Doina Vieru - Opus 35

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DOINA VIERU

Opus 35


Para trabajar su Serie Opus 35, la artista escuchó una y cien veces el único concierto para violín de Chaikovsky compuesto a orillas del Lago Lemán para curar su depresión insanable, y, en una suerte de ensalmo, amalgamó este ejercicio con lecturas de la obras de Antonin Artaud (Los gritos del cuerpo, definió la obra de Artaud, Zenda Liendivit). Opus 35 de Doina devino en un fresco frente al cual ocurre el eclipse de los sentidos; la mirada abdica; el tacto es convocado para patentizar y a objetar lo que la vista, inmolada por su candidez, o por el preciso acomodo de un artilugio, da por infalible: la supuesta hondura, los espacios aparentes, las perspectivas encubiertas o la sobrada –y por tanto insólita- compacidad de las telas, la pertinaz tersura de sus confines, la insolencia de las texturas. ¡Cómo estallan líneas, volúmenes y colores en esta Serie de Doina Vieru! El fraseo musical del maestro ruso y las palabras –rupturas y dislocamientos- del escritor marsellés, merodean por sus incisiones, pugnando por revivirse. Líneas, espacios, volúmenes y colores que revientan, crepitan, inflaman, pero, sobre todo, modulan, afinan, corean, el Opus 35 y, en simbiosis magnífica, se desplazan refundidas en la escritura de Artaud. Sondeo de las afueras para arribar al núcleo esencial. Itinerario que traza un espacio de coordenadas rehusadas y tiempo fuera del tiempo, pero que, a su paso, demuele esa zona donde el saber elabora sus hilaturas de conexión y correspondencia y nos deja frente al abismo. El rastreo de Doina, entonces, deviene regreso, vuelta, reposición. Develamiento de la mortuoria vestidura que oprime y subyuga al ser íntegro y procrea marionetas cercenadas en su capacidad vital. Retorno al centro desde afuera. Repatriación del ser. Pero, ¿cuál es el elemento que, excluyendo la pintura, la música o la palabra, allanaría esa reversión, recobraría el “tiempo perdido” y exaltaría lo que ha permanecido sepultado por sombras y oscuridades?: el cuerpo, sus saberes, sensaciones y pasiones; y el alma. Es decir, el ser humano en plenitud. Todo aquello que ha quedado al margen de la historia por ausencia de historia.


Con Vieru no son los sistemas de pensamiento los que entran en proceso de construcción y deconstrucción, sino el acto mismo de conocer los resquicios de su ser y de los otros. Ella va más allá de los bordes y deja de estar ubicada por el arte porque no acepta que nada la apacigüe y paralice. Para esta artista es imperioso escrutar en las recónditas y perdidas semejanzas entre los seres y las cosas, oír sus resonancias, palpar las fuerzas vitales que nos sacuden y atraviesan, retornar al tiempo anterior a la muerte, el tiempo de la vida en el que el ser humano intervenía a fondo en el mundo, y ese mundo era un organismo vivo y palpitante como el corazón humano. Disolución de los sentidos. Gozo en la delicuescencia que dejan la música, las palabras y la pintura, más el entorno en que vive la artista en el preciso instante creador. Afectos, entrañas y el espíritu al descubierto. Transgresión síquica, prodigioso abrir y desplegar las partes más secretas de su ser. Universo por antonomasia humano del que han prescrito el cuerpo y la figura humanos, pero que guarda como conquista centellante su principio. No triunfa en esta Serie de Doina la materia (a pesar de que se patentiza hasta el deslumbramiento), triunfa la visión del reverso del espíritu. Frente al caos, los occidentales asumimos una visión moralizante, es decir, cercenadora, nos divide en dos partes. Griegos arcaicos y orientales no se amedrentan frente al feroz impacto de la moral. Si esta nos desagrega, es preciso volver a la unidad de la visión, que es conciliar cuerpo, alma y mundo. Dice Michaux en el fragor de la mezcalina: “Inaccesible a las impregnaciones / Gozando todos los goces, / Tocando todo como el viento, / Todo penetrándolo como el éter, / El yoguín siempre puro / Se baña en el río perpetuo. / Goza de todos los goces y nada le mancha.” Doina no requiere de la mezcalina para ofrecernos su visión total: vida y muerte, amor y odio, turbulencias y melodías, tiempo, olvido y regocijo, ¿del ser humano y del universo? Del ser humano saturado, traspasado, usurpado por el universo. Marco Antonio Rodríguez


100 x 100 cm, oleo/tela


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140 x 140 cm, oleo/tela


DOINA VIERU Chisinau, Moldova, 1978 Estudios en la Academia de Bellas Artes de Chisinau, Moldova, en la Ecole Nationale SupĂŠrieure des Beaux-Arts de Paris y en la Universidad Paris 8, Francia. Exposiciones individuales y colectivas en Moldova, en Francia y en Ecuador. http://www.doinavieru.com/


120 x 120 cm, oleo/tela 120 x 120 cm, oleo/tela


LA CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA “BENJAMIN CARRION” NUCLEO DE IMBABURA

20 de noviembre, 2015 Sala Luis Toro Moreno Ibarra


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