colecci贸n
Ahuehuete
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Tacubaya, pasado y presente IV CELIA MALDONADO Coordinadora
Yeuetlatolli, A. C.
Primera edici贸n: 2005
No puede reproducirse, almacenarse o transmitirse por medios electr贸nicos o por cualquier otro medio sin el previo permiso del editor.
D.R. 2005, Celia Maldonado (Coordinadora). D.R. 2005, Yeuetlatolli, A.C.
ISBN 970-9049-08-7
Impreso en M茅xico
Presentación
La Dirección de Estudios Históricos del INAH llevó a cabo el Cuarto Coloquio Tacubaya en la Historia: Pasado y Presente los días 4, 5 y 6 de abril de 2001 en el Museo Casa de la Bola, ubicado en Parque Lira 136, colonia Ampliación Daniel Garza, Tacubaya, delegación Miguel Hidalgo. La inauguración estuvo a cargo del doctor Moisés Rosas, secretario técnico, en representación del etnólogo Sergio Raúl Arroyo, director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia. También estuvieron presentes el licenciado Salvador Rueda Smithers, director de Estudios Históricos del INAH; la licenciada Leonor Cortina, directora del Museo Casa de la Bola; la maestra Dolores Ordóñez, en representación del ingeniero Arne aus den Ruthen Haag, delegado de la demarcación Miguel Hidalgo, y Celia Maldonado López, investigadora de la propia Dirección de Estudios Históricos y coordinadora del presente coloquio. En la parte más elevada de la Cuenca de México, existía ya desde la época prehispánica un pueblo conocido como Acuezcómac. Posteriormente se llamó Atlacuihuayan y en la época colonial se le concedió el rango de Villa de Tacubaya. Por la belleza de su entorno natural pronto se convirtió en uno de los lugares más conocidos entre los que rodeaban a la ciudad de México. Día a día adquiría mayor importancia, hasta que llegó a ser un centro de gran atracción, en especial para los ricos comerciantes vecinos de la ciudad de México, quienes empezaron a construir ahí sus casas y a establecer todo tipo de negocios, incluyendo haciendas y molinos.
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Todas estas innovaciones marcaron un cambio radical en la vida de los tacubayenses. Viajeros, políticos, escritores, pintores y aun algunos gobernantes decidieron radicar en este lugar. De los pintores, escritores y viajeros que la visitaron, algunos contribuyeron con sus respectivas obras a dejar una imagen detallada de Tacubaya. Sitio abundante en leyendas y tradiciones, se ha logrado rescatar buena parte de su historia a través de la serie de coloquios convocados por la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Por la diversidad de acontecimientos relevantes que aquí se originaron, Tacubaya se ha convertido en una fuente inagotable para nuevas investigaciones. En particular, este Cuarto Coloquio se organizó con la finalidad de dar mayor difusión a la historia de Tacubaya para reflexionar sobre la preservación de su patrimonio. Participaron investigadores de diferentes instituciones con trabajos de gran trascendencia. Durante los tres días que duró la reunión, se abordaron temas muy variados que abarcaron la época prehispánica, la colonia y los siglos XIX y XX. Como ha sucedido con los anteriores, este evento tuvo una gran aceptación entre la concurrencia al dar a conocer sucesos históricos que estaban olvidados en archivos, códices, bibliotecas y hemerotecas. En el transcurso del Coloquio, un grupo de arqueólogos y antropólogos que formaron parte del proyecto integral de restauración del Castillo de Chapultepec hablaron, entre otras cosas, de los hallazgos arqueológicos en el cerro de Chapultepec; de las excavaciones realizadas, que por cierto arrojaron importantes datos acerca de los pobladores en esta zona; también se refirieron a los muros prehispánicos que rodeaban al más importante de los manantiales de Chapultepec, que surtía de agua a los vecinos de la gran Tenochtitlan, y, por último, nos informaron sobre los hallazgos efectuados en los siglos recientes. Señalaron que la historia y la arqueología de la zona de Chapultepec son fundamentales para entender el desarrollo de Tacubaya.
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De igual forma se habló de la historia del Panteón de Dolores, de la Casa de empeño, de la Casa de la Bola, de los inicios de la colonia San Pedro de Los Pinos y del cine Hipódromo. Ciertos personajes fueron el centro de atención de algunos investigadores: la Maruca, una vecina rebelde del siglo XVII; José María Fagoaga, un molinero disidente; Pablo Buenavista, un indio cacique de la región, y José Gómez Campos, un rico comerciante, dueño de la Casa de la Bola. Se destacaron fechas históricas, como la de algunos planes políticos firmados en esta población, entre ellos el del 17 de diciembre de 1857, conocido como el Plan de Tacubaya, de gran trascendencia para la historia de México. Como se podrá apreciar, en este encuentro logramos reunir a los investigadores que se dedican a temas vinculados a esta zona. Con sus respectivos trabajos, todos ellos originales, podemos ahora presentar este libro a los lectores que estén dispuestos a hacer un recorrido por este legendario lugar y asomarse a su pasado y presente. Por último es necesario mencionar que, sin la ayuda de centros de investigación como el INAH, la UNAM, la UAM, el Instituto Mora, y el apoyo y entusiasmo de todos los que de alguna manera colaboraron en este evento, no hubiéramos conseguido nuestro objetivo. Queremos expresar nuestro agradecimiento a todos ellos, en especial a los ponentes; al etnólogo Sergio Raúl Arroyo, director general del INAH; al licenciado Guillermo Turner Rodríguez, subdirector de Investigaciones Históricas, así como al personal técnico y administrativo de la Dirección de Estudios Históricos del INAH; y al ingeniero Arne aus den Ruthen Haag, delegado en Miguel Hidalgo. Celia Maldonado López Coordinadora Tacubaya, D.F., 30 de mayo de 2002
Chapultepec como área estratégica de asentamiento Raúl García Chávez y María de la Luz Moreno Cabrera En este trabajo vamos a reunir una serie de datos históricos y arqueológicos para tratar de entender cómo funcionó el sitio de Chapultepec durante el posclásico y su importancia como área estratégica entre los territorios de varias ciudades-estado de la Cuenca de México que estaban en proceso de conformación como unidades “político-territoriales”. En la historia es bien conocido el momento en que los mexicas llegan a Chapultepec y aquí nos ocuparemos primero de cómo se da su asentamiento ahí y después de su expulsión del lugar, como explicación lógica de la formación de las sociedades del posclásico en la Cuenca de México. La metodología empleada parte de una evaluación y comparación de datos históricos y arqueológicos en un juego ambivalente de contrastación. En este proceso surgieron las diversas propuestas explicativas, por lo que necesariamente haremos un recuento histórico de diferentes tipos de datos.
Introducción La conformación de las sociedades del posclásico de la Cuenca de México tiene su punto de partida en las formaciones sociales que se habían desarrollado desde el preclásico, ya como entidades cuasi-estatales, y que, pasando por el ciclo
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teotihuacano como primera formación estatal, llegan al momento de la instauración del estado tolteca. Se inicia entonces un segundo ciclo de formación estatal, cuya desintegración será el comienzo de un nuevo ciclo de integración del poder político, ya en pleno posclásico. Las fuentes escritas que se refieren a Chapultepec adoptan la perspectiva de una “historia oficial”. En este caso la historia era relatada en forma oral y se plasmaba en pictogramas (códices); posteriormente (después de la conquista), en escritos. En éstos, a ciertos eventos se les consideraba los principales y no se relataban los detalles en torno a ellos. Esta forma de escribir la historia (sobre todo la parte de códices) tenía el defecto de que apareciera muy esquemática y fragmentada. Considerar a Chapultepec como un área de asentamiento estratégico requiere entonces de analizar las circunstancias históricas prevalecientes a la luz de esta “historia fragmentada” y evaluarlas a la luz de los elementos arqueológicos detectados en las diferentes excavaciones realizadas en ese lugar. No es casual que a Chapultepec se le mencione con tanta frecuencia en las fuentes. Debió ser un lugar extraordinario, de singular belleza, y, desde épocas remotas, punto de observación importante. Su ubicación privilegiada permitía en días despejados dominar con la vista casi cualquier punto del sistema de lagos. Sus manantiales al pie del cerro habrán saciado más de una vez la sed de los viajeros que por ahí pasaban, además de constituir un espectáculo visual notable. Durante el posclásico, Chapultepec se encontraba a medio camino entre dos importantes altepetl, Azcapotzalco y Culhuacan, por lo que debió ser un límite obligado entre los territorios de estas ciudades-estado;1 fue la circunstancia de 1
Por altepetl nos referimos a la unidad político-territorial encabezada por un sitio que fungía como capital y una serie de sitios subordinados (normalmente más pequeños). Según Smith y Hodge: “Las ciudadesestado o altepetl, fueron unidades geográficas enfocadas en una comunidad central o centro urbano, así como sus pueblos, villas y caseríos
Chapultepec como área estratégica de asentamiento Raúl García Chávez y María de la Luz Moreno Cabrera En este trabajo vamos a reunir una serie de datos históricos y arqueológicos para tratar de entender cómo funcionó el sitio de Chapultepec durante el posclásico y su importancia como área estratégica entre los territorios de varias ciudades-estado de la Cuenca de México que estaban en proceso de conformación como unidades “político-territoriales”. En la historia es bien conocido el momento en que los mexicas llegan a Chapultepec y aquí nos ocuparemos primero de cómo se da su asentamiento ahí y después de su expulsión del lugar, como explicación lógica de la formación de las sociedades del posclásico en la Cuenca de México. La metodología empleada parte de una evaluación y comparación de datos históricos y arqueológicos en un juego ambivalente de contrastación. En este proceso surgieron las diversas propuestas explicativas, por lo que necesariamente haremos un recuento histórico de diferentes tipos de datos.
Introducción La conformación de las sociedades del posclásico de la Cuenca de México tiene su punto de partida en las formaciones sociales que se habían desarrollado desde el preclásico, ya como entidades cuasi-estatales, y que, pasando por el ciclo
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teotihuacano como primera formación estatal, llegan al momento de la instauración del estado tolteca. Se inicia entonces un segundo ciclo de formación estatal, cuya desintegración será el comienzo de un nuevo ciclo de integración del poder político, ya en pleno posclásico. Las fuentes escritas que se refieren a Chapultepec adoptan la perspectiva de una “historia oficial”. En este caso la historia era relatada en forma oral y se plasmaba en pictogramas (códices); posteriormente (después de la conquista), en escritos. En éstos, a ciertos eventos se les consideraba los principales y no se relataban los detalles en torno a ellos. Esta forma de escribir la historia (sobre todo la parte de códices) tenía el defecto de que apareciera muy esquemática y fragmentada. Considerar a Chapultepec como un área de asentamiento estratégico requiere entonces de analizar las circunstancias históricas prevalecientes a la luz de esta “historia fragmentada” y evaluarlas a la luz de los elementos arqueológicos detectados en las diferentes excavaciones realizadas en ese lugar. No es casual que a Chapultepec se le mencione con tanta frecuencia en las fuentes. Debió ser un lugar extraordinario, de singular belleza, y, desde épocas remotas, punto de observación importante. Su ubicación privilegiada permitía en días despejados dominar con la vista casi cualquier punto del sistema de lagos. Sus manantiales al pie del cerro habrán saciado más de una vez la sed de los viajeros que por ahí pasaban, además de constituir un espectáculo visual notable. Durante el posclásico, Chapultepec se encontraba a medio camino entre dos importantes altepetl, Azcapotzalco y Culhuacan, por lo que debió ser un límite obligado entre los territorios de estas ciudades-estado;1 fue la circunstancia de 1
Por altepetl nos referimos a la unidad político-territorial encabezada por un sitio que fungía como capital y una serie de sitios subordinados (normalmente más pequeños). Según Smith y Hodge: “Las ciudadesestado o altepetl, fueron unidades geográficas enfocadas en una comunidad central o centro urbano, así como sus pueblos, villas y caseríos
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su ubicación y su importancia para “espiar a los otros” lo que debió convertirlo en sitio estratégico. Ninguna fuente permite establecer la pertenencia de Chapultepec a uno u otro altepetl y ha sido a través de los datos arqueológicos como nosotros hemos determinado que estaba ligado a Culhuacan. El método arqueológico usado aquí para definir a quién pertenecía Chapultepec, aunque imperfecto, es un buen indicador. Cuando se trabaja con datos históricos, la mayoría de las veces fragmentados, hay que acudir a la arqueología como complemento para entresacar el mayor provecho de la información con el objetivo de armar una explicación lógica del proceso histórico. Bajo estas circunstancias, la llegada de los mexicas a Chapultepec no se debió a causas fortuitas. Se puede decir que los seguidores de Huitzilopochtli encontraron ahí condiciones muy favorables. Luego de atravesar la zona tepaneca (el oriente de la Cuenca de México), el asentamiento en Chapultepec fue como alcanzar la tierra prometida. Sin embargo, su llegada quizás fue vista por los tepanecas como un medio para invadir a corto plazo el área al sur de su territorio. Como veremos adelante, la cronología de la expansión tepaneca –sistemática y con un objetivo bien definido– demuestra que la ocupación de Chapultepec era cosa de tiempo. Si se observa a la expansión tepaneca en un sentido diacrónico, se advierte claramente que la guerra para sacar a los dependientes, circundando el asentamiento central” (Michael E. Smith y Mary G. Hodge, “An introduction to Late Posclassic Economies and Polities”, en Mary G. Hodge y Michael E. Smith (eds.), Economies and Polities in the Aztec Realm, Albay, Institute for Mesoamerican Studies, Univestity of New York at Albany, 1994, p. 11). Al parecer la formación del altepetl se iniciaba con la fundación de un lugar que se establecía como “el lugar central” y que podía variar con el tiempo. Con el crecimiento del lugar establecido ya como el más importante (normalmente donde residían los tlahtoque), se operaban una serie de cambios estructurales en la sociedad que conducían al desarrollo de varias instituciones propias del estado. Entre las características más sobresalientes de estos desarrollos sociales estaba un aumento demográfico considerable, que le permitía al altepetl extenderse territorialmente.
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mexicas de Chapultepec tuvo dos objetivos: por un lado, desalojar a unos colonos que por su belicosidad eran potencialmente peligrosos, dada la cercanía con Azcapotzalco, y por otro, ocupar militarmente esa línea de frontera que mencionamos líneas arriba con el altepetl de Culhuacan, lo que debió ser fundamental en dicha política expansionista. Así pues, empezaremos por estudiar el desarrollo y decadencia del estado tolteca, antecedente inmediato de la etapa “chichimeca”, para continuar después con la etapa de formación de las sociedades del posclásico medio.
Antecedentes de las sociedades del posclásico. El estado tolteca Alrededor del siglo IX dC Tula había creado, junto con otras ciudades-estado, Culhuacan y Otompan, un estado territorial tripartito, y cada una de ellas dominaba una región específica, según se documenta en las fuentes históricas2 y con los datos arqueológicos3 (Lámina 1). De acuerdo con estos últimos, cada ciudad tolteca tenía cierto número de asentamientos subordinados, en donde se han encontrado los componentes cerámicos Mazapa (Lámina 5) y Azteca I (Lámina 6). De hecho la cultura material tanto de Culhuacan como de Tula indica que cada ciudad había desarrollado sus propias pautas culturales y las había impuesto en su territorio de dominio. 2
Chimalpain Cuauhtlehuanitzin, Memorial breve acerca de la fundación de la ciudad de Culhuacan, paleografía y traducción Víctor M. Castillo Farreras, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1991, p. 7. 3 Raúl García Chávez, “Variabilidad cerámica en la Cuenca de México durante el Epiclásico”, tesis de maestría en arqueología, ENAH, 1995, México; y del mismo autor “Informe de los hallazgos arqueológicos en el Parque Lira de la Delegación Miguel Hidalgo, Tacubaya, D.F., México”, Informe en el archivo del Centro Regional INAH Estado de México, 1995.
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Lámina 1. La Cuenca de México durante la fase Mazapa-Azteca I
Esto se hace evidente en la distribución de la cerámica, uno de los elementos culturales más comunes. La cerámica llamada Mazapa se asocia con los lugares que habrían estado bajo el control directo de Tula y se ha encontrado en la parte norte y media de la Cuenca de México. Por otro lado, la cerámica Azteca I se ha encontrado
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desde Culhuacan, a lo largo de una serie de sitios relacionados principalmente con un modo de vida lacustre entre los que se cuentan Xochimilco, Xaltocan y Chapultepec (Lámina 1). De acuerdo con las fuentes, aquí estamos considerando al mundo tolteca una unidad política tripartita; es decir, todo el ámbito dominado por Tula, Culhuacan y Otompan, y no sólo lo que correspondía a Tula. Sin embargo, podemos afirmar que este “sistema tolteca” estaba abrumadoramente dominado por Tula: ni Culhuacan, y aún menos Otompan, tuvieron la monumentalidad de Tula. Desde este punto de vista, el mando político tripartito del que habla Chimalpain como yexcan tlahtoloyan debe ser interpretado con cautela.4 Después de un periodo de desarrollo de unos 200 años, sobrevino la destrucción de Tula, según algunas fuentes históricas. Para este acontecimiento se consignan fechas diferentes y, aunque no existe un consenso entre los investigadores, pensamos, basándonos en la evidencia arqueológica y las fechas de C14,5 que ocurrió alrededor del año 1080 dC. Después de la destrucción de Tula, el sistema político quedó desintegrado y la mayoría de las fuentes hablan de una diáspora: parte de la población fue a residir a sitios como Culhuacan, Cholula y Coixtlahuaca, nodos importantes del sistema tolteca, especialmente Culhuacan. El abandono de gran parte del territorio tolteca, y específicamente de los sitios relacionados con Tula en la parte media y norte de la Cuenca, de México permitió la entrada de “grupos chichimecas” que habitaban en el norte del área y que fueron ocupando en forma paulatina la Cuenca aproximadamente desde el año 1015 dC.6 4
Chimalpain, op. cit., p. 7. Raúl García Chávez consigna las fechas de radiocarbono del lapso entre 800 y 1100 para el desarrollo del estado tolteca. R. García Chávez, “De Tula a Azcapotzalco. Caracterización arqueológica de las sociedades de la Cuenca de México del Posclásico Temprano y Medio a través del estudio cerámico regional”, tesis doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2003. 6 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Obras históricas, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1977, t. II, p. 295. 5
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Llegada y evolución política de los grupos chichimecas de la Cuenca de México El códice Xolotl menciona que en la parte sur de la región de los lagos habían quedado algunos remanentes poblacionales toltecas que fueron avistados y visitados por los chichimecas guiados por Xolotl. Los lugares referidos son Culhuacan, Chapultepec, Tlatzalan y Tepexoxoma, ubicados en la parte sur de la Cuenca de México (Lámina 2).
Lámina 2. Plancha 3 del Códice Xolotl donde se observa la llegada de las tribus chichimecas y las poblaciones toltecas remanentes en el sur como Chapultepec, Culhuacan y Tlatzalan, así como los sitios toltecas del norte que estaban abandonados, entre ellos Tula.
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Lรกmina 3. Altepetl iniciales, fase Azteca II
Los grupos de inmigrantes mejor conocidos como chichimecas han sido considerados sociedades cazadoras-recolectoras. A pesar de esta caracterizaciรณn y de la reiterada menciรณn que de ello hace en los cรณdices Xolotl y Quinantzin, quizรกs estos
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chichimecas eran grupos de agricultores que complementaban su economía con un fuerte componente de caza y recolección, de ahí que en las fuentes de haga tanto énfasis en ese aspecto. Tal vez durante la migración estos grupos tenían una organización de tipo jefatura y, al momento de establecerse definitivamente, iniciaron un proceso de evolución hacia la forma de pequeños estados que en la literatura indígena se conocen con el nombre náhuatl de altepetl.7 En la lámina 3 podemos observar los altepetl iniciales de la Cuenca de México: Tenayuca, Azcapotzalco, Coatlinchan-Huexotla, Cuautitlán, Chalco y Culhuacan, aunque este último, como ya vimos arriba, era asentamiento tolteca y uno de los más antiguos de la Cuenca. Cada uno de estos asentamientos “iniciales” fueron evolucionando demográfica y políticamente hasta llegar a constituir centros urbanos, y en un periodo de unos doscientos años (1350 dC) formaban ya algunas confederaciones de ciudades-estado, emparentadas por un fuerte componente étnico como vemos en la Lámina 4 (altepetl de la fase Azteca II). De esta forma se observa que en la vertiente occidental de la Cuenca había tepanecas (Azcapotzalco), xaltocamecas (Xaltocan), cuautitlaneses (Cuautitlan). En el sur, Chalco-Amaquemecan estaba formado por varias ciudades y su constitución era multiétnica. En la parte oriental, los aculhuas habían formado un bloque encabezado primero por Coatlinchan-Huexotla y luego por Texcoco. En el sur dominaba Culhuacan, uno de los sitios donde se había refugiado la estirpe tolteca después de la destrucción de Tula, y formaba un bloque étnico distinto a los mencionados como chichimecas. Xochimilco, Cuitlahuac y Mixquic eran también entidades independientes.
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Joyce Marcus, “From Centralized Systems to City States: Possible Models for the Epiclassic”, en Richard Diehl y Janet Catherine Berlo (Eds.), Mesoamerica fter the Decline of Teotihuacan a. D. 700-900, Washington, Dumbarton Oaks Research Library and Collection, 1989.
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Lámina 4. Confederaciones Políticas de la Fase Azteca II
El crecimiento de estos altepetl se había llevado a cabo a partir de la fundación de un centro político-demográfico inicial. Posteriormente estos centros empezaron a expulsar población, que fundó nuevas comunidades y ocupó un territorio mayor
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al original. Esto ocasionó que las fronteras entre los altepetl comenzaran a traslaparse. Arqueológicamente se observa una distribución amplia de la cerámica Azteca II. Hay que decir, sin embargo, que este conjunto cerámico, como se verá más adelante, no es igual en todos los altepetl de la Cuenca de México y sus diferencias obedecen a la división política durante la fase Azteca II. Como ya dijimos, durante ella Chapultepec se encontraba situado en una zona intermedia entre Culhuacan y Azcapotzalco (Lámina 4).
Datos arqueológicos sobre Chapultepec Al iniciar las excavaciones en Chapultepec en 1998, teníamos en mente poder encontrar alguna evidencia de asentamiento que coincidiera con el lapso mexica en este lugar. De esta forma se planearon una serie de excavaciones sistemáticas, como excavaciones extensivas y pozos estratigráficos, que abarcaban gran parte del área del cerro y cuyos materiales nos pudieran proporcionar los datos que buscábamos. Entre los materiales más abundantes que encontramos estaba la cerámica de varias fases, que nos permitió reconstruir la historia de los asentamientos en diferentes épocas (véase artículo sobre cerámica y cronología de Chapultepec en este mismo volumen). Para el horizonte posclásico encontramos cerámica de varias fases en la siguiente secuencia: Posclásico Temprano Fase Mazapa (800–1050 d.C.) Azteca I (800-1200-d.C.)
Posclásico Medio Azteca II (1200-1430 d.C.)
Posclásico Tardío Azteca III (1430-1521 d.C.)
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Estas cerámicas se estudiaron siguiendo la tipología de García y otros8 desarrollada originalmente para Tenochtitlan y que hemos aplicado en varios sitios de la Cuenca con buenos resultados. De esta forma pudimos aislar tipológicamente los componentes de cada conjunto cerámico, para observar sus frecuencias absolutas y relativas en las diferentes excavaciones, lo que nos permitió definir con mucha puntualidad la cronología y la secuencia de asentamientos de Chapultepec. La definición de los diferentes conjuntos cerámicos nos ha llevado a comparar la cronología de los asentamientos a los que se asocian con los datos de las fuentes históricas. Aquí haremos un ejercicio de discusión para evaluar el posible significado de las cerámicas y lo que representarían en términos del desarrollo histórico de las sociedades del posclásico. Conjuntos cerámicos Mazapa y Azteca I. La cerámica Azteca I de Chapultepec (Lámina 5) es estilísticamente idéntica a la de Culhuacan y se ha determinado a través del análisis por activación neutrónica9 que el área de producción se encontraba en Culhuacan. Esto nos lleva a pensar inmediatamente en la posibilidad de que Chapultepec –durante el periodo en el cual se produce esta cerámica– formara parte del territorio del altepetl de Culhuacan. La cerámica Azteca I se encuentra en los mismos niveles estratigráficos que la cerámica Mazapa (Lámina 4), de donde se infiere que ambos conjuntos cerámicos fueron contemporáneos y esto se ha corroborado con la publicación de algunos 8
Raúl García Chávez, Héctor Neff, Michael Glascock y Yolanda Ruanova Fernández, “Análisis por activación neutrónica de las cerámicas de la fase Tollan (Mazapa) y Azteca II de la cuenca de México”, conferencia del simposio Postclassic Systems of Production, Distribution, and Consumption in Central and Western Mexico: Contribution from Materials Composition Analysis, 64th Anual Meeting Society for the American Archaeology, Chicago, Illinois, 1999. 9 Ibid.
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fechamientos de cerámica Azteca I por Parsons y otros que ubican a los conjuntos cerámicos Mazapa y Azteca I como sincrónicos en el lapso 800–1100 dC pero con una distribución espacial diferente, como se mencionó líneas arriba.
Lámina 5. Cerámica Mazapa de Chapultepec
En cuanto a las cantidades de cerámica encontrada en Chapultepec, la Azteca I sobrepasa a la Mazapa en una proporción de cuatro a uno. Esto no nos sorprende. Hemos observado que, de acuerdo con nuestras excavaciones en diferentes sitios de la Cuenca,10 al parecer la cerámica Azteca I y la Mazapa son contemporáneas, pero tienen una distribución territorial diferente como se ve en la Lámina 1. 10
Raúl García Chávez, “De Tula a Azcapotzalco...”
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Lámina 6. Cerámica Azteca I de Chapultepec
La fase Mazapa–Azteca I representa un periodo transicional en la historia de la Cuenca de México, que corresponde al surgimiento, desarrollo y destrucción del estado tolteca. Sin
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embargo, la última parte de este sistema estatal no ha sido bien comprendida y faltan proyectos arqueológicos enfocados a la resolución del problema. En cambio, las fuentes históricas son muy ilustrativas de lo que ocurrió después de la caída de Tula. Chimalpain señala que la única ciudad del sistema tolteca que sobrevivió fue Culhuacan, que pasó a formar parte de una nueva yexcan tlahtolloyan, ahora con Azcapotzalco y Coatlinchan.11 Esto coincide con la llegada y asentamiento de dos de los grupos chichimecas más importantes de la Cuenca: tepanecas, primero, y después aculhuas. Evolución cerámica de la fase Azteca I hacia Azteca II. En este momento se deben haber operado cambios importantes en la sociedad, pues con la desaparición de Tula se debió producir una transformación estructural en Culhuacan. Desde ese momento Culhuacan implementó una serie de pautas culturales nuevas, entre las cuales la más evidente es la fabricación de la cerámica Azteca II (Lámina 7). Vaillant definió esta cerámica como perteneciente al periodo chichimeca; sin embargo, en la época del trabajo de este investigador existían muy pocos estudios de sitio y menos aún estudios de nivel regional, lo que dificultó la comprensión de la cerámica y su significado en un contexto social.
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Chimalpain, op. cit., pp. 13-15.
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Lámina 7. Cerámica Azteca II de Chapultepec
En general la cerámica Azteca II se distingue de la Azteca I por la decoración.12 Su característica más notable es el ele12
James B. Griffin y Antonieta Espejo, “La alfarería correspondiente al último periodo de ocupación nahua del Valle de México”, en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, vol. 6, núm. 2, pp. 131-147, 1947; y “La alfarería del último periodo de ocupa-
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mento llamado “zacate” que remata el borde de la decoración de las vasijas pintadas en negro sobre naranja (Láminas 6 y 7). Como éste no es el lugar apropiado para una discusión amplia sobre la evolución de la cerámica, solamente diremos que este paso de la cerámica Azteca I a Azteca II se dio en Culhuacan alrededor del año 1200 dC y que la cerámica culhuacana empezó en esta época a ser copiada por los grupos chichimecas que iniciaban su asentamiento en el área de la Cuenca de México. Tepanecas, acolhuas, cuautitlaneses y otros empezaron también a producir cerámica, cuyos diseños, sin embargo, son diferentes de los de Culhuacan, según hemos constatado en un estudio reciente:13 la decoración de zacate no es en forma de púas, sino de líneas paralelas sobre el borde de la vasija, que a veces llegan a ser curvas. De esta forma, en la Cuenca de México encontramos algo que genéricamente llamamos “cerámica Azteca II”, pero en cada altepetl podemos distinguir un grupo de formas y diseños decorativos autóctonos que no existen en los otros.14 Estas distinciones culturales se deben a que las fronteras políticas entre los altepetl eran bastante rígidas durante el posclásico medio y no permitían que los comerciantes se trasladaran de uno a otro,15 lo que traía como consecuencia que en cada altepetl sólo se consumiera lo que ahí, y en particular en su capital, se producía. Me he querido referir a estas diferencias de estilo decorativo pues en Chapultepec hemos encontrado la cerámica Azteca II, que sabemos se producía en Culhuacan.16 Esta cerámica tiene una decoración ción del Valle de México, II: Culhuacan, Tenayuca y Tlatelolco”, en Ibid., 9, pp. 118-167, 1950. 13 R. García Chávez et al., “Análisis por activación neutrónica...” 14 Leah D. Minc, Mary G. Hodge y James Blackman, “Stylistic and Spacial Variability in Early Aztec Ceramics: Insights into PreImperial Exchange Systems”, en Mary G. Hodge y Michael Smith (eds.), op. cit. R. García Chávez, “De Tula a Azcapotzalco...” 15 R. García Chávez, “De Tula a Azcapotzalco...”, cap. 3. 16 R. García Chávez et al., “Análisis por activación neutrónica...”
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diferente a la de Azcapotzalco o Texcoco. Es por esta razón que estamos proponiendo que, durante la fase Azteca II, Chapultepec estaba sujeto a Culhuacan y es precisamente en este lapso cuando llegan los mexicas al lugar. Desalojo de los mexicas de Chapultepec Por varias fuentes sabemos que el arribo de los mexicas a Chapultepec debe haber ocasionado diversos problemas a las poblaciones establecidas, entre ellos una disminución de los recursos locales de caza y pesca. Las fechas que se mencionan para dicho arribo y asentamiento varían desde 1250 hasta 1300 dC. ¿Cómo fue que los mexicas se asentaron en este lugar? Existen varias posibilidades: El área de Chapultepec estaba ocupada por un grupo culhuacano –productor de cerámica Azteca II– que les permitió a los mexicas asentarse ahí. El área de Chapultepec estaba ocupada por un grupo que fue desalojado por los mexicas.17 A los mexicas se les permitió establecerse en Chapultepec como subordinados de Culhuacan. Los mexicas se establecieron en Chapultepec y se adueñaron del lugar sin estar sujetos políticamente a ningún altepetl. A partir de los datos arqueológicos e históricos, nosotros sospechamos que la tercera posibilidad es la que tiene mayor apoyo histórico y fáctico, pues sólo de esta forma se puede explicar que se encuentre cerámica Azteca I y II de estilo Culhuacan durante el tiempo en que los mexicas se asentaron en Chapultepec Estos diferentes escenarios nos dan una visión de cómo pudieron ocurrir las cosas. Lo cierto es que, después de algu17
Códice Chimalpopoca. Anales de Cuautitlan y Leyenda de los Soles, traducción Primo Feliciano Velázquez, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1975, p. 17.
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nos años de estar establecidos los mexicas en Chapultepec, una coalición de ciudades-estado les hizo la guerra para desalojarlos.18 Esto ocurriría alrededor de 1300 dC, y entre las principales ciudades que llevaron a cabo la guerra de desalojo estaban Azcapotzalco y Culhuacan . Es notorio el hecho de que las fuentes no dicen a qué altépetl se adjudicó Chapultepec después de la guerra. Sin embargo, no es difícil imaginar el interés tepaneca por el lugar: después de su asentamiento inicial, iniciaron su expansión invadiendo y conquistando Tlacopan, Tenayuca, Atlacuihuayan19 (Tacubaya), Tultitlan,20 Cuautitlan, Xaltocan. En este contexto se puede ver que la guerra contra los mexicas en Chapultepec tenía un claro objetivo de invadir el área como se ve en nuestra Lámina 4. Es lógico pensar que, después de ella, este lugar pasó a formar parte del altepetl de Azcapotzalco. Las conquistas posteriores en toda el área de la Cuenca de México demuestran la política expansionista del estado tepaneca, que sólo fue frenada por sus antiguos vasallos, los mexicas y los texcocanos.
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Anales de Cuautitlan, 1975, p. 18. Manuel Orozco y Berra (ed.), Códice Ramírez, México, Innovación, 1985, p. 31. Códice Aubin (Códice de 1576), Manuscrito azteca en la Biblioteca Real de Berlín, México, Innovación, 1980, p. 41. Códice Boturini o Tira de la Peregrinación, México, Secretaría de Educación Pública, 1975. Fernando Alvarado Tezozómoc, Crónica Mexicáyotl, traducción del náhuatl Adrián León, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1992, p. 46. Chimalpain, op. cit., p. 143. 19 Después de la expulsión de los mexicas de Chapultepec, los tepanecas tomaron el control del área y establecieron una colonia en ese lugar de la cual nombraron gobernante a uno de los hijos de Tezozomoc. En la Crónica Mexicáyotl este hecho se narra así: “El 3° de los hijos de Huehue Tezozomoctli se llamó Epcoatl, a éste lo asentó por rey en Atlacuihuayan” (Crónica Mexicáyotl, p. 102). 20 Tultitlan fue fundado por los tepanecas y después de un tiempo fue el lugar desde donde se lanzó una campaña para conquistar Cuautitlan.
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La historia de los tepanecas es el más claro ejemplo de cómo un pequeño asentamiento como Azcapotzalco se transformó, a lo largo de 200 años, para constituir el poder geopolítico más importante del altiplano, después de conquistar a Texcoco. La guerra posterior entre la Triple Alianza contra los tepanecas debe verse como el resultado del enfrentamiento histórico de las sociedades que luchaban por la hegemonía, en un mundo donde la única vía era la fuerza de las armas y no había otras opciones que quedar como vasallo o detentar el poder supremo. El odio generado hacia los tepanecas por los años de subordinación explica el deseo de revertir el estado de cosas, lo que originó un nuevo ciclo de expansión, ahora con la Triple Alianza encabezada por los mexicas. Se infiere así que la ocupación de cualquier pedazo de tierra –como Chapultepec– era primordial para la conformación de un territorio y de una estrategia de expansión, en este caso del estado tepaneca, que forjó un efímero imperio.21 Esta estrategia había sido desarrollada desde la época de Teotihuacan y el ascenso y caída cíclica de los estados prehispánicos había demostrado una evolución hacia formas más perfectas en lo político. No es casual que precisamente los mexicas vencidos en Chapultepec se unieran a Texcoco para vencer a los tepanecas y que las rencillas y los odios históricos se hayan exacerbado hasta el grado de destruir Azcapotzalco. Al ocurrir esto, Chapultepec volvió a manos mexicas y conservó por siempre este sello. La arqueología de Chapultepec nos ha brindado una oportunidad magnífica de estudiar un problema histórico con datos arqueológicos. Sin embargo todavía quedan muchas cosas por descubrir y, dado que la envergadura de nuestras excavaciones fue muy limitada, es posible que en el futuro un gran proyecto de investigación ponga a prueba las ideas aquí expuestas.
21
Pedro Carrasco, “The Extent of the Tepanec Empire”, en J. de Durand Forest (ed.), The Native Sources and the History of the Valley of Mexico, Oxford, England, Bar International Series 204, 1984.
Introducción a la arqueología de Chapultepec María de la Luz Moreno Cabrera* Con motivo de los trabajos de restauración llevados a cabo por la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos en el área comúnmente llamada jardín del Alcázar en el Castillo de Chapultepec, que alberga una parte de las instalaciones del Museo Nacional de Historia, fue necesario realizar la investigación encaminada a la recuperación de los niveles originales de las diversas etapas constructivas que presenta este lugar. Para ello, hubo que registrar los sistemas de construcción y los materiales utilizados en muros, techos, bóvedas, escaleras, canales, jardineras, fuentes y pasillos, entre otros. De agosto de 1998 a febrero del 2000 me hice cargo de la coordinación de dichos trabajos de arqueología histórica,1 que permitieron establecer las diversas ocupaciones que ha conocido el cerro también llamado del Chapulín. Lo que ahora presentamos se enfoca particularmente al Castillo de Chapultepec, situado al poniente de la Ciudad de México.
*
Dirección de Salvamento Arqueológico, INAH. Comisionada por el arqueólogo Luis Alberto López Wario, director de Salvamento Arqueológico, a partir del 3 de agosto de 1998, a solicitud del arquitecto Carlos Martínez Ortigoza, subdirector de Proyectos y Obras de la Coordinación de Monumentos Históricos, previa inspección 98/12. 1
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Ubicación El Castillo de Chapultepec se localiza entre las coordenadas geográficas 99º 10’ 48” y 99º 11’ 03” longitud oeste y 19º 25’ 00” y 19º 25’ 16” latitud norte,2 a una altura de 57 metros sobre el nivel de la cuenca, entre un bosque de escasa flora autóctona como ahuehuetes, cedro blanco y encino, pero abundancia de trueno, fresno, eucalipto, tepozán, fitolaca, zarzamora, casuarina, palma fénix y palma platanera; algunas de éstas traídas de diversos países en distintas épocas, como es el caso de la fitolaca, plantada en la época de Maximiliano. Dicha flora hace de este bosque un lugar de esparcimiento cotidiano para la creciente población de la ciudad. El bosque de Chapultepec está limitado al oriente por la avenida Paseo de la Reforma, al sureste por la avenida Chapultepec, al noreste por la calle Mariano Escobedo, al poniente por la avenida Molino del Rey y al sur por la avenida de los Constituyentes. Se llega al edificio por una rampa que parte de la ladera sur del bosque y ciñe en espiral la colina hasta terminar casi en el ángulo sureste de la llamada Plaza de Armas; o bien a través de una escalinata construida durante el imperio de Maximiliano, que se ubica al pie del cerro, en su parte sureste, con más de cien peraltes (Fig. 1).3
2
Carta topográfica E 14 A 39, Ciudad de México, INEGI, 1986, Esc. 1:150 000 3 Evidencias arqueológicas del rescate MNH-CCH. Plano de Ubicación del Castillo, Cerro y Bosque. Coordinación Nacional de Monumentos Históricos, Proyecto arquitectónico planta y conjunto MNH, PRO-5, 17 de marzo de 1988, Esc. 1:250.
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Figura 1. Evidencias arqueológicas del rescate MNH-CCH. Plano de Ubicación del Castillo, Cerro y Bosque 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.
U. 61 Cráneo. Preclásico 1250 – 1300 a. C. U. 7 Entierros Clásico. Teotihuacan. Arq. Ceremonial U. 55 Entierros. Clásico Teotihuacan. Arq. Doméstica Cerámica. Clásico. Teotihuacan Entierro. Epiclásico. Cerámica Tolteca Adoratorio. Arq. Mexico. Posclásico Cerámica. Posclásico. Azteca I y II Posclásico. Albercas, acueducto, canales, manantial, Azteca III y IV Sistema hidráulico. Posclásico. Alberca, acueducto, cerámica. Azteca III 10. Arq. Aposento. Inf. Posclásico. Azteca III 11. Arq. Aposento superior. Posclásico. Azteca III 12. Arq. Aposento. Posclásico. Petroglifos. Azteca III
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Nuevas evidencias arqueológicas Una de las principales controversias en torno al llamado cerro del Chapulín está enfocada a su nombre. Se cree que estaría asociado a la gran cantidad de insectos de este tipo que existía en el lugar, o a la forma que pudo tener este promontorio, cuyo origen se sitúa en el Terciario Superior, hace 21 mil años. La topografía, que reveló un sustrato de piedra andesita en 120 excavaciones controladas de diversas dimensiones y a diferentes profundidades, permitió detectar dos mesetas: la del oriente, que forma la cabeza del insecto y donde en la actualidad se sitúa el jardín del Alcázar, localizado sobre la cota 2283.00 msnm; y la del poniente, más alargada que la primera, que constituye el cuerpo del chapulín y se sitúa a 2276.23 msnm. Estas características orográficas del cerro, aunadas a la flora, fauna y la existencia de manantiales, permitieron que grupos sedentarios lo utilizaran para medir y registrar los fenómenos naturales que sirvieron de base al calendario sagrado, con sus rituales que regían la vida cotidiana. Punto estratégico de campañas militares, fue el lugar donde se asentaron los grupos de la cultura mexica antes de la fundación de México Tenochtitlan. El registro arqueológico llevado a cabo ha permitido situar los diversos momentos de ocupación sucedidos en este lugar, cuya referencia más antigua la encontramos en la fase Ticomán (400–1 aC), representada por algunos fragmentos de tepalcates localizados tanto en la parte alta del cerro como en la falda sur oriente (Fig. 1). La presencia teotihuacana se registró desde la fase Miccaotli (130–200 dC) hasta la fase Metepec (450–500 dC), pasando por las fases Tlamimilolpa y Xolalpan, en la parte alta del cerro, específicamente en el área de carruajes. Aquí se pudo observar la presencia de un relleno correspondiente al núcleo de una estructura asociada a una concentración de cerámica, destruida parcialmente al realizarse trabajos de nivelación para que el camino sirviera
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como paso de los carruajes, tanto en la época de Maximiliano, cuando aún no se contaba con techo en esta zona, como en la época de Porfirio Díaz, quien la mandó cubrir con bóvedas rebajadas de lámina escarzana (Fig. 1). Sin embargo, la evidencia más importante la obtuvimos en la falda sur oriente del cerro (Unidad de excavación 55), donde se pudo registrar una unidad habitacional con muros y pisos de estuco, bajo los cuales se ubicaron tres entierros. El primero de ellos corresponde a tres individuos adultos primarios indirectos, del sexo masculino, de 25 y 20 años respectivamente, asociados a diecisiete vasijas de la fase Xolalpan (350–450 dC) y puntas de flecha.4 El segundo entierro corresponde a un individuo infantil primario indirecto, depositado en decúbito dorsal flexionado al interior de una tasa con soporte anular, de base convexa y fondo cóncavo, que se encontró a 1.30 metros de profundidad, mientras que el tercero, también infantil, se encontró disperso en el área de excavación, por lo que no fue posible establecer su posición anatómica.5 Posteriormente las evidencias históricas apuntan a un asentamiento tolteca, registrado arqueológicamente por la presencia de cerámica epiclásica de las fases Coyotlatelco (600–800 dC) y Tollan (800–1050 dC) diseminada en todo el cerro. Hasta el momento no ha sido posible localizar evidencias arquitectónicas, como tampoco la cueva de Cincalco, en donde, según las fuentes, se ahorcó Huemac, ultimo gobernante tolteca.6 4
Estas vasijas fueron restauradas por la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH. 5 Juan Alberto Román Berrelleza y Thanya Hernández Torres, “Informe de los resultados del análisis antropofísico realizado a los entierros del cerro de Chapultepec”, informe mecanoscrito, Archivo Técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología, INAH, 1999, México. 6 Wigberto Jiménez Moreno, Historia antigua de México, México, ENAH, Sociedad de Alumnos, 1953, p. 30; Anales de Cuauhtitlán, Códice Chimalpopoca, México, UNAM, 1945, p. 15; en Manuel
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La presencia de la fase Azteca 1 (800–1200 dC) fue reconocida en el área nororiente a través de materiales culturales en las unidades 60, 61, 69 y 70, ubicadas al pie del cerro, en donde obtuvimos el mayor porcentaje de esta cerámica en relación con otras áreas. La cerámica de la fase Azteca II (1200-1430 dC) se distribuye hacia la parte alta y la falda del cerro. Las referencias históricas7 apuntan a la construcción de un templo o teocalli dedicado a Huitzilopochtli (“Cuauhtlequetzqui habló con el dios Huitzilopochtli en el templo que le habían construido en lo alto de Chapultepec”) y edificado bajo el mandato de Huitzilihuitl (1396–1417 dC). Dichos datos los pudimos contrastar a través del registro de aproximadamente 44 clavos de tezontle, toba y más de 400 fragmentos de estuco (cal y arena fina), 80% de color crema y 20% de color rojo. Estos materiales formaron parte del sistema constructivo de este templo, que posteriormente fue modificado, hasta llegar a la época de Moctezuma. De igual manera la cerámica se distribuye también hacia el oriente, suroriente y en una pequeña área de la zona sur (Unidad 54) (Fig. 1). Sin lugar a duda, las evidencias más tangibles se muestran en el posclásico tardío (Azteca III–IV). El mayor porcentaje de cerámica de estas fases se halló tanto en la parte superior del cerro como en el pie de monte medio y bajo. A la par de estas evidencias, tenemos la presencia de elementos arquitectónicos que nos hablan de la expansión de este grupo durante el reinado de Moctezuma I Ilhuicamina, quien ordenó diversas obras públicas. Una de las más importantes dentro del sistema de ingeniería hidráulica fue la construcción de un contenedor de agua en uno de los principales manantiales de Chapultepec, con lo cual se abastecería de agua a la ciuArellano Zavaleta, Chapultepec. Epoca prehispánica, México, Libros de México, 1972, pp. 7-8. 7 “Historia de los mexicanos por sus pinturas”, Anales del Museo Nacional, t. II, México, 1936, p. 225, en Manuel Arellano Zavaleta, op. cit., p. 21; Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, México, Nacional, 1967.
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dad de México-Tenochtitlan.8 A través de las exploraciones realizadas en lo que se denominó Sitio Manantiales (unidades 63, 64, 65 y 66, ubicadas al oriente del cerro), pudimos definir los muros del contenedor prehispánico, cuyos límites norte y sur conforman una extensión de aproximadamente diez metros de largo. Dichos muros fueron construidos con piedras grandes irregulares de andesita unidas con argamasa. Además se utilizaron tablones de madera del género Cupressus sp. (cedro),9 sostenidos por pilotes también de madera cuya huella desplanta directamente sobre una capa de limos finos (Fig. 1). Otra obra de ingeniería hidráulica la constituye un canal destinado a la conducción de agua en dirección orienteponiente. Sus elementos constructivos son piezas rectangulares de barro, unidas con argamasa y recubiertas con un aplanado de cal y arena fina (Unidad 71). Resaltan en este sistema otros canales y acueductos, de los cuales quedan restos en las albercas de Moctezuma, el acueducto de Chapultepec (actualmente caído) y el acueducto de Santa Fe (Fig. 1). A este momento corresponde también una gran obra construida por mandato del propio Moctezuma pero con la asesoría de Nezahualcoyotl (rey de Texcoco). Este último trajo consigo maestros canteros de su región para trabajar en lo que constituiría la efigie de varios gobernantes mexicas; en la actualidad sólo se puede observar la figura de Moctezuma, al oriente del cerro, que ostenta la fecha 2 caña (1299 dC) En el 8
Ricardo Armijo, “Arqueología e historia de los sistemas de aprovechamiento de agua potable para la Ciudad de México durante la época colonial. Los acueductos de Chapultepec y Santa Fe”, tesis de licenciatura en arqueología, ENAH, 1994. 9 José Luis Alvarado, “Análisis anatómico realizado en muestras de madera procedentes del Castillo de Chapultepec, D. F.”, informe mecanoscrito, Archivo Técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología, INAH, 1999.
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costado norte se encuentra además el cuerpo de una enorme serpiente, cuyas fauces, con la huella de los barrenos que en diversos momentos persiguieron el cometido de desaparecerla, dejan a la imaginación su indudable presencia. Se confirma que el crótalo nace o inicia en la parte superior del cerro, ya que la cabeza se encuentra sobre la superficie de la tierra o en el inframundo.10 Actualmente se encuentran varios acueductos bajo el subsuelo, que se conectaban entre sí por las albercas o contenedores que almacenaban el agua.
Foto 1. Figura de Moctezuma en Petroglifos
De la época de Moctezuma II procede una construcción de forma rectangular, levantada sobre la roca natural, que conforma un aposento monolítico con símbolos que revelan las características guerreras del grupo mexica, cuya hegemonía dependió de su alianza con Texcoco y Tacuba. De esta forma el escudo, flechas y restos de una bandera esculpidos sobre 10
Ignacio Alcocer, Apuntes sobre la antigua México–Tenochtitlan, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1936.
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su muro poniente, del que todavía pudimos recuperar huellas de pigmento rojo en el que se utilizó hematita,11 nos confirman aún más el carácter bélico de este sitio. No hay que olvidar que el rojo dentro de esta cultura está asociado al lado oriente, que es precisamente la posición de este edificio: mira en dirección al Popocatépetl y al cerro Tláloc, este último en asociación directa con el agua. Elemento representado continuamente en este lugar, el agua se extrajo de ahí para llevarla a la ciudad de Tenochtitlan.
Los vestigios coloniales Los trabajos de arqueología histórica se enfocaron a la recuperación de los niveles originales de las diferentes etapas constructivas del edificio, desde la época del virrey de Gálvez, en 1785, hasta el momento actual. Ello haría posible replantear los lineamientos de restauración para el museo. De tal manera, las evidencias arqueológicas contrastadas con los documentos históricos fueron de gran relevancia como sustento de la restauración del inmueble y la protección de los demás monumentos. Del periodo colonial temprano se registraron evidencias en la capilla franciscana, dedicada a San Miguel Arcángel, en el centro del jardín del Alcázar. A diferencia de muchas otras de la ciudad de México, esta capilla no se construyó sobre el templo prehispánico mexica, sino que éste fue destruido totalmente para dar lugar a la nueva edificación. La excavación de la cala al norte del jardín permitió descubrir la topografía más abrupta del cerro, la cual hizo necesario, en los diversos momentos de construcción, utilizar como relleno los mate11
José Luis Ruvalcaba Sil y Lauro Bucio Galindo, “Informe sobre los análisis de argamasas del Castillo de Chapultepec”, mecanoscrito, Archivo Técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología, INAH, 1999.
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riales de la estructura prehispánica. Así lo confirman una gran cantidad de piedra trabajada de tezontle con restos de estuco o argamasa, clavos de tezontle y fragmentos de estuco, algunos con rastros de pintura (roja, negra, amarilla) que se analizaron mediante técnicas de XRD, PIXE y RBS.12 Es importante resaltar que, en su primer momento, esta capilla tuvo forma circular, como puede observarse en el plano de Uppsala, atribuido a Alonso de Santa Cruz (1555). Por su parte, Kubler afirma que “[es] la única iglesia conocida de planta circular del siglo XVI” y la atribuye a Claudio de Arciniega, posible arquitecto constructor.13 En un principio su acceso era por el oriente (con vista hacia la salida del sol), aunque posteriormente su planta fue ampliada hacia el poniente en forma rectangular. Este diseño persistió hasta el siglo XVIII, como lo muestran posteriores pictografías. Tal es el caso del plano del Rancho de Ansures, levantado por Francisco Antonio Guerrero y Torres y por José Ortiz en 1784; del plano realizado por Felipe de Zúñiga y Ontiveros en 1760, que muestra las tierras que rodean al Colegio de San Joaquín y la ermita de San Miguel Arcángel en la cima del cerro; y del plano de 1774 del ejido de Chapultepec, “perteneciente a esta N.C. de México, formado por el alferes Don
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Análisis que permitió definir diferencias entre los materiales agregados y los recuperados in situ en asociación con otras estructuras cuya temporalidad se pudo definir a través de documentos históricos. Estas técnicas permitieron establecer la antigüedad de algunos materiales. Por ejemplo, los aplanados y argamasas prehispánicas presentan bajas cantidades de anortita y altas de calcita, mientras que en los coloniales tempranos el 50% corresponde a anortita (compuesto de diversos elementos como aluminio, silicio, fósforo, cloro, estroncio) y el otro 50% es de calcio y hierro. Ruvalcaba y Bucio, op. cit. 13 George Kubler, Arquitectura mexicana del siglo XVI, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 258-261.
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Ildefonso de Yniesta Bejarano”14 (Fig. 2). Por excavaciones en el jardín del Alcázar, constatamos que la construcción actual del Caballero Alto formó parte de la capilla, ya que se reutilizó y adaptó lo que existía de ella.
Figura 2. Capilla San Miguel Arcángel y Caballero alto 15
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Miguel Ángel Fernández, Chapultepec. Historia y presencia, México, Cartón y Papel de México, SA (Cuadernos Smurfit), 1988. 15 Dibujo reconstructivo sobreposición.
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Los sondeos realizados en el área perimetral del jardín actual permitieron identificar los límites del jardín amurallado de la mansión virreinal, proyectada en 1784 por el arquitecto Francisco Antonio Guerrero y Torres a petición del virrey Matías de Gálvez. Como éste falleció, la obra se inició en 1785 por mandato del virrey Bernardo de Gálvez. Participaron el ingeniero Bambitelli, quien estuvo a cargo dos meses, y el ingeniero Agustín Mascaró, quien lo sustituyó hasta finales de 1786. Al año siguiente los trabajos se suspendieron por orden del rey Carlos IV, quien mandó subastar el sitio en mayo de 1788.
Figura 3. Plano superior del Real Palacio 16
Para la construcción de este palacio se eligió la meseta más alta. Se levantaron cuatro muros de 87 centímetros de espesor, que delimitaban una superficie de 50 metros de oriente a poniente y 39 metros de norte a sur. Estos muros desplantan directamente sobre la roca natural del cerro a diferentes pro16
Palacio de Chapultepec, Mejico, Archivo de Indias de Sevilla, España, 1787, escala varas.
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fundidades y están hechos de piedra andesita pegada con argamasa, materiales extraídos muy probablemente del propio cerro. En el registro arqueológico realizado en más de cuarenta sondeos en el jardín, no se encontraron evidencias de trazo de las jardineras de esta época, lo que indica que tal proyecto no se realizó.
El Colegio Militar A partir de 1835 se decide que en la casa de recreo virreinal se establezca el Colegio Militar, a cargo de Juan Estrada.17 En 1843, cuando era su director el general Pablo García Conde, se instaló un observatorio astronómico que se utilizaría para impartir las clases de geodesia y astronomía. Para este efecto se acondicionó la torre del Caballero Alto, en especial la estructura circular (antes capilla cristiana). La diferencia de materiales constructivos entre las partes baja y media de esta estructura nos permite plantear esta hipótesis. En 1849, dos años después de la batalla contra los norteamericanos, el edificio vuelve a funcionar como Colegio Militar hasta 1860. A esta segunda etapa corresponde un importante hallazgo: se trata de un basamento circular de piedra, localizado en el costado oriente del jardín, frente al Caballero alto, que resguardaba una caja conmemorativa de los trabajos de reconstrucción del Colegio Militar en el Cas-
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Juan Manuel Torrea, La vida de una institución gloriosa. El Colegio Militar 1821-1930, México, Obra propiedad del autor, Talleres Centenario, 1931; Tomás Sánchez Hernández y Miguel Angel Sánchez Lamego, Historia de una institución gloriosa. El Colegio Militar 1823-1970, México, Secretaría de la Defensa Nacional, Dirección General de Educación Militar, Heroico Colegio Militar, 1970.
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tillo de Chapultepec.18 Esta caja de cantera contenía una caja de plomo, en cuyo interior se encontraba el acta conmemorativa y otros documentos alusivos a los participantes en la batalla de 1847, con la cual se inició la tradición de guerra de los cadetes en defensa de su patria.19 Durante esta etapa, en lo que hoy se conoce como jardín de “pérgolas” se ubicaba un patio secundario o de servicio que albergaba instalaciones utilizadas como bodegas. Este patio formaba parte de un perímetro de murallas que comenzaba en esta zona y continuaba a todo lo largo por 800 varas. Este fue el escenario de la primera parte de la batalla por la defensa de Chapultepec. En las murallas se encontraban plataformas para las piezas de artillería y se colocaron blindas para los edificios y los parapetos de defensa. 20 Durante las excavaciones arqueológicas en esta zona registramos parte de la cimentación de dicha muralla, la cual fue demolida para la ampliación del Colegio Militar en su cuarta época (1882). Asimismo registramos materiales de uso personal de los cadetes, como botones metálicos y loza de fabricación francesa y otros utensilios domésticos, con lo que tenemos una idea de su modo de vida cotidiana dentro de este recinto. Bajo la administración del gobierno liberal, el Colegio Militar se reabre en 1861. Vuelve a ser clausurado en mayo de 1863, pero continúa funcionando en diversos inmuebles 18
Alberto Mario Carreño, El Colegio Militar de Chapultepec en 1847– 1947, México, Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1948. 19 La caja de cantera fue restaurada por el señor Ricardo González Vieyra (CNECOA/INBA), la caja de plomo y documentos en papel por restauradores de la Coordinación Nacional de Restauración de Bienes Muebles e Inmuebles, a cargo de la restauradora Rosana Calderón Martín del Campo, y las monedas fueron limpiadas por personal del Museo Nacional de Historia. Actualmente se encuentran expuestos en la Sala de la Batalla de Chapultepec del Museo Nacional de Historia. 20 Plano Levantamiento topográfico francés, 1847, en Miguel Angel Fernández, op. cit.
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de la ciudad de México. El 7 de enero de 1882 regresa a Chapultepec, en su cuarta etapa, que concluye el 15 de agosto de 1914.21 Es destruido finalmente entre 1916 y 1917.
Imperio de Maximiliano y Porfiriato De esta época, las evidencias arqueológicas en el Alcázar confirman la construcción de un área ajardinada, constituida por jardineras, fuentes y zonas de estancia, todo ello asociado a una red de conexiones hidráulicas para mantenimiento y desagüe. Se exploraron también los muros que sirvieron de cimentación al comedor, que se ubicaba en el costado poniente del Caballero Alto, así como la escalera que daba acceso al jardín de la planta alta por el lado poniente del área a donde llegaban los carruajes en la planta baja. Esta escalera fue parcialmente destruida para construir las que conducen en la actualidad al área de servicios del museo, cuyo trazo se adjudica a la época de Porfirio Díaz (Fig. 4).
21
Juan Manuel Torrea, op. cit.
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Figura 4. Plano de la época de Maximiliano, ubicación de restos arqueológicos del jardín del Alcázar 22
Los hallazgos del Porfiriato corresponden a lo que fue el primer Observatorio Nacional de México, así como a las modificaciones realizadas al jardín de Maximiliano. Se encontraron evidencias de las primeras instalaciones eléctricas, telegráficas y un sistema de pararrayos, así como la reutilización del desagüe con innovaciones constituidas principalmente por tuberías de origen extranjero y también arquitectura y materiales de la época actual (Fig. 5).
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Con referencia al plano de Gilius Hoffman, Palacio Imperial de Chapultepec, 6 de octubre de 1866.
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Figura 5. Plano época del general Porfirio Díaz, ubicando los restos arqueológicos del Alcazar 23
Museo Nacional de Historia En 1939, cuando se instala el Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec, se realizan diversas modificaciones y adaptaciones para la museografía, se cierran espacios y 23
Con referencia al plano del Colegio Militar, Palacio de Chapultepec, 1899.
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se construyen nuevos muros. El cuarto ubicado al poniente del Caballero Alto queda eliminado para dar lugar al jardín. Su función original había sido la ampliación de la capilla en 1600, posteriormente se le destinó para estudios astronómicos y en 1835 para impartir clases, fue utilizado como sala comedor en la época de Maximiliano, volvió a servir para realizar observaciones astronómicas con el general Porfirio Díaz, y desapareció para dar lugar al jardín en el siglo XX.
Comentarios finales El rescate arqueológico realizado con motivo de la restauración del inmueble histórico que alberga al Museo Nacional de Historia nos llevó a investigar sobre la importancia cultural del sitio. El hallazgo de un cráneo humano correspondiente a 1250 aC nos permite demostrar que existe una secuencia cultural. Actualmente se llevan a cabo programas de investigación arqueológica en los aposentos Chimalli y petrograbados, en las albercas y baños de Moctezuma y en los acueductos, que formarán parte del recorrido histórico del Museo. Por otro lado, se trabaja en coordinación con el Registro Público de Zonas y Monumentos Arqueológicos para elaborar la propuesta de Declaratoria de delimitación de Zona Arqueológica.
La secuencia cerámica de Chapultepec Raúl García Chávez, Manuel Torres, Susana Lam y María de la Luz Moreno Introducción El proyecto arqueológico para la remodelación del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec tuvo entre sus objetivos más importantes determinar la cronología de los diferentes asentamientos que se verificaron en el Cerro de Chapultepec durante la época prehispánica, tomando en cuenta la importancia de este sitio no sólo para la historia regional del área de Tacubaya sino para la historia de la Cuenca de México. Uno de los materiales más frecuentemente hallados en las excavaciones arqueológicas es, sin duda, la cerámica. Normalmente aparecen decenas de miles de objetos cuyo estudio nos puede dar indicios muy claros de la cronología relativa con la que se construye un marco temporal de referencia. Es a través de éste como los arqueólogos podemos conocer los periodos de ocupación del sitio en cuestión. El trabajo que aquí presentamos es el resultado del estudio cerámico llevado a cabo por nuestro equipo en el año de 1999.1
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María de la Luz Moreno Cabrera, Raúl García Chávez, Manuel Torres García y Susana Lam García, “Informe de los trabajos arqueológicos realizados en Chapultepec con motivo del Proyecto de Restauración del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec”, Dirección de Salvamento Arqueológico, INAH, 2000.
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Excavar este sitio ha sido no sólo un privilegio, sino también una magnífica oportunidad de contrastar ciertas hipótesis sobre el desarrollo regional durante la época prehispánica, periodo al que está restringido nuestro estudio en este artículo.
Metodología Chapultepec es conocido históricamente por las ocupaciones –sobre todo mexicas– que ocurrieron en el lugar, así como por las obras hidráulicas que de acuerdo con las fuentes se llevaron a cabo, principalmente para llevar agua a Tenochtitlan. Sin embargo, fuera de las ocupaciones del posclásico relatadas en las principales fuentes, poco o nada se sabía de otras épocas, no obstante el trabajo de investigaciones previas.2 Como nuestro proyecto era de salvamento arqueológico, teníamos una serie de factores en contra, como el tipo de obra que se llevaba a cabo, el tiempo de realización –que fue uno de los elementos de mayor peso–, así como las limitaciones presupuestales, factores todos que se fueron superando gracias a la claridad de nuestros objetivos. Desde finales de 1998 se iniciaron las excavaciones que afectaban la parte alta del llamado “alcázar”. Realizadas con cierta prontitud, nos proporcionaron suficiente material cerámico para proponer una primera secuencia que sirvió para planear las siguientes y, ya con conocimiento de causa, tratar de localizar áreas específicas de asentamiento en diferentes fases.
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Guardia Manfred Sasso, “El acueducto prehispánico de Chapultepec”, tesis de licenciatura, ENAH, 1985; Rubén Cabrera Castro, María Antonieta Cervantes y Felipe Solís Olguín, “Excavaciones en Chapultepec, México, D.F.”, en Boletín INAH, 1976, pp. 35-46; Beatriz Braniff de Torres y María Antonieta Cervantes, “Excavaciones en el antiguo acueducto de Chapultepec”, en Tlalocan, vol. V, núms. 2 y 3, 1966, pp. 161-168.
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Plano 1. Ubicación de excavaciones arqueológicas en Chapultepec
La segunda etapa tuvo como objetivo abarcar ciertas áreas del cerro en donde previamente habíamos realizado recorridos de superficie y en donde nuestras observaciones nos indicaban que existía la posibilidad de encontrar algunos elementos arqueológicos sin alteración; es decir, lo que los arqueólogos llamamos “contextos primarios”, que nos sirvieran para determinar las áreas ocupadas en cada época. Con este conocimiento, se planeó una serie de pozos estratigráficos y excavaciones extensivas que se distribuyeron sobre diferentes partes del cerro (véase Plano 1). De esta misma forma, se aprovecharon también ciertas excavaciones que por necesidades de la obra se tenían que llevar a cabo, sobre
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todo en la parte del alcázar, y que produjeron aproximadamente cien mil tepalcates. En el Plano 1 puede verse la distribución de las excavaciones efectuadas en Chapultepec. Hay que reiterar que, por motivos de la obra, el tiempo y el presupuesto, se restringieron a ciertas áreas, lo que sin embargo no pensamos que afectó el resultado final. Se realizaron ocho excavaciones extensivas y también se hicieron más de cincuenta pozos estratigráficos. Presentamos aquí la información resumida por razones de espacio (véase Tabla 2 y 2 A). TABLA 2 CUANTIFICACION CERAMICA DE LAS EXCAVACIONES DE CHAPULTEPEC TABLA POR FASE y SECTOR DE EXCAVACION Suma de CANTIDAD FASE ZACATENCO (800-400 A.C.) TICOMAN (400-1A.C.) MICCAOTLI (150-200 D.C.) TLAMIMILOLPA (200-300 D.C.) XOLALPAN (300-450 D.C.) METEPEC (450-500 D.C.) COYOTLATELCO (600-780 D.C.) MAZAPA (780-1050 D.C.) AZTECA I (780-1200 D.C.) AZTECA II (1200-1430 D.C.) AZTECA III (1430-1521 D.C.) L AZTECA IV (1500-1540 D.C.) Total general
SECTOR ALCAZAR 8 288 7 19 28 3964 6329 115 673 1688 3406 522 17047
ORIENTE
PERGOLAS SUR 32 1 1
15
144
149 91 33 149 971 393 35 1855
73 141 2 12 11 17 0 271
1116 353 12 43 435 180 53 2336
Total general 8 479 8 20 28 5302 6914 162 877 3105 3996 610 21509
TABLA 2 A PORCENTAJES DE CERAMICA DE LAS EXCAVACIONES DE CHAPULTEPEC TABLA POR FASE y SECTOR DE EXCAVACION Suma de CANTIDAD SECTOR FASE ALCAZAR ORIENTE PERGOLAS SUR Total general ZACATENCO (800-400 A.C.) 0.05% 0.00% 0.00% 0.00% 0.04% TICOMAN (400-1A.C.) 1.69% 1.73% 5.54% 6.16% 2.23% MICCAOTLI (150-200 D.C.) 0.04% 0.05% 0.00% 0.00% 0.04% TLAMIMILOLPA (200-300 D.C.) 0.11% 0.05% 0.00% 0.00% 0.09% XOLALPAN (300-450 D.C.) 0.16% 0.00% 0.00% 0.00% 0.13% METEPEC (450-500 D.C.) 23.25% 8.03% 26.94% 47.77% 24.65% COYOTLATELCO (600-780 D.C.) 37.13% 4.91% 52.03% 15.11% 32.14% MAZAPA (780-1050 D.C.) 0.67% 1.78% 0.74% 0.51% 0.75% AZTECA I (780-1200 D.C.) 3.95% 8.03% 4.43% 1.84% 4.08% AZTECA II (1200-1430 D.C.) 9.90% 52.35% 4.06% 18.62% 14.44% AZTECA III (1430-1521 D.C.) 19.98% 21.19% 6.27% 7.71% 18.58% AZTECA IV (1500-1540 D.C.) 3.06% 1.89% 0.00% 2.27% 2.84% Total general 100.00% 100.00% 100.00% 100.00% 100.00%
En las fuentes históricas se relatan varios eventos que involucran a diversos grupos y a diferentes épocas y que supuestamente ocurrieron en Chapultepec. Es necesario advertir que el arqueólo-
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go no pretende encontrar los restos o alguna evidencia de esos eventos, más bien lo que persigue es –cuando se cuenta con información histórica– identificar algunos elementos arqueológicos que nos proporcionen evidencia de la actividad en cierta época. Para entender esta afirmación tomaremos un ejemplo de aquí mismo, y así tenemos que en los Anales de Cuautitlan se relata el ahorcamiento de Huémac –último tlatoani tolteca– en la cueva de Cincalco en Chapultepec;3 por otro lado, en el Códice Xolotl se cuenta que, a la llegada de los chichimeca a la Cuenca de México, existía un núcleo poblacional de toltecas en Chapultepec.4 Esta información en conjunto nos indica que en este lugar había un asentamiento tolteca, pero no aclara qué tan grande era ni sus características. De acuerdo con nuestros conocimientos actuales, la época tolteca ocurre en el posclásico temprano; entonces lo que tendríamos que buscar en las excavaciones son todas las evidencias posibles de un asentamiento durante ese lapso. Lo que hemos encontrado hasta el momento son las cerámicas Mazapa y Azteca I en una cantidad suficiente para indicar que en este lugar hubo una ocupación que coincide en tiempo con el periodo tolteca. Y a pesar de que no hemos localizado ningún elemento arquitectónico o alguna construcción que se pueda asociar a un asentamiento tolteca, las cerámicas Mazapa y Azteca I constituyen la evidencia de que sí lo hubo. Se corrobora así la información de las fuentes. Este ejemplo sirve para que podamos comprender la magnitud y el alcance de los datos históricos y arqueológicos, ya que, si bien es casi seguro que existió un asentamiento tolteca, buscar “la cueva de Cincalco” podría parecer una operación más de ficción que de realidad. Por lo tanto, en el presente trabajo se definen los conjuntos cerámicos que indican una fase arqueológica específica. La interpretación puede ser muy diversa o restringirse, según 3
Códice Chimalpopoca. Anales deCuauhtitlan y Leyenda de los Soles, traducción Primo Feliciano Velázquez, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1975. 4 Códice Xolotl, edición Charles E. Dibble, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1980.
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sea el caso, pero lo que aquí nos importa es más que nada una serie de elementos materiales que encontramos y que de acuerdo con nuestro análisis definen ciertos bloques de tiempo, cada uno de los cuales representaría una ocupación. En los casos en que los materiales no fueron suficientes para determinar un conjunto cerámico completo y por ende una fase arqueológica, lo decimos así, ya que en trabajos anteriores esto ha quedado en el limbo. Hemos preferido no dar una lista de las fuentes que hablan de Chapultepec; en todo caso, el trabajo que aquí desarrollamos se refiere a una sola parte de la evidencia material de los grupos que se asentaron y por lo tanto sirve para ubicar en el tiempo estos asentamientos. Al comentar cada fase, haremos una serie de propuestas derivadas de la evidencia presentada, tratando de enmarcar esto dentro de un contexto social e histórico.
Antecedentes sobre estudios cerámicos en la Cuenca de México Ya que uno de los componentes más importantes de las cerámicas de Chapultepec son las cerámicas del posclásico, fue necesario revisar la literatura existente para desarrollar una propuesta que se ajustara a lo que estábamos encontrando. Los estudios cerámicos para la Cuenca de México se han enfocado principalmente a las cerámicas decoradas, específicamente las del tipo negro sobre naranja y las llamadas rojo Texcoco..5 Sin embar5
G. C. Vaillant, “A Correlation of Archaeological and Historical Sequences in the Valley of Mexico”, en American Anthropologist, vol. 40, pp. 535-573, 1938; J. B. Griffin y A. Espejo, “La alfarería correspondiente al último periodo de ocupación nahua del Valle de México”, en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, vol. 6, núm. 2, pp. 131-147, 1947, y “La alfarería del último periodo de ocupación del valle de México, II: Culhuacan, Tenayuca y Tlatelolco”, en Ibid., 9, pp. 118167; J. L. Franco y F. Peterson, “Motivos decorativos en la cerámica azteca”, en Museo de Antropología, México, INAH (Científica, 5), 1957,
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go, se ha puesto poco énfasis en el resto de las vasijas que componen los conjuntos cerámicos de cada sitio; existen un par de excepciones, si bien se trata de estudios de sitio que no incluyen una caracterización a nivel regional.6 García Chávez ha desarrollado un trabajo regional para la Cuenca de México y Chapultepec es uno de los sitios comprendidos.7 También localizamos cerámicas del formativo y consultamos los trabajos de Vaillant, Niederberger, Mc Bride y García Chávez con la finalidad de ubicarlas en un contexto temporal preciso.8 Uno de los componentes cerámicos más importantes de Chapultepec fue el correspondiente al clásico, para lo cual se consultó principalmente el trabajo de Rattray. Sin embargo, pp. 7-36; G. O’Neill, “Postclassic Ceramic Stratigraphy at Chalco in the Valley of Mexico”, Ph. D. Dissertation, Faculty of Political Science, Columbia University, 1962 [Microfilm, Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM]; J. R. Parsons, “The Aztec Ceramic Sequence in the Teotihuacan Valley, Mexico”, tesis doctoral, Department of Anthropology, University of Michigan, Ann Arbor, 1966; “Prehistoric Settlement Patterns in the Texcoco Region, Mexico”, Memoirs of the Museum of Anthropology, 3, University of Michigan, Ann Arbor, 1971, y “Patrones de asentamiento prehispánicos en el Noroeste del Valle de México, Región de Zumpango”, mecanoscrito, Departamento de Monumentos Prehispánicos del INAH, 1974; J. R. Parsons, E. M. Brumfiel, M. H. Parsons y D. J. Wilson, “Prehispanic Settlements in the Southern Valley of Mexico. The Chalco Xochimilco Region”, en Memoirs of the Museum of Anthropology, 14, University of Michigan, Ann Arbor, 1982; C. Vega Sosa, Forma y decoración en las vasijas de tradición azteca, México, INAH (Científica, 23), 1975; L. Sejourné, Culhuacan, México, INAH, 1970; G. M. Sasso, op. cit.; J. G. Ahuja Ormaechea, “La cerámica prehispánica en el Templo Mayor”, en E. Matos (ed.), El Templo Mayor: excavaciones y estudios, México, INAH, 1982, pp. 245-252. 6 R. H. Cobean, “The Pre-Aztec Ceramics of Tula, Hidalgo, Mexico”, Ph. D. Dissertation, Harvard University, 1978; C. Vega Sosa, op. cit. 7 R. García Chávez, en preparación. 8 R. García Chávez, “Desarrollo cultural en Azcapotzalco y el área suroccidental de la Cuenca de México desde el Preclásico Medio hasta el Epiclásico”, tesis de licenciatura, ENAH, 1991.
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tenemos con él algunas discrepancias, derivadas de nuestro propio trabajo de campo, lo que nos ha llevado a utilizar en la presente investigación la secuencia cerámica formulada por nosotros.9 El periodo al que corresponde la cerámica de la fase Coyotlatelco ha quedado establecido en el trabajo pionero de Rattray y principalmente en el trabajo de nivel regional de García Chávez.10
Método clasificatorio y análisis del material cerámico de Chapultepec Desde nuestro punto de vista, uno de los principales problemas de la investigación arqueológica en la Cuenca de México se deriva de la falta de una metodología de estudio uniforme para toda el área. En gran parte el problema radica en las técnicas clasificatorias y de ordenación del material cerámico, lo que influye en su análisis, así como en las interpretaciones finales de los estudios. Aquí usaremos un método que hemos aplicado con éxito en otros sitios.11 El primer nivel de ordenamiento de los materiales arqueológicos es la clasificación,12 que tiene como objetivo organizar nuestras unidades de observación –los tipos cerámicos– en forma lógica y coherente. El propósito fue tener una clasificación uniforme con la finalidad de manejar los mismos tipos en todas las excavaciones. El método clasificatorio usado es el que desarrollamos hace ya algunos años para Azcapotzalco;13 9
R. García Chávez, “Desarrollo cultural...” E. C. Rattray, “An Archaeological and Stylistic Study of Coyotlatelco Pottery”, en Mesoamerican Notes, 7-8, pp. 87-211, 1966; R. García Chávez, “Variabilidad cerámica...” 11 R. García Chávez, en preparación. 12 Griselda Sarmiento, Las primeras sociedades jerárquicas, México, INAH (Científica, 246), 1992, p. 43. 13 R. García Chávez, “Desarrollo cultural...” 10
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más recientemente lo aplicamos para la cerámica de un sitio tan importante como es Tenochtitlan14 y está diseñado para manejar grandes volúmenes de material en poco tiempo. Asimismo este esquema nos ha servido para otros trabajos de investigación que comprenden Chapultepec. García Chávez sostiene que: “La clasificación por funciones, divididas en vajillas: almacenaje, procesamiento, traslado, etc., con sus respectivas formas relacionadas, permite en un nivel específico, comparar cuantitativa y cualitativamente el comportamiento de varios conjuntos cerámicos por fases, ya que permite aislar las unidades de análisis y sus características individuales que pueden ser comparadas entre sitios, entre grupos de sitios y entre regiones mayores”.15 Para el análisis fue fundamental tomar en cuenta las características de deposición estratigráfica de la cerámica en las diferentes excavaciones, con el fin de establecer la cronología relativa de cada conjunto cerámico. Esto nos permitió al final comparar los conjuntos cerámicos entre todas las excavaciones y definir cuáles eran más similares de acuerdo a su composición tipológica por fases. En la clasificación empleada aquí sólo se usaron algunas variables pertinentes al estudio, principalmente: forma, dimensiones, decoración y tecnología de elaboración.16 En este sentido las características de la cerámica pueden darnos indicios de las relaciones inter14
R. García Chávez, A. M. Dávila y F. Hinojosa Hinojosa, “La cerámica prehispánica de Tenochtitlan”, en E. Matos Moctezuma (coord.), Excavaciones en la Catedral y el Sagrario Metropolitanos. Proyecto de arqueología urbana, México, INAH (Obra diversa), 1999. 15 R. García Chávez, en preparación. Véase M. G. Hodge, H. Neff, M. J. Blackman y L. D. Minc, op. cit.; L. D. Minc, M. G. Hodge y J. Blackman, op. cit. 16 J. Hill y R. K. Evans, “A Model for Classification and Typoloy”, en David Clarke (ed.), Models and Archaeology, Methuen and Co. LTD, 1972, pp. 231-272; P. M. Rice, Pottery Analysis, University of Miami, 1978, pp. vii-viii.
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grupales que se desarrollan dentro de un ámbito espacial y temporal a diferentes niveles (sitio, subregión, región). El esquema clasificatorio se presenta en la Tabla 1, en donde se relacionan las funciones genéricas con las funciones específicas y las formas que estarían asociadas en cada fase. En la columna 1 se describen las vajillas por su función genérica: almacenaje, procesamiento, traslado, ofrenda-adornoadoración, trabajo, construcción y entretenimiento. En la columna 2 se muestra cómo cada una de las vajillas se subdividió en usos específicos. En la columna 3 se especifica la clase de elemento o cosa contenida o hecha para cada función específica.. En la columna 4 se enlistan las posibles formas cerámicas que cumplirían cada una de las funciones. Una conclusión interesante en la Tabla 1 es que en cada fase se encuentran objetos cerámicos destinados a los mismos usos, lo que habla de una continuidad funcional y de un modo de vida similar a través del tiempo; son las diferencias en forma y decoración lo que distingue a los conjuntos por fases. Tales diferencias se determinan culturalmente. Nuestra clasificación de forma-función tiene por objetivo clasificar cada tepalcate de acuerdo con la vasija o elemento cerámico del cual formó parte, con lo que tenemos la seguridad de clasificar con el mismo criterio todo el material. Como afirma Longacre: “Claramente la variabilidad funcional en términos de uso de la vasija es recuperable. Las clases de actividades que involucran a los contenedores cerámicos pueden ser inferidas si los atributos correctos son el objetivo de la clasificación”. En ese estudio Longacre encontró que entre dos grupos culturalmente similares había diferencias notables en cuanto a la elaboración de la cerámica que se usaba para los mismos fines. Esto se debía a que los grupos Kalinga bajo estudio imprimían a la cerámica ciertas características decorativas directamente relacionadas con un principio de identidad grupal, así como con una distribución territorial diferente. Pero hay que
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recalcar que las diferencias en forma no fueron importantes, pues los fines eran equiparables.
Método práctico de clasificación En la práctica, clasificamos la cerámica de todas las excavaciones con base en sus formas genéricas: ollas, cajetes, copas, platos, etc. En seguida hicimos una separación por diferencias más específicas de forma y decoración, obteniendo así grupos de tepalcates que constituyeron los tipos finales (Tabla 1). A estos grupos de tiestos se les asignó un número progresivo, que identificó al tipo cerámico. Una vez clasificada la cerámica de cada excavación en formas-tipo, se cuantificaron las cantidades por sitio, pozo y capa con la ayuda del programa Excel (Office 1998). De las tablas de frecuencias que se generaron presentamos aquí un resumen (Tablas 2 y 2 A). En cada excavación estratigráfica se procedió con mucho cuidado, definiendo las capas naturales y culturales y registrando los contactos de capa, así como los elementos asociados a cada estrato. Siempre que fue posible, se recogieron muestras de carbón para el fechamiento con la finalidad de tener una asociación temporal precisa. En la Tabla 1 fue muy notorio el hecho de que a través de diferentes fases se pudo constatar regularidad de funciones, lo que nos permite afirmar que los elementos cerámicos que se usaron en diferentes fases cumplieron con los mismos objetivos, mientras que cambiaron a través del tiempo su forma y decoración. Cada uno de los conjuntos (que definen cada fase) tiene por lo menos un utensilio cerámico que cumple con las funciones establecidas en la Tabla 1. En este caso hablamos de conjuntos cerámicos completos. Cuando no hemos encontrado suficientes utensilios que llenen las funciones generales, tenemos conjuntos cerámicos incompletos y que no alcanzan a definir una fase, como sucede con
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las cerámicas de Zacatenco, Miccaotli, Tlamimilolpa y Xolalpan, de los cuales sólo obtuvimos algunos tepalcates con una frecuencia muy baja en relación a las otras fases.
Lámina 1. Conjuntos cerámicos Zacatenco y Ticomán
Describiremos a continuación cada uno de los conjuntos cerámicos que representan las fases de ocupación en el cerro de Chapultepec:
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Fase Zacatenco (800-400 aC), Lámina 1. De esta fase sólo contamos con algunos tiestos (véase Tabla 2) que no constituyen más que elementos aislados. Durante este lapso existieron asentamientos en sitios cercanos como Tlatilco, Azcapotzalco y las Lomas de Chapultepec.17 Fase Ticomán (400-1 aC), Lámina 1. De esta fase tenemos registrada presencia cerámica (véase Tabla 2) en toda el área del cerro de Chapultepec; sin embargo, no se encontró ningún resto arquitectónico. El material, aunque escaso, fue constante en casi todas las excavaciones, lo que indica que en esta época existió un pequeño asentamiento, tal vez subordinado a Azcapotzalco, que en ese momento era el sitio más grande de esta región.18 Fase Miccaotli (150-200 dC), Lámina 2. Esta fase se asocia con el desarrollo de Teotihuacan y su expansión sobre el área de la Cuenca de México. De esta fase tenemos muy pocos tiestos (véase Tabla 2), lo que indica que no hubo un asentamiento permanente en el área del cerro de Chapultepec. Sin embargo, García Chávez reportó un sitio en esta época en la cercana área del Molino del Rey.19 Fase Tlamimilolpa (200-300 dC), Lámina 2. Esta fase, que en Teotihuacan se asocia al mayor auge constructivo, está representada por sólo veinte tiestos (véase Tabla 2). Se concluye que, al igual que en la fase precedente, no existió un asentamiento permanente en Chapultepec. El sitio del Molino del Rey continuó ocupado en esta fase.20
17
R. García Chávez, “Desarrollo cultural...” Ibid. 19 R. García Chávez, “La cerámica del Molino del Rey, Chapultepec, Distrito Federal”, en C. Maldonado y C. Reyna (coords.), Tacubaya, pasado y presente, México, Yeuetlatolli, A.C., 1998. 20 Ibid. 18
60 Lámina 2. Conjuntos cerámicos Miccaotli, Tlamimilolpa, Xolalpan y Metepec
Fase Xolalpan (300-450 dC), Lámina 2. Esta fase, al igual que las anteriores, está representada sólo por unos cuantos tiestos (véase Tabla 2), lo que significa que durante ella no hubo ocupación permanente del cerro de Chapultepec. El sitio del Molino del Rey fue abandonado desde la fase Tlamimilolpa y esto podría indicar que la mayoría de la gente se
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fue a vivir al sitio de Azcapotzalco, que durante esta época registra su mayor auge constructivo y demográfico.21 Fase Metepec (450-500 dC), Lámina 2. Durante esta fase registramos ocupación teotihuacana, tanto en la ladera sur como en la parte alta del cerro. De hecho varias excavaciones extensivas demuestran el carácter habitacional del lugar. Chapultepec, junto con Azcapotzalco, son los únicos lugares donde se registra ocupación en el área suroccidental de la Cuenca de México.22 El conjunto cerámico de esta fase está muy bien representado y es idéntico al de Azcapotzalco. Fase Coyotlatelco (600-780 dC), Lámina 3. Durante esta fase el sitio de Chapultepec fue ocupado por un grupo quizás relacionado con Culhuacan, a juzgar por el conjunto cerámico, muy similar al de ese lugar. Prácticamente se ocupó toda el área del cerro, ya que de esta época provienen las mayores cantidades de material cerámico. Chimalpain menciona que los habitantes de Culhuacan conquistaron durante esta fase el área sur de la Cuenca, incluyendo Atlacuihuayan (la actual Tacubaya). A partir del estudio cerámico, pensamos que tal vez también Chapultepec cayó bajo la influencia de Culhuacan, que posiblemente fue la capital de una pequeña unidad política.23
21
R. García Chávez, “Desarrollo cultural...” Ibid. 23 R. García Chávez, “Variabilidad cerámica...” 22
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Lámina 3. Conjunto cerámico de fase Coyotlatelco (600-780 dC)
Fase Mazapa–Azteca I (780-1200 dC), Láminas 4 y 5. Estas dos fases se han combinado en una ya que, de acuerdo a los nuevos fechamientos, los conjuntos cerámicos Mazapa y
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Azteca I fueron contemporáneos.24 Chapultepec es uno de los pocos lugares donde encontramos cantidades significativas de ambos conjuntos; sin embargo, no se puede hacer una diferenciación estratigráfica, por lo cual aparecen formando parte del mismo bloque de tiempo. Sería necesario decir que para el posclásico temprano las fuentes históricas ya mencionan a Chapultepec como asiento de “toltecas”,25 así como el lugar donde Huémac, uno de los últimos gobernantes de Tula, se suicidó, ahorcándose.26
Lámina 4. Conjunto cerámico de fase Mazapa (780-1050 dC)
24
J. R. Parsons, E. Brumfiel y M. G. Hodge, “Developmental Implications of Earlier Dates for Early Azteca in the Basin of Mexico”, en Ancient Mesoamerica, Cambridge University Press, 1996. 25 Códice Xólotl, edición Charles E. Dibble, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1980. 26 Códice Chimalpopoca, Anales de Cuauhtitlan y ....
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La evidencia cerámica denota sin lugar a dudas que en Chapultepec existió un asentamiento tolteca de cierta importancia, que según nosotros se restringió al área de manantiales en la parte sureste del cerro. Ambos conjuntos cerámicos están bien representados con casi todas las formas que se encuentran en otros sitios toltecas.
Lámina 5. Conjunto cerámico de fase Azteca (780-1200 dC)
Fase Azteca II (1200-1430 dC), Lámina 6. Esta fase marca una de las épocas más importantes en la historia de Chapultepec, pues es
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la que se asocia con la estadía de los mexicas durante su travesía por la parte occidental de la Cuenca de México. Por otro lado, el conjunto cerámico Azteca II de Chapultepec está muy bien representado con todas las formas y es muy similar al encontrado en Culhuacan. Esto nos lleva a proponer (véase el artículo “Chapultepec como área estratégica de asentamiento” en este mismo volumen) que el sitio estaba ocupado por un grupo culhuacano o que en esta época se les permitió vivir a los mexicas aquí bajo la subordinación a Culhuacan. La cantidad de cerámica indica que el sitio debió ser pequeño, quizás restringido al área de manantiales en la parte sureste y oriente del cerro. Después de la guerra para desalojar a los mexicas de Chapultepec, los tepanecas se adueñaron del sitio por un tiempo, cumpliendo un ambicioso programa de expansión territorial. Sin embargo los mexicas recuperaron el lugar durante la fase Azteca III. En las excavaciones se localizaron algunos elementos arquitectónicos que correspondían a los canales para llevar agua a Tenochtitlan27 y que por su asociación cerámica atribuimos a la fase Azteca II.
27
Códice Ramírez, edición Manuel Orozco y Berra, México, Innovación, 1985, pp. 51-52.
66 Lámina 6. Conjunto cerámico de fase Azteca II (1200-1430 dC)
Fase Azteca III (1430-1521 dC), Lámina 7. Esta fase marca a Chapultepec como un área muy importante para los gobernantes mexicas y de esto queda relato en varias fuentes. La cerámica Azteca III es la más abundante en el sitio después de la de fase Coyotlatelco y el conjunto está completo con todas las formas. De hecho se encuentra ocupación de este lapso en toda el área del cerro. Durante las excavaciones en la parte superior se encontró cierta evidencia que indica que
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en este lugar existieron varias áreas de acceso restringido, como un templo monolítico que mira directamente hacia el oriente y la zona donde algunos gobernantes mandaron a esculpir sus imágenes para la posteridad. La cerámica Azteca III de Chapultepec es estilísticamente igual a la de Tenochtitlan,28 lo que demuestra su carácter de sitio mexica.
Lámina 7. Conjunto cerámico de fase Azteca III (1430-1521 dC) 28
R. García Chávez, A. Martínez Dávila y F. Hinojosa Hinojosa, “La cerámica prehispánica...”
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Fase Azteca IV (1500-1540 dC), sin lámina. Esta fase marca el abandono de Chapultepec después de la conquista, demostrado por las insignificantes cantidades de cerámica que sin embargo denotan una ocupación tal vez pequeña del lugar.
Conclusión Más que una conclusión, el presente trabajo intentó dar una visión parcial de la arqueología de Chapultepec. Sin embargo, se trata sólo de una introducción que nos abre la posibilidad de otras búsquedas en el futuro, pues la secuencia cronológica aquí presentada abarca alrededor de ¡2,400 años de ocupaciones! Debido a las múltiples construcciones que se han realizado en el área del cerro de Chapultepec, sólo un proyecto de gran envergadura y centrado en la excavación extensiva puede darnos una información más amplia. En la presente investigación tuvimos que supeditarnos a las excavaciones que pudimos realizar en áreas muy restringidas que difícilmente volverán a ser excavadas, de ahí su importancia. Por ser éste un artículo breve, omitimos mucha información sobre el contexto de los hallazgos, pero estamos en la preparación de un libro que mostrará en forma más amplia nuestras evidencias de diferentes momentos. Por lo común, la cerámica tiene un tratamiento poco riguroso. Nuestra experiencia en la Cuenca de México ha tenido esta preocupación desde hace años, de ahí nuestro énfasis en este tipo de material y en los datos que se pueden obtener de él. Ha sido muy satisfactorio sacar a la luz estas evidencias que permanecieron ocultas por tantos años y que ahora conocemos gracias a la arqueología.29 29
Para los antecedentes sobre estudios cerámicos en la Cuenca de México vése además: M. G. Hodge, “Aztec Market Systems”, en National Geographic Research and Exploration, vol. 8, núm. 4, pp. 428-445 y “Polities Composing the Aztec Empire’s Core”, en M.
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Agradecemos a la Dirección de Monumentos Históricos del INAH las facilidades prestadas para desarrollar nuestro trabajo y queremos dar un reconocimiento a todos nuestros compañeros que sin estar citados trabajaron para llevar hasta el final este proyecto.
G. Hodge y M. Smith (eds.), Economies and Polities in the Aztec Realm, Albany, Institute for Mesoamerican Studies, University of Albany State, University of New York, 1994; M. G. Hodge y L D. Minc, “The Spatial Patterning of Aztec Ceramics: Implications for Prehispanic Exchange Systems in the Valley of Mexico”, en Journal of Field Archaeology, vol. 17, 1990, y “Aztec-period Ceramic Distribution and Exchange Systems”, Final Report Submitted to the National Science Foundation for Grant #BNS-8704177, 1991; M. G. Hodge y H. Neff, “Neutron Activation in Stylistic and Spatial Analysis of Aztec Ceramics”, ponencia presentada en el simposio Ceramic Paste Characterization: Methodology, Techniques and Recent Applications, Society for American Archaeology, Nueva Orleans, 1991; M. G. Hodge, H. Neff, J. Blackman y L. D. Minc, “Black on Orange Ceramic Production in the Aztec Empire’s Heartland”, en Latin American Antiquity, vol. 4, núm. 2, Society for American Archaeology, 1993; L. D. Minc, M. G. Hodge y J. Blackman, “Stylistic and Spatial Variability in Early Aztec Ceramics: Insights into Pre-imperial Exchange Systems”, en M. G. Hodge y M. Smith (eds.), op. cit..
Restos óseos prehispánicos del Cerro de Chapultepec Juan Alberto Román Berrelleza* y Thanya Hernández Torres**
Introducción En los recientes trabajos del Proyecto de Restauración y Conservación del Museo Nacional de Historia-Castillo de Chapultepec, Etapa Alcázar, se realizaron excavaciones arqueológicas en diversos puntos, no sólo del edificio, sino también de las faldas del cerro de Chapultepec. Tales exploraciones se llevaron a cabo en el mes de mayo de 1999. Como resultado de ellas se recuperaron dos entierros, con un total de cuatro individuos, de filiación teotihuacana, pertenecientes a la fase Metepec (450-500 dC),1 así como un entierro sin filiación cultural ni temporalidad definidas, puesto que no se le asociaron materiales culturales que permitieran ubicarlo en algún periodo específico.2 Aunque la presencia teotihuacana en este sitio se había reportado con anterioridad, principalmente materializada en restos cerámicos, no se tenía noticia de que tal ocupación se extendiera hacia otras áreas del cerro de Chapultepec. En los *
Museo Templo Mayor. Escuela Nacional de Antropología e Historia. 1 Raúl García Chávez, “Informe mecanoescrito. Sector sur del cerro de Chapultepec, Unidad de excavación extensiva 55”, Sección de arqueología del Proyecto de restauración y conservación del Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec, 1999. 2 María de la Luz Moreno Cabrera, comunicación verbal, 1999. **
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informes previos tampoco se reporta el hallazgo de entierros de esta filiación cultural.3 En el presente trabajo se exponen las características de la situación contextual de los entierros recientemente descubiertos y se analiza su impacto en el marco de la expansión teotihuacana hacia la Cuenca de México en el clásico tardío.
Procedencia y aspectos contextuales de los entierros Entierros teotihuacanos (Unidad de Excavación 55) De acuerdo con la información arqueológica de campo, contenida en el informe rendido por el arqueólogo Raúl García Chávez, los entierros que a continuación se describen se localizaron en la falda sur del cerro de Chapultepec, en la cota de los 2,242 msnm, punto al que se le denominó Unidad de Excavación Extensiva 55, que comprendió un área de nueve por seis metros. En esta unidad se descubrieron en total tres entierros con cuatro individuos de filiación teotihuacana (véase Plano 1). Con el propósito de que la exposición resulte más clara, después de los aspectos contextuales de cada entierro se presentarán los resultados del análisis antropofísico. Al respecto hay que señalar que para la antropología física es importante identificar el sexo de los individuos y estimar su edad al momento de la muerte, así como otras particularidades de interés, entre las que se encuentran las patologías óseas y huellas de diversos tratamientos a los que los cadáveres pudieron haber sido sometidos. Para ello se utilizan varias técnicas, tanto métricas como morfoscópicas, que tienen como base las diferencias y características propias de las diversas 3
Beatriz Braniff y María Antonieta Cervantes, “Excavaciones en el antiguo acueducto de Chapultepec”, Tlalocan, vol. V, núm. 2 y 3, 1966; Rubén Cabrera, María Antonieta Cervantes y Felipe Solís Olguín, “Excavaciones en Chapultepec, México, D.F.”, Boletín del INAH, época II, núm. 15, 1975.
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partes de los esqueletos. Para identificar el sexo se tomaron en cuenta todas aquellas características en las que se acentúan los rasgos sexuales en el cráneo, como el tamaño y robustez de los huesos largos presentes, las huellas de inserción muscular y el tamaño de los cóndilos, para el caso de los individuos adultos.4 En los restos infantiles la única técnica confiable es el análisis del DNA, pero desafortunadamente no fue posible aplicarla a estos entierros.
Plano 1. Ubicación de elementos arqueológicos e históricos. Localización de entierros analizados por Antropología Física.
Las características tomadas en cuenta para la estimación de la edad al momento de la muerte son, a grandes rasgos, el grado de atrición o desgaste dental y el grado de erupción del tercer molar 4
Wilton Marion Knogman y M. Yassar Iscan, The Human Skeleton in Forensic Medicine, 2ª ed., Springfield, Illinois, Charles C. Thomas, 1986; Douglas H. Ubelaker, Human Skeleton Remains. Excavation, Analysis, Interpretation, Chicago, Aldine, 1978; William M. Bass, Human Osteology, A Laboratory and Field Manual of the Human Skeleton, University of Missouri, 1986.
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tanto en mandíbula como en maxilar. En los individuos infantiles se usó como principal indicador el grado de erupción y calcificación de las piezas dentarias, de acuerdo con el esquema propuesto por Ubelaker, en el que se indican las edades promedio del brote de las piezas dentarias.5 Entierro 1. Consta de dos individuos (A y B) adultos primarios indirectos, depositados en el interior de lo que parecía ser una casa habitación cuyos vestigios arquitectónicos estuvieron conformados por dos muros paralelos hechos de lajas de andesita y adobes, de aproximadamente dos metros de longitud, orientados de noroeste a sureste. Asimismo, en el área que se consideró el interior de la habitación se halló un piso de lodo compacto, bajo el cual se descubrieron los entierros, y “…un elemento arquitectónico que parecía un fogón, formado por pequeñas lajas de basalto local, dispuestas en forma cuadrangular”.6 Los individuos se ubicaron entre dichos muros, a escasos 60 centímetros del fogón. El primero se encontraba en posición de decúbito lateral derecho flexionado y, siguiendo el eje cráneo-pies, orientado hacia el noroeste, con el cráneo facial hacia el este y a una profundidad de 1.50 metros. El segundo individuo se encontraba por abajo del anterior, en la misma posición y orientación, sólo que desplazado aproximadamente un metro del cráneo del anterior y a una profundidad de 1.73 metros. Ambos sujetos tenían asociadas 17 vasijas de cerámica de diferentes formas y tamaños, pertenecientes a la fase Metepec de Teotihuacan (450-500 dC), temporalidad que deberá ser corroborada posteriormente con base en el análisis más detallado de los objetos, “con la diferencia que el primero tenía dichos artefactos colocados por encima y alrededor de él, mientras que al segundo se los colocaron sobre la cabeza de manera traslapada”. Además de estos objetos, también se hallaron una mano de metate, un fragmento de raspador de obsidiana gris, un excéntrico de obsi5 6
Douglas H. Ubelaker, op. cit.; William M. Bass, op. cit. R. García Chávez, “Informe mecanoescrito…”, p. 2.
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diana gris, un bifacial de sílex, un fragmento de pulidor y semillas de frijol carbonizadas. Ambos individuos se encontraban en muy mal estado de conservación, debido principalmente a la erosión del suelo y a la remoción provocada por roedores que fracturaron el material osteológico.7 Individuo A. Sexo: masculino. Edad: 25 años. Patologías: aunque la presencia de cálculos dentales (conocidos popularmente como sarro) no es propiamente una patología, unida a la atrición dentaria pueden llegar a desencadenar severos estados mórbidos en la cavidad bucal, de manera que su identificación, registro y clasificación constituye una forma de evaluar las condi8 ciones de vida de una población. En este individuo se observó cálculo dental en prácticamente toda la dentadura, así como también la pérdida antemortem del canino y del incisivo lateral derecho inferiores. Por otro lado, presentó una atrición leve (desgaste oclusal) en incisivos tanto de maxilar como de mandíbula y atrición mediana en primeros y segundos premolares, y en primeros y segundos molares de ambas arcadas (Foto 1).
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Ibid., Plano 1. D. J. Ortner, y W. G. J. Putschar, Identification of Pathological Conditions in Human Skeleton Remains, Washington, D.C. (Smithsonian Contributions to Anthropology, 28), 1981. 8
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Foto 1.
Individuo B. Sexo: masculino. Edad: aproximadamente 20 años. Como característica importante se observó un corte en sentido transversal en el tercio medio del húmero izquierdo, el cual separó por completo el hueso en dos secciones. Sin embargo, es necesario aclarar que sólo se encontró el extremo distal del hueso. El corte no presentó las típicas estrías que normalmente provocan los instrumentos de piedra con filos burdos, como es el caso de cuchillos o navajones de obsidiana y/o sílex. Por el contrario, la superficie del corte es sumamente lisa, no se aprecian irregularidades. De acuerdo a estas características, existen al menos dos posibilidades: primero, que el hueso efectivamente haya sido cortado con los instrumentos referidos y después pulido y, segundo, que para realizar tal operación se haya utilizado un instrumento cortante provisto de una cuerda de cuero, el acabado de cuyos cortes es muy semejante al observado. Hasta el momento se desconoce la finalidad de una práctica cultural de este tipo en los rituales de enterramiento entre los teotihuacanos (Foto 2). Patologías: las partes anatómicas recuperadas son dos fémures y un húmero, cuyo gran deterioro no permitió observar ninguna patología que nos ayude a inferir la causa de la muerte.
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Foto 2
Entierro 2. Este entierro fue descubierto en un área adyacente al anterior, probablemente dentro de la misma casa habitación, ya que el piso donde se ubicaron los individuos arriba descritos se extendía hacia el noreste, a una profundidad de 1.40 metros. El sujeto se encontraba fragmentado y colocado alrededor de un cajete de cerámica con base anular. “La disposición del entierro nos hace pensar que se trata de un entierro secundario, es decir que los restos del individuo fueron depositados al construirse el piso habiendo sido sacados de un contexto primario de entierro. Otra explicación de la situación del entierro es que el individuo fue desmembrado después de la muerte y colocado alrededor de la vasija de base anular antes de ser colocado aquí”.9
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Ibid., p. 6.
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Foto 3.
Contigua a este entierro “…se localizó una ofrenda consistente en dos vasijas encimadas… una de ellas conteniendo a la otra. La vasija más grande era una olla fragmentada y la otra un cráter de la conocida vajilla de anaranjado San Martín, también fragmentada. En el espacio entre una y otra se encontró un desfibrador para maguey, hecho sobre una laja de basalto con un extraordinario pulido sobre el filo que trabajaba”.10 Se trata de un individuo neonato de aproximadamente dos meses de edad. No fue posible efectuar el análisis del DNA y por tanto no se identificó el sexo. No se observaron patologías ni huellas de tratamientos especiales del cadáver (Foto 3). Entierro 3. Este entierro se descubrió a una profundidad de 1.40 metros y se hallaba depositado sobre un piso formado por una mezcla de lodo, cal y gravilla de toba, dispuesto en una capa de dos centímetros sobre el piso de lodo compacto 10
Ibid., p. 5.
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anteriormente mencionado. Los restos de este individuo se localizaron aproximadamente a 1.50 metros hacia el sureste del Entierro 2. No fue posible discernir su posición anatómica ni su orientación. No se reportó ningún objeto asociado. Se trata de un individuo neonato de aproximadamente seis meses de edad, de sexo no identificado por las mismas razones que el individuo anterior. Tampoco se observaron patologías en el esqueleto. Su muerte se debió probablemente a factores biológicos o ambientales que posteriormente abordaremos (Foto 4).
Foto 4.
Entierro de la falda oriente (Unidad de Excavación 61) Desafortunadamente no se contó con el informe escrito que detallara con precisión la situación contextual de este entierro. De manera que la información que aquí se vierte fue proporcionada verbalmente por la arqueóloga María de la Luz Moreno Cabrera. De acuerdo con dicha investigadora, este punto se localizó en la falda oriente del cerro, en la cota
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de los 2,238.200 msnm, y se le denominó Unidad de Excavación 61, la cual correspondió a un pozo estratigráfico de dos por dos metros. El pozo se ubicó a una distancia de 86.05 m de los petroglifos mexicas que se hallan en esa misma ladera y a 63.50 metros del obelisco dedicado a los Niños Héroes. En la esquina suroeste de dicho pozo se descubrieron fragmentos dispersos del cráneo de un individuo, a una profundidad de 4.56 metros (véase Plano 1). De acuerdo con la información verbal proporcionada por el geólogo Antonio Flores, los restos óseos se encontraban entre dos deposiciones volcánicas que podrían tener una antigüedad que fluctuaría entre los tres y ocho mil años. Dado que no se encontró ningún tipo de material asociado, su temporalidad y filiación cultural se declaró indefinida. Entierro 4. Se trató de los restos óseos de un individuo adulto de aproximadamente 30 a 35 años de edad y probablemente de sexo masculino. Una de las características observadas en los dientes de este individuo es que presenta la condición conocida como taurodontismo, que se refiere al engrosamiento excesivo de las raíces de las piezas dentarias y se observa con mayor frecuencia en las poblaciones muy antiguas. Se observó la pérdida antemortem del segundo molar inferior izquierdo. Un severo desgaste dentario en las piezas que el individuo conservaba es indicativo de la ingesta de alimentos con un alto contenido de abrasivos (Foto 5).
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Foto 5.
Un aspecto interesante que se detectó en este individuo fue la dureza de los fragmentos rescatados. Esto se debe a que los huesos presentan un avanzado proceso de mineralización, en el cual ocurre un intercambio entre los minerales constituyentes del hueso y los de la matriz de tierra en la que se encuentran, ello mediante la intervención de procesos y agentes físico-químicos. De acuerdo con los casos conocidos, la mineralización de un hueso es condición necesaria para su posterior fosilización, la cual es indicadora de una antigüedad considerable. El análisis realizado por los doctores José Luis Ruvalcaba y Lauro Bucio Galindo, del Instituto de Física de la UNAM, quienes efectuaron el fechamiento utilizando sofisticadas técnicas de difracción de rayos X (XRD) y espectroscopía de retrodispersión de Rutherford (RBS), permitió calcular una fecha de aproximadamente 3100 (+150, -500)
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años de antigüedad, con lo cual los restos de este individuo se situarían en el periodo preclásico.11
Consideraciones finales En la época prehispánica eran comunes los tratamientos especiales de los cadáveres como parte de las diferentes fiestas y ceremonias Por lo general, los restos mortales de estos individuos se depositaban en los templos y adoratorios dedicados a diversos dioses. Sin embargo, hasta el momento no habíamos encontrado reportes de casos como el del individuo 1B, que presentara un seccionamiento en el brazo izquierdo y que se encontrara al interior de una casa habitación. De manera que se ignora la finalidad de realizar una operación de esta naturaleza en un individuo depositado en un contexto doméstico, por lo que aquí sólo nos concretamos a reportarlo. Por otra parte, y en consonancia con los especialistas, se tienen noticias sobre la práctica del sacrificio de niños entre los teotihuacanos;12 de igual forma, se sabe que la mortalidad infantil fue muy alta. Investigaciones recientes llevadas a cabo por Rebeca Storey, Carlos Serrano y otros estudiosos en diversos lugares de la metrópoli teotihuacana13 han revelado 11
José Luis Ruvalcaba Sil y Lauro Bucio Galindo, “Informe sobre un estudio de restos óseos del Castillo de Chapultepec”, mecanoscrito, Instituto de Física, UNAM, 2000. 12 Ana María Jarquín Pacheco y Enrique Martínez Vargas, “Sacrificio de niños. Una ofrenda a la deidad de la lluvia en Teotihuacan”, en Arqueología, núm. 6, julio-diciembre, 1991, pp. 69-84. 13 Rebecca Storey, Life and Death in the Ancient City of Teotihuacan, Tuscaloosa, University of Alabama Press, 1992; Carlos Serrano y Zaíd Lagunas, “Prácticas mortuorias prehispánicas en un barrio de artesanos (La ventilla B) Teotihuacan”, en Prácticas funerarias en la ciudad de los dioses, México, , Instituto de Investigaciones Antropológicas-DGAPA, UNAM 1999, pp. 35-79 ; Magali Civera, “Análisis osteológico de los entierros de Oztoyahualco”, en
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la existencia de gran cantidad de esqueletos infantiles depositados en vasijas dentro de áreas habitacionales, que coinciden en edad cronológica con los descubiertos en el cerro de Chapultepec. Sin embargo, la situación contextual de los entierros de este sitio no es del todo clara, ya que los restos de uno de los individuos infantiles se asociaban a una vasija de base anular pero no se encontraban dentro de ella. Desde nuestro punto de vista, es probable que dicho individuo haya sido depositado originalmente al interior de ella, pero debido a la pendiente, al acarreo de materiales y a las raíces de las plantas, los huesos se esparcieron. Si esta presunción es correcta, entonces es factible proponer que en el cerro de Chapultepec se siguió el mismo patrón de enterramiento que en las áreas habitacionales de Teotihuacan. Por el momento, no contamos con suficientes evidencias para sustentar casos de sacrificios de niños en este sitio, dado que no se han descubierto ni excavado edificios ceremoniales donde hayan sido depositados. Como es sabido, la alta mortalidad infantil, especialmente la ocurrida durante el primer año de vida, es muy significativa y constituye uno de los indicadores más confiables de las condiciones de vida de una población. Para el México prehispánico se han considerado causas principales de mortalidad infantil (aunque con variaciones en el tiempo y el espacio): las enteritis y otras enfermedades diarreicas, la influenza y la neumonía, las infecciones respiratorias agudas, las anomalías congénitas, las avitaminosis y otras deficiencias nutricionales; la mayoría de ellas enfermedades de curso rápido que no dejan huella en los huesos.14 En el caso de neonatos, a los riesgos comunes de mortalidad por enfermedades específicas y/o desnutrición hay que añadir otros factoAnatomía de un conjunto residencial teotihuacano en Oztoyahualco, II, Los estudios específicos, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM, 1993, pp. 832-859. 14 D. López Acuña, La salud desigual en México, México, Siglo XXI, 1987.
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res como la prematurez (definida como bajo peso al nacer) y la edad temprana de la madre gestante, junto con aquéllos derivados de las complicaciones del parto. Puesto que en los esqueletos infantiles rescatados no encontramos signos de un tratamiento especial, como podrían ser huellas de corte y traumatismos, presumimos que estos individuos fallecieron a causa de alguna de las enfermedades señaladas. Finalmente, es importante señalar que las características del Entierro 4 lo convierten en uno de los más interesantes entre los rescatados en este sitio. El avanzado proceso de mineralización, la morfología de los restos recuperados, la profundidad a la que fueron descubiertos, su ubicación entre dos deposiciones volcánicas de cierta antigüedad y la ausencia de materiales culturales asociados nos llevan a la hipótesis de que puede tratarse de un individuo que formó parte de las primeras poblaciones que se asentaron en la cuenca de México. En cualquier caso, muchas de las preguntas que han surgido a partir de estos descubrimientos quizás podrán responderse adecuadamente si se emprende una investigación de mayor alcance, que comprenda excavaciones extensivas en distintas áreas del cerro de Chapultepec.
La arquitectura prehispánica en Chapultepec Manuel Alberto Torres García* Maria de la Luz Moreno Cabrera** Susana Lam García* Introducción Hablar de Chapultepec nos transporta inmediatamente a un lugar de recreo y bienestar, las bondades de cuya tierra y exuberante vegetación crearon las condiciones idóneas para su habitación. Esta sensación debió ser la que experimentaron los hombres prehispánicos al llegar aquí. Lo próspero del lugar, a orillas del antiguo lago de Texcoco, así como su ubicación estratégica (cuenta con una elevación rocosa desde la cual se divisa gran parte de la Cuenca de México), favoreció que grupos humanos se asentaran en la zona. La mayor parte de los datos que se conocen sobre arquitectura prehispánica de esta zona han sido reportados en los alrededores de Chapultepec. El lugar fue muy importante porque se encontraba en una zona cercana a la capital. El 25 de junio de 1530, por real cédula expedida por el ayuntamiento de la Ciudad de México, Chapultepec pasa a perpetuidad a formar parte de la ciudad como lugar de recreo y esparcimiento público.1 En 1550, siendo virrey don Luis de Velasco, el bosque de Chapultepec es *
Coordinación Nacional de Monumentos Históricos del INAH. Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH. 1 Reyna del Carmen Hidalgo Roque, El Castillo de Chapultepec, su historia y su arquitectura, México, UNAM, s/f. **
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dedicado al emperador Carlos V como lugar de recreo para los habitantes de la ciudad, por su belleza natural y sus construcciones.2 Esto favoreció que el lugar se conservara sin mayores cambios hasta el siglo XIX, cuando sucesivamente se instalaron en él el Colegio Militar, el palacio de Maximiliano y la residencia presidencial con Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz. El bosque comienza entonces a sufrir modificaciones tras la realización de obras de mejoramiento y embellecimiento adecuadas a las exigencias de cada momento. A mediados del siglo XX, el sitio se transforma en una de las reservas ecológicas más importantes de la Ciudad de México; con ello disminuye el afán constructivo y esto ayuda a conservar lo existente en el subsuelo.
Antecedentes arqueológicos En años recientes la creciente e incontrolable urbanización ha llevado a la construcción de vías rápidas y eficientes de transporte, como las líneas del STC Metro. Este desarrollo ha requerido realizar obras de infraestructura, como la introducción de instalaciones eléctricas o hidráulicas para dar solución a la gran demanda de servicios que requiere la población. En el verano de 1973, personal de la delegación Miguel Hidalgo lleva a cabo trabajos de excavación en el sector occidental de Los Pinos con el fin de introducir cables para el alumbrado público. Aunque en esta ocasión no se realiza un rescate arqueológico, algunos vecinos recuperan parte del material que será analizado años después por el arqueólogo Raúl García, quien define este asentamiento teotihuacano como un centro de tercer orden o aldea extensa basándose en la clasificación hecha por Sanders, Parsons y Santley en 1979. Durante este proceso se recuperaron fragmentos de cerámica, lítica tallada y pulida, figu-
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Jesús Romero Flores, Chapultepec en la historia de México, México, SEP (Biblioteca Enciclopédica Popular, 2ª época, 175), 1947.
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rillas, restos óseos, etc. pertenecientes a las fases Miccaotli y Tlamimilolpa (150-350 dC).3 Entre 1982 y 1984, durante la construcción de la Línea 7 del STC Metro, la Subdirección de Salvamento Arqueológico del INAH realiza trabajos de prospección arqueológica en la región de Tacubaya. Algunos de estos sondeos se llevan a cabo muy cerca de Chapultepec, uno en la calle Sóstenes Rocha y avenida Parque Lira y otro sobre la avenida Molino del Rey, frente a la residencia presidencial de Los Pinos. En ambos casos se reportan los primeros estratos muy alterados, seguidos por cerámica azteca, coyotlatelco y teotihuacana.. Durante el rescate efectuado en lo que sería el acceso poniente de la estación San Antonio, se encontró, a una profundidad de 2.80 metros, una unidad habitacional teotihuacana asociada a materiales cerámicos de las fases Xolalpan tardío (550-650 dC) y Metepec (650-750 dC).4 En otros sondeos realizados al oriente, también en el área de acceso de esta estación, se recuperó otra unidad habitacional asociada a cerámica teotihuacana de las fases Tlamimilolpa, Xolalpan y Metepec, en una superficie de excavación de 80 m2 y a una profundidad de 4.00 a 4.36 metros. En septiembre de 1989 los arqueólogos Raúl García y Guillermo Goñi proponen un rescate arqueológico sobre el camellón de la avenida Palmas (cerca del anillo periférico), en donde el Departamento del Distrito Federal llevaba a cabo obras de excavación para colocar instalaciones destinadas al riego de las jardineras. A la par de los trabajos de obra, pudo realizarse una excavación arqueológica extensiva que permi3
Raúl García Chávez, “La cerámica del Molino del Rey, Chapultepec, Distrito Federal”, en Celia Maldonado y Carmen Reyna (coords.), Tacubaya, Pasado y presente I, México, Yeuetlatolli, AC (Ahuehuete, 4), 1998. 4 Rubén Manzanilla López, “Trabajos de salvamento arqueológico en Tacubaya y San Pedro de los Pinos: primera y segunda etapas de la línea 7 del STC Metro”, en Celia Maldonado y Carmen Reyna (coords.), op. cit.
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tió liberar los restos arquitectónicos de una unidad habitacional construida directamente sobre el tepetate, la cual fue fechada en la fase Zacatenco (preclásico medio).5
Epoca prehispánica Las recientes investigaciones arqueológicas llevadas a cabo de 1998 a la fecha como parte de los trabajos de restauración del Museo Nacional de Historia-Castillo de Chapultepec nos permitieron definir una secuencia ocupacional en el sitio que se remonta al preclásico medio (1250 aC), fechamiento determinado a través de técnicas físicas: RBS (Retrodispersión elástica de partículas) y XRD (Difracción de rayos X). Se realizó el análisis de colágena residual y pérdida de hidrógeno6 a restos de un cráneo humano localizado en la ladera oriente, al pie del cerro, a cinco metros de profundidad de la superficie, en la cota 2239 msnm. Si bien este cráneo no se encontró asociado a otros materiales, lo cual no permite definir su filiación cultural, sí da pauta para sugerir que Chapultepec estuvo habitado desde épocas tempranas; probablemente se trató de alguna aldea sencilla o caserío en las inmediaciones, construido con materiales rústicos y perecederos. Periodo clásico (350 aC-500 dC). Los elementos arquitectónicos de este momento corresponden a una unidad habitacional de la cultura teotihuacana ubicada en la falda sur del cerro, sobre la cota 2242 msnm. Están constituidos por muros de piedra andesita unida con arcilla, pisos de tepetate 5
Raúl García Chávez y Guillermo Goñi Motilla, “Vestigios del preclásico medio en las Lomas de Chapultepec”, en Celia Maldonado y Carmen Reyna (coords.), op. cit. 6 José Luis Ruvalcaba Sil y Lauro Bucio Galindo, “Informe sobre un estudio de restos óseos del castillo de Chapultepec”, en “Informe Rescate arqueológico Museo Nacional de Historia-Castillo de Chapultepec. Etapa Alcázar”, mecanoscrito, Coordinación Nacional de Monumentos Históricos (CNMH), INAH, 2000.
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con cal y apisonados de adobe con un acabado rústico, a diferencia de los registrados en la parte alta del cerro, pertenecientes a esa misma cultura.
Plano 1. Unidad habitacional teotihuacana, clásico (350 aC-500 dC)
En conjunto, esta unidad estaba compuesta por cuartos (de los cuales sólo pudimos definir dos). En el ubicado al poniente, se registró la huella de un fogón; a un costado de éste y bajo un piso de estuco, del que sólo se encontraron algunos fragmentos, se localizó un entierro con dos individuos adultos del sexo masculino, de 20 y 25 años de edad, en asociación con 17 vasijas, las más completas de las cuales son las siguientes: un cajete hemisférico inciso, cuatro cajetes café mate, una taza de soporte anular, un ánfora pequeña con tres asas, un vaso trípode soporte cilíndrico y una punta de flecha bifacial de sílex, todas ellas de la fase Xolalpan (350-450 dC) (Plano 1). En el cuarto oriente se registraron dos entierros neonatos, uno secundario de seis meses y otro primario de
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dos meses;7 este último se localizó al interior de un cajete hemisférico de la fase Xolalpan,8 práctica funeraria característica en unidades domésticas de esta cultura.
Plano 2. Elementos arquitectónicos habitacionales, parte alta del cerro, clásico (350 aC-500 dC)
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Juan Alberto Román Berrelleza y Thanya Hernández Torres, “Informe del análisis antropofísico realizado a los entierros del Cerro de Chapultepec”, en “Informe Rescate arqueológico Museo Nacional de Historia-Castillo de Chapultepec. Etapa Alcázar”, mecanoscrito, CNMH, 2000. 8 María de la Luz Moreno Cabrera, Susana Lam García y Mario Alberto Torres García, “Informe Rescate arqueológico Museo Nacional de Historia-Castillo de Chapultepec. Etapa Alcázar”, mecanoscrito, CNMH, 1999.
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Los elementos arquitectónicos habitacionales de alto rango y ceremoniales fueron hallados en la parte alta del cerro, en las zonas conocidas dentro del área del museo como Patio central, Patio de cañones y zona de Carruajes. En las dos primeras se localizaron muros de piedra andesita unida con arcilla “lodo”, construidos en dirección norte y oriente, formando cuartos dispuestos sobre pisos compactos (conglomerados de tepetate con granos de cal y pómez); asimismo se hallaron apisonados, adobes, fragmentos de aplanados en color rojo, algunos con el diseño de la vírgula en color blanco. En el pasillo sur del Patio de cañones se encontraron además cuatro entierros, dos primarios y dos secundarios (Plano 2 y Dibujo 1). Los entierros primarios, con un individuo cada uno, correspondientes a adultos de sexo femenino de 20 y 40 años de edad,9 se hallaron depositados en perforaciones ovales hechas directamente bajo el piso de estuco; dicha práctica funeraria es propia de esta cultura.10 Alrededor de estas perforaciones se hallaron bloques de adobe y cantos rodados medianos “piedra bola”, cuya función fue proteger algunas partes del cuerpo que quedaron expuestas, como el cráneo, los hombros y la cadera, dado que la superficie de la roca del cerro se encuentra a escasos 30 centímetros del nivel de piso. Es importante señalar que no se pudo definir la extensión total de los elementos arquitectónicos, debido en gran parte a las alteraciones sufridas durante los trabajos de construcción del Castillo en la época del virrey Bernardo de Gálvez. Sin embargo, se recuperaron fragmentos de cerámica, lítica, concha, mica y huesos de animal que nos ayudaron a reconstruir el
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Juan Alberto Román Berrelleza y Thanya Hernández Torres, “Segundo Informe del análisis antropofísico realizado a los entierros del Cerro de Chapultepec”, en “Informe Rescate arqueológico Museo Nacional de Historia-Castillo de Chapultepec. Etapa Castillo”, mecanoscrito, MNH-CCH, 2001. 10 Evelyn Childs Rattray, Entierros y ofrendas en Teotihuacan: excavaciones, inventarios, patrones mortuorios, México, , Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM 1997.
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contexto.11 Los huesos de los dos entierros secundarios se hallaron dispersos; sólo fue posible identificar un adulto de sexo masculino, ya que los huesos del otro entierro fueron expuestos al fuego y esto imposibilitó su identificación.12
Dibujo 1. Entierros, parte alta del cerro, clásico (350 aC-500 dC)
Durante los trabajos de vigilancia se localizó una gran cantidad de cerámica de la fase Metepec (450-500 dC) en el área conocida comúnmente como Carruajes. Se registraron restos del núcleo de una plataforma o estructura hecha con rocas de andesita y arcilla, que se ubicaba en el mismo eje donde se localizaron los elementos arquitectónicos habitacionales de alto rango. Este elemento debió ser destruido al iniciarse los trabajos de nivelación y construcción del Castillo en época de Gálvez (1785), y posteriormente con la instalación del Colegio Militar en 1842 y en etapas sucesivas al renivelar e introducir nuevas instalaciones.13 11
M. L. Moreno Cabrera, S. Lam García y M. A. Torres García, op. cit. J. A. Román Berrelleza y T. Hernández Torres, “Segundo informe...” 13 M. L. Moreno Cabrera et al., op.cit. 12
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El periodo epiclásico (600-1050 dC) en el sitio está representado por la abundancia de material cerámico Coyotlatelco y Tollan diseminado en la periferia del cerro, asociado a la presencia de una unidad habitacional y restos óseos que se localizaron en la parte media de la ladera sur, sobre la cota 2259 msnm. Por los datos de excavación obtenidos en esta zona, donde se registró un solo estrato de no más de 55 centímetros de altura de la superficie a la roca del cerro, se pudo definir que esta unidad contó con un piso de estuco, el cual se encontraba erosionado y había sido destruido en años recientes por la introducción de tuberías de agua potable, lo que provocó también la remoción de algunos restos óseos del entierro. Aunque no se observó una clara alineación de muros, es evidente que el terreno fue parcialmente nivelado para la realización del piso interior, debajo del cual fue depositado un entierro triple, uno primario directo y dos secundarios.14 El primero corresponde a un adulto de sexo masculino, de 30 años de edad, colocado en posición decúbito lateral derecho flexionado. Al noroeste, cerca de los pies, se localizó una vasija trípode fragmentada que pudo haberse utilizado como urna funeraria para el segundo individuo. De este último se encontraron huesos al interior y exterior de la vasija, los cuales, de acuerdo con el análisis antropofísico, corresponden a un neonato de dos meses de edad. El tercer entierro, localizado de manera dispersa al sur del individuo adulto, corresponde a un infante de tres años de edad.15 Periodo posclásico (1100-1521 dC). Provenientes de Aztlán, su mítico lugar de origen, llegaron los mexicas a las inmediaciones del antiguo lago de Texcoco. Se adentraron en territorio tepaneca y “vinieron a parar a un cerro que se dice Chapultepec, donde no con poco temor y sobresalto asentaron su real e hicieron sus choȢas y bohíos, y fortaleciéndose
14 15
Ibidem. J. A. Román Berrelleza y T. Hernández Torres, “Segundo informe...”
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lo mejor que pudieron”.16 Es así que este periodo se caracteriza por la construcción de casas habitación, sistemas hidráulicos, caminos, el templo dedicado a Huitzilopochtli, todo con materiales foráneos, tales como pómez, tezontle y toba volcánica, y materiales del lugar como la andesita. Sobre la roca natural del cerro fueron tallados un instrumento astronómico, tres aposentos, algunos símbolos calendáricos y las efigies de los gobernantes de la cultura mexica. Fase Azteca I (800-1200 dC). Los materiales cerámicos provenientes del subsuelo y la superficie muestran que en este momento disminuyó la extensión territorial ocupada por los asentamientos en comparación con el epiclásico. Esto se refleja en la utilización de una nueva zona del cerro para habitación, la cual pudo ser muy pequeña y correspondió a la parte oriente de la ladera. Fase Azteca II (1200-1430 dC). Durante la estancia de los mexicas en Chapultepec, el cerro fue fortificado por medio de albarradas colocadas en sus alrededores en el año de 1230; su finalidad era proteger contra los enemigos y reservar los manantiales de la zona para su uso exclusivo. Con Chimalpopoca como gobernante se construyen los primeros contenedores de agua con empalizadas de madera y al interior grandes piedras y tierra,17conformando un sistema similar al de un muro para soportar la presión del agua y el embate de las olas del lago. En la cima del cerro (donde hoy se ubica el Caballero alto), se edifica el templo o adoratorio dedicado a Huitzilopochtli, construido con piedras de tezontle negro y rojo trabajadas en forma rectangular –con restos de estuco en color crema, rojo, negro y amarillo–, asociadas a más de 50 clavos de tezontle, andesita, basalto y pómez. En sus extremos más anchos presentan un encalado pues seguramente formaron parte de la ornamentación y del 16
Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, t. I, México, Nacional, 1967, p. 27. 17 Manuel Arellano Z., Chapultepec, época prehispánica, México, Libros de México, SA, 1972.
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sistema constructivo del adoratorio, que se destruye cuando se edifica la iglesia de San Miguel Arcángel.18
Dibujo 1. Entierros, parte alta del cerro, clásico (350 aC-500 dC)
Aumenta el área poblada con respecto a la fase anterior en dirección a la parte alta del cerro y las laderas norte y sur poniente. Los elementos arquitectónicos de esta etapa corresponden a sistemas de captación y conducción de agua, los cuales se ubican principalmente en la planicie oriente del cerro; en esta área se encontraba el nacimiento de manantiales de agua dulce que abastecían a la ciudad de Tenochtitlan. Un ejemplo de esto es un muro formado por dos paredes, localizado a un costado de los manantiales con dirección oriente-poniente, cuyo sistema constructivo tiene como base rocas de tezontle en sus paredes y arcilla como núcleo, y un canal adosado compuesto por secciones de barro rectangular 18
María de la Luz Moreno Cabrera et al., op. cit.
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en forma de U a una profundidad de dos metros con respecto a la cota 2237 msnm (Plano 3). Fase Azteca III (1430-1521 dC). Los elementos más relevantes de esta etapa están representados por un recinto construido por mandato de Moctezuma Xocoyotzin poco antes de la llegada de los españoles, el cual fue elaborado por artistas canteros traídos de Texcoco. Este aposento llamado “de Moctezuma” se localiza a 2255 msnm; construido monolíticamente, conformado por tres paredes, en la principal o “pared poniente” se localiza un escudo “Chimalli”, con cuatro flechas o dardos, restos de una bandera19 y pintura en color rojo o hematita20 (Dibujo 2). Los atributos iconográficos, así como la talla a 90° de las paredes laterales norte y sur, en dirección a la salida del sol detrás del cerro Tláloc, así como los restos de pintura roja, acentúan el carácter bélico de esta estructura, íntimamente relacionada también con la observación astronómica. Este aposento es un espacio rectangular labrado sobre la roca del cerro en cuya parte central debieron ubicarse los elementos más importantes. Se observa una destrucción sistemática en esta zona, con los grabados barrenados en forma deliberada, siguiendo seguramente las fracturas naturales de la roca. Las dimensiones del aposento son 5.50 por 2.50 metros y una altura aproximada de tres metros.21
19
Ignacio Alcocer, Apuntes sobre la antigua México-Tenochtitlan, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1935. 20 José Luis Ruvalcaba Sil y Lauro Bucio Galindo, “Informe de las argamasas y aplanados de las excavaciones de Chapultepec”, en “Informe Rescate arqueológico Museo Nacional de Historia-Castillo de Chapultepec. Etapa Alcázar”, mecanoscrito, CNMH, 1999. 21 María de la Luz Moreno Cabrera et al., op.cit.
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Dibujo 2. Aposento prehispánico de Moctezuma Xocoyotzin 1502-1520
Al nivel de 2242.50 msnm se localiza el sitio denominado “Petroglifos”, donde Moctezuma Xocoyotzin mandó grabar su efigie, así como signos y símbolos de su gobierno. Este lugar se encuentra al oriente de la falda del cerro y sobre él el doctor Ignacio Alcocer realizó un estudio minucioso y por demás interesante. Entre las imágenes grabadas se observan figuras antropomorfas, zoomorfas, fechas calendáricas y representaciones de elementos importantes de la cultura mexica. El personaje representado fue Moctezuma Xocoyotzin (1502-1520), vestido con los atributos y símbolos del dios Xipe totec. En su mano derecha porta una sonaja llamada omechicahuaztli;22 en el lado izquierdo aparece un glifo calendárico 2 ácatl (2 caña, 1507) y, bajo éste, el símbolo atltlachinolli que representa la “guerra sagrada”. A la derecha se observa el símbolo de la corona real y nariguera del reinado de Moctezuma II; en la parte inferior otro glifo calendárico, la representación de la fecha 1 reptil (ce cipactli). En el lado izquierdo de la figura de Moctezuma se trazó el símbolo calendárico 1 ácatl (1 caña, 1519) y, debajo de éste, otro símbolo que no se ha podido descifrar pues se encuentra su22
Ignacio Alcocer, op.cit.
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mamente erosionado; también se observa la punta del bastón de mando representado por la mariposa de fuego o “flamígera”; en la parte inferior figuran elementos relacionados con la llamada “banda terrestre” y, bajo ésta, diseños que asemejan el anca de una rana y las extremidades anteriores de un animal (figura zoomorfa).23 En la excavación de los petroglifos, a dos metros de profundidad, se localizó un tallado sobre la piedra natural del cerro con forma de concha o estanque, cuya posible función fue la de contener agua preciosa; quizá esto formaba parte de la escenografía que le daba vida a las esculturas y grabados. Al frente de este elemento, tallado sobre la roca andesita, se ubica el cuerpo de una enorme serpiente de más de ocho metros de largo, que inicia o sale de la parte superior del cerro y cuya cabeza (destruida desde la época de fray Juan de Zumárraga) penetra en la tierra hacia el inframundo. En el costado sur de la serpiente, a la altura de las paredes laterales del aposento que se forma, se hallan unos grabados en forma de gotas –que Alcocer describe como piriformes–, los cuales representan el firmamento, aunque más bien es el símbolo de la tierra (Foto 1). Los mexicas otorgaron gran importancia a los cuatro rumbos del universo, dentro del orden cronológico tiempo/espacio, y en especial al lado oriente, relacionado con la salida del sol. Esto se hace patente en esta parte del cerro, donde se localizan tres aposentos o adoratorios de proporciones monumentales tallados en la roca del lugar, los cuales guardan relación con un instrumento de medición astronómica que se ubicaba en la parte alta del cerro y que subsistió hasta el siglo XVIII.24
23
María de la Luz Moreno Cabrera et al., op.cit. Antonio León y Gama, Descripción histórica y cronológica de las dos piedras, México, CONACULTA/INAH, 1990.
24
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Foto 1. Petrograbados prehispánicos de época de Moctezuma (1467-1507) ubicados en el sector oriente, parte baja del cerro 25
Consideraciones finales A través del estudio de los restos materiales, las nuevas investigaciones arqueológicas han aportado información relevante sobre la arquitectura y el sistema constructivo prehispánico empleado en cada periodo, lo que ha permitido definir la secuencia ocupacional del sitio de Chapultepec, así como el uso de los elementos y espacios arquitectónicos. El hallazgo de restos humanos con una antigüedad de 3250 años confirma el poblamiento del sitio de Chapultepec en el periodo preclásico medio. Aun cuando no se han localizado evidencias arquitectónicas, la presencia de cuevas en el cerro, el nacimiento de manantiales de agua dulce y su cercanía con el antiguo lago de Texcoco debieron ser factores determinantes para hacer de este lugar un sitio habitable.
25
Fotografía: Manuel A. Torres García.
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Los nuevos datos arquitectónicos recuperados sobre el clásico terminal teotihuacano ayudan a entender la complejidad de la estructura social que había alcanzado esta civilización y permiten hacer comparaciones con datos obtenidos en Teotihuacan por otros investigadores. Así se muestra que el asentamiento en Chapultepec se creó como un pequeño centro de control regional cuya función pudo ser la de suministrar materias primas para el sostenimiento de la gran urbe, cuya población se hallaba en constante crecimiento. En el epiclásico tanto las evidencias arquitectónicas como los materiales definen la ocupación del cerro en la forma de una unidad doméstica que abarcó un área muy pequeña durante un lapso de tiempo muy corto. El periodo posclásico fue el momento de mayor expansión y construcción de elementos arquitectónicos, lo que muestra el desarrollo y auge del imperio mexica. Esto se corrobora al revisar las fuentes y contrastarlas con los datos procedentes de excavación. No obstante, hay que señalar también que fue este periodo el más castigado tras el triunfo de los colonizadores españoles. Con las nuevas ideas religiosas, imperantes durante todo el periodo colonial, vino la destrucción sistemática de muchos de los vestigios prehispánicos existentes en Chapultepec.
Evidencias de los sistemas hidráulicos prehispánicos en el Cerro de Chapultepec Susana Lam García.* Manuel Alberto Torres García* María de la Luz Moreno Cabrera** Introducción Con motivo de los trabajos de restauración que la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos lleva a cabo en el Alcázar y Castillo de Chapultepec, que alberga las instalaciones del Museo Nacional de Historia, dio principio el rescate arqueológico de evidencias materiales para su protección y salvaguarda. Este rescate se llevó a cabo en dos etapas: la “Etapa Alcázar” (agosto de 1998 a febrero de 2000) y la “Etapa Castillo” (2000), tiempo en el que se exploró un total de 140 calas, ubicadas en la zona de afectación por la obra. Sin embargo, la gran cantidad de información recuperada al interior del recinto nos llevó a proponer la realización de 22 excavaciones en áreas denominadas –dentro de la metodología arqueológica aplicada en zonas urbanas– “zonas de amarre o correlación”, que son “espacios identificados previamente como potenciales fuentes de información, que aunque no serán afectados directamente por la obra sí están vinculados a la problemática de la investigación”.1 De estas
* Arqueólogos de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos del INAH.
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excavaciones en cinco unidades: 63, 64, 65, 66 y 71 (véase Plano general del cerro), ubicadas en la planicie oriente del cerro de Chapultepec, obtuvimos evidencias importantes sobre sistemas hidráulicos prehispánicos asociados a materiales arqueológicos recuperados en secuencias estratigráficas con poca alteración, a diferencia de la parte alta, en la que la mayoría de los materiales se encontraron entre rellenos alterados y depositados a consecuencia de las remodelaciones que se han hecho al edificio.
Antecedentes históricos Las fuentes históricas que hablan sobre los acueductos y manantiales de Chapultepec los relacionan indistintamente con la formación del señorío mexica. En este periodo se construyeron templos, palacios, canchas de juego de pelota, casas para la gente del pueblo, además de obras de infraestructura como calzadas y caminos, lo que planteó la necesidad de conducir agua potable a la ciudad de Tenochtitlán. “La necesidad de agua de uso doméstico o artesanal no potable dependía de la zona de residencia en cuestión y de la temporada del año, ya que en el estiaje, al bajar el nivel de los lagos, aumentaba la contaminación en los canales, lo que hacía necesario conseguir agua de los manantiales de tierra firme, por esta razón se construyeron los acueductos”.2 ** Arqueóloga de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH y coordinadora del Rescate Arqueológico del Museo Nacional de Historia. 1 Margarita Carballal Staedtler y María Flores Hernández, “Consideraciones sobre la metodología aplicada en áreas urbanizadas”, en Investigaciones de Salvamento Arqueológico II. Cuadernos de Trabajo, México, Departamento de Salvamento Arqueológico, INAH, 1987, p. 17. 2 Francisco González Rul, Urbanismo y arquitectura en Tlatelolco, México, INAH (Científica, 346), 1998, p. 34.
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Una de las referencias históricas sobre la utilización de los manantiales de Chapultepec a través de un depósito o contenedor de agua se encuentra plasmada en una lámina del 3 Códice Florentino (véase Fig. 1)
Fig. 1. Contenedor de agua en los manantiales de Chapultepec Fuente: Códice Florentino, t. II, libro XI, f. 245, p. 396.
Otras son las descripciones que del sistema hidráulico realizan conquistadores y frailes misioneros; por ejemplo Hernán Cortés, en sus Cartas de Relación, menciona: ....por la una calzada que a esta gran ciudad entra, vienen dos caños de argamasa, tan anchos como dos pasos cada uno y tan altos como un estado, y por el uno de ellos viene un golpe de agua dulce muy buena, del gordor de un cuerpo de hombre, que va a dar al cuerpo de la ciudad, de que sirven y beben todos. El otro que va vacío, es para cuando quieren 3
Códice Florentino, tomo II, libro undécimo, folio 245, citado en Ricardo Armijo Torres, “Arqueología e historia de los sistemas de aprovisionamiento de agua potable para la ciudad de México durante la época colonial: los acueductos de Chapultepec y Santa Fe”, tesis de licenciatura en Arqueología, ENAH, 1994, p. 52.
104 limpiar el otro caño, porque hechan por ahí el agua en tanto que se limpian y el agua ha de pasar por los puentes a causa de las quebradas por donde atraviesa el agua salada, hechan la dulce por unas canales gruesas como un buey, que son de la longitud de las dichas puentes y así se sirve a la ciudad.4
El Conquistador Anónimo, dentro de la Colección de Documentos para la Historia de México, dice: “...por ella viene de tres cuartos de agua de distancia, un caño o arroyo de agua dulce y muy buena. El golpe de agua es más grueso que el cuerpo de un hombre y llega hasta el centro de la población: de ella beben todos los vecinos. Nace al pie de un cerro, donde forma una fuente grande, de la cual la trajeron a la ciudad”.5 Fray Diego Durán refiere que durante el gobierno de Chimalpopoca (tercer tlatoani mexica) se construyen los primeros canales incipientes, a base de terraplenes hechos de carrizos, piedras y tierra, construidos gracias a una concesión que le otorga su abuelo Tezozomoc, tlatoani de Azcapotzalco.6 Sin embargo, estos caños mostraban muy escasa resistencia, debido a los materiales empleados en su construcción, por lo que los consejeros de Chimalpopoca le sugirieron solicitar esta vez madera, piedra, cal y estacas, así como mano de obra tepaneca, para poder realizar una nueva obra. Pero Tezozomoc se niega a satisfacer su petición, afirmando que los tepanecas no son vasallos de los mexicas. Como resultado, da inicio un combate contra éstos, lo cual ocasiona que Tezozomoc enferme de tristeza al ver a su nieto en peligro. Chimalpopoca muere a traición, junto con su hijo Teuetleuac.7
4
Hernán Cortés, Cartas de Relación, México, Porrúa (Sepan Cuantos, 7), 1981, p. 65. 5 Conquistador Anónimo, Colección de documentos para la historia de México, publicación de Joaquín García Icazbalceta, México, Porrúa, 1971, p. 391. 6 Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, México, Nacional, 1967, pp. 62-64. 7 Ibidem.
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A su muerte es nombrado como sucesor Izcóatl (14241440), quien se dedica a consolidar el poder de su imperio; decide liberarse de los tepanecas a través de la guerra y constituye la Triple Alianza.8 En 1440 lo sucede Moctezuma Ilhuicamina, el cual inicia la sustitución de las antiguas obras hidráulicas recurriendo a la asesoría, diseño y trazo de Nezahualcoyotl (tlatoani de Tezcoco), con mano de obra de los acolhuas y con materiales como la madera, piedra y argamasa. De acuerdo con Chimalpain, esta obra dio inicio en el año “1 conejo” (1454) y fue concluida en el “13 conejo” (1466).9 Según Armijo, este acontecimiento se ilustra en el Códice en Cruz y en el Códice Mexicanus.10
Antecedentes arqueológicos La primera excavación arqueológica en Chapultepec se realizó en 1966. Con la autorización de la Oficina de Recursos Hidráulicos de Tacubaya, las arqueólogas Beatriz Braniff de Torres y María Antonieta Cervantes, del INAH, efectuaron una cala estratigráfica en la llamada “Alberca de Moctezuma”, localizada al pie del cerro, en su lado sureste, a un costado de la Escalera de Carlota, actualmente en restauración, y a 55 metros al sureste del Monumento a los Niños Héroes. Encontraron una construcción y varias lápidas coloniales (con inscripciones que refieren a los años 1571 y 1714, y la tercera sin fecha), así como una piedra esculpida a “Tláloc”. Excavaron hasta una profundidad de 2.30 metros y hallaron 8
Ibidem. Francisco de San Antón Muñón Chimalpain, Relaciones originales de Chalco-Amaquemecan, México, Fondo de Cultura Económica, 1965. 10 La figura de Nezahualcoyotl con el trazo del acueducto se observa en el Códice en Cruz, ed. facsimilar, estudio Charles E. Dibble, México, Ed. Numancia, 1942 y en el “Códice Mexicanus”, Journal de la Societé des Americanistes, t. XLI, estudio y comentarios Ernst Mengin, Francia, 1952, citado en Ricardo Armijo Torres, op.cit., pp. 34-35. 9
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rellenos de materiales prehispánicos, coloniales y modernos. Reportaron además elementos arquitectónicos del sistema hidráulico de la época colonial para el almacenamiento y transporte de agua potable, mencionados por Rivera Cambas. Al interior del túnel que conduce al tiro del manantial se registró la fecha MDXLVIII (1548), labrada en tezontle. Los datos cronológicos se relacionan con reparaciones realizadas en este lugar durante la época colonial. La excavación propiamente dicha fue realizada en el área aledaña al acceso que conduce al tiro del manantial y que en la actualidad se halla enrejado. Se practicó una cala que alcanzó una profundidad de 2.50 metros, la mayor parte de los cuales correspondieron a un relleno de cascajo y sólo veinte centímetros a un estrato de arena y piedra bola. Entre los materiales cerámicos recuperados se cuentan los tipos Azteca II –III negro/naranja y Azteca III–IV negro/guinda, que se remiten al 11 periodo posclásico temprano y tardío de la cultura mexica. A través de un mapa antiguo del Museo Nacional de Historia, se localizó también otro sistema, posiblemente proveniente de la antigua fábrica de pólvora que estaba cerca de los Pinos; se le relacionó con el acueducto que iba por la Calzada de la Verónica, detrás de la moderna Fuente de Nezahualcoyotl y la llamada “Fuente de los Nadadores” conocida como alberca Pani, ubicada en la actual pista de patinaje, al sur de donde se construyeron los famosos Baños de Chapultepec.12 Durante los trabajos de rescate arqueológico en las obras de construcción de la Línea 2 del STC Metro, en el mismo año de 1966, se localizaron restos del antiguo acueducto prehispánico de Chapultepec. En un plano realizado por personal de la Dirección de Salvamento Arqueológico, se ubicaron tres secciones de las siete que se recuperaron en la calzada Tacuba (antes calzada Tlacopan): una de éstas fue la locali11
Beatriz Braniff de Torres y María Antonieta Cervantes, “Excavaciones en el antiguo acueducto de Chapultepec”, en Tlalocan, vol. 5, núm. 2, pp. 161-168, 1966.
12
Ibidem, p. 265.
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zada entre el Eje Central (San Juan de Letrán) y la calle de la Condesa (de 5 m de longitud por 2.50 m de profundidad), otra entre los cruces de calle de la Condesa y calzada Tacuba (4 m de longitud por 1.90 m de profundidad) y la tercera entre la calle Filomeno Mata y calzada Tacuba.13 En 1974, con motivo de las obras que llevaría a cabo el Departamento del Distrito Federal para la construcción de Circuito Interior y del sistema de drenaje profundo de la Ciudad de México, se excavó una zanja a través del bosque cruzando el sector oriente en dirección norte-sur hasta llegar a la avenida Pedro Antonio de los Santos. En esta ocasión los trabajos fueron realizados por los arqueólogos Rubén Cabrera, María Antonieta Cervantes y Felipe Solís Olguín. Exploraron un área de aproximadamente 60 m² y encontraron estructuras prehispánicas, coloniales y modernas. De las primeras reportan la presencia de un canal recubierto con estuco (estructuras 2 y 3) del periodo posclásico tardío mexica, con una compuerta de la misma época; durante la vigilancia de obra, aparecieron también canales de piedra, asociados a esculturas con la representación de Tláloc.14 De la época colonial se registraron dos acueductos, el primero de cañón corrido, que presentaba además recubrimiento de estuco y una cimentación de pilotes y emparrillados de morillos. El segundo, paralelo al primero, fue construido sobre una cimentación de pilotes de madera, con muros de piedras irregulares recubiertas con aplanado rojo. Resultado de esta investigación fueron dos tesis de licenciatura en arqueología, la primera realizada por Manfred Sasso Guardia, “El acueducto prehispánico de Chapultepec”, en 1985, y la segunda por Ricardo Armijo Torres, “Arqueología e historia de los sistemas de aprovisionamiento de agua pota13
Manfred Sasso Guardia, “El acueducto prehispánico de Chapultepec”, tesis de licenciatura en Arqueología, ENAH, 1985. 14 Rubén Cabrera, María Antonieta Cervantes y Felipe Solís Olguín, “Excavaciones en Chapultepec, México”, en Boletín del INAH, núm. 15, pp. 35-46, 1974.
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ble para la Ciudad de México durante la época colonial: los acueductos de Chapultepec y Santa Fe”, en 1994. Otros elementos registrados son seis albercas o contenedores de agua, mencionados con anterioridad por Braniff y Cervantes (1966) y que fueron asociados a placas de piedra recuperadas en este mismo lugar.15 En 1985, con base en un convenio entre el DDF (a través de la Coordinación General del Bosque) y el INAH (a través del arqueólogo Felipe Solís) sobre el cuidado y mantenimiento del Bosque de Chapultepec, se comisionó al arqueólogo Oscar Rodríguez Lazcano (DICPA/INAH) para realizar una inspección en el área de los manantiales (albercas o contenedores), debido al “crecimiento indiscriminado de la vegetación”.16 La recomendación fue planificar el mantenimiento del sitio realizando trabajos de levantamiento, conservación y restauración de estructuras y de los elementos iconográficos aún existentes en el lugar, propuesta que no llegó a realizarse. 17
Evidencias prehispánicas Una de las primeras “zonas de amarre” trabajadas en este proyecto fue la llamada “albercas de Moctezuma”, que es precisamente el sitio donde se ubicaba el manantial más importante, o el más conocido, del que se extrajo el agua que abasteció a la ciudad de Tenochtitlán en diferentes momentos. La exploración en este sitio consistió en cinco unidades de excavación, tres de las cuales se ubicaron al interior de las estructuras coloniales (63, 64 y 66) y las dos restantes (65 y 71) al exterior de la malla ciclónica (véase Plano general). 15
Ibidem. Oscar Rodríguez Lazcano, Inspección en el área de los manantiales (albercas o contenedores), debido al “crecimiento indiscriminado de la vegetación”, oficio 401-7-1/167, Archivo técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología, INAH, 1985. 17 Ibidem. 16
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Las albercas o contenedores formaron parte de todo un sistema de ingeniería hidráulica en el bosque de Chapultepec, por lo que existe la propuesta de integrarlos al recorrido histórico que se planea dar a los visitantes del museo. Por tal motivo, en esta primera etapa se realizaron trabajos de limpieza, retirando la basura, maleza y vegetación baja, lo cual nos permitió visualizar el grado de conservación de los elementos arquitectónicos explorados en 1974: dos manantiales ubicados en la falda oriente del cerro, albercas o contenedores, compuertas, acueductos, canales, cajas y canales subterráneos para distribución de agua. Paralelamente realizamos un nuevo levantamiento, en el que se muestra el grado de deterioro que han sufrido las estructuras: se observa el deslizamiento hacia el oriente de los muros coloniales, el desplome de algunas secciones, grietas y fisuras en otros, el movimiento de las lajas que conforman el piso de algunas de las albercas a consecuencia del crecimiento de las raíces de los árboles, etcétera. Es precisamente durante este proceso cuando se registra una “almena prehispánica mexica”, reutilizada como laja del piso de la segunda alberca colonial. La cara esculpida de esta pieza fue puesta como superficie del piso, por lo que presenta restos de la argamasa con la que debió cubrirse la superficie del contenedor. Esta pieza representa en su iconografía símbolos relativos al agua y al cerro, y nos permite reafirmar la existencia de algún templo en el área colindante al manantial: en las excavaciones realizadas en 1974 se ubicó el arranque de la escalera que conducía a un “templete ubicado a la salida del acueducto, y que estaba adosado a las estructuras 2 y 3”.18 En la excavación 63 se registró evidencia arquitectónica de la alberca o contenedor prehispánico, un muro con dirección oriente-poniente19 construido de grandes piedras de andesita en la parte 18
Ricardo Armijo Torres, op. cit, p. 60. Vestigio arquitectónico: muro prehispánico cuyas dimensiones fueron de 84 cm de ancho por un metro de altura, que conformó la pared sur del contenedor o alberca prehispánica; no fue localizado en las anteriores excavaciones de 1966 y 1974.
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superior y tezontle en la parte inferior. Este muro constituiría el extremo sur del contenedor, con su pared interior de acabado de argamasa (cal y arena fina) de color amarillento (Foto 1).
Foto 1. Muro con dirección oriente-poniente, constituye el límite sur del contenedor o alberca prehispánico. Foto: Susana Lam
Como parte del sistema constructivo del contenedor prehispánico, observamos también la presencia de un tablón de madera, dispuesto vertical y paralelamente al muro de piedra.20 Este tablón del género Cupressus sp21 (que podría co-
20
Tablón de madera de 2 cm de espesor y 1.45 m de altura, colocado vertical y paralelo al muro dejando un espacio de 10 cm., soportado por pilotes de madera de 6 y 10 cm. Véase María de la Luz Moreno Cabrera, Susana Lam García y Manuel Alberto Torres García , “Informe del
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rresponder a especies como el cedro, cedro blanco o ciprés) estaba soportado por pilotes de madera; sólo pudimos registrar las huellas de cinco de ellos y a través de ellas constatamos que estaban hincados sobre la capa limosa (registrada a 4.70 metros), pasando por las capas de arena y arcilla, la última de las cuales servía como relleno (Foto 2).
Foto 2. Huella de uno de los pilotes que sostenían los tablones de madera, parte del sistema constructivo. Foto: Susana Lam
Rescate arqueológico Museo Nacional de Historia-Castillo de Chapultepec, Etapa Alcázar (agosto de 1998-febrero 2000)”, mecanoescrito. 21 José Luis Alvarado, “Análisis anatómico realizado en muestras de madera procedentes del Castillo de Chapultepec, DF”, mecanoscrito, Laboratorio de Paleobotánica, Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, INAH, 1999.
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La unidad 64 determinó el límite norte del contenedor prehispánico. Asociada al muro, a una profundidad de 1.39 metros, se localizó una vasija en forma de cajete base plana naranja Azteca III, con rasgos de la deidad Tláloc; el muro presenta las mismas características constructivas en posición inversa que los localizados en la cala anterior. Encontramos un tablón de madera dispuesto también en forma vertical, sostenido en la parte sur por pilotes desplantados directamente sobre las capas de limo y arena que definen la zona del manantial. Paralelamente a esta pared se ubica un muro de piedra de 0.70 metros de espesor, construido con grandes piedras de andesita rosa y gris, algunas de ellas perfectamente trabajadas en sus cuatro caras y otras de forma irregular y de pequeñas dimensiones. Estas dos excavaciones nos permiten determinar una extensión, de norte a sur del contenedor, de aproximadamente 10.30 metros.22 Tratando de delimitar el extremo oriente del contenedor prehispánico, se inauguraron las unidades 65 y 66, de las cuales no obtuvimos buenos resultados. La primera porque se ubicaba en una zona con importante alteración moderna a consecuencia de una tubería de agua; la segunda, situada entre el muro adosado a la primera alberca colonial, fechada en 1571,23 debido a la construcción en 1974 de un muro de mampostería con piedra de basalto y tezontle pegado con cemento. Se excavó hasta una profundidad de cuatro metros, a partir de la cota de nivel 2237 msnm. Se registraron capas de arenas y limos muy finos, correspondientes a estratos lacustres. No se encontraron evidencias arquitectónicas, lo que nos permite plantear que el límite del contenedor prehispánico se localiza más al oriente.24 Ambos muros prehispánicos se encuentran 1.50 metros más abajo del canal de madera registrado durante el rescate efectuado en 1974 en esta misma zona, el cual pudo ser utilizado “para 22
María de la Luz Moreno Cabrera et al., op. cit. Beatriz Braniff de Torres y María Antonieta Cervantes, op. cit. 24 María de la Luz Moreno Cabrera et al., op. cit. 23
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pasar el agua de la alberca prehispánica (de la cual no se encontraron restos), a la salida del acueducto entre las estructuras 2 y 3; este canal de madera es similar a los canales proyectados por Alcocer en su estudio sobre Tenochtitlán”.25 Las estructuras 2 y 3, a las que hace referencia el arqueólogo Ricardo Armijo, presentan en la actualidad un gran deterioro. Se ubican en el extremo noreste de los contenedores coloniales, ambas situadas paralelamente conformando un canal. La estructura 2 (en el lado este) presentaba además una escalinata adosada, de la que en la actualidad ya no se observa nada. El canal presentó varios niveles de piso, lo que fue interpretado como parte de las remodelaciones practicadas en la misma época prehispánica. En el costado noroeste de los contenedores coloniales se ubicó la unidad 71, situada al pie de la Escalera de Carlota, entre el andador que conduce a esta escalera y la malla ciclónica que delimita el lado norte del sitio. En esta excavación extensiva de cinco por cuatro metros se registró un muro cuyo desplante se localizó a la profundidad de dos metros con respecto a la cota 2237 msnm, de 1.10 metros de ancho con dirección oriente-poniente, cuyo sistema constructivo consta de dos paredes laterales de tezontle y tierra (de 34 cm de ancho), dispuestas paralelamente y separadas, a una distancia de 36 cm. El núcleo fue cubierto con tierra arcillosa. El muro presenta en su cara sur un aplanado de argamasa bruñida y restos de una capa de pintura azul. 26 Paralelamente a este muro y en lo que constituiría el exterior (cara norte), se localiza un canal de barro a la profundidad de un metro con respecto a la cota 2237 msnm, con la misma dirección oriente-poniente, constituido por segmentos de barro de una sola pieza (de 58 por 28 cm) dispuestos sobre una cama de arcilla. El canal presenta en su interior un acabado bruñido con un desnivel de 30 cm (Foto 3). A este respecto fray Diego Durán menciona que en la época de Chi25
Ricardo Armijo Torres, op. cit, p. 62.
26
María de la Luz Moreno Cabrera et al., op. cit.
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malpopoca, tercer tlatoani mexica (1417-1427), se utilizó el manantial de Chapultepec gracias a una concesión de Tezozomoc, señor de Azcapotzalco y abuelo de Chimalpopoca: Los mexicanos, alegres y contentos, empeçaron con gran cuidado y priesa á sacar céspedes y hacer balsas de carriços para hacer camino por donde el agua viniere, y en breve tiempo con muchas estacas y carriços, céspedes y otros materiales, truxeron el agua a México, aunque con trabajo, por estar todo fundado sobre agua y desvaratárseles por momentos, por ser el golpe de agua que venía grande y el caño ser todo de barro...27
Lo interesante de estos elementos arquitectónicos es que se encuentran asociados a materiales cerámicos Azteca II (1200-1400 dC), lo que nos permite postular como hipótesis el uso de otro contenedor en esta misma época, construido con materiales menos duraderos.
Foto 3. Detalle del canal de barro, asociado a cerámica Azteca II. Foto: Manuel A. Torres García
27
Fray Diego Durán, op. cit., p. 63.
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Consideraciones finales Aunque las referencias históricas reportan el uso de los manantiales de Chapultepec durante el periodo posclásico tardío con la cultura mexica, las evidencias arqueológicas nos llevan a proponer su utilización durante el periodo clásico (500700 dC). En 1966, al realizarse la primera excavación en el área de los manantiales, las arqueólogas Braniff y Cervantes reportan la presencia de cerámica teotihuacana negra pulida en esta zona. En la actualidad, las excavaciones realizadas tanto en la parte alta del cerro como en la ladera sur –en donde se localizaron asentamientos, uno ceremonial en la parte alta y otro doméstico, caracterizado por muros y entierros depositados bajo los pisos y asociados a vasijas– nos permiten sugerir que estos manantiales fueron aprovechados desde el periodo clásico. Además se localizaron otros tres asentamientos cercanos a Chapultepec, investigados por Salvamento Arqueológico. En 1998 el arqueólogo Rubén Manzanilla López registra dos de ellos, descubiertos durante la construcción de la Línea 7 del metro. El primero se halló a una profundidad de cuatro metros, en el acceso poniente de la estación San Antonio; los materiales arqueológicos permitieron definir una unidad habitacional asociada a las fases Tlamimilolpa, Xolalpan y Metepec, así como otra unidad habitacional teotihuacana situada en el acceso poniente de esta misma estación, asociada a materiales cerámicos de la fase Xolalpan tardía (550-650 dC) y Metepec (650-750 dC). Otro sitio excavado en 1998 fue el sector occidental de la residencia presidencial de Los Pinos; el arqueólogo Raúl García lo reportó como un centro de tercer orden o aldea extensa según la definición de Sanders, Parsons y Santley.28 28
Raúl García Chávez, “La cerámica del Molino del Rey, Chapultepec, Distrito Federal”, en C. Maldonado y C. Reyna (coords.), Tacubaya, pasado y presente I, México, Yeuetlatolli, AC, 1998.
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Gracias a este proyecto se tuvo la oportunidad de visualizar al sitio de Chapultepec como área cultural, de la cual indudablemente forman parte los sistemas hidráulicos desde la época prehispánica hasta la actualidad. Por eso consideramos importante que en los recorridos para los visitantes se muestren estos lugares. Se planea realizar programas de investigación, mantenimiento, conservación y difusión para integrarlos al Plan de Manejo del Museo Nacional de Historia, con lo cual se ampliará el itinerario de los visitantes. La aportación arqueológica en este momento fue la recuperación de datos concernientes a los contenedores y conductores de agua de la época posclásica de la cultura mexica. El registro minucioso de los sistemas constructivos y de sus materiales permitirá, en forma conjunta con los trabajos anteriores, realizar una interpretación y contrastación de los datos arqueológicos acerca de esta gran obra de ingeniería hidráulica que sigue maravillando a propios y extraños.
Reutilización de los sistemas hidráulicos prehispánicos, época colonial, siglos XIX y XX Manuel Alberto Torres García María de la Luz Moreno Cabrera* Introducción Chapultepec es un sitio sagrado, un lugar de asentamientos humanos desde el preclásico temprano, el cual resalta por su importancia como fuente de vida; proveedor de agua desde tiempos remotos hasta principios del siglo XX, cuando la sobreexplotación y los asentamientos en las inmediaciones de la zona pudieron ser las causas determinantes para su agotamiento. Con la llegada de los mexicas a Chapultepec, comienza la construcción del sistema hidráulico. Chimalpopoca, nieto de Tezozomoc (rey de Azcapotzalco), fue el primero que trató de dotar de agua al pueblo mexica. Los primeros trabajos estuvieron destinados a contener y encaminar por medio de zanjas y troncos ahuecados el enorme caudal que nacía del interior de la tierra, pero los materiales utilizados como madera, lodo y piedras no fueron suficientes y las obras de contención, canalización y distribución se hicieron permanentes.1 Estas fuentes naturales permitieron el poblamiento al interior *
Dirección de Salvamento Arqueológico y Museo Nacional de Historia, INAH. 1 Ricardo Armijo Torres, “Arqueología e historia de los sistemas de aprovisionamiento de agua potable para la Ciudad de México durante la época colonial: los acueductos de Chapultepec y Santa Fe”, tesis de licenciatura en arqueología, ENAH, INAH, 1984.
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de agua subterránea que afloró a la superficie cuando se formo el cerro hace aproximadamente 21 millones de años.2 Miguel Ángel Fernández describe la importancia de estos manantiales: “Desde tiempos precolombinos hasta el siglo XIX, Chapultepec fue codiciado por sus aguas potables. Por encima de su valor estratégico o su riqueza natural, el bosque era venerado precisamente por los veneros que brotaban de las profundidades de aquel curioso montículo en forma de chapulín”.3 El acueducto de Chapultepec, el cual se alimentaba de los manantiales que nacían al pie del cerro (Figura 1), al momento de la conquista según plano de M. Carrera Estampa, recorría el camino de Tacuba pasando por Chichimecapan, cruzaba la Acequia de San Juan, atravesaba Milpatonco y Pepetlan, pasaba la puerta Cuauhquiahuac hasta llegar al Templo Mayor (Figura 2).
La Colonia Ya en la Colonia el recorrido era a través de la calzada de la Verónica, continuaba por la Tlaxpana y San Cosme hasta la Ciudad de México.4 Sasso señala que en la época prehispánica las calzadas cumplieron una importante función en el desarrollo de los sistemas hidráulicos, actuando como diques de contención para proteger a la ciudad de las inundaciones,5 permitiendo el tránsito de las canoas, pero sobre todo facilitando la construcción y conducción del agua a través de canales o acueductos, 2
Federico Mooser, “La cuenca lacustre del Valle de México”, en Ingeniería Hidráulica en México, núm. 17, segunda época, 1963, pp. 22-25, Secretaría de Recursos Hidráulicos, México. 3 Miguel Ángel Fernández y José de Santiago, Historia de un bosque, México, Museo Nacional de Historia, INAH, 1979, p. 34. 4 Ibid., p. 133. 5 Manfred Sasso Guardia, “El acueducto prehispánico de Chapultepec. Urbanismo y cosmología en la antigua México Tenochtitlán”, tesis de arqueología, ENAH, INAH, 1985.
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de agua subterránea que afloró a la superficie cuando se formo el cerro hace aproximadamente 21 millones de años.2 Miguel Ángel Fernández describe la importancia de estos manantiales: “Desde tiempos precolombinos hasta el siglo XIX, Chapultepec fue codiciado por sus aguas potables. Por encima de su valor estratégico o su riqueza natural, el bosque era venerado precisamente por los veneros que brotaban de las profundidades de aquel curioso montículo en forma de chapulín”.3 El acueducto de Chapultepec, el cual se alimentaba de los manantiales que nacían al pie del cerro (Figura 1), al momento de la conquista según plano de M. Carrera Estampa, recorría el camino de Tacuba pasando por Chichimecapan, cruzaba la Acequia de San Juan, atravesaba Milpatonco y Pepetlan, pasaba la puerta Cuauhquiahuac hasta llegar al Templo Mayor (Figura 2).
La Colonia Ya en la Colonia el recorrido era a través de la calzada de la Verónica, continuaba por la Tlaxpana y San Cosme hasta la Ciudad de México.4 Sasso señala que en la época prehispánica las calzadas cumplieron una importante función en el desarrollo de los sistemas hidráulicos, actuando como diques de contención para proteger a la ciudad de las inundaciones,5 permitiendo el tránsito de las canoas, pero sobre todo facilitando la construcción y conducción del agua a través de canales o acueductos, 2
Federico Mooser, “La cuenca lacustre del Valle de México”, en Ingeniería Hidráulica en México, núm. 17, segunda época, 1963, pp. 22-25, Secretaría de Recursos Hidráulicos, México. 3 Miguel Ángel Fernández y José de Santiago, Historia de un bosque, México, Museo Nacional de Historia, INAH, 1979, p. 34. 4 Ibid., p. 133. 5 Manfred Sasso Guardia, “El acueducto prehispánico de Chapultepec. Urbanismo y cosmología en la antigua México Tenochtitlán”, tesis de arqueología, ENAH, INAH, 1985.
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como fue el caso de la calzada de Tlacopan que sirvió de base para el acueducto de Chapultepec. El hecho de que el agua fuera conducida por una de las calzadas principales ayudó a Hernán Cortés a idear un plan para sitiar a los enfurecidos tenochcas. Mandó romper el suministro de agua de Chapultepec hacia la ciudad, con el fin de debilitar la resistencia y someter a la población: uno de los medios a que recurrió el conquistador para hacer rendirse a los mexicanos fue cortarles el agua de que por aquel acueducto se surtían. Cuando se ganó la ciudad, una de las primeras providencias fué dar orden a Cuauhtemoc para que hiciera reponer la atarjea destruida. En 1544, corría ésta descubierta hasta la esquina de la Tlaxpana, y desde allí a la ciudad bajo bóveda con lumbreras.6
Después de la conquista, no pasó mucho tiempo para que las necesidad del líquido se hiciera apremiante, lo que llevó a reconstruir el antiguo caño para permitir el florecimiento del nuevo gobierno. Una vez reparado el daño hecho al acueducto de Chapultepec, Cortés ideó crear una nueva ciudad sobre las ruinas de lo que fuera la antigua Tenochtitlan. Para ello, en 1522 “ordenó a Alonso García Bravo y a Bernardino Vázquez de Tapia” diseñar y trazar la nueva ciudad española, respetando la traza prehispánica, no así los antiguos templos aztecas, de los cuales se extrajeron materiales para la construcción de los nuevos edificios, antes de quedar sepultados para aprovecharse como cimiento.7 Esto mismo ocurrió con muchos de los sistemas hidráulicos de captación y traslado del agua de Chapultepec, heredados de la época prehispánica, cuyas traza y rutas se respetaron, pero los canales las más de las veces fueron destruidos y utilizados los materiales con que estaban hechos para crear nuevos sistemas. 6
Fernández y de Santiago, op cit., p. 132. Gloria Valek Valdés, Agua, reflejo de un valle en el tiempo, México, UNAM, 2000, pp. 39-41. 7
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Figura 2. Plano reconstructivo de México-Tenochtitlan 1519, se aprecia el recorrido que hacia el acueducto de Chapultepec desde su salida, hasta llegar al Templo Mayor.8
8
Fuente: Manuel Carrera Estampa, tomado de Gloria Valek, Agua, reflejo de un valle en el tiempo, Historia de la ciencia y la Técnica, México, UNAM, 2000, p. 2
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“La construcción de acueductos para el abastecimiento de la capital fue labor que abarcó todo el siglo XVI. En su forma definitiva, el sistema comprendió tres ‘caños de agua’ principales: uno venía de Azcapotzalco, otro de Santa Fe y el principal venía de Chapultepec, que había sido la fuente de agua para la capital desde la época prehispánica”.9 Esto demuestra que la explotación de los manantiales de Chapultepec aun en la Colonia seguía siendo la base de la red de abastecimiento de agua más importante para la ciudad. El temor del Ayuntamiento de que los manantiales de Chapultepec fueran nuevamente utilizados para crear presiones políticas, conflictos entre particulares y descontento entre la población le hizo solicitar a Felipe II que intercediera en su favor a fin de obtener la concesión de éstos para el aprovechamiento de la ciudad. El 25 de junio de 1530 se obtuvo por real cédula la segregación del sitio de Chapultepec de los bienes que el rey Carlos V había concedido a Hernán Cortés. Con esto se consiguió que: “los manantiales de Chapultepec, no estuvieran en poder de ningún particular, cuyas especulaciones podrían impulsarlo a verificar la tala de los árboles, extraer la piedra u otra cualquiera operación que cegara los veneros de las albercas”.10 La fecha mas antigua que se conoce de trabajos de reparación y construcción en los contenedores de agua es la que consigna el Códice en Cruz: 1528 o “10 pedernal”. En él se observa una representación de esta obra y de los materiales que se emplearon. Los trabajos consistieron en la colocación de “almohadillones” de arena..11 Ricardo Armijo señala: “Todavía durante la gestión del primer virrey don Antonio de Mendoza, se realizaron reparaciones al ducto indígena por lo que planteo, de acuerdo a la eviden9
George Kubler, Arquitectura mexicana del siglo XVI, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 238. 10 Ricardo Armijo y Miriam Gallegos, “Satisfaciendo la sed de la ciudad de México. Arqueología histórica de los acueductos de Chapultepec y Santa Fe”, Centro INAH Tabasco, Mecanoscrito, s/f, p. 5. 11 Ricardo Armijo Torres, op cit., p. 109.
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cia arqueológica, que en este momento se fabricó un nuevo receptor de agua, dentro de la antigua alberca prehispánica”. En 1965, los trabajos arqueológicos realizados por Beatriz Braniff y María Antonieta Cervantes12 mostraron la importancia de los manantiales de Chapultepec en el aprovisionamiento de agua a la ciudad, así como las constantes reparaciones que experimentó el sistema, fechadas mediante placas o lápidas de piedra. La primera contiene la inscripción “AÑO DE 1548”, escrita con números romanos en piedra de tezontle rectangular, corresponde a uno de los primeros trabajos hechos en la cueva donde brotaban los manantiales y se asocia a la construcción del túnel que dio salida al agua hacia los contenedores coloniales. .......OVERNAND.......... ...EXELENTE SEÑOR DON MIN ENRIQUEZ VISOREY SE TO---MO EL AGUA Y REPARO ESTA --FVENTE-AÑO DE -1571...13 Esta placa fecha la reparación que se hizo en la alberca colonial más antigua, en tiempos del virrey Martín Enríquez, coincidiendo con la construcción del acueducto de Santa Fe y la unión de sus aguas con las de Chapultepec y Cuajimalpa. La mala previsión del gran caudal que seria transportado ocasiono la ruptura de las compuertas: “reventaron las portañolas y la atarjea misma, a la que tuvo que quitársele la bóveda y levantar los pretiles a la altura necesaria para volver a construir la cubierta. Para octubre de 1573 se concluyó la obra y se nombraron guardas para cuidar el agua desde su nacimiento hasta la caja repartidora”.14
12
Beatriz Braniff y María Antonieta Cervantes, “Excavaciones en el antiguo acueducto de Chapultepec”, en Tlalocan, vol. v, núm. 2 y 3, 1966, INAH, México. 13 Ibid, p.162. 14 Ricardo Armijo Torres, op cit., p. 121.
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La segunda placa, con fecha 1714, señala los trabajos que se hicieron tanto en los manantiales como en el acueducto de Chapultepec. Se construyó un nuevo contenedor, de mayor altura (¾ de vara, 63 centímetros aproximadamente) y de menor extensión ya que sus muros se adosaron al interior del muro del primer contenedor, lo que proporcionó mayor presión a la salida del agua. Esta obra fue realizada siendo gobernador el Duque de Linares. ...NAN LAS ESIANAS LA CATHolICA. Mg. Del Rei Nro Sr Dr Phelipe V (que Dios G) Y Gouer nando en su Real nombre esta nueba españa el Exmo sr Duque de Linares se Redi ojo de la tarxea pr dode seco Duze elagua... deste la que levantadole 3 quartas de dentro Corona p que eniedo... pes. .logic. Mexco vida el agua que Prometen estos oJos Y tiene de distancia 47 vs b Y tiene desa gue por las Copucetas linQnos pue de Li... arQ..chapu.. Entomis Bajo vabe Religso. E ello hizo Supe............... Ob d Conde Yresino delafuente Rex d...Nouilima ciuda...... Año de 1714...15
La mañana de 1753, la capital despertó con una serie de temblores cuyos daños se dejaron ver rápidamente. Los acueductos de Santa Fe y Chapultepec resultaron gravemente dañados, por lo que se decidió de inmediato hacer reparaciones provisionales de manera que se garantizara el flujo de agua a la capital, mientras se inspeccionaban a todo lo largo y se decidía cuáles iban a ser los arreglos que necesitaría cada uno de los tramos dañados. Los maestros encargados de verificar los daños elaboraron además un plano donde se puede observar la ruta del agua desde su nacimiento, los lugares de importancia y las fuentes y ramales afectados. Los lugares que dependían del acueducto de Chapultepec eran: Parroquia de la Villa de Tacubaya, Hacienda de la Condesa de Miravalle, Pueblo de San Miguel, Manantial donde nace 15
Armijo y Gallegos, op cit., p. 10; Braniff y Cervantes, op cit,, pp. 163-164.
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el agua, Real Alcázar de Chapultepec (primer palacio de los virreyes), Pueblo a Chapultepec, Casa de niñas alias las machas, Guarda a Bethlem, Convento de Bethlem de Pobres Mercenarios, Salto y casa del agua a la atargea de Bethlem, Plazuela y convento de la Penitenciaría, Convento de San Diego, Alameda, Convento a Santa Isabel, Caja del Agua y Partidor a la mariscala.16 Uno de los mayores problemas que enfrentaron las autoridades encargadas de dar mantenimiento y cuidado a las fuentes y acueductos de Chapultepec lo ocasionaron las mercedes concedidas a algunos particulares para aprovechar las aguas del bosque: “La concesión de tomas privadas a los particulares fue una fuente perpetua de impugnaciones. Los habitantes de la ciudad que no tenían oportunidad de una merced se quejaban siempre de la falta de agua en las fuentes publicas”.17 A pesar de que había un control para el pago por la instalación del caño y para su uso, se suscitaban fraudes e incluso robo de agua mediante tomas clandestinas o rupturas que se practicaban a los acueductos y cajas de agua. Esto orilló a las autoridades a anunciar en 1556 que todas aquellas personas que aprovechaban el agua de Chapultepec debían presentarse con los concejales a fin de regularizar este problema. Dicho llamado no dio resultado, como tampoco otras medidas más estrictas, por lo cual las autoridades se vieron obligadas a invalidar las mercedes para poder realizar un censo y conceder así los nuevos permisos.
16
Jorge Nacif Mina, “Plano formado para los arreglos de la arquería y atargea de Santa Fe y Chapultepec en 1754” en Boletín Centro Histórico de la Ciudad de México, año 1, núm. 10, octubre de 1984, pp. 6-7, México. 17 Alain. Musset, El agua en el Valle de México, S. XVI-XVIII, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 1992, p. 116.
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Siglos XIX y XX En el siglo XIX, el abastecimiento de agua a la ciudad había dejado de ser uno de los problemas más apremiantes. Ahora ese lugar lo ocupaban las obras de desagüe de la capital, ya que a mediados de ese siglo las constantes inundaciones provocaban grandes daños a la población: hundimiento de las construcciones, contaminación del agua potable y tierras de cultivo, focos de infección e insalubridad. Una de las primeras medidas para evitar la contaminación del agua que se transportaba a través de los acueductos fue la utilización de tuberías de plomo. Pero como de su uso resultaron graves daños a la salud, se optó por las tuberías de barro, que por años habían demostrado ser útiles y confiables. Valek 18 señala que en el siglo XIX los grandes problemas de suministro de agua potable que tuvo la capital del país se debieron en parte a la explotación irracional de los mismos manantiales utilizados desde la época colonial y, si somos más estrictos, desde la época prehispánica. La falta de mantenimiento de los conductos, la infinidad de agregados y remiendos que se les hicieron a los canales y la creciente construcción de pozos de extracción en estos lugares hacía muy difícil atender la demanda en aumento de la población. A pesar de que se contaba con otras fuentes de abastecimiento de agua, Chapultepec seguía siendo una de las principales. Algunos sucesos contribuyeron a que este viejo problema no tuviera fin. Primero, la lucha de Independencia dejó al país en un estado catatónico; paralizada gran parte de la actividad productiva, era difícil realizar arreglos y mejoras a los sistemas hidráulicos: “Ni durante los últimos años del gobierno virreinal, ni en los primeros del gobierno independiente, se pudo hacer nada por Chapultepec; el Bosque estuvo al cuidado de lo que la naturaleza pudo hacer por él, y el Castillo”.19 Con la invasión norteamericana en 1847, las difi18
Valek, op. cit. Jesús Romero Flores, “En los primeros años de México independiente”, en Chapultepec en la historia de México, México, SEP (Biblioteca Enciclopédica Popular, segunda época), 1947, p. 45.
19
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cultades se agudizaron, primero porque las batallas provocaron daños directos a los acueductos de Santa Fe y de Chapultepec, cuando el ejército mexicano intentó repeler a los invasores en el Molino del Rey, y posteriormente con la toma del antiguo colegio militar, que se encontraba en el cerro de Chapultepec. Otra causa fue que las garitas que restringían la entrada a la ciudad, como se muestra en litografías y planos reconstructivos de la batalla del 47, fueron utilizadas como parapetos para impedir el avance de las tropas norteamericanas. Un ejemplo de esto fue la garita de Belem.
Baños de Moctezuma Según algunos historiadores, en este lugar nacía un manantial que fue cercado para utilizarse como sitio de placer de los gobernantes mexicas; continuó con esta función en la época de Maximiliano, por lo que en algún momento se le llamó “baños del emperador Maximiliano”. Diversos documentos históricos hacen referencia a los tan nombrados Baños de Moctezuma, cuya construcción pudo realizarse gracias al nacimiento de manantiales que brotaban del subsuelo de lo que hoy conocemos como Chapultepec: “Todos los historiadores dedican varios párrafos a la afición de Netzahualcóyotl y del emperador Moctezuma II a tomar varios baños al día, y bien sabido es que para ello utilizaban los manantiales de Chapultepec”.20 Clavijero21 menciona que en el lugar donde los virreyes edificaron su palacio se conservaban dos piscinas hechas por los goernantes mexicas, lo que hace pensar que una de ellas pudiera corresponder a los Baños de Moctezuma. Hay que
20
José Mancebo Benfield, Las Lomas de Chapultepec, el Rancho de Coscoacoaco y el Molino del Rey, estudio histórico, topográfico y jurídico, México, Librería Manuel Porrúa, 1949, p.11. 21 Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México, México, Porrúa (Sepan Cuántos, 29), 1968.
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recordar que en el sitio donde se construye la mansión de los virreyes se encontraba el palacio de Netzahualcóyotl En 1870 se hicieron trabajos en la cimentación de la Alberca de Moctezuma, la cual se dice era la más alta. Al vaciarla, se observó que el nivel de agua en los baños bajó considerablemente y la alberca llamada de los Llorones quedó completamente seca; así se determinó que los contenedores están comunicados entre sí. Por otro lado, el historiador Alfonso Teja Zabre ubica los Baños de Moctezuma al sur del cerro de Chapultepec y describe cómo se encontraba el sitio en los años treintas. Esto hace suponer que el muro y reja que actualmente protegen al sitio forman parte de las remodelaciones que se hicieron a principios del siglo XX, durante el gobierno del general Porfirio Díaz, quien ordenó al licenciado Yves Limantour la ejecución de trabajos para el embellecimiento de los alrededores de Chapultepec. 22 Existen varios documentos gráficos que muestran la localización de los Baños de Moctezuma, denominándolos de diversas maneras de acuerdo al propietario: “Alberca grande del Licenciado de Espinosa” o del Conde de Peñasco; “Manantiales”, “La alberca de los llorones” o “Baños de Maximiliano”. Se aprecia en todos ellos que la ubicación coincide con el actual espacio reconocido con dicho nombre, así como también el contenedor, de forma rectangular en los documentos más antiguos y octagonal en los de los siglos XIX y XX. No muy lejos de este lugar se encuentra la famosa Quinta Colorada, que originalmente fue casa de guardabosques. Adosados a la casa, se observan los restos de un antiguo acueducto que en dirección sur-poniente se dirige hacia la zona de los baños: El otro acueducto, que subsistió hasta época relativamente reciente, era el que traía el “agua gorda” de Chapultepec, por la 22
Alfonso Teja Zabre, Chapultepec, México, Publicaciones de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Talleres de Impresión de Estampillas y Valores, 1938, p. 61.
129 calzada, hoy avenida de ese nombre, hasta terminar en la fuente de “El salto del agua”, después de recorrer una distancia de cuatro kilómetros sobre 904 arcos de mampostería, iguales pero menos elevados que los de San Cosme. Se ignora la fecha exacta en que empezó a construirse; en 1690 existía ya en gran parte y se sabe que se dio por terminada la obra en 20 de marzo de 1779.23
Conclusiones A lo largo de casi cuatro décadas, las exploraciones arqueológicas han revelado que el sistema hidráulico de captación, conducción y distribución del agua proveniente de estos manantiales no varió, dado el avance que tuvieron los constructores prehispánicos. Puede apreciarse que para la impermeabilización de la alberca colonial más antigua se utilizó cal, arena y polvo de tezontle, sistema similar al empleado en la época prehispánica, algo no muy raro si recordamos que dichos trabajos eran ejecutados por los propios indígenas. Es importante resaltar que no sólo esto se heredó del sistema prehispánico: en la construcción de los contenedores coloniales se reutilizaron piedras de tezontle y andesita perfiladas y en algunos casos tallas de elementos decorativos relacionados con el culto al agua que debieron pertenecer a templos de las cercanías. La traza de los canales y acueductos fue retomada en la Colonia, debido quizás a lo estable del terreno, ya que debajo de algunos de estos sistemas de conducción de liquido, la cimentación estaba acompañada de un sistema de estacados típico de las estructuras prehispánicas. En 1974 las excavaciones realizadas por Rubén Cabrera, Antonieta Cervantes y Felipe Solís, del Departamento de 23
Manuel Romero de Terreros, “Los acueductos de México”, en Anales del Museo de Arqueología, Historia y Etnografía, tomo II, 1925, pp. 131-142, Talleres Gráficos del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografia, México.
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Monumentos Prehispánicos de Salvamento Patrimonio Cultural, descubrieron dos acueductos de la época colonia cuya dirección coincide con los restos del acueducto que se halla en avenida Chapultepec.24 Las excavaciones realizadas entre 1999 y 2001 han permitido conocer todo un laberinto de instalaciones hidráulicas prehispánicas, coloniales y de los siglos XIX y XX que tienen como punto de partida los manantiales de Chapultepec (Figura 3).
Figura 3. Acueducto colonial localizado al pie del cerro en la falda oriente.
Chapultepec, sus manantiales y acueductos, dotaron de agua a la ciudad desde antes de la llegada de los conquistadores. Su sistema de canalización llegó a ser tan importante que tuvo que habilitarse el caño viejo para seguir usándolo. Más tarde se realizaría la conducción a través del acueducto de la calzada de la Verónica y el de Belem, para finalmente ser entubado a principios del siglo XX hasta agotarse pocos años después.
24
Rubén Cabrera, María Antonieta Cervantes y Felipe Solís Olguín, “Excavación en Chapultepec”, en Boletín INAH, núm. 15, se-
gunda época, 1975, pp.35-46.
De un molinero disidente y otras historias Graciela Gaytán Herrera* Algunos antecedentes del molino de Belén Gracias a las gestiones realizadas por don Juan Ramírez de Cartagena, la nobilísima ciudad de México aprobó el 26 de noviembre de 1725 la obligada merced para la fundación del molino de Belem o Bethelem en tiempos del virrey Marqués de Casa Fuerte. Que la inversión en éste y otros molinos del rumbo bien valía la pena desde la perspectiva del siempre emprendedor Cartagena, lo constata el hecho de que a principios de 1731 había mandado construir un socavón que conduciría una nueva merced de agua hacia el molino, misma que costaría 50 pesos anuales a censo perpetuo a la ciudad de México. Más aún se le concedió el permiso de construir “dos o tres molinos más”. Bajo la condición implícita de este pago permanente y un gravamen de 15 mil pesos a censo redimible entre algunos particulares, Cartagena vendió el molino de Belén, que “constaba de cuatro piezas”, a don Juan Faustino de Mejía con un pago de contado de 50 mil pesos. Cotización aparte mereció “toda la fábrica nueva que tenía construida junto al dicho molino, en virtud de nueva merced que para ello obtuvo... y se la vendió en cantidad de 8,200 pesos que le entregó en dinero de contado... Su fecha 20 de mayo de 1733”.
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Profesora de asignatura en la ENEP-Acatlán.
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En 1749 el molino de Belén se valuaba en 120 mil pesos pero fue rematado en 53 mil a favor de don Joseph Calvo, Vice Provincial y Prior General de la Provincia de las Islas Filipinas. Tal parece que Mejía, el propietario anterior, pagó con el molino una deuda con la administración de obras pías de la Compañía de Jesús, por el legado piadoso de un caballero santiaguino. Desde ese año de 1749 y hasta su expulsión en 1767, los jesuitas incorporaron el molino de Belén a su eficiente dinámica administrativa. Al molino se remitían los trigos de varias haciendas más o menos cercanas, propiedad también de la Compañía de Jesús.1 La expulsión de la orden religiosa y la consiguiente confiscación de sus bienes por la Corona alteró sustancialmente las actividades del molino. La entrada de trigos se redujo, además de que hubo pérdidas por la molienda de algunos de muy mala calidad. Administrado sucesivamente por particulares bajo la promesa de un sueldo no siempre remunerado, el molino dejó de ser un negocio productivo. En 1776 el administrador en turno José Parada de Rivadeneyra informaba que se necesitaba una inversión permanente de 50 mil pesos que corrían el riesgo de perderse pues “las ventas de trigo se hacen regularmente al fiado a causa de hallarse el trato de Panadería entre gente pobre que satisface el que hoy saca, con el valor del pan que vende mañana, quedando la deuda siempre atrasada en un mismo ser, y por consiguiente en peligro de perderse, cuando el deudor muere, quiebra, o tiene otra contingencia que le imposibilita pagar”.2 1
Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Ramo Temporalidades, t. 161, exp. 9. “Noticia o relación en extracto puntual de los papeles, documentos correspondientes al Molino llamado de Sra. De Betlehem, sito en las barrancas de Santa Fe y paraje nombrado Coscaquaco, que fue de los padres regulares de la Compañía de Jesús de las Islas Filipinas y Marianas que corría por su Procuraduría, establecida en el Colegio de San Andrés de Esta Capital...” Todas las referencias anteriores fueron tomadas de este extracto, ff. 120-122. 2 AGN, Ramo Temporalidades, t. 161, exp. 2, ff. 29v-30.
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Ante este panorama deficitario, en abril de 1780 se procedió al remate por arrendamiento del molino de Belén.3 Los nombres de los sucesivos arrendatarios se pierden a partir de este año y hasta 1805 en que sabemos que fue comprado por don José María Fagoaga. La adquisición del molino por Fagoaga tenía como objetivo la molienda de los trigos “de buena calidad” que producían las haciendas recién heredadas de su padre, don Juan Bautista Fagoaga, e incorporó asimismo los trigos de otras haciendas que fueron otorgadas como dote de su esposa. Además de una hacienda en Guanajuato y otra en Zacatecas, el matrimonio poseía en la jurisdicción de Tacuba la hacienda de la Ascensión y la de Lechería y sus anexas, y en Tlalnepantla la de San Xavier. El molino de Belén había sido comprado durante el matrimonio también con fondos comunes.4
¿Quién era don José María Fagoaga? Originario de Rentería en la Provincia de Guipúzcoa, José María Fagoaga era miembro de una de las familias más ricas, ilustradas y de mayor renombre en la Nueva España. Descritos por Humboldt como ejemplo patente de enriquecimiento gracias a una sola veta minera en Zacatecas,5 la familia Fagoaga había acumulado una fortuna considerable gracias a los esfuerzos de dos generaciones dedicadas al comercio, a financiar empresas mineras (banqueros de plata), como empresarios mineros directos y finalmente como hacendados. Beneficiarios de las disposiciones borbónicas para el resurgimiento de la minería como la principal actividad económica durante el ultimo tercio del siglo XVIII, los Fagoaga se retiraron un tanto del comercio y diversificaron sus negocios 3
AGN, Ramo Temporalidades, t. 161, exp. 13, f. 181. AGN, Ramo Criminal, vol. 620, exp. 15, ff. 1-1v. 5 Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, México, Porrúa, 1991, p. 83. 4
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para complementar el circuito de sus inversiones mineras, estableciendo haciendas de beneficiar metales y haciendas agrícolas que cubrieran las necesidades de aquéllas.6 A cambio de sus favores traducidos en impuestos, donativos y préstamos voluntarios o forzosos, la corona hispana había concedido el título nobiliario de Marqués del Apartado a don José Francisco de Fagoaga, tío y a la postre suegro de José María Fagoaga. Era considerada una de las familias más leales pues proporcionaron miles de pesos a la real hacienda, sobre todo entre 1780 y 1810 en que España se mantuvo en conflictos bélicos tanto con Inglaterra como en Francia. En recompensa, la corona les otorgó exenciones o rebajas en los impuestos de insumos para sus empresas mineras por el riesgo que corría el capital invertido. La estabilidad de esta relación fue resquebrajándose paulatinamente. Además de su errática política fiscal, la corona entró en su peor crisis política con la invasión de Napoleón a España y la usurpación del trono en 1808. España se debatía entre reconocer la autoridad de Napoleón u oponer resistencia mediante una regencia propuesta por la Junta de Sevilla. El problema de legitimidad política se trasladó a la Nueva España cuando los acontecimientos en la metrópoli se dieron a conocer. ¿A quién debía obediencia la Nueva España? El ayuntamiento de la ciudad de México, corporación mayoritariamente criolla, propuso reconocer la autoridad del rey pero que en su ausencia la Nueva España estableciera 6
Para un seguimiento de la conformación de la fortuna de la familia Fagoaga, véase la investigación de Doris Ladd, La nobleza mexicana en la época de la Independencia 1780-1826, México, Fondo de Cultura Económica, 1984; la clásica obra de David Brading, Mineros y comerciantes en el México Borbónico, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, particularmente pp. 238-251. También puede consultarse de Frédérique Langue, Los Señores de Zacatecas. Una aristocracia minera del siglo XVIII novohispano, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, en que se hacen múltiples referencias a la familia Fagoaga.
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una regencia encabezada por el virrey. La sola proposición causó el temor y la ira de los peninsulares que percibieron en ella una oscura intención autonomista de tinte criollo contraria a sus intereses. En una rápida intervención, los peninsulares de la capital destituyeron y arrestaron al virrey Iturrigaray. Para el sector criollo este acontecimiento agravó los resentimientos acumulados. El gobierno ilegítimo avalado más tarde por la regencia española fue el blanco de su inconformidad. Comenzaría así para José María Fagoaga un largo recorrido por los caminos de la disidencia contra el “mal gobierno”, mismo al que se refería Hidalgo cuando proclamó en 1810: ¡Muera el mal gobierno! La primera opción de organización política contra los hechos de 1808 fueron las tertulias que se celebraban en la casa del Marqués de Rayas. José María no sólo asistía frecuentemente -según declaró un delator posterior-, sino que era partidario, al igual que Rayas, de iniciar una revuelta armada con la gente de sus haciendas.7 Pero Hidalgo se adelantó y aunque en el juicio sumario al que fue sometido tras su captura en Chihuahua declaró que: “...le habló Allende de que el Marqués de Rayas y un Fagoaga pensaban en cierto modo análogo al suyo”,8 lo cierto es que este selecto grupo disidente, que por otro lado no dejaba de mostrar de diversas formas su lealtad a la corona, se horrorizó con las noticias de la chusma que, rebasando al cura Hidalgo, se había atrevido a afectar los intereses de la aristocracia del Bajío. Aquel grupo tenía, como es evidente, una visión “decente”, “racional” y “controlada” de las transformaciones sociales. No obstante, como sus intereses particulares eran cada vez más antagónicos con los de la metrópoli y las circunstancias no perfilaban nuevas opciones, mientras Morelos tomó 7
Véase Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes en México, México, UNAM, 1992, p. 30. 8 Citado por Guadalupe Jiménez Codinach, La Gran Bretaña y la Independencia de México. 1808-1821, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, p. 280.
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la dirección militar de la insurgencia y daba señales de una incipiente organización política, este grupo hizo lo propio: se organizó en la sociedad secreta conocida como los Guadalupes, novedosa práctica de una cultura política importada de Europa por los ilustrados americanos. Los Guadalupes tenían como uno de sus objetivos complementar las acciones armadas de los insurgentes con miras a la emancipación. Fungían paralelamente como la opción política e intelectual de la insurgencia, siempre y cuando no se cometieran excesos contra la clase propietaria. A falta de alternativas y mientras aquéllos se encargaran del trabajo sucio en el campo militar, los Guadalupes se insertaron en los procesos electorales para enviar representantes a Cádiz. De todo ello daban cuenta a los insurgentes mediante correspondencia. La existencia de esta sociedad secreta no fue ignorada por las autoridades novohispanas, pero su dinámica clandestina no permitía la identificación inmediata de sus integrantes. No obstante, ello no era imposible. Bastaba la captura de uno de sus correos para obligarlo a decir nombres y planes. Pronto las autoridades se enteraron de que don José María Fagoaga, el súbdito leal y honorable que ellos conocían, era un Guadalupe. Más aún: escondida entre las cargas de harina del molino de Belén de su propiedad, salía la correspondencia dirigida a los insurgentes. Para colmo, Tacubaya era claramente identificada por las autoridades como uno de los pueblos que, junto con Coyoacán y San Agustín de las Cuevas, tenían “buena disposición” hacia las conspiraciones y la insurgencia.9 Sin elementos firmes o una denuncia formal para proceder a un juicio contra el Alcalde Honorario del Crimen –car9
Todas las referencias a los Guadalupes son un resumen de varios capítulos de la investigación de Guedea ya citada y específicamente en la p. 56, la apreciación sobre Tacubaya. La referencia al molino de Belén aparece en las pp. 328-329 de la misma investigación y en el Prontuario de los insurgentes, México, CESU,UNAM-Instituto Mora, 1995, con Introducción y notas de la misma autora, p. 8.
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go que sustentaba entonces José María Fagoaga–, el virrey Calleja ordenó en 1813 que se abriera una causa reservada en su contra por sospecha de infidencia y esperó. La oportunidad llegó cuando Morelos fue derrotado en Tlacotepec, donde los realistas hallaron correspondencia y documentos de los insurgentes. En ellos “se hablaba de Fagoaga como un partidario decidido de la rebelión, con motivo de contar a aquel cabecilla, el triunfo que habían conseguido los facciosos en la [elección] exclusiva de europeos por los cargos de Regidores Constitucionales y Diputados en Cortes, contando a Fagoaga como americano por sus ideas y sentimientos”.10 En febrero de 1815 José María fue arrestado por sospecha de infidencia y se procedió al embargo de todos sus bienes. Se le acusó de mantener correspondencia con Morelos y con don Carlos María de Bustamante, pero esas acusaciones no fueron dadas a conocer a su defensa. El caso fue tomado por Calleja como una lección para todos los disidentes. El juicio tuvo un marcado tinte político. Calleja no respetó los procedimientos legales aplicados en juicios similares, pero encontró resistencias. No obstante, remitió a la brevedad a Fagoaga a la península para un veredicto directo del rey con todos los antecedentes y las pruebas del caso. Entre otros muchos testimonios que la defensa de José María Fagoaga presentó como pruebas de descargo para comprobar la honorabilidad del acusado, se hallaba una certificación de aquellos años en que Fagoaga, fungiendo como Primer Diputado del Hospicio de Pobres de la ciudad de México, apoyó en la institución un proyecto para la elaboración y venta de pan de harina y maíz que llaman de San Carlos ... dio orden en su molino de Belén para que se le ministraran al fiado, los trigos que pidiera propios o ajenos, recibiendo en pago los abonos mensuales que se le ofrecieron. A mayor abun10
AGN, Ramo Correspondencia de Virreyes, 1ª Serie, t. 268 B, núm. 12. Carta Reservada de Calleja al Ministro Universal de Indias, f. 111.
138 damiento, hacía la molienda de maíz con la comodidad y prontitud que no se pudo conseguir en ningún otro y con lo cual, se logró que los pobres del Hospicio y niños de la Escuela Patriótica, comieran pan de buena calidad, en más cantidad que anteriormente y que el establecimiento lucrara algunas sumas para auxiliar sus gastos...11
¿Podía alguien dudar acaso de los buenos sentimientos y la lealtad de este hombre? Entretanto, la esposa del procesado entabló una aguerrida defensa del patrimonio familiar. Argumentó y comprobó que la hacienda de Lechería y anexas le pertenecían por herencia paterna. Además, su esposo había recibido como parte de su dote casi 475 mil pesos, mismos que no se completaban con el valor de las haciendas de la Ascensión y San Xavier –entendidas como propiedad de su marido–, y con el molino de Belén. Este último, además, había sido comprado durante el matrimonio y por lo tanto no era propiedad exclusiva de alguno de los cónyuges. Las autoridades accedieron a sus peticiones y las propiedades de la señora Fagoaga fueron excluidas del embargo, en tanto que a ella se le nombró depositaria real de las de su esposo. Con ello, doña Josefa María Fagoaga de Fagoaga puso a salvo, al menos parcialmente, dicho patrimonio.12 José María Fagoaga partió a la península a fines de 1815 o principios de 1816. Se permitió que su esposa e hijos lo acompañaran en una travesía que claramente significaba un destierro. Y en efecto, aunque desconocemos el veredicto del rey, Fagoaga no se instaló en España. Lejos de desistir de sus intenciones autonomistas, se reunió con sus cuñados el 2° Marqués del Apartado y Francisco de Fagoaga –a quienes encontró en el trayecto– y partieron al refugio seguro para 11
AGN, Ramo Criminal, vol. 545, exp. 1, 1815, cuaderno 5, “Documentos de prueba presentados por parte del Señor Don José María Fagoaga y otras diligencias relativas a aquella”. Ff. 69-69v. 12 Todo este proceso en Ibidem, cuaderno 8, “Expediente instruido sobre reclamo que hace la Señora Doña Josefa María Fagoaga acerca de que sus bienes no deben ser embargados”.
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todo disidente hispanoamericano de aquellos años: la ciudad de Londres. Previamente los hermanos Fagoaga habían establecido nexos con logias masónicas tanto en España como en Inglaterra, particularmente con la Orden de los Caballeros Racionales, varios de cuyos miembros veían en el gobierno británico una opción para colaborar en los procesos de independencia de América. Fue este grupo el responsable, en gran medida, del patrocinio de la malograda expedición libertaria de Francisco Javier Mina a la Nueva España. 13
Epílogo En 1818, durante la ausencia de José María Fagoaga, su apoderado general remató el molino de Belén a don Felipe Miranda y Avilés por 60 mil pesos y el reconocimiento de varias deudas que recaían sobre la propiedad. La transacción no prosperaba debido a la oposición del Juzgado de Capellanías como uno de los mayores deudores, pues objetaba que su capital no tenía ninguna seguridad. El apoderado argumentó que “sólo por las circunstancias de los trastornos que ha sufrido la casa de Fagoaga he podido enajenar una finca valiosa en más cantidad, bien situada, y que gobernada con cuidado, y con el capital necesario rinde unos productos de consideración”.14 Tras un debate con el Juzgado, el molino fue vendido. Fagoaga perdió la propiedad y con ello la posibilidad de realizar los negocios que en torno a su posesión había proyectado. Dejó atrás los tiempos de las harinas subversivas que bajaban en los carros por las pendientes de Tacubaya. Es probable que la litografía Molino de Belén. Lomas de Santa
13
Consúltese Jiménez Codinach, op. cit.,, pp. 380 y ss. También Ladd, op. cit., pp. 179-183. 14 AGN, Ramo Bienes Nacionales, vol. 435, exp. 14, 10 fojas. El entrecomillado en ff. 2-2v.
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Fe, (Tacubaya) que Casimiro Castro15 nos legó, sea de los últimos años del molino estrujando cereales. Habilitado como fábrica de papel, fue posteriormente demolido. 16 En cuanto a José María Fagoaga, en 1820 retornó a la Nueva España en otro contexto. Avalado por un nuevo marco jurídico “fue electo a la Diputación Provincial, y las multitudes jubilosas lo pasearon por hombros por todas las calles de la ciudad”.17 De disidente y perseguido político pasó a ser un mártir de la autonomía mexicana. No es de extrañar que su firma signe el acta de independencia en 1821. A partir de entonces y hasta su muerte en 1837 fue uno de los políticos más activos de los primeros e inestables años del México independiente. La interpretación liberal de la historia lo encasilló como un político conservador, pero esta categoría es muy discutible a juzgar por la trayectoria previa que aquí se ha revisado y otras historias que escapan a las posibilidades de este espacio.
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México y sus alrededores, México, Inversora Bursátil, S.A. de C.V., Sanborns Hermanos, S.A., Seguros de México, S. A., 1989. 16 Araceli García Parra y María Martha Bustamante Harfush, Tacubaya en la memoria, México, Gobierno de la Ciudad de México, 1999, pp. 30-31. 17 Ladd, op. cit., pp. 80-81.
Dos empresarios en Tacubaya, siglo XVIII: Pablo Buenavista y José Gómez Campos Celia Maldonado* Tacubaya tenía muchos motivos para ser uno de los lugares más visitados de la ciudad: su clima, sus aguas sabrosas y cristalinas, o el hecho de que se comía mejor que en San Angel y Mixcoac y se tomaba buen vino del Rhin y ron de Jamaica. Tenía una vista hermosa; por todas partes se apreciaban las señoriales casas con sus extensas huertas y jardines cubiertos de gran variedad de frutas, flores, quioscos y prados. Desafortunadamente todo esto ya desapareció. En la actualidad tenemos noticias sólo de algunas de esas mansiones que marcaron con un sello muy especial a Tacubaya, de acuerdo con las crónicas que dejaron escritores mexicanos y extranjeros que estuvieron ahí en el siglo XIX y que conocieron estos inmuebles y desde luego a sus dueños. Todos coinciden en sus relatos en que estas casas eran muy amplias y hermosas. El presente texto aborda precisamente parte de la historia de dos de ellas: una, la de la familia Mier y Pesado, que ya no existe; la otra, que aún se conserva, es
conocida como el Museo de la Casa de la Bola. Una de las casas que dieron gran fama a la villa de Tacubaya fue la que habitó por varias décadas la familia formada por Antonio Mier y Celis y su esposa Isabel Pesado de la Llave. La construyeron en 1883. Pronto se convirtió en una de las edificaciones más bellas y sobresalientes, porque marcaba la entrada a esta región. Era *
Dirección de Estudios Históricos, INAH.
142 muy amplia y lujosa y poseía ricos y muy hermosos muebles; al centro del enorme jardín se encontraba una capilla que aún existe y es una reproducción a escala del Panteón de Agripa, en Roma; la dueña, doña Isabel Pesado de Mier, no quiso que quedara el hueco circular de la cúpula, que también tiene el panteón aludido, sin proteger el recinto de la lluvia, y le mandó poner unos cristales que, si bien protegen el interior, afean la construcción. En el jardín hay aún varias hermosas esculturas: unos amorcitos entre ellas.1
Esta construcción fue derribada y en su lugar se levantó en 1934 el conjunto Ermita, obra del arquitecto Juan Segura, que tuvo también desde su origen una gran trascendencia porque constituyó un ejemplo del art deco, muy de moda en aquellos años. En esta gran superficie, donde estuvo primero la casa de la familia Mier y Pesado, y posteriormente el edificio Ermita, Pablo Buenavista, “indio cacique y principal instruido perfectamente en la lengua castellana, vecino de la Villa de Tacubaya, Jurisdicción de Coyoacán”,2 tenía en el siglo XVIII dos casas entresoladas y un molino de aceite, con varios pedazos de tierra y una huerta con olivos y magueyes. Pablo Buenavista se casó con Josefa Cuevas y tuvieron una hija de nombre María de Jesús. Buenavista era un hombre muy trabajador; vivía muy bien, pues obtenía excelentes ganancias de los productos de sus rentas, de la raspa de los magueyes y de la producción del molino de aceite. Pero debido a problemas familiares se entregó al vicio y poco después se enfermó, tanto que ya no pudo atender sus negocios. Cuando ya no tuvo dinero ni siquiera para comprar sus medicinas, pensó vender sus propiedades, pero murió repentinamente el 16 de mayo de 1787. Para proteger a su pequeña hija, Josefa puso en subasta sus dos casas y el molino. 1
2
Antonio Fernández del Castillo, Tacubaya. Historia, leyendas y personajes, México, Porrúa, 1991, p. 436. Archivo General de la Nación, Ramo Tierras (en adelante, AGN RT), vol. 2509, f. 1.
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Ambas casas estaban situadas frente a la hacienda de la Condesa y ocupaban un extenso terreno pues sus límites llegaban hasta la actual calle de José Martí. Llamaban mucho la atención, en particular la primera, conocida como la “Casa de los Chinos.” Era muy famosa e importante porque marcaba la entrada a la villa. Se encontraba en la esquina formada por las calles del Calvario a la izquierda, hoy avenida Revolución, y la calle Real a la derecha, ahora avenida Jalisco. El terreno era de enormes dimensiones: “Tiene de frente a la parte de oriente quarenta y quatro varas; por el norte cien varas; por la del poniente quarenta y siete; y por la del sur ochenta y tres; de suerte que toda su área forma una figura trapezia”.3 Comprendía once viviendas y varias accesorias, huerta, olivos, árboles frutales y magueyes. La segunda casa estaba más adelante de la primera, con una muy espaciosa huerta “con cuarenta y dos olivos, chicos y grandes, un molino de aceite y prensa de cuatro planchas. Una recámara, cocina, un patio con una pileta, caballeriza y dos cuartos muy amplios”.4 Para poder venderlas era necesario presentar el avalúo y además comprobar que no estaban hipotecadas. Para ello se solicitó el dictamen de Juan Francisco de Velasco, quien se encargaba de revisar los libros de censos en los que se registraban los inmuebles hipotecados. Al terminar el proceso, Velasco señaló que los bienes de Pablo Buenavista no parecen haberse registrado ni que haya impuesto censo de los poseedores que se expresaran: Sobre dos casas entresoladas con lo que les pertenece la una con huerta y olivos, molino y prensa, y la otra con huerta y magueyera, que son el camino Real y entrada a la Villa de Tacubaya, fabricadas sus paredes de adobe con cimientos y brocales de puertas de piedras, la una pasada la Hermita, y la otra más adelante, que el sitio de la primera se compone de quarenta y quatro varas de frente a la parte del oriente teniendo ciento por el 3 4
AGN RT, vol. 2509, f. 2. AGN RT, vol. 2509, f. 1.
144 rumbo del norte, quarenta y siete por el poniente, y ochenta y tres por el sur, el de la segunda tiene cinquenta y una y media varas de frente también al oriente y sesenta y quatro de fondo, haciendo un ángulo o recodo al norte de veinte y cinco varas por quarenta y una. Y las posee Don Pablo Buenavista, que le cupieron por bienes de su padre Don Juan de los Santos Buenavista, marido de Doña Matiana Rutia y a dicho Don Juan de los Santos donó la tierra Bernardino de Sena Rodríguez, indio avecindado en el barrio de Santiago de la nombrada Villa de Tacubaya, México cinco de Julio del mil setecientos ochenta y seis.5
El avalúo de la primera casa lo efectuó el agrimensor Antonio de Elorriaga. Su dictamen fue el siguiente: “La casa que se halla en el pueblo de Tacubaya en la calle Real que va para Chapultepec, nombrada de los Chinos, por el sitio de la casa que es de figura eptagónica irregular y contiene su superficie, la área de dos mil seiscientos ochenta y seis varas que por ser en la mejor calle le regulo el valor de mil ciento ochenta y tres pesos”.6 El de la segunda casa lo hizo José Joaquín de Torres, maestro de arquitectura y agrimensor de tierras, aguas y minas, quien dictaminó que “su costo era de dos mil ciento ochenta y cinco pesos”.7 Una vez presentados los avalúos y comprobado que los bienes se hallaban libres de hipoteca, se procedió a venderlos. Hubo varios postores, aunque finalmente ambas casas se remataron porque ya estaban muy deterioradas. La “Casa de los Chinos” la adquirió José Ignacio Música, vecino y administrador del Molino del Rey, el 20 de marzo de 1789 “en la cantidad de novecientos diez pesos al contado”.8 La casa y el molino de aceite, con huerta y magueyes, se vendió hasta el 2 de octubre de 1805. En esta época la hija de Pablo Buenavista, María de Jesús, ya se había casado con José Dámaso 5
AGN RT, vol. 2509, f. 2. AGN RT, vol. 2509, f. 1. 7 Idem. 8 AGN RT, vol. 2509, f. 7. 6
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González de la Rocha, español, vecino del barrio de San Sebastián de México.9 Ellos, a su vez, la remataron a Hipólito Ramírez en mil cien pesos. La segunda casa a la que nos referiremos ha tenido varios dueños. Uno de ellos fue el rico comerciante José Gómez Casero y Gallegos, natural de la ciudad de Málaga, en el Reino de Andalucía, “vecino y del comercio de esta corte fue hijo del legítimo matrimonio que celebraron Don Francisco Gómez Casero y Doña Inés Gómez Gallegos difuntos”.10 No se sabe en qué año esta familia vino a radicar a México, sólo se tienen noticias de que José Gómez Campos se casó con Josefa Cleere y Bansusteren y tuvieron cinco hijos: José María, Miguel, María Ana, Rafaela y Concepción. Era una de tantas familias acaudaladas de la capital que constantemente venían a descansar a sus propiedades en Tacubaya. En la ciudad de México ocupaban una de las dos casas que poseían en la segunda calle de la Monterilla, que en aquellos años se contaba entre las mejores zonas de la ciudad. El 7 de febrero de 1805 murió José Gómez Campos y a partir de ese momento la familia experimentó grandes cambios.11 Josefa Cleere quedó como albacea de sus hijos. Al paso del tiempo, la señora Cleere y su familia empezaron a padecer serias privaciones por falta de dinero. El producto de su hacienda de labor y ganado mayor Nuestra Señora de la Concepción, en la jurisdicción de Metepec, no les resultaba suficiente para subsistir y menos para cubrir las deudas que había contraído su esposo, que ascendían a 159,193 pesos.12 La señora Cleere solicitó a los deudores que le concedieran cinco años para pagarles. Gómez Campos, dueño de varias propiedades, había dejado un capital de 247,793 pesos. En la ciudad de México, las dos casas situadas en la segunda calle de la Monterilla, es9
AGN RT, vol. 2509, f. 97. AGN RT, vol. 2241, f. 4. 11 AGN RT, vol. 2241, f. 381. 12 AGN RT, vol. 2241, f. 383. 10
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quina con el convento de San Bernardo, hoy 5 de Febrero y 20 de Noviembre, tenían un valor de 17,763 pesos. En Metepec, además de la hacienda de Nuestra Señora de la Concepción o San Lorenzo Sinacantepec, con valor de 172 mil pesos, la familia poseía otra de metales, conocida como del Río de Oro, con valor de 15 mil pesos. En Tacubaya tenían dos casas, con mercedes de agua, huerta, olivos, árboles frutales y magueyeras y gran variedad de flores, situadas en la calle Real, hoy Parque Lira, esquina con la calle del Oidor Carvajal, actualmente avenida Observatorio. Ambas se cotizaban en 17,763 pesos.13 Una de ellas la habían adquirido por remate de los bienes de un rico comerciante, de nombre Francisco Gambarte,14 y la otra la habían comprado a Joaquín Dongo y su esposa Francisca Tagle Villegas.15 13
AGN RT, vol. 2241, f. 349. AGN RT, vol. 2242, f. 275. “... y a este por los del Maestre de Campo Don Antonio Osorio, quien la compró a Doña Bernardina Antonia Guzmán y Córdova, viuda de Don Francisco Blanco hija y heredera de Don Sebastián Guzmán y Córdova factor de esta Real casa, y antes se remató en Juan López Pareja por bienes del Excelentísimo señor Don Mateo de Zaga Bugueiro Arzobispo que fue de esta Diócesis que la hubo por declaración que a su favor hizo el Licenciado Don Juan Saga del Villar que la huvo por declaración del Doctor Don Jacinto Serna en quien se remató por bienes de Don Francisco Auco Armendáriz que la heredó de su padre Don Lope Diez, y éste del Señor Inquisidor Don Francisco Bazán y Albornos.” 15 Idem. “A quien se la dio en dote su madre Doña María Rosa de la Peña viuda que fue del capitán Don Pedro Tagle Villegas, que a dicha Doña María Rosa la donó el señor Maestre de Campo Don José de la Puente Marqués de Villa Puente de la Peña, quien parte compró al Convento de San Diego a quien la donó el señor Doctor Don Diego de Malpartida Centeno Dean que fue de esta Santa Iglesia y lo demás también compró al propio convento el dicho Señor Marqués quien se lo havía donado antes a dicho convento y para el mencionado Señor Don José de la Puente la declaró Don Antonio de Vega en quien se remató por Bienes del Capitán Don Lucas Núñez quien la hubo de su padre Francisco 14
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Como albacea testamentaria de su difunto esposo, la señora Cleere decidió vender las casas que poseían en Tacubaya. No fue nada fácil lograr este propósito. Para empezar a subastarlas era necesario hacer un avalúo, del cual se encargó José Joaquín García de Torres, arquitecto académico de mérito de la Real Academia de San Carlos de la Nueva España. Éste entregó su dictamen el 14 de septiembre de 1807. Se trataba de ...cinco casas contiguas unas a otras sitas en la Villa de Tacubaya en la calle que va para la iglesia y convento de San José de Dieguinos. Para más claridad y mejor inteligencia de todos, me ha parecido levantar el presente plano en el que están demostradas las situaciones de dichas cinco casas, numeradas, empezando por la primera a mano derecha yendo por la calle que va al convento de Religiosos Dieguinos. La segunda la grande, y de altos, que es a la que le pertenece el todo de la huerta. La tercera, quarta y quinta como se deja ver, que las cinco casas tenían un valor de 16,300 pesos y la huerta, olivos, árboles y magueyes tenían un costo de 1,463 pesos.16
En el correspondiente plano, García de Torres describe las casas, su ubicación y menciona el costo de cada una de ellas: El sitio en que se halla la casa que llama nueva y es el número 1, tiene de frente al Sur treinta y una varas y media entrando el ancón que hace la misma calle; de fondo tiene por la parte del Oriente treinta y ocho varas de Sur a Norte, con dos ángulos o ancones a la parte del Norte uno, y el otro a la del Poniente que es el segundo patio y caballeriza de la casa inmediata. Las piezas de que se compone esta primera son sahuán, tres corredores, caballeriza, patio, cinco piezas y una cocina y despensa: Su material es mestiza de mamposte-
Núñez en quien se remató por bienes del secretario Agustín Rangel heredero que fue de Doña Francisca de Soria su mujer quien la hubo de Doña Juana Gutiérrez de Soria mujer que fue del Secretario Don Pedro Escoto de Tobar que la hubo y heredó de Pedro Gutiérrez deTineo”. 16 AGN RT, vol. 2242, exp. 1.
148 ría, tepetates y adobes: Sus techos nuevos de vigas de escantillón: Los pisos y azoteas solados: puertas y ventanas de madera todo tratable y habitable, y vale con el sitio que le pertenece la cantidad de mil ochocientos pesos. La segunda casa grande y de altos tiene de frente al Sur quarenta y nueve varas, y de fondo de Sur a Norte treinta y ocho varas, con más el sitio del jardín y el de toda la huerta, que este se compone por la parte del Poniente y callejón de la cerca del dicho convento de ciento cinquenta y dos varas, por el Norte y respaldo tiene ciento sesenta y cuatro varas de Norte a Sur y por el costado y parte del Oriente ciento quarenta y siete varas: De suerte que toda la área del sitio así de la casa como de toda la huerta componen diez mil ochocientos ochenta y seis varas cuadradas. La dicha casa de altos es compuesta de las piezas siguientes: por lo bajo tres acesorias cada una con recámara, una cochera, sahuán, patio y en él tres corredores sobre diez y ocho columnas una pilastra, todo de cantería Plancha y Zapatas de madera, un quarto, un segundo patio, una caballeriza grande, y un quarto de pajar, dos quartos el uno con quatro piezas, una puerta que da entrada a un jardín, una fuente y merced de agua en corriente en la huerta dicha, en el patio una escalera de dos tramos que desembarca a un corredor cubierto con otro dicho. Una vivienda alta de sala con dos balcones de fierro, un quarto al oratorio con rejas de fierro, dos recámaras, asistencia con tres balcones, otras quatro piezas, cocina y azotehuela. La materia de su fábrica es mestiza de mampostería, tepetates y adobes; sus techos de vigas y antepechos, los pisos y azoteas enladrillados, las puertas y ventanas con sus cerraduras en corriente, vale todo junto la cantidad de diez mil quinientos pesos. Así mismo medido el sitio de la tercera casa nombrada la Pulquería tiene de frente al Sur veinte y quatro varas con el corral que tiene a su lado y de fondo treinta y seis varas de Sur a Norte, y se compone de una puerta que da entrada a un patio donde están quatro corredorcitos, un quarto y una recámara, al lado un corral el cual tiene un ángulo entrante de seis por catorce varas. Vale esta tercera casa entresolada con
149 el sitio mencionado según su presente estado la cantidad de setecientos pesos. La quarta casa, también entresolada tiene de frente al Sur quince varas y de fondo treinta y seis, y se compone de sahuán, patio, un quarto, una caballeriza, un portalito, y una vivienda de quatro piezas, y una cocinita. Su materia como dicho es mestiza y vale su sitio y fábrica la cantidad de mil pesos. La quinta y ultima casa que es la esquina del callejón del convento, su sitio tiene de frente a la misma parte del Sur treinta y seis varas y dos tercias; de fondo tiene hasta la pared divisoria que en el día tiene diez y siete varas y media. La dicha casa se compone de tres accesorias; las dos de sala, Recámara, Cocina, y corral; y la otra de Sala, dos Recámaras, cocina y corral; su materia es mestiza como dicho es, y con su sitio y el agregado vale todo junto la cantidad de dos mil trescientos pesos. Y juntas estas cinco partidas suman y montan la cantidad de diez y seis mil trescientos pesos justo valor de toda la nominada finca de las cinco casas con sus sitios, a excepción del que debe tener la arbolera de la huerta.17
Hecho el avalúo, los inmuebles se pusieron en subasta. Se presentaron varios postores, pero finalmente, en marzo de 1808, el contador del Real Tribunal de Cuentas, José María Terán, propuso “que daría por la casa grande número uno y dos con la tercera parte del agua 3,000 pesos en reales al contado, porque estaba muy deteriorada, que de un día a otro desmerecen”.18 También se remataron en 5,400 pesos, al Conde de la Cortina y a Pedro Marcos Gutiérrez, las casas 3, 4 y 5 “y la huerta y dos terceras partes de la merced de agua y sitio de la huerta, cerca de la cañería, tanque, olivos, magueyes, árboles, planta y dos partes de todas las aguas. La otra tercera parte de dichas aguas a favor del jardín y casa grande”.19 Después de éstos, la casa de la Bola tuvo otros propietarios. El último fue Antonio Haghenbeck y de la Lama, que 17
AGN RT, vol. 2241, exp. 1. AGN RT, vol. 2241, f. 356. 19 AGN RT, vol. 2241, f. 359. 18
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falleci贸 el 3 de septiembre de 1991. A partir de este momento se integr贸 la Fundaci贸n Cultural Antonio Haghenbeck y de la Lama, que decidi贸 convertir esta legendaria casa en Museo de la Casa de la Bola.
La Maruca, una vecina rebelde de Tacubaya en el siglo XVIII Martha Eugenia Delfín Guillaumin En octubre de 1769, un acontecimiento vino a alterar el orden de Tacubaya. Los pobladores, gente “del común y naturales de la villa”, solicitaron a la Real Audiencia a través del procurador de indios, don Joaquín Antonio Guerrero y Tagle, que se efectuaran autos y diligencias en contra de Gertrudis Efigenia, alias la Maruca, acusándola de “ser muy escandalosa, provocativa y desvergonzada”. Sin embargo, y a pesar de que las declaraciones tomadas a los testigos siempre la muestran en sus aspectos más negativos, el objetivo principal de esta ponencia es intentar analizar su comportamiento rebelde desde otra perspectiva para suponer que, más que poseer un carácter provocativo y desvergonzado, la Maruca manifestaba su inconformidad ante el modo de vida impuesto, aunque fuese con una conducta que a muchos escandalizaba.1 El caso de la Maruca puede considerarse especial porque se trata de una mujer indígena del común que se rebela ante cualquier persona sin importar su rango. Antes del suyo, ya otros escándalos habían conmovido a los habitantes de la villa durante el siglo XVIII. Por ejemplo, en 1727 la querella judicial entre los frailes predicadores de la parroquia de La Candelaria de Tacubaya y unos particulares con motivo de un asunto testamentario causó gran consternación entre la población. Luego, en 1740, una 1
Archivo General de la Nación, Ramo Criminal, vol. 132, exp. 13. En adelante, por tratarse del mismo documento, sólo se indicarán las fojas citadas.
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india también apodada Maruca había sido pillada in fraganti con su amante Manuel de Lira, ministro de vara de la villa; el incidente provocó gran revuelo por lo bochornoso de la captura, organizada por los frailes dominicos y secundada por algunos vecinos indios y españoles, quienes los condujeron a empellones desde la casa de la amante hasta el convento; a él lo encerraron en el cuarto donde se guardaba “la cal para la obra de la iglesia” y a ella la retuvieron en una celda vacía. Un acontecimiento muy importante que ocurrió a mediados de 1763 fue la secularización de la parroquia de la villa de Tacubaya, de tal forma que los frailes predicadores tuvieron que dejar de administrarla. Por último, otro caso judicial tuvo lugar a principios de 1764 cuando los indios principales y el común de la villa solicitaron al virrey, a través de su nuevo párroco seglar, el licenciado José Ignacio Ruiz de la Vega, que el teniente de corregidor Miguel Guijarro fuese destituido de su cargo por abuso de autoridad y otras actitudes irrespetuosas hacia los moradores de Tacubaya; entre las múltiples quejas presentadas por los testigos, destaca aquella que lo acusaba de haber “puesto juego en su casa de albures en que concurrían españoles e indios y otras calidades, aun menores de edad, y los hacía jugar con barajas de España”.2 De entre estos acontecimientos peculiares, he elegido el caso de Gertrudis Efigenia alias la Maruca pues me parece que, por la construcción que hacen de ella sus acusadores, es la antítesis de todo aquello que se supondría debía ser una mujer india del común.3 El 14 de octubre de 1769, Joaquín Antonio Guerrero y Tagle, procurador de indios, fue el encargado de presentar la denuncia al 2
Martha Delfín Guillaumin, “El convento dominico de Nuestra Señora de la Purificación. La labor dominicana en Tacubaya durante la época colonial”, tesis de maestría en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 1998, pp. 139-140. 3 El expediente no menciona las características físicas ni la edad de la Maruca. Sin embargo, si se consideran los datos proporcionados por los testigos durante su proceso, es válido suponer que se trataba de una mujer cercana a los cuarenta años de edad.
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virrey, el marqués de Croix, en representación de Vicente Ferrer Velásquez (gobernador del cabildo indígena), Juan Miguel de Herrera (alcalde), Ramón Velásquez (alcalde), Dionisio Francisco Velásquez (escribano) y “demás oficiales de Republica, común y naturales de la villa de Tacubaya, jurisdicción de la de Coyoacán”.4 En su escrito el procurador manifestaba lo siguiente: Digo: que en dicha villa reside una india alobada nombrada Gertrudis Efigenia alias la Maruca, de tan perverso natural y desenfrenados procederes que de muchos años a esta parte tiene displicentados a casi todos los vecinos del lugar por ser frecuentes los lances y discordias que origina su intrépido y altivo genio, en tal grado que ni tiene respeto a su cura (a quien ha ocasionado varios disgustos), ni a la justicia, ni a los vecinos de su posición y mucho menos a los gobernadores, alcaldes y demás ministros de aquella República, quienes o muchas veces no le cobran el tributo y demás pensiones a que está sujeta como originaria de allí y que está disfrutando un pedazo de tierra de los del repartimiento de aquella comunidad, o si le reconvienen sobre la paga, experimentan siempre gravísimos ultrajes y vilipendios de palabras y aun amenazas, dejándose llevar tanto de su maldito genio y mordacidad que no hay en su boca honra segura sin reservar personas de calidad y carácter.5
En esta misma relatoría el procurador señalaba que la Maruca había sostenido un pleito judicial con un vecino de la villa llamado Blas de la Candelaria con motivo de “cierto pedazo de tierra”. Como la sentencia del corregidor (probablemente el de Coyoacán) y la Real Audiencia falló a favor de Blas de la Candelaria, ella se enfrentó con los indios principales de la villa “desvergonzándose audazmente no sólo con el gobernador y alcaldes sino también con varios de los ministros que intervinieron en la práctica de dichas diligencias”.6 Luego de ello comenzó a divulgar entre la población que Blas de la Candelaria había sacado “porción de plata que unos ladrones tenían enterrada en el solar de la 4
F. 310v. Ff. 310v y 310r. 6 F. 310r. 5
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disputa” y que iba a denunciarlo ante el juez de la Acordada. Además, manifestaba el procurador, la Maruca trataba a este individuo y a su familia “con tales ultrajes y vilipendios” entre los que se incluían las amenazas de muerte. También la acusaba de haber ido a buscar a Blas a su casa cierta noche acompañada por su marido “a quien predomina” y por un hermano, y como aquél no le abrió la puerta, ella comenzó a golpearla con una piedra. Según el procurador, el suceso más grave ocurrió cuando “estando éste solo [Candelaria] en una milpilla que tiene dentro de la misma villa, lo asaltaron repentinamente la dicha Gertrudis por un lado y su marido por otro, maltratándolo con tales improperios y palabras tan injuriosas, que ellas por sí solas estaban manifestando el mal ánimo de uno y otro; y tal vez lo hubieran muerto o al menos herido si casualmente no hubiera aparecido allí su mujer”.7 Según Guerrero y Tagle, las personas a las que representaba temían que, considerando “la procacidad y malevolencia de esta mujer”, atacara físicamente o llegara a matar a Blas o a alguno de su familia, “o que cometa otro semejante absurdo”. No obstante todas estas imputaciones, aclaraba el procurador, ni el gobernador ni los alcaldes mandaron aplicar a Gertrudis Efigenia ningún castigo “que sirviese de corrección a su orgullo y al mismo tiempo precaviese las fatales resultas”. No se animaron a hacerlo “por el horror que le tienen a su audaz e intrépido genio y ya porque su malicia no les levante alguna quimera que les 8 incomode en su quietud y bienestar y aun en sus personas”. Indicaba asimismo que sus representados no habían acudido con anterioridad a quejarse con el corregidor de Coyoacán porque el teniente de la villa, Pedro Cortegana, protegió a la Maruca cuando ésta tenía la querella por el solar con Blas de la Candelaria. Por otra parte, a Blas de la Candelaria se le describe como una persona tranquila, “a más de ser de genio pacato, y toda su familia bien criada y de arregladas costumbres”. Era, según el procurador, un hombre honrado, gentil en su trato con todas las 7 8
F. 311v. F. 311r.
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personas, muy puntual en el cumplimiento de sus obligaciones (contribuciones a la Iglesia y a la comunidad). Había desempeñado cargos públicos en esa República de Indios y además había sido, por muchos años y hasta ese momento, mayordomo de la Cofradía del Tránsito o Asunción de Nuestra Señora. Inclusive, se había distinguido por contribuir con más de doscientos pesos en la construcción del puente de cal y canto “que está enfrente de la Iglesia Parroquial de aquella villa, por lo que mereció que yendo a ella de paseo el excelentísimo señor marqués de Cruillas, le diese por sí mismo (informado de su generoso celo) las gracias por la construcción de dicho puente”.9 En su denuncia el procurador indicaba que, debido a las incontables “indisposiciones y disturbios” que la Maruca ocasionaba continuamente entre los vecinos por su “genio díscolo”, ninguno de ellos tomaba pedazo alguno de tierra inmediato al suyo “por no tenerla de vecina y colindante”. Con esto la comunidad perdía “el usufructo que le podía rendir anualmente”. También apuntaba que la Maruca tenía “tal astucia para mentir y aparatar verdades” que, luego de la disputa judicial por el terreno con Blas de la Candelaria y a pesar de haber sido prevenida de observar “perpetuo silencio”, siguió quejándose del fallo. Llegó a entrar en la sala de audiencia “dando descompasados gritos” y logró que algunas personas de representación “la apadrinasen, como lo hicieron varias ocasiones, movidos a compasión”.10 Cierto individuo llamado Antonio Leonardo, caracterizado por su carácter violento, le había “apadrinado sus cavilosidades y enredos”: con el afán de “ostentar la vanidad de que entiende de papeles y negocios forenses”, se ponía a “formarle escritos en distintos asuntos”. Se acusaba a Antonio Leonardo de haber atacado al gobernador don Vicente Ferrer Velásquez, delito por el cual había sido procesado por el corregidor, “y asimismo tuvo la inaudita osadía de intentar también matar a su padre a quien de hecho arrastró del cuello, lo que fue público en aquella villa”.11 9
F. 312v. Idem. 11 F. 312r. 10
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El procurador Guerrero y Tagle concluía su escrito solicitando al virrey que mandara a un juez receptor de la Real Audiencia a la villa de Tacubaya para que realizara la averiguación sumaria. Todo esto con el propósito de que la gente de Tacubaya tuviera quietud y se excusaran “las fatales resultas que prepara el revoltoso e intrépido genio de dicha Gertrudis” y, además, para evitar sus provocaciones a Blas de la Candelaria y a su familia. Aclaraba que de resultar ciertas las acusaciones que se le hacían a la Maruca, ésta debía ser aprehendida para tomarle su declaración preparatoria y luego conducirla “presa y a buen recaudo” a la Real Cárcel de Corte a fin de que el propio virrey le impusiera la pena correspondiente, “principalmente la de perpetuo destierro de aquella villa a competente distancia”.12 Por lo que respecta a Antonio Leonardo, el procurador le pedía al virrey que lo mandase prevenir de que no se entrometiera “a fomentar litigios ni discordias, absteniéndose de formar escritos y patrocinar cavilosidades” porque de lo contrario se le castigaría enviándolo a un obraje o con alguna otra sanción que fuera del agrado del virrey. El 18 de octubre, el señor Toribio Gómez de Tagle, secretario de su majestad, receptor de la Real Audiencia y juez comisario de estas diligencias, se hizo cargo de la averiguación sumaria convocando a los “vecinos más idóneos y de total imparcialidad” para tomarles su declaración. En total se presentaron seis testigos: cuatro españoles, un castizo y un mestizo. El primer testigo, Joseph de la Vega, español de 79 años, quien había sido el encargado del abasto de carne y dueño de una panadería en la villa, manifestó que conocía a la Maruca “desde su tierna edad” y que le constaba “de vista, ciencia y experiencia que dicha Gertrudis es de perverso natural, revoltosa y desvergonzada en tal manera que ni a la justicia ni a los gobernadores, alcaldes ni españoles respeta ni tampoco a su cura”,13 negándose a pagar “las pensiones que le corresponden y que aun para pagar el tributo primero harta a desvergüenzas a los gobernadores y alcaldes”. Asimismo, señaló 12 13
Ff. 312r y 313v. F. 314r.
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que la Maruca le tenía ojeriza a Blas de la Candelaria por el asunto del pleito judicial sobre la posesión del terreno y que lo injuriaba a él y a su familia “por ser naturalmente pleitista y escandalosa haciéndose la primera cabecilla de bando con otros en cuantos motines se mueven”. La mayoría de los vecinos, tanto españoles como indios, la miraban “con fastidio por su mal genio y procederes”. Su marido, por otra parte, era “de genio cuitado que no la puede sujetar, y antes ella lo manda y gobierna”. También declaró sobre el asunto de las personas que evitaban ser sus vecinos y aseguró que tenía nexos con Antonio Leonardo, quien “la apadrina y le hace los escritos”; que éste había atacado al gobernador de la villa y a su padre con un cuchillo, y a otro indio principal llamado don Pedro Tlacateco, fiscal de la Iglesia, a quien “golpeó en las mismas gradas”. Por último, declaró que la gente de la villa temía que la Maruca cometiera “algún absurdo contra Blas”, un magnífico vecino, “muy quieto y sosegado y útil a la República y bien de ella y de la Iglesia”.14 El segundo testigo, Joaquín Gamboa, castizo de 44 años, maestro de escuela, también dijo que la conocía “desde su tierna edad”. La consideraba “muy sediciosa y revoltosa y que siempre ha vivido sin temor a la justicia ni a los curas”, pleitista y cabeza de bando “cada vez que se ofrece”. A su marido lo calificaba de ser “de natural afeminado [que] no la puede sujetar, antes bien ella lo manda y gobierna a él”.15 El tercer testigo, Miguel Carrillo, español de 45 años, dueño de una tienda de cigarrería, manifestó que “conoce y comunica” a la culpable desde hacía más de veinte años, por lo que tenía “experimentado en ella que es de perverso natural, muy desvergonzada y revoltosa”. La consideraba “sumamente pleitista y escandalosa alborotadora haciéndose en cuanto se ofrece cabeza de bando... y también es muy cierto que el marido es de genio acui-
14 15
F. 315v. F. 315r.
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tado que no la puede sujetar, antes ella lo manda y gobierna a él”. Por lo demás, confirmó los ataques a Blas de la Candelaria.16 Juan Antonio de Vargas, el cuarto vecino que testificó, era un español de 56 años, oficial de pluma. Declaró que la conocía y la había tratado desde pequeña, por lo que le constaba que era “de genio muy revoltoso, atrevida y desvergonzada... y es tan pleitista que en cuantas coyunturas haya de inquietudes es la primera y se hace cabeza de bando abanderizándose con otros de su calibre”. También mencionó que la Maruca gobernaba a su marido.17 El quinto en testificar fue Juan Palomo, español de 30 años de edad, quien tenía tres años de conocer a la acusada porque habitaba “inmediato a donde ella vive”. Tenía un “genio inquieto y revoltoso... y que por cualquier cosa que se ofrezca prorrumpe en maldiciones contra todos que se estremecen las carnes de oírlas, echando contra todos con palabras deshonrosas y denigrativas” y que su marido “es de genio tan afeminado que se deja gobernar de ella”.18 El sexto y último testigo fue Cristóbal de Soberanis, mestizo de 72 años, sastre. Dijo que tenía más de treinta años de conocerla y que como había sido su vecina “adquirió pleno conocimiento de su genio y sabe que es bien inquieta y revoltosa, y osada”, y se niega a pagar obvenciones y tributos sin respetar al cura, a la justicia ni a los españoles. También mencionó el pleito de la Maruca contra Blas de la Candelaria, al que trataba “con mil improperios poniéndole mil nombres injuriosos”. Afirmó que ella era “de tal naturaleza que en su boca no hay honra segura ni de casada ni de doncella” y que en cuantos disturbios se ofrecían era la “primera que los acalora haciéndose cabeza de bando sin que la pueda sujetar ni su propio marido por ser un cuitado a quien gobierna ella estando con esto muy mal vista de todos en este lugar huyendo de sus concurrencias”.19 16
Ff. 316v y 316r. F. 317v. 18 F. 318v. 19 Ff. 318v y 318r. 17
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El 19 de octubre el juez receptor, Toribio Gómez de Tagle, escribió al virrey para informarle que después de haber tomado su declaración a los testigos se había podido confirmar que efectivamente la Maruca era responsable de los delitos que se le imputaban y por tanto procedía su aprehensión. De esta forma solicitó al teniente de corregidor de la villa que le enviase dos ministros de vara para que lo auxiliaran en estas diligencias. Sin embargo, en ese momento se presentaron el gobernador y el propio Blas de la Candelaria para informarle que Gertrudis Efigenia estaba embarazada, “aunque no de meses mayores”, y le pidieron que suspendiese la aprehensión y diese cuenta al virrey “para que en semejante caso se sirviese resolver lo que fuese de su superior agrado respecto a que temían que al llevar a México a dicha Efigenia se golpease el vientre maliciosamente para abortar y que les resultase a ellos perjuicio, como ya en otra ocasión sucedió el caso de que llevando a dicha ciudad preso a su marido por cierta dependencia [deuda] lo fue siguiendo ella y en el camino ejecutó el exceso de abollarse el vientre y abortar, lo que le costó al dueño de la dependencia muchas pesadumbres y gastos mayores que la suerte principal del dévito”. Luego, la Maruca había culpado a los ministros que participaron en la aprehensión de su marido de haber malogrado su embarazo. En vista de esta situación, el juez receptor decidió suspender la captura e informar inmediatamente al virrey todo lo acontecido hasta ese momento.20 El 4 de diciembre de 1769, el señor Joaquín Antonio Guerrero y Tagle, procurador de indios, solicitó al virrey que ordenara la captura de la Maruca “con la mayor cautela y de modo que no llegue a conocerlo” para poder conducirla a la ciudad de México y allí encerrarla en la Real Cárcel de Corte y ya “hecho se proceda a lo demás que se manda en el citado superior decreto”. Por último, “respecto a resultar gravemente culpada Gertrudis Efigenia alias la Maruca”, el día 16 20
F. s/n.
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de diciembre se derivó el caso “al señor fiscal para que en su vista pida lo que estime conveniente”.21 Este expediente no nos aclara si efectivamente fue llevada con disimulos a la cárcel, si se le llegó a tomar su declaración preparatoria y si pudo defenderse de aquellos delitos que se le imputaban. Suponemos que el fiscal se encargaría de aplicarle la pena solicitada por el procurador de indios, es decir, el “perpetuo destierro de aquella villa a competente distancia”. La Maruca no tenía muchas posibilidades de salir bien librada de esta situación. Mucha gente la señalaba y los delitos de los que se le inculpaba eran considerados sumamente graves. Para la sociedad novohispana, la mujer debía actuar con prudencia y moderación sin caer en excesos ni escándalos. El modelo ideal de comportamiento femenino “que debería servir de pauta para las niñas, doncellas y mujeres adultas de cualquier condición, era en apariencia muy simple e igualitario: hijas obedientes, doncellas honestas, esposas sumisas y viudas respetables, [quienes] permanecerían en su hogar, sin más paseos y distracciones que la asistencia a las funciones litúrgicas”.22 La Maruca, según los testimonios ofrecidos, participaba constantemente en cuanto disturbio popular se presentara en la villa figurando siempre como “cabeza de bando”. También se pretendía que la mujer sirviera a su marido. Sin embargo, el esposo de la Maruca era considerado “de natural afeminado”, “de genio cuitado que no la puede sujetar”, por el contrario, “ella lo manda y gobierna a él”. A fines del siglo XVII, el jesuita Juan Martínez de la Parra predicaba en la iglesia de La Profesa: “Yo supongo que no habrá marido apocado, tan inútil, tan afeminado, que se deje mandar y gobernar de su mujer. Las leyes divinas y humanas le dan al marido todo el dominio”.23 El marido de la Maruca probablemente no había escuchado hablar ni 21
F. 13r. Pilar Gonzalbo Aizpuru, “Con amor y reverencia: Mujeres y familias en el México colonial”, separata de Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, Colonia, Böhlau Verlag, 1998, p. 9. 23 Citado por Pilar Gonzalbo Aizpuru, ibid., p. 6. 22
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del derecho canónico ni de las leyes de Castilla. Es de sospecharse que era tan apocado que ni siquiera lo mencionan por su nombre en las declaraciones. Se supone que lo normal sería, en todo caso, que el hombre fuera el violento y, en esas condiciones: “¿Qué podía hacer la mujer? ¿A quién podía apelar? ¿Qué apoyo encontraba en aquella sociedad, en sus instituciones directivas, incluida la propia Iglesia?” se pregunta Manuel Fernández Álvarez.24 La Maruca era reconocida por su genio fuerte y sus arranques violentos de ira. Sobre este tipo de caracteres ya había dado su opinión fray Luis de León: “No sé yo si hay cosa más monstruosa y que más disuene de lo que es ser una mujer áspera y brava”.25 La violencia de la Maruca, manifestada en sus acciones contra Blas de la Candelaria y en su disposición para abanderar los motines, no es, a final de cuentas, un hecho aislado en el contexto novohispano. Steve Stern relata varios casos de rebeldía femenina en la región del actual estado de Morelos a fines del periodo colonial, en los cuales las mujeres llegaron a golpear o a “arrastrar” a sus cónyuges en medio de una discusión doméstica. Por otro lado, en lo que respecta a los supuestos tratos de la Maruca con Antonio Leonardo, quien “la apadrinaba” y le hacía escritos “fomentándole sus cavilosidades”, el propio Stern refiere que: “A pesar de la calidad masculinizada de la ciudadanía subalterna, las mujeres se abrían paso hacia el espacio político público, a menudo contando con la complicidad de los hombres, y se forjaban importantes funciones e influencias en la cultura política popular... la prominencia de las mujeres, como alborotadoras en la multitud y como vehementes líderes de la confrontación, aparece una y otra vez en los registros de los tumultos comunitarios”.26 Otro hecho violento atribuido a la Maruca fue haberse abollado el vientre con sus propios puños para provocar con 24
Manuel Fernández Álvarez, Juana la Loca, la cautiva de Tordesillas, Madrid, Espasa Calpe, 2000, p. 66. 25 Fray Luis de León, La perfecta casada, Madrid, Aguilar, 1970, p. 155. 26 Steve J. Stern, La historia secreta del género. Mujeres, hombres y poder en México en las postrimerías del periodo colonial, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 287 y 289.
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ello la interrupción de su embarazo. ¿Pudo haber llegado a esos excesos en un arranque de impotencia y desesperación? No trato de disculparla ni de construir una imagen alterna de esta mujer que fue acusada y sentenciada por los hombres de su comunidad y del gobierno novohispano. Tan solo me atrevo a cuestionar si efectivamente era tan escandalosa, provocativa y desvergonzada, una fémina a la que “la mayor parte de este vecindario así de españoles como de indios la miran con fastidio por su mal genio y procederes”.27 La Maruca no pudo ser juzgada de otra manera. Ella tendría que haber pagado las obvenciones, respetando así a su cura y a la Iglesia; debería haber pagado el tributo sin proferir imprecaciones a los recaudadores, cumpliendo con su deber hacia el rey como fiel vasalla; debería haber sido sumisa frente a su esposo y gentil con sus enemigos, estar metida en su casa cumpliendo con las tareas propias de su sexo y condición, y no haberse involucrado en ningún disturbio popular. “La ociosidad de las mujeres las hace además entrometidas, pues el abandono de sus quehaceres las incita a pensar en lo que no les va ni les viene... todo lo critican y en todo se mezclan”.28 Es decir, debió haber sido una mujer dócil y prudente, pero no lo fue. No hay duda de que era de carácter fuerte y aguerrido, pero resultaría demasiado simplista encasillarla como una mera revoltosa. Se trata sin duda de una persona que por género, etnia y estrato social le estaba más que prohibido rebelarse en contra del orden establecido.
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F. 5r. Feliciano Montenegro y Colón, Lecciones de buena crianza moral, Caracas, 1841, citado por Elías Pino Iturrieta, “No atravesar las calles. Un caso de honor y recogimiento en el siglo XIX venezolano”, en P. Gonzalbo Aizpuru (ed.), Género, familia y mentalidades en América Latina, Puerto Rico, Universidad de Puerto Rico, 1997, p. 78. 28
Tacubaya, refugio de la reacción
Guadalupe Lozada Algún día, allá por 1883, don Manuel Rivera y Cambas señalaba con detalle: “El clima de Tacubaya es reconocido generalmente como eficaz para curar muchas enfermedades y provocar la convalecencia de otras; el terreno seco, la muy buena ventilación, las aguas delgadas y sabrosas, el aire purificado por la multitud de árboles extraordinariamente crecidos como el que llaman ‘bendito’, son circunstancias que contribuyen a que se goce en aquella población de salud”.1 Sin embargo, algo más debió haber tenido Tacubaya puesto que a la sombra de sus árboles y al influjo de sus aguas se gestó la más variada gama de planes y gobiernos reaccionarios que, durante el siglo XIX y principios del XX, provocaron la ruina y la inestabilidad en aquel México de nuestros abuelos. No hubo un solo proyecto progresista, visto con la óptica del siglo XX mexicano, que emergiera de los cristalinos manantiales tacubayenses. Nunca algo, siquiera, que atentara medianamente contra lo establecido desde la colonia; nada que rompiera el esquema de la más rancia sociedad y nada, incluso, que favoreciera el llamado “progreso” ideológico. A pesar de haber acogido en su seno a hombres de ideas liberales, este hecho no significó gran cosa para los acaudalados citadinos que venían hasta estas tierras de hermosos paisajes. 1
Manuel Rivera y Cambas, México pintoresco, artístico y monumental, edición facsimilar de la de 1883, México, Editorial Valle de México, s.p.i., tomo II, p. 374.
164 Los escritos salidos de las plumas de Prieto, Zarco, Altamirano, Riva Palacio, Mateos, o Salado Álvarez, hacen un recuento de los daños; y aunque narren con asco, asombro u horror pasajes históricos que conmocionaron sus conciencias, no lograron cimbrar los cimientos de Tacubaya en aquellos momentos de convulsión política. De aquí, por ejemplo, salió Iturbide lleno de ilusiones para establecer su imperio; vivió dedicado, como diría Guillermo Prieto, al acicalamiento de su persona y a escuchar al séquito de los aduladores que permanentemente lo seguía y de aquí, también, salió rumbo al destierro.2 Hasta acá había llegado don Juan O’Donojú, último virrey nombrado de la vieja Nueva España y salió para México un día antes que Iturbide a fin de inaugurar, en su calidad de jefe político, el nuevo gobierno de la otrora colonia recién emancipada. A él, como al país, tampoco le sentaron bien los aires de Tacubaya pues a los pocos días de aquella entrada triunfal del Ejército Trigarante pescó una pleuresía fulminante que lo llevó a la tumba sin haber gozado, ni por un momento, de las mieles del triunfo merced a haber tomado la decisión de aceptar la independencia del territorio que le hubiera correspondido gobernar. Hacia estas tierras dirigieron sus pasos, en 1826, los comisionados del Congreso de Panamá pretendiendo encontrar 2
Véase Carlos María de Bustamante, Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana, México, Talleres linotipográficos “Soria”, 1926, p. 310; Vicente Riva Palacio et al., México a través de los siglos, edición fascsimilar, México, Cumbre, s.p.i., t. VI, pp. 358360; Guillermo Prieto, Lecciones de Historia Patria, México, Oficina tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1891, p. 337; Luis Gonzaga Cuevas, Porvenir de México o juicio sobre su estado político en 1821 y 1851, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1851; Lucas Alamán, Historia de México, México, Publicaciones Herrerías, s.p.i., t. V, pp. 164-165; Lorenzo de Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México de 1808 hasta 1830, México, Imprenta a cargo de Manuel N. de la Vega, 1845, pp.172-173; José Gutiérrez Casillas (comp.), Papeles de don Agustín de Iturbide hallados recientemente, México, Tradición, 1977, pp. 167-179.
165 vientos más propicios que los condujeran a la formación del bloque iberoamericano que tanto anhelara Bolívar. Pero Tacubaya no era para eso, sino para descansar. De ahí que se pasaran un año esperando tranquilamente que las sesiones se reanudaran después de la ratificación, que debería hacer el Congreso mexicano, de los tratados firmados en el Istmo Centroamericano. Los diputados mexicanos jamás firmaron nada y los comisionados tuvieron que abandonar Tacubaya, sin haber alcanzado ninguno de los objetivos previstos pero con el alma henchida por la belleza del paisaje al que ya se habían acostumbrado a admirar.3 Poco tiempo pasó para que desde ese mismo lugar saliera de la pluma de don José María Gutiérrez de Estrada, en agosto de 1840, una carta dirigida a don Anastasio Bustamante, presidente de México por segunda y última ocasión, proponiéndole el establecimiento de una “convención nacional” que tomando lo bueno de centralismo y federalismo, diese al país una “organización acomodada a sus peculiares circunstancias”, como método más eficaz a fin de terminar con los males políticos que lo habían aquejado desde su independencia. Funesto presagio éste con el que Gutiérrez de Estrada comenzaba a fraguar el plan que culminaría con el establecimiento de la monarquía en México, merced a las gestiones que llevó a cabo ante Napoleón III para apoyar financieramente el espurio imperio de Maximiliano.4 3
Véase Enrique González Pedrero, El país de un solo hombre: el México de Santa Anna, vol. 1 “La ronda de los contrarios”, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 424-426; Lorenzo de Zavala, op. cit., pp. 266 y 288; Vicente Riva Palacio, op. cit., t. VII, pp. 143 y 153. 4 José María Gutiérrez de Estrada, “Carta dirigida al Exmo. Sr. Presidente de la República sobre la necesidad de buscar en una convención el posible remedio de los males que aquejan a la República y opiniones del autor acerca del mismo asunto”, México, Impresa por I. Cumplido, 1840. En: Gastón García Cantú, El pensamiento de la reacción mexicana, México, UNAM (Antología, Lecturas Universitarias 33, t. I), 1994, pp. 209-217.
166 Así, los jardines de Tacubaya seguían dando cabida a la reacción que con tan flamantes ideas pretendía poner fin a todos aquellos males que habían llevado al país a la anarquía política y, consecuentemente, económica; lo que, en última instancia, era su mayor preocupación. Pero todavía faltaba la llegada del habitante por antonomasia, de aquel a quienes sus contemporáneos admiraban un día y vituperaban al otro. Aquel que se acogiera a cualquiera de las facciones que le dieran los honores que consideraba merecer; aquel que del placer y de la mentira hizo su forma de vida y que un día muriera pobre y abandonado en las calles de Vergara, sin haber vuelto a gozar de la fortuna.5 Aquel que así como perdió la mitad del territorio mexicano, se enfrentara con los ejércitos enemigos en el colmo de la temeridad bélica. Aquel que se preocupó por las ciencias, la educación y las artes, pero fue incapaz de preservar la paz. Aquel cuyo solo nombre todavía causa polémica: don Antonio López de Santa Anna a quien los vientos de los cuarenta en Tacubaya le ayudaran a redactar uno de los planes más retrógrados con los que se tuvo que enfrentar el país durante el siglo pasado. En una época de levantamientos, nada extraño pareció a los habitantes de la capital el ver aparecer un plan, firmado por Santa Anna en Tacubaya el 28 de septiembre de 1841, lanzado para detener los combates suscitados desde el 1° del mes cuando el general Valencia se había pronunciado en la Ciudadela contra el gobierno de Anastasio Bustamante. Este plan proponía, además, la desaparición de los poderes –menos el judicial– que habían surgido como consecuencia de la Constitución de 1836, también llamada de las Siete Leyes, que el mismo general Santa Anna hubiera entronizado en el sistema político, apenas cinco años atrás.6 5
Véase Vicente Quirarte, “Un soldado de La Angostura” en El amor que destruye lo que inventa. Historias de la Historia, México, CONACULTA (Lecturas mexicanas, 96), 1995, pp 117-119. 6 Carlos María de Bustamante, Apuntes para la historia del gobierno del general D. Antonio López de Santa Ana, México, Imprenta de J. M. Lara, 1845, pp. IV-V.
167 El ultimátum lanzado en el arzobispado, desde donde se dominaba toda la ciudad de México, iba en serio. Los ataques continuaron; los más pudientes huyeron –paradójicamente– a Tacubaya porque ahí no había combates, y quienes no habían encontrado alojamiento por allá, permanecían aterrorizados en sus casas, tal como lo relata la Marquesa Calderón de la Barca.7 Así las cosas, este último ajetreo sólo duró diez días. El 6 de octubre Santa Anna hizo su entrada triunfal a la capital, después de lo cual se cantó el acostumbrado Te Deum en la Catedral, presidido por el arzobispo, quien recibió al general como al nuevo presidente. Concluida la ceremonia, Santa Anna regresó a Tacubaya entre un séquito de magníficos caballos, bizarros ayudantes y numerosa escolta.8 La paz de Tacubaya se vio empañada al año siguiente cuando el 27 de abril de 1842, en el paraje llamado de la Pila Vieja, camino a Nonoalco, fueron salvajemente asesinados el artista inglés Daniel Thomas Egerton y su esposa Agnes Edwards quien a la sazón contaba con ocho meses de embarazo.9 Los pormenores de este hecho, de brutalidad extrema, ocuparon grandes espacios en la prensa durante varios días. Desde su mansión arzobispal, Santa Anna giró sus apreciables y severas instrucciones para que el asunto se solucionara de inmediato. Como ya es costumbre en estos casos, nada pudo esclarecerse con precisión y hasta la fecha seguimos esperando el resultado de las pesquisas. Mientras Santa Anna seguía dándose vida de rey con cargo al erario público y a las pingües ganancias que obtenía de sus haciendas veracruzanas, el Congreso, formado como consecuencia del plan por él formulado, se había dado a la 7
Madame Calderón de la Barca, La vida en México durante una residencia de dos años en ese país, 4ª ed., México, Porrúa, 1974, pp. 307-322. 8 Vicente Riva Palacio, op. cit., t. VIII, pp. 33-37. 9 Para ampliar los detalles de este caso, nada mejor que el libro de Mario Moya Palencia, El México de Egerton, México, Miguel Ángel Porrúa, 1991.
168 tarea de redactar un nuevo código que llevó por título Bases Constitucionales y que fue sancionado el 12 de junio de 1843 por el propio general presidente. Desde la noche anterior había abandonado Tacubaya, donde había dictado todo el ceremonial del día 12, con la fastuosidad de rigor, y ese día la nueva Constitución fue saludada con salvas de artillería, repique general, música, Te Deum en Catedral, monedas conmemorativas –acuñadas a toda prisa el día anterior–, comida de gran gala, función de teatro y, como detalle especial, se llenaron con sangría las fuentes de la Alameda para regocijo del pueblo.10 A pesar de que en las elecciones llevadas a cabo al iniciar 1844 Santa Anna fue electo presidente constitucional,11 poco fue lo que le duró el gusto, pues mientras él se divertía en Tacubaya, en México se fue gestando una animadversión hacia su persona que culminó con el motín del 6 de diciembre del mismo año. Famoso suceso cuyo hecho fundamental fue derribar la estatua del dictador que se había erigido en la Plaza del Volador y desenterrar de Santa Paula la pierna que los franceses le habían mutilado, como escarnio a la figura que ese día salía de Tacubaya rumbo al primero de sus destierros.12 El estado anárquico en el que Santa Anna dejó al país no fue obstáculo para que en 1846, después de los fallidos gobiernos de José Joaquín Herrera, y Mariano Paredes y Arrillaga, el Congreso, formado por liberales moderados, eligiera una vez más a don Antonio como presidente de la República. Durante esos años Texas, que ya se había independizado del país en 1836 tomando como pretexto la constitución centralista, se anexó a los Estados Unidos declarando como frontera natural el río Bravo, sobre el cual avanzaron sus tropas, 10
Carlos María de Bustamante, op. cit., pp. 146-150. Fue durante esa época cuando se destruyó, por órdenes de Santa Anna, el edificio de El Parián, famoso mercado que ocupaba toda el área suroccidental del Zócalo. 12 Véase Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos, México, Patria, 1976, pp. 365-374. 11
169 siendo que el verdadero límite, según las cartas geográficas reconocidas, estaba constituido por el río Nueces. Este banal pretexto sirvió a Estados Unidos para iniciar hostilidades contra México en el primer semestre de 1846. Ante el desconcierto de Paredes, que fue derrocado por don José Mariano Salas mediante otro de los pronunciamientos de rigor, a la nación no le quedaba más remedio que poner su destino, como ya se dijo, en manos de Santa Anna quien, enarbolando la constitución federal de 1824, hizo su acostumbrada entrada triunfal a la ciudad de México el 14 de septiembre de 1846, acompañado por don Valentín Gómez Farías. 13 La situación era apremiante, por lo que no había más remedio que buscar ayuda para hacer frente a la invasión norteamericana que ya comenzaba a extender sus garras al interior del territorio. Nada mejor, pues, que reunir en Tacubaya, en el Arzobispado por supuesto, a los capitalistas y al clero para “convencerlos” de la necesidad imperiosa de conseguir la nada despreciable suma de tres millones de pesos a fin de organizar la defensa y vestir al ejército. Ni los comerciantes ni los sacerdotes estuvieron dispuestos a facilitar cantidad tan elevada, por lo que Santa Anna se tuvo que conformar con 87 mil pesos, suficientes sólo para avituallar a las tropas durante un mes.14 De todos es sabido que la marcha de los norteamericanos no pudo ser detenida. Un año después, los ejércitos norteamericanos amagaban la capital de la República. Ante la célebre derrota de Churubusco el 20 de agosto de 1847, la situación empeoró día con día. Poco a poco los ejércitos norteamericanos dirigieron sus pasos hacia Tacubaya, en cuyo Arzobispado establecieron su cuartel general en tanto discutían con Santa Anna los términos de un armisticio.15
13
Guillermo Prieto, Lecciones de historia patria, pp. 358-362. Vicente Riva Palacio, op. cit., t. VIII, pp. 154-155. 15 Idem, pp. 246-247. 14
170 Con la llegada de los gringos, el espectáculo que para los mexicanos adquirió Tacubaya era absolutamente desolador.16 Pero lo que conmocionó aún más a todos los habitantes y a quienes se encontraban por ahí huyendo de la tensión que se vivía en la ciudad fue el juicio que los norteamericanos llevaran a cabo en contra de los irlandeses del Batallón de San Patricio, a quienes juzgaron como traidores por haber desertado del ejército invasor y combatido al lado de los mexicanos en la batalla de Churubusco. Vanos resultaron los ruegos de los hombres y mujeres de las mejores familias de Tacubaya. Todo fue inútil y, después de azotados y marcados con fuego en pleno rostro, los irlandeses, a quien México debe eterno agradecimiento, fueron ejecutados en la plaza de San Jacinto en San Ángel.17 Sabemos bien que una vez roto el armisticio, cuyos términos fueron inaceptables para el gobierno mexicano, los alrededores de Tacubaya se convirtieron en campo de batalla. Primero la batalla de Molino del Rey y, el 13 de septiembre, el asalto y toma del Castillo de Chapultepec, en donde el heroísmo de los cadetes mexicanos fue el sello distintivo de aquella acción venerable para la historia de nuestro país. Con la salida de Santa Anna rumbo al destierro, la ocupación de la capital por los norteamericanos durante casi cinco meses y la pérdida de más de la mitad del territorio, el país no entró en calma. Los golpes tan seguidos, lejos de servir como aguijón, fueron lápidas demasiado pesadas como para permitir una marcha definitiva hacia el progreso. Los desastres políticos y económicos siguieron sucediéndose: volvió a la presidencia José Joaquín Herrera; se pronunció de nuevo Paredes y Arrillaga; don Mariano Arista, famoso por su honradez, ocupó la presidencia; Juan Bautista Cevallos dio un golpe de Estado y, sin otro punto hacia don16
Antonio García Cubas, El libro de mis recuerdos, México, Imprenta de Arturo García Cubas, Hermanos y sucesores, 1904, pp. 426-430. 17 Vicente Riva Palacio, op. cit., t. VIII, p. 254.
171 de volver la mirada en busca de salvación, mexicanos de todas las ideologías fueron en busca de Santa Anna para que regresara a salvar a la patria. 18 Claro estaba ya que el gobierno que había de establecerse sería uno que no atentara en lo más mínimo contra la religión, ni el clero; que no contemplara ni por asomo la posibilidad de establecer de nuevo el federalismo y que alejara por completo cualquier intento de elección popular ya que, según carta célebre de don Lucas Alamán enviada a Santa Anna en marzo de 1853, éstos habían sido los peores males que habían llevado al país al abismo.19 Sobra decir que ante expectativa tan halagadora como era la dictadura, don Antonio no iba a poner objeción alguna, y no lo hizo. Fue así como, el 20 de abril de ese mismo año, hizo su última entrada triunfal a México y aunque el mismo don Lucas le hubiera comentado que entre los temores que se albergaban al volver a depositar la confianza del gobierno en él estaba la posibilidad de que fuera a encerrarse a Tacubaya, impidiendo con ello la posibilidad de verle, más tardó en acabar el festejo que Santa Anna en regresar a su vida de placer en el Arzobispado. Desde ahí dictó las más represivas leyes, en un verdadero festín conservador, y diseñó el más absurdo sistema de contribuciones de que se tenga memoria, reinstaló la Orden Imperial de Guadalupe y, en el colmo de la egolatría tiránica, se hizo nombrar Alteza Serenísima.20 Algo, sin duda, tenía Tacubaya para inspirar semejantes ideas. Evidentemente un gobierno así, que además se daba el lujo de organizar fastuosas recepciones, elegantes banquetes, fiestas y saraos que con verdadero escándalo se daban en el Arzobispado, convertido, claro está, en residencia de su Alteza, no podía tener final feliz, ni dar al país tiempos mejores.21 18
Guillermo Prieto, Lecciones de historia patria, pp. 375-379. Gastón García Cantú, op. cit., pp. 313-316. 20 Vicente Riva Palacio, op. cit., t. VIII, pp. 373-388. 21 Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos, pp. 530-549. 19
172 La venta de La Mesilla a Estados Unidos colmó la paciencia de quienes siempre habían estado del lado de la libertad. En marzo de 1854, en Ayutla, Juan Álvarez lanza el grito de guerra que culminaría con esta larga época de oprobios. Pero vendrían otros. Muy lejos estaba todavía la estabilidad. La llegada al poder de Juan Álvarez y su renuncia posterior al enfrentarse a un país que estaba formado por algo más que “pintos” y “chinacos”, trajo al poder a Ignacio Comonfort, quien trató de hacer realidad una de las principales promesas de la Revolución de Ayutla, es decir, una nueva constitución. Bien sabido es que este nuevo código, aunado a las leyes Juárez y Lerdo que tanto revuelo habían causado al confrontar al clero y al ejército por primera vez en la historia de manera directa y desde el poder, exacerbó los ánimos de los conservadores. Comonfort, por su parte, liberal moderado y educado en el seno de una familia católica tradicional, que por supuesto vivía en Tacubaya,22 no pudo resistir las presiones de esa parte de la sociedad y cedió a las promesas del plan redactado por Félix Zuloaga también en Tacubaya, que cortaba de tajo todas las victorias liberales alcanzadas hasta entonces.23 Una vez más el espíritu reaccionario de los jardines tacubayenses hacía sucumbir al país. Sobra decir que el haber aceptado este plan, que proponía la permanencia de Comonfort en el poder pero negaba la constitución auspiciada durante su gobierno, produjo una de las guerras más sangrientas de la historia de México: la guerra de Reforma. El arrepentimiento de don Ignacio al haber traicionado los principios por los que había luchado no fue suficiente para detener la avalancha. La suerte ya estaba echada y las batallas comenzaron al ocupar Zuloaga la presidencia y abandonar Juárez la capital de la República. La incapacidad de don Félix para gobernar hizo que los partidarios del Plan de Tacubaya trajeran al poder 22
Victoriano Salado Álvarez, Episodios Nacionales, t. III, “El golpe de Estado”, México, Colección Málaga, 1945, pp. 351-361. 23 Álvaro Matute (comp.), México en el siglo XIX, México, UNAM (Antología, Lecturas Universitarias, 12), 1993, pp. 296-297.
173 a Miramón, joven militar y gloria de la reacción conservadora por sus triunfos en cadena contra las mal formadas tropas de los liberales que por primera vez enfrentaban verdaderas batallas bélicas e ideológicas. La guerra fue larga y en un principio favoreció a los jóvenes de Tacubaya, es decir, a los conservadores que, como consecuencia de una de esas victorias sobre las tropas de Zaragoza y Degollado en las lomas de Tacubaya, cometieron uno de los actos más reprobables que ejército alguno puede ejecutar con los vencidos. La noche del 11 de abril de 1859 fueron torturados y pasados por las armas todos los prisioneros capturados como consecuencia de la victoria; echando mano de su saña reprimida, arremetieron contra todos los paisanos que osaron estar por ahí y, en el colmo de la villanía, destrozaron los cráneos de los médicos y practicantes que auxiliaban a los heridos.24 Desde aquella siniestra noche, a Leonardo Márquez, conservador a ultranza y brazo ejecutor de aquel horror desencadenado,25 se le reconoció con el mote nada agradable para este lugar de el Tigre de Tacubaya. Algo, sin duda alguna, traen los vientos de estos rumbos. No obstante la paciencia de don Benito Juárez, la participación de los chinacos en los ejércitos liberales –la “canalla”– y el apoyo de Gutiérrez Zamora para proteger al gobierno liberal en Veracruz, se consumó la victoria final sobre las tropas de Miramón en Calpulalpan. La paz estaba todavía lejana. Apenas tuvo oportunidad don Benito de sentarse en la silla presidencial, cuando los miembros de la Santa Alianza ya estaban anclados en Veracruz exigiendo el pago de elevadas deudas. Problemas económicos que sirvieron de pretexto para la invasión francesa y el éxito –afortunadamente efímero– de las gestiones del tacubayense Gutiérrez de Estrada para instaurar por fin la monarquía en México. 24
Victoriano Salado Álvarez, Episodios Nacionales, t. IV, “Los mártires de Tacubaya”, pp. 191-214. 25 Confróntese la versión liberal en José Woldemberg (selección y prólogo), Francisco Zarco, México, Cal y Arena (Los imprescindibles), 1996, pp. 515-540, con la conservadora en Concepción Lombardo de Miramón, Memorias, México, Porrúa, 1989, pp. 208-209.
174 Si bien durante su estancia en el país el “emperador” Maximiliano no vivió en Tacubaya, si eligió el Castillo de Chapultepec como residencia. A fin de cuentas, los mismos rumbos.26 Las tropas francesas sí aprovecharon la estratégica posición de Tacubaya para establecer por esas lomas un cuartel que les facilitara el control, cuando menos visual, de la ciudad. Conforme el ímpetu liberal iba en aumento, Napoleón III enfrentaba en Europa serios problemas que le impedían continuar con su aventura mexicana. En 1865 comenzó el retiro de las tropas francesas y con ellas el desvanecimiento de la corona imperial de Maximiliano. Vanos fueron ya sus esfuerzos por llamar a los antiguos conservadores surgidos a la fama por el Plan de Tacuba26
Para esas fechas, ya se levantaba airosa la mansión que Manuel Payno describe con precisión: “Lo que sobre toda ponderación despierta el interés y la curiosidad es la casa del señor don Manuel Escandón. Su entrada es por una elegante portada con su puerta y su enverjado de hierro. A la izquierda está la casa rústica, pequeña y pintada de encarnado, como las que se encuentran en las campiñas de Inglaterra [...]. Un peristilo corintio, con su enlosado de mármol de Génova, sostiene el segundo cuerpo de la casa [...]. En la espalda y unidos solamente por un pasadizo, se encuentran las habitaciones para los criados, las caballerizas y las cocheras. En lo interior, el patio está cerrado con una cúpula de cristal y unas columnatas de cantería, estucadas primorosamente sostienen cuatro alas de portalería y corredores. El salón, comedores, billar, antesala y cocina están, al estilo inglés, en el piso bajo. Las recámaras, baños y tocadores con su debida separación e independencia, están en el piso alto [...]. Las paredes en el patio, corredores, billar y recámaras, están cubiertas de pinturas. El señor Escandón adquirió la galería perteneciente al señor Conde de la Cortina que es la más abundante y completa de las colecciones que existían en la República”. Véase Manuel Payno, “Tacubaya” en México y sus alrededores, facsímil de la segunda edición publicada por J. Decaen en 1864, México, Inversora Bursátil, 1989, pp. 27 y 28. Hoy día esa maravillosa residencia ha desaparecido por completo. Parte del predio que abarcaba lo ocupan ahora la Academia Militarizada México, el Colegio Luz Saviñón y el hospital Escandón, en donde se conserva, como mudo testigo de la destrucción, la capilla que fue de la casa.
175 ya. Márquez lo traicionó abandonándolo en Querétaro y Miramón compartió con él el trance del fusilamiento. En tanto el Tigre de Tacubaya se adueñaba de la Ciudad de México, otro tigre mucho más astuto, que ya lo había vencido en Puebla el 2 de abril, estableció su campamento en las lomas de Tacubaya en espera de consumar su victoria.27 El 21 de junio de 1867, dos días después de la ejecución en el Cerro de las Campanas, Porfirio Díaz notificaba al presidente Juárez que la plaza de México se había rendido.28 Márquez, sin embargo, había logrado huir disfrazado de arriero. A partir del triunfo liberal y el establecimiento de las Leyes de Reforma, poco a poco comienza a gestarse la estabilidad en el país y Tacubaya recobra su antigua tranquilidad. Otra vez se cultivan con esmero los jardines y se vuelve a hablar de sus aires para sanar cualquier enfermedad, por incurable que pareciera. A la sombra del gobierno de Díaz los tacubayenses ven llegar todo tipo de advenedizos que, protegidos por sus enormes fortunas, edifican mansiones espléndidas que transforman la fisonomía del lugar convirtiéndolo en una auténtica villa palaciega.29 Todo tipo de lujos y modernidades, como la comunicación telefónica,30 se entronizaron en Tacubaya y la música de las elegantes fiestas impedía reconocer el clamor de la inconformidad que comenzó a crecer al concluir 27
Véase Concepción Lombardo de Miramón, op. cit., pp. 576-578. Ernesto de la Torre Villar, Moisés González Navarro y Stanley Ross (comps.), Historia documental de México, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM (Serie documental, 4), 1989, t. II, p. 335. 29 Para recrear lo que fue Tacubaya en esos tiempos basta, como muestra, revisar Ignacio Manuel Altamirano, “Crónica de la Semana” y “Una fiesta en Tacubaya”, El Renacimiento, Periódico literario, 26 de junio de 1869, pp. 353 y 358, México, Imprenta de F. Díaz de León y Santiago White. 30 En 1895 se inauguró el servicio de larga distancia entre Tacubaya y Tlalpan. Véase Historia de la telefonía en México, México, Teléfonos de México, 1991, p. 52. 28
176 las fastuosísimas Fiestas del Centenario que, entre otras cosas, habían incluido la inauguración de la Estación Sismológica Central en los jardines del Observatorio Astronómico,31 instalado desde 1883 en el antiguo Arzobispado que, de casa presidencial o sede de conspiraciones, había pasado a ser centro de estudios celestes. La caída de Díaz y la llegada de Madero a la presidencia cimbraron poco a la sociedad de esta “municipalidad foránea” que contaba ya con todos los adelantos que el progreso le había traído. La reacción, sin embargo, no se había ido. De aquí también surgió un plan declarando nula la elección de Madero y proponiendo en su lugar a Emilio Vázquez Gómez.32 Frente a la popularidad de Madero y la creencia de que la democracia por sí misma sería la linterna de Diógenes que la sociedad mexicana necesitaba para encontrar su camino en el siglo XX, permaneció soterrado el odio de quienes nunca habían alcanzado el lugar que creían merecer. De Tacubaya salió el general Mondragón el 9 de junio de 1913 para liberar a Bernardo Reyes, preso en Tlatelolco, y comenzar así la batalla que llevaría a la eliminación de Madero y Pino Suárez después de aquellos terribles diez días de pánico y angustia para los habitantes de la capital.33 Así, la traición se originaba una vez más en Tacubaya cuyos vientos trajeron, más que salud y bienestar, como lo afirmara Manuel Rivera y Cambas, planes y gobiernos reaccionarios que a su sombra se gestaron pero que nunca, afortunadamente, llegaron a florecer.
31
Véase Genaro García, Crónica Oficial de las Fiestas del Centenario, edición facsimilar, México, CONDUMEX, 1991, p. 210. 32 Hira de Gortari Rabiela y Regina Hernández Franyuti, La ciudad de México y el Distrito Federal. Una historia compartida, México, Departamento del Distrito Federal, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1998, p. 184. 33 Véase José Vasconcelos, Ulises criollo, México, Botas, 1945, pp.429-443.
Conversación en El Arzobispado: Ignacio Comonfort, Manuel Payno y la Guerra de Reforma José Emilio Pacheco* El 22 de junio de 1861 la Cámara de Diputados escuchó el discurso más violento de que tenga memoria ese recinto. Ignacio Manuel Altamirano, quien se ganó con su intervención el sobrenombre de “Marat de los puros”, pidió la cabeza de Manuel Payno. A siglo y medio de distancia, sorprenden las palabras de Altamirano. Para nosotros, él y Payno son figuras apacibles, verdaderos fundadores de la literatura mexicana. Payno escribe en sus últimos años Los bandidos de Río Frío, nuestra novela más importante del siglo XIX. Altamirano es el maestro literario de la República Restaurada y el autor de los primeros libros de ficción aparecidos entre nosotros en que la novela y el cuento se presentan como géneros artísticos y ya no como simples vehículos de diversión. Pero en 1861 el diputado Altamirano condena a “ese siniestro consejero del infame Comonfort”. Lo juzga culpable de ayudar al entonces presidente en el golpe de estado que violó las instituciones, traicionó a la República y la hundió en un mar de sangre. “Los errores en política”, dice Altamirano, “son crímenes y los crímenes se expían con la cabeza... Castiguemos a Payno y en vez de arrojar a los pies de Comonfort las flores de la adulación y las llaves de la República, arrojémosle la cabeza de su cómplice”. * Dirección de Estudios Históricos, INAH.
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II El 16 de diciembre de 1857 Payno, Juan José Baz, gobernador del Distrito Federal, e Ignacio Zuloaga, jefe de la brigada de Tacubaya que actuaba como guardia pretoriana, se reunieron con Ignacio Comonfort en el Palacio Arzobispal, residencia del presidente. El Palacio ha sido víctima una y otra vez de las devastaciones sufridas por Tacubaya. Demos las gracias porque, a diferencia de tantas otras construcciones históricas, al menos todavía existe enmedio de un paisaje desolador, muy diferente de aquel otro con jardines, bosques y corrientes de montaña que describe Celia Maldonado en su breve historia de este monumento. El arzobispo-virrey Vizarrón lo construyó hacia 1730. Otros virreyes lo usaron como palacio de verano y allí murió en 1787 Bernardo de Gálvez. Fue una de las moradas predilectas de Santa Anna y en sus tiempos se consideró “el Aranjuez de México”. En 1847, durante la invasión norteamericana, el general Winfield Scott estableció en él su puesto de mando. Y en esta casa empezó, podemos decirlo así, la guerra de la Reforma.
III El intento de reconstruir lo que ocurrrió ese día se basa por necesidad en el libro de Payno Memoria sobre la revolución de diciembre de 1857 y enero de 1858, aparecido en 1860; en Méjico en 1856 y 1857: Gobierno del General Comonfort, del escritor español Anselmo de la Portilla (Nueva York, 1958), y en la biografía Ignacio Comonfort: Trayectoria política. Documentos (1967) de Rosaura Hernández Rodríguez, agotado desde hace mucho tiempo. Los dos primeros, piezas rarísimas, fueron reimpresos en la serie “República Liberal: Obras fundamentales” que en 1987 dirigieron Juan Rebolledo Gout, José
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Luis Barros y Carlos León y Ramírez. Por desgracia, esta serie nunca tuvo circulación comercial. Comonfort es el prócer incómodo, una figura trágica sobre la cual nuestra historiografía pasa como por sobre ascuas y prefiere dejarlo en el segundo plano o en las sombras, las sombras que proyectan por una parte Santa Anna y por otra Benito Juárez. Entre ambos Comonfort casi desaparece. Nació en 1812, en plena guerra de Independencia, y fue hijo de un oficial realista. De niño se hizo cadete en la época de Iturbide y pasó toda su vida en un plano intermedio entre lo militar y lo civil. Muy rara vez se habla de él como del “general Comonfort” porque no perteneció al ejército regular sino a las milicias y a la Guardia Nacional. Comerciante, prefecto, diputado, hacendado, senador, fue católico fervoroso y miembro de la logia Yorkina. Federalista, discípulo de Mariano Otero, estuvo en la rebelión de los llamados “polkos” contra Gómez Farías y luego combatió a los invasores en todas las batallas de la cuenca de México. Santa Anna lo cesó como administrador de la aduana de Acapulco. En 1855 se unió a Juan Alvarez y a los liberales desterrados en Nueva Orleans para proclamar el Plan de Ayutla, que terminó con la dictadura de los viejos oficiales realistas e inició la era del liberalismo mexicano. Comonfort impidió que el movimiento se quedara encerrado en Guerrero y lo llevó a Jalisco y Michoacán. Sustituyó en la presidencia a Alvarez. Tuvo gabinetes de coalición en que los liberales moderados como él alternaron con los “puros” como Juárez. Juró la Constitución de 1857. Ante la reacción suscitada por ella la desconoció, fue traicionado por los conservadores y marchó al exilio. Más tarde Juárez aceptó su ayuda para luchar contra la intervención francesa. Lo nombró ministro de Guerra y jefe del Ejército del Centro. Fracasó en sus intentos de ayudar con armas y municiones a Jesús González Ortega durante el segundo sitio de Puebla. El 13 marzo de 1863, entre San Miguel Allende y Chamacuero, lo asaltaron los hermanos Troncoso,
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bandidos al servicio de los conservadores, que le partieron la cabeza de un machetazo.
IV No es prudente marcar una separación étnica entre los moderados y los “puros”, ya que entre los conservadores pueden encontrarse indígenas como Tomás Mejía que incluso llegó a morir al lado de Maximiliano. Pero al menos puede afirmarse que Comonfort y Payno fueron criollos y por lo tanto nunca sufrieron como Juárez y Altamirano el racismo y la miseria. Convencidos de que la democracia no era incompatible con el cristianismo, querían los adelantos del siglo y la redención de México, pero mediante una “revolución de terciopelo” , basada en la buena voluntad de todas las partes, que remediara el perpetuo caos poscolonial y frenase el continuo derramamiento de sangre. Es decir, como escribe Portilla, “reformar sin destruir, progreso sin precipitaciones ni violencias, lograr el orden y la libertad.” Bajo su primer gobierno, la Ley Juárez suprimió los fueros eclesiásticos y militares y la Ley Lerdo desamortizó los bienes de la Iglesia, con la seguridad de que la mayor riqueza del país estaba en manos del clero en vez de contribuir a la economía nacional. Comonfort venció las primeras rebeliones que le opusieron los dos grandes poderes reales de México. La Constitución de 1857, obra de los “puros”, le pareció demasiado radical. Sin embargo, creyó que el partido conservador iba a dar su lucha en la legalidad, dentro del orden constitucional y mediante las elecciones, la prensa y la tribuna. Los descontentos no tendrían necesidad de recurrir a las armas pues por medio de elecciones estaban en capacidad de llevar al Congreso y a las legislaturas estatales representantes capaces de reformar y aun de abolir la Constitución por medios pacíficos y dentro de la ley.. Pero el ministro de Gobernación, Ignacio de la Llave,
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decretó que debían jurarla todas las autoridades y los empleados civiles y militares. Quien se negara no podría continuar en el ejercicio de sus funciones. La respuesta del clero fue aún más terminante: quien jurara la Constitución quedaría excomulgado, no tendría absolución, últimos auxilios ni entierro cristiano. La alternativa entre irse al fuego eterno o quedarse sin medios de subsistencia desgarró a la sociedad mexicana para la cual la Iglesia había representado desde los primeros años coloniales una fuerza muy superior a la de los virreyes porque abarcaba las conciencias y todos los aspectos de la vida diaria, a partir del bautismo y el matrimonio. Por más que Comonfort insistiera en que no había oposición entre la doctrina católica y las libertades civiles que sirven de base a las sociedades modernas, los conservadores, mediante José Bernardo Couto, respondieron que ante los derechos de la Iglesia el poder temporal tenía que ceder o sucumbir. El Papa se quejó de las que consideraba persecuciones sufridas por los católicos y con ello autorizó a los conservadores a asumirse como los guerreros de la fe.
V Bajo el caos en que se hundió la vida cotidiana y familiar mexicana, todos los intentos modernizadores de Comonfort –ferrocarriles, telégrafos, caminos, alumbrado a base de gas– fracasaron ante una economía paralizada por la discordia. Payno, Baz y Zuloaga, representantes de tres corrientes políticas opuestas, estuvieron de acuerdo en que la Constitución era inviable por las oposiciones que suscitaba. Entonces el indeciso Comonfort se resolvió a desconocerla: si la opinión pública le era contraria él, como demócrata, no podía imponerla por la fuerza. Zuloaga proclamó el plan de Tacubaya que dejaba a Comonfort en la presidencia sólo para formar un gabinete de transición. También encarceló a Juárez que como presidente de
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la Suprema Corte de Justicia ocupaba la vicepresidencia de la República. Intimo amigo y compadre de Comonfort que le había salvado la vida, Zuloaga no tardó en dar el pinochetazo contra él. El 11 de enero de 1858 se sublevó en la Ciudadela, convirtió en campo de batalla la Ciudad de México y no cedió hasta que Comonfort salió del Palacio Nacional camino del exilio en Nueva York. La coalición de gobernadores liberales de Aguascalientes, Colima, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Querétaro y Zacatecas estuvo de acuerdo en que, derrocado Comonfort, el legítimo presidente era Juárez. Juárez salió de la capital y tomó posesión en Guanajuato. Las vacilaciones de Comonfort, inspiradas por el noble deseo de evitar más caos y más sangre, en la trágica realidad condujeron a la sangrienta guerra de la Reforma y después a la lucha contra los franceses y Maximiliano. El anhelo de reconciliación entre liberales y conservadores no se logró hasta 1884 con la primera reelección de Porfirio Díaz. Entonces Altamirano ya no pidió la cabeza de Payno sino se dedicó a elogiar sus novelas. Una vez más todo empezó en Tacubaya.
Panteón Civil de Dolores
Marcela Sonia Espinosa Martínez Durante la investigación realizada para la catalogación de Monumentos Históricos Inmuebles en la delegación Miguel Hidalgo1 se identificaron varios panteones en esa demarcación: el Israelita, el Francés, el Sanctorum y el Civil de Dolores, cada uno con características arquitectónicas diferentes. Todos poseen un gran tesoro arquitectónico y escultórico y datan de mediados del siglo XIX. En un primer acercamiento, se efectuó un muestreo de arquitectura funeraria; sin embargo, es necesaria la catalogación específica de sus diversos elementos: capillas, criptas, fuentes, cruces y otros. El Panteón Civil de Dolores se encuentra localizado al poniente de la Ciudad de México y es el de mayor superficie entre los existentes en esa delegación política. La problemática de su conservación y protección es muy compleja, pues ante todo se requiere la identificación y registro de cada monumento para que el sitio pueda ser declarado monumento histórico. Contiene tumbas y capillas que son obras de gran 1 Sonia Espinosa Martínez. Trabajo inédito realizado en el periodo 1989-1991 en la Subdirección de Catálogo y Zonas de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Su objetivo fue identificar y cuantificar los monumentos históricos inmuebles que se encuentran en esa demarcación política, que tiene una superficie de 47.6 kilómetros cuadrados. Los datos referentes a los monumentos funerarios fueron obtenidos en trabajo de campo. Las fotografías son de Jorge Gómez García.
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valor histórico y simbólico, aunque poco conocidas. Estos monumentos funerarios tienden a desaparecer, por lo que es indispensable establecer los mecanismos para protegerlos. Existen dos versiones respecto a la fundación del Panteón Civil de Dolores. La primera sostiene que ...fue creado en 1879, cuando Juan Manuel Benfield obtuvo la licencia del gobierno para fundar un campo mortuorio en la “tabla” llamada de Dolores, de donde adquirió su nombre. La razón de Benfield para la fundación del panteón fue que, al venir a México su padre, William Benfield2 en 1835, traía enferma a la esposa, que fue mandada a la parte alta del país. Murió al llegar a México, en los días del cólera, una hija suya fue sepultada en las arenas. Por eso la madre juró que habría de formar un panteón en forma. Y su hijo Juan Manuel se empeñó en hacerlo; casó con una hermana de Juan Gayosso, que en 1872, fundó la agencia funeraria aún existente. El primero que fue sepultado en el Panteón de Dolores fue el General Domingo Gayosso, tío de Juan Gayosso. La familia Gayosso fueron nietos de Gayosso Lemus, séptimo gobernador de Luisiana y por oponerse a la venta que al fin se realizó vino a México.3
En 1902 era uno de los principales panteones.4 Fue adquirido en propiedad por el gobierno del Distrito Federal en octubre de 1977.5 La otra versión señala que la señora Dolores de Mugarreta de Gayosso fue la primera persona sepultada en este panteón, en 1876, y de ella tomó su nombre. El Panteón Civil de Dolores tiene una extensa área boscosa. Su trazo urbano corresponde básicamente a la topografía del sitio, que fue asentado sobre las antiguas lomas de 2
Empresario nacido en Gran Bretaña que llegó a México en la tercera década del siglo XIX, estableció una fábrica de papel en Belén de las Flores, San Angel y Tlalpan, formando la empresa Benfield y Cía. Diccionario Porrúa, Historia, biografía y geografía de México, México, Porrúa, t. 1, pp. 342-343. 3 Ibid., p. 919. 4 Ibid., p. 566. 5 Ibid., t. 2, p. 2193.
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Tacubaya, sobre una parte relativamente plana donde la pendiente desciende hacia la barranca. Está delimitado por una barda perimetral que lo rodea. Se conservan, sobre la calle del Panteón y la avenida de los Constituyentes, las bardas originales de fábrica de adobe y tepetate con aplanado de calarena. En la intersección de ambas, sobre la calle del Panteón, se ubica el acceso principal delimitado por dos pilastras. La puerta es metálica, de dos hojas, y tiene un montante de medio círculo que a la letra dice: “Panteón Civil”. Es lo único que queda de la crujía y fachada principal del edificio original, sustituido luego por una construcción contemporánea que actualmente alberga las oficinas. Diseñado urbanísticamente, cuenta con un eje principal que corresponde a la calle Alfonso Reyes; ésta desemboca en la Rotonda de los Hombres Ilustres, que forma parte del vestíbulo. A partir de ese punto se generan de manera radial y concéntrica las manzanas; tiene una estructura interna de calles con nomenclatura, de dimensiones angostas y pavimentadas. En la confluencia de algunas calles y en puntos estratégicos se ubican las tomas de agua o fuentes, conformando glorietas. La capilla, con la advocación de la Virgen de Dolores, fue clausurada en 1903 y posteriormente demolida. El osario fue construido en 1921 por el Ayuntamiento de México y en él se levantó un altar. Este espacio se ocupó posteriormente como capilla, pero en diciembre de 1934 fueron retirados los muebles religiosos y también fue demolido. El antiguo crematorio tuvo el mismo destino y se sustituyó por modernas instalaciones con capilla. Del crematorio original sólo se conserva el chacuaco (chimenea) de ladrillo. El panteón está dividido en seis clases y cuenta con secciones que corresponden a diferentes instituciones y asociaciones, distribuidas en diversos lugares del cementerio: la del Colegio Militar, la de las Águilas Caídas, la de los Constituyentes, y las secciones italiana, francesa y alemana. También se encuentran las secciones de la Asociación Nacional de Actores, la Comisión Federal de Electricidad, la Unión de
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Tramoyistas, Electricistas, Escenógrafos, Utileros y Similares del Teatro (1920-1982 TEEUS); la Unión de Voceadores y de los Maestros Jubilados. Existe un área para los difuntos de origen chino en la parte antigua del panteón, así como otra para algunas familias distinguidas de diversas épocas. Las diferentes secciones son espacios cercados, ya sea por medio de una barda, malla ciclónica o setos con un solo acceso. Con el objeto de trazar un panorama general de su importancia y características, aquí estudiaremos algunas de ellas. Rotonda de los Hombres Ilustres. En 1876, el presidente Sebastián Lerdo de Tejada decretó que en el Panteón de Dolores se destinara un espacio para sepultar a los mexicanos que se distinguieron por haber dado prestigio a la Patria, bien fuera en los campos de batalla, en las ciencias o en las artes, considerados desde entonces como los “hombres ilustres de México”. Este proyecto se llevó a efecto durante el gobierno del presidente Porfirio Díaz, quien presidió la ceremonia funeraria del teniente coronel Pedro Letechipia, primer personaje que mereció esta distinción. El diseño de esta rotonda tiene características peculiares. Su trazo consiste en una planta arquitectónica de forma circular, en la que se encuentran los monumentos funerarios de personajes que destacaron en política, literatura, música, ciencias y artes. Sólo tres son mujeres: la poeta Rosario Castellanos, la soprano Ángela Peralta y la actriz Virginia Fábregas. Algunos monumentos funerarios datan de finales del siglo XIX y son de gran calidad arquitectónica y escultórica. En general fueron realizados por renombrados artistas, aunque en algunos casos se desconoce el autor. El siguiente listado es una muestra de los escultores que participaron en dichas obras, con datos que se recogieron textual y directamente en campo:
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Juventino Rosas Ing. Agustín Aragón y León Sebastián Lerdo de Tejada
José Ma. Iglesias Amado Nervo Carlos Rovirosa Pérez
Arquitecto y/o escultor E. Tamariz Víctor Gutiérrez F. 1981 Enrique Alciati, México, 896/Fundición ArtísticaTacubaya, Mex. José H. Morales José Santiago León, México, 1955 S. Albano, F.E. 1892/ Marmolería Voldi Hnos/ 1ª. de Ayuntamiento número 633/ México F. Cantú Favila/87 J.L. Zorrilla de S.M. 1919 Reynaldo Guagnelli, Marmolería Italiana/ Frente a este panteón
Sección del Colegio Militar. Esta parte del cementerio se encuentra cerrada, delimitada por una barda de tabique que seguramente fue de tepetate, ya que la portada principal fue construida con ese material. Consta de un acceso con cerramiento de medio punto, rematado por un frontón triangular, en cuya parte superior se lee la inscripción: “Colegio Militar”. Tiene en su interior unos pocos monumentos funerarios, con relieves de espadas, guirnaldas y elementos militares de finales del siglo XIX. Cabe decir que esta sección no ha sido ocupada en su totalidad y está en un completo abandono. Sección de las Águilas Caídas. Está localizada al noreste del panteón, en el entronque de las calles de las Águilas y Francisco Sarabia. Se desplanta sobre un trapecio regular y está delimitada por una barrera de setos. Se ubica frente a una glorieta, en cuyo centro hay una fuente que distribuye hacia varias calles. Está dedicada a los pilotos aviadores mexicanos que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Tiene en el acceso al lote una inscripción en la que se lee: “Lote Águilas Caídas/ La Fuerza Aérea Mexicana/ a sus Miembros Desaparecidos 1933-1955”. Los personajes sepultados aquí formaban parte del Escuadrón 201, integrado
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por 233 hombres a quienes llamaban “aguiluchos”, a cuyo mando estaba el general Antonio Cárdenas Rodríguez.6 Los sepulcros se hallan debidamente ordenados por filas, colocadas de oriente a poniente; mantienen una altura homogénea y los monumentos presentan esculturas o relieves con motivos de águilas caídas, alas y hélices de avión, primordialmente. Sección de los Diputados Constituyentes. En este sitio se encuentran los restos humanos de todos los integrantes del Congreso Constituyente de 1916-1917 que hicieron posible la promulgación de la actual Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. En mayo de 1989 falleció el último de los constituyentes, el licenciado Jesús Romero 7 Flores. Este lote presenta una planta arquitectónica de forma rectangular y cuenta con una superficie aproximada de cuatrocientos metros cuadrados. En el fondo del predio se desplanta un cuerpo de gavetas, de aproximadamente doce metros de ancho por sesenta centímetros de fondo y tres metros de altura. Este muro sirve de remate visual del lote, ya que hacia el frente se ubican los sepulcros, que son de factura sencilla a base de granito y cemento. Sección Italiana. El acceso de esta sección está delimitado por dos pilastras decoradas con festones y cruces que se rematan con pequeños florones. Cuenta con una reja de forjado sencillo, que en la parte superior forma un arco que dice: “Cimiterio Italiano”. Tiene una superficie aproximada de mil setecientos metros cuadrados y está delimitada por una malla ciclónica cubierta de enredaderas que la mimetiza. El trazo urbano es simétrico; en su eje principal se encuentra el acceso. Se remata con una glorieta, en cuyo centro hay una capilla. En la parte posterior del lote se localiza el osario, que consiste en una pequeña construcción con una superficie de cincuenta metros cuadrados aproximadamente, con cubierta inclinada a cuatro aguas. Dicho lote tiene pasillos paralelos en ambos lados y una vegeta6 7
Diccionario Porrúa, t. 2. Ibid.
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ción exuberante. Contiene capillas familiares, construidas con muros recubiertos de mármol de Carrara, con cubiertas de bóvedas o cúpulas y elementos ornamentales consistentes en cornisas, roleos, festones, y otros monumentos funerarios con esculturas de niños, flores, hojas, etcétera. Sección Francesa. La planta arquitectónica de este lote es de forma triangular, con una superficie aproximada de mil metros cuadrados. Está cercada con una malla ciclónica ecológica (cubierta con vegetación, que mimetiza el elemento circundante). Su diseño urbano consiste en andadores que permiten un fácil recorrido por el área; en el pasillo principal hay una fuente de planta circular, con una escultura de bronce. Sus monumentos fueron construidos con cantera y sobresalen las esculturas en alto relieve. Otros sepulcros. Esparcidos por el panteón se encuentran monumentos dedicados a diversos personajes. Entre ellos está el de Dolores Mugarreta de Gayosso (mayo 22 de 1876), quien se dice que fue la primera persona sepultada en ese sitio. Este monumento consiste en un trapecio truncado, carente de ornamentación, tan solo el nombre con letras metálicas, las cuales han ido desapareciendo. También se encuentran en este cementerio capillas y mausoleos, con una arquitectura digna de admirarse, dedicados a importantes personajes protagonistas de nuestra historia como Matías Romero; Manlio Facio Altamirano, fundador del Partido Nacional Republicano; Ángel de Campo (febrero 8 de 1908), escritor de finales del siglo XIX; general de división Francisco Murguía (marzo 4 de 1873); y general coronel del 2º. batallón de infantería Manuel Flores (junio 18 de 1886), entre otros. Está igualmente la capilla de Miguel Agustín Pro Juárez (18911927), conocido popularmente como el Padre Pro, cuyos restos fueron trasladados hacia 1989 al templo de la Sagrada Familia, en las calles de Puebla y Orizaba de esta ciudad de México. Su tumba es aún muy visitada. Un singular monumento funerario es el de la maestra Concepción Jurado (1865-1931), alias don Carlos Balmori,
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que representaba a un banquero, industrial o comerciante; en complicidad con sus amigos, la Conchita (como se le conocía) realizaba bromas o “balmoreadas”. A su muerte, sus admiradores y amigos levantaron sobre su tumba un monumento recubierto de azulejos con diferentes pasajes, en los cuales se relatan las aventuras de don Carlos; el monumento fue construido y decorado por la Casa Cervantes. También se encuentra en este panteón la tumba de Tina Modotti, importante fotógrafa del siglo XIX, así como las de muchos personajes poco conocidos y aun desconocidos.
Materiales y características tipológicas de acuerdo con la época Desde la fundación del panteón hasta nuestros días, la arquitectura ha adoptado diversos estilos de acuerdo con la época y esto se refleja en el diseño de las capillas y sepulcros. Sólo mencionaré los elementos arquitectónicos más representativos, ya que describirlos con precisión requeriría de un estudio iconográfico que explicara su significado. Así por ejemplo, en el porfiriato se utilizaron en abundancia las flores, guirnaldas y festones. El art decó dejó su huella con trazos geométricos y lineales; también el neogótico, con vitrales y emplomados, de estilo nacionalista, con relieves diseñados en forma de pirámides; el neoclásico se caracteriza por sus columnas dóricas, jónicas o corintias y sus remates en frontón. Los símbolos religiosos y los recursos decorativos demostraban igualmente la actividad, sexo y gusto del difunto, resaltados en relieves o en esculturas. Así, fueron labrados ángeles, vírgenes, el busto del difunto, flores, guirnaldas, libros, espadas, hélices, alas, niños y otros elementos más. Son muchos y muy diversos los materiales constructivos utilizados en los monumentos. Los hay de tabique, cantera, mármol, azulejo, granito, en sus más diversas modalidades; también se emplearon materiales como el fierro para diseños de
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cruces, barandales, ventanas y puertas. Desde el punto de vista histórico y arquitectónico, los elementos que proporciona cada tumba, sus diseños, formas y texturas, conforman una amplia fuente de información, útil para clasificarlos de acuerdo con sus características tipológicas y la época de construcción. Cabe mencionar que el concepto actual de la construcción de sepulcros contrasta notoriamente con el tipo de materiales y el diseño del siglo XIX y principios del XX. En este último periodo se observa una homogeneidad en la arquitectura que se conservó hasta la década de los cuarenta o cincuenta del siglo XX. Es a partir de entonces cuando hacen su aparición los sepulcros con un mismo diseño, de formas sencillas, manufacturados en concreto o granito; como son fabricados en serie empleando un mismo molde, su costo se abarata. Es ésta una razón adicional para considerar urgente la conservación y protección de testimonios sepulcrales que empiece por documentarlos y registrarlos antes de su total desaparición.
Análisis Dada su considerable superficie, es evidente que el mantenimiento del Panteón Civil de Dolores requiere de un amplio presupuesto. Es necesario encontrar el mecanismo para allegarse el recurso presupuestal que permita revalorar y dignificar un espacio que representa el proceso histórico en la arquitectura funeraria, no sólo de Tacubaya sino del país. Del análisis realizado se determina que la barda que delimita el predio, sobre la avenida Constituyentes y la calle del Panteón, se mantiene en buen estado de conservación hacia el exterior, pero al interior presenta erosión de material en su base y fisuras en algunas de sus partes, que en un futuro no muy lejano podrían colapsarse. Es preciso que se construyan elementos de refuerzo, como contrafuertes, con el objeto de estabilizar las bardas en ambas calles.
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La basura, la falta de mantenimiento en algunas calles y la carencia de pavimento en otras; la falta de organización en los sepulcros; las gavetas de exhumaciones, en ocasiones colocadas sobre las calles o sobre otros sepulcros; todo esto hace del panteón un sitio contaminado y de aspecto desagradable, en especial en áreas alejadas de la zona más antigua. Es lamentable que los monumentos funerarios se encuentren en franco deterioro. Las capillas son usadas como bodegas. El vandalismo, no exclusivo de las calles de la ciudad, también se hace presente en el interior del panteón con la destrucción de esculturas o el saqueo “hormiga”, que conlleva el desmantelamiento de elementos ornamentales, herrería, azulejos, etcétera, tal vez para ser vendidos a algún coleccionista de antigüedades. Por el tipo de materiales y sistemas de ornamentación propios de la arquitectura funeraria se puede determinar la época de su construcción. Estudiados in situ, son una importante fuente de información, tendiente a desaparecer si no se toman las medidas adecuadas para su conservación. Los sistemas de la arquitectura funeraria son una muestra de nuestra riqueza cultural y nos permiten establecer lazos de identidad con el pasado. Si bien es cierto que corresponde a los deudos dar mantenimiento a los monumentos funerarios, también lo es que éstos forman parte del Patrimonio Cultural. Como bienes históricos y artísticos, deben ser conservados y protegidos según la Ley Federal de Monumentos y Zonas Arqueológicos, Históricos y Artísticos.8 La importancia de los monumentos históricos que contiene el Panteón Civil de Dolores reside en que son un producto de la continuidad arquitectónica y en ellos se reflejan los materiales, sistemas constructivos, diseños, formas y texturas característicos de cada época. 8
Los artículos 34 y 35 de la citada ley establecen que son monumentos históricos los construidos a partir del siglo XVI al XIX inclusive y que es el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) el que establece la normatividad para su conservación y protección; para los mismos fines, corresponden al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) los construidos en el siglo XX.
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Cada uno representa una pieza relevante dentro del conjunto que hace a este panteón único en su género. En 1994 fue elaborado el Proyecto de Declaratoria9 en el cual se considera al Panteón Civil de Dolores un Monumento Histórico. Asimismo se elaboró el Inventario de la Arquitectura Funeraria,10 en el cual se identificaron y documentaron de manera más precisa los monumentos. Con estas acciones se han dado los primeros pasos para su conservación. Ahora corresponde a las autoridades delegaciones brindar el apoyo necesario para llevar a cabo la Declaratoria de Monumento Histórico del Panteón Civil de Dolores. Cabe mencionar que el declarar Monumento Histórico un espacio funerario con éstas características no significa que en adelante hubiera que solicitar autorización al INAH para efectuar entierros, sino asegurar la permanencia de las obras arquitectónicas y escultóricas.
Lineamientos y criterios para una propuesta de intervención integral Es importante que en el Panteón Civil de Dolores se establezca una política de conservación de la arquitectura funeraria, que contemple acciones a corto, mediano y largo plazo. Es imprescindible recuperar y revalorar el espacio arquitectónico y urbano, así como restaurar los monumentos que se encuentran en ese sitio, ya que son el resultado de una manifestación cultural. A continuación se proponen algunas acciones para conservar, proteger y difundir el Patrimonio Funerario con valor histórico, arquitectónico y escultórico: 9
Ethel Herrera, “Proyecto de Declaratoria del Panteón Civil de Dolores”, Subdirección de Catálogo y Zonas, INAH, 1994 (inédito). 10 Ethel Herrera, Proyecto de tesis de maestría en Restauración de Monumentos, UNAM. Sobre el Inventario de los Monumentos Funerarios en el Panteón Civil de Dolores, en la investigación de campo se han identificado más de setecientos monumentos con valor histórico- arquitectónico.
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¾ Consolidar y reforzar las bardas de tepetate y adobe, previo retiro de la vegetación que se encuentre sobre ellas. ¾ Mantenimiento de las carpetas asfálticas y pavimentación de las calles faltantes. ¾ Colocación de señalización para la ubicación de lotes, depósitos de agua, secciones importantes, etc., así como dar nomenclatura a las calles que no cuenten con ella. ¾ Diseño de cédula que señale la importancia histórica del panteón y de la rotonda, así como de un plano en el cual se localicen los puntos de referencia más importantes. ¾ Establecer una vigilancia constante, con el fin de asegurar la permanencia de los materiales y elementos ornamentales y la protección de los monumentos funerarios. ¾ Se propone que, partiendo de la catalogación de los monumentos funerarios con valor históricoarquitectónico definida por el INAH, se notifique a cada uno de los propietarios de los lotes la necesidad de que aquellos se consoliden y restauren. ¾ Elaborar los lineamientos respecto a la estructura urbana, conservación, restauración y registro de monumentos funerarios, con el objeto de asegurar el resultado de programas y acciones para el mejoramiento del panteón. ¾ Que la delegación Miguel Hidalgo colabore en las acciones de conservación, protección y difusión del patrimonio histórico que el INAH lleva a efecto. El Panteón Civil de Dolores, más allá de ser un espacio en el cual se deja la vida terrenal, es una interesante muestra de la arquitectura y escultura funeraria de todas las épocas. El elemento inspirador es la muerte, es un sentimiento, son costumbres y una tradición de recordar, entre rezos y sollozos, a los seres queridos, a quienes hemos dejado entre un frondoso bosque de sauces, eucaliptos y pinos.
Ramón Manterola y la Biblioteca Romero Rubio de Tacubaya, 1890-1901 Salvador Ávila* Esta ponencia tiene como objetivo proporcionar algunos datos sobre la Biblioteca Romero Rubio, núcleo de identidad y cultura de Tacubaya, así como rendir un sencillo homenaje a Ramón Manterola, su fundador, cuya obra no ha sido lo suficientemente valorada.
I Si alguien de los aquí presentes está haciendo o se propone hacer un libro de efemérides tacubayenses, permítame contribuir a ese volumen con las siguientes notas. La esposa del virrey Iturrigaray, María Inés de Jáuregui y Aristegui, murió en Tacubaya el 24 de junio de 1836. Su sepulcro tenía una gran lápida circundada de un barandal, en la capilla del lado del Evangelio, en la iglesia parroquial; aunque de ello no queda vestigio alguno. El 26 de julio de 1853 entró en Tacubaya, con gran aparato, la esposa del general Santa Anna, Dolores Tosta, quien se radicó aquí después de vivir por una temporada en el extranjero.1 El 11 de septiembre de ese mis*
Departamento de Historia, Universidad Iberoamericana. Cito a José C. Valadés: “La señora Tosta –hija del acaudalado minero zacatecano Bonifacio Tosta– fue la segunda esposa de don Antonio, y mientras que la primera, doña Inés García, abnegada mujer, prefirió siempre vivir en Manga de Clavo, lejos del boato y de las zalamerías políticas, cuidando y acrecentando sus intereses, 1
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mo año, falleció en esta población José María Tornel y Mendívil, ministro de Guerra siempre que Santa Anna ocupó la presidencia. También murieron en Tacubaya Miguel Lerdo de Tejada, ministro de Hacienda de Juárez, el 22 de marzo de 1861; el filósofo positivista Gabino Barreda, el 10 de marzo de 1881; el político liberal Manuel Dublán, el 31 de mayo de 1891;2 y Fernando Iglesias Calderón, intelectual comprometido con las causas revolucionarias, el 26 de mayo de 1942.3 Aprovecho la ocasión para dar a conocer un documento sucinto pero que no podemos pasar por alto: la solicitud de Guillermo Kalho, padre de Frida, para naturalizarse mexicano, firmada en Tacubaya el 12 de junio de 1894. Esa hoja suelta, perdida en la miríada de los papeles de archivo, dice a la letra lo siguiente: Guillermo Kalho, súbdito alemán, mayor de edad, residente en esta ciudad, con habitación en la Calle del Árbol Bendito Núm. 289, digo: que hace cuatro años aproximadamente, vine de Alemania con el objeto de ocuparme en trabajos comerciales. Desde mi llegada a la República he estado dedicado a labores de ese género, y en la actualidad tengo a mi cargo los libros del establecimiento mercantil que gira en la capital de México, bajo la razón social de Cristalería Löeb Hermanos. Muy pronto vencerá un año que contraje matrimonio con una señorita mexicana; por esta circunstancia, y obedeciendo principalmente a sentimientos de afecto y addoña Dolores, dando vuelo a sus compromisos sociales gustó de radicar en la ciudad de México... [dedicada] en los días de poder de su marido a incesantes tertulias y a amarguras y olvidos en los años de la desgracia de éste”. José C. Valadés, México, Santa Anna y la guerra de Texas, México, Diana, 1985, p. 24. 2 “Noticias históricas sobre la hoy Ciudad de Tacubaya. Por el Presb. Lic. D. Vicente de P. Andrade. Canónigo de la Basílica de Guadalupe”, en Boletín Oficial del Consejo Superior de Gobierno del Distrito Federal, t. XIII, núm. 37, 5 de noviembre de 1909, pp. 577-582. 3 Así fue la Revolución Mexicana, México, Senado de la República/Secretaría de Educación Pública, 1985, vol. 8, p. 1617.
197 hesión a este país, deseo radicarme definitivamente en él, queriendo además gozar de los derechos de ciudadano mexicano. A fin de lograrlo, y acatando las prevenciones de la Ley de 28 de Mayo de 1886, cuyos requisitos estoy dispuesto a llenar, vengo a cumplir con el primero de ellos, haciendo por medio del presente, la manifestación más explícita de mi voluntad de obtener carta de naturalización mexicana, dejando consignada desde hoy la formal y expresa renuncia de la nacionalidad alemana que es la de mi origen. En esta virtud a V. H. suplico se sirva hacer por presentada esta manifestación, acordando se me expida copia certificada de ella, para que en su oportunidad surta los efectos legales previstos en la ley a que me he referido, en lo cual recibiré justicia y gracia. Tacubaya, junio 12 de 1894. Guillermo Kalho.4
Junto al nombre de Guillermo Kalho y de los otros que acabo de mencionar, en ese libro de efemérides tacubayenses debe figurar en un lugar central el de Ramón Manterola, aunque su obra no puede reducirse a una simple nota.
II Ramón Manterola nació en 1845 o 1848 en Tepeji del Río y murió en Tacubaya en 1901. Estudió en los colegios de San 4
Archivo Histórico del Distrito Federal (en adelante AHDF), Fondo Tacubaya, Ramo Ayuntamiento, inv. 15, exp. 77. Guillermo Kalho nació en Baden Baden, Alemania, en 1872, y murió en la ciudad de México en 1941. Llegó a la capital del país en 1891 en compañía de los hermanos Diener. Fundó la joyería La Perla y trabajó, aparte de la Cristalería Löeb, en la Casa Boker. Comisionado por José Ives Limantour, viajó por la República a comienzos del siglo XX, fotografiando la arquitectura virreinal, civil y religiosa, así como los edificios más sobresalientes construidos durante el porfiriato. Las placas fueron entregadas a la Dirección de Bienes Nacionales de la SHCP, y ésta las envió posteriormente al archivo fotográfico del INAH, donde se conservan.
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Juan de Letrán y en las escuelas de Jurisprudencia y Medicina, al tiempo que daba clases particulares para ganarse el sustento. Fue jefe de redacción de la Secretaría de la Cámara de Diputados entre 1869 y 1870; de 1871 a 1873 fue Oficial Mayor del Gobierno del D. F., y juez del Registro Civil entre 1873 y 1878. Dedicado al periodismo, fue redactor de El Siglo XIX y El Porvenir, periódico político que publicó hasta 1876. Fundó una Miscelánea hispanoamericana y El Publicista. Semanario de Derecho Constitucional, Administrativo e Internacional. Participó en congresos de pedagogía, representando a San Luis Potosí, Tlaxcala y territorio de Baja California. Publicó una colección de Coros escolares y un Boletín Bibliográfico y Escolar. Fue autor de comedias (Los amigos peligrosos y Mundos reales), de dramas (El precio de un secreto e Isabel Lupouloff),5 de trabajos científicos y filosóficos (Nociones científicas, La filosofía hegeliana, Diálogos socráticos), de un Calendario del obrero del porvenir, de un ensayo sobre clasificación de las ciencias, de un texto de geometría y de una Economía política, entre otras obras. Manterola sostuvo, en el Liceo Hidalgo, una apasionada polémica con José María Vigil y Porfirio Parra sobre la filosofía de Hegel.6 Para los propósitos de este trabajo deseo subrayar que Ramón Manterola fue uno de los educadores mexicanos más notables del siglo XIX mexicano, y su labor educativa y revolucionaria alcanzó a Tacubaya. Enemigo del imperio de Maximiliano, se repatrió en La Habana, pero volvió al triunfo de la República. Se graduó de abogado en 1868, mientras era bibliotecario y archivista de la
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Luis Reyes de la Maza, Circo, maroma y teatro, 1810-1910, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, pp. 180, 201 y 211; Carlos González Peña, Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días, México, Porrúa, 1990, p. 231. 6 Francisco Larroyo, Historia comparada de la educación en México, México, Porrúa, 1980, pp. 334, 335.
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Escuela Nacional de Agricultura.7 No sabemos en qué año se instaló en Tacubaya; lo que sí sabemos es que en esta población estableció un colegio particular, con primaria y preparatoria, que funcionó hasta 1879. Manterola fue nombrado regidor de Instrucción Pública de Tacubaya en 1887; durante su gestión introdujo y reglamentó en las escuelas de ese municipio la teoría pedagógica de base positivista conocida como enseñanza objetiva o por la observación y el manejo directo de cosas y objetos.8 El maestro Manterola educó a numerosos adolescentes, poniendo especial énfasis en la formación de su carácter: “Aprended a ser fuertes –decía–, no os dejéis abatir por el dolor; cuando
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Diccionario Porrúa. Historia, biografía y geografía de México,5ª ed., México, Porrúa, 1986, p. 1754. 8 La corriente educativa que se impuso en la segunda mitad del siglo XIX, y que prevaleció en la práctica hasta las primeras décadas del siglo XX, fue la llamada enseñanza objetiva o realismo pedagógico. Su orientación didáctica iba en contra de los excesos verbalistas y librescos, así como de la teoría y la abstracción confusa. Se estableció para combatir los métodos de instrucción monótonos, que la hacían penosa y prolongada, sustituyéndolos por procedimientos más amenos y atractivos. La enseñanza objetiva hundió sus raíces en la metodología positivista, para quien la observación y la experiencia constituían las únicas fuentes del conocimiento. Los educadores y teóricos positivistas veían en la aplicación de la enseñanza objetiva grandes ventajas para la claridad y precisión de los conceptos y de las ideas. Una generación de educadores ilustres como Gabino Barreda, José Díaz Covarrubias, Manuel Flores, Ignacio Ramírez, Protasio Pérez de Tagle, Manuel Baranda, Enrique Laubscher, Enrique C. Rébsamen y el propio Ramón Manterola, entre muchos otros, se encargó de explicar, difundir y desarrollar los postulados de la enseñanza objetiva, a través de la cátedra, de revistas pedagógicas, de conferencias y congresos de maestros.
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las adversidades se ciernan sobre vuestras cabezas llamad en vuestro auxilio a vuestra voluntad”.9 Educador innato, enseñó pedagogía de 1889 a 1901 en la Escuela Normal de Maestros, de la cual fue director de 1890 a 1894. Con los jóvenes profesores Rafael de Alba, Daniel M. Vélez y Rafael Aguilar y Santillán fundó la Sociedad Científica Franklin, que con el tiempo se convirtió en la Sociedad Científica Antonio Alzate y finalmente en la Academia Nacional de Ciencia Antonio Alzate. También fue fundador, junto con Carlos A. Carrillo, de la Sociedad Mexicana de Estudios Pedagógicos, la primera en su género, que comenzó sus labores en 1891. En realidad esta sociedad tuvo sus orígenes en las reuniones que el licenciado Manterola, entonces profesor de segundo año de pedagogía en la Escuela Normal de Maestros, había iniciado con sus alumnos en su casa de Tacubaya. El maestro colimense Gregorio Torres Quintero recuerda que la Sociedad Mexicana de Estudios Pedagógicos inició sus trabajos con un personal muy exiguo, pero que muy pronto su presidente Carlos A. Carrillo logró reunir los elementos más disímbolos: alumnos adelantados de la normal de Maestros, profesores nacionales, profesores municipales de la capital y de Tacubaya, profesores particulares, y aun al señor Manterola, nuestro maestro, quien puso a disposición de la Sociedad las páginas de su Boletín Bibliográfico y Escolar.10
Un año antes, en 1890, Ramón Manterola había fundado, con enormes sacrificios pecuniarios, la Biblioteca Romero Rubio en Tacubaya.
III 9
Cf. Alberto María Carreño, “El Lic. Ramón Manterola”, en Semblanzas. Tercera Parte. Colección de Obras Diversas, vol. VIII, 1939, pp. 506-507. 10 Francisco Larroyo, op. cit., pp. 334, 335, 338 y 348.
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Esta biblioteca debió su existencia a los esfuerzos del licenciado Manterola, quien inició las gestiones para llevar a cabo su construcción y supo aprovechar el entusiasmo y los donativos del vecindario –organizado en Juntas de Mejoras Materiales– para este fin. Es de resaltar el gran apoyo que recibió de parte de los obreros de la Fábrica Nacional de Cartuchos de Santa Fe, quienes en diversas ocasiones le habían pedido al ayuntamiento de Tacubaya la creación de bibliotecas para sus hijos.11 Al parecer, a finales de la década de 1860 o a principios de la de 1870, se estableció una biblioteca en la cabecera municipal, pero ésta ya no existía dos décadas más tarde. De tal modo que la Biblioteca Romero Rubio fue por mucho tiempo la única biblioteca pública de Tacubaya.12 El local que albergó a la Biblioteca Romero Rubio se construyó en un terreno localizado en las calles Tercera de Juárez y del Maguey, mismo que la Empresa de los Ferrocarriles del Distrito Federal donó al ayuntamiento de Tacubaya, con la condición de que se instalara en ese predio una escuela o cualquier establecimiento análogo. La Biblioteca Romero Rubio no tenía en un principio un acervo bibliográfico muy amplio, pero con el transcurso del tiempo fue creciendo: en 1891 contaba con 2 mil 300 volúmenes, cuatro años después con poco más de 4 mil y a finales de esa década con alrededor de 5 mil 500, un número apreciable para una biblioteca pública municipal.13
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Otra vez, en marzo de 1926, los obreros de la Fábrica Nacional de Cartuchos No. 1, Fábrica Nacional de Cartuchos No. 2, Fundición Nacional de Artillería y Fábrica Nacional de Vestuario y Equipo, “en su totalidad radicados en Tacubaya y afiliados a la CROM”, solicitaron bibliotecas. AHDF, Fondo Tacubaya, Ramo Ayuntamiento, inv. 25, exp. 103. 12 Cf. AHDF, Fondo Tacubaya, Actas de Cabildo, Sesión del 10 de marzo de 1899. 13 Ibid.
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En 1900 se tuvo que ceder una pieza del local de la biblioteca a la Compañía de Luz Eléctrica Siemens y Halske, iniciadora de los trabajos de electrificación en Tacubaya, para que instalara ahí una planta distribuidora.14 Por otra parte, con el objeto de que el edificio fuera inscrito en el Registro de Inmuebles Federales, por ley del 26 de marzo de 1903,15 la biblioteca pasó de las manos del ayuntamiento de Tacubaya a las del gobierno federal, quien se ocupó de proporcionarle, desde entonces y hasta 1928, los recursos necesarios para su regular funcionamiento. Como todos sabemos, a comienzos de 1929 el Distrito Federal dio paso a una nueva forma de organización política, con base en delegaciones, cancelándose definitivamente el viejo sistema de municipios y ayuntamientos locales vigente desde 1824. Esta nueva etapa de la historia del Distrito Federal nos conduce a preguntarnos cuál fue la suerte de la Biblioteca Romero Rubio fundada por Ramón Manterola en 1890 y que estuvo a su cargo hasta el momento de su muerte en 1901. Sin importar el tiempo que permaneció abierta, la Biblioteca Romero Rubio contribuyó a enriquecer el panorama de los establecimientos e instituciones educativas y culturales que existían en Tacubaya. Entre ellos podemos mencionar al viejo Edificio Arzobispal, que después sirvió de Colegio Militar y luego fue adaptado para alojar al Observatorio Astronómico Nacional.16 Contiguo a este inmueble estaba el 14
Según el Libro de Actas de Cabildo de Tacubaya, correspondiente al año de 1900, desde el 4 de mayo de ese año hubo “corriente eléctrica durante el día y la noche en las líneas del alumbrado de la cabecera municipal”, p. 42. 15 AHDF, Fondo Ayuntamiento de la Ciudad de México, Ramo Obras Públicas Foráneas/Tacubaya, vol. 1394a, exp. 49 (1907). 16 El Observatorio Astronómico Nacional es una de las instituciones científicas más antiguas de México. Se inauguró en la Torre del Castillo de Chapultepec el 5 de mayo de 1878 y al poco tiempo pasó a ocupar sus nuevas instalaciones en Tacubaya. En 1929 que-
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Museo de la Comisión Geográfico Exploradora, “dedicado al estudio y exhibición de productos de los reinos vegetal, animal y mineral”. El 2 de marzo de 1882 se inauguró el Instituto Científico e Industrial, de muy corta vida.17 Por estos años había en Tacubaya nueve escuelas municipales de instrucción primaria. De ellas seis eran de niños y tres de niñas, cinco situadas en la cabecera política y una en cada barrio de los llamados foráneos que dependían del ayuntamiento: Nonoalco, Nápoles, La Piedad y San Lorenzo. El número de alumnos inscritos en las escuelas era: en las de varones 374 y en las de niñas 324, con una asistencia promedio de 271 varones y 205 niñas. En cuanto a escuelas particulares de instrucción primaria, había cuatro de niños, dos de niñas y dos mixtas: una en la cabecera del municipio y otra 18 en el barrio de La Piedad. Es muy probable que en las residencias de las familias aristocráticas de Tacubaya hubiera bibliotecas; valdría la pena investigar a quiénes pertenecían, su antigüedad, el número de sus volúmenes, sus colecciones, sus temas, etcétera. Algunas instituciones escolares más recientes acreditan el profundo respeto por la educación y cultura de Tacubaya. De estas instituciones destacan el Colegio de San José, después llamado Instituto Alfonso XIII y finalmente Instituto Español; el famoso Colegio Luz Saviñón; el Colegio Zamora y Duque para niñas; el Colegio Williams para niños y jóvenes; el también célebre Colegio Alemán; la conocida Escuela Justo Sierra, la Escuela Guillermo Prieto, la Escuela Secun-
dó a cargo de la Universidad Nacional Autónoma de México, pero a causa del crecimiento de la ciudad se trasladó en 1942 a Tonanzintla, Puebla, y el histórico edificio de Tacubaya fue demolido. 17 Luis G. Rodríguez, Datos estadísticos referentes al Municipio de Tacubaya, México, Tip. El Gran Libro, 1887, p. 4. 18 Ibid., pp. 4-6.
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daria 8, la Escuela Secundaria 17, la Universidad La Salle y la Escuela Primaria Estado de Oaxaca.19
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Guillermo Chavolla Contreras, “Tacubaya heroica”, en El Heraldo de México, domingo 24 de noviembre de 1996, p. 2E.
Los viejos cines de Tacubaya Felipe Morales Leal Cuando los hermanos Lumière inventaron el cinematógrafo en 1895 nació, a la par del aparato capaz de filmar y proyectar imágenes en movimiento, un nuevo concepto que con los años se ha desarrollado tanto como la misma realización cinematográfica: la sala cine. En 1896 el cinematógrafo Lumière llegó a nuestro país, acogido por el general Porfirio Díaz que por aquellos años defendía la doctrina positivista y se maravillaba con la cultura francesa; esto mientras gran parte de la población vivía en condiciones realmente lamentables. No pasó mucho tiempo antes de que el nuevo invento se popularizara entre la población de la ciudad de México que acudía de forma constante a divertirse con las vistas traídas por los enviados de los inventores franceses. El cinematógrafo agradó a la población de tal forma que “hacia 1899 se abrió una tienda para vender y alquilar películas y la ciudad de México vio la multiplicación de saloncillos, de carpas y de jacalones”1 dedicados a la proyección de las llamadas “vistas”. Los diarios de la época hablaban de la aceptación del invento: “Espectáculos. Cinematógrafo ‘Lumière’. Calle del cinco de mayo. El mejor aparato de proyección animada que se conoce hasta hoy, gran éxito en México. Donde se ha exhibido durante 150 noches consecutivas ante numerosa concurrencia en la segunda Calle de plateros”.2 Poco a poco el cine se volvió un entretenimiento popular. En 1
Aurelio de los Reyes, Cómo nacieron los cines, México, UNAM, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, 1982. 2 “Espectáculos”, El Nacional, 8 de octubre de 1898, p. 5.
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1906 “existían en la Ciudad de México 16 salas de proyección cinematográfica, y al finalizar 1906, 17 salas”;3 entre los locales más famosos estaban el Salón Rojo, la Sala Variedades, el Salón Mexicano, La Mezquita, la Sala Cosmopolita, el Teatro Zaragoza, el Salón Parisiense, el Vista Alegre, el Internacional, el Iris y el Teatro Principal. Los primeros lugares de exhibición eran espacios adaptados de una u otra forma: “en sus inicios es más frecuente el fenómeno de conversión de salas teatrales en salas cinematográficas que la construcción ex profeso de nuevos locales”.4 Por ello “durante la primera década del siglo XX, muchos edificios erigidos para alojar representaciones escénicas compartieron espacios con el cinematógrafo”.5 Para hacernos una idea de cómo funcionaban los lugares donde se proyectaba cine a principios del siglo XX, nos podemos apoyar en los reglamentos de la época; tal es el caso del “distribuido a los prefectos políticos del DF para la apertura de salones cinematográficos” en 1912.6 Es notorio el hecho de que los teatros fueron el modelo a seguir en cuanto a la caracterización de las instalaciones, ejemplo de ello es lo señalado en el artículo segundo: “Las filas de asientos y la anchura de los pasillos, se dispondrán de conformidad con lo que a este respecto previene el reglamento de teatros”.7 No obstante, un cinematógrafo implica la creación de una cabina de proyección, espacio hasta la fecha no contemplado y para cuya construcción el mismo reglamento ordena medidas y materiales. Entre los datos curiosos al respecto es de destacar lo contenido en el artículo decimotercero: “Habrá constantemente en la caseta o gabinete de proyecciones, dos cubetas con agua, un sifón con agua gaseosa y una esponja, para la extinción de un principio de incen3
Compañía Operadora de Teatros, S. A., Las salas cinematográficas en la ciudad de México y su área metropolitana, México, 1978, p. 1. 4 Ibidem, p. 1. 5 Francisco Alfaro y Alejandro Ochoa, La república de los cines, México, Clío, 1998, p. 14. 6 Archivo Histórico del Distrito Federal, Municipalidad de Tacubaya (en adelante AHDF MT), Diversiones, inv. 70, exp. 13. 7 Idem.
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dio”.8 Los componentes químicos de la película hacían de ella un material altamente inflamable, por ello ese dato aparentemente curioso era un elemento fundamental para evitar accidentes de consecuencias mayores. No obstante, los incendios sí se produjeron. El éxito del cinematógrafo en la capital se extendió muy pronto a distintos rincones del país. Con el transcurso de los años la exhibición cinematográfica se volvió algo común. El pueblo, en su mayoría pobre y explotado, vio al cine como una opción para entretenerse a un bajo costo, a diferencia de otros espectáculos que estaban reservados para los bolsillos de los beneficiados por el sistema político. En pocos años se abrieron espacios dedicados a esta diversión en distintos lugares; uno de ellos fue Tacubaya. A principios del siglo XX se dan en Tacubaya una serie de cambios que nos ayudan a entender el porqué de la apertura de locales dedicados a la exhibición cinematográfica; no obstante, antes de enfocar este tema concreto es pertinente hacer un recuento de la evolución que experimentó la zona a lo largo del siglo XIX. Durante las primeras décadas del siglo XIX la mayor parte de los terrenos de Tacubaya pertenecían a los naturales del lugar, quienes vivían en pequeñas chozas de adobe. Las cosas comenzaron a cambiar cuando las familias adineradas de la ciudad de México se dieron cuenta de que las condiciones orográficas y el clima templado de esa zona favorecían la construcción de casas de veraneo. Fue así como se empezó a despojar a los pobladores originales para construir lo que Manuel Payno llamó “verdaderas villas italianas”.9 A mediados del siglo XIX las élites de la capital del país se habían apoderado del centro de Tacubaya, desplazando hacia los alrededores a los nativos, que no tuvieron otra opción que formar parte de la servidumbre de los primeros. El lugar era un paraíso para los acaudalados comerciantes, entre otras cosas por la corta distancia con respecto a la ciudad de México; a sólo siete y medio kilómetros del Zócalo, que en carruaje se recorrían en aproximadamente cincuenta minutos. A esto podemos agregar 8
Idem. Casimiro Castro, México y sus alrededores, México, Decaen Editor, 1857. 9
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el paisaje excepcional, la vegetación abundante y el trabajo de los ya citados sirvientes.10 Tacubaya fue durante los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XIX un suburbio veraniego: en el lugar “hay una escasa población local, y depende exageradamente de la actividad económica que durante cada verano se da con la visita de las familias ricas de la ciudad de México”.11 Las mansiones de los Jamison, los Escandón, los Algara, los Carranza y posteriormente los Mier cubrían el panorama con grandes casas rodeadas de jardines, ríos y pequeños lagos. Según lo dispuesto en la Constitución de 1824, Tacubaya formaba parte del Distrito Federal, que por aquellos años tenía un régimen municipal. De hecho, después de la ciudad de México (actual centro histórico), era el municipio más importante; prueba de ello es que el 11 de abril de 1863 fue elevado al rango de Ciudad.12 Con el paso de los años la actividad del lugar aumentó considerablemente, no sólo porque, como paso obligado en el camino a Toluca o Michoacán, era escenario de un gran flujo de mercancías, sino sobre todo por el desarrollo que adquirió el transporte con las líneas de tranvía. Ya no sólo las élites viajaban a Tacubaya. A finales de 1870 la nueva burguesía capitalina llegaba al antiguo municipio de paseo los fines de semana, de ahí que haya surgido pronto el interés por establecerse en el lugar; aunque sin el lujo de las familias adineradas, sí con la conciencia de los beneficios que la nueva ciudad otorgaba.13 Fue durante las dos últimas décadas del siglo XIX cuando el panorama de Tacubaya comenzó a cambiar. Empezaron a fraccionarse los terrenos y se fundaron nuevas colonias, con lo cual la población creció hacia las orillas. De tal manera, aumentó considerablemente la cantidad de gente que vivía o 10
Sergio Miranda Pacheco, “Tacubaya: de suburbio veraniego a espacio conurbado. Imágenes de un proceso histórico”, en Celia Maldonado y Carmen Reyna (coords.), Tacubaya, pasado y presente II, México, Yeuetlatolli, A.C., 1998. 11 Ibidem, p. 41. 12 AHDF MT, Diversiones, inv. 79, exp. 34. 13 Miranda, op. cit., p. 45.
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transitaba por el antiguo municipio. Fue así como Tacubaya dejó de ser un lugar reservado para las élites y se convirtió en una ciudad en pleno crecimiento que, si bien seguía teniendo contacto directo con la ciudad de México, ya no dependía tanto de ella en el sentido de que poco a poco consolidaba su propio accionar urbano y social. A comienzos del siglo XX llegaron a vivir a Tacubaya gran cantidad de personas, en buena medida alentadas por la inauguración del nuevo tranvía eléctrico puesto en marcha el 15 de enero de 1900.14 Con este nuevo transporte los habitantes del municipio llegaban al Zócalo en muy poco tiempo, se dice que en menos de diez minutos, lo cual les permitía trabajar en la ciudad de México sin ningún problema. En 1900 Tacubaya tenía un total de 18,34215 habitantes, cifra que aumentó a 37,553 en 1910.16 El viejo poblado rápidamente se extendió. Nuevas colonias como San Miguel Chapultepec, Escandón y San Pedro de los Pinos, entre otras, se unieron a él a través de los servicios y el transporte, logrando con ello un conglomerado urbano que, entre otras cosas, demandó la instalación de nuevas diversiones. Una de ellas fue el cine. No es fácil saber cuándo ni dónde tuvo lugar la primera función de cine en Tacubaya, pero podemos comenzar diciendo que en enero de 1897, medio año después de la llegada del invento de los Lumière a México, los espectáculos más comunes eran los gallos, los toros y algunos otros “entretenimientos menores”.17 Podríamos especular y decir que la primera función de cine se llevó a cabo en el teatro Primavera, que en aquellos años ya existía. Pero realmente la primera noticia al respecto corresponde al 16 de enero de 1907, cuando un concejal llamado M. Lozano y Castro reporta la suspensión de una función del cinematógrafo ocurrida el día 13 14
Yolanda Bache Cortés, “Con viajeros, residentes y cronistas: un paseo por Tacubaya en el siglo XIX”, en Maldonado y Reyna, op. cit. 15 Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, Censo y división territorial del DF 1900, México, 1901. 16 Consejo Superior de Gobierno del DF, Censo general del DF de 1910, México, tomo XVII, julio-diciembre de 1911. 17 AHDF MT, Diversiones, 1897, inv. 69, exp. 16.
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de ese mes en el salón de conferencias y espectáculos populares de la ciudad, en Tacubaya. La causa fue la descompostura del proyector.18 No obstante, no podemos hablar en esa fecha de un recinto dedicado a la exhibición cinematográfica. Sin tener conocimiento de cuándo comienzan a operar, sabemos que en 1912 ya había al menos tres lugares donde se exhibía cine. Además del Salón Imperial, en la tercera calle de Juárez, y un circo cuya ubicación no conocemos, los pobladores del municipio podían acudir al cine Tacubaya, situado en la primera calle del Calvario; al cine Edén, en la primera calle de Linares, y al teatro Primavera, en la segunda calle del mismo nombre; este último, como veremos más adelante, se convertiría en uno de los exhibidores principales del municipio.19 La proyección de películas difícilmente podía, por esas fechas, llevarse a cabo diariamente; de hecho casi se puede asegurar que los cines mencionados interrumpían su actividad constantemente, a menudo como resultado de la falta de condiciones indispensables para desarrollar su labor. El 2 de febrero de 1914 el concejal del Ayuntamiento señala en tono severo, en referencia al teatro Primavera: “ignoro quien sea el empresario y que ministerio regentea el arrendamiento de ese jacalón llamado teatro seguramente por sarcasmo o chacota, pues no es otra cosa que una jaula mal construida y peor adaptada... el susodicho teatro no reúne la condición fundamental que se previene gobernativamente para que se puedan explotar esta clase de edificios, y sin embargo es el único que está en funciones, no obstante, ser también el único que no da al público las garantías de seguridad. Las condiciones son que todo teatro destinado a cinematógrafos debe ser de mampostería y todos saben que el Primavera es de madera”. 20 En 1914 el Municipio da a conocer el reglamento para el establecimiento de salas de cine en el Distrito Federal, que controlaba la apertura de nuevos centros de exhibición. Para vigilar el cumplimiento de dicho documento, el ayuntamiento nombra18
AHDF MT, Ayuntamiento, 1907, inv. 17, exp. 3. AHDF MT, Diversiones, 1912, inv. 70, exp. 11. 20 AHDF MT, Diversiones, 1912, inv. 70, exp. 14. 19
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ba un inspector por cada local instalado en Tacubaya. Los inspectores estaban a su vez bajo el mando del interventor de cines y diversiones del municipio. Uno de estos interventores fue el señor Rafael Mora, asignado al cargo en 1917 por el entonces presidente municipal coronel Fernando Estrada.21 Si bien la exhibición cinematográfica eventualmente pudo haberse efectuado en diversos lugares, lo cierto es que en el periodo comprendido entre 1915 y 1927 fueron cinco las salas de cine que como tales abrieron sus puertas en el municipio. La proyección de películas de forma constante se inicia en 1915, cuando aparecen las primeras carteleras impresas de tres salas: los cines Cartagena y Tacubaya y el teatro Primavera. El cine Cartagena es sin lugar a dudas el más importante en el periodo referido. Ubicado en la calle 1ª de la Independencia número 6, contaba con un total de 1508 asientos divididos en dos categorías: 1008 en luneta y 500 en galería. En 1915 los precios de entrada eran de quince y cinco centavos respectivamente, lo cual daba un ingreso total de 175.20 pesos por cada una de las tres funciones que se daban al día. La primera comenzaba normalmente a las 17 horas y, si el espectador lo deseaba, podía quedarse a las tres y abandonar la sala hasta las 22 horas aproximadamente. Los empresarios del cine Cartagena eran los señores Armando García Jr. y el señor Arechavala. En los programas que se repartían a diario, una leyenda describía al cine como “el centro de diversiones más confortable, elegante y bien acondicionado en su género”. Otra de las características del Cartagena era su técnica de proyección que, a decir de sus propietarios, lo hacía superior a otros salones.22 Las funciones de cine eran en muchas ocasiones anunciadas junto a un gran concierto. Este no era otra cosa que música en vivo que amenizaba la proyección de la película; esto tiene que ver probablemente con el hecho de que el cine era silente. El cine Cartagena era un orgullo para el municipio. Un documento redactado por el ayuntamiento se refiere a él como: “El enorme cine Cartagena, centro de reunión y recreo de las familias, siendo su capacidad 21 22
AHDF MT, Diversiones, 1917, inv. 70, exp. 26. AHDF MT, Diversiones, 1915, inv. 70, exp. 16.
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para mil trescientas personas”.23 Por otra parte, el recinto se utilizaba para llevar a cabo ceremonias importantes. Gran parte del programa de los festejos del primer centenario de la Independencia, en 1921, se celebró en este lugar.24 El teatro Primavera es más antiguo, según consta en documentos del municipio, pero también fue hasta 1915 cuando comenzó a dar funciones de cine con mayor regularidad. Este teatro se ubicaba en el jardín Primavera, en la avenida del mismo nombre. Tenía capacidad para albergar 475 espectadores aproximadamente, de los cuales 350 se sentaban en sillas, 100 en galería y los demás en sus cinco palcos. Los precios de las localidades en 1915 eran de cinco centavos en galería, diez centavos en silla y cincuenta centavos por cada palco. También había permanencia voluntaria y las funciones se daban desde las cinco de la tarde hasta las diez de la noche.25 El edificio pertenecía al municipio y éste arrendaba el lugar a particulares para diversos espectáculos. En 1915 firma como responsable del cine el señor R.B. Prado; años después, en 1924, el señor Cirilo R. Del Castillo, representante de Chapultepec Films, pide arrendarlo por dos años.26 El Primavera se anunciaba como “cine concierto variedad”. Si bien era una de las dos salas que constantemente presentan funciones de cine hasta 1927, no logró la constancia del cine Cartagena. A esto hay que agregar el hecho de que nunca cerró sus puertas a la representación teatral y operística. El tercero de nuestros cines en orden cronológico es el cine Tacubaya, ubicado en la 1ª de Morelos número 27. Este salón era un poco más grande que el teatro Primavera. Tenía capacidad para 490 personas aproximadamente, divididas en tres secciones: 400 espectadores en luneta, a un precio de 25 centavos; 80 asientos en galería, a diez centavos, y dos palcos de 1.50 pesos cada uno. Estos precios también corresponden a 1915.27 La peculiaridad del cine 23
AHDF MT, Ayuntamiento, 1919, inv. 21, exp. 54. AHDF MT, Diversiones, 1921, inv. 72, exp. 26. 25 AHDF MT, Diversiones, 1915, inv. 70, exp. 18. 26 AHDF MT, Ayuntamiento, 1924, inv. 24, exp. 107 27 AHDF MT, Diversiones, 1915, inv. 70, exp. 16. 24
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Tacubaya es que anunciaba tener un “servicio de 1ª clase del Salón Rojo, el rey de los cines”. El Salón Rojo fue uno de los cines más importantes del centro de la ciudad, ubicado en las actuales calles de Madero y Bolívar.28 Los horarios de las funciones eran parecidos a los de los otros cines; los programas del Tacubaya se caracterizaron por incluir en ocasiones una sinopsis de la película que se iba a presentar. Al igual que los otros exhibidores, éste también incluía variedad: casi siempre se presentaba el Trío Gutiérrez. Las carteleras de este cine no aparecen constantemente y dejan de ser recibidas por el Ayuntamiento en 1921. El cuarto cine fue conocido con el nombre de Barragán. Hizo su aparición en 1922, con sede en la 8va. de Independencia número 170. Se hacía publicidad con la frase “Aseo, orden, diversión. El salón mejor acondicionado de Tacubaya”. Se desconoce la capacidad exacta del recinto, pero debió ser considerable pues estaba dividido en tres secciones: luneta de 40 centavos, galería numerada de quince centavos y galería general de 10 centavos. Los precios son de 1922. Los empresarios declaraban: “venimos animados con las mejores intenciones para satisfacer al culto y distinguido público de esta colonia y ofrecer desde hoy, no omitir gasto ni sacrificio alguno, a fin de presentar las mejores producciones cinematográficas y los estrenos más recientes en los teatros de Nueva York y París”.29 Las funciones se daban de las 16 a las 23 horas y había permanencia voluntaria. Este cine también se mantuvo hasta 1927 en forma más o menos constante, incluyendo en algunas ocasiones funciones de teatro. La quinta sala de cine de este periodo en Tacubaya es el cine Hollywood, que se encontraba en la 7ª de General Cano número 920 y del cual se comienzan a recibir carteleras en el municipio en 1926. La empresa se llamaba Juan Quintanilla y Cía. La capacidad exacta del lugar no está registrada y el precio de entrada en luneta es de 20 centavos en 1926. En sus anuncios decían ser lo mejor en proyección y acondicionamiento e invitaban a la gente a convencerse por sí misma. Como dato curioso, debajo del letrero 28 29
Francisco Alfaro y Alejandro Ochoa, op. cit., p. 16. AHDF MT, Diversiones, 1922, inv. 73, exp. 2.
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de cine Hollywood aparece la leyenda “Diga Joli-gud el único”.30 Este cine dejó de operar el 13 de junio de 1926.31 Puede sostenerse que fue durante los años veintes cuando el cine se consolidó como espectáculo en Tacubaya. En ese periodo, los más de cincuenta mil habitantes del lugar32 afirmaron su proceso de habituación33 al cinematógrafo de la mano de las funciones en los recintos mencionados. Sin la presencia de estos viejos cines no se podría explicar la inauguración de la que fue la primera sala de cine que, como tal, abrió sus puertas en 1936: el cine Hipódromo Condesa, fiel ejemplo de lo que ha sido a lo largo del siglo XX y hasta la fecha una relación inseparable: público, salas de cine y Tacubaya. El Cartagena, el Primavera, el Barragán, el Tacubaya y el Hollywood fueron, sin lugar a dudas, la base que permitió, años más tarde, la construcción del cine Hipódromo, del cine Ermita, del cine Jalisco, del cine Marilyn Monroe y del cine Carrusel, todos ellos en función durante algún tiempo en Tacubaya. En la última década experimentamos la transformación de las salas de cine, reflejo inequívoco del cambio social que hemos sufrido. Actualmente contamos con complejos cinematográficos que van de acuerdo con los usos y costumbres de nuestra cultura global. Dejamos atrás las viejas salas de cine de gran tamaño para dar paso a los multiplex de cinco, seis o más pantallas. No obstante es importante recordar los primeros pasos, instalarnos en aquella época, tratando de reconstruir la vida cotidiana y así valorar lo que representó para esos primeros públicos el asistir a esas viejas salas de cine en la vieja Tacubaya.
30
AHDF MT, Diversiones, 1915, inv. 75, exp. 6. AHDF MT, Diversiones, 1915, inv. 78, exp. 44. 32 Censo de población de la República Mexicana, 15 de mayo de 1930. 33 La actividad humana está sujeta a la habituación, todo lo que se repite crea una pauta que luego se reproduce con economía de esfuerzo. La habituación agrupa gran variedad de situaciones y así anticipa la actividad que habrá de realizarse en cada una de ellas. La habituación antecede a la institucionalización. Peter Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1968, p. 74. 31
El jardín de la Casa de la Bola: sus antecedentes históricos, su presente Leonor Cortina La jardinería es un tema al que en México no se le ha dado todavía la importancia que merece. Hasta el momento, no disponemos de investigaciones con el debido rigor académico que reconstruyan la historia de los jardines mexicanos. Esta falta de interés se evidencia aún más al ver el descuido y la agresión constante de que son objeto los árboles, plantas y flores que sobreviven en condiciones verdaderamente lastimosas en las calles y parques del Distrito Federal y sus áreas suburbanas. Se anuncian campañas de reforestación, se colocan flores en algunas de las principales avenidas –como las desfallecientes nochebuenas que se siembran cada año– y existe una horrenda manía por macetas y jardineras que se colocan dizque para decorar o dividir áreas, en centros comerciales, oficinas y calles peatonales, “adornadas” con una mescolanza de plantas. Lo más grave es que estos trabajos de “jardinería” y de “reforestación” se hacen a tontas y a locas, con un desconocimiento total de la flora mexicana y las condiciones de su hábitat, sin la menor planeación y, lo que es peor, sin ningún programa de mantenimiento. Bástenos echar una ojeada a cualquier calle de la ciudad de México. En una misma cuadra nos podemos encontrar una variedad de especies que nada tienen que ver entre sí: desde un colorín hasta un liquidámbar, una yuca, un ciprés, un pirú, un eucalipto o algún retoño de fresno que brotó en la última temporada de lluvias por “obra y gracia de Dios” en el rincón menos esperado, a la orilla de la banqueta, en un hoyo del pavimento o debajo de un puente. Y no hablemos de la poda de árboles, por-
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que esto es pedir demasiado. Sólo se realiza cuando algún árbol o sus ramas se convierten en un estorbo. La diferencia de dimensiones de los árboles en una misma calle a veces resulta escandalosa: árboles altos con las puntas escuálidas porque se les ha dejado crecer descuidadamente, algunos con un enorme hueco en el centro de su follaje y una rama crecida desmesuradamente hacia un lado para librar los cables de la luz, otros inclinados y rayonados en su corteza por los transeúntes. En el lamentable panorama que acabo de describir, somos tan responsables autoridades como ciudadanos. Por lo mismo cabe preguntarnos: ¿el mexicano ama la naturaleza, le es indiferente o la odia? ¿existió alguna vez en México una tradición de jardinería? En principio, podemos responder que el arte de la jardinería, al menos en la época actual, salvo muy raras excepciones, nos es totalmente desconocido. Es necesario caer en la cuenta ¡cuán urgente es ocuparnos de este tema olvidado y dar solución a esta dramática realidad! La jardinería urbana y la conservación de nuestros parques, bosques y selvas exigen no únicamente declaraciones y defensas en los medios, sino acciones efectivas e inmediatas. El tema de los jardines poco ha atraído la atención de los grandes pensadores del arte.1 Según nos narra Bazin, el hecho de que lo nombraran curador del Castillo Chantilly, famoso por el extenso y bellísimo parque que lo rodea creado en el siglo XVII por André Le Notre (el arquitecto paisajista que diseñó los jardines de Versalles), lo sumió en el apasionante estudio del arte del jardín, y comenzó a investigar sobre la infinita variedad de jardines creados a través de los tiempos en Oriente y en Occidente. Su deleite fue enorme al adentrarse en estos lugares de privilegio, auténticos paraísos donde el espíritu humano encuentra el solaz y la quietud en el contacto íntimo con la naturaleza. Por una casualidad inesperada, don Antonio Haghenbeck y de la Lama me invitó a hacerme cargo de sus tres museos: 1
Germain Bazin, Paradeisos. Historia del jardín, Barcelona, Plaza y Janés Editores, 1988, p. 5.
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la Casa de la Bola, la hacienda de Santa Mónica y la hacienda de San Cristóbal Polaxtla, los dos primeros integrados a un extenso jardín y el de Polaxtla dotado de bosque, jagüey y tierras de cultivo. Esta feliz circunstancia me permitió, como a Germain Bazin, satisfacer una vieja aspiración: investigar sobre el olvidado arte de la jardinería y ocuparme –aunque sea en pequeña escala– del rescate y restauración de tres áreas verdes; tareas que, unidas a mi trabajo museístico, me han significado un enorme deleite. En el ejercicio de mi profesión, no he desperdiciado ocasión de visitar cuanto museo se me pone enfrente. Los museos privados, sobre todo en Europa y Estados Unidos, han llamado particularmente mi atención, no sólo por sus bellas construcciones y las obras de arte contenidas en sus interiores, sino también por los jardines y parques que generalmente los rodean. El gran atractivo de estos museos es que, en su mayoría, nos transportan a épocas anteriores: al conservarse tal cual fueron habitados por sus propietarios, las obras de arte que albergan se muestran con el uso y disposición que se les dieron originalmente. En estos museos siempre el jardín, por pequeño que sea, aun en las casas-museo más modestas, es un complemento indispensable. Es el marco vital que rodea a la joya arquitectónica. En México son muy contados los museos de esta índole. Por eso los museos Haghenbeck, encabezados por la Casa de la Bola, vienen a cumplir una función muy importante dentro de nuestro patrimonio artístico y significan para quienes trabajamos en ellos una oportunidad única de transmitir a nuestros visitantes, además del gusto por el arte, la admiración y el respeto por la naturaleza. Volviendo al tema inicial, cabría preguntarnos: ¿a qué se debe ese manifiesto descuido por nuestros parques, jardines, selvas y en general por nuestras áreas verdes? ¿Se deberá a que no padecemos inviernos crudos y por lo tanto no sabemos lo que es la ausencia del verde? ¿O a que estamos tan acostumbrados a la riqueza y variedad de nuestra flora que
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no sabemos apreciarla? ¿O a aquello que decía Octavio Paz sobre “nuestra imitación apresurada de la modernidad”, principal causante de la destrucción de nuestro patrimonio histórico? ¿Qué extraño atavismo nos lleva a la destrucción, al descuido irrefrenable y al desorden? El testimonio que nos ha llegado del periodo prehispánico nos indica lo contrario. Los cronistas, empezando por Cortés, hablan de la Gran Tenochtitlán como una ciudad majestuosa, la Venecia de América, asentada en una laguna, trazada con perfecto orden y concierto, cruzada por canales, con sembradíos sobre chinampas. Las chinampas eran pequeños islotes confeccionados con lodo y tierra sobre un tejido de carrizos en los que se sembraban flores y verduras; ingenioso invento de la agricultura y la jardinería prehispánica, cuyos vestigios se pueden apreciar todavía en nuestro deteriorado Xochimilco. Tal era la belleza de la capital mexica que Cortés se resistía a destruirla.2 Los relatos de otros cronistas confirman las aseveraciones de Cortés y además nos hablan del profundo amor que había entre los aztecas por las flores, las plantas y los animales. Bernal Díaz del Castillo, Andrés de Tapia y otros se sorprenden, lo mismo que Cortés, de la belleza y extremado orden de la Gran Tenochtitlán. La describen con sumo detalle y se ocupan también de contarnos cómo eran las casas de Moctezuma, de Netzahualcóyotl, señor de Texcoco, y de otros señores principales. En las casas de los principales, los jardines era lo más importante. Constaban de numerosas fuentes, estanques y acequias con peces “de los que se crían en el mar como en los ríos y lagunas”, aves de todo tipo, fieras, serpientes y culebras. En esa colección de flora y fauna “no faltaba allí ave, pez ni animal de esta tierra”.3 Como afirma Soustelle, el lujo de las mansiones señoriales de los 2
Ramón Iglesia, Cronistas e historiadores de la Conquista de México, México, SEP (Sep/Setentas), 1972, p. 73. 3 Jacques Soustelle, La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la Conquista, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. 131.
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aztecas no residía en los muebles, ni en la comodidad, ni en las dimensiones y número de habitaciones sino “en la variedad y esplendor de los jardines”. Además de embellecer su palacio de Texcoco, Netzahualcóyotl creó hermosísimos jardines en otras localidades como Tetzcotzinco; bosques y jardines adornados con ricos alcázares, con fuentes, atarjeas, acequias, baños, estanques, con diversidad de árboles y de flores odoríferas traídos de otras regiones, con variedad de aves, conejos, liebres y venados. Lo sorprendente, para los azorados ojos de los españoles, era también las numerosas e impresionantes obras que se habían hecho para traer el agua. Moctezuma poseía en sus casas jardines similares con miradores de mármoles y losas muy labrados, diez estanques de agua, criadero de aves de agua dulce y aves de mar, con su alimento, según lo requerían de gusanos, peces e insectos. Tan sólo para cuidar de las aves, disponía de trescientos hombres. Sobre las albercas y estanques había corredores y miradores. Poseía también una variedad impresionante de animales, desde aves de rapiña hasta pumas, jaguares, coyotes, zorros, gatos salvajes, tinajas con culebras y víboras, y hasta hombres y mujeres con deformaciones; centenares de servidores cuidaban de todos ellos. “Lo cierto es que los soberanos del México antiguo reunían a su alrededor todas las especies de animales y vegetales de su país”. Los aztecas sentían una verdadera pasión por las flores, que se evidenciaba en sus jardines y en su poesía lírica, verdadero himno a las flores “que embriagan” con su belleza y su perfume.4 Pero no únicamente los soberanos disponían de estos jardines con su zoológico, sino también otros señores principales, los tecuhtli. Bernal Díaz del Castillo se albergó en Ixtapalapa la noche anterior a su entrada a la capital y se extasió describiendo el palacio y los jardines donde fueron alojados: “Fuimos a la huerta y el jardín, que fue cosa muy admirable verlo y pasearlo, que no me hartaba de mirar la diversidad de árboles y los olores 4
Ibid., p. 134.
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que cada uno tenía, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutos y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce y otra cosa de ver”. A este jardín se podía entrar con canoas pues tenía un canal que conducía a la laguna.5 Hernán Cortés describe también la ciudad de Ixtapalapa al lado de una laguna salada. El señor de ella poseía casas “tan buenas como las mejores de España”, con jardines “muy frescos de muchos árboles y flores olorosas; asimismo albercas de agua dulce muy bien labradas”, huertas con unos miradores, con muy hermosos corredores y también con un estanque en el centro y “todo género de árboles y yerbas olorosos”.6 Sobre los jardines del periodo virreinal es escasa la información de que disponemos. Que yo sepa existe tan sólo un pequeño ensayo de Romero de Terreros titulado Los jardines de la Nueva España, publicado por Ediciones México Moderno en l9l9 y después en l945 por Porrúa. Don Manuel Toussaint dedica también unas cuantas líneas a los jardines del Virreinato, en las cuales señala que son muy pocos los jardines que han sobrevivido de esa época y los escasos que aún permanecen se encuentran en total descuido y abandono; nos remite al mencionado texto de Romero de Terreros.7 Desconozco si en la actualidad algún otro investigador se haya interesado por el tema. Un jardín que gozó de notable prestigio fue el del convento de los Carmelitas Descalzos en San Angel. Un testimonio interesante sobre este jardín es el del viajero italiano Gemelli Carreri que llegó a México en l697. Montado a caballo y acompañado de un criado, fue a tres leguas de la ciudad a visitar “el famoso jardín” del convento de San Angel. Señala que pasaba por en medio un gran río que lo hacía muy fértil y que los árboles frutales le producían al convento una renta anual de más de l3 mil pesos. Describe la variedad de frutas que allí se cultivaban: 5
Ibid., p. 136. Iglesia, op. cit., p. 58. 7 Manuel Toussaint, Arte colonial en México, México, UNAM, 1962, p. 170. 6
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cuarenta clases de peras, “gran variedad de manzanas, melocotones y membrillos porque las nueces, las castañas y otras semejantes, están en número escaso”. El jardín estaba en un lugar muy agradable, al pie de altísimos montes, y los padres tenían otro hermoso jardín de flores con árboles de clavo.8 En enero de l684, el oidor Juan Sáenz fue por orden de Su Majestad a contar los árboles de la huerta de los carmelitas en San Angel y contó “trece mil setecientos árboles de todos géneros; y dicen tiene tres cuartos de legua”.9 Al parecer, la huerta productiva y bien cuidada fue una característica de los conventos carmelitas, pues el de la ciudad de Puebla contaba también con “una espaciosa huerta de árboles frutales” surtida con suficiente agua para su riego que se distribuía por medio de “un gran estanque cuadrado con sus andenes o corredores enladrillados, para pasearse por todos sus lados y sus asientos en sitios proporcionados, para descanso”. Los frailes vendían la fruta al menudeo en la portería del convento. Además de la huerta, que también era un lugar de recreo y descanso, los carmelitas tenían en casi todos los jardines de sus monasterios una “cámara de los secretos”, especie de capilla o ermita de gruesos muros, dos cerrados y dos abiertos, de tal suerte que hablando de esquina a esquina en voz baja se oía claramente la voz sin que las demás personas pudieran oír. En el centro de la cámara siempre había una gran cruz.10 El huerto era parte esencial de la mayoría de los conventos de la Nueva España; religiosos y religiosas lo cultivaban para su propio abastecimiento y como medio de subsistencia. El cultivo de árboles frutales y de toda clase de vegetales, unido al cuidado de jardines que proveían de flores los altares, eran actividades que se avenían muy bien con la quietud de la vida conventual, 8
Gemelli Carreri, México, UNAM, 1976, p. 68. Antonio de Robles, Diario de sucesos notables, México, Porrúa (Escritores Mexicanos), 1972, vol. II, p. 60. 10 Manuel Romero de Terreros, Los jardines de la Nueva España, México, Antigua Librería Robredo de José Porrúa e hijos, 1945, p. 11. 9
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pues la siembra y mantenimiento de plantas, flores y frutos requiere de tiempo y paciencia. Podar, limpiar, mantener la tierra rica en nutrientes y después recoger la cosecha son labores que exigen infinita calma; no es poca cosa cortar con cuidado cada fruto que pende del árbol. Todas estas tareas se realizaban en aquellos tiempos por medios naturales, sobre todo la fertilización de la tierra y la erradicación de plagas. En la pintura colonial se pueden encontrar algunas bellas imágenes de los jardines y las huertas conventuales. Durante el Virreinato las casas de ciudad, a diferencia de los conventos, no contaban con jardines. En los palacios novohispanos, el patio con su fuente en el centro y los corredores que lo rodeaban, generalmente adornados con macetas, hacían las veces del jardín. Las ciudades contaban además con plazas arboladas, a las que miraban los balcones de las casas; estas pequeñas plazoletas proporcionaban o llenaban ese apetito de verde esencial para todo ser humano. Los jardines eran más propios de las casas de campo, conocidas durante las primeras épocas del Virreinato como 11 “casas de placer”. Estas casas –según Romero de Terreros– eran por lo común de un solo piso y comprendían siempre un pequeño jardín y una huerta. Al parecer algunas de ellas se prestaron a conductas reprobables y “ofensas a Dios” pues, según testimonios de la época, muchas personas iban a las huertas desde la mañana a la noche sin haber oído misa “y otras personas estaban hasta tres o cuatro días en sus regocijos y pasatiempo” sin regresar a la ciudad. En estas casas campestres se jugaba, se hacían fiestas, había música, se comía y cenaba opíparamente y se cometían “otros excesos”.12 En los biombos coloniales, bellísimas muestras del género de pintura no religiosa durante el Virreinato, uno de los temas recurrentes son las fiestas que se celebraban en jardines y huertas. En ellos se puede apreciar a hombres y mujeres ata11 12
Ibid., p. 9. Ibid., p. 8.
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viados con sus mejores galas, conversando cortésmente, unos sentados, otros de pie entre los árboles; al fondo de la escena, vistas de fuentes con sus juegos de agua y en primer término, al lado de las figuras humanas, graciosos pedestales con macetones llenos de flores. Esta pintura con escenas de caballeros y damas departiendo en el jardín, tan frecuente en la Nueva España en biombos o rodastrados como también se les llamaba, según el lugar de la casa a que fueran destinados y que tenían de doce a venticuatro hojas, se inscribe perfectamente dentro del género de la llamada pintura galante que tan en boga estuvo en la Europa del siglo XVIII, principalmente en Francia. La ciudad de México estaba rodeada de casas con huertas que se situaban en San Angel, Mixcoac, Coyoacán, San Agustín de las Cuevas (Tlalpam) y en Tacubaya. El padre Vetancourt, al describir los alrededores de la ciudad de México, comenta que “todo lo más de la comarca en cinco leguas en contorno, está poblado de huertas, jardines y olivares, con casas de campo que los ricos de la ciudad han edificado para su recreo: en San Agustín de las Cuevas, paraíso occidental, donde compiten con gastos excesivos los dueños de las huertas, a cual más curiosa la tiene con invenciones de agua que entretienen”. Menciona otros lugares como “Cuyoacán, Mixquac y Tacubaya, donde el olivar del Conde de Santiago, aunque los aceitunos y olivos todo es una, precede a todos los olivares como solo; las lomas y quebradas en tiempos de verano son vistosas, con arroyos de agua tan sonoros y florestas de flores campesinas”.13 Humboldt también describe con entusiasmo los alrededores de la ciudad de México: “Por todas partes conducen a la capital grandes calles de olmos y álamos blancos: dos acueductos construidos sobre elevados arcos atraviesan la llanura...Al sur, todo el terreno 13
Fray Agustín de Vetancourt, Crónica de la Provincia del Santo Evangelio de México, 4ª Parte del Teatro Mexicano de los sucesos religiosos, México, edición María de Benavides viuda de Juan Rivera, 1697, Tratado de la ciudad de México, cap. I, p. 2.
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entre San Angel , Tacubaya y San Agustín de las Cuevas parece un inmenso jardín de naranjos, duraznos, manzanos, guindo y otros árboles frutales de Europa”.14 Esta costumbre de las casas de campo con un amplio espacio destinado a la huerta perduró hasta mediados del siglo XX. Todavía en la décadas de 1940 y 1950, eran famosas las huertas de San Jerónimo en el sur de la capital. Recuerdo cuando en mi niñez acompañaba a mi abuelo a comprar fruta en los pequeños puestos que se colocaban a la orilla del camino. Tlaquepaque y Chapala, en Jalisco, que eran también lugares de recreo para las familias de Guadalajara, contaban con extensas huertas. Actualmente la huerta ha sido sustituida por el jardín de ornato de influencia norteamericana e inglesa, con alberca en el centro o a un lado y grandes áreas despejadas cubiertas de pasto y en las orillas macizos de flores y agrupamientos irregulares de árboles. Casi todos los jardines y huertas coloniales estaban dotados de un cenador o chocolatero, que era una especie de quiosco situado en el centro, abierto en los costados y adornado con bancas de piedra. Romero de Terreros nos describe el cenador de la casa de campo del Conde de Xala que tenía la forma de una galería con arcos cerrados con vidrieras y estaba amueblado con cuatro docenas de taburetes azules con asientos de tule, “una mesa redonda maqueada y dorada de china”, jaulas con pájaros y cortinas para amortiguar el exceso de luz. “El patio de esta casa se adornaba con más de noventa macetas y macetones de Talavera de Puebla, azules y blancos, con claveles y naranjos, sobre arriates de mampostería”.15 La ciudad de México, como toda ciudad que se preciara de ilustrada en el siglo XVIII, poseía un Jardín Botánico situado en uno de los patios del Palacio Virreinal que Humboldt visitó en 1803 y describió como “muy pequeño pero en extremo rico en producciones vegetales o de mucho interés 14
Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España, México, Porrúa (Sepan Cuántos), 1966, p. 20. 15 Romero de Terreros, op. cit., p. 12.
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para la industria y el comercio”.16 Años después, en 1823, el viajero William Bullock también visitó el Jardín Botánico y le dedicó un pequeño capítulo en su relato de viaje, en el que comenta el deleite que le produjo este lugar; placentero refugio contra el ardiente sol de mediodía y “hermosamente trazado a la manera española, con arriates adoquinados y bordeados de macetas con elegantes flores”. Los arriates estaban cubiertos con plantas trepadoras que producían una acogedora sombra; la frescura del lugar se acentuaba con la dotación de agua por medio de acequias y un gran estanque y fuente en el centro. El jardín era frecuentado por “numerosos y lindos pájaros” y habitado por millares de plantas y flores, en su mayoría desconocidas para el europeo. En este “reducido paraíso” lo que más le llamó la atención a Bullock fue el famoso “árbol de las manitas” (chiranthodendron pentadactylon), admirado también por Humboldt y por la marquesa Calderón de la Barca. Este árbol era llamado así por la forma tan peculiar de su extraña flor de color escarlata, con cinco largos y finos pétalos que semejan los dedos de la mano. Los aztecas lo conocían como macpalxóchitl, que quiere decir “flor en forma de mano”, así que su denominación en náhuatl también se debió a la forma tan peculiar de sus flores.17 Bullock hizo un enlistado de las 31 especies del Jardín Botánico que más llamaron su atención.18 Según información de Felipe Teixidor, el primer jardín botánico se abrió en l788 entre las calles de Bucareli y Balderas. Uno de sus fundadores fue el botánico español Vicente Cervantes, quien se dedicó a enseñar su materia y formó a varios botánicos mexicanos. En l791 el jardín se pasó al Palacio Virreinal y todavía en l845 se daban lecciones ahí. Teixidor se lamenta, cuando escribió esas notas en 1959, del abandono y casi destrucción 16
Humboldt, op. cit., p. 122. William Bullock, Seis meses de residencia y viajes en México, México, Banco de México, 1983, p. 126; Madame Calderón de la Barca, La vida en México, México, Porrúa, 1959, vol. I, notas p. 75. 18 Bullock, op. cit., p. 127. 17
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del que fuera “un delicioso y cuidado oasis”. En tiempos de Calderón de la Barca el jardín estaba a cargo de un viejo jardinero, Juan Lazari, de 110 años, al parecer puesto allí por el botánico Cervantes. Desgraciadamente el Jardín Botánico, “convertido –según testimonio de Teixidor– en patio de recreo de una guardería infantil y depósito de materiales y basura”,19 no es el único que ha sufrido los estragos del tiempo y del descuido. Son muy pocos los jardines coloniales de la ciudad de México y sus alrededores que han llegado hasta nosotros. Entre éstos se cuenta El Pensil en el barrio de la Magdalena, en Tacuba, edificado por el bachiller don Manuel Marco de Ibarra en l767, cada vez más reducido en su extensión.20 Todavía a principios del siglo XX se podían apreciar vestigios de otros jardines virreinales en Tlalpan, Coyoacán y San Angel. El parque del Desierto de los Leones, obra de Fray Andrés de San Miguel, se conserva en condiciones bastante aceptables porque está más alejado de la ciudad de México. En otros lugares del interior de la República sobrevive uno que otro jardín del Virreinato, como el Borda en Cuernavaca, construido por Manuel de la Borda, hijo del famoso minero de Taxco; Romero de Terreros nos informa sobre las obras de construcción del estanque, así como sobre el estreno del jardín el 5 de noviembre de 1783 con una gran fiesta. Al parecer don Manuel de la Borda era muy “afecto al estudio de la botánica y la horticultura”.21 Otro bello jardín colonial es el Benito Juárez, situado en uno de los rincones más bellos de San Miguel Allende, en las calles de Baeza y Diezmo viejo; tiene árboles centenarios y conserva muchos de sus antiguos elementos arquitectónicos: andadores, fuentes, pedestales, escalinatas y muros circundantes. 19
Calderón de la Barca, op. cit., vol. I, pp. 74 y 76. Romero de Terreros, op. cit., p. 13. A pesar de la defensa que los vecinos se han empeñado en hacer de El Pensil, recientemente el propietario construyó unas bodegas dentro del jardín. 21 Romero de Terreros, op. cit., p. 19. 20
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Del siglo XIX, contamos con numerosos relatos de viajeros que frecuentemente hablan sobre los jardines mexicanos. Sin duda los testimonios de la marquesa Calderón de la Barca, en esta materia, son los más abundantes y los que brindan mayor lujo de detalles. La señora Calderón de la Barca, como esposa del primer representante del Gobierno Español del México independiente, era constantemente invitada a tertulias, saraos, a todo tipo de ceremonias y a paseos en los alrededores de la ciudad de México y lugares más alejados. Según la marquesa, las familias mexicanas de buena posición económica iban a sus casas de campo a residir durante el verano para “mudar de temperamento”.22 Uno de los lugares más visitados era Tacubaya, la villa más próxima a la ciudad de México y el sitio elegido, en el siglo XIX, por la mayor parte de las familias ricas y algunos extranjeros para hacerse de una finca campestre.23 En su décima carta, la marquesa relata que fue a visitar el palacio arzobispal de Tacubaya y comenta que la villa de San José de Tacubaya era una agradable población un poco dispersa, con algunas bonitas casas de campo, situada tan solo a unas cuatro millas de México y uno de los paseos favoritos para salir a caballo en las mañanas. El palacio del arzobispado era un edificio “muy grande y hermoso” desde donde se apreciaba una de las vistas más bellas de la ciudad de México. Construido durante el Virreinato, poseía un bello jardín y un olivar, y estaba además “lleno de rosas dobles, y de las llamadas mille-fleur-rose, los rosales dispuestos en forma de arcos, arreglo aquí muy en boga; profusión de guisantes de olor y jazmines y algunos naranjos”.24 Según la marquesa, los rosales y los olivos eran muy populares en México y sus alrededores, sobre todo en Tacubaya, de donde salía una abundante producción de aceite de oliva de los numerosos huertos que allí se encontraban. También se mostró muy bien 22
Calderón de la Barca, op. cit.,vol. II, p. 378. Carl Barholomaeus Heller, México, Banco de México, 1987, p. 148. 24 Calderón de la Barca, op. cit., vol. I, pp. 99 y 102. 23
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impresionada de la casa de los Condes de la Cortina, que parecía ser una de las más hermosas de Tacubaya, con un jardín muy bien cuidado y, lo mismo que el palacio del arzobispado, una localización estratégica que permitía apreciar desde sus balcones una magnífica perspectiva de la ciudad de México, de los volcanes y de Chapultepec.25 Otras fincas campestres que merecieron los elogios de la marquesa fueron: la casa de don Francisco de Tagle, en San Angel, también con jardín y huerto, que le fue prestada para pasar un temporada; la casa en San Agustín de las Cuevas del general Morán y su esposa la Marquesa de Vivanco, a donde acudió a una comida y paseó por su hermoso jardín ornamentado con una cueva artificial; y por último, la casa de la familia Fagoaga en Tlalnepantla. En lugares más alejados de la capital, la finca de los Adalid en Tulancingo, edificada sobre un gran solar, le pareció “el retiro más grato y fresco que pueda imaginarse, todo rodeado de rosas y árboles”, con un bello jardín con senderos de grava limitados por árboles frondosos, arcos de rosas, fuentes adornadas con valiosas figuras y vasos de China, y un gran estanque de agua transparente, con un pabellón chino en sus tres costados.26 Pero sus comentarios sobre las casas de campo mexicanas, en general, no siempre son muy halagüeños, pues la mayor parte de éstas, según su descripción, “eran caserones vacíos con infinidad de cuartos de altos techos que se comunicaban entre sí” casi sin amueblar, “con los pisos desnudos, lo mismo que las paredes, cuando mucho, adornadas con algunas viejas imágenes de Santos y de Vírgenes”. Su juicio más severo es sobre el abandono de los jardines, muchos “en camino de desa25
Ibid, p. 101. Antonio Fernández del Castillo, en su libro Tacubaya, historia, leyendas y personajes [Porrúa, p. 160], afirma que en el espacio que hoy ocupa el Parque Lira existió al fondo un palacio que perteneció al Marqués de Guadalupe, después al Conde de la Cortina y por último al financiero Barrón. Desgraciadamente el palacio fue demolido. 26 Calderón de la Barca, op. cit., vol. I, pp. 172 y 223, vol. II, p. 377.
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parecer, invadidos de flores”, dotados la mayoría de arriates de duras piedras, una fuente en medio, huerta y olivar. Características estas últimas –sobre todo los elementos arquitectónicos y el olivar– propias de jardines que conservaban todavía su estilo virreinal.27 En Tacubaya existía un fresno monumental, orgullo de la población, cuyas ramas tenían tales dimensiones que cubrían un gran espacio de terreno. Por su belleza y dimensiones y la historia que de éste se contaba, fue también objeto de atención de la señora Calderón de la Barca. Al parecer, el legendario fresno estuvo a punto de secarse y el Ilustrísimo Señor Fonte, el último de los arzobispos españoles, “lo bendijo y elevó sus oraciones” para que el árbol recobrara el vigor perdido. Milagrosamente el fresno revivió y desde entonces se le conoció como el “árbol bendito”. Este árbol se encontraba al pie de unas fuentes brotantes, cerca de la casa de don Manuel Escandón, lo cual indica que estaba también muy próximo a la Casa de la Bola.28 Muchos otros viajeros se ocuparon de Tacubaya en sus relatos, como el alemán Carl Bartholomaeus Heller y Marie Giovanni, mujer notable por su sorprendente espíritu de aventura, cuyo verdadero nombre se oculta bajo este seudónimo y que visitó México en 1854. Marie Giovanni cuenta que la casa de don Manuel Escandón, situada en las alturas de Tacubaya en lo que había sido un terreno árido y que él había convertido en un vergel, poseía un extenso jardín con un invernadero traído de Inglaterra, donde albergaba una colección de plantas tropicales bajo el cuidado de un jardinero francés, monsieur Varennes.29 La casa de Escandón es de particular interés para el tema que nos ocupa, porque don Antonio Haghenbeck y de la Lama la adquirió de sus descendientes alrededor de 1945. Por desgracia la demolió posteriormente y utilizó todos sus elementos orna27
Ibid., vol. I, p. 101. Ibid.. Diccionario Porrúa, historia, biografía y geografía de México, México, Porrúa, 1986, vol. III, p. 2819. 29 Alexandre Dumas, Diario de Marie Giovanni, México, Banco de México, 1981, p. 458. 28
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mentales, escaleras, fuentes y esculturas de mármol, barandales de hierro forjado, puertas, etcétera, para decorar el jardín y los interiores de la Casa de la Bola y de la hacienda de San Cristóbal Polaxtla. En su visita a la quinta de la familia Escandón, Giovanni aprovechó para recorrer el bosque de Chapultepec, en los linderos de Tacubaya, y desde entonces se convirtió en uno de sus paseos favoritos en los recorridos que hacía por las tardes. El espectáculo de los enormes y centenarios ahuehuetes (ancianos del agua) la dejó muda de admiración. “Figuraos –dice– unos árboles que parecen datar de la creación del mundo, gigantes, no centenarios, sino milenarios, con grandes musgos blancos que cuelgan de sus copas como barbas de ancianos, –y después agrega tristemente– ese pobre bosque se resiente del abandono en que se le ha dejado desde hace cuatrocientos años”.30 El agua cubría buena parte del bosque, tanto que parecía un inmenso y atemorizante pantano. De hecho esa abundancia de agua es el hábitat natural de los ahuehuetes, que requieren de un suelo casi pantanoso para sobrevivir, por eso uno de los lugares más apropiados para que crezcan sanos y fuertes son las orillas de los ríos. De todos modos, Marie Giovanni no se equivocaba en lo que respecta al descuido en que se encontraba ese solitario y misterioso bosque. En las veinte ocasiones que estuvo allí jamás vio alma viviente. Humboldt también se quedó sorprendido al contemplar los viejos e imponentes sabinos de Chapultepec, con troncos de 15 o 16 metros de circunferencia, que posiblemente tendrían la misma edad milenaria de otro anciano y vigoroso ahuehuete, el árbol del tule de Oaxaca.31 La condesa Paula Kolonitz, venida a México como parte del séquito de la emperatriz Carlota, lo mismo que Humboldt y Giovanni, se quedó estupefacta ante las dimensiones de estos árboles maravillosos que para abrazarlos “no bastarían cinco, ni ocho hombres”.32 30
Ibid., p. 461. Humboldt, op. cit., p. 461. 32 Paula Kolonitz, Un viaje a México en 1864, México, SEP, FCE (Lecturas Mexicanas), 1984, p. 124. 31
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De Tacubaya y sus magníficas mansiones también se ocuparon varios escritores mexicanos del siglo XIX. En 1856 Manuel Payno escribió un pequeño texto en el que describe Tacubaya como una de esas pequeñas poblaciones de México que crecían rápidamente y enumera algunas de las casas más notables: la de Jamison, la de los Escandón, la del Conde de la Cortina, la de Iturbe, la de Carranza, la de Algara, la de Laforgue, la de Herrera, la de los Terán, la de los señores Rubio y Sáyago y “la preciosa quinta” de un francés apellidado Bardet, vecino nada menos que de Guillermo Prieto, quien vivía por supuesto no en una mansión sino “en una pequeña casita”.33 La casa que describe Payno con mayor detalle es la de don Manuel Escandón, que también llamó la atención de María Giovanni, posiblemente por tratarse de una de las mansiones más lujosas y grandes de la Tacubaya de aquella época. Empieza por hablar de sus interiores suntuosos y el elegante vestíbulo cubierto con una cúpula de cristal y alumbrado con un enorme candelabro de bronce dorado, sostenido por tres figuras femeninas de tamaño natural. Este candelabro se encuentra ahora en el molino de la hacienda de Santa Mónica, uno de los museos de don Antonio Haghenbeck. Payno describe además los exteriores de la casa Escandón, dotados de bosque, jardín lleno de flores, hortaliza, prados, fuentes de agua clara, cenadores y quioscos, huerta con estanque para natación, un tren de caballos, carritos para niños, etcétera. En su relato sobre Tacubaya no menciona la Casa de la Bola; le interesan sobre todo las mansiones “construidas al estilo moderno”. La mayor parte de estos palacetes, más que casas, se encontraban a la entrada de la villa, en lo que fuera la hacienda de la Condesa, sobre la calle principal sombreada por dos hileras de chopos y fresnos.34
33
Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos, París, México, Librería de la Vda. de C. Bouret, 1906, vol. II, p. 410. 34 Manuel Payno, Panorama de México, Obras completas, México, Conaculta, 1999, vol. V, p. 153.
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El estilo moderno que atribuye Payno a estas construcciones respondía a un nuevo concepto arquitectónico de la casa-habitación muy en boga en la Europa del siglo XIX que se originó en Inglaterra y tuvo un gran desarrollo en Estados Unidos y que consistía en la casa rodeada de jardín a semejanza de las viviendas de campesinos, distribución que resultaba ideal para las fincas campestres y las mansiones en los suburbios de las grandes ciudades. El objetivo era integrar la arquitectura a la naturaleza. Apegadas a este nuevo concepto, las fincas “modernas” de Tacubaya resultaban muy distintas a las casas coloniales mexicanas, no sólo porque estaban rodeadas de áreas verdes sino también en la distribución del espacio interior y en su ecléctico estilo que caracterizó a las edificaciones de mediados y fines del historicista siglo XIX. Predominaba en estas mansiones tacubayenses el llamado “clasicismo ecléctico”, estilo arquitectónico difundido por L’Ecole de Beaux Arts de Paris, la academia de artes más prestigiada de entonces en el mundo occidental. No faltaban también los elementos medievales, como fachadas con gruesos almohadillados rematadas con almenas, simulando pequeños castillos-fortaleza, y el uso del arco apuntado y de vitrales en ventanas y puertas. Otra gran innovación del momento fue el empleo de materiales muy variados en el acabado de los interiores. Casi todos estos materiales –mármoles, losetas, herrerías, cerrajería, pisos de madera, piezas escultóricas ornamentales– en las mansiones más lujosas eran importados de Europa y de Estados Unidos. En 1856, cuando Payno describe Tacubaya, la Casa de la Bola, situada en la parte más céntrica de la villa, próxima al palacio del Arzobispado, seguía conservando su carácter virreinal. Por lo tanto resultaba demasiado austera y “anticuada” comparada con el lujo y las dimensiones de las fincas recién construidas que además contaban con instalaciones eléctricas, red de plomería y cocinas y baños muy bien equipados, adelantos de los que carecía la arquitectura de herencia colonial. En una fotografía de la Casa de la Bola tomada
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en 1914, poco antes de la remodelación de la fachada realizada por el arquitecto Manuel Cortina García en estilo neocolonial con elementos tomados del barroco novohispano,35 podemos apreciar la apariencia original de la fachada, sumamente sobria, con los muros cubiertos de ladrillo sustentados sobre una base de recinto, y la puerta principal, los balcones y las ventanas enmarcados en cantera lisa con herrería de líneas muy sencillas. Fachada que estaba en perfecta armonía con los interiores más severos, de sabor conventual con acabados rústicos, como pisos enladrillados, viguería de madera y pintura a la cal. Según el reconocimiento que los maestros mayores de arquitectura de la Nueva España, José del Mazo y Avilés y Joaquín Heredia, ambos académicos de mérito de la Real Academia de San Carlos, hicieron de la Casa de la Bola el 7 de diciembre de 1801,36 sus características corresponden perfectamente a la descripción que Romero de Terreros hace de las llamadas “casas de placer “o fincas campestres virreinales. La diferencia está en que la Casa de la Bola fue una finca de mayor importancia, puesto que no se trata de una construcción de un piso como solían serlo estos retiros campestres37 sino de dos niveles. A pesar de que contaba con dos plantas, la casa no puede ser considerada dentro de la categoría de hacienda debido a su extensión (48,655 varas, el equivalente aproximado de cuatro hectáreas y media). Las haciendas, como Santa Mónica y San Cristóbal Polaxtla, comprendían enormes extensiones de tierras de cultivo.
35
Francisco Cortina Correa, “Manuel Cortina García, arquitecto de transición”, tesis de licenciatura en arquitectura, Universidad Iberoamericana, México, 2000, p. 57. 36 María Concepción Amerlink de Corsi, “La Casa de la Bola, en la antigua villa de San José de Tacubaya”, en Celia Maldonado y Carmen Reyna (coords.), Tacubaya, pasado y presente I, México, Yeuetlatolli A.C., 1998, p. 112. 37 Romero de Terreros, op. cit., p. 7.
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Uno de los aspectos más originales de la Casa de la Bola, precisamente debido a su carácter de finca campestre, es que desde el patio central no sólo se puede apreciar el jardín sino que además existe una comunicación directa entre ambos espacios. En la planta superior tenía un mirador con ocho balcones (área ocupada actualmente por el comedor) y en los extremos de éste dos habitaciones, una de las cuales contenía una escalera que daba acceso directo al jardín.38 Como todas las “casas de placer” novohispanas, contaba con jardines, olivar y huerta. En el documento de reconocimiento levantado por los arquitectos del Mazo y Heredia se especifica que había dos jardines “con dos fuentes, ciento veinte arriates, asientos con respaldos, andenes o callecillas enladrilladas y entresoladas” y el imprescindible merendero o chocolatero, que al parecer dividía los dos jardines. El merendero era semicircular, “con cubierta de vigas sobre un arco de mampostería y su puerta enverjada”.39 Se subía a éste por una escalera también semicircular. Recientemente encontramos los vestigios de esta escalera en la primera sección del jardín, a un lado de uno de los estanques. Este hallazgo nos ha permitido localizar el lugar exacto donde se encontraba el merendero y coincide con la parte donde se inicia el área superior del jardín actual. El espacio del merendero está ocupado ahora por una de las fuentes agregadas por don Antonio Haghenbeck. Del merendero se pasaba a uno de los olivares que tenía 425 olivos de todas clases, además de otros 280 olivos que se encontraban en otra área, al frente de la casa. Posiblemente este terreno del frente era lo que se conocía como la “casa chica”, puesto que, a juzgar por la descripción, era un área separada de la casa principal con tapias de tepetate, un zaguán y frente a éste dos cuartos. Si bien en el reconocimiento de la casa no se contaron los árboles de la huerta, en ella había una variedad enorme de frutales: nogales, duraznos, albaricoques, perales de todas clases, higueras, zapotes, ciruelos, aguacate, granadas, naranjos, duraznos, chabacanos, parras, membrillos, perones y otros. 38 39
Amerlinck de Corsi, op. cit., p. 114. Ibid., p. 115.
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Es importante destacar que la mayor parte de las fincas campestres coloniales no eran únicamente lugares de recreo sino que hacían las veces de pequeños centros agrícolas. Los productos del huerto y del olivar se aprovechaban para el abastecimiento de los propietarios y también para la venta; lo demuestra el hecho de que en la planta baja de la Casa de la Bola se encontraban las instalaciones para moler la aceituna y unas enormes tinajas para almacenar el aceite.40 Había además una tahona para el pulque que se extraía de los 1700 magueyes que estaban en las tierras de la parte de atrás de la casa y de otros 810 que se encontraban al frente, en las tierras de cultivo de la llamada “casa chica”. Desde el Virreinato, Tacubaya fue famosa por sus molinos y su producción de aceite de oliva que salía de las numerosas fincas con olivares que había en la localidad, entre éstas el palacio del Arzobispado, mencionado anteriormente. Cuando se dispuso del agua del río Santa Fe para alimentar a la ciudad de México, Tacubaya empezó a padecer serios problemas de escasez del líquido, problema que se acrecentó con la apertura de los molinos de Santo Domingo y de Valdez, tanto que algunos vecinos tenían que robar el agua para su sustento.41 La Casa de la Bola era de los lugares privilegiados que disponía, para el riego de sus cultivos y jardines, de una merced de agua de treinta y cuatro pajas (el equivalente a dos centímetros cúbicos por segundo). Para distribuirla y almacenarla contaba con una serie de instalaciones: derramaderas subterráneas, regaderas de mampostería, conductos de cañería y dos tanques con sus alcantarillas. Precisamente los vestigios coloniales que se conservan del jardín provienen de las antiguas instalaciones del agua. Sobreviven algunas cañerías de barro, canales de mampostería, dos estanques alargados en la parte baja del jardín, uno pequeño y otro grande, y un tanque cuadrangular en la parte alta, con una pequeña fuente en la esquina de donde brotaba 40 41
Ibid., pp. 114 y 116. Antonio Fernández del Castillo, op. cit., pp. 129 y 130.
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el agua para alimentar una cañería que descendía a la primera sección del jardín y al parecer llenaba los estanques de la parte baja. También se conservan restos del enladrillado que cubría los andadores de la primera sección del jardín. La vegetación ha cambiado totalmente. En la actualidad no queda nada de los olivos ni de los magueyes, y los árboles frutales que se conservan son de siembra reciente. En la colección de la Casa de la Bola existen unas cuantas fotografías de alrededor de 1930, donde se puede ver un jardín muy pobre, descuidado, enyerbado y con uno que otro árbol en pie. Desde que adquirió la casa en 1942, don Antonio Haghenbeck no sólo se ocupó de adaptar a sus necesidades y a su gusto personal la parte arquitectónica, sino que también se interesó por el jardín. La fuente colonial que se encontraba en la primera sección y que, no sabemos por qué razón, fue recogida por los anteriores propietarios, la sustituyó don Antonio por una bella fuente de mármol blanco rematada por una sirena, y para señalar los andadores que terminan en el enladrillado que la rodea, colocó en la parte de atrás y al frente, respectivamente, dos bellas esculturas de mármol y un par de leones, y en los costados dos pares de jarrones de hierro fundido. Posiblemente tanto la fuente como estos elementos decorativos provienen de la mansión de la familia Escandón. Frente a lo que era el mirador en la planta alta, don Antonio agregó una terraza cubierta que de hecho es una reconstrucción de la terraza que adornaba su antigua casa, donde pasó su niñez y juventud (de esta casa de fines del siglo XIX, construida por el arquitecto Ignacio de la Hidalga, que por su estilo suntuoso y ecléctico sería más adecuado calificar de palacio, sólo queda en pie la fachada). La terraza mira a la primera sección del jardín y se comunica con éste por medio de una suntuosa escalera de mármol, también proveniente de material de demolición. Quizá una de las intervenciones menos felices de don Antonio es el estanque que construyó a un costado de la casa, en el área del jardín que da a la avenida Parque Lira y muy próxima a la escalera mencionada. Con la
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tierra de la excavación, levantó un pequeño montecillo que remató con una banca de concreto. En el estanque don Antonio solía tener cisnes y patos, posiblemente a imitación de la familia Escandón que, según Payno, en su palacete de Tacubaya tenía “un estanque a flor de tierra donde constantemente viven y juegan patos, ánsares y sobre todo, unos cisnes blancos de Inglaterra y cisnes negros”. Desde que el Patronato de la Fundación Cultural Antonio Haghenbeck y de la Lama se hizo cargo de los museos de don Antonio, poco a poco se han realizado algunas obras de restauración. En el jardín de la Casa de la Bola –sobre todo en la primera sección– se han hecho algunos trabajos, como la reconstrucción de las bancas que rodean la fuente y de las dos escaleras empedradas que dan acceso a la segunda sección, la consolidación y arreglo de uno de los estanques, la reposición de parte del enladrillado, el retiro de troncos y árboles secos, el reordenamiento de plantas e introducción de algunas nuevas. Pero la falta de recursos ha impedido que se realicen otras obras urgentes, como el arreglo del área del estanque, donde también se encuentra una fuente rodeada de un camino de lirios y cuatro bancas con respaldo. Esta fuente, con su vertedera de hierro forjado en el centro, de la cual tenemos la certeza que procede de la casa Escandón, se conservará como eje central de esta sección del jardín. La vegetación que cubre actualmente el jardín de la Casa de la Bola es obra en parte de don Antonio y en buena medida acción de la naturaleza. El casi nulo mantenimiento (aun en vida de don Antonio, quien sólo disponía de un jardinero que se limitaba a barrer los andadores y a echar una que otra regadita en época de sequía) y, sobre todo, el aislamiento a que ha estado sometido han sido factores determinantes en la protección y reproducción de plantas y árboles. Los pájaros, el viento y la caída de hojas y semillas se han ocupado de convertir el jardín en una selva, más propia de las zonas cálidas. De los árboles y plantas del antiguo jardín –como señalé antes– prácticamente no queda nada en pie, pero sí hay abun-
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dancia de algunas flores, como las rosas de castilla, las azucenas rosas y los jazmines que se veían mucho en las casas de la Tacubaya de antes. La mayor parte de la vegetación es de siembra reciente, aproximadamente unos cincuenta u ochenta años. Hay una gran variedad de plantas y árboles: tepozanes, acacias, truenos, cipreses, fresnos, aralias, yucas, árbol de la sangre, jacarandas, eugenias, magnolias; frutales como chirimoya, níspero, higos y moras; plantas como el acanto, helecho arborescente, plátano abisinia, palma camedor, malamadre, papiro, helecho; y diversidad de flores como agapandos, clivias, floripondios, plúmbago, abutilón, mastuerzo, platanillos, lirios y otras muchas especies. Hoy en día sólo contamos con dos jardineros que trabajan dos días en la Casa de la Bola y tres en la hacienda de Santa Mónica para realizar los trabajos más indispensables de limpieza, poda, trasplantes y cuidado de la tierra y así mantener los jardines en condiciones, si no óptimas, al menos aceptables. Entusiasmado con la descripción de los lugares más bellos de Tacubaya, Payno termina su escrito afirmando, con un optimismo desbordante, que “con el tiempo llegará a ser el más hermoso barrio de la metrópoli del Nuevo Mundo”. Él nunca pudo imaginar la devastación de que sería objeto esta hermosa y antigua villa. Su proximidad a la ciudad de México, unida a la ignorancia de la gente, al malhadado negocio de los bienes raíces y a la falta de planeación de las autoridades, determinó la triste suerte de la antes bella y pintoresca Tacubaya. Para las personas que integramos el Patronato de la Fundación Cultural Antonio Haghenbeck y de la Lama, es un enorme privilegio tener bajo nuestra custodia un monumento histórico de la importancia de la Casa de la Bola, con su enorme acervo de obras de arte y su extenso y bello jardín, y así proteger, restaurar y preservar para las generaciones futuras esta hermosa finca campestre, tan singular y tan representativa de la antigua y legendaria villa de San José de Tacubaya.
Las imágenes de un lugar llamado San Pedro Fernando Aguayo Las imágenes de San Pedro, Tacubaya, generadas desde inicios del siglo XIX, son el tema de este trabajo. Las primeras piezas son mapas con representaciones de la geografía y las peculiaridades de las “divisiones políticas” de cada momento; después aparecen nuevas vías de comunicación y un asentamiento de carácter urbano: la colonia San Pedro de los Pinos. Más adelante, con el inicio del siglo XX, la fotografía surge como la forma más socorrida de representar este espacio y luego la imagen en movimiento. Estas líneas, más que un recuento de tomas y momentos, lo que pretenden es abogar por una forma de usar las imágenes, trasladarlas de la ilustración a convertirse en fuentes históricas. Para los historiadores la necesidad más apremiante ha sido siempre que sus trabajos cuenten con buenos mapas que sitúen espacialmente a sus lectores. Pero no es sólo la geografía su preocupación. Al moverse continuamente en el tiempo, con facilidad caen en la tentación de colocar otro tipo de piezas que contribuyan a recuperar una atmósfera que ya no se respira. Por eso recurren a pinturas, litografías, grabados, dibujos, caricaturas, fotografías y otro tipo de ilustraciones. Hoy las imágenes han dejado de ser un privilegio de las publicaciones de lujo y saltan ya a las de divulgación. Sin embargo, los historiadores han tenido poco cuidado en su tratamiento. En muchos casos las “ilustraciones” no son responsabilidad de los autores de investigaciones serias, pues es extendida la actitud de que los profesionales investigan y
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escriben al margen de la imagen y ésta es producto de un trabajo de carácter editorial. En otras ocasiones, cuando al propio historiador le parece importante que su obra contenga algunas piezas gráficas, no las trata como parte del conjunto, es decir, buscando contextualizar el proceso en que fueron generadas y utilizando la información que contienen para ayudar a explicar la sociedad que las creó. Remontar esta actitud tiene como tarea primordial echar por tierra el prejuicio hecho dicho de que “la imagen habla por sí misma”.1 Estas reflexiones sobre San Pedro de los Pinos son parte de un trabajo en curso que incorpora investigación documental de distintos archivos y un trabajo de historia oral. La propuesta es que distintos tipos de fuentes y metodologías nos ayuden a reconstruir la historia de una parte de la ciudad de México, de lo cual estas líneas son un avance.
El bendito nombre de San Pedro Mártir Tres años después de consumada la independencia, el Congreso General tuvo que elegir el lugar que serviría de asiento a los Supremos Poderes de la Federación. Por medio del decreto del 18 de noviembre de 1824, se eligió para ese fin a la Ciudad de México, con un distrito comprendido en un círculo “cuyo centro sea la Plaza Mayor de esta Ciudad y su radio de dos leguas”. Existen varios planos que registran gráficamente esta decisión. Uno de ellos es la imagen “Creación del Distrito Federal” que conserva la fototeca de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos del INAH. En la parte suroccidental del nuevo Distrito se observa una capilla llamada San Pedro Mártir, cuya posición al sur de la villa de Tacubaya y junto al camino a Toluca la hacen referencia obligada para cronistas y viajeros. Junto a la capilla existió también un panteón que a veces se menciona en crónicas y una unidad agrícola localizada en 1
Araceli García, Tacubaya en la memoria, México, UIB/Casa Lamm/ Consejo de la Crónica de la ciudad de México, 1999, p. 11.
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su mayor parte en dos tablas que fueron dependientes de la hacienda del Olivar. A esta unidad agrícola la llamaban rancho de San Pedro y Santa Teresa, aunque a veces también rancho de Los pinos, debido a un bosque con esa variedad de árboles que se encontraba dentro de la propiedad. Durante sesenta años ésa sería la imagen del lugar: un espacio rural cerca de un centro urbano, la villa de Tacubaya. Sin embargo su menor importancia frente a otras unidades vecinas, como el rancho de Shola o la propia villa, hacen que en muchas ocasiones quede opacada su presencia. Sobre el rancho sabemos que cambió varias veces de dueño en un lapso relativamente corto de tiempo. Perteneció a Martín Melgar; luego, hasta marzo de 1879, a Guadalupe Ayala; después a Pedro Serrano, y al final de su historia a Manuel de la Torre. En el cambio de sus dos últimos propietarios nos enteramos que el rancho estaba formado de unos terrenos conocidos con el nombre de ‘tablas de San Pedro y de Santa Teresa’, cuya superficie es de doscientos setenta y cuatro mil doscientos cincuenta metros cuadrados (que antes fueron propiedad de la Hacienda del Olivar), y de otro terreno que tiene una superficie de treinta y nueve mil cuatrocientos cinco metros, setenta y cinco centímetros, siendo en consecuencia la extensión total de la superficie de trescientos trece mil seiscientos cincuenta y cinco metros cuadrados con setenta y cinco centímetros.
En 1883, Pedro Serrano asentó que los terrenos todos que forman el rancho, lindan: por el oriente con el camino que va de México a Mixcoac, por el norte con el camino que va para el rancho de Xola, con terrenos de éste[,] con los de Don Pedro Villegas y con los que fueron de Michano (?); por el poniente con el camino de México a Nonoalco y por el sur con los terrenos de la Hacienda del Olivar, estando estos terrenos cortados de sur a norte; en el centro, por el camino del Ferrocarril de México a Tlalpan [y] que en el ejercicio de sus derechos que como dueño tiene, vende libre de gravamen al Señor Don Manuel de la Torre, y este compra el rancho de que se trata… con
242 todos los terrenos que lo forman, sus árboles, plantas, magueyes, siembras, pastos, sus servidumbres activas y pasivas, entradas, salidas, y con cuanto por derecho, uso y costumbre le pertenece, como lo ha poseído el otorgante y lo poseyeron sus anteriores causantes, con la sola excepción, respecto de los magueyes de los grandes que se encuentran en todo el bordo del rancho (los cuales) serán raspados por la Señora Doña Felipa Carranza con cuya marca están señalados; pero los hijos de estos magueyes y los demás que hay en el rancho, se comprenden en la venta y pasan a la propiedad del Señor de la Torre.2
Desde mediados del siglo XIX existían proyectos para establecer distintas colonias urbanas en los alrededores de Tacubaya, incluso en los terrenos del rancho de San Pedro. Ninguno de ellos se concretó,3 aunque sí generaron el establecimiento de algunas viviendas. Pero a partir de que De la Torre adquirió los terrenos, en los sucesivos testimonios de compraventa en esta zona se indica a qué manzana pertenecen. Como ejemplo leemos el testimonio de escritura que a solicitud de Dolores Marín viuda de Fernández se extiende “...para integrar títulos de dominio del terreno denominado ‘La Ladrillera’, ubicado en la manzana segunda de la Colonia de San Pedro de los Pinos, jurisdicción de la Ciudad de Tacubaya, Distrito Federal”. Como lo señaló Fernández del Castillo, “el nombre de San Pedro Mártir es anterior a la matanza de Tacubaya, por lo que no podemos atribuirlo al hecho de que las víctimas que fueron llamadas mártires hayan sido sepultadas en ese 2
Archivo de Notarías, Protocolo de los instrumentos públicos que pasan ante el notario público Lic. Manuel Monterrubio y Poza correspondiente al año de 1883 y que quedan dedicados a Señor San José. 3 Consultar los siguientes planos localizados en la Mapoteca Manuel Orozco y Berra: Proyecto para el establecimiento de la Colonia Tacubaya, Continuación de la Colonia nueva Tacubaya, Proyecto de un pueblo modelo en el Rancho de Nápoles, Proyecto de la Nueva colonia que ha de establecerse en terrenos de la Hda. Becerra 1866, y, sobre todo, Plano de la colonia de Nápoles.
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panteón”.4 En cambio, el nombre de San Pedro se hizo extensivo a la colonia de la que hoy estamos hablando y a un barrio de la ciudad de Tacubaya, registrado como cuartel en un mapa de 1883. Sin embargo, documentos de fines del siglo XIX revelan que ese barrio se llamó después San Pedro de los Mártires, en honor de los personajes muertos en abril de 1859, y así se le denominó corrientemente hasta inicios del siglo XX. Por otro lado, el cambio de apellido de la colonia San Pedro, de Mártir a Los Pinos, se debió a la persistencia de la arboleda que ya mencionamos. Esta se la reservó en propiedad Manuel de la Torre, pues en el título legal denominado “Donación que hace el Sr. Manuel de la Torre al Ayuntamiento de Tacubaya de la Colonia San Pedro de los Pinos” del 25 de diciembre de 1897, señala que en una “parte del rancho de su propiedad se ha formado una colonia la cual ha convenido cederla al Honorable Ayuntamiento de Tacubaya para su mejora y progreso”, pero especifica que “no se comprende en esta donación la Alameda de los Pinos”.5
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Antonio Fernández del Castillo, Tacubaya, historia, leyendas y personajes, México, Porrúa, 1991, p. 153. 5 Protocolo del notario Lic. Manuel A. Gómez, 2º semestre de 1897, Notaría 301.
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Imagen 1. Autor desconocido. Plano de la ciudad de Tacubaya. México 1899. Mapoteca Orozco y Berra de la Dirección General de Información Agropecuaria, Forestal y de Fauna Silvestre de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, colección general v. 4–1347.
En ese entonces su plaza se llamaba San Pedro y las calles de la colonia tenían nombres como del Orden, de la Unión, del Progreso, de la Reforma y de la Libertad. Ya cerca de 1910, y quién sabe por qué afanes, las calles se volvieron números pero no los actuales, pues a la moderna calle 7 correspondía la 24 y de ahí hacia el norte los números descendían de uno en uno y no en pares como hoy. Por esa época también fue rebautizada la plaza con el nombre que tiene aún hoy: Luis Pombo. En la segunda década del siglo XX las cosas iban de mal en peor para el mártir San Pedro, pues el proyecto original de la colonia San Pedro de los Pinos sólo llegaba hasta la
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actual Calle 9. Al sur se encontraban los terrenos del señor Martel y la compañía que se propuso extender la colonia decidió denominar al nuevo espacio simplemente colonia de Los Pinos, con tres localidades distintas que de norte a sur se llamaban: San Pedro Mártir o de los Mártires, San Pedro de los Pinos y al final simplemente Los Pinos. Afortunadamente con el paso del tiempo ambas colonias se unificaron conservando el nombre con el que la conocemos hasta hoy. En los inicios del siglo XX, el pequeño bosque que muy probablemente se encontraba cerca del punto en que el río Becerra se une al de la Piedad sufrió la misma suerte que los demás espacios verdes del Distrito Federal: su destrucción y la permanencia sólo como leyenda de lo que algún día fue. Como se puede observar, en términos del “paisaje urbano”, a partir de la época de la Reforma se vive un proceso de secularización que afecta las formas tradicionales de designar los espacios, la cual se corresponde con una manera “científica” de efectuar los trazos de planos y mapas. En este proceso el que sufrió fue el mártir San Pedro: primero tuvo que compartir su nombre con los mártires de la Reforma, luego con elementos naturales. Es notorio que desde inicios del siglo XX la denominación de espacios urbanos con paisajes o elementos de la naturaleza viene aparejada con la destrucción y desprecio hacia la misma. Por otro lado, también a inicios del siglo XX, la Reforma fue desbancada por una manera “científica” de nombrar los espacios, pues las calles se numerarían a partir de las plazas mayores; al final esta inocente propuesta cedió paso a modernos planificadores que, usando también números, colocaron aquí nones y allá pares para hacer todo más confuso. Y, en fin, todo reflejo de creencias, ideas, ilusiones y traumas de cada época.
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Las hipótesis más difundidas sobre la colonia A partir del 5 de abril de 1883 en que Manuel de la Torre compra el rancho de San Pedro y Santa Teresa, se hacen proyectos para la formación de un espacio urbano que dé continuidad a la ciudad de Tacubaya. Ante este hecho, desde los años treinta del siglo XX cronistas e historiadores propusieron que lo que explicaba el surgimiento y poblamiento de la colonia era el paso del ferrocarril.6 Esta vía, como ya señalamos, en su camino desde Tacubaya hacia el sur del Distrito Federal, partía en dos el rancho de San Pedro. Para Fernández del Castillo, el ferrocarril también había sido el culpable de la destrucción de una parte del panteón de San Pedro Mártir. Más recientemente, la hipótesis según la cual el ferrocarril propició la destrucción de los espacios tradicionales (unidades agrícolas, capillas y panteones) ha sido retomada por las crónicas oficiales. En este trabajo se pretende proponer otras líneas de investigación, más que resolver en otro sentido el problema. El primer ferrocarril de Tacubaya llegó hasta los terrenos de la hacienda de La Condesa en 1858. Seis años después la empresa del Ferrocarril de Tlalpan propuso atravesar la ciudad por la calle del Calvario en su camino hacia el sur. Treinta y cinco años después otras tres vías distintas cruzaban ese espacio y todas ellas fueron registradas en planos elaborados por ingenieros responsables del trazo de los ferrocarriles o por funcionarios del gobierno federal. En esos pla6
Hira de Gortari (La ciudad de México y el Distrito Federal, una historia compartida, México, Instituto José María Luis Mora, 1988) y Arturo Sotomayor (Expansión de México, México, FCE, 1975) citan a José Lorenzo Cossio (Algunas noticias sobre las colonias de la Capital, México, Cosmos, 1937). Después García (op. cit., p. 141) y Elvira Buelna (Benito Juárez. Entre canoas y los vagones del metro, México, Delegación Benito Juárez, 2000, p. 65) citan a ambos autores, pero complicando y confundiendo nombres y fenómenos sociales.
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nos y hasta bien avanzada la década de 1890, San Pedro no es más que un punto en ese panorama rural; y aunque hacia 1897 propietarios y autoridades reportaban que ya se habían vendido casi todos los lotes de la colonia, el número de fincas construidas apenas llegaba a cuarenta. Más aún, parece ser que para los funcionarios del Ayuntamiento el espacio denominado colonia San Pedro de los Pinos no era algo claramente distinto del mundo tradicional, según podemos leer en un informe que señala: “esa colonia pudiera considerarse como otro barrio puesto que estando situada dentro de la comprensión de Nonoalco, consta ya en el plano como parte de la ciudad cabecera”.7 Y éste no es un caso aislado, las colonias se proyectan en espacios con otros usos. La forma de registrarlos es sumamente compleja, según se puede observar en la “Noticia de las fincas existentes en la Municipalidad de Tacubaya, tomada de los padrones de la Dirección de Contribuciones”. Por ejemplo en la colonia Chapultepec se registran 37 fincas, entre ellas el rancho de la Hormiga y el del Chivatito; en la colonia Bravo, 26; en la colonia Nápoles existen sólo dos, una de ellas con huerta y terreno; mientras que en la Escandón se reportan tres fincas y en la colonia de la Chinampa siete. Así eran las colonias de Tacubaya a finales del siglo XIX: espacios con dos o tres casas, áreas de cultivo, huertas y ladrilleras, entre otras instalaciones.8 En esa época se observa un evidente aumento de población, registrado por distintas fuentes. También se nota un incremento de las construcciones y una mayor modificación de los espacios; ante esta situación los funcionarios se sienten confundidos, necesitan clasificar, definir, medir, investigar. Lo que encuentran y la manera como lo registran no necesariamente los deja satisfechos, son conscientes de sus limi7
Archivo del Ayuntamiento, Tacubaya, Ramo Estadística, 1890, inv. 121, exp. 40. Tacubaya, diciembre 10 de 1890. 8 Archivo del Ayuntamiento, Tacubaya, Ramo Estadística, 1899, inv. 122., exp. 27.
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tantes y las de otros funcionarios que años atrás expusieron sus puntos de vista. Cito el testimonio de un atribulado señor González: Al formar los datos estadísticos pedidos por la Prefectura Política con fecha de 23 de Octubre, por informes de vecinos antiguos y caracterizados había considerado como pertenecientes a esta municipalidad el rancho de la Hormiga, el del Chivatito y el molino del Rey, pues los vecinos de que se trata aseguraban que tanto esas fincas como la alberca de Chapultepec estaban dentro de los límites de esta ciudad. Pero habiendo ocurrido al plano a fin de asegurarse de la exactitud de los datos a que hace referencia encontré que en dicho plan no está comprendido el perímetro que ocupan las referidas fincas. En su deseo de ser exacta consultó el plano formado el año de 1883 por el señor D. Sabás García, encontrando, ....que quedan fuera del límite las referidas fincas.
Más adelante anota una pertinente observación y es que en ese plano “se concede mayor extensión por el Norte a esta ciudad” y concluye que “ha hecho otras investigaciones pero sin obtener el resultado de inquerir datos que merezcan completo crédito”.9 Con base en informes de la Tesorería de Tacubaya, en 1890 se concluyó que el molino del Rey y el rancho del Chivatito no pertenecían a la municipalidad, pero el rancho de la Hormiga sí. Decisiones como éstas conllevaron procesos de los cuales no estamos bien informados, aunque existen ciertas evidencias; por ejemplo, en el caso que nos ocupa, parece ser que en 1899, además de que se registró en forma independiente a la colonia San Pedro de los Pinos, la parte más vieja de ella fue considerada un barrio, denominado precisamente barrio de San Pedro de los Pinos, el cual, por supuesto, era distinto al de San Pedro Mártir, que también figura. Al iniciar el siglo XX, en medio de la colonia aún aparecía el rancho de San Pedro, que convivía con propiedades registradas 9
Archivo del Ayuntamiento, Tacubaya, Ramo Estadística, 1890, inv. 121, exp. 40
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como “dos piezas” con valor de 250 pesos y algunas lujosas fincas, como la del famoso compositor Melesio Morales. Cuarenta años después de que empezó a correr el ferrocarril de Tlalpan y a veinte de formado el proyecto de colonia, Antonio Peñafiel registró 713 habitantes en la colonia San Pedro de los Pinos.10 Demasiada gente donde antes era un espacio rural. Este crecimiento se verificó en el curso de una generación y es atribuible a diversos fenómenos que originaron un aumento general de la población en el municipio de Tacubaya. El abandono de las actividades agrícolas en la zona y la tendencia a crear espacios urbanos en su lugar es un problema que se debe particularizar y estudiar con más detenimiento, en vez de recurrir al trillado discurso de la modernidad.
El trazo urbano En 1886 el ingeniero Eduardo Gallo elabora el plano y proyecto de la colonia; su propuesta es tan exitosa que las calles diseñadas por él son fácilmente reconocibles hoy día.11 Por supuesto que la base de ese proyecto son vías de comunicación preexistentes: el camino al pueblo de la Piedad, el que va hacia Toluca y el que va de Tacubaya a Nonoalco, además de los trazos de ferrocarril y el río Becerra que limita la colonia y separa las municipalidades de Tacubaya y Mixcoac. Once años después, en 1897, Manuel de la Torre transfiere al H. Ayuntamiento de Tacubaya el dominio y propiedad del terreno en que está formada la Colonia de San Pedro de los Pinos, con la situación y dimensiones siguientes: el terreno de la plaza de dicha colonia que mide... ciento veinticinco varas de longitud por setenta y siete metros, novecientos treinta y cuatro centímetros... más la faja pequeña 10
Antonio Peñafiel, División Territorial de la República Mexicana, México, Secretaría de Fomento, 1904, p. 47. 11 Autor desconocido, Colonia San Pedro de los Pinos, copia del plano que para formación delineó el Ingeniero Gallo, heliográfica, México, 1903.
250 de terreno de figura irregular que forma la esquina Nordeste de la referida colonia y que linda con el camino carretero que va de Tacubaya a Mixcoac y todas las calles
de la colonia. Lo hacía “confiando en que la corporación que tan interesada se muestra por el aumento y progreso de esta ciudad... no ha de escasear los servicios municipales que están a su alcance para facilitar el adelanto de esta Colonia, [por lo que] no tengo inconveniente en entregar las calles, plaza y terrenos... con arreglo al plano que en copia firmada por mí, quedó en poder de U.” En planos de la ciudad de Tacubaya fechados a principios del siglo XX, podemos encontrar fácilmente la calle de Los panteones, llamada así porque cerca de ella están los panteones de La Concepción y el de los Mártires; al sur de esa calle está la avenida Central y tras ella la Colonia San Pedro de los Pinos.12 El trazo perfecto de calles y límites de la colonia, plasmados en planos particulares o generales del municipio, hacen pensar en un rápido poblamiento y urbanización de la zona. Luego, en 1922,13 aparece la Compañía Fraccionadora Mexicana con otro raro y completísimo plano de la colonia de Los Pinos; a partir de ese documento, firmado por Emmanuel R. Cortés, los mapas de la ciudad de México lucirán el trazo de la zona tal y como lo podemos apreciar actualmente en cualquier Guía Roji. Desde entonces luce su límite sur hasta el río Becerra; además de incorporar cuatro clásicos de la zona: el parque Miraflores, el Ferrocarril de Cuernavaca, la Pirámide, cuyo terreno fue donado por los fraccionadores a la Dirección de Arqueología, y el Asilo del Buen Pastor. En este plano una vez más vemos calles y lotes bien delineados, así como noticias de su rápida realización.
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AGN, SCOP, Ferrocarriles, 3/935 Emmanuel M. Cortés, Colonia de los Pinos, Municipalidad de Tacubaya, Compañía Fraccionadora Mexicana, México, 1922. 13
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Imagen 2. Ignacio Avilez, Colonia Los Pinos. Fotografía aérea de 1924. Archivo General de la Nación, fondo Ignacio Avilez, 6/199.
Para matizar este optimismo es importante consultar otras fuentes, por ejemplo las fotografías panorámicas y aéreas de la zona. La foto más antigua que registra el área tomada desde un avión data de 1924 y lo que nos “reporta” es un espacio perfectamente trazado... pero con muchos vacíos. Lo previsible es que la parte más habitada o con más construcciones sea la zona pionera cercana a la plaza Luis Pombo; en cambio, queda por resolver por qué la parte que en el mapa de 1922 aparecía como “Terrenos vendidos al Señor S. Arrechedera” es otra de las secciones más colonizadas. El 28 de noviembre de 1897, Tomás Contreras constataba que “el C. Manuel de la Torre, no tiene ningún adeudo municipal en esta oficina, correspondiente á la Colonia de San Pedro de los
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Pinos por no haber en ella ni agua en entubación, ni pavimentos y atargeas”. Como ya se dijo, uno de los compromisos del Ayuntamiento de Tacubaya al recibir la colonia era proceder “tan pronto como sea conveniente á las mejoras que fueren necesarias en beneficio de la mencionada colonia”. Salvador Ávila nos informa que igual compromiso adquirió el gobierno del Distrito al recibirla en 1903, además de que parte del agua que consumían era extraída de pozos artesianos. De la actividad de la Junta de Mejoras para dotar de servicios urbanos a este espacio, existen algunos datos y saldrán más en el curso de la investigación; de lo que se dispone ahora es de un conjunto de imágenes relacionadas con la parte espectacular de la infraestructura de las ciudades: las comunicaciones. Hemos hecho constante referencia a los ferrocarriles. Aparecen luego los tranvías eléctricos con sus distintos servicios, en especial el de carga, que será un medio indispensable para potenciar la construcción en la zona; y ya en los veinte, las calzadas para autos de combustión interna, todo debidamente registrado en planos y fotografías de “obra pública”. Estas nuevas vías serán definitivas para el trazo y la realidad de la colonia hasta nuestros días.
El concurso de la Tolteca Si una gran parte de las imágenes de “obra pública” registran distintos aspectos de la vida de la localidad llamada San Pedro de los Pinos, es importante señalar que su finalidad era servir como telón de fondo a los trabajos de la Dirección General de Obras Públicas y otras dependencias. Cosa distinta sucede con un evento que generó una gran cantidad de piezas en un lapso relativamente corto: el concurso de la Cementera Tolteca. Ubicada en San Pedro de los Pinos, esta industria constituyó todo un símbolo de la zona fabril que se creó en la segunda década del siglo XX al poniente de Tacubaya. Ferrocarriles y sus estaciones, ladrilleras, minas de arena y otros establecimientos aún no identificados son otros elementos de este paisaje.
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Imagen 3. Autor desconocido, Colonia Los Pinos el 11 de abril de 1930. Fototeca de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos, CENCA–INAH.
En 1931 la Tolteca se dirigió a los artistas plásticos por medio del siguiente anuncio publicado en su órgano de difusión: “Nuestra nueva fábrica... es algo tan grandioso e imponente –algo tan monumental y sin precedentes por lo característico y lo moderno- que nos hemos considerado incompetentes para darla a conocer bien de todos los habitantes de México sin el concurso de artistas residentes en el país”.14 Por ese motivo, convocaba “a un concurso de pintura, dibujo y fotografía, proponiendo como asunto la imagen y el impacto que la nueva fábrica tenía en aquel entorno urbano”.15 Se ignora 14
Tolteca, núm. 20, agosto de 1931. Fausto Ramírez, “Los saldos de la modernidad y de la revolución” en Gustavo Curiel, Fausto Ramírez y Antonio Rubial, Pintura y vida cotidiana en México 1650-1950, México, Banamex/ Conaculta, 1999, pp. 312–313.
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cuántas piezas se realizaron, lo que si sabemos es que en diciembre de 1931 se abrió en el Palacio de Bellas Artes una exposición con las obras recibidas; ahí se expusieron 121 pinturas, 93 dibujos y 282 fotografías. Recientemente diversas publicaciones han rescatado parte de esta obra, especialmente en el terreno de la fotografía,16 explicando cómo la corriente ganadora en el concurso: Manuel y Lola Álvarez Bravo, Aurora Eugenia Latapí y Agustín Jiménez, impulsó una nueva tendencia en el ramo. En pintura resultó triunfador Juan O´Gorman, con su trabajo La fábrica. Según Ramírez, en esta obra se alza el gran conjunto fabril, con los juegos de paralelepípedos y cilindros de sus edificios (quebraderos, molinos, secaderos, hornos, bodegas, talleres, etcétera) y los meandros de sus ductos; también se aprecia la espuela del ferrocarril y un vagón en el patio de la fábrica. Fuera del recinto, avanza el tren, así como camiones de redilas y de pasajeros, extrañamente vacíos, trayendo un dinamismo mayor a aquellos suburbios, donde ya existían otros talleres. 17
Las instalaciones que se observan al poniente de la cementera son de una ladrillera y el tren que se ve al fondo no es el Ferrocarril de Cuernavaca, sino el tranvía eléctrico a La Venta cargado de ladrillos. Como ya se anunciaba desde 1887 en los proyectos para edificar espacios habitacionales, en la zona existían todo tipo de ventajas: “se dispone de una gran extensión de terrenos a ambos lados del ferrocarril entre Tacubaya y San Ángel. Contando en el camino a Toluca con tres ríos, arena, piedra, cantera de tepetates, ladrilleras, excelente barro, maderas y cal a bajo precio ahí mismo producidas”.18 El camino mencionado es el que siguió el tranvía de 16
José Antonio Rodríguez (ed.), “La fotografía en la exposición de la Tolteca” y “Algo sobre la exposición de la Tolteca” en Alquimia 7, SINAFO, septiembre-diciembre de 1999, pp. 28–29 y 39-40. 17 Ramírez, op. cit., p. 313. 18 María del Carmen Reyna, Formación y desintegración de la hacienda de San Francisco de Borja, México, INAH, 1991, p. 84.
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La Venta y en este trayecto fue donde se establecieron tantas industrias como junto a la vía del tren a Cuernavaca, de las cuales apenas tenemos información.
La vida social en la zona El espacio estudiado siempre se benefició de su cercanía con la ciudad de Tacubaya, gracias a lo cual las noticias de la colonia saltaban constantemente a la prensa: juegos de beisbol, festividades locales y nacionales, “expediciones arqueológicas” y otras actividades tuvieron registros gráficos y espacio en revistas y periódicos. Otra explicación de esta abundante publicación de notas de prensa es que en San Pedro de los Pinos habitaron personajes encumbrados de la vida política y de los negocios. En 1901 el presidente del comité organizador del festival de San Pedro de los Pinos, de la Junta de Mejoras de la Colonia, era el doctor Alfredo Reguera. Como presidentes honorarios aparecían el licenciado Luis Pombo y el senador Apolinar Castillo. Por eso no es extraño que, aunque con pocos habitantes, las revistas de la época publiquen fotos del día del árbol o de las actividades de la Cruz Roja en la colonia. Como tampoco es raro que existan abundantes registros fotográficos en álbumes familiares. Recopilar estas imágenes y trabajar con ellas es de suma importancia; no lo es menos romper un poco con la tradición de las crónicas tacubayenses. Desde que en el siglo XIX la zona se volvió un espacio privilegiado para las clases pudientes, se generó una gran cantidad de testimonios sobre sus formas de vida y costumbres. Estas fuentes han sido retomadas por cronistas y luego por historiadores que han reproducido esa visión de Tacubaya, muchas veces sin tomar distancia crítica. Escribimos y describimos palacios, jardines y modas, quizá de acuerdo con nuestras mejores aspiraciones; pero olvidamos otros sectores y realidades y hasta nos unimos al coro de los Escandón o los De Teresa cuando se que-
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jan de la mala apariencia que dan los pobres en la “bella ciudad de los Mártires”. Por eso otra tarea de la investigación será buscar testimonios e imágenes que sobreviven en las cajas de zapatos de familias con menos recursos. Las miradas y registros hechos por los fotógrafos son parte importante de la investigación que busque recrear la vida social de ese espacio sin olvidar que poses, vestimentas, sitios y un largo etcétera deberán dar cuenta de que los fotografiados no son meros muñecos a disposición de la cámara que los registra. Porque no se trata sólo de incorporar sectores distintos de la población, sino también de investigar sus propuestas de ordenar, regir, cambiar y/o mantener a la sociedad. No se trata de avinagrarse por situaciones pasadas y personas muertas, sino de lo que queremos hoy, empezando por no repetir lo que dijeron los cronistas de ayer sobre un mundo tan desigual y sobre las instituciones que lo generaron y mantuvieron. Por ejemplo, qué hacer, cómo pensar al “Ejército de Defensa de la Mujer” que trabajaba en el Asilo del Buen Pastor; cómo entender la afirmación de que era una “institución destinada a regenerar a las mujeres que habían dado un mal paso o estaban a punto de hacerlo”. Para explicarnos esta situación tal vez debamos acceder a enfoques de género, a la microfísica del poder o a alguna otra propuesta, porque nuestra posición de cronistas no nos ayudará. De cualquier manera es un tema difícil en la medida que las fuentes son mucho menos abundantes que aquellas que nos hablan de los señores importantes del rumbo. Más problemático resulta adentrarnos en temas que casi nunca queremos analizar, por lo menos en el terreno académico, aunque el control social que ejercen las instituciones tradicionales sea uno de los asuntos más importantes en la vida real, los que marcan más nuestra existencia y los que en mi opinión deberíamos retomar en otros encuentros sobre la historia de Tacubaya.
Indice Presentación Celia Maldonado
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1. Chapultepec como área estratégica de asentamiento Raúl García Chávez y María de la Luz Moreno Cabrera
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2. Introducción a la arqueología de Chapultepec María de la Luz Moreno Cabrera
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3. La secuencia cerámica de Chapultepec Raúl García Chávez, Manuel Torres, Susana Lam y María de la Luz Moreno
47
4. Restos óseos prehispánicos del Cerro de Chapultepec Juan Alberto Román Berrelleza y Thanya Hernández Torres
71
5. La arquitectura prehispánica en Chapultepec Manuel Alberto Torres García, Maria de la Luz Moreno Cabrera y Susana Lam García
85
6. Evidencias de los sistemas hidráulicos prehispánicos en el Cerro de Chapultepec Susana Lam García, Manuel Alberto Torres García y María de la Luz Moreno Cabrera
101
7. Reutilización de los sistemas hidráulicos prehispánicos, época colonial, siglos XIX y XX Manuel Alberto Torres García y María de la Luz Moreno Cabrera
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8. De un molinero disidente y otras historias Graciela Gaytán Herrera
131
9. Dos empresarios en Tacubaya, siglo XVIII: Pablo Buenavista y José Gómez Campos Celia Maldonado
141
10. La Maruca, una vecina rebelde de Tacubaya en el siglo XVIII Martha Eugenia Delfín Guillaumin
151
11. Tacubaya, refugio de la reacción Guadalupe Lozada
163
12. Conversación en El Arzobispado: Ignacio Comonfort, Manuel Payno y la Guerra de Reforma José Emilio Pacheco
177
13. Panteón Civil de Dolores Marcela Sonia Espinosa Martínez
183
14. Ramón Manterola y la Biblioteca Romero Rubio de Tacubaya, 1890-1901 Salvador Ávila
195
15. Los viejos cines de Tacubaya Felipe Morales Leal
205
16. El jardín de la Casa de la Bola: sus antecedentes históricos, su presente Leonor Cortina
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17. Las imágenes de un lugar llamado San Pedro Fernando Aguayo
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TACUBAYA, PASADO Y PRESENTE IV se terminó de imprimir en octubre de 2005 en la ciudad de México, a cargo de SAMA Comunicación Creativa, S. A. De C. V. Mazatlán 77-50, Col. Condesa, 06140 México, D. F. La edición consta de 210 ejemplares.
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