Ontoempatía y relación educativa: algunas implicancias para la transformación social1 Patricio Alarcón Carvacho2 y Domingo Bazán Campos3
La palabra empatía deviene del griego (ἐμπάθεια empátheia), significando, según la RAE: 1) Sentimiento de identificación con algo o alguien; 2) Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.
1. Estos no son tiempos para la empatía:
. “No pregunto a la persona herida como se siente. Yo mismo me convierto en la persona herida”. Walt Whitman.
Si miramos detenidamente algunos de los fundamentos de la matriz que constituye y da sentido al mundo occidental y capitalista, a nuestro mundo, podemos apreciar la existencia de un proceso complejo de mutación epistémico-social y cultural que hace de la falta de empatía el centro de gravedad de las relaciones humanas. Esta no-empatía es, en esencia, la incapacidad de unos para estar y ser en el lugar de los otros, la incapacidad de mirar un problema desde múltiples perspectivas, una incapacidad que rara vez se expresa en categorías dialogales o intersubjetivas. Esta es una incapacidad que no debiera justificarse – éticamente hablando- aunque aceptemos la natural dificultad estructural de la especie humana para comprender al otro puesto que no se es ese otro ni compartimos la misma historia, es decir, la denominada exotopía, el fenómeno de estar fuera de ese lugar en que está y es, en muchos sentidos, ese otro. ¿Cómo es que hemos llegado a este nivel de devaluación de la capacidad empática? Probablemente, la especie humana, en este lado del mundo, jugó sus fichas por una noción de desarrollo humano que, aunque para muchas personas, ha sido un metarrelato exitoso, finalmente nos tiene moralmente abrumados y arruinados en una vorágine de modernización Aparecido en: Revista Co-Incidir. Enero de 2016. Números 23 y 24. Pedagogo y Psicólogo. Doctor en Educación. Profesor de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. 3 Pedagogo y Licenciado en Educación. Diplomado en Ciencias Sociales. Profesor de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. 1 2
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que, hoy por hoy, presenta más externalidades negativas que caminos promisorios de evolución espiritual y cultural. Veamos algunos hitos de este derrotero: a) La apuesta vanidosa por la objetividad: La construcción de saber docto, a partir, del siglo XV, ha venido adoptando la forma prevalente de conocimiento científico, agregando a la argumentación racional y filosófica la dimensión de verificación empírica que caracteriza al denominado método científico. A partir de ahí -sobre la base de una vanidosa interpretación de lo humano- la noción de que el conocimiento objetivo es el mejor, sino el único, viene a significar que la realidad es aquello que se aprehende sin que importe el sujeto que protagoniza ese saber. En suma, lo objetivo es verdadero, real, superior; lo subjetivo es falso, no real, inferior. Lo objetivo, se entiende/se explica; lo subjetivo, se comprende/se intuye. Pero también sabemos que lo objetivo es excluyente y lo subjetivo es incluyente, es decir, es la valoración de la subjetividad la que obliga éticamente a “ponerse en el lugar del otro”. En consecuencia, dejó de ser importante lo que el otro piensa, siente o hace, pues, lo valioso es ahora lo que se establece fuera del otro -aunque a propósito del otro- pero desde los parámetros de la cientificidad. b) La absurda hegemonía de la razón: El tránsito de un mundo teocéntrico y mágico a uno antropocéntrico y emancipado ha sido atribuido a quienes –desde argumentos filosóficos- han puesto la razón al centro de la actividad humana. Esta razón constituye no sólo la fuente de conocimientos del hombre moderno sino la forma mayor de validación de ese conocimiento, conectando inequívocamente una forma de pensar con una forma de producir verdades; a la larga, haciendo del pensar racional el único modo de estar y ser en el mundo. El “pienso, luego existo” cartesiano se tradujo por algunos –aunque no para el propio Descartes- en el inicio de una época sobrerracionalizada cuyo principal producto es lo que se denomina “racionalidad instrumental”, pues, dejó de ser relevante la pregunta por el sentido de la vida (donde se habita y coexistimos con esos otros), concentrándose más bien en los modos de hacer más eficiente y productiva la capacidad humana de controlar la naturaleza y el mundo (justamente donde habitan y coexisten esos otros). En esta trayectoria del hombre moderno y occidental, se descuidó la existencia de un pensar razonable, que requiere de los otros para avanzar y generar saber -en cuanto pensamiento de raíz intersubjetiva- y cuya naturaleza reflexiva lo conecta directamente con los valores de la cultura y de cada historia humana singular y trascendente. El absurdo radica finalmente en que no todo lo racional es razonable, pero lo razonable siempre se vuelve racional. De todos modos, el absurdo mayor –en la sociogénesis de la no empatía- es que lo racional crea relaciones subordinadas a una razón superior, mientras que lo razonable sólo crea relaciones de mutua colaboración argumentativa e intersubjetiva. c) La opción ambiciosa por el universalismo: Uno de los propósitos más importantes de la razón científica, así como fue diseñada desde el positivismo, es la pretensión de explicar los factores que subyacen y causan cualquier hecho social o natural, apostando luego a la conspicua capacidad de la ciencia moderna de predecir o 2
anticipar el desarrollo de los hechos. Se trata de una actitud optimista en torno a las virtudes de la cientificidad que implica, en consecuencia, dejar de mirar la pluralidad y complejidad de las infinitas formas de ser y existir de lo humano. Surge la norma y la excepción, pero excepción que se explica desde y para la norma. Una excepción que no encuentre su razón de ser en la norma, es un error. Y el error es la forma embrionaria de nombrar a ese otro como un anormal, como un monstruo, como un fenómeno a encarcelar o a curar. El universalismo, si así podemos llamar a esta tendencia, es la pretensión epistemológica de que hay que mirar el mundo siempre desde la construcción exógena, superior, abstracta y racional de referentes que lo explican todo, tarde o temprano. Aquí la empatía no tiene ninguna posibilidad sino para crear procesos de pseudoempatía de carácter asistencialista y patologizador de los otros. En frente, mejor dicho, en la periferia de la modernidad, tenemos una actitud epistemológica centrada en el particularismo que se hace la pregunta ética y política por ese otro, en su singularidad y originalidad histórica, en su legítima existencia y expresión, no para explicar sino para comprender, no para controlar, sino para coexistir. Si el universalismo impone un orden superior a los otros -a quienes excluye-, lo hace porque cree ciegamente en que ese orden es el único orden existente, el denominado universo. Mientras que el mirar particularista no puede imponer ningún orden porque comprende que hay muchos órdenes posibles, ninguno mejor que el otro, todos valiosos y necesarios, siendo imposible o irrelevante jerarquizarlos. Ser y estar en este pluriverso es, por lo tanto, siempre una interpelación incluyente de y desde el otro, y eso sólo se vive desde la empatía. d) La necia reducción de lo humano: Afortunadamente, ser objetivo, racional y universalista no logran traducir toda la compleja existencia humana, pero la determinan y la sesgan. En efecto, la construcción moderna y occidental de lo humano se reduce a algunas formas de percibir y concebir la realidad, a algunas formas triviales de pensar el mundo, a algunas modalidades típicas de vivir la condición humana. Quedan fuera el cuerpo, la religiosidad, el lenguaje, las emociones, la convivencia y la sexualidad, entre otras expresiones humanas; expresiones que tensionan el orden racional construido y que ponen a las personas en la necesidad de aprender a vivir juntos y de permitirnos ser de otro modo, de modos distintos, de modos que hay que comprender y valorar. Los tiempos modernos son poco propicios para la empatía en la exacta medida en que la emancipación civilizatoria prometida por la ciencia y la tecnología terminó deshumanizando y diseccionando al hombre moderno. e) La tozudez por lo individual: Si agregamos al itinerario epistémico-social descrito la apuesta occidental por un tipo de sociedad basada en el intercambio de bienes y servicios, en la competencia al interior del mercado, sin restricciones éticas de ningún tipo –salvo las de crear riqueza- y con la existencia de un Estado menguado y desregulador, o sea, bajo una matriz capitalista, entonces, no queda más que aceptar que el individuo se impone al colectivo, así como el éxito personal se impone al bien común.
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Dicho de otro modo, la solidaridad como constructo y parámetro ético se ha retirado para dar paso a relaciones instrumentales y funcionales, donde sólo queda reconocer que el egoísmo y la injusticia son también expresiones humanas reales y vigentes. Pecan las instituciones, hacen el mal, pero sólo se arrepiente algún individuo aislado; cometen crímenes las instituciones, mas sólo se juzga a algunos pseudohéroes militares; fallan las instituciones del Estado en hacer su tarea, pero basta con despedir al ministro de la cartera. Ponerse en el lugar de los otros, empatizar, en esta matriz individualista, no es negocio, no es fértil. Sin duda, otros procesos epistémico-sociales se pueden sumar aquí para argumentar mejor la existencia de una sociedad que naturalmente tiende a la no empatía. Con todo, queda claro que el objetivismo, el universalismo, el individualismo, el reduccionismo y la hegemonía de la racional instrumental explican suficientemente bien la existencia de una matriz societal – llegada exógenamente a América Latina- que demanda urgentemente distanciarnos del norte moral y científico que nos define, para empezar a desarrollar transformaciones en la educación que pongan la empatía al centro de las relaciones humanas.
2. La ontoempatía es en sí misma un motor de cambio social: “Más allá de breves y terroríficas iluminaciones, los hombres mueren sin haber siquiera sospechado lo que era el otro” Jean Paul Sartre
Queremos ponernos ahora en el centro de la búsqueda de empatía en las relaciones humanas y educativas. Partamos señalando que, en la tarea ética y política de empatizar, no es suficiente retroalimentar el lenguaje del otro, no basta con reflejar las emociones del otro, no está completa la tarea con resonar energética o espiritualmente ante la presencia del otro. Se hace necesario y urgente incorporar en la coexistencia cotidiana la práctica consciente de reflejar el ser del otro. Llamaremos a esta competencia natural, entitativa y originaria: ontoempatía. ¿Porque siendo propia del ser, se ha constituido en una práctica tan aislada? ¿Dónde y cuándo perdimos la capacidad de reflejar el ser del otro?, ¿quién nos rompió ese espejo óntico?, herramienta primordial y necesaria para poder existir y coexistir. ¿Por qué siendo la condición o talento primordial para conocer, amar y convivir con el otro, se ha invisibilizado, pasando casi inadvertida? ¿Qué factor antinatural y posiblemente muy popular ha alejado el ser de sí y de los otros?, ¿qué tipo de “ganancias” pseudoculturaleseconómicas-históricas y psicosociales, rondarán la oficialización de esta ceguera óntica? Existe información sobre estilos vinculares que avala la idea de que a los pueblos, en su infancia filogenética, les era natural y necesario ver y respetar al otro y lo otro en la esencia de su ser, del mismo modo que lo sería para los hombres y mujeres en su infancia ontogenética, donde la ausencia de “espesor del mundo”, el gozo lúdico de la presencia del otro, el asombro constructivista intacto y las emociones desnudas de pensamientos y creencias tormentosas y
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esclavizantes, permiten que el otro prójimo surja en cada espacio-tiempo, en la plenitud ontológica de su completud y perfección. ¿Para qué, cómo y dónde revalidar y recuperar la ontoempatía? Conservar o reinstalar la ontoempatía permite el existir, permite que los interactuantes se perciban estando-siendo. Si la empatía como escuchar activo permite que el interactuante se sienta comunicado con el otro; la retroalimentación del contenido de los mensajes verbales, en el acto de la empatización mutua, hace que uno y otro sujeto se sientan comprendidos. El coexistir activo permite que el otro se sienta siendo, lo que necesariamente incluye el sentir y el pensar. La ontopedagogía podría ser entendida como el camino más corto, para comunicarse y construir intimidad. Ontoempatizar pone al otro en presencia-completa, lo convierte automáticamente en el “holoser” que es, surge con ello el coexistir pleno, aflora automáticamente en el “holoser” que es, surge con ello el coexistir pleno o verdadero, en oposición al pseudoexistir. También surge el amor en naturaleza original, el amor maduro, nutricio o real, que en oposición al pseudoamor, no sólo ve y refleja el ser, lo respeta y potencia a partir de esa identidad óntica. También abre la puerta a la libertad y con ello a la dignidad humana, porque como la ontoempatía no agrega ningún no-es al es, él que es se ve reflejado como un todo completo, difícilmente se movilizará hacia la otredad para esclavizarse desde la necesidad de ser completado o valorado. Sabemos, además, que el ser libre nunca es un estado sino un proceso, por lo que diremos también que la libertad nunca es a propósito de una persona sino que es un problema relacional, entonces, parafraseando a Paulo Freire, entendemos que “nadie se emancipa solo, sino que con los otros”. En consecuencia, no existe el sujeto emancipado sino “en emancipándose”, a lo largo de toda la existencia, siendo también cierto que uno de los requisitos de la emancipación humana es el fortalecimiento de la ontoempatía en el co-existir. Quién puede “verse” ontológicamente a sí mismo, se le facilita el acceso a la felicidad, en contraste con la pseudofelicidad, puesto desde su completud, no requiere nada fuera de él para permitirse la plenitud y el gozo. Del mismo modo, el acceso a la belleza es otra abundancia ontológica de quién es devuelto desde la otredad como un todo completo y perfecto, dado que estas dos son características fundamentales de todo lo bello. Para neoempatizar, para reflejar al otro sin una perdida o aumento de su ser, primero el que mira debe verse así mismo completo, liberado de toda necesidad o tentación de utilizar al otro para su pseudocompletación. He aquí el origen y sentido del existir, porque él, a su vez, para ser, requiere de otro que sea visto por él en la misma completud. Es esta simultaneidad recursiva, lo que hace imprescindible la coexistencia para poder acceder a la co-liberación, co-belleza, co-amor y co-felicidad ya señaladas. Entonces, la ontoempatización sólo es posible, en la simultaneidad tempo-espacial coempatizadora de la mismidad y la otredad. La que se puede mutuamente recuperar con la práctica diaria de una intimidad coexistencial, que es precisamente el medio para actualizar y “quitar el espesor del mundo”, al ser de los interactuantes. Para eso existen las relaciones de amor, para adelgazar la capa de no-ser, que separa los seres de hombre y mujeres, socioculturizados. 5
Desde esta perspectiva, se puede homologar amar con ontoempatizar, dado que son el medio para quitar toda co-distorsión o co-ceguera, que pone distancia ontológica entre el yo y el tú. Se llega a amar lo que se quiere comprender –en tanto pretensión auténtica de alteridad- y se comprende profundamente lo que se ama –en tanto alteridad convertida en acto coexistencial-. De un lado al otro de esta dulce y esperanzadora tensión se encuentra la vida misma, al menos, la más sublime y potenciadora de las experiencias humanas.
3. Ontoempatía y educación coexistencial: “Necesitamos empatía para dar empatía” Marshall Rosenberg.
Nos parece que una reflexión de este tipo no puede eludir la pregunta por el orden práctico de lo planteado. Aunque esta reflexión es aún incipiente, permite formular algunos enunciados que orienten reflexiones posteriores pero también ciertas decisiones pedagógicas a propósito de la pregunta por transformar la educación y, a la larga, la sociedad. 1. “En la casa del educador, ontoempatizaciones de palo”. Más allá del gran volumen de incongruencias con que la sociedad nos tipifica como educadores, la idea es reconocer que la escuela no es una institución naturalmente dada a empatizar. Si la escuela es la institución moderna que nació para reproducir la sociedad, por ningún lado le va a resultar fácil enseñar a ontoempatizar. Podrá la escuela acoger la necesidad de empatizar, valorar el concepto, quizás, pero está hecha de una sustancia que le impide auténticamente mirar al otro, amar al otro, legitimar las diferencias, respetar otras formas de ser. En este sentido, la tarea educativa de ontoempatizar debe ponerse a la lista de todas las demandas que la escuela ha sabido sortear y traicionar, pero que la vuelven una escuela potencialmente mejorada, justa, democrática, inclusiva. 2. “Más sabe el diablo por ontoempatizador, que por diablo”. Una escuela empatizadora necesita un pedagogo ontoempatizador, profundamente crítico y reflexivo frente a la propia escuela y la sociedad, dialogante, intersubjetivo y situado en/con sus propios saberes. Y la existencia de este educador ontoempatizador exige una formación inicial docente distinta, claramente respetuosa del otro y de las múltiples formas de ser persona. Si una facultad de pedagogía no ha resuelto estos nudos de la formación de educadores, presa además de los desvaríos de la acreditación y las mediciones de calidad, más lejos estamos de formar un educador ontoempatizador. Si el proceso de formación de profesores no es suficientemente articulador de la teoría y la práctica, de la racionalidad instrumental y la valórica, o de las distintas dimensiones del sujetoestudiante en formación, los nuevos pedagogos serán meramente pseudoempatizadores. 3. “A quien madruga, una didáctica ontoempatizadora le ayuda”. No podemos hablar de ontoempatizar en educación sino apuntamos a la construcción colaborativa de una cierta didáctica ontoempática, una suerte de “caja de herramientas”, tan posible como necesaria, para dar viabilidad a tal desafío formativo. A la intención ética y política de ontoempatizar le sigue todo un esfuerzo creativo y pedagógico de construir y compilar unos ciertos modos de coexistir en el aula y fuera de ella, con vistas la modificación de los contextos educativos y de las capacidades de los que allí interactúan. Esta “caja de 6
herramientas” se provee tanto de argumentos como de insumos concretos, pero sobre todo del discernimiento de cada docente para hacer del aula una oportunidad de comprensión y legitimación del otro y los otros. 4. “La ontoempatización comienza por casa”: No podemos dejar fuera de este intento de re-significación del “oficio de empatizar” a lo que sucede –o deja de suceder- en la familia. Ni la familia ni la escuela se pueden desligar de este desafío formativo, so pena de volverse anti-empatizadores, pero es la familia el mejor lugar para construir los sentidos necesarios de una matriz social nueva, en que unos y otros sean requeridos y apreciados. Como hemos sugerido, amar y ontoempatizar son dos caras de la misma moneda, toda vez que ayudan a quitar toda co-distorsión o co-ceguera que distancia ontológicamente el yo y el tú. Esto significa trabajar pedagógicamente con la familia, desde la familia, para la familia. 5. “A río revuelto, ganancia de ontoempatizadores”. Gracias a los jóvenes nuestro país ha debido ajustar su agenda de transformaciones sociales, especialmente en materia educativa, recuperando viejas demandas sociales tales como el de una educación inclusiva o el de una educación pública, gratuita y de calidad. Más allá de las versiones legaliformes que el gobierno de turno haya operacionalizado, no habría intención de transformación si no hubiese existido previamente un discurso y una exigencia juvenil y estudiantil de cambios sociales. Por eso, cualquier intento más profundo de transformación educativa –como la de una educación ontoempática- debe ser conocida, valorada, resignificada y apropiada por las nuevas generaciones. En este sentido, en tiempos de persistente disconformidad social –y de intolerancias de todo tipo: étnica, religiosa, laboral, sexual, etaria, etc.- una tarea no menor es que los adultos logremos que los jóvenes nos crean un poco y empaticen con la idea de una educación ontoempática.
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