Frailes de la Orden de Predicadores Porque, como dice la segunda carta de Pedro, “nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, donde habitará la justicia” (2 Pe 3,13).
ESPERAMOS UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA El primer domingo de Adviento escuchábamos que se nos invitaba a estar alertas, despiertos, atentos. ¿Cuál era el motivo? solo uno: El Señor puede hacerse presente en cualquier momento y en cada momento de nuestra historia. Esto no es una invitación al miedo; al contrario, hay que estar atentos para no perdernos algo muy bueno y consolador para nosotros. Recordemos lo que se decía en la libro de Isaías: “Como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han de dar a luz” (Is. 40,11). Ciertamente, descubrir a Dios en medio de nuestras vidas y de nuestros pueblos, cambia totalmente las miradas, los estados de ánimo y los proyectos.
¿Y mientras tanto? ¿Hay que hacer algo? Por supuesto que sí. Hay que abrirle paso al Señor; hay que hacerle lugar entre nosotros. Él no se va a imponer: para ello sólo recordemos las escenas de su nacimiento. “Hacerle lugar a Jesús”, eso hizo Juan, llamado “el Bautista”, y a eso estamos llamados cada una y cada uno de nosotros. Por allí comienza la Buena Noticia (cf. Mc 1,1). Esta tarea se inicia en nosotros mismos. Antes de proponérselo a los demás, considerémoslo en nuestra propia existencia. La segunda carta de Pedro lo indicaba: “Queridos hermanos, mientras esperan esto, procuren vivir de tal manera que él los encuentre en paz, sin mancha y sin reproche” (2 Pe 3,14). ¿Se trata de hacer muchas cosas, muy heroicas? Quizás no. Más bien sea cuestión, ante todo, de procurar vivir coherentemente, es decir, que coindica lo más posible aquello que decimos con aquello que hacemos. Por ahí comenzamos a ser irreprochables. Luego, intentemos sembrar la paz y la concordia entre las personas, evitando a toda costa la violencia, que tanto daño nos hace.