en Estados Unidos y fue diseñado por John B. Stetson, el famoso Boss of the plains. Tenía una corona alta, esa particularidad que al inicio le pareció ridícula a muchos, pero que resultó muy práctica debido a que proporcionaba aislamiento en la parte superior de la cabeza. Era de fieltro, ligero

LA CULTURA VAQUERA

El traje vaquero combinaba lo utilitario con lo decorativo y se adecuaba a las necesidades de su oficio. Ya que la mayor parte del tiempo la pasaba a la intemperie.

Wesley Wallace en la hacienda Corralitos, Casas Grandes.

e impermeable, tanto, que podía usarse para captar agua y sus anchas alas curvadas para dirigir el líquido a la boca para beber. Además, en el interior tenía una cinta absorbente que evitaba que el sudor entrara en los ojos. Resultó tan práctico y estético, que se hizo muy popular y se convirtió en el sombrero vaquero por excelencia29. De su uso en Texas y el oeste estadounidense, pasó a las tierras norteñas mexicanas. Hoy puede encontrarse una gran variedad de marcas, colores, formas y materiales, como fieltro, palmilla, cuero, etc. Los vaqueros personalizaban sus sombreros con adornos, tiras de cuero, lazos hechos de crin de su caballo u otros objetos significativos. Era una de sus posesiones más preciadas, ya que dura mucho tiempo. Resultaba tan importante conservarlo, que se decía que si un hombre perdía el sombrero, era como si perdiera a la mujer y no le importara30.

En febrero de 1912, F. Warner Robinson describió al vaquero del norte de México para la revista Scribner’s. “Su vestimenta consiste en una chaqueta corta hecha de algún material barato y grueso, generalmente de colores, y pantalones ajustados que se ensanchan en la parte inferior lo suficiente para permitir un fácil movimiento de los pies. Por la costura exterior de sus pantalones corre una amplia franja de tela brillante. En lugar de cinturón, lleva una faja que se envuelve alrededor de su cuerpo varias veces con los extremos metidos dentro. Siempre es de algún color brillante, generalmente rojo o azul. Su sombrero, por supuesto, se había convertido en un accesorio indispensable de su vestimenta, a menudo con una extensión de tres pies de ala, que se inclina en un ángulo atrevido con una corona cónica. Está

hecho de paja trenzada y está adornado con bandas de colores brillantes. En el rancho siempre lleva consigo su amado sarape, que parece indestructible. […] Su calzado es casi risible, porque en lugar de las elegantes botas de tacón alto usadas por los vaqueros estadounidenses, usa el zapato charro, que tiene un tacón bajo, una suela delgada y muy puntiaguda en la punta. Por lo general, no lleva pañuelo alrededor de su cuello, y sus chaparreras se ajustan al muslo y se abren en la parte inferior como sus pantalones”31

Muchos de los implementos eran hechos de cuero, las cubiertas de estribo, las alforjas, la reata y muchas cosas más que algunos vaqueros confeccionaban por sí mismos. Para protegerse de espinas y matorrales mientras cabalgaban en un entorno hostil, o para evitar quemaduras y heridas con el roce de las cuerdas, los jinetes añadieron faldones llamados armitas o polainas a sus piernas. Estos protectores fueron el antecedente de las chaparreras del vaquero y los chaps utilizados por los vaqueros estadounidenses. Las chaparreras se utilizan por encima del pantalón dejando libre la parte trasera para facilitar la movilidad y estaban unidas por un cinturón ajustable. El cuero conformaba prácticamente todo el equipo y vestimenta del jinete.

Las botas de cuero repujado se hacían a la medida, tenían suelas fijas y estrechas con tacones altos para acoplarse mejor a los estribos y que el vaquero pudiera equilibrarse mientras lazaba a una bestia. Eran muy costosas, no todos los vaqueros podían adquirirlas. Algunos, sorprendentemente, incluso usaban huaraches y otros iban descalzos. Es verdad que en ciertos casos llevaban zapatos de cuero con o

sin los tacones que se asocian con las botas de vaquero modernas. Algunos pueden haber utilizado botas militares de montar, que se extendían por encima de la rodilla32. Las botas, por cierto, se han convertido en el emblema de la profesión. Las hay de muchos materiales y formas y sólo estaban completas con espuelas de hierro con grandes rodetes. Esas espuelas frecuentemente medían ocho pulgadas de diámetro, similares a las que llevaban los conquistadores españoles. Los sonidos que producían se convirtieron en un importante elemento identificador del vaquero33

Por otra parte, los pantalones que los vaqueros solían utilizar eran de materiales resistentes, como la lana y, con el tiempo, fue ganando terreno el uso de los de mezclilla con remaches de cobre. Más tarde, la gente en diversas partes del mundo acabó llamando coloquialmente ‘jeans’ o ‘vaqueros’ y utilizándolos para la vida cotidiana por ser cómodos y resistentes. Fueron diseñados para labores de minería por Jacob Davis y Levi Strauss & Co. en la década de los setenta del siglo XIX. Las camisas con cuadros o rayas de colores vivos suelen ser de franela, lana o algodón, con botones de presión y siempre de mangas largas. Por encima de la camisa, a veces se usa chaleco o chamarra, que debe ser ante todo cómoda y tener bolsillos donde guardar enseres.

Entre los pocos accesorios que usaban los vaqueros estaba el pañuelo, casi siempre rojo, que se anudaba con holgura al cuello para proteger la nuca del sol o podía utilizarse como máscara contra el polvo o el aire frío y como torniquete en caso de herida. Con él también se secaba el sudor, humedeciéndolo se refrescaba la piel y podía usarse como servilleta. Así mismo, usaban guantes elaborados con el cuero más fino y resistente a

la humedad. Estos eran de vital importancia, pues gran parte del trabajo consistía en manipular lazos, cuerdas y reatas, que con la fricción podían ocasionar serias quemaduras y heridas en las manos34

En Chihuahua existen muchos comercios donde puede encontrarse ropa vaquera, talabarterías y sombrererías; algunas muy antiguas y con tradición arraigada. Prevalece también la vieja costumbre de cruzar la frontera hacia El Paso, Texas, para adquirir ropa. “Era costumbre de ganaderos comprar su ropa en una antigua tienda ubicada en el centro de la ciudad tejana, llamada Starr Western Wear –dice Octavio Guerrero Santiesteban–. Ese comercio se dedicada a la venta de ropa estilo vaquero, cowboy, desde 1937. La casa del vaquero. Precisamente a mis tres años y siete meses, mi papá me llevó a esta tienda vestido de vaquero y el gringo/mexicano don Lauro Barragán, dueño del afamado negocio, le pidió una foto mía. En la siguiente visita de mi papá le entregó la foto, que se exhibió en este aparador alrededor de 19 años”35.

Los vaqueros de Chihuahua están orgullosos de sus botas, espuelas, cinturón con hebilla y sombrero, aunque para muchos ya no es necesario el vínculo directo con las actividades ganaderas para autodefinirse como tales. Existe una apropiación del atuendo por parte de personas de la ciudad. Ya no sólo es vaquero aquel que se dedica a actividades propias de ese oficio, sino que existe una gran variedad de profesiones en las que personas que no están ligadas a la vaquería o a la actividad económica ganadera, se autodefinen como vaqueros, a veces sólo por la manera en que gustan vestirse36 .

En Chihuahua existen muchos comercios donde puede encontrarse ropa vaquera, talabarterías y sombrererías; algunas muy antiguas y con tradición arraigada.

Juan Quiñonez y su vida en una talabartería de Chihuahua.
Eleazar Mendoza en Satevó, Chihuahua.

El que del campo viene, comer quiere: la gastronomía vaquera

Cierta fascinación colectiva en torno a los vaqueros tiende a imaginar una vida de campo idealizada. Esto se extiende también a la comida que se antoja abundante, fresca y natural, disfrutada a cielo abierto en la quietud de un paisaje de llanuras o montes. Robb Walsh –reconocido autor de libros acerca de tradiciones culinarias como The Tex-Mex Cookbook y The Texas Cowboy’s Cookbook– narra su experiencia en la cocina de un rancho cercano a la frontera: “Lleno mi plato con un guiso que incluye trozos de res, elote, cebolla, ejotes y arroz. Tomo un par de tortillas caseras, una cucharada grande de frijoles refritos y me sirvo una taza de café de una gran cafetera de peltre azul, le doy un buen mordisco a la tortilla bañada en frijoles y la acompaño con un poco de café negro. La tortilla está dura pero sabrosa, los frijoles están saturados de grasa y el café es tan fuerte, que se siente como un golpe en las costillas. Esta es comida de vaquero de verdad, no una versión romantizada de lo que solían comer los vaqueros míticos, pienso mientras como. Luego tomo un bocado del guisado, cada masticada cruje con cartílago. Es horrible, completamente incomible, apenas puedo tragarlo”37

Un hecho que cualquier historia de la cocina vaquera debe tener en cuenta es que la comida real de los vaqueros puede ser muy mala. De hecho, hay muchas narraciones acerca de que era bastante desagradable. Es que saber cocinar no era considerado particularmente varonil. Se habla de tortillas tan quemadas que ni siquiera las hormigas comían; frijoles duros como piedras o, de hecho, con piedras entre ellos que podían acabar con la dentadura del vaquero. Era tan mala, que cuando un coyote comía sus sobras, ¡hacía muecas de desagrado! Incluso, algunas veces, los vaqueros comían carne de res que ya estaba en descomposición.

La comida vaquera no siempre era deliciosa, pero era nutritiva y ayudaba a mantener a los vaqueros fuertes y con energía para sus largos días en el trabajo. Por supuesto, también había buenos cocineros, que podían preparar comida muy rica usando técnicas y herramientas propias de su oficio, con los ingredientes que se tenían a disposición. Hubo excelente comida vaquera antaño, como la hay ahora.

La comida refleja la historia y estilo de vida, así como la fusión de influencias culturales que han dado forma a la identidad gastronómica de Chihuahua. Los ingredientes utilizados dan cuenta de los productos locales y la habilidad de aprovechar al máximo los recursos disponibles. Las recetas y técnicas se han transmitido generacionalmente, fortale-

ciendo el sentido de pertenencia y manteniendo viva la memoria colectiva. Al entender las dificultades relacionadas con la alimentación que han tenido que afrontar en el pasado, así como los placeres culinarios que pudieron saborear, es posible adquirir una comprensión más profunda de la forma de vida de esas personas, sus preocupaciones y su relación con la tierra38

La necesidad de preservar los alimentos en una época en que no se disponía de recursos tecnológicos como los de hoy dio origen al desarrollo de diversas técnicas de conservación –como el secado, salado o curtido– para poder aprovechar las cosechas agrícolas y los productos de la crianza de ganado. La gastronomía regional tiene como elemento emblemático a la carne, pues el clima, la geografía y la interacción del ser humano con su acumulación de saberes, así lo ha propiciado.

Ejemplo de ello es la carne seca, ingrediente principal de muchos platillos y popular entre los vaqueros por su practicidad. La carne de res se cortaba en tasajitos –pierna, lomo, paleta o la pulpa del animal–, luego se impregnaba de sal; previamente se desplegaba a la intemperie un tendedero de alambre o mecate y una manta para evitar las moscas y protegerla mientras estaba fresca. Allí se tendía y se dejaba entre seis y siete días al sol, volteándola esporádicamente. Más tarde se eliminaban los nervios y la grasa, tras lo cual estaba lista para comerse o almacenarse. A veces se machacaba en metate o molcajete. Esta tradición sigue muy presente en la región y hay lugares de Chihuahua donde la carne se adoba con una mezcla de chiles antes de ponerse a secar, para obtener más sabor. En tiempos más re-

cientes, se utiliza una especie de jaula con malla de alambre para elaborarla, y la destreza para obtener cortes delgados con el cuchillo ha sido reemplazada por la máquina rebanadora de los carniceros39

Con la carne se cocinaban también caldos que eran muy apreciados en los meses más fríos. En algunas regiones del norte de México es común utilizar una piedra previamente calentada para el proceso de cocción, como en el caldillo arriero. Esta práctica tradicional se realiza con el fin de que la comida no se pegue a la olla mientras se prepara, ayuda a mantener una temperatura constante que hace que los ingredientes se cocinen de manera más uniforme y se obtenga un líquido con sabores más concentrados. Algunos dicen que da un sabor particular al caldo, además, mantiene caliente por más tiempo el alimento en el plato, especialmente en climas fríos o cuando se consume en el campo durante largas jornadas de trabajo. Un viejo truco vaquero.

Había también otras formas de condimentar los caldos. “Al secar la carne, se secaba también el hueso. Yo casi no, pero conocí un señor que le dejaba poquita carne. Nomás que cuando uno comía, sentía un saborcito un poco a rancio. Los hacían en caldo, para darle sabor. No había refrigerador, se tenía que secar. Cuando iba a trabajar con este señor, me decía: ‘Véngase a comer’. ¡Ah, muy rico que olía! –recuerda Eleazar. De la vaca se aprovechaba todo. Los tuétanos, por ejemplo. La médula cocida que se consume directo del hueso antaño solía considerarse una parte sin mucho valor comercial, casi de desecho. Actualmente, en cambio, puede encontrarse en los restaurantes más prestigiosos como un platillo gourmet. LA CULTURA VAQUERA

Otro famoso caldo norteño de origen vaquero es el menudo. Una parte del pago que recibían los vaqueros era en especie, con carne y maíz40. Cuando se mataba una res, a los trabajadores del rancho solían obsequiarles además de trozos de carne, los órganos internos. El menudo es pancita de res y pozole (maíz en grano). Se trata de un caldo que suele sazonarse con chile colorado, orégano y ajo, lo que le da un sabor fuerte y picante. Hoy en día se complementa con cebolla y limón y se acompaña con pan blanco. Es un plato típico de los fines de semana y se asocia a celebraciones o comidas familiares. Muchas personas lo disfrutan especialmente como un desayuno después de una noche de fiesta, o como un remedio popular para aliviar la resaca.

Cuando el trabajo del rodeo o herradero reunía a los vaqueros, se realizaba una comida especial. Solía matarse una vaca para hacer barbacoa o carne asada41, pero había también otras delicias. Una práctica culinaria tradicional del oficio, después de capar animales, era la preparación de las criadillas; se acostumbraba asar los testículos en las brasas o en el sartén y se comían en tacos de tortilla de harina o maíz42

Hay testimonios de fines del siglo XIX que describen un festín de vaqueros después del marcaje. “Con horror observamos a varios mexicanos sacar los intestinos delgados de la carcasa del becerro y, aún humeantes por el calor del animal recién matado, arrojarlos a las brasas para asarlos y devorarlos ávidamente. Este platillo se conoce con el apetitoso nombre de tripitas”43

Los vaqueros solían cocinar su comida en fogatas al aire libre durante largos días de trabajo en el rancho. Así surgió la carne asada, una de las co-

midas más representativas del norte –especialmente apreciada por pobladores–, pues no sólo es un alimento, sino un encuentro social, una forma de estrechar lazos de amistad. Donde tantos aspectos de la historia dividen y enfrentan, la convivencia en torno a los alimentos favoreció la comunicación, el descanso y la alegría44. La carne asada fue –y en gran medida sigue siendo– una manufactura masculina. De hecho, se considera un ritual de solidaridad para conformar alianzas, acuerdos y agradecimientos con amigos, compañeros de trabajo o visitantes45. La convivencia es esencial en su preparación y consumo. José Vasconcelos (secretario de Educación de México entre 1921 y 1924), refiriéndose a la alimentación de ciertas regiones del país dijo que “donde termina el guiso y empieza a comerse la carne asada, comienza la barbarie”. Los norteños y en particular los chihuahuenses han reivindicado el uso de la palabra “bárbaro”, no como sinónimo de inculto o rústico, sino para equipararlo con la fuerza de voluntad y un supremo e invencible anhelo por la libertad46

La discada –carne de pulpa de res con una mezcla de embutidos como salchichas, chorizo y jamón, que se come en tacos– posee las mismas características rituales de la carne asada para los norteños. Se prepara en un disco del arado a profundidad, que es reutilizado como sartén; esta receta surgió de la necesidad de comer en el campo.

Ningún taco estaría completo sin salsa y, para ella, los chiles que más utilizaban eran de árbol, colorín, guajillo, cascabel, serrano, piquín, chiltepín y chilaca, entre otros47. Una gran variedad de chiles se

deshidrataba, pues en este proceso, además de que se garantizaba la existencia de alimentos para la temporada de frío o los períodos de sequía, también se obtenía un sabor muy particular48 . Ese es el caso del “chile pasado”. Uno de los más tradicionales que puede ser de chilaca o poblano, al que se tuesta, se quita la piel y se pone a secar al sol.

Prácticamente todos los productos agrícolas se deshidrataban, incluso el elote que se desgranaba y secaba para hacer chacales de los granos más tiernos, guisados con ajo y chile colorado. Eso resultaba muy práctico porque podían conservarse por tiempo casi indefinido. Los vaqueros solían llevar bolsitas con ese contenido. Así lo hacían los rarámuris con el pinole (mezcla de maíz tostado con azúcar y canela), que es muy nutritivo y energético y podía consumirse solo, en bebida (atole) o como ingrediente en panes y galletas. También había pinole de mesquite.

Los vaqueros recibían además de su sueldo, raciones de comida que incluían café (muy fuerte y negro) y azúcar49 o piloncillo. A veces tenían otros pequeños placeres, como galletas, pan ranchero o gorditas de cuajada. Las tortillas de harina no podían faltar, incluso por encima de las de maíz, debido al uso generalizado del trigo por las condiciones naturales de las tierras de Chihuahua, que son muy adecuadas para este cultivo. Es común encontrar en poblaciones rurales cocedores de barro50 .

En las travesías en las que se llevaban el ganado, las provisiones se complementaban con lo que pudieran cazar: conejos, aves, plantas silvestres (como quelites, verdolagas, lengua de vaca, nopales

y acelgas, que se dan en las acequias, o macuche que usaban para fumar) y que pueden encontrarse de manera silvestre en el campo chihuahuense. El patrimonio gastronómico representa una parte integral de la cultura y la historia de una comunidad con una larga tradición ganadera.

Celebraciones vaqueras, jolgorio y parranda

Es cierto que el trabajo del vaquero era muy arduo y tenía poco tiempo para la recreación. No obstante, encontraban espacio para divertirse y demostrar su destreza y arrojo en eventos como el jaripeo, coleadero, corridas de toros, carreras de caballos y rodeos, entre otras populares entre la población chihuahuense. Desde la época virreinal –y con la llegada del ganado a la región– se realizaban fiestas en las que se mostraban las habilidades que aplicaban cotidianamente en sus labores quienes trabajaban con los animales. Además de ser proveedoras de esparcimiento y de fortalecer lazos entre los miembros de la comunidad, esas celebraciones funcionaban como un espacio de intercambio, adaptación y transformación de conocimientos del oficio, así como de su cultura material51

En los albores del siglo XVIII –exactamente en 1706– se llevó a cabo la primera corrida de toros de la que se tenga registro en Chihuahua. Fue en San Nicolás Carretas, donde aún se conserva antigua la plaza. Así mismo –en 1717– en San Francisco de Cuéllar, hubo corrida durante las fiestas patronales, LA CULTURA VAQUERA

a instancias del alcalde mayor del Real Joseph de Orio y Zubiate y organizada por los mayordomos de la cofradía de San Francisco, que estaban autorizados por la Real Audiencia de Guadalajara, para organizar tales celebraciones. Por mucho tiempo, las corridas de toros fueron un acompañamiento de las fiestas conmemorativas y otros actos públicos 52. Gustaban tanto, que en 1736 se improvisó una plaza de toros en la Plaza de Armas y fue una actividad cotidiana durante mucho tiempo. Las corridas eran tan peligrosas, que las autoridades las prohibieron entre 1828 y 1836, pero continuaron realizándose más tarde, dada su popularidad 53

También pueden encontrarse antecedentes de actividades militares realizadas a caballo durante la época virreinal, que se transformaron luego en diversiones vaqueras.

Correr la sortija, por ejemplo, consistía en la habilidad de ensartar una lanza o garrote en un aro o anillo colgado en un arco de madera, mientras se galopaba a caballo. Este juego fue adaptándose a las fiestas de pueblo. Según Luis Carlos Fierro, la carrera de argolla es una suerte muy de vaqueros de Chihuahua, que hasta hace no mucho se practicaba en los rodeos campiranos y en los ranchos, para lo cual ya no se utilizaban lanzas sino una varita afilada, que se ensartaba en alguna de las argollas colgantes de un lazo. Cada argolla llevaba atado un listón de un color diferente. Previamente se habían distribuido listones entre las muchachas casaderas de la concurrencia. Al ensartar la argolla, el jinete procedía a recibir un beso de la muchacha que tuviera un listón de igual color. Esto hacía que las carreras de argollas o carreras de cintas fueran muy populares en todos los rodeos o fiestas pueblerinas 54. Es justo aclarar que las carreras de sortijas tienen su origen en la edad media europea, desde donde fueron esparcidas hacia los territorios en América.

Eleazar Mendoza recuerda que en Satevó había fiestas de ese tipo, pero ya desaparecieron. “Cuando se completaba la corrida, con 10 o 15 personas, ya ponían la argolla y le daban a uno un palito afilado. Sobre el caballo corriendo, iba con el palito y tenía que ensartarlo... Se acabó esa tradición. Era bonito, muy sano”.

Otra suerte popular adoptada por vaqueros es el coleadero: derribar animales –toros o becerros–, agarrándolos por la cola desde el caballo en movimiento, para poder someterlos. Domingo Revilla, charro hidalguense y uno de los primeros escritores en reseñar la práctica, decía en 1844 que esta tuvo su origen en Nueva España. Aunque desde Europa se trajeron el toro y el caballo, no se sabe que ahí se hayan dedicado a este ejercicio. Infiere que debe haber iniciado en los Llanos de Apan, por la abundancia

de su ganado vacuno y caballar y por la necesidad de domar al ganado bravo. Ese es el método más práctico para contener a las bestias. Revilla lo atribuye a los efectos del pulque que se consumía entre la población y la impulsaba a despreciar el peligro y a enfrentarse al toro55

En la región hay registros escritos de coleaderos que datan de 1846. Ruxton –un viajero de origen escocés– describió esta actividad.

Los coleaderos siguen siendo practicados en muchas comunidades rurales norteñas como entretenimiento en fiestas de rancho. Allí hay música y se otorgan premios para aquel que derribe con mejor técnica al animal, que debe maromear y caer con las patas hacia arriba. Así se demuestra la destreza del jinete y la buena educación del caballo. A veces no hay premio y sólo es por diversión, por alardear, o tener libre acceso al baile.

“Había unos cien toros en un corral, al final del cual se encontraba una pequeña construcción donde se acomodaban las damas que asisten al espectáculo […] se levantó la barrera y apareció un toro a toda velocidad […] el aire se llenó de ‘vivas’ que aclamaban la hábil maniobra del muchacho, quien ahora llegaba al costado izquierdo del toro agachándose para alcanzar la cola y enlazando la pata derecha del toro con el propósito de tirarlo. Pero la fortaleza de Pepe no fue suficiente, pues se necesita gran capacidad muscular y salió volando de su silla cayendo violentamente, golpeado y aturdido.

Ahora iba tras el triunfo una docena de jinetes, un muchacho delgado les llevaba ventaja, lazó la pata del toro al mismo tiempo que detenía su caballo, haciendo que el pesado animal rodase sobre la arena, bramando de miedo y dolor. Este excitante, aunque peligroso, deporte mexicano muestra la perfección de los jinetes de este país, que suelen tener gran maestría en el arte de montar y un perfecto dominio sobre sus caballos […] la coleada debe ser practicada en un corral y con un toro, a causa de lo cual, los caballos quedan completamente exhaustos” 56 . LA CULTURA

VAQUERA

En los ranchos también se practica desde hace mucho el jaripeo: la monta de vaquillas o toros para demostrar la valentía al controlar y resistir los embates del animal. Resulta en una diversión emocionante por peligrosa y puede incluir distintas modalidades de monta, así como otras actividades relacionadas con la ganadería que se enmarcan en un evento festivo donde la gente se reúne para disfrutar del espectáculo, la comida, la convivencia y la música. Los miembros de la comunidad suelen ponerse de acuerdo en la organización y prestan dos o tres animales cada uno, cobran por las inscripciones que son en beneficio común, se junta el ganado en un corral y se improvisa una pista donde se pone arena o se ablanda la tierra para ser escenario del espectáculo. Las fiestas pueden durar días y para ello se ofrece alojamiento, comida, pastura para los animales y lo que sea necesario. La solidaridad y la hospitalidad es vital, de esa manera se generan lazos de confianza y se fomenta la reciprocidad.

Como parte de estas celebraciones se organizan bailes que pueden extenderse hasta el amanecer. Tiempo atrás solía haber conjuntos que tocaban música de viento y amenizaban las suertes vaqueras tocando las dianas. Así se encargaban de mantener la alegría del ambiente. Abunda la música norteña, corridos y en general aquella que habla de la vida de campo, como la que se toca en Nonoava, zona famosa por su tradición musical. Existe un juego popular conocido como el baile de la escoba, que consiste en bailar con ese objeto como si fuera una persona, para luego intercambiarla por la pareja de alguien más con quien se desee bailar, y así se van turnando57.

Probablemente, las diversiones más representativas de la cultura vaquera son las que se llevan a cabo durante el rodeo, práctica heredada de las antiguas haciendas y ranchos ganaderos en el norte de México. Cuando los vaqueros se reúnen para realizar esas faenas suele haber comida especial. En las horas de descanso se da la convivencia: narración de anécdotas sobre accidentes o proezas, se hacen bromas, retos, competencias y apuestas. También hay intercambio de herramientas, recetas de cocina, distintas técnicas para hacer reatas o domar caballos; se comparan estilos de botas y sombreros, tipos de montura y arreos. Es un ambiente de camaradería y masculinidad desbordante. Durante el rodeo, los vaqueros mostraban su habilidad en la monta, en el manejo del lazo, y la capacidad para domar animales de forma rápida y precisa. Lo que al inicio era sólo una celebración local en tiempos de herraderos, con los años se convirtió en una competencia reglamentada.

El rodeo profesional en Chihuahua comenzó a principios de los años sesenta como parte de la Exposición de la Unión Ganadera, pero también como resultado de un interés espontáneo de entusiastas de distintos municipios. En ello estuvieron involucrados Ignacio y Carlos Ochoa, Adrián Wheten, “Guchi” Norton y Mundo Quezada, entre otros. Fue entonces cuando comenzaron a reglamentarse las siete diferentes suertes o disciplinas.

Por un lado, están las suertes de jineteo con caballos con pretal, con montura y monta de toros, que se califican por atributos (grado de dificultad, control, técnica, espueleo, entre otros). Por otra parte,

las disciplinas contrarreloj en las que quien hace el menor tiempo, gana (carrera de barriles, lazo de becerros, derribo de novillos y lazo en parejas).

El rodeo pronto se hizo popular en lugares como Casas Grandes, Namiquipa, Coyame, Aldama y Chihuahua que tenían excelentes jinetes y lazadores. Inicialmente todo era muy sencillo y se improvisaba con animales destinados a carne que se prestaban desinteresadamente y los participantes eran los vaqueros de ranchos invitados por amigos. Con el tiempo comenzaron a construirse arenas como “La Morita” y “El Ranchito”, en Casas Grandes. Estas, impulsadas por los mormones de Colonia Juárez, organizaban rodeos cada 16 de septiembre. Luego hubo otra en Coyame, en Santa Clara, para las fiestas del ejido. Y en Chihuahua se construyó también una por parte de la Facultad de Zootecnia de la UACH y otra con intervención de la Unión Ganadera en terrenos de EXPOGAN58. Todo eso sin contar que en muchos ranchos del estado se han multiplicado para organizar sus propios rodeos. (Para esta parte, se sugiere un cuadro de texto adicional que se adjunta)

La transición del jaripeo y coleadero tradicional al rodeo reglamentado fue una labor ardua que ha requerido tiempo y esfuerzo. A partir de 1983 comenzó la tradición de rodeos en EXPOGAN y en 1991 se formó la Asociación de Vaqueros de Rodeo. Luego se conformó la compañía Rodeos de México y se extendieron por otras partes del país59.

Bibi Borunda, lazador de rodeo desde 1966, recuerda: “Una vez estábamos en un rancho en Santa Rita en una fiesta. Estaba sentado cuando apareció Adrián –un amigo– y me dijo: ‘¡Vamos a lazar!’. Le

dije que ya no traía dinero, pero me respondió que él pagaba mi inscripción, y lo hizo. Yo lacé dos vaquillas y él las pialó; las amarré en 27 segundos, la primera en 14 y la segunda en 13. Después continuaron las otras parejas y ya cuando terminó la parte de la lazada en el rodeo, escuchamos de pronto en el micrófono —que en realidad era un tubito de cartón—‘Bibi Borunda y Adrián, primer lugar’. El premio era de 3060 pesos.

Me abrazó muy contento gritando: ‘¡Mira, ganamos, ganamos!’, y me dio la mitad, a pesar de que le decía que no. Luego nos fuimos a la carpa (de cervezas) a celebrarnos. Nos quedamos una semana. Buenos amigos se hacían entonces60.

La cultura vaquera es una fuente de ingresos importante para la región. Los festivales de vaqueros, rodeos, exposiciones y otras celebraciones se han hecho muy populares en los últimos tiempos. Atraen turismo y propician la derrama económica, por lo que son muy alentados por las instituciones de gobierno, así como por asociaciones ganaderas y deportivas.

En 2022 se llevó a cabo el Primer Festival Vaquero, que dio cabida a una serie de exposiciones y espectáculos que pretenden erigirse como una tradición. Hubo música y bailes; además, se ofertaron productos propios de la actividad ganadera y se organizó un espectáculo que incluía una estampida de longhorns por el lecho del río Chuvíscar.

El Festival Country, la Navidad Vaquera, Expo Vaquera, Cabalgatas, desfiles, glamping temático, los concursos de parrilladas, “Mr. Vaquero” y tantos más proliferan conforme se erige la imagen de Chihuahua como “cuna de vaqueros” y se consolida un discurso identitario que gira en torno a esta figura.

LA CULTURA VAQUERA

LAS DISCIPLINAS OFICIALES DEL RODEO

Vaya fiesta multifacética la de los rodeos. Casi siempre, allí es posible presenciar competencias en siete disciplinas en las que los participantes son calificados según dos variables: tiempo y destreza de los jinetes.

En las pr imeras podemos encontrar: Caballos con Pretal, Caballos con Montura y Jineteo de Toros. Éstas se califican por atributos como grado de dificultad, reparo, control, técnica, potencia, coraje y espueleo. En ellas, la elegancia y la destreza son cruciales a la hora de recibir la calificación de los jueces. Entre las disciplinas de tiempo podemos encontrar la Carrera de Barriles, Lazo de Becerros, Achatada de Novillos y Lazo por Parejas. Estas categorías, como su nombre lo indica, son calificadas por la velocidad en que son ejecutadas; competencias contrarreloj.

Las tradiciones vaqueras han perdurado a lo largo del tiempo y existe una propuesta institucional para que estas sean reconocidas como patrimonio cultural de Chihuahua y conformen, oficialmente, un legado para futuras generaciones. La cultura vaquera en Chihuahua es un testimonio vivo de la historia, la esencia de la región y persiste en aquellos que se llaman a sí mismos vaqueros.

Los ritmos del rancho

Entre notas de acordeón y sombreros, las calles de Chihuahua se llenan de personas que se dejan llevar por el ritmo contagioso de la música los fines de semana. El centro histórico se convierte en un escenario donde la música norteña se vuelve la banda sonora de la vida de las personas que ahí cantan y bailan espontáneamente. En cada esquina puede encontrarse un grupo de músicos talentosos compartiendo notas vibrantes que narran historias de amor, traición, hazañas audaces, la nostalgia por la vida en el campo y la existencia de personajes épicos. Celebran la tradición en cada acorde.

Distintos géneros musicales se asocian a la cultura vaquera: la música norteña, el country y, quizá en menor medida, la banda. Estos se transformaron a partir de distintas influencias y estilos, tomaron préstamos culturales y adquirieron instrumentos provenientes de otros lugares. En cuanto a la música norteña, el corrido es uno de sus pilares fundamentales. Es una forma musical que relata historias y eventos de la vida cotidiana y aunque sigue vigente, adquirió mayor relevancia durante el movimiento revolucionario, en el que muchos vaqueros participaron. La música norteña también se nutrió de la polka, la mazurca y la redova de orígenes alemán, checo y polaco61

Con los movimientos migratorios de europeos hacia Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX, así como con la expansión hacia el suroeste norteamericano y la extensión de vías férreas, se propagaron las influencias culturales. Algunos alemanes asentados en la región llevaban consigo instrumentos como el acordeón, el contrabajo y el saxofón, que gustaron tanto que se adaptaron a las culturas locales y pronto surgieron conjuntos musicales en el norte de México. A partir de los años treinta del siglo XX, con el impulso del nacionalismo posrevolucionario y la implantación de la moda de “lo popular”, la música ranchera inspirada en diversas tradiciones campiranas fue masificada a través de la radio, convirtiéndose en otra influencia decisiva para la música norteña, que proliferó desde esa década.

Los instrumentos tradicionales de un conjunto norteño son principalmente: acordeón, tololoche y guitarra, aunque no se limita a estos. Es indispensable, también, utilizar el taconeo o zapateo como una forma de percusiones y la voz cantante, además, adereza las melodías con silbidos y gritos. Los múltiples exponentes de la música norteña han comercializado y extendido esta expresión que hoy tiene escuchas en todas partes del mundo. En Chihuahua, el gusto por el género norteño y la banda se ubica en su mayoría en las áreas rurales. Allí pueden mencionarse principalmente los municipios de Nonoava –de gran tradición musical–, Satevó, Belisario Domínguez, General Trías, San Francisco de Borja y Aquiles Serdán, entre otros 62

A los gustosos del country –la música campirana del sur de Estados Unidos, un híbrido de la tradicional música norteña y el rock – cuya influencia es mucho más reciente en Chihuahua, se les encuentra en Casas Grandes y otros sitios del ámbito urbano, particularmente en la ciudad capital, donde en octubre de 2022 se rompió un récord Guinness con la mayor cantidad de personas bailando Payaso de rodeo, de Caballo Dorado. Esa pieza musical junto con No rompas más (que es una versión de 1995 de la original en inglés My achy, breaky heart ) son canciones obligadas para bailar en celebraciones de bodas y quince años. Ambos grupos están claramente diferenciados por particularidades en la vestimenta y el tipo de música y baile que prefieren. Sin embargo, comparten espacios como el rodeo, las carreras de caballos, coleaderos y jaripeos, en donde logran fusionarse como parte de la misma cultura63 .

Toda esa música habla de la vida en el campo y caballos, nombra comunidades regionales y narra historias épicas sobre personajes campiranos. También hace referencia a una ética del trabajo vaquero y orgullo por este. Estos géneros plasman algunas formas de vida de los vaqueros a través de sus canciones, haciéndoles recordar experiencias vividas. (En esta parte sugiero un cuadro de texto adicional, 500 Novillos en texto adjunto) En Chihuahua desde hace mucho existen estaciones de radio que la reproducen. Actualmente se mantienen algunas como Mundo vaquero, La Rancherita y La Norteñita, por mencionar unas cuantas. Aunque en el mundo contemporáneo la forma de escuchar música ha cambiado, no así la tradición de escuchar estos géneros.

Para cerrar el lazo

La presencia del vaquero en Chihuahua ha dejado una huella profunda en la cultura local. Su forma de vestir, su herencia culinaria, su música y sus tradiciones continúan siendo parte importante de la identidad chihuahuense. Su trabajo, fundamental para el desarrollo de la industria ganadera en el estado. A pesar de los cambios sociales y económicos, los vaqueros en Chihuahua han mantenido vivas sus tradiciones a lo largo del tiempo y han sabido adaptarse a las nuevas tecnologías y prácticas, transmitiéndolas de generación en generación.

LA CULTURA VAQUERA

Distintos géneros musicales se asocian a la cultura vaquera: la música norteña, el country y, quizá en menor medida, la banda.

Sergio y Rocío Flores Enríquez, del Ballet Espuelitas Golden Young.
Ballet Espuelitas Golden Young, en Nido del Jabalí.

La imagen del vaquero –hoy reconocible globalmente– se acompaña de una herencia cultural vasta y un legado identitario indiscutible. Todo eso no fue construido de la noche a la mañana. Para conseguirlo, los protagonistas de esta historia debieron atravesar siglos de cambios virulentos, hacerle frente a las adversidades nuevas y comprender con rapidez los desafíos de una sociedad que mutaba vertiginosamente. Al mismo tiempo que el mundo se maravillaba por la existencia de un continente “nuevo”, su riqueza y su diversidad, en estas tierras se tejían relaciones que cambiarían para siempre la forma de apreciar la humanidad. La sabiduría de los que aquí nacieron inspiró a los foráneos y, sin duda, a golpes de realidad fue moldeando su temple, hasta convertirlos en leyenda.

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ALONSO DOMÍNGUEZ RASCÓN

El origen del rodeo no es virreinal ni mestizo, sino

prehispánico. De hecho, fue practicado ampliamente por grupos étnicos muy diversos a lo largo de lo que hoy es Latinoamérica. Gonzalo Argote de Molina en su Discurso sobre la montería, publicado en 1582, describe un método de caza y montería que los nativos “tenían y tienen” en la provincia de Collao, Perú. El escenario físico es el de una tierra llana, fría y sin arboledas, donde realizaban una montería que llamaban chaco “que usaba Guainacaba, gran príncipe del Perú y que la acostumbraron sus antecesores, cercando los montes con número de más de doscientos mil indios, llevando sus caciques y señores principales sobre los hombros en andas rasas, y sobre estas sentado el príncipe que en su

lengua llaman inga, con borla de lana pendiente en la cabeza, insignia real entre ellos”.

Los naturales –otra forma de llamar a los nativos– se colocaban uno al lado de otro a no mucha distancia, para hacer una valla humana en forma de círculo, abarcando de esa manera una gran superficie de campo y procedían a cerrarse.

Los animales iban huyendo de los nativos, los cuales les iban tirando con flechas y hondas. Argote de Molina describe otra arma que utilizaban entonces. Consistía en “dos bolas del tamaño de un durazno, colgadas de una cuerda emparejo y asidas de otra; y arrojados estos ayllos hieren y enlazan a los que tiran”. Esas eran las boleadoras utilizadas en el mundo étnico prehispánico. También llevaban pe-

Presa en el rancho San Juan del Duro, Riva Palacio.

rros para seguir a las presas y, aunque eran muchas las que capturaban, era más las que se escapaban. Obtenían guanacos (llamas), “vicanas” (vicuñas), leones (pumas), tigres (jaguares), venados y zorras, entre otros animales.

El método de rodear o cercar el campo proporcionaba grandes dividendos porque se cazaba una gran cantidad de animales, más rápido y con menos esfuerzo. La clave era abarcar la mayor cantidad de superficie territorial posible. En 1551, Antonio de Mendoza (virrey del Perú entre 1551 y 1552 y primer virrey de la Nueva España entre 1535 y 1555), se encontraba en la provincia de Chicuytú, en el Collao. Entonces recibió información de una montería realizada por un gran número de indios allí. Habían cercado diez leguas de campo (un radio de alrededor de 48 kilómetros) y cazado veinticinco mil guanacos y vicuñas, tres mil zorras, mil quinientos leones y otra gran cantidad de animales. Hay que tener en cuenta que, en la antigüedad, los recursos bióticos eran mucho más abundantes que en la actualidad, por eso tales cantidades son verosímiles64.

Gracias al interés del virrey Antonio de Mendoza por este tipo de cacería es que contamos con la información que nos ha permitido trazar el origen del rodeo hasta la época prehispánica. En la Nueva España también se practicaba el método de rodear a las presas –aun en tierra montañosa– y lo llamaban “oxios”. Se cazaban leones pardos, osos, tigres, ciervos, grandes venados, corzos y puercos monteses. Asimismo, utilizaban perros para cazar y a los animales que se encaramaban en los árboles, los indios los flechaban65

Juan de Torquemada se refiere al uso del rodeo para la caza en la Nueva España. Su descripción es mucho más detallada. En una visita de Antonio de Mendoza a la provincia de Jilotepec, pactó con los otomís hacer una montería y caza en 1540. Se trataba de hacerla al modo que los indios la realizaban antiguamente. El virrey quería comprobar si era verdad que se obtenía tanta caza como se decía y regocijarse de ver tantos animales juntos. El lugar elegido fueron los extensos campos ubicados entre Jilotepec y el pueblo de San Juan del Río, que conservó el nombre de El Cazadero. Esa tierra, en el actual centro del país, corresponde al Estado de México. Se construyó una casa para el virrey y, cerca, aposentos para sus criados y gente de servicio.

El día seleccionado, muy de mañana, se juntaron más de quince mil naturales, por lo que se consiguió cercar más de cinco leguas (un radio de 24 kilómetros) de monte. La narración nos dice que batiendo las manos y los arcos se fueron “recogiendo y apiñando”.

Antes de mediodía, llegaron los cazadores a juntarse hombro con hombro y en el centro traían una gran cantidad de venados, conejos, liebres y coyotes, lo cual parecía increíble.

El virrey, viendo el exceso, mandó abrir la cerca humana en dos o tres partes por donde salieron grandes manadas, “pero volvieron a cerrar el muro que tenían hecho, juntándose unos con otros y dejaron de cerco poco más de media legua en cuadro; ya entonces los indios estaban doblados y puestos en tres en tres, unos tras otros; porque en aquel circuito y cerco que habían dejado, no cabían todos”.

Poco antes de mediodía comenzó la montería. Dentro de la superficie cercada andaban algunos jinetes lazando, otros con arcabuces o ballestas y nativos flecheros muy diestros tirando y matando, para lo cual también usaban perros. Los de adentro y los de afuera del cerco no se daban abasto de recoger caza viva o muerta. Aquello implicaba también saborear allí mismo un delicioso banquete, ya que la gran comitiva llevaba cocineros, quienes se veían rebasados por la cantidad de presas que tenían para preparar. Eran tanta la fauna encerrada, que los cazadores se retiraban a descansar por ratos antes de volver a montear.

Al acabar el día, habían muerto seiscientos animales grandes (venados, enormes ciervos, berrendos) y una gran cantidad de coyotes, zorrillos, liebres y conejos. También es sorprendente que el mismo rodeo fuera efectivo para cazar aves, sin tener que tirarles con arma alguna. Cuando los nativos avanzaban cerrando el círculo, causaban un gran estruendo con sus gritos; entonces las aves espantadas se lanzaban al aire y por mucho que volaban o muy alto que subían, cansadas, volvían al suelo, donde muchas eran capturadas66

Los ganaderos –llamados en la época como “señores de ganados”– adoptaron el método prehis-

pánico de cacería de rodear a las presas, pero con el objetivo de reunir el ganado disperso en grandes superficies de terreno y los diversos propósitos que eso conllevaba. Fueron los naturales quienes enseñaron a los vaqueros dicha técnica. También aprendieron de ellos el modo de desjarretar67 a los animales para derribarlos e inmovilizarlos. Cerca del lugar del rodeo del que habla Torquemada, los nativos practicaban otro más, en un campo donde acudían los venados. Los nativos hacían gran estruendo gritando y levantando polvaredas con los pies. Los venados corrían de un lado a otro de la valla humana, la cual se iba cerrando poco a poco. Así los cansaban y acorralaban en un área más pequeña. Flechaban a algunos, pero los más grandes, desesperados, trataban de romper el cerco. Cuando eso pasaba, acudían más indios que “hacían calle” (una valla) para que en su huida los animales hicieran una hilera. “Allí los desjarretaban y mataban con unas coas de encina (que llaman huictli) que son con que limpian y escardan las sementeras del maíz”68.

Dado que en un principio el ganado se dejaba pastar solo en grandes superficies de terreno, el método del rodeo se adecuaba muy bien para juntarlo. Las necesidades específicas de la ganadería fueron moldeando los usos y costumbres del rodeo. A diferencia de las prácticas prehispánicas en las que se tenían que reunir miles de personas, el uso del caballo potenciaba al vaquero para cubrir grandes extensiones de terreno. Con el rodeo, los vaqueros separaban los animales que pertenecían a otros estancieros y los que se iban a herrar, vender o sacrificar69, entre otras formas del trabajo y actividad propia de la ganadería EL INICIO: VAQUEROS, HERENCIA NOVOHISPANA

El método de rodear o cercar el campo proporcionaba grandes dividendos porque se cazaba una gran cantidad de animales, más rápido y con menos esfuerzo.

Bisontes en el Valle de Encinillas.
Remanso en el río Conchos.
Terminando el arreo en el rancho El Gallego.

novohispana que fueron conformando el rodeo mexicano. Al igual que el método de cacería prehispánico, los vaqueros conformaban un inmenso círculo para avanzar hacia el centro arreando todo el ganado que encontraban a su paso, donde hacían la selección ayudándose con largas puyas, cuya punta era de hierro, semejantes a las garrochas andaluzas.

Los primeros rodeos no fueron muy grandes aunque sí tomaban tiempo. Empezaban el 24 de junio, –día de San Juan– y terminaban a mediados de

noviembre70. Esa práctica cumplía también con la ya indispensable función de acostumbrar al ganado, que se dejaba solo en las grandes extensiones de tierra, a la presencia del ser humano, para que no se volviera demasiado cimarrón (salvaje). El virrey Martín Enríquez (1568 - 1580) en sus Ordenanzas de la Mesta (1574), determinó que entre las fechas señaladas anteriormente para los rodeos, en los lugares que la justicia mandara y señalara, se llevara a cabo esa práctica una vez por semana… y que todos los estancieros de

la comarca estaban obligados a colaborar71. Entre otras cosas, aquello tenía como idea impedir que el ganado destruyera los maizales.

En los interminables llanos del septentrión se hacían rodeos inmensos en los que tenían que participar centenares de jinetes que arreaban el ganado al punto determinado por los funcionarios provinciales. Acto seguido se le daba a cada estanciero lo que le correspondía, se apartaban los animales orejanos (los que tenían las orejas completas, es decir no estaban mar-

cados como propiedad de nadie) para repartirlos entre todos y luego las reses extraviadas o cuyas marcas eran desconocidas. Esos últimos eran entregados a los representantes del rey como bienes mostrencos (sin dueño).

Juan Suárez de Peralta contaba que por el rumbo de los Valles, en las tierras calientes de la Huasteca, los ganaderos reunían más de trescientos vaqueros para el Gran Rodeo. Según este autor, en los inmensos espacios del norte, algunos potentados poseían hasta ciento cincuenta mil vacas y el que menos, 30 00072.

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Vestigios de la hacienda Corralejo, Allende.

Dado el interés social y económico, de justicia y de gobierno, el virrey Martín Enríquez reglamentó el rodeo en sus Ordenanzas de la Mesta. Se hizo norma que se realizaran desde finales de junio hasta mediados de noviembre, como ya habíamos visto. Para esa época, una sequía había afectado a los ganaderos. Como consecuencia, el ganado orejano se había ido a los montes para buscar qué comer y escasearon los vaqueros, lo que había dificultado hacer rodeos. Al ordenarse los rodeos, se normaba lo que por derecho consuetudinario se hacía: que el ganado orejano se repartiera entre los estancieros conforme a la cantidad de ganado que cada uno tuviera73. Con el tiempo, el rodeo se convirtió en el centro de la cultura vaquera, un método de trabajo –producto de necesidades concretas de manejo del ganado– y una actividad económica que devino en el centro de la cultura vaquera. De allí nacieron también otras expresiones culturales de gran riqueza, como el jaripeo y la charrería.

Una expansión prodigiosa

En su segundo viaje realizado en 1493, Cristóbal Colón viajó con ganado desde España y las Islas Canarias a Santo Domingo. De allí fue introducido a Cuba y entonces Hernán Cortés y Gregorio Villalobos lo trajeron a la Nueva España con propósitos de crianza, alrededor de 1521. Pronto decenas de estancias de ganado mayor ocuparon las llanuras y valles cubiertos de pastos desde Perote, Tepeaca, al Valle de Toluca y Apam, al norte del Valle de México74. La rápida multiplicación del ganado impuso la necesidad de herrar los animales, por lo que para 1525 fue necesario que los “señores de ganados”, como se les empezó a llamar en esa temprana época, registraran sus hierros75. Las estancias eran donaciones de lotes de tierra. Para otorgarlas, se medían en sitios de ganado mayor o menor, la primera equivalía a 1 755 hectáreas.

Conforme el ganado se multiplicaba, también lo hicieron las quejas de los naturales.

En una zona densamente poblada por indígenas agricultores, las vacas invadían y destruían los sembradíos76. En el siglo XVI casi no había agricultores españoles en la Nueva España77

El conflicto de competencias de tierras ya fuera para uso agrícola, ganadera o poblacionales –que estuvo presente desde un principio– se convirtió en un problema interétnico. No era una situación menor, constituyó uno de los agravios más serios que empujó decisiones y definió políticas que marcaron los derroteros que tomarían la ganadería y los inicios de la cultura vaquera. Por ejemplo, se dio inició a la discusión sobre la necesidad de cercar las

tierras y con acciones determinantes poco a poco se construyó lo que –ya en sí y con el tiempo– constituyó una revolución cultural: la delimitación de la tierra.

Tan temprano como en 1526, el cabildo de México ordenó que en un plazo de tres días se sacaran los ganados de los maizales que ya se empezaban a sembrar. Vencido ese tiempo y sin acción punitiva alguna, se permitía matar los animales. Además se ofreció recompensa a quien informara sobre la presencia de ganado mayor en los maizales78 . El problema fue en aumento. A partir de 1538, el ganado bovino se empezó a multiplicar exponencialmente y proliferó alrededor de las villas del centro del virreinato. En palabras de historiador francés Chevalier, ese fue uno de los fenómenos biológicos más asombrosos del Nuevo Mundo. Los cronistas y relatores

de la época narraron lo prodigioso de su expansión. Los corsarios ingleses hechos prisioneros, los viajeros y los recién llegados, quedaron asombrados al ver los inmensos rebaños.

El cronista Juan Muñoz Camargo –quien nació en Tlaxcala en 1526 y también se dedicó a la cría de bovinos– se refería al aumento del ganado como “cosa sin número”, que sólo viéndolo con los propios ojos podía creerse79. A finales de siglo XVI, el viajero francés Samuel Champlain se admiraba de los campos cargados de interminables rebaños80. Tal abundancia de ganado propició que se llegara a considerar un fruto de la tierra no un objeto de crianza. Antonio Ciudad Real también lo atestiguaba en la relación que hizo de la visita del comisario fray Alonso Ponce en la segunda mitad del siglo XVI:

“…hay grandes pastos para ganado mayor como para menor, […] así para el servicio de los hombres como para el sustento, se ha dado y multiplicado tanto, que parece que es natural de la mesma tierra según están llenos los campos: dase todo como en Castilla, pero con más facilidad, por ser la tierra templada y no haber en ella lobos ni otros animales que lo destruyan como en España, y a menos costa y con menos trabajo, y es tanto lo que multiplica, que hay hombre que hierra cada año treinta mil becerros, sin otros muchos que se pierden y hacen cimarrones. Apenas hay cibdad de indios donde no haya carnicerías de vaca para los naturales mesmos, en que mueren infinidad de reses, y para esto hay obligados españoles, y todo vale muy barato; de cueros de este ganado van las flotas cargadas á España, que esta mercadería y la grana es la que de ordinario va de esta á Castilla” 81 . EL INICIO: VAQUEROS, HERENCIA NOVOHISPANA

Mural Ganado de Don Eusebio Ramírez Calderón Pastando , de José Aceves, 1940. Edificio de la Tesorería de Chihuahua.

En 1544, el fiscal de la Real Audiencia de México, Cristóbal de Benavente, dirigió una carta al rey mencionado que los ganados se multiplicaban casi dos veces en quince meses y, sin vaqueros suficientes, se extendían por los campos perjudicando a los indios ya que destruían sus milpas82. En 1551, fray Francisco de Guzmán presentó una queja al rey en el mismo sentido de la anterior. El franciscano relató que a doce leguas de la ciudad de México se encontraban tres provincias: Jilotepec, Toluca y Tepeapulco83. La primera era aquella donde se realizó la montería que pactó el virrey Mendoza en 1540. Precisamente en las zonas que vimos arriba, en las cuales Muñoz Camargo refiere que fue donde se otorgaron las primeras mercedes para ganado mayor84

Para 1555 existían en el valle de Toluca más de sesenta estancias y las cabezas de ganado vacuno y equino pasaban de las 150 00085. De Jilotepec –decía Guzmán– se habían perdido pueblos y despoblado estancias, por los daños que les causaba el ganado suelto a los naturales en sus casas y sembradíos. Los abandonaron para irse a vivir a las sierras o a los montes. Las estancias y ganados pertenecían a personas poderosas, ricas y, en algunos casos, oficiales del rey… por lo que a más de 16 años no conseguían alcanzar justicia. Ni los virreyes pudieron remediar la situación. A pesar de sacar el ganado de las estancias, había quienes tenían más de 10 000 vacas y mil caballos, pero se quejaban y lograban el favor de la corte. El abandono de los cultivos provocó que la fanega de maíz subiera. En seis meses pasó de medio real a más de cuatro. Guzmán pedía que no hubiera estancias ni ganado a una distancia de cuatro leguas de las poblaciones de los

naturales. Por el momento se hallaban a sólo media legua… una como máximo86

Entre los ganaderos en la provincia de Jilotepec se encontraba el minero Alonso de Villaseca –el más rico de la Nueva España–, quien al casarse obtuvo de dote una hacienda en la que anualmente se marcaban 20 000 crías de ganado mayor87. También estaban allí el doctor Santillán, oidor de la Real Audiencia; Antonio de Turcios, escribano de la Audiencia; Juan Alonso de Sosa, el tesorero real, y una serie de encomenderos, alcaldes de la Mesta, integrantes del cabildo de la Ciudad de México y grandes propietarios.

En las inmediaciones de Oaxaca, el virrey Antonio de Mendoza tuvo que suprimir todas las estancias de ganado mayor otorgadas en “los tres valles”. Los españoles llegaron a exclamar que el virrey los había destruido88 .

En 1554, hubo otra queja. Los naturales del valle de Toluca hablaban de los grandes daños que se les infringía en sus tierras y sembradíos y que no se atrevían a salir de sus casas porque “los toros los corrían y mataban”. Entre los estancieros se encontraba el conquistador Juan Gutiérrez Altamirano, primo de Hernán Cortés, de quien había obtenido la mano de obra de los indios del pueblo de Calimaya y algunas estancias en el valle de Toluca. Gutiérrez llegó a fundar la importante hacienda de Atenco. Para poblar con ganado bovino, lanar y caballar, Gutiérrez hizo traer de las Antillas y España magníficos ejemplares: doce pares de toros y vacas de Navarra89

Tanta queja provocó una inspección por parte del mismo virrey Luis de Velazco (1550 - 1564). Ordenó construir la primera barda de corte oficial para

contener ganado vacuno de la que se tenga noticia y así dividir las tierras de las estancias de aquellas de los naturales. Se edificó con una longitud de más de diez leguas (48 kilómetros) y un costo cercano a los 17 000 pesos. Los ganaderos apelaron a la Real Audiencia el hecho de que el virrey les pidiera pagar lo que los naturales habían invertido. Eso conllevaba la intención de que la barda no se conservara. Se les dijo a los estancieros que pagaran o sacaran el ganado. La magnitud del pleito hizo que la misma Corte emitiera una real cédula a favor de los naturales90

Los primeros vaqueros

¿Quiénes y cómo fueron los primeros vaqueros?

La fantástica multiplicación del ganado impactó la sociedad virreinal en lo económico, social y cultural, creando nuevas relaciones y usos del trabajo.

También surgieron actividades muy lucrativas, que sustentaron cambios en la alimentación, relaciones sociales menos verticales y jerárquicas, bandidaje y un grupo social cada vez más grande: el vaquero cazador, que transitaba entre el asalta caminos y comerciante. Los estragos que había causado el ganado en ciertos lugares eran irreparables. Algunos sitios habían quedado casi despoblados, como sólo se había visto después de las epidemias desconocidas en el Nuevo Mundo. En algunas regiones, el ganado llegaba a considerarse una plaga.

En las épocas tempranas del virreinato, la insuficiencia de vaqueros se hizo palpable. Además, los señores de ganados disfrutaban de una cómoda situa-

ción: la ganadería extensiva. Sus animales pastaban sin el más mínimo cuidado. Entonces, los españoles y criollos eran una población minoritaria y muy pocos se ocuparon de las actividades vaqueriles. La trata de esclavos negros todavía no empezaba a gran escala. La población mayoritaria, la indígena, resultaba ser muy inestable y estrecha en su accionar. Su emancipación de la esclavitud y su alta mortandad por las incesantes epidemias, junto a la prohibición de montar a caballo y el uso de las herramientas como la puya y la desjarretadera, limitaron a los ganaderos de un potencial sector de vaqueros. En dicha situación, la población mestiza y la multiplicación de mulatos fue de gran valía. Las mercedes reales de estancias incluyeron la obligación de tener vaqueros para atender el ganado. En 1551, se concedió en Pochula una estancia para 3 000 vacas. Había una condición expresa: que para guardarlas habría seis negros a caballo y a un español y que el ganado se encerrara y se hiciera un rodeo dos veces por semana91. Ese mismo año, el virrey Velasco mandó a los estancieros del Valle de Matalcingo no tener más animales de los que pudieran sustentar con la concesión de tierra otorgada. Los indios se quejaron de que sus cultivos habían sido invadidos, por lo que ordenó se realizaran rodeos en forma periódica. Implícitamente se reconocía a los indios como vaqueros y se les autorizaba a usar caballos para tal propósito: “Que los dueños de las estancias sean tenidos y obligados a tener con cada dos mil vacas un español estanciero y cuatro negros o indios, los dos de a caballo y los otros dos de a pie, para que tengan cuidado de recoger y rodear un día en cada semana el dicho ganado en la estancia”92.

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La fantástica multiplicación del ganado impactó la sociedad virreinal en lo económico, social y cultural, creando nuevas relaciones y usos del trabajo.

Ganado en los corrales del rancho San Luis, Ahumada.
Ilustración Soldado de Cuera 1760, del libro Las Guarniciones de los Presidios de Nueva España.

Aun así, todas las disposiciones anteriores fueron meros paliativos. Una solución se avizoró en el horizonte: sacar el ganado del centro del virreinato. El virrey Antonio de Mendoza se vio obligado a adoptar una política ganadera que perfilaba de forma agresiva llevar los rebaños hacia el norte. “Como una marejada cada vez más poderosa, a partir de 1542 o 1545 grandes olas de ganado invadieron los llanos del norte o las partes menos montañosas de las tierras calientes a lo largo de las costas. En la zona de los indios nómadas y luego entre Pánuco y Nautla, Veracruz y el río Grijalva”93. Las regiones de Tierra Adentro (el norte) representaron un gran desafío por la presencia de los belicosos chichimecas. Mucho se ha escrito sobre la ambición española de encontrar las míticas ciudades de Cíbola y Quivira como motor de ocupación del septentrión. Lo anterior obedeció a fuerzas más pragmáticas.

La necesidad de abrir esas tierras a la ganadería fue el motivo principal y auténtico motor de la ocupación del norte. Las cruentas guerras que se desataron en contra de los chichimecas y su sometimiento abrieron a la ganadería los inmensos territorios de Tierra Adentro, “y se fueron a poblar por aquellos llanos, adonde ahora están todas las estancias de vacas que hay en la tierra, que corren más de doscientas leguas, comenzando desde el río de San Juan hasta pasar de los Zacatecas y llegar más delante de los valles que llaman de Guadiana; todas tierras de chichimecas y tan largas que parece que no tienen fin”94.

El virrey Luis de Velasco se había empeñado con determinación en dirigir el ganado hacia lugares menos poblados. Entre 1550 y 1555 concedió en las zonas anteriores un gran número de estancias. En ese último año, fray Toribio de Benavente Motolinía decía que se había retirado el ganado de todas las zonas donde causaba perjuicio. Aseveraba que no por falta de grandes campos, sino porque se le traía sin guarda95

Los fenómenos biológicos y naturales –como la multiplicación del ganado y la alta mortandad de los naturales– desencadenaron también los procesos que moldearon la sociedad de la época, como el surgimiento del vaquero. El número de ganado mostrenco también creció exponencialmente. Refiere García Icazbalceta que en 1548 por medio de una real cédula se concedió la mitad de este a los niños del colegio (no da el dato exacto del colegio). “Mucha sería la abundancia de las reses para que ya se encontraran sin dueño y en tal número, que la mitad fuera bastante para ser materia de una merced real”96. A pesar de los esfuerzos de los estancieros en muchas regiones los animales se habían vuelto totalmente cimarrones97

Tal abundancia de ganado provocó los procesos económicos lógicos que de ello derivaban: el precio se desplomaba estrepitosamente. Se percibió aún más en el derrumbe de los precios de la carne. En la Ciudad de México el arrelde de carne de res (1.8 kilos)

se vendía a diecisiete maravedíes en 1538. Al año siguiente, caía a doce. Doce meses después bajaba hasta diez. Y así hasta llegar a sólo siete en 1541 y a cuatro al siguiente año. Es decir, ocho veces más barato que en Andalucía en ese mismo año. Como el precio del ganado era muy bajo, un novillo no valía más de dos o tres pesos, así es que la cría de animales era rentable únicamente si se practicaba a gran escala. Como consecuencia, sólo los grandes ganaderos pudieron sostenerse98

Sin embargo –de repente y de forma estrepitosa– el ganado dejó de multiplicarse al ritmo acelerado

en que se había dado. Todavía no son claros los motivos de la disminución de su reproducción, sigue el debate. El fenómeno de la multiplicación acelerada duró alrededor de treinta años en el centro del virreinato y en el vastísimo norte, dos o tres décadas más. Es decir, en el primero se detuvo hacia 1565 o 1570 y en el segundo hacia 1600. Grandes y desesperados esfuerzos se hicieron para detener la catástrofe demográfica ganadera. Las Ordenanzas de la Mesta obedecieron a ese fin. En ellas, el virrey Enríquez daba su diagnóstico de la problemática para luego ordenar una serie de disposiciones resolutivas:

“Que por quanto en esta Nueva España va faltando la mucha cantidad que solía haber de ganado bacuno, así por lo que se gasta en Carnicerías, como porque en muchas partes se matan muchas bacas hembras, y porque no se multiplican tanto como solía, que una baca venía parida antes de cumplir dos años, porque la tierra no estaba hollada, y había muchos pastos y fértiles: y ahora que cesa esto no paren hasta tres o quatro años”.

Capilla de la hacienda Encinillas.

Además de los fenómenos naturales mencionados, se agregaba que los chichimecas que habitaban cerca de las estancias –tanto los que estaban en guerra como los que permanecían en paz–, mataban mucho ganado. También había mucha mortandad debido a los perros salvajes que en grandes jaurías recorrían los llanos99

El precio del arrelde de carne que había oscilado entre cuatro y seis maravedís por treinta años, subió entre ocho y nueve para 1575. Y a comienzos del siglo XVII llegó a veinte para estabilizarse a diecisiete en 1622. El visitador de la Nueva Galicia, Paz de Vallecillos, observó que los criadores de Guadalajara en lugar de los 23 000 becerros que marcaban en 1595, registraban sólo 8 000 en 1602 y unos 5 000 en 1608. En la capital de la Nueva Vizcaya, Durango, los registros muestran 33 746 becerros marcados en 1576 y apenas 25 123 en 1602100

La actividad fue una empresa de hombres ricos y de los que poseían indios bajo encomienda. Con todas las limitantes mencionadas anteriormente, la explotación ganadera en grandes extensiones de tierra exigió la presencia de vaqueros, papel desempeñado en un principio por la gente de servicio de las estancias: mestizos, indios, esclavos negros, mulatos, moriscos. Dado el precio de la carne, los ganaderos podían mantener una servidumbre numerosa. Aunque también existían los vaqueros independientes; es decir, no sujetos a la tutela del señor de ganados. A veces trabajaban por un salario fijo y otras “al partido”, es decir por una parte del ganado. También lo hacían algunas veces por la mitad del producto de los animales vendidos101.

En un principio, a los indios se les prohibió tener caballos y permanecían muy sujetos al orden virreinal. Así lo observó Enrique Hawks, un comerciante inglés cuyo testimonio se publicó en 1572 en Inglaterra bajo el título Relación de las producciones de la Nueva España y costumbres de sus habitantes : “Los españoles mantienen a los indios en gran sujeción, no permitiéndoles tener en sus casas ni espada, ni daga, ni cuchillo con punta, ni menos usar ninguna clase de arma, ni montar a caballo o mula, en ninguna especie de silla, ni beber vino que es lo que más sienten”102. Pero el proceso de emancipación de los indios que estaban sujetos a la esclavitud privó a los estancieros de una parte importante de sus vaqueros y pastores103 . La elevada mortandad de los indios debido a las epidemias que devastaron la Nueva España en el siglo XVI en lo que se ha denominado la catástrofe demográfica, provocó una aguda escasez de mano de obra en general.

En 1551, la política del virrey con los indios fue más flexible y poco a poco los nativos principales ganaron espacios con el consentimiento de tener caballos, pero con la restricción del uso de la silla de montar y el freno. A otro indio principal se le autorizó tener haca con silla y freno sin incurrir en pena alguna. En el peñol de Xico se dio permiso a la gente del pueblo de tener caballos de albarda para uso común y se otorgó permiso para que algunos indios portaran espada104.

Los mestizos, desdeñados tanto por españoles como por los indios, vivían solitarios y aislados en las estancias, marginados de las dos “repúblicas”. En contraste con los indios y a similitud de los españo-

les, eran hombres de a caballo105. También es cierto que muchos criadores de ganado eran renuentes a emplear a los españoles como mayordomos de sus estancias; preferían a los mestizos, mulatos, indios o a sus propios esclavos, aunque se dijera de ellos que no eran personas dignas de fiarse106

Entre los vaqueros, los mulatos eran la gran mayoría. Ocuparon el grueso de la población en las actividades de la ganadería y llegaron a imponer altos salarios. Aunque también trabajaban “al partido”, cuando se ocuparon en los rodeos pidieron una parte del ganado que herraron y recogieron. Era considerada gente baxa, que gastaba el salario en “vicios”, “borracheras” y “amancebamientos”.

En 1576, en el preámbulo de una ordenanza, el virrey Enríquez hizo pública información que tenía: “que el beneficio del ganado, así en herrar como recoger y sacar los novillos para las carnicerías y hacer los rodeos, se hacía casi universalmente con mulatos”. Añadió que desde que arribaron las primeras cabezas de ganado, el salario de estos osciló entre doce y treinta pesos al año. A partir de 1574, la mortandad de indios provocó escasez de vaqueros, lo que propició para los mulatos una mejor remuneración por sus servicios y comenzó así una escalada salarial que arrancó en los cincuenta pesos y llegó hasta los doscientos. Se negaban a trabajar si no les daban lo que exigían. La consideración española era que no necesitaban el dinero, más que para vestimenta, porque en las estancias se les proporcionaba todo. También pensaban que, si los mulatos no se empleaban de vaqueros, andarían de “vagamundos” o asaltantes de caminos –que por entonces eran llamados “salteadores”– y que, con se-

mejantes salarios, la cría de ganado no sería rentable. El virrey fijó un límite el salario de los mulatos: cuarenta pesos anuales. A los que se les consideraba caudillos en las estancias, se les debía pagar hasta sesenta pesos107

De tiempo en tiempo, los vaqueros cazadores trabajaron con los ganaderos por un salario fijo, al partido o a medias. Otras veces cazaban toros y reses, a manera de bandas que recorrían los caminos con sus temibles desjarretaderas. La gente temía encontrarlos. Algunos trabajaron con los estancieros y hasta fueron encargados de sus lotes de ganado o sus mayordomos.

Conocían bien el terreno: cómo acceder, cuánto ganado podían obtener, si había vaqueros cuidándolo.

Por lo anterior les era fácil incursionar en las estancias en forma segura y robarlo. Otras veces andaban de pueblo en pueblo comprando ganado; así observaban los movimientos y situación de los rebaños y lograban robar un gran número de reses. Para todas estas actividades –tanto lícitas como ilícitas– se acuñó el término “vaquear”. Un juez visitador de la Nueva Galicia decía de ellos que llevaban la vida vagabunda de los viandantes, gente llamada “de fuste”, que no poseían más que una mala silla y una yegua ligera hurtada, su arcabuz o media lanza. Se les definía como gente ágil y robusta, cuya generación se multiplica y crece muy rápido, que había entre esa gente forajida quien juntaba hasta cien jinetes; la mayoría armados de “cueras fuertes”, arcabuces, dalles, desjarretaderas y otras armas con que iban a vaquear108.

En dichas estancias tenían amigos o encontraban cómplices para dar sus golpes. La escasez de mano de obra impactaba las relaciones que se establecían y los estancieros tenían que recurrir a esos vaqueros polifa-

EL INICIO: VAQUEROS, HERENCIA NOVOHISPANA

Grabado Soldier-Herd Driver with Oñate, de 1598, en el libro Riders Across the Centuries.

céticos: vagabundos, cazadores, abigeos, bandidos, mayordomos o jornaleros, al menos en ciertas épocas del año. En el norte –sobre todo para los grandes rodeos y para las campañas en contra de los indios– algún ganadero reunía hasta trescientos de ellos. En el Valle de San Bartolomé (Valle de Allende, del actual estado de Chihuahua) era común encontrarlos. Un censo de 1604 atestigua su presencia en la estancia de labor de Luis de Salvatierra. En esa época, en Zacatecas los negros eran vistos como un mal necesario, era peor no tenerlos109

Suárez de Peralta menciona que era tanto el ganado cimarrón que sólo se aprovechaba el cuero y el sebo; la carne la comían los perros salvajes y los zopilotes. La venta de esos productos era una de las actividades más lucrativas110. El cuero se utilizaba para el calzado, como recipientes en las minas para retirar el material removido o para desahogarlas en caso de inundación y para ligar vigas en la construcción, entre otros muchos usos. En Europa había una fuerte demanda de cueros y allí se enviaba una gran parte, después de satisfacer las necesidades locales. Por eso los dueños de las estancias sacrificaban miles de animales. En 1587 se embarcaron para España 74 350 cueros. Argote de Molina refiere que era tan grande el número de toros y vacas que se mataban en la montería, que a Sevilla llegaban en la “flota de las indias” unos 200 000 cueros y que el número de los que se usaba en la Nueva España debía ser mayor111 Los vaqueros utilizaban la desjarretadera o media luna, que les permitía matar un gran número de animales. Samuel Champlain atestiguó la sorprendente agilidad con que los jinetes la usaban, galopaban detrás de los animales y sin bajarse del caballo cortaban sus corvas y así los derribaban112. Acto seguido desmontaban, desollaban al animal, salaban la piel y la mandaban a la Ciudad de México o a Veracruz113

Argote de Molina también dedicó un espacio de su libro sobre montería que tituló, De la montería de los toros cimarrones en las Indias Occidentales. Le sorprendió la forma en que se monteaba a los toros y vacas cimarrones, los cuales escondidos en las sierras y montañas bajaban a los frescos pastos de los valles a comer y a beber agua en las fuentes, ríos y arroyos. Salían en su cacería hombres de a caballo con largas garrochas de veinte palmos (alrededor de cuatro metros). Un arma que poseía en la punta una hoja de metal en forma de medialuna con agudísimos filos. Con ellas los acometían al mismo tiempo que huían, e “hiriéndolos en las corvas… a los primeros botes los desjarretan, y apeándose de los caballos los acaban acuchillándolos por las rodillas y quitándoles la piel”114 .

Ya desde 1574 el virrey Enríquez había tratado, sin mucho éxito, de poner orden. Muchas estancias eran objeto de excesos, robos y delitos; sobre todo las que tenían un gran número de ganado. Reafirmó el antiguo mandamiento del virrey Velasco sobre la obligación de rodear el ganado un día de cada semana. El Consejo de la Mesta debía declarar cuáles y cuántas estancias de por sí no se podían dejar solas y se debían encargar a un español115. A los propios encargados de estancias se les acusaba de apropiarse de caballos ajenos para “baquear”116. Medida más radical fue la de prohibir a los vaqueros cazadores el uso del caballo y que el trabajo que realizaran no fuera a cambio de caballos:

Los poderosos capitanes de Tierra Adentro

La conquista de los vastos territorios de Tierra Adentro significó la verdadera multiplicación, expansión y consolidación de la ganadería. Libres de las concentraciones agrícolas y demográficas indias del centro del virreinato, el norte significaba una oferta ilimitada de tierras para el desarrollo de una ganadería todavía más extensiva. Por supuesto, había que lidiar con el asunto de los indios nómadas, proceso histórico que dotaría al vaquero de sus características más específicas y acabadas. Si en el centro del virreinato hablamos de un vaquero cazador que a

“Ordeno y mando, que ningún Mestizo, Indio ni Mulato ni Negro libre pueda tener ni tenga caballo propio suyo en manera alguna: sino que en las haciendas donde estuvieren a servicio sirvan en los caballos de sus amos, so pena de que pierdan los tales caballos, y además de ello les sean dados doscientos azotes públicamente...” 117 .

La conquista de los vastos territorios de Tierra Adentro significó la verdadera multiplicación, expansión y consolidación de la ganadería.

Paisaje de Placer de Guadalupe, Aldama.
Humedal en el Valle de Encinillas.

la postre desapareció, en el septentrión hablamos de un vaquero soldado, cuyas formas y expresiones culturales perduraron. En Tierra Adentro florecieron inmensas unidades de explotación ganadera que causaron la admiración de propios y extraños. Su importancia económica y social llegó a superar a la minería… y eso no es poco.

La ganadería mayor marcó de manera profunda el carácter de una sociedad norteña en formación, le otorgó su propia identidad. Su influjo se convirtió en un elemento definitorio de rasgos y expresiones culturales trascendentales y perdurables. Sus diversas raíces étnicas configurativas –blanco, indio, negro y mulato– proporcionaron una enorme riqueza multicultural y dotaron a la sociedad norteña de su elemento definido y característico que trascendió fronteras: el vaquero. Esa diversidad también significó la amalgama de un amplio espectro de usos y saberes tecno-productivos que enriquecieron las prácticas del trabajo y el oficio.

Crearon una serie de alegorías y festividades alrededor del trabajo con el ganado, en las que basaron la mayoría de sus fandangos. Herrarlo, separarlo, caparlo y lazarlo se convirtieron en motivos de competencia y una oportunidad para mostrar habilidades. Entonces, ¡el rodeo se volvió una fiesta! Fue precisamente en el rodeo, un espacio de socialización impregnado de rituales, donde los jóvenes mostraban que habían dejado la infancia y pasado a la edad madura. Allí, los jinetes hacían gala de sus destrezas con el caballo y su pericia en las suertes que ejecutaban con los toros. Los acontecimientos importantes –matrimonios, nacimientos, bautizos,

muertes, coronaciones– eran motivo de fiestas que se celebraban mostrando la capacidad de manejar y dominar toros y caballos.

En Zacatecas, desde 1554, el ambicioso joven Francisco de Ibarra lanzó una expedición con el objetivo de encontrar el reino de Nuevo México, también llamado Copala. Fueron varios años de búsqueda hasta que, en 1562, descubrió el pueblo de Topia, en la Sierra Madre Occidental. De ninguna manera era lo que esperaba encontrar, pero fue suficiente para que el virrey Luis de Velasco le concediera una capitulación para fundar y gobernar una nueva provincia, la cual llamó Nueva Vizcaya118 .

Más tarde, en 1563, fundó Durango y Nombre de Dios, suministró con todo lo necesario a los vecinos, distribuyó entre sus soldados-pobladores vacas, carneros, cabras, maíz, harina y pólvora; además de todas las herramientas para construir sus casas y abrir acequias. Entre sus facultades estaban las de administrar la justicia civil y criminal, nombrar funcionarios subalternos, otorgar mercedes de caballerías y estancias, casi siempre por mediación de su pariente Martín López de Ibarra, quien fue su lugarteniente119

El tío de Francisco –Diego de Ibarra– llegó a la Nueva España en tiempos del primer virrey, participó en las campañas contra los chichimecas y estuvo entre los cuatro capitanes que fundaron Zacatecas en 1546. La meritocracia imperial le garantizó suceder a su sobrino en la gubernatura de la Nueva Vizcaya. En poco tiempo acumuló una fortuna que le permitió acceder a la mano de la hija del virrey Luis de Velasco. Por reales cédulas del 8 y 18 de diciembre de 1566, el rey lo autorizó erigir un mayorazgo. En-

tre las estancias que se vincularon a este, estaban la de Santa Ana, Santiago, Estancia Vieja, Chichimecas, Ciénega Salada, Buenavista y Guadiana, todas en Nueva Vizcaya, donde pastaban más de 130 000 reses y los caballos pasaban los 4 000. Junto con la mujer y el hermano del conquistador Cristóbal de Oñate, poseía las haciendas de Trujillo y de Lagos, donde había más de 20 000 yeguas120

Cuando el virrey Velasco narró ante los notables la cantidad de becerros que herraban Diego de Ibarra y Rodrigo del Río de Losa –tercer gobernador de la Nueva Vizcaya–, estos se admiraron y quizá dudaron de las cifras mencionadas. Tanto, que fue necesario que tres notarios dieran fe. Testificaron que, en 1586, la hacienda de Trujillo había herrado 33 000 becerros y la de Río de Losa, 42 000. Aquellos notables quedaron todavía más admirados de que a manera individual se pudiera herrar tanto ganado121. Para 1598, este último tenía la capacidad de vender de tajo más de 60 000 vacas a un vecino de la Ciudad de México, de nombre Álvaro de Soria122. Una gran cantidad de mercedes de estancias –84 en total–, constituyeron las dos principales haciendas de Ibarra.

Como parte de las huestes de Francisco de Ibarra, Río de Losa recibió grandes compensaciones por sus servicios, como las muy valiosas encomiendas. Refiere el misionero jesuita Andrés Pérez de Rivas –quien en 1604 estuvo con él– que, habiendo necesidad de los servicios del conquistador, salió nuevamente contra los indios. Eso le valió obtener la orden de Santiago, además de extensos sitios y estancias que pobló de ganado mayor. Admirado el misionero decía que lo multiplicó en tanto número y

abundancia que cada año herraba 24 000 becerros. En realidad, lo sorprendente era que pudiera herrar tantos animales, habiendo vendido poco antes más de 60 000 vacas. Entre 1587 y 1597 había adquirido una gran cantidad de estancias. En un movimiento, catorce de ellas al norte de Nombre de Dios, en 13 500 pesos. En otra ocasión compró diez que fueron propiedad del alcalde mayor de San Martín.

Entre Sombrerete y Cuencamé fundó, en el Valle de Magdalena, la hacienda de Santiago. Esa propiedad no sólo poseyó inmensos rebaños, sino también un obraje, varios molinos, vinatería, cuatro hornos para fundir plata con su carbonería y un derecho sobre todas las minas de todos los reales del reino, que eran más de 4 000. Al casco de la hacienda se le describe como un palacio con su iglesia y capellán, donde sus indios libres, esclavos, mestizos y criados llegaron a formar un pueblo de regular tamaño123

La primera población fundada, en lo que es el actual estado de Chihuahua, fue el Real de Santa Bárbara. Su génesis se remonta a 1564, cuando Río de Losa descubrió sus minas, pero fue hasta 1567 que las mismas se abrieron. Sucedió después de que dicho personaje recibió la instrucción de Francisco de Ibarra de poblar el Valle de los Conchos124. Francisco de Urdiñola gobernó la Nueva Vizcaya entre 1603 y 1615 y llegó muy joven a Tierra Adentro. Primero participó como un simple soldado en varias campañas contra los indios insumisos. Gran habilidad militar tenía para que, hacia 1582, fuera nombrado capitán de la compañía de Mazapil. Adquirió allí unas minas y pacificó a los indios. Sin embargo, la fortuna que amasó provino principalmente de la

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Herrarlo, separarlo, caparlo y lazarlo se convirtieron en motivos de competencia y una oportunidad para mostrar habilidades.

Herradero en el rancho San Luis, Ahumada.

ganadería y la agricultura. Aunque logró consolidar cinco o seis enormes haciendas, no empezó de la nada, cuando las adquirió ya estaban en parte formadas. Situadas por el rumbo de Saltillo y del río Aguanaval, ocupaban varios millones de hectáreas125

Parte de su fortuna y tierras las debe a que, en 1586, se casó con Leonor, hija del importante estanciero y minero Alonso López de Lois. Ese mismo año este murió y Urdiñola lo sustituyó como jefe de familia y heredó sus propiedades, lo que aumentó en gran medida su fortuna ya que López de Lois era dueño de la hacienda de Santa Elena, de un ingenio en Río Grande (el Aguanaval) y de minas de Mazapil. Urdiñola nunca dejó de adquirir estancias ganaderas y vinícolas126 .

Suntuosamente, estos gobernadores viajaban con su séquito de hacienda en hacienda. Los actos públicos que realizaban, como las concesiones de tierras que otorgaban, constituían verdaderos ritos de poder. Rodeados de una gran cantidad parientes, amigos y criados, eran la personificación del poder mismo. La gran hacienda de Río de Losa, el mismo reflejo de una vida patriarcal. Su morada estaba, “como la del profeta Abraham”, siempre llena de gente. Todos hablaban de la magnificencia que desplegaba este caballero para con religiosos, soldados, viajeros y pobres que en él encontraban refugio, protección y dinero127

La familia del Hierro y la hacienda presidio La Concepción

En la jurisdicción de Santa Bárbara, la hacienda de La Concepción se convirtió en un espacio de protección de caminantes, pobres y menesterosos. Fue el primer punto del Camino Real que se tocaba al viajar de sur a norte. Alcanzó a tener un sistema hídrico privilegiado que en su momento de consolidación se extendió de tal forma que atravesó o tocó los ríos Valsequillo, En medio (antes Enmedio) y el Florido. Por eso fue una hacienda mixta, es decir de labor y ganadera. Se sembraba trigo, maíz, cebada y frijol y se criaba ganado mayor y menor.

La época de la primera gran rebelión de los indios conchos (1600 - 1604) es importante en su proceso de constitución. Allí participaron los capitanes Miguel de Barraza, los hermanos Alonso Hernández y Lorenzo de Vera, quienes se avecindaron en San Bartolomé. En la década de 1620 continuó su expansión con una merced otorgada a Tomás de la Cruz para una “saca de agua”, cuatro caballerías de tierra y un sitio de ganado mayor en el Río

En medio, que es donde hoy está la hacienda Concepción”128 . Fue otorgada por el almirante Mateo de Vesga, quien fue gobernador y capitán general de la Nueva Vizcaya entre 1620 y 1626129

En 1629 su propietaria era Regina de Vera, casada con Domingo González. Entonces aparecieron en la región otros importantes capitanes. Uno de ellos fue Juan del Hierro Cereceda, quien junto con otros militares comandaba 120 indios conchos en los combates contra la rebelión de los tepehuanes entre 1616 y 1618. Juan era alcalde mayor de la provincia y junto a su hijo –Lope del Hierro Cereceda– fue uno de los principales jefes de armas de la provincia. En 1639, este último compró la hacienda a Domingo González y aquello se convirtió en la base de la riqueza y las operaciones militares de los del Hierro. Lope fue uno de los importantes donadores de bienes y también aportó indios para el poblamiento del presidio de Cerro Gordo. De hecho, durante la rebelión de los tarahumaras –de 1649 a 1650– participó en los combates al frente de sus indios de encomienda130

En ese momento recibió otra merced de “saca de agua” y un sitio de ganado mayor en el Río En Medio; que le fue otorgada por el general Juan Fernández de Carrión, teniente de gobernador y capitán general del reino de la Nueva Vizcaya131

La Concepción proporciona una interesante visión de la cultura material de una hacienda ganadera y sus vaqueros. ¿Cómo se organizaba en lo general y el trabajo en lo particular? ¿Socialmente cómo se estructuraba? ¿Qué elementos materiales se utilizaban en el trabajo cotidiano?

Lope del Hierro se casó con Beatriz de Grados y procrearon una familia. Uno de sus hijos de nombre Andrés fue el que a la postre se hizo de la hacienda. Este se casó con Regina de Vera, del mismo nombre de su madre y anterior propietaria. Para 1675, Andrés manifestó tener en todos sus bienes, incluida la hacienda, un caudal de 12 000 pesos y obtuvo de su esposa Regina una dote de 5 000 pesos, una verdadera fortuna.

En 1674, la hacienda ya era todo un complejo compuesto por varias viviendas, salas, aposentos, un jacal de dos naves, huertas, capilla, corrales, tierras y aguas con un valor de 14 500 pesos.

En 1674 falleció Andrés del Hierro y su hijo Lope, del mismo nombre que su abuelo, pasó a manejar todos los negocios de la familia. En su testamento, Andrés declaró tener un rancho en el río Primero con más de 10 000 reses.

Después de la muerte de Andrés, se realizó un rodeo del ganado mayor a una legua del casco de la hacienda. Se contaron 7 300 cabezas, que tasaron parejo a cuatro pesos cada una. Un total de 29 200 pesos132

Lope del Hierro, el gran heredero

Lope del Hierro fue el heredero de La Concepción. Emparentó con dos de las principales familias del Valle de San Bartolomé. En primeras nupcias se casó con Catalina, hija del capitán Miguel Moreno. Más tarde, Catalina falleció y Lope se casó con Francisca de Navarrete, hija de Cristóbal de Navarrete y Jose-

Hacienda La Concepción, Allende.

fa de Solís. Para quedarse con La Concepción, Lope negoció con sus hermanos para comprarles su parte.

Entre 1707 y 1712 se aplicó en la jurisdicción del Valle de San Bartolomé la institución de la Concepción. Aunque los hacenderos tenían que pagar una buena suma de dinero en el proceso, era la oportunidad para integrar las tierras que habían quedado entre las mercedes que se les habían entregado, las realengas, las que habían invadido o las que habían usurpado.

Los Moreno eran dueños de la hacienda San Francisco Javier del Río Florido, socios y emparentados con Lope del Hierro. Realizaron la composición de las dos haciendas en forma conjunta, para poder integrar todas las tierras de estatus dudoso que se encontraban entre ambas propiedades. Lograron así componer con su majestad, un total de 42.5 sitios de ganado mayor. Nada menos que 74 587 hectáreas. De la totalidad de esos sitios, 34 correspondían a La Concepción133

Lope del Hierro falleció en 1713 y, para repartir la herencia, se contó el ganado en La Concepción y río Florido. El alcalde mayor de la jurisdicción, el capitán Francisco Rojo Coronel, advirtió que el ganado mayor se podía juntar en un solo rodeo debido a la distancia de más de dos leguas, se tenía que efectuar uno por hacienda. Era preciso que los dos rodeos se realizaran al mismo tiempo, ya que el ganado contado podía mezclarse con el que todavía no se había enumerado. Por lo tanto, Rojo nombró al alférez José Ramos Martínez como responsable del rodeo y conteo del ganado en la de río Florido. El 19 de diciembre de ese año se llevó a cabo el rodeo con personas “prácticas e yntelixentes”. Es decir,

vaqueros. Se contaron un total de 5 000 reses, valuadas a veinte reales por cabeza, que arrojaron un total de 12 500 pesos134. Además, Lope aclaró en su testamento que había entregado mil toros y novillos a Nicolás de Bustrin, con un valor de 3 500 pesos. Los mulatos eran escasos. Entre las pocas referencias a este sector social, tenemos, para 1713, el caso del mayordomo de La Concepción: un mulato de nombre Antonio135. Sin embargo, se sabe que abundaban los aventureros en la jurisdicción, que se empleaban en las haciendas. Eran hombres de a caballo, con montura y desjarretaderas o garrochas para arrear el ganado. Para el rodeo en La Concepción y río Florido se había tenido que ocupar a esos vaqueros llamados aventureros. Aunque no mencionan cuántos, la hacienda tuvo que pagar una fuerte suma por sus servicios: 163 pesos.

La consolidación de Encinillas

La hacienda de San Juan Bautista de Encinillas fue fundada en 1676, mediante una merced de 40 sitios de ganado mayor otorgada al sargento mayor Benito Pérez de Rivera. Posteriormente le anexó la hacienda del Sauz con otros siete sitios. Veinte años después, Blas Cano de los Ríos fundó la San José del Sacramento, mediante una merced de cien sitios de ganado. En su historia irrumpe el poderoso Manuel de San Juan y Santa Cruz, quien compró las haciendas mencionadas y logró consolidar un vasto latifundio.

Para la década de 1740, Encinillas contaba ya con más de cincuenta vaqueros, unos cuaren -

ta pastores de ovejas y un centenar de labradores, peones y artesanos. La población se estimaba en más de 2 000 personas. Eso no era poca cosa. De hecho, resultaba ser una de las conglomeraciones humanas más importantes de Tierra Adentro. Los vaqueros y peones se fueron multiplicando y también todo lo relacionado a la hacienda. En 1750, Encinillas ya tenía 242.5 sitios de ganado mayor.

Y más tarde incorporó 134 sitios más. Un total de 376.5 sitios de ganado. Más de medio millón de hectáreas y todavía faltaban incluir un sinnúmero de extensos sitios bajo poder de sus vaqueros aún sin titular. Se calcula que había más de 100 000 cabezas de ganado y 2 000 caballos 136

El Camino Real atravesaba la hacienda. Como se trataba de la principal vía de comunicación, era vital y a toda costa debía mantenerse libre. Por eso, en Encinillas los vaqueros conformaban una fuerza armada que había tenido que asumir la protección y el hecho de mantener despejada esa ruta, que iba de Chihuahua a Paso del Norte. Asumían todas las funciones de una fuerza militar.

En adelante, Encinillas no sólo fue tomada en cuenta por su posición geográfica y ubicación en el Camino Real, sino también por la enorme importancia de sus vaqueros armados. Tanto, que llegaron a tener fama y prestigio, y los funcionarios militares reformistas borbones contemplaban a Encinillas como un puesto militar y la incluían en sus planes de defensa y en sus estrategias geo-militares137

Sus prácticas como vaqueros los habían convertido al mismo tiempo en excelentes sujetos en las artes castrenses. Crearon la cuera para protegerse de flechas y lanzas. Eran diestros jinetes que manejaban las armas con pericia y estaban acostumbrados a un ambiente que ponía su vida en juego, así es que agudizaron sus sentidos y se acostumbraron a interpretar los signos que les daba la naturaleza. Escuchaban el viento y las aves, olían la lluvia, aprendieron a orientarse con las estrellas138 . Del mismo modo se acostumbraron a una existencia austera, a dormir arriba del caballo o al aire libre y desarrollaron técnicas para conservar los alimentos. Así conformaron una cultura con una identidad propia. EL INICIO: VAQUEROS, HERENCIA NOVOHISPANA

Grabado Apache Lookout, en el libro Riders Across the Centuries.
Ilustración “Un cuera de Casas Grandes en plena lucha con los apaches”, del libro Las Guarniciones de los presidios de Nueva España.

Para la década de 1740, Encinillas contaba ya con más de cincuenta vaqueros, unos cuarenta pastores de ovejas y un centenar de labradores, peones y artesanos.

A lo lejos en el valle, la Hacienda Encinillas.

Antiguo casco del Rancho Ojo Caliente, Buenaventura.

Los impulsivos tiempos que vieron nacer la estirpe vaquera, estaban muy lejos de encontrar remanso. Casi dos siglos y medio de trifulcas, lo mismo en las planicies que en la sierra, no habían sido suficientes para construir una calma duradera.

Aunque es verdad que los vaqueros eran ya un sector con roles importantes para la sociedad, su esplendor se gestaba todavía.

El futuro parecía plagado de desafíos, pero la prosperidad y la grandeza vivían en el destino de esta tierra indómita. Aquel

Camino Real, escenario de luchas interminables y de esfuerzos sin precedentes, sería también la ruta de un crecimiento inimaginado.

Chihuahua y sus vaqueros estaban a punto de protagonizar historias que servirían para contar a sus nietos –y los nietos de sus nietos– la epopeya de este pueblo.

EL VAQUERO MODERNO

DOMÍNGUEZ

A lo largo del septentrión americano se extendió, con el paso de los años, un famoso camino promotor de asentamientos poblacionales y comercio. Durante siglos, el Camino Real de Tierra Adentro comunicó las zonas de más al norte del continente con la Ciudad de México. Caravanas y convoyes recorrían un itinerario que duraba meses entre los puntos de conexión del trayecto. Por cada pueblo, villa, presidio o hacienda, llevaban consigo personas, bestias, mercancías y un vasto catálogo de elementos culturales que, al instalarse, poco a poco fueron amoldándose hasta formar lo que actualmente se conoce como la cultura norteña.

En su tránsito por el espacio que hoy es el estado de Chihuahua, aquellos viajeros encontraron con una geografía propicia para el desarrollo de actividades

agrícolas y ganaderas que motivaron el asentamiento de haciendas, cercanas a lagunas y ríos. Por un lado, al oeste, se extiende hoy día hasta la gran Sierra Madre y, al este, cercano al llamado Bolsón de Mapimí, un territorio semidesértico dotado de llanuras y pastizales, interrumpidos ocasionalmente por una que otra sierra pequeña. Fue en estas planicies donde el pastoreo del ganado encontró refugio y se desarrolló de la mano de la actividad minera; esa que buscaba prometedoras vetas de plata en aquellas pequeñas sierras que se observaban a lo lejos del paisaje.

En esas mismas serranías se originaron las corrientes que todavía hoy alimentan el caudal de los ríos Conchos y Bravo, Florido, Parral, San Pedro, Sacramento o Chuvíscar. En sus orillas fueron asentándose comunidades agrícolas, presidios y haciendas

Antonio A. Guerrero Gastelum y otros vaqueros en el rancho Ojo Caliente, 1936.

En su tránsito por el espacio que hoy es el estado de Chihuahua, aquellos viajeros encontraron con una geografía propicia para el desarrollo de actividades agrícolas y ganaderas que motivaron el asentamiento de haciendas, cercanas a lagunas y ríos.

Lago en Encinillas.

En su tránsito por el espacio que hoy es el estado de Chihuahua, aquellos viajeros encontraron con una geografía propicia para el desarrollo de actividades agrícolas y ganaderas que motivaron el asentamiento de haciendas, cercanas a lagunas y ríos.

ganaderas. Ahí surge pues, el germen de la cultura vaquera cuyos inicios se rastrean dentro de las fuentes históricas desde el temprano siglo XVII.

Al norte, a poca distancia de lo que hoy es la ciudad de Chihuahua, en esa misma época se asentó una de esas haciendas de origen ganadero. A un lado del Camino Real de Tierra Adentro se fincó Encinillas, parada obligatoria en el camino a Santa Fe, Nuevo México, en lo que más tarde serían Estados Unidos. La zona favorece la crianza de ganado, pues se ubica justo en medio de una gran planicie rodeada por las sierras de Encinillas, Majalca, La Tinaja Lisa y Peña Blanca, de las cuales baja una gran cantidad de riachuelos que dotan de vida al paisaje en las temporadas de lluvia. Así se abastece el Ojo Laguna, un cuerpo de agua cercano a la hacienda. Durante el verano, aquel lugar se adorna con el vaivén del viento entre el pasto navajita, una planta abundante en la zona y rica en propiedades alimenticias que ha engordado durante siglos a miles de cabezas de ganado que habitaron la región.

La hacienda Encinillas resulta tan antigua como la misma villa de Chihuahua, hoy capital del estado. Además, jugó un papel importante en el desarrollo temprano de la región y de la villa que, durante gran parte del siglo XVIII, proveyó de la carne necesaria para sus habitantes. Los administradores concursaban interrumpidamente por la concesión de abasto de carne durante las subastas organizadas por el cabildo de Chihuahua139. Como resultado de esos concursos, los dueños de la hacienda tenían la distribución y venta de carne en la villa y las zonas aledañas. De ahí surge un estrecho vínculo entre la cultura vaquera y ganadera con la población regional.

Durante buena parte del siglo XVIII, Encinillas perteneció al acaudalado Manuel de San Juan Santa Cruz, quien fuera también gobernador de la Nueva Vizcaya. A su vez, Don Manuel fue uno de los principales promotores del desarrollo de la villa de Chihuahua,

ya que gracias a su posición económica prestó una considerable fortuna a la Compañía de Jesús para levantar un convento y una escuela de primeras letras. Tras su muerte, la hacienda pasó a ser administrada por Francisco Bantardo.

Bajo la administración de Bantardo durante la mitad del siglo XVIII, la hacienda fue constante blanco del ataque de los grupos indígenas nómadas que transitaban por la región. En 1763, debido a las arremetidas y robos, se llegó a mencionar que Encinillas se encontraba en decadencia. En correspondencia para el gobernador de la Nueva Vizcaya, el administrador solicitaba el apoyo para enviar tropas a combatir a los enemigos que asolaban las inmediaciones de la zona. Además, puso mucho énfasis en señalar que proteger la actividad ganadera era garantizar el abasto de carne para la villa de Chihuahua y los pueblos mineros adyacentes140

Para entender la formación de la cultura vaquera en el norte de México, hay que poner en contexto la situación: el tránsito de las naciones indígenas nómadas a través de las haciendas ganaderas septentrionales. Entonces, era común el uso de la palabra ‘apachería’ para hacer referencia a las actividades relacionadas al nomadismo de los indígenas y a su pillaje, robo y saqueo a las comunidades de la zona. Durante el dominio español, la estructura competente para hacer frente a estos ataques se formaba por los presidios y sus soldados. Por aquella época, en la región al norte de la villa de Chihuahua había una línea de presidios estratégicamente diseñada para hacer frente a los ataques de naciones hostiles; esas que provenían de fuera de los confines del Virreinato de

Nueva España. Entre los principales se encontraba el del Carrizal, Janos, Paso del Norte, San Buenaventura, San Carlos y El Príncipe.

Los soldados de los presidios realizaban patrullajes en los sectores con reportes de ataques. Aquellos hombres marchaban durante días o semanas, a pie o a caballo, buscando a los hostiles. Su forma de vestir, reglamentada por las instrucciones reales, es el antecedente más próximo del atuendo vaquero. En la cabeza, un sombrero de fieltro al estilo cordobés para resguardarse del ardiente sol. En el pecho, protegiéndolos de los ataques de las flechas, la cuera de varios centímetros de grosor. En las piernas, polainas y botas que los escudaban de los arbustos o las flechas. En sus manos no podían faltar la lanza, el escudo o un arcabuz. De la experiencia del combate, el vaquero novohispano adquirió su estilo particular141.

La forma de vida basada en el pastoreo de ganado mayor o menor de la hacienda Encinillas se veía amenazada por el paso de los nómadas, quienes de manera transversal al Camino Real de Tierra Adentro recorrían los pastizales para internarse a la zona desértica del Bolsón de Mapimí o a las zonas serranas de Majalca, San Buenaventura, La Tinaja Lisa o los Arados. Por lo general, allí establecían sus campamentos temporales. Esto provocaba que, a su paso, atacaran las comunidades que se atravesaban en su trayecto y a los vaqueros y pastores que se encontraban realizando sus faenas en los extensos pastizales. Tras los ataques, era frecuente que los peones fueran asesinados o heridos de gravedad y gran parte del ganado era robado por los nómadas para servir como alimento o moneda de cambio, al realizar comercio en

El río San Pedro, que más adelante acaba por desembocar en el río Grande.
Carmela Wallace en la hacienda Corralitos, Casas Grandes, 1970.
La Mesa de Aldama y Puerto de Dolores.

otras regiones. Situaciones de esta naturaleza eran frecuentes a finales del siglo XVIII.

En la correspondencia entre la villa de Chihuahua y la hacienda Encinillas, durante la segunda mitad del año 1763, se denunciaban los constantes ataques de los indígenas. Allí quedó constancia del recuento de los daños y las muertes provocadas142

En las cartas, pedían organizar una campaña militar para darles alcance en sus campamentos instalados en las sierras inmediatas para recuperar el botín.

El origen de un ícono

Es común que, al referirse a los vaqueros, se resalte su adiestramiento y habilidades en la monta de caballos, además de su carácter y su personalidad reacia. Al menos son algunos rasgos de los vaqueros que el historiador norteamericano Richard W. Slatta rescata en su libro Comparing Cowboys and Frontiers. New perspectives on the history of the Americans143 En la opinión del autor, la situación fronteriza y la confrontación

violenta entre indígenas y novohispanos dieron origen a la personalidad del vaquero. Sólo de imaginar aquellos jinetes armados recorriendo durante meses las serranías escarpadas, los cañones estrechos y las praderas extensas en busca de hostiles –bajo el sol del mediodía y en temporadas de sequía– cualquiera podría asegurar que estas experiencias debieron de marcar su carácter.

En 1778, Encinillas se encontraba en total decadencia debido a los ataques del pillaje nóma -

da. Además, la Hacienda Real tenía un embargo sobre la propiedad a causa de una deuda adquirida por su antiguo dueño, Manuel Santa Cruz, quien había consentido ejercer como aval en un préstamo 144. Para entonces, Encinillas contaba con 114 caballos, 210 cabezas de ganado mayor y 19 000 cabezas de ganado lanar. En los años siguientes, la administración de la finca recayó en el capitán don Manuel González Cosío, esposo de la hija de Manuel Santa Cruz. Con él se experimen -

Rancho El Peñasco, Ahumada.
EL VAQUERO MODERNO

tó un realce en la actividad ganadera al participar constantemente en las subastas de abasto de carne para la villa de Chihuahua.

Con el arribo del siglo XIX, hubo un periodo de relativa paz en el enfrentamiento con los nómadas. Eso fue posible gracias a un plan de 37 acciones del comandante general Pedro de Nava, en relación al asentamiento de los apaches alrededor de los presidios. De ahí que para 1801, Encinillas vio un aumento en el número de cabezas de ganado. Era considerada una de las productoras ganaderas más importantes de la zona central de la Nueva Vizcaya.

En la hacienda, la forma de vida en torno al arreo de ganado podría ser ilustrada de la siguiente manera: La “casa grande” sobresalía del resto de las construcciones, era la vivienda del propietario y por tanto la más lujosa y adornada. En ella se encontraban algunos patios que eran rodeados por las habitaciones. Muchas veces la “casa grande” sirvió de refugio para los peones y sus familias cuando se suscitaban ataques de apaches. Sus muros eran gruesos y resistentes, tenía el diseño estructural necesario para ofrecer una efectiva defensa. A los alrededores de la “casa grande” se levantaban las casas de los peones, que eran rústicas y pequeñas construcciones de adobe. Cerca del lugar, se encontraban los establos y caballerizas. En el caso particular de Encinillas, la hacienda además contaba con su propia capilla145.

Los registros eclesiásticos de finales del siglo XVIII y principios del XIX permiten tener una idea de la composición étnica y racial de sus habitantes. Remitiéndose a los libros de bautizo depositados en el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Chihuahua, se observa una constante de registros de infantes de casta mulata, en menor medida se registraron mestizos y, ocasionalmente, se encuentran bautizos de niños tarahumaras, apaches o comanches. Bajo este crisol de castas se originaron los vaqueros y pastores que trabajaban en las haciendas del septentrión novohispano146. Además, existen investigaciones previas –como el trabajo de la historiadora Sara Ortelli– que reseñan la ascendencia africana de los vaqueros en las haciendas de entonces147

Los vaqueros y sus características

Sin duda, lo que más distingue al vaquero hasta el día de hoy es montar sobre una silla que posee un fuste o cuerno, el cual permitió que los jinetes lazaran e inmediatamente aseguraran a la res dándole la vuelta a la reata alrededor del fuste148.

Algo que caracterizó a los primeros vaqueros fue la sencillez y lo rudimentario de su apariencia. Los lugares donde vivían eran campos alejados de los centros poblacionales importantes donde el lujo y la abundancia eran escasos. El vaquero vestía con las telas de las que podía disponer, sobre todo de algodón y lana. La mayoría de sus herramientas eran fabricadas con la madera que encontraban en el espacio donde hacían sus faenas y otras, pocas, de metal.

El cuero de vaca, abundante en su entorno, formaba parte de toda la indumentaria: chalecos, botas y polainas. También lo usaban en la silla de montar, que era elaborada con la madera de que disponían. El mesquite, un arbusto endémico y abundante en la zona, era fundamental149. Los lazos y reatas que les servían para sus actividades eran fabricados con fibras vegetales provenientes de plantas como la lechuguilla o el maguey, comunes en la zona. También aprovechaban las crines de sus caballos para trenzar cuerdas150

Las dinámicas del arreo del ganado en las tierras propiedad de Encinillas iban en función de dos elementos: el agua y la amenaza nómada. Era común que el ganado fuera llevado a la zona cercana a la “casa grande” porque a unos pocos kilómetros se encontraba el cuerpo de agua conocido como Ojo Laguna y también sierras con zonas propicias para el agostadero; es decir, el pastoreo de verano. Sin embargo, si avistaban apaches o se enteraban de un ataque a las rancherías cercanas, el ganado era llevado al sur –hasta el rancho de Sacramento– que se encontraba en los confines de la inmensa propiedad y colindaba con la villa de Chihuahua. Lo hacían para evitar el robo del ganado y en caso de necesi-

tar ayuda militar, para que las tropas estacionadas en Chihuahua pudieran dar rápido alcance a los enemigos. En cada uno de estos movimientos, las reses eran conducidas por distancias que superaban los 20 kilómetros151.

Barbacoas y otras delicias

Diversos documentos del siglo XVIII narran las formas de cocinar los alimentos en estas regiones; sobresalen las barbacoas. En un parte militar de aquellos tiempos se menciona que durante la búsqueda de los nómadas que días antes habían robado ganado en una de las haciendas, se localizó en el aguaje de Tarabillas, unos kilómetros al norte, evidencia de un campamento indígena. En el lugar, se escribió, encontraron un gran número de osamentas de borregos, por lo que el capitán español infirió la realización de una barbacoa152

Según las descripciones disponibles, esta forma de cocinar carne se realizaba cavando una fosa y poniendo en el fondo una gran cantidad de rocas calientes. Encima de ellas, los trozos de carne, tapados con arena y dejados a cocinar a fuego lento durante horas. Una vez cocinados, eran retirados de la tierra. Esta práctica era muy característica de los pueblos indígenas, pero más tarde fue adoptada también por los vaqueros del norte de México. Tanto así, que todavía pueden encontrarse vestigios muy antiguos de esta forma de cocinar en la campiña de la zona semidesértica del estado de Chihuahua.

EL VAQUERO MODERNO
Arcos de la hacienda Aguanueva.

Para 1825, Encinillas seguía siendo un importante punto ganadero y poblacional de la región centro del estado de Chihuahua. En un censo de la época se reporta que en la hacienda y ranchos pertenecientes a ella contaban con una población de 655 personas. Resalta en el conteo un mayor número de varones, esto podría deberse a la necesidad de mano de obra pesada en las actividades pecuarias. Los oficios de la hacienda estaban destinados a los hombres, y entre las actividades resaltan la de cocinero, pastor, leñero, cochero, caporal, caballerango y vaquero.

En cuanto al registro de animales, para esos años la hacienda contaba con un inventario de 5 022 cabezas de ganado mayor, 1 366 caballos, 259 mulas, 70 805 borregos y 45 cerdos, dando un conteo total de 75 457 bestias153. En comparación con las cifras de las décadas pasadas, la hacienda vio un significativo repunte en su prosperidad, resultado de un periodo de relativa paz con los nómadas.

Enfrentamientos con los apaches

Con el inicio del siglo XIX, la Nueva España se vio envuelta en un proceso de emancipación que duró aproximadamente 10 años. En 1821, tras la firma de los tratados de Córdoba, surgió una nueva nación conocida como México. Pasaron algunos años y el intento de la formación de un imperio, para que la nueva nación adoptara el sistema federal y diera origen a la creación de los estados de la república; entre ellos Chihuahua, cuyo antecedente era la antigua provincia de la Nueva Vizcaya.

Derivado de la independencia de España y el nacimiento de un nuevo orden federal, se vinieron abajo las antiguas instituciones virreinales. Así pasó con los presidios que protegían los límites del virreino: fueron abandonados y dejaron de cumplir con sus labores de defensa. Consecuencia directa de la situación fue que, con el inicio de la década de 1830, Chihuahua se vio asolado por numerosos ataques de grupos apaches y la región entró en caos. Por tanto, el gobierno declaró formalmente un estado de guerra contra esas tribus; las denunció como enemigas e inició acciones hostiles y de persecución.

Este contexto bélico del siglo XIX es significativo en la formación de la imagen contemporánea del vaquero. En la cultura popular predominan las representaciones del hombre a caballo, sombrero, botas, carrillera, rifle, revólver y cara de pocos amigos, que se enfrenta a punta de pistola contra bandidos, cuatreros y apaches. Esa imagen del

vaquero rudo y valiente debe su procedencia a los acontecimientos sucedidos durante esa época en el norte de México. Tiempos en los que se enfrentaba cara a cara con los apaches que trataban de robar el ganado que custodiaba.

Un excelente ejemplo del escenario de esta confrontación fue la hacienda de Aguanueva, ubicada a un lado del Camino Real de Tierra Adentro, en el trayecto de Chihuahua a Paso del Norte. Se menciona desde inicios del siglo XVIII y su fundación se relaciona –como muchos poblados de la zona– con la cercanía de un ojo de agua.

Durante el siglo XVIII, Aguanueva no figuró como una gran hacienda ganadera. Por el contrario, se le conocía como una pequeña labor. Hay registros que señalan que en las sierras aledañas se había descubierto una veta de mineral precioso. En 1763, el señor Domingo Antonio González de Novoa solicitó a la villa de Chihuahua el permiso necesario para explotarla, así como el reconocimiento de su hallazgo154. Otro dato de importancia sobre Aguanueva es que durante la visita del inspector real Nicolás de Lafora a los presidios del norte en 1766, se hospedó allí. Al salir de la villa de Chihuahua con destino al norte, tomó dirección a San Gerónimo, hoy Aldama, para luego llegar a la hacienda de Hormigas, de ahí partió rumbo a Aguanueva155

Debido a su ubicación estratégica, Aguanueva fue un centro de operaciones ofensivas contra los nómadas, tanto en las campañas del capitán del presidio de Mapimí, Sebastián de Luaces, como del capitán Joseph Ydoyaga de la Compañía Volante.

Aguanueva se encuentra rodeada por las sierras del Gallego, la Tinaja Lisa, los Arados, los Carneros, Chivato, Encinillas y el Nido, entre otras, que eran utilizadas como refugio de la ‘apachería’. Por otra parte, gozaba de la presencia del vital líquido, recurso altamente apreciado en esa zona semidesértica. Por eso era común que transitaran por la zona tanto indígenas como animales con la intención de acceder al agua.

Entrado el siglo XIX y bajo la administración de Estanislao Porras, Aguanueva comenzó a figurar como una gran hacienda ganadera, gracias a las subastas para el abasto de carne en Chihuahua. Tanto que durante las décadas de 1820 y 1830, la hacienda compitió por la exclusividad del comercio de carne en la región, ganándola en varias ocasione156

Otro factor que evidenció la relevancia adquirida por la hacienda fue la solicitud de su propietario de construir una capilla en las inmediaciones del lugar. En 1826, Estanislao Porras pidió a la arquidiócesis de Durango los permisos necesarios para colocar también un cementerio y que se enviara a un párroco para las celebraciones religiosas157. La solicitud revela el tamaño que por entonces tenía la hacienda de Aguanueva: tan grande como para poseer su propia parroquia.

Otra de las razones de la construcción de la iglesia en Aguanueva era el peligro que significaba transportarse a otro lugar para presenciar las celebraciones religiosas. La capilla más cercana era la de Encinillas, a 40 kilómetros. Para los trabajadores, hacer ese trayecto equivalía a poner en riesgo sus vidas, ya que era común que, durante sus viajes, fueran sorprendidos y atacados por bandas de apaches.

Este contexto bélico del siglo XIX es significativo en la formación de la imagen contemporánea del vaquero. En la cultura popular predominan las representaciones del hombre a caballo, sombrero, botas, carrillera, rifle, revólver y cara de pocos amigos.

La vida parece pasar lentamente en Humariza, en el municipio de Valleza.

Para las personas que vivían de las labores campiranas, la autodefensa era una necesidad básica, así es que el uso de las armas se volvió cotidiano para defenderse de los ataques de apaches o bandidos. Aunque durante la época del dominio español la defensa de los súbditos recaía en los soldados presidiales, tras la independencia y la desaparición de los presidios esa responsabilidad quedó en manos de la población civil.

Un claro ejemplo de esto eran las alertas que emitía la autoridad municipal de Chihuahua, como cuando solicitaba a los hacendados estar alertas ante cualquier hostilidad y se les invitaba a armar a sus vaqueros para protegerse158. Por lo tanto, durante gran parte del siglo XIX, el enfrentamiento entre mexicanos y apaches se libró con grupos milicianos, que en muchos casos no eran de carrera. Por el contrario, el grueso de las tropas era de voluntarios o trabajadores de las haciendas a los cuales se les ordenaba combatir. Estos hombres, entre su lista de habilidades y oficios como vaqueros, desarrollaron un alto dominio en el manejo de armas de fuego y estrategias de combate.

Con caminos particularmente inseguros para los viajantes, era muy probable que desde las serranías cercanas se viera bajar a todo galope a una partida de nómadas que intentarían asaltarlos. Se corría el mismo peligro si se trataba de un vaquero que custodiaba el ganado mientras pastaba. Existen testimonios de enfrentamientos violentos entre vaqueros y apaches en Camino Real de Tierra Adentro. Esto sucedió cuando Estanislao Porras, propietario de la hacienda Aguanueva, se dirigía a la villa

de Chihuahua. El 23 de marzo de 1852, cuando cruzaban el punto denominado como laguna de Encinillas u Ojo Laguna, se les abalanzó un grupo de sesenta apaches. Apenas diez vaqueros tuvieron que hacerles frente. Ocho atacantes y dos defensores, resultaron muertos159

En el mismo año, el alemán Julius Fröbe emprendió un viaje desde la ciudad de Nueva York hacia el norte de México. En su viaje por el antiguo Camino Real, se topó con Aguanueva y se sorprendió con la magnitud y dimensiones de la finca. Sus impresiones acerca de la vida campera dan un excelente ejemplo, de primera mano, de lo que significaba ser un vaquero en la época. Comentó que Aguanueva era una de las pocas ganaderías del norte de México donde se continuaba criando rebaños al estilo y magnitud del antiguo México, es decir, el virreinal. Le sorprendió ver que el señor Porras y sus vaqueros –un grupo numeroso y armado–, protegían a las reses de las correrías de los apaches. No era para menos: dos de sus hijos y varios peones habían sido asesinados en incursiones indígenas160

Aguanueva fue diseñada con una disposición propicia para la defensa contra las correrías apaches. Como otras haciendas de la época, contaba con la llamada casa grande y, junto a ella, se disponían las viviendas de los peones, la cochera y las caballerizas. Lo sobresaliente de la construcción era que, en los puntos altos, es decir, lomeríos cercanos, se dispusieron puestos de vigilancia en forma de torreones. Construidos en material de piedra, eran lo suficientemente resistentes como para guarecer a los empleados en caso de un ataque.

Los pasatiempos

El tiempo de ocio y pasatiempos de los vaqueros de mitad de siglo XIX transcurría comúnmente en tardes de apuestas con naipes, aunque tenían otras actividades recreativas. En 1849, el viajero Philippe Rondé desembarcó en las costas de Texas y más tarde se internó en territorio mexicano. Durante su estancia, visitó varias haciendas y pueblos cercanos a la villa de Chihuahua, en la zona centro del estado.

En su recorrido, permaneció durante un fin de semana en el pueblo minero de Santa Eulalia, donde presenció cómo los lugareños pasaban su día de ocio. Solían soltar un toro por las calles a falta de una plaza y, durante horas, lo molestaban haciendo que los persiguiera. Continuó diciendo que “la calle principal (…) está abierta en la roca y forma una superficie lisa donde con trabajo se sostienen los caballos: no matan al animal, y se limitan a arrojarle el lazo; el uno coge al toro por una pata trasera, el otro por una pata delantera…”161. Lo comentado por Rondé sugiere una forma de jugar con el toro totalmente distinta a una tradicional corrida de estilo español. En vez de eso, la forma de divertirse insinúa más a un juego emparentado con el jaripeo o rodeo, donde se lazan animales sin matarlos.

El vaquero en los albores del siglo XX

Después de la década de 1880, el norte de México –en especial Chihuahua–, experimentó un cambio

significativo en su devenir. Por una parte, la derrota de los intervencionistas franceses en 1867 consolidó a una élite política y económica regional. Por otra, la rendición de los últimos reductos de indígenas apaches permitió pacificar el estado y desarrollar las actividades comerciales, entre ellas la ganadería. Una consecuencia directa fue un repunte muy significativo en la prosperidad de las haciendas chihuahuenses.

Entre las principales haciendas de la época resaltan Aguanueva, Encinillas y el Carmen. Entonces se creía que la suma de todas esas propiedades alcanzaba un millón de hectáreas. Por tanto, dicha zona ubicada en el norte-centro del estado se convirtió en punto neurálgico de la actividad vaquera, probablemente, de todo México. Se calcula que las reses que por entonces había en aquellas haciendas eran unas 400 000162.

Otro factor que propició el aumento en la producción ganadera fue la introducción del tendido férreo. En 1882, las vías conectaron Chihuahua con los Estados Unidos. Tuvieron que pasar dos años más para que la capital del estado tuviera acceso ferroviario a la Ciudad de México. El ferrocarril se hizo tomando referencia el antiguo Camino Real de Tierra Adentro y atravesaba parte de las haciendas antes mencionadas, lo que facilitó el traslado del ganado y significó un cambio importante en las actividades vaqueras, ya que sólo era necesario trasladar a los vacunos hasta el puerto de embarque donde eran subidos a los vagones.

Con la llegada del ferrocarril, atrás quedaron los tiempos violentos en que los jinetes debían permanecer alertas y preparados ante la amenaza de

los apaches. Sin embargo, persistía la actividad delictiva de cuatreros que se dedicaban al robo de ganado. La vida en el campo abierto preservaba, aunque fuera un poco, su naturaleza ruda a pesar de los nuevos tiempos.

Gran parte del personal de estas haciendas a finales del siglo XIX encontraba su fuerza de trabajo en las comunidades rancheras de sus alrededores. Las labores de estos vaqueros eran cuidar y arrear el ganado, herrar a las reses, limpiar acequias, deshierbar y barbechar la tierra. No hubo mucha variación en lo referido a salarios entre comienzos y finales del siglo.

En cuanto al personal de planta, este solía habitar dentro de la propiedad. Vivían en edificaciones sencillas hechas de adobe, llamadas galeras. Eran largas y rectangulares, divididas en varias habitaciones. Cada una poseía una ventana que daba al frente, y estaban acondicionadas con una chimenea y fogón de leña para cocinar. La superficie era de tierra aplanada y sus huéspedes la cubrían con tapetes para pasar la noche.

Los habitantes de las haciendas hacían de esos lugares centros autosustentables. Eran tan grandes y en ellas había tanta variedad de oficios y artesanos, que no era necesario salir del lugar para satisfacer cualquier necesidad. En el sitio vivían herreros para reparar piezas de metal o hacer herraduras, talabarteros que fabricaban monturas o cualquier otra indumentaria de trabajo, zapateros y carpinteros. En la hacienda del Carmen, por ejemplo, había una población total de 838 personas, de las cuales 473 eran varones y 365, mujeres163

Octubre era el mes con más actividad, cuando se herraba el ganado. Aunque los vaqueros tenían que llevar su propia silla de montar, los caballos eran proporcionados por el hacendado; junto con el pago, se incluía una ración de carne seca, frijol, café y azúcar 164

Aunque las principales haciendas comprendían vastísimos territorios con excelentes tierras de pastoreo, no existía una demarcación o cercado que las confinara. La falta de límites perimetrales permitía que los vaqueros y rancheros que vivían en los alrededores pudieran pastar su propio ganado dentro de las tierras de los hacendados y eso era permitido a sabiendas del hacendado. De hecho, se considera que esta práctica era un pacto no escrito resultado de la experiencia de la guerra contra los nómadas a lo largo del siglo XIX. Una especie de agradecimiento que los hacendados regionales hacían al duro esfuerzo y sacrificio que los vaqueros de Chihuahua tuvieron que asumir al realizar actividades y maniobras militares de autodefensa en un siglo por demás complicado y difícil.

Luego de sus duras jornadas de trabajo, los vaqueros podían pasar tiempo de calidad con sus familias. Durante la cena en los fríos días de invierno, disponían sus sillas de madera alrededor de la estufa de leña y disfrutaban del calor que irradiaba el hierro fundido mientras comían o bebían una taza de café. Antes de irse a dormir, platicaban un rato con sus hijos y esposas. En ese lugar y momento, se practicaba una comunicación intergeneracional en la que se transmitía a las nuevas generaciones la cultura de los vaqueros de Chihuahua. Entre los relatos sobre sus antepasados resaltaban las historias de combates contra los apaches. Algunas veces, los más viejos solían actuar y personificar las historias mientras las narraban, usando flechas, tambores, lanzas y demás artilugios que habían pasado de generación en generación. Hablaban de los actos heroicos de la gente de su comunidad en épocas pasadas. Las enseñanzas permearon y marcaron a los jóvenes que crecieron adoptando una forma de vida basada en la valentía y en el trabajo duro, valores que forman parte de la cultura vaquera del norte de México165

La vecindad con Estados Unidos: del vaquero al cowboy

La figura del cowboy es reconocida en todo el mundo. Cualquier persona en cualquier lugar identifica los elementos que distinguen al clásico cowboy americano: sombrero, carrillera con un revólver, botas y chaleco de piel, y los famosos diseños de sus camisas en las que predominan los cuadros y colores

brillantes. Parte de la popularidad de este personaje es resultado de la gran promoción que hizo la gigantesca industria cinematográfica estadounidense, comenzando por las películas que estuvieron de moda en las décadas de los cincuenta y sesenta; la creación de un tipo específico de comida y hasta las marcas de ropa que venden sus productos al estilo western alrededor del planeta. Se reconoce al cowboy como un ícono cultural de los Estados Unidos de Norteamérica. No obstante su popularidad, muchos ignoran los orígenes y la gran aportación cultural que el cowboy americano le debe a los vaqueros novohispanos y mexicanos.

El escenario donde nació el personaje estadounidense es, sin duda, en las extensas praderas de lo que hoy se conoce como el estado de Texas.

El comienzo se remonta al poblamiento hispano de aquellas zonas del Nuevo Mundo. A diferencia de la región central de la Nueva España, donde su poblamiento estuvo motivado por la búsqueda de minerales preciosos, en la zona cercana al Golfo de México fue lento y tardío. Aquellas tierras no eran atractivas para los aventureros; allí no había serranías abundantes en mineral.

El poblamiento de las tierras al este se debe en buena medida a la labor que las órdenes religiosas emprendieron para evangelizar a los gentiles que las habitaban. Fueron aquellos misioneros quienes llevaron consigo las primeras reses a Texas, para que les proveyeran de alimento en las misiones recién fundadas. Al poco tiempo se dieron cuenta de lo difícil que sería su trabajo evangelizador, pues se encontraban en tierras habitadas por nativos duros y hostiles para

el trato. Constantemente las misiones eran atacadas y destruidas. En el caos creado durante la acometida a las poblaciones hispanas, las bestias (caballos, toros y vacas) se dispersaban en todas direcciones. Con el tiempo, este ganado errante engendraría una raza salvaje que llenaría por miles los pastizales texanos166

En el siglo XVII, con las expediciones del explorador español Juan de Oñate a los territorios actuales de Nuevo México y Arizona, hubo un intento de introducir al ganado en el norte del continente, pero fue infructuoso. Para el año 1630, se tenía registro aproximado de cincuenta sacerdotes repartidos en 25 misiones en la zona de Nuevo México. Sin embargo, a pesar de la colonización emprendida, la ganadería no prosperó debido a la constante incursión de los apaches. A diferencia de Texas, donde hubo condiciones propicias para la reproducción silvestre del ganado mayor o vacuno, en Nuevo México sólo existían posibilidades de introducir ganado menor o lanar167

Los primeros registros de la actividad ganadera en la Texas hispana datan de la segunda mitad del siglo XVIII. Para entonces, los vaqueros que habitaban del lado norte del río Bravo, en la región de Béjar, trasladaban su ganado hasta Coahuila para venderlo en los mercados. En 1779 se otorgó el primer permiso a los ganaderos novohispanos de comercializar la carne de res en la provincia francesa de Luisiana. A partir de entonces, se estableció un provechoso comercio entre las dos regiones. Para los ganaderos en Texas era más fácil y práctico trasladar su ganado a Luisiana que a Coahuila. La mejor época del año para llevar a cabo el arreo de reses a

la zona francesa era en el mes de octubre, cuando las lluvias terminaban y dejaban a su paso una gran cantidad de pasto168

Con el comienzo del siglo XIX, las aspiraciones expansionistas de los Estados Unidos se hicieron cada vez más presentes. En 1803, durante la administración del presidente Thomas Jefferson se llevó a cabo la compra de la región de la Luisiana a Francia. La operación sirvió de pretexto al gobierno estadounidense para comenzar las expediciones anglosajonas al septentrión novohispano. Con las exploraciones, el gobierno de Estados Unidos tuvo un conocimiento geográfico certero para comenzar su expansión al oeste. Precisamente esa información, fue la que aprovecharon también los comerciantes anglosajones para establecer rutas de comercio entre la región de Santa Fe, Nuevo México y San Luis, Misuri. Durante la década de 1820, se consolidó una ruta de comercio entre el mundo hispano y anglo al norte del continente americano. Fue gracias a este contacto que el angloamericano venido del este conoció y adoptó la silla de montar hispana169

Después de la independencia de la Nueva España en 1821, el nuevo gobierno promovió el poblamiento de las provincias al norte del continente, entre ellas Texas. Gracias a la ley de inmigración de 1825, el angloamericano Stephen Austin solicitó al gobierno mexicano el permiso para migrar a Texas y asentarse en la región. Junto con él, arribaron miles de anglos, principalmente por vía marítima. La mayoría de estos colonos se dedicaban a la agricultura, eran parte de los farmers o granjeros norteamericanos. Si bien entre sus pertenencias había animales

de granja, como vacas y borregos, para entonces, no conocían ni practicaban la ganadería como una forma de vida. Gran parte de su trabajo lo realizaban a pie y tampoco se caracterizaban por ser diestros jinetes. De hecho, la palabra anglosajona ranch que hace referencia a los lugares donde se desarrolla la actividad ganadera en el oeste americano, proviene de la palabra hispana rancho. Aquí comienza a vislumbrarse la herencia hispana que posee la cultura del cowboy americano.

Al asentarse en territorio texano, los colonos de origen anglosajón tuvieron que enfrentar las adversidades. Pronto hicieron contacto con los nativos americanos de la zona y experimentaron su hostilidad. Del contacto, aprendieron que sería necesario el uso de armas para proteger sus vidas y sus propiedades. Como medida de defensa, los colonos crearon un cuerpo de seguridad para hacer frente a los ataques, que pronto sería conocido como los rangers de Texas, cuyos inicios datan de 1823. Sin embargo, la forma de defensa contra los nativos resultó poco efectiva, ya que los angloamericanos utilizaban los rifles Kentucky, que estaban diseñados para ser utilizados por la infantería. Esto significaba que los indígenas, al utilizar caballos, se encontraban en una posición ventajosa ante los colonos que poco conocían del combate en monta170

Otro encuentro significativo de la cultura anglosajona en su proceso de colonización en Texas fue con el ganado salvaje. Habido por miles, los animales pastaban libremente. La raza salvaje era distinguida por su bravura y hosquedad. El colono aprendió por las malas que para tratarlos debía ser cuidadoso y no

hacerlo a pie, necesitaba forzosamente de un caballo. Para el año 1830, en la región texana había un aproximado de 100 000 cabezas de ganado, de las cuales 80% era mostrenco171

Texas fue escenario del contacto y fusión de dos culturas. Por un lado, la proveniente del virreinato de la Nueva España y, por el otro, la anglosajona de las antiguas colonias inglesas de la costa este, que no tardaron en interactuar con sus vecinos de ascendencia novohispana. El texano anglosajón vio la destreza que los mexicanos tenían a la hora de montar, gracias a la crianza de ganado en espacios abiertos.

Para los colonos fue una necesidad recurrir a la experiencia de los vaqueros mexicanos para tratar y controlar al ganado salvaje. Estos fueron contratados para capturar a las reses. Para comenzar la captura, los vaqueros ejecutaban maniobras al caer la noche. Por horas las hostigaban y correteaban a través de kilómetros de espacio abierto hasta cansarlas; una vez agotadas, las lazaban. Con la captura de los ejemplares salvajes, descendientes de los primeros ejemplares traídos por los misioneros españoles se dio origen a la raza característica texana, llamada longhorn, que es una cruza de las reses de la raza hispana con el ganado anglosajón traído del este 172

Así fue como empezó el ingreso de los angloamericanos a la cultura vaquera. Adoptaron y aprendieron la antigua forma de crianza novohispana a campo abierto, desconocida para el mundo angloamericano por entonces y hasta comenzaron a replicar el modelo de la hacienda mexicana, que los texanos nombraron como ranch.

Los texanos de origen anglosajón no crearon la industria del ganado que tanto les ha distinguido a lo largo de su historia, sólo retomaron el camino que los novohispanos y mexicanos habían trazado.

Aprendiendo a lazar en el rancho El Gallego, Ahumada.

Para 1823, el angloamericano James Taylor White siguió el ejemplo de los ganaderos mexicanos y comenzó a llevar y a comercializar ganado a Nueva Orleans. Se considera que fue uno de los primeros anglos en marcar el ganado con su fierro, práctica que se remonta hasta los tiempos del virreinato de la Nueva España173

Investigaciones previas, tales como el libro del historiador estadounidense Jack Jackson titulado Los mesteños. Spanish ranching in Texas, 1721-1821, sugiere que los texanos de origen anglosajón no crearon la industria del ganado que tanto les ha distinguido a lo largo de su historia, sólo retomaron el camino que los novohispanos y mexicanos habían trazado. Poco a poco, los colonos texanos fueron empujando sus ranchos más al sur, hasta los límites del río Bravo174. Debido al incremento de ganaderos y comerciantes de carne, el gobierno mexicano decidió regular el mercado. Desde 1827, las autoridades mexicanas exigieron a los ganaderos texanos marcar con su fierro a las reses175

Con el aumento del comercio de carne, los angloamericanos comenzaron a contratar a los vaqueros mexicanos por sus conocimientos y destreza.

Al vaquero de entonces no podía faltarle traer consigo su lanza y cuchillo, a los que posteriormente agregaría un arma de fuego que aprendería a disparar con precisión desde su caballo. La reata o soga usada para capturar ganado también era utilizada como un arma. En el contexto de la guerra contra los nómadas, el vaquero dominó la habilidad de lazar desde su montura a los apaches que se daban a la fuga por campo abierto y, en ocasiones, apretaba el cuello del perseguido hasta desmayarlo o asfixiarlo176.

El giro inesperado

El vaquero mexicano también heredó a los texanos el uso de las botas de piel y las chaparreras; ambas usadas para protegerse del clima, los arbustos y los ataques de animales rastreros como víboras. Las espuelas fueron también un elemento apropiado, que se remonta hasta la llegada de los conquistadores españoles 177

Al vaquero mexicano que trabajaba en los ranchos de los texanos comenzó a llamársele buckaroo , el anglicismo de la palabra en español. Asimismo, era un vocablo que hacía referencia al respeto y a la maestría de estos empleados, ya que fueron ellos quienes enseñaron el oficio a los futuros cowboys americanos. De hecho, hoy en día los ganaderos de la zona del pacífico norteamericano, sobre todo en California, prefieren usar la palabra buckaroo para nombrarse a sí mismos. El estilo californiano se distingue y jacta de ser más elegante que su contraparte texana.

Para 1830, la actividad ganadera en Texas vio un crecimiento acelerado. Ante la poca circulación de moneda mexicana en la provincia texana, se volvieron comunes entre particulares los tratos que implicaban el intercambio de cabezas de ganado: las reses ocuparon la función del dinero. Contar con un gran número de ganado se volvió un símbolo de estatus económico: entre más animales se tenía, más rico se era. Entonces los ganaderos texanos consideraron necesario marcarlas como su propiedad. Al principio, lo hacían con signos simples, como círculos o medios círculos,

pero con el pasar de los años adoptaron la tradición hispana de marcar en la piel del animal las iniciales de su propietario 178

En esa misma década, los colonos angloamericanos de Texas comenzarían una rebelión contra el gobierno mexicano que encabezaba Antonio López de Santa Ana. La insubordinación se debió al establecimiento de la constitución centralista de 1835, conocida como las Siete Leyes. Ante el malestar de la población texana por las normas recién impuestas, se realizaron levantamientos armados en distintos puntos, tomando pueblos importantes como San Antonio de Béjar. El gobierno de Santa Ana no tardó en reaccionar y aplacó a los insurrectos de forma severa. A pesar de los triunfos mexicanos, la guerra dio un giro inesperado en la batalla de San Jacinto, donde el general Santa Ana fue capturado por Samuel Houston. La liberación del general mexicano estuvo condicionada a la independencia de la República de Texas, que fue anexada en 1845 a los Estados Unidos de América.

Los texanos, ya independientes de México, comenzaron a reorganizar su estructura social y económica. Los propietarios texanos, con arraigadas tradiciones esclavistas, basaron su fuente de producción en dos modelos, la plantación y la crianza de ganado. Ambas necesitaron de mano de obra: para los plantíos se usó la fuerza de esclavos afrodescendientes; para el trabajo ganadero, los servicios del vaquero179. Además, los ganaderos mexicanos cercanos al río Bravo comenzaron a ser víctimas de abigeato por parte de sus vecinos. Las bandas de cuatreros solían vender el ganado robado a rancheros texanos180.

Entre estos hombres que se dedicaban a capturar ganado en la región fronteriza resaltó Ewen Cameron, de origen escocés. Luego de asentarse en Texas y prestar servicio en la guerra de independencia contra México, se dedicó a organizar una partida de jinetes que cazaban ganado entre el río Nueces y Bravo. Para lograr su cometido, usaron las técnicas aprendidas a los vaqueros mexicanos. Estos texanos fueron parte de los primeros en ser llamados y considerados como cowboys181

Un toque estadounidense

El revólver, instrumento fundamental en el estilo del cowboy del oeste americano, fue adoptado a mitad del siglo XIX. En 1847, los rangers de Texas, solicitaron al fabricante de armas Samuel Colt la fabricación de 240 de sus revolucionarios revólveres. El innovador diseño permitía realizar seis tiros seguidos sin necesidad de recarga, pues las balas eran colocadas en un barril giratorio. Eso facilitaba al tirador estar preparado para el ataque en cuestión de segundos. Los Colt pronto fueron adquiridos por la población civil. Su popularidad lo volvió un indiscutible ícono del salvaje oeste182

Durante el siglo XX, la cultura de masas de los Estados Unidos convirtió al cowboy en un ícono de la cultura pop. La industria de la moda y sus marcas pusieron en boga los pantalones de mezclilla de corte vaquero y sus camisas de cuadros y colores llamativos. Desde el cine, catapultaron al vaquero a la fama mundial. El género western era el EL

favorito de todos, incluso de los europeos. Las mejores películas del género fueron filmadas por directores italianos en locaciones europeas. Los spaghetti western fueron películas que marcaron un antes y un después en la historia del cine. Ambientadas en el oeste americano y protagonizadas por los cowboys representaban escenas de la vida ruda y difícil de los vaqueros enfrentándose a bandidos y apaches en campo abierto. Entre las sagas más famosas de la historia se encuentra la trilogía del dólar de Sergio Leone: Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el malo y el feo (1966).

El vaquero contemporáneo de Chihuahua

Terminado el conflicto armado de la Revolución Mexicana, el campo mexicano tuvo que experimentar una profunda reestructuración. Entre las exigencias de los revolucionarios al nuevo Estado estaba la repartición de la tierra. Las grandes haciendas, propiedades de los antiguos terratenientes porfiristas, fueron fraccionadas y de ahí surgió la propiedad comunal y el ejido. El pequeño propietario, venido de las comunidades rancheras, tomaría las riendas de la actividad vaquera.

El rastro dejado en Chihuahua por la Revolución fue la casi total desaparición de la ganadería. Los censos de la época muestran menguas que llegan al 70%183. Las huestes revolucionarias destrozaron el inventario pecuario del estado al utilizar el ganado como alimento o como moneda de cambio para ad-

quirir parque y fusiles. El número de reses se redujo de 947 147 en el año de 1908 a 297 482 al acabar el periodo armado184

Sumado a lo anterior, el grueso de las tropas que se unieron a la revolución fueron precisamente vaqueros de oficio. Algunos, longevos veteranos de la guerra contra los nómadas que conocían y dominaban estrategias de combate, otros, más jóvenes, llevaban consigo los recuerdos y enseñanzas que sus padres o abuelos les contaron acerca de la guerra durante el siglo XIX. Era una generación de hombres marcados por un entrañable arraigo a la cultura de las armas, de la defensa de la tierra y la propiedad.

Con el inicio de los años 20, el plan de los gobiernos posrevolucionarios de Chihuahua fue fraccionar las grandes propiedades. El gobernador

Ignacio Enríquez tuvo la idea de repartir la tierra con la intención de crear una clase de pequeños propietarios dedicados a la agricultura. Con ayuda del gobierno federal, se dio a la tarea de comprar las tierras que pertenecían a las familias hacendadas con un acuerdo que implicó el pago de 13.6 millones de pesos por casi 2 500 000 hectáreas185

En 1922 se elaboró una nueva ley agraria que fue aprobada en el congreso local. Una de las particularidades de dicho código, era que ningún propietario debía de poseer más de 40 000 hectáreas; de lo contrario, debía fraccionar su propiedad y ponerla en venta. La mayoría de los extensos terrenos de las haciendas ganaderas del siglo XIX fueron repartidos. Para 1935, la hacienda Encinillas sufrió una drástica división territorial: 68% de su extensión fue vendida a particulares; el 24% destinado a la crea-

Feliciano Márquez, Matachí.

ción de colonias campesinas y 8% quedó a resguardo de la Caja de Préstamos para Obras de Irrigación y Fomento de la Agricultura. En el caso de El Carmen: 40% de su totalidad fue vendido a particulares; 30% destinado a la creación de colonias, 4% a la tierra comunal y un 26% quedó en manos de la caja186

El problema con el plan de acción del reparto agrario implementado en Chihuahua era que buscaba la creación de una sociedad campesina. Sin embargo, las propiedades fraccionadas tenían el antecedente histórico de haber sido destinadas por siglos a la actividad ganadera. El reparto de la tierra y la fracción de las grandes haciendas puso en peligro la tradicional ganadería a espacio abierto.

Ante el proyecto del reparto agrario, hubo quien pensó en reactivar la ganadería en las antiguas propiedades de los hacendados. Este movimiento antiagrarista fue motivado dentro de la misma Caja de Préstamos. Sus dirigentes veían en las excelentes tierras de pastoreo de las antiguas haciendas porfiristas una posibilidad de lograr un negocio redituable, además de reintroducir el ganado en el estado, cosas que habían sido casi olvidadas a causa del proceso armado187

Durante el año de 1922, las regiones estadounidenses de Texas y Nuevo México sufrieron una fuerte sequía y los ganaderos debieron buscar soluciones. Entre ellas, se contempló trasladar gran parte de las cabezas de ganado a los ranchos del estado de California; sin embargo, el costo resultaba muy elevado. A sabiendas del problema, representantes de la Caja de Préstamos se reunieron con los estadounidenses para ofrecer las tierras chihuahuenses. La propuesta fue tomada de buena manera: el costo sería significativamente menos elevado. Tras lograr acuerdos, se arrendaron parte de las tierras de pastizales y el ganado estadounidense cruzó a territorio chihuahuense por vía férrea 188 . Era un intento de traer de regreso las glorias pasadas de la bonanza ganadera.

Ante este contexto de reformas posrevolucionarias, en 1925 se creó la Asociación Ganadera del Estado de Chihuahua, que en 1927 pasó a llamarse Cámara Nacional de la Ganadería del Estado de Chihuahua. En 1939 se instauró la Unión Ganadera Regional de Chihuahua, con un total de 18 miembros fundadores189.

Desde entonces, la unión ha sido una institución que promueve la investigación en la crianza de ganado y la introducción de nuevas razas, además de proteger a los productores en casos de sequías y brotes de enfermedades y velar por el comercio justo en los mercados nacionales e internacionales.

El último siglo ha sido marcado por grandes cambios tecnológicos y el desarrollo de nuevas vías de comunicación transformaron el oficio del vaquero; en algunos casos lo han hecho más cómodo. Estos cambios van desde la construcción del tendido férreo para la zona serrana con la inauguración del CH-P en 1961, pasando por la creación del sistema carretero y la terminación de la carretera Panamericana a mitad de siglo, hasta el uso diario y para el trabajo de los vehículos de combustión interna. Los aparatos de radio comunicación también facilitaron la actividad, los ranchos desde entonces han tenido comunicación directa y constante entre ellos, así como con asociaciones ganaderas, aduanas y cruces fronterizos190

Algunos de los personajes de esta historia que tiene mucho de épico siguen con vida a pesar de su avanzada edad y tienen muchos recuerdos vívidos y precisos.

Feliciano Márquez y las vacas de todos colores

Feliciano Márquez Morales, “Chano”191, nació en Matachic, una comunidad serrana de Chihuahua, en 1949. Desde muy joven comenzó a dedicarse a la actividad vaquera. Recuerda que su madre murió a temprana edad y que él tuvo que irse a vivir con su hermana mayor, que ya estaba casada. Para ayudar con los gastos, su primo y su cuñado le encontraron un trabajo en el rancho El Terrero, propiedad del señor Armando Antillón. La finca se encuentra a un lado del camino que conecta las poblaciones de Matachic con San Isidro, al noroeste del estado.

Entre los diez y doce años le encomendaban el ganado. Había que cuidar que las reses no se comieran los sembradíos de maíz. Su cuñado y su primo lo subían al caballo desde las siete de la mañana y no lo bajaban hasta que dieran las dos de la tarde. A él le tocaba un caballo manso, para que fuera acostumbrándose a cabalgar y adquiriera experiencia.

Durante más de cincuenta años se dedicó a trabajar en la pequeña propiedad del señor Antillón. Al paso de su vida, vio cómo el número de reses fue aumentando. Cuando empezó, cuidaba 20 vacas. Con el tiempo, el inventario del rancho pasó a tener 125 cabezas de ganado. El Terrero, cuenta Chano, era un rancho dedicado a “cosechar” becerros. Es decir, criaban ganado para venderlo a temprana edad. Cuando él llegó a trabajar, dice, había vacas de todos colores y con el tiempo se fue componiendo la “criada”, hasta dejarla de un sólo color. Primero se vendían alrededor de 10 becerros al año. Luego, con el pasar de los años y el trabajo duro, se vendían hasta 80.

Por lo pequeño del rancho El Terrero, Armando Antillón se veía en la necesidad de rentar tierras para pastar muy adentro de la sierra. En las décadas de los 60 y 70, no existían caminos ni tenían camionetas para trasladarse, por lo que hacían dos días a caballo para arrear el ganado hasta esos lugares de pastoreo. En sus viajes, forzosamente tenía que llevar con él una remuda de dos mulas para ir intercambiándolas y que no se agotaran. En las bestias cargaba dos cobijas, pinzas y grapas, piezas básicas para hacer su trabajo de vaquero. Llevaba también una provisión de papas, bolsas de fideos y frijoles. Arriba en el monte podía durar hasta ocho días, bajaba cuando llegaba

Héctor Manuel Quezada Calderón, Placer de Guadalupe.

su relevo. Pasaba este lapso cuidando el ganado y durmiendo en una pequeña y sencilla cabaña.

Durante el tiempo que pasaba en la sierra permanecía incomunicado. Nada sabía de su casa ni de los suyos hasta que bajaba del monte. Cuando los inviernos eran crudos, en las noches, –comenta– las dos cobijas y el fuego no eran suficientes para calentarse. La nieve y el frío calaban hasta los huesos, pero igual se montaba en el caballo para cuidar las reses.

Además de sus cobijas, cosa indispensable para andar en el monte era un rifle –calibre 22 o 30– para espantar a los “leones” que solían atacar y devorar al ganado por las noches. En muchas ocasiones no era necesario usarlo porque, al sentir al león rondando, los perros comenzaban a ladrar y a perseguirlo. Platica Chano que, cuando se asustaban, esos animales subían a las copas de los árboles usando sus garras, como si fueran gatos domésticos. Cuando tenían la oportunidad, bajaban rápidamente y corrían hasta perderse.

Aunque para un vaquero no existe el tiempo libre –asegura Chano, porque siempre había algo qué hacer– la remuneración invariablemente era poca. Apenas le alcanzaba para comprar lo necesario para la familia. Además, una vez casado, no había posibilidades de ir a buscar trabajo a otros ranchos, tenía que quedarse estable en un sólo lugar.

Durante sus más de 50 años de vaquero aprendió a cuidar el ganado casi de forma autodidacta. Muchas veces, recuerda, no había veterinarios en el monte o el llano y uno tenía que ser doctor. Parte del trabajo era recibir al becerro y tratar de abrir la matriz si la vaca la tenía cerra -

da. Si en la labor de parto a la vaca se le salía la matriz, había que volver a metérsela… porque si no, se muere.

A sus 75 años, Chano ya no se dedica al oficio de vaquero. Hoy pasa sus días con su esposa, hijos y algunos nietos. Su casa de adobe es reflejo de la sencilla vida de vaquero en el noroeste de Chihuahua. Todavía tiene algunos caballos y vacas de su propiedad; sin embargo, ya no es necesario efectuar los largos viajes para cuidarlos.

Ahora, sólo sube a su troca y toma la carretera o la brecha hasta su terreno, les deja alimento y vuelve al pueblo. Además, dice Chano, ya no es necesario lazar a las vacas; ellas ya suben a la ‘traila’ solitas.

Héctor Manuel Quezada Calderón, con las chaparreras puestas

Existen otros valiosos testimonios de vaqueros del siglo XX, como el de Héctor Manuel Quezada Calderón192, al que sus parientes y amigos le dicen el Mono. Nació en Placer de Guadalupe en 1938, en una familia de gambusinos y comerciantes. Su padre –a quien perdió muy joven–, se dedicaba a la actividad ganadera en pequeña escala en el ejido donde vivían. Su madre poseía una pequeña tienda de abarrotes. Recuerda que su contacto con los animales de campo fue desde muy pequeño cuando jugaba con los potrillos y los educaba para que hicieran trucos y “monadas”.

Comenzó a trabajar desde muy pequeño, tenía que revisar y atender a las vacas: si les faltaba alimento, si alguna estaba por parir, si se perdían y debía buscarlas. Así el trabajo y la forma de hacerlo, que le enseñó su padre. Un poco más grande, acompañaba a su papá a trabajar en otros ranchos, –Bellavista, por ejemplo– hasta por seis días. Allí capaban y herraban a las reses.

Todavía le vienen a la mente los recuerdos de cómo las mujeres cocinaban los panes para la comida en aquellos días. Ya que no tenían horno, colocaban la masa en unas cazuelas y les ponían brasas arriba, abajo y a los costados. Sólo era cuestión de esperar hasta que la masa se esponjara y horneara por completo. Eran buenos aquellos trabajos en ranchos ajenos que él hacía algunas veces al año, sobre todo en octubre, cuando se deshijan a los becerros.

Entre otras de sus ocupaciones como vaquero, recuerda haber sido contratado en varias ocasiones por un hombre que venía de la Ciudad de México, cuando él era un adolescente de 13 o 14 años. El señor le pagaba a él y a otros muchachos por ir de rancho en rancho para comprar caballos, mulas y vacas. Durante varios días recorría los ranchos Bellavista, Guadalupe, Sacramento, la hacienda de Hormigas y el Placer de Guadalupe. En estos recorridos llegaba a juntar unas 200 bestias, que después arreaba hasta la ciudad de Chihuahua. Una vez en la capital, debía esperar algunos días para subirlas a los vagones del Ferrocarril Central Mexicano. Mientras, los animales pastaban en las faldas del cerro Coronel, del lado de Robinson. Una vez embarcadas, el hombre les pagaba entre once y doce pesos por el trabajo.

Al igual que sus compañeros de generación, el Mono llevaba lo necesario: su montura, unos sudaderos, cobija y una maleta donde llevar panes, además de traer una remuda de dos caballos para ir intercalándolos. Eran duros aquellos tiempos. Los inviernos, más. Tanto, que a veces tenía que dormir con sus chaparreras puesta para soportar el frío.

También fue agricultor por temporadas en un rancho de Texas. En esa época era fácil cruzar la frontera, incluso a pie por un punto llamado Lomas de Arena. Entonces, el Mono estableció una red de tráfico de candelilla, manteca y sardinas en la frontera de México y Estados Unidos. Incluso hubo un momento en que se dedicó a la producción de sotol casero. Gran parte de su licor era comercializado en los bares del centro de la ciudad de Chihuahua. Tiempos aquellos en los que andaba con un revólver 38 en la cintura.

Como era un excelente jinete, participaba en todos los jaripeos de la región. Iba de pueblo en pueblo –Coyame, Pueblito, Aldama y Urrutia– compitiendo contra los mejores. También le gustaba mucho la monta de toros, así como se hacía antes, dice. No como ahora, tan al estilo americano: el jinete gana por cuestión de tiempo. Antes, cuando él participaba, el que ganaba era porque mostraba más destreza en la monta y se juzgaba qué tan alto podía poner el jinete su espuela a la hora de estar montado.

Una mujer vaquera

En el siglo XX, las mujeres decidieron tomar las riendas y practicar el oficio del vaquero. Existen algunos casos destacables por atreverse a incursionar en un ámbito históricamente dominado por la presencia del varón.

Paulina Crosby193 nació el 29 de junio de 1949. Su familia descendiente de irlandeses se dedicaba a la ganadería, así es que tuvo una infancia plagada de anécdotas veraniegas en el rancho de sus padres, en Namiquipa. Allí aprendió a montar, a los tres o cuatro años.

La pequeñita pasaba horas con los vaqueros que trabajaban en la propiedad. Ellos fueron los que le dieron sus primeras enseñanzas acerca de los caballos, cómo montar y del oficio al que le dedicaban su vida. Bien se acuerda de la molestia que sentía su abuela al verla interactuar con los empleados. Sus padres, en cambio, veían con ternura los intereses de la chiquilla, que se llevaba un lonche para resistir las jornadas de trabajo en el campo, aunque lloviera o hiciera frío, incluso si nevaba. Burritos con frijol, eso le gustaba. Aunque en ocasiones comía de lo que los vaqueros cazaban y cocinaban. Nunca olvidará el día que atraparon un conejo. Claro que sus aventuras en el rancho no podían estar libres de percances. Como ese día cuando, a los once o doce años, cayó del caballo pero quedó enganchada y el animal empezó a arrastrarla y pisotearla. Aunque intentó ocultárselo a sus padres, no tardaron mucho en descubrir las marcas en su espalda y en prohibirle que volviera a cabalgar sola.

Otro accidente, un poco más grave, sucedió cuando se encontraba en la presa del lugar. Desde joven estuvo familiarizada con las armas, incluso tenía un revólver propio. Esa mañana de febrero, estaba cazando aves en el cuerpo de agua. Después de un rato de disparar sin éxito, bajó la pistola y sin querer accionó el arma: se disparó en la pierna. Nadie la vio ni la escuchó por un rato, hasta que un vaquero la encontró. La llevaron de urgencias a la ciudad de Chihuahua y, afortunadamente, pudieron salvarle la pierna.

Una vez casada, Paulina comenzó a adentrarse de lleno en el mundo del rodeo, pues era un excelente jinete de toros. No sólo concursaba, también organizaba esos eventos, además de ser asidua concurrente a las cabalgatas y desfiles en la ciudad de Chihuahua.

Algunas veces lo hacía vestida de charra y otras, de vaquera.

Aunque Paulina ya no monta a caballo, sigue siendo propietaria de un rancho dedicado a la producción de ganado de exportación y ha tratado de transmitir a sus descendientes la pasión que ella misma heredó: la vida del campo y la ganadería. Sus hijas y nietas son, al igual que ella, excelentes jinetes y vaqueras.

Vaquero universitario

Algunos siglos de historia y una herencia irrefutable nos traen al presente con algunas preguntas en el aire.

¿Todavía existen los vaqueros? ¿La modernidad y la tecnología son sus aliados o atentan contra sus tradiciones? Carlos Ortega Ochoa194 nacido en 1962 en el ejido El Porvenir, Bachíniva, podría ayudarnos a esbozar una respuesta. Desde niño estuvo envuelto en las actividades ganaderas y agrícolas. Su padre era agricultor además de un comerciante de ganado. Como a los seis años comenzó a montar descalzo y a pelo. Tiene muy presente las carreras que, en aquellos días, organizaba con sus hermanos y amigos. En las competencias, hacía que su caballo saltara cercas y bardas, de ahí que llegara a caerse en más de una ocasión.

Claro que también le tocó cosechar frijol, estar pendiente de que a los animales no les faltara el agua y desgranar el maíz para alimentarlos, ayudar a su padre a sembrar o llevar y traer el ganado de la sierra. Fue ahí que, observando a los otros vaqueros, aprendió a lazar. Sin embargo, Carlos no se quedó con la rudeza del oficio y la nostalgia de la tierra, decidió estudiar la carrera de zootecnia en la ciudad de Chihuahua. Más tarde, lo transmitió a las siguientes generaciones como profesor de tiempo completo de la facultad. Realizó sus estudios de posgrado en el extranjero y fue rector de la facultad de Zootecnia de la UACH (Universidad Autónoma de Chihuahua). Él sabe que la costumbre de herrar en el mes de octubre es para evitar que el ganado sea infectado por

el gusano barrenador, porque en esa época del año el mosco que lo transmite va a la baja.

Aunque jubilado, sigue trabajando y desarrollando sus actividades en el rancho de su propiedad en Moctezuma, Chihuahua. Los vaqueros de hoy, dice, deben practicar el oficio de una manera más metódica, adaptarse a las nuevas técnicas e, incluso, valerse de la ciencia para conseguir una administración eficiente y sustentable. Rotación de las tierras de pastoreo, por ejemplo, técnicas que él pone en práctica en su propio rancho, que ha convertido en un espacio experimental y de investigación.

Por eso –junto con su amigo y socio Joaquín Sotelo Mesta– planea una escuela de vaqueros, porque le parece un oficio en peligro de extinción. Así es que está intentando rescatar las prácticas tradicionales para combinarlas con las nuevas técnicas surgidas de la investigación científica y de la implementación de los más recientes adelantos tecnológicos.

El vaquero, personaje identitario del norte de México, ha ido transformándose al paso del tiempo. Primero fue sostén del poblamiento a Tierra Adentro en el septentrión americano. Luego, defensa ante el ataque y correrías de las tribus nómadas. Hoy defiende su permanencia en una sociedad que ha sido rebasada por la innovación y la tecnología. Gracias a su esfuerzo, el norte del país sigue latente y pujante. Vacía, inocua y sin esencia sería la cultura norteña sin el vaquero. De ahí que los que habitan esta zona sientan una deuda histórica con quienes han vivido ejerciendo el oficio del vaquero en México.

EL VAQUERO MODERNO
Carlos Ortega Ochoa, el vaquero universitario.
Elías Neyra, La Tunas Cattle Co.

En el siglo XX, las mujeres decidieron tomar las riendas y practicar el oficio del vaquero.

Existen algunos casos destacables por atreverse a incursionar en un ámbito históricamente dominado por la presencia del varón.

Luisa Herrera, barrileada en La Escondida Arena.
Las últimas luces del día en la Feria de Santa Rita.
La tarde y su quietud en una tienda vaquera del Centro Histórico de Chihuahua.

NUEVOS BRÍOS

Cuando un conjunto de conocimientos, costumbres

e ideas que caracterizan a un pueblo logran trascender en el tiempo, nada resta para afirmar que estamos en presencia de una cultura. Varios siglos después de que los primeros vaqueros dejaron sus huellas en un territorio muchas veces hostil, sus pasos sirven aún de inspiración a quienes los sucedieron.

Los tiempos bravos que les tocaron, la violencia propia de las profundas transformaciones sociales de las que fueron partícipes, las revoluciones pequeñas y grandes –políticas o tecnológicas– y la siempre ruda naturaleza a la que entregaron su existencia, crearon una identidad recia y un temple perseverante; ése que les ha servido durante cientos de años y decenas de generaciones para hacerle frente al infortunio o a la prosperidad.

Las familias continúan reunidas en torno a las historias que les dieron valores y sentido de

pertenencia. Las épocas virulentas del pasado, se transformaron en un presente de bonanza y nuevos bríos, aunque la sabiduría de sus ancestros, el entendimiento con los animales, el poder curativo de las plantas y la intuición astronómica, perviven. Allí están, junto al espíritu indomable de siempre, porque es parte de su ser.

Los jóvenes de esta `patria´ vaquera, lo entienden bien. Saben que la vida es aquí y es ahora; como saben que la libertad vivida por sus antepasados, merece respeto en el presente, honrándolos también al seguir sus pasos en la calma de cada atardecer.

Desde el norte de México, una fuerza inagotable promete más y más vaqueros –modernos y distintos–, asidos a la actualidad y expectantes del futuro, que le den al mundo una prueba de la tenacidad y la determinación... nacidas en estas tierras.

La talabartería y los vaqueros han estado unidos durante siglos.
Arreo en la hacienda de Corralitos, Casas Grandes.

ROSTROS VAQUEROS

A muy temprana edad empezó a montar en el rancho familiar, casi como un juego. Ya adulta, se lo tomó más en serio y con disciplina se volvió barrilera profesional en los rodeos. Fue el entrenamiento constante lo que la ha convertido en una apasionada y exitosa mujer en las carreras.

OLGA PRADO SEYFFERT

EUG ENIO BAEZA MONTES

(1919-1979) Fue un hábil jinete y un lazador virtuoso... Un vaquero con todas las de la ley. Eduardo era un enamorado de la tierra y su grandeza; alguien que dominó los oficios del campo y de la ganadería, esos que ponía en práctica cada día en su rancho El Ojo Caliente

Un brazo roto o una mordida de cascabel son los accidentes en la existencia de un vaquero. En eso piensa don Eugenio cuando se pone a repasar la vida cruda de la que ha sido testigo; esa que siempre es regida por los vaivenes de la naturaleza. Estos tiempos en que la modernidad ha traído al oficio nuevas herramientas, lo invitan a la inevitable reflexión.

EDUARDO GUERRERO PERALTA

JOSÉ FERNÁNDEZ

LAGUETTE

Un arte apreciable desde una perspectiva poco convencional. Eso es para José el oficio del vaquero; un artesano que con sus manos, esfuerzo, energía y amor da sentido a la actividad ganadera. Sostiene que el verdadero vaquero es ese que, con sólo mirarlas, sabe de qué vaca es cada cría. Difícil explicar el conocimiento que ha recibido de sus ancestros.

MARTÍN

AYALA VALENZUELA

“La relación entre los caballos y los vaqueros trasciende lo físico. Es una conexión espiritual poderosa, equiparable a la que sentimos hacia lo divino”, refiere Martín. Y entregarse a eso, piensa, es abrazar una herencia de la tierra y el tiempo, una fusión de la historia y la naturaleza que perdura en nuestro espíritu, galopando en el corazón de quienes así lo valoran.

LUIS MÁRQUEZ BALDERAS

Entregar la vida entera a proteger la flora y la fauna de su entorno, aprender de los matices con los que la naturaleza nos comunica el paso del tiempo y cultivar el valor de la palabra para volverse una persona de confianza son las cosas que definen a un vaquero; eso piensa Luis.

Orgulloso practicante de un estilo de vida único y envidable, Miguel piensa que un vaquero no se define por los orígenes étnicos, el género o la edad, sino por estar comprometido con la vida en el campo. No es fácil –dice–, pero en ello se entrega el alma; algo que él hace con la esperanza de mantener viva una tradición que, ojalá, “continúe por la eternidad”.

MIGUEL GUERRERO ELÍAS

WILLIAM WALLACE

Aunque todavía muchos a su alrededor hacen de la vaquería una forma de vida, William a veces piensa que los buenos vaqueros son casi una especie en extinción, quizá por la complejidad del oficio. No sólo hay que conocer de vacas y caballos –afirma–, también es preciso estar preparado para una vida ruda que, en ocasiones, incluye largas temporadas en soledad.

Cuando en 2006 puso a un lado la ingeniería industrial para dedicarse profesionalmente al baile country, Rocío no imaginaba el éxito que obtendría. Tal vez precisamente por eso fue que las cosas se le dieron con naturalidad y los premios comenzaron a llegar, concurso tras concurso. Se trataba de algo más que una buena racha, se dijo. Esas fueron las señales que necesitaba para crear Ballet Espuelitas Golden Young.

ROCÍO M. FLORES ENRÍQUEZ

José Salinas, caporal de Las Tunas Cattle Co.
Sombrerería Tardan en el centro de Chihuahua, 1990.

LITERATURA CONSULTADA

1. CHÁVEZ, Entre rudos y bárbaros. Construcción de una cultura regional en la frontera norte de México, p. 173.

2. CARRASCO, Cada quien su rancho. Una etnografía de la cultura vaquera en la ciudad de Chihuahua, p. 130.

3. LIDDIARD, Muralismo en la ciudad de Chihuahua: Identidad social a través de la iconografía, p. 245.

4. Nacido en Indé, Durango, el 27 de febrero de 1915. En 1937 se trasladó a la ciudad de Parral. Tuvo talento para el dibujo desde temprana edad, lo que lo llevó a continuar sus estudios en la ciudad de Chihuahua; posteriormente, en la prestigiosa Academia de San Carlos. Después de completar su formación, regresó a Chihuahua, donde dejó varias obras, murió el 21 de enero de 1987.

5. Entrevista a Hipólito Hernández, Chihuahua, 2023.

6. Nació en Metztitlán, en el estado de Hidalgo, México, y se mudó con su familia, a una edad temprana, a la Ciudad de México. Desde pequeño mostró habilidades artísticas dibujando y pintando. De 1930 a 1933 asistió a la Escuela de Dibujo y Escultura de las Artes Plásticas en la Secretaría de Educación Pública. De 1934-1935 asiste de oyente a la Academia de San Carlos. Durante la década de 1940, se mudó a Chihuahua, donde realizó gran parte de su obra, falleció en 2009.

7. LIDDIARD, Muralismo en la ciudad de Chihuahua…, p. 197

8. LIDDIARD, Muralismo en la ciudad de Chihuahua..., p. 605.

9. William Herbert “Buck” Dunton (28 de agosto de 1878-18 de marzo de 1936) fue un artista estadounidense, fundador de la Sociedad de Artistas de Taos en Nuevo México. Su obra se caracteriza por retratar vaqueros y sus actividades en Nuevo México, el suroeste de Estados Unidos y algunos ranchos del norte de México, donde él mismo trabajó como vaquero.

10. Situada en el Municipio de Gómez Farías, Chihuahua.

11. Nació en 1910 en Villa Ocampo, Durango, México. Sus dibujos revelan con gran detalle costumbres, momentos históricos, mapas de época, escudos y moda en la franja fronteriza. Ello le ha valido que el presidente George W. Bush le haya entregado la Medalla Nacional de Humanidades y que haya recibido múltiples reconocimientos de distintas instituciones, incluido uno del Papa Juan Pablo II. Falleció en El Paso, Texas, en 2009.

12. DOVAL, Breve historia de los cowboys, p. 236.

13. GRAHAM, El Rancho in South Texas: Continuity and Change From 1750.

14. DARY, Cowboy culture, p. 81.

15. DOVAL, Breve historia de los cowboys, p. 236.

16. Entrevista a Eleazar Mendoza, Satevó, 2023.

17. Buey manso que se coloca delante de las reses bravas para que las guíe.

18. La angaria es una figura jurídica que facultaba la requisa o la toma en préstamo de propiedades ajenas, especialmente en tiempo de guerra.

19. GRAHAM, Hecho en Tejas. Texas-Mexican Folk Arts and Crafts, p. 100.

20. VARGAS, “Entre vaqueros, arriadas y herraderos”, Chihuahua, ganadería y cultura del septentrión, p. 274.

21. Entrevista a Eleazar Mendoza, Satevó, 2023.

22. DOVAL, Breve historia de los cowboys, pp. 194-195.

23. Entrevista a Eleazar Mendoza, Satevó, 2023.

24. Entrevista a Eleazar Mendoza, Satevó, 2023.

25. Entrevista a Salvador “Bibi” Borunda, El Sauz, 2017.

26. Entrevista a Eleazar Mendoza, Satevó, 2023.

27. LIPSETT, Historia de la vida cotidiana en México III, p. 482.

28. DOVAL, Breve historia de los cowboys, p. 199.

29. STOECKLEIN, The Cowboy Hat: History, Art, Culture, Function, p. 13.

30. CARRASCO, Cada quien su rancho. Una etnografía de la cultura vaquera en la ciudad de Chihuahua, p. 65.

31. SLATTA, Comparing Cowboys and Frontiers, p. 78.

32. DARY, Cowboy culture.

33. DARY, Cowboy culture.

34. DOVAL, Breve historia de los cowboys, p. 206.

35. Entrevista a Octavio Guerrero Santiesteban, Chihuahua, 2023.

36. CARRASCO, Cada quien su rancho…, p. 132.

37. WALSH, The Texas Cowboy Cookbook. A history in recipes and photos, pp. 71-72.

38. CORCUERA, Entre la gula y la templanza, p. 9.

39. Entrevista a Eleazar Mendoza, Satevó, mayo 2023;

40. PÉREZ, Ganadería y alimentación, Cultura vaquera y gastronomía, p. 313.

41. WALSH, The Texas Cowboy’s Cookbook, p. 77.

42. PÉREZ MARTÍNEZ, p. 270.

43. SLATTA, Comparing Cowboys and Frontiers, p. 81.

44. CORCUERA, Entre la gula y la templanza, p. 158.

45. MANCERA-VALENCIA EN PÉREZ, Cultura vaquera y gastronomía, p. 313.

46. JORDÁN, Crónica de un país bárbaro, p. 21.

47. GARCÍA, Gastronomía de Chihuahua, p. 33.

48. FRÍAS Y VARGAS, La cocina regional de Chihuahua, p. 66.

49. LLOYD, Cinco ensayos sobre cultura material de rancheros…, p. 37.

50. FRÍAS Y VARGAS, La cocina regional de Chihuahua, pp. 70-71.

51. PÉREZ, Las fiestas de rancho, p. 321.

52. MENDOZA, Los toros de San Francisco. Festejo popular…, p. 5.

53. BACA, Satevó y sus raíces ganaderas. Cronología histórica de la ganadería en Chihuahua.

54. FIERRO EN PÉREZ, Las fiestas de rancho, p. 329.

55. ISLAS, Síntesis histórica de la charrería, p. 6.

56. RUXTON EN VARGAS, Viajantes por Chihuahua, pp. 47-49.

57. CARRASCO, Cada quien su rancho. Una etnografía de la cultura vaquera en la ciudad de Chihuahua, p. 75.

58. CLAVÉ, El rodeo en Chihuahua, pp. 333-334.

59. CLAVÉ, El rodeo en Chihuahua, p. 335.

60. Entrevista a Salvador “Bibi” Borunda Barrio, El Sauz, 2017.

61. MORENO, Historia de la música popular mexicana.

62. CARRASCO, Cada quien su rancho.

63. CARRASCO, Cada quien su rancho, p. 36.

64. ARGOTE DE MOLINA, Discursos, pp. 70-73.

65. ARGOTE DE MOLINA, Discursos, pp. 74-75.

66. TORQUEMADA, Monarquía indiana, pp. 366-367.

67. Cortar las pier nas de un animal por el jarrete (parte posterior de la rodilla).

68. TORQUEMADA, Monarquía indiana, pp. 367-368.

69. CHEVALIER, La formación de los latifundios, p. 147.

70. CHEVALIER, La formación, p. 147.

71. BELEÑA, Recopilación, p. 34. Cap. 19.

72. CHEVALIER, La formación, p. 147.

73. BELEÑA, Recopilación, p. 34. Cap. 19.

74. BRAND, The early history, p. 133.

75. ÁLVAREZ, Historia de la charrería, p. 31.

76. BRAND, The early history, p. 133.

77. MATESANZ, Introducción de la ganadería, p. 539.

78 MATESANZ, Introducción de la ganadería, p. 561.

79. MUÑOZ CAMARGO, Historia de Tlaxcala, p. 262. HERNÁNDEZ, DIEGO MUÑOZ CAMARGO, pp. 301-311.

80. CHAMPLAIN, Oeuvres, p. 22 (26).

81. CIUDAD REAL, Tratado curioso, p. 57. MEDINA MIRANDA, Los charros en España y México, p. 176.

82. CHEVALIER, La formación, p. 126. MEDINA MIRANDA, Los charros en España y México, p. 173.

83. CUEVAS, Documentos inéditos, pp. 167-169.

84. MUÑOZ CAMARGO, Historia de Tlaxcala, p. 261.

85. GARCÍA ICAZBALCETA, Opúsculos varios, t. II, pp. 454-457.

86. CUEVAS, Documentos inéditos, pp. 167-169.

87. GARCÍA ICAZBALCETA, Opúsculos varios, t. II, p. 457.

88. CHEVALIER, La formación, pp. 127-128.

89. RANGEL, Historia del toreo, pp. 10-11.

90. GARCÍA ICAZBALCETA, Opúsculos varios, t. II, pp. 454-457.

91. CHEVALIER, La formación, p. 434, nota 109.

92. ZAVALA, Libros de asientos, p. 97, en MEDINA MIRANDA, Los charros en España y México, p. 178.

93. CHEVALIER, La formación, p. 128, MUÑOZ CAMARGO, Historia de Tlaxcala, pp. 261-262.

94. TORQUEMADA, Monarquía indiana, p. 364.

95. CHEVALIER, La formación, pp. 133-134.

96. GARCÍA ICAZBALCETA, Opúsculos varios, t. II, p. 457.

97. CHEVALIER, La formación, p. 146.

98. PASO Y TRONCOSO, Epistolario de la Nueva España, t. IV, p. 96. CHEVALIER, La formación, p. 126.

99. BELEÑA, Recopilación, p. 60. Cap. 80.

100. CHEVALIER, La formación, pp. 139-140.

101. CHEVALIER, La formación, p. 148.

102. GARCÍA ICAZBALCETA, Opúsculos varios, t. IV, p. 149.

103. CHEVALIER, La formación, p. 132.

104. MEDINA MIRANDA, Los charros en España y México, p. 177.

105. CHEVALIER, La formación, p. 148.

106. BELEÑA, Recopilación, p. 43, Cap. 45.

107. BELEÑA, Recopilación. pp. 16-17.

108. CHEVALIER, La formación, pp. 148-149.

109. CHEVALIER, La formación, pp. 149, 214-215, nota 120.

110. SUÁREZ DE PERALTA, Noticias históricas, pp. 3-4.

111. ARGOTE DE MOLINA, Discursos, pp. 76-77.

112. CHAMPLAIN, Oeuvres, p. 45 (49).

113. BELEÑA, Recopilación, p. 60, cap. 80.

114. ARGOTE DE MOLINA, Discurso, pp. 76-77.

115. BELEÑA, Recopilación, p. 33. cap. 15.

116. BELEÑA, Recopilación, p. 33. cap. 14.

117. BELEÑA, Recopilación, p. 50. cap. 56.

118. JONES, Nueva Vizcaya, pp. 17-59.

119. CHEVALIER, La formación, pp. 195-195.

120. VILLASEÑOR, Los condes, pp. 170-173.

121. BASALENQUE, Historia de la provincia, pp. 304-305, cap. 10.

122. CHEVALIER, La formación, p. 198.

123. CHEVALIER, La formación, pp. 197-198.

124. ALMADA, Diccionario, p. 492.

125. CHEVALIER, La formación, p. 199.

126. VARGAS-LOBSINGER, Una mirada, p. 35.

127. CHEVALIER, La formación, p. 199..

128. AHMP, Colonial, c. 22, exp. 194, imgs. 151936-151937.

129. ALMADA, Diccionario, p. 563.

130. ÁLVAREZ, La hacienda-presidio, pp. 198-199.

131. AHMP, Colonial, c. 22, exp. 194, img. 151937.

132. AHMP, Colonial, Justicia, c. 22, exp. 194, img. 151935.

133. AHMP, Colonial, Justicia, c. 30, exp. 263. img. 155921.

134. AHMP, Colonial, Justicia, c. 30, exp. 263, img. 155925.

135. AHMP, Colonial, Justicia, c. 30, exp. 263, img. 155927.

136. ÁLVAREZ, Manuel San Juan, pp. 112-121.

137. NAVARRO, Don José de Gálvez, p. 355, 366.

138. PÉREZ, Una historia, p. 243, 246.

139. AHMCH, Fondo Colonial, sección Notarías, caja 45, exp. 1.

140. AHMCH, Fondo Colonial, sección Guerra, caja 2, exp. 10.

141. BUENO, Las guarniciones de los presidios, p. 21.

142. AHMCH, Fondo Colonial, sección Guerra, caja 2, exp. 10.

143. SLATTA, Comparing Cowboys and Frontiers, p. 80

144. AGN, Instituciones Coloniales / Temporalidades 159.

145. DARY, Cowboys Culture, p. 30.

146. Más detalles sobre origen racial de los habitantes de las mencionadas haciendas, revisar el Archivo histórico de la arquidiócesis de Chihuahua (AHACH) y libros de registro de bautismos y defunciones de las haciendas de Encinillas y Aguanueva, caja 526.

147. ORTELLI, Trama de una guerra, p. 115.

148. DARY, Cowboys Culture, pp. 31-32.

149. CLAYTON, HOY, UNDERWOOD, Vaqueros, cowboys y buckaroos, p. 20.

150. CLAYTON, HOY, UNDERWOOD, Vaqueros, cowboys y buckaroos, p. 28.

151. AGN, Indiferente Colonial / Bienes de Difuntos, exp. 35, caja 6066, 1801.

152. AHMCH, Fondo Colonial, sección Guerra, caja 1, exp. 8.

153. AHMCH, Fondo Independencia, sección Secretaría, caja 1, exp. 18.

154. AHMCH, Fondo Colonia, sección Justicia, caja 108, exp. 4.

155. DE LAFORA, Relación del viaje que hizo a los presidios internos, p. 74.

156. AHMCH, Fondo Colonial, sección Notarías, caja 57, exp. 44.

157. AHAD, Serie 4, caja 5, leg. 141, 1 f., Mf 0932, Capillas y Cementerios.

158. AHMCH, Fondo Independencia, sección Justicia, caja 2, exp. 80.

159 AHMCH, Fondo Invasión norteamericana. Guerra y Marina, caja 1, exp. 1.

160. CHÁVEZ, Jorge, Los bárbaros de Chihuahua en los relatos de viajeros, disponible: http://pacarinadelsur.com/home/indoamerica/488-los-barbaros-de-chihuahua-en-los-relatos-de-viajeros-siglo-xix.

161. VARGAS, Viajantes por Chihuahua, p. 174.

162. WASSERMAN, La familia Terrazas de Chihuahua, p. 103.

163. LLOYD, Cinco ensayos sobre cultura material de rancheros, pp. 36 37.

164. LLOYD, Cinco ensayos sobre cultura material de rancheros, p. 37.

165. LLOYD, La sotolería, el canto y la lectura en voz alta, pp. 75-105.

166. DARY, Cowboys culture, p. 68.

167. DARY, Cowboys culture, p. 42.

168. DARY, Cowboys culture, p. 39.

169. JACKSON, Los mesteños, p. 593.

170. DARY, Cowboys culture, p. 70.

171. DARY, Cowboys culture, p. 80

172. DARY, Cowboys culture, p. 72.

173. DARY, Cowboys culture, p. 73.

174. JACKSON, Los mesteños, p. 601.

175. JACKSON, Los mesteños, p. 597

176. CLAYTON, HOY, UNDERWOOD, Vaqueros, cowboys y buckaroos, p. 19.

177. CLAYTON, HOY, UNDERWOOD, Vaqueros, cowboys y buckaroos, p. 20.

178. DARY, Cowboys culture, p. 73.

179. JACKSON, Los mesteños, p. 609.

180. JACKSON, Los mesteños, p. 608.

181. DARY, Cowboys culture, p. 82

182. DARY, Cowboys culture, p. 80.

183. PÉREZ, Ganadería en marcha 1920-2010, pp. 187- 212.

184. PÉREZ, La unión ganadera regional de Chihuahua. Una historia ganada 1936-2011, pp. 147-160.

185. DOMÍNGUEZ, La desinteg ración del latifundio Terrazas, pp. 113-148.

186. DOMÍNGUEZ, La desinteg ración del latifundio Terrazas, pp. 113-148.

187. DOMÍNGUEZ, El latifundio Terrazas y la especulación de tierras y ganado, pp. 77-94.

188. DOMÍNGUEZ, El latifundio Terrazas y la especulación de tierras y ganado, pp. 77-94.

189. PÉREZ, La unión ganadera regional de Chihuahua. Una historia ganada 1936-2011, pp. 147-160.

190. PÉREZ, Ganadería en marcha 1920-2010, pp. 187-212.

191. Entrevista realizada a Feliciano Márquez, el 1 de mayo de 2023.

192. Entrevista realizada a Héctor Quezada, el 6 de mayo de 2023.

193. Entrevista realizada a Paulina Crosby, el día 12 de mayo de 2023.

194. Entrevista realizada a Carlos Ortega, el día 12 de mayo de 2023.

Hacienda Corralitos, Casas Grandes.

AGRADECIMIENTOS

En las grandes tareas siempre se requiere de aliados; por eso extendemos el más sincero y afectuoso agradecimiento a quienes, en su afán apasionado por la cultura vaquera, inspiraron y contribuyeron a la presente obra. Este es el caso del licenciado Joaquín Sotelo Mesta. GCC reconoce y aplaude el noble esfuerzo que realiza a través de su organización Chihuahua a Caballo para dar a conocer y divulgar a nivel internacional la historia, cultura y patrimonio de Chihuahua.

Muchas otras personas han prestado su ayuda para hacer posible el ejemplar que hoy tiene en sus manos, por lo que nos permitimos expresarles nuestro reconocimiento y gratitud:

Carmela Wallace, Chayo Guerrero Olivares, Eugenio Baeza Montes, Edgar Luján Hernández, Eleazar Mendoza, Familia Terrazas, Guillermo Herrera, Hacienda de Agua Nueva, Hacienda de Encinillas, José Fernández Laguette, Luis Márquez Balderas, Manuela Tarango, Marco Antonio Borunda Guerrero, Maria del Rosario Olivas Carnero, Martín E. Ayala Valenzuela, Maurilio Olivas Pacheco, Miguel Guerrero Elías, Nicolas P. González, Octavio Guerrero Santiesteban, Omar Enrique Gonzalez Corral, Pery Prado de Baeza, Rancho San Juan del Duro, Rocío M. Flores Enríquez, Sergio Aldana, Sergio Flores Enríquez, Tita Bilbao Gonzalez, Wesley Wallace, William Wallace II y William Wallace III.

Ojo Laguna es uno de los lugares menos habitados de México.

VAQUEROS, herencia cultural de Chihuahua, se terminó de imprimir en el mes de octubre del año 2023 en los talleres de Servicios Profesionales de Impresión S.A. de C.V. en la Ciudad de México, contando con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las familias tipográficas utilizadas fueron Monserrat, Onix y Baskerville. El diseño y cuidado de impresión corrió a cargo del personal de Dimensión Natural, S.C.

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