III Certamen de Relatos El Mundo Esférico

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

III CERTAMEN DE RELATOS

EL MUNDO ESFÉRICO I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO

ÉCIJA, 2006

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Foto portada: Stonehenge.

Edita: I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA Depósito Legal: SE-2103-07 Impresión y maquetación: Talleres Gráficos CODIAR Polígono Industrial La Campiña, parcela 29 (naves 1 y 2) 41400 - Écija (Sevilla)

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De izquierda a derecha (arriba): Beatriz Domínguez, Inmaculada Gómez, Ana Calderón, Irene Alhama, Ángela Bersabé e Inés Mª Gálvez; (abajo) Sergio Jiménez, Rafael Roldán y Juan Jesús Aguilar.

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PRESENTACIÓN: UNA DE BUCANEROS… Bienvenidos a esta tercera edición de nuestro “Certamen de Relatos El Mundo Esférico”, que cuenta con una importante novedad, pues nuestro centro ha decidido abrir sus puertas a otros tres institutos de Enseñanza Secundaria para invitarles a participar en nuestras jornadas de animación a la lectura en torno al Romanticismo. Estos centros son las EE.PP. SA.FA. de Écija, el I.E.S. Pablo de Olavide de La Luisiana y el I.E.S. Colonial de Fuente Palmera. Fruto de esta ampliación han sido las 46 obras que hemos recibido, un número sensiblemente mayor que el de las anteriores convocatorias. Aproximándonos a los relatos por centros, nos han llegado 22 del I.E.S. Nicolás Copérnico, 15 de la SA.FA., 6 del I.E.S. Pablo de Olavide y 3 del I.E.S. Colonial. Agrupándolos por modalidades, nos hemos encontrado con 8 relatos pertenecientes al 1º ciclo de la E.S.O., 25 al 2º ciclo y 13 a Bachillerato.

La experiencia de compartir nuestro certamen con estos centros no podría haber sido más satisfactoria, pues nos ha regalado una pluralidad de estilos narrativos y de inquietudes reflejadas en los textos de nuestros jóvenes, que no han hecho sino enriquecer y reforzar el espíritu igualador que da sentido a un premio que lleva por nombre “El Mundo Esférico”.

Entre las obras presentadas leímos varias donde nuestros jóvenes reflejaban su preocupación por problemas tan actuales y amenazadores como son la anorexia o las drogas. También nos [7]

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narraron historias con matices racistas (entre gitanos y payos o entre blancos y negros, con el Ku Klux Klan incluido), donde defendieron que el amor no debería entender de colores, de culturas o de fronteras, sino de sentimientos que van mucho más allá de cualquier barrera arbitraria inventada por el hombre. Otras historias denunciaron el maltrato de género (irónicamente tan familiar) y la hipocresía que a veces encierra el tan pregonado propósito de instaurar la igualdad entre los sexos. Los relatos también nos hablaron del simple rechazo por miedo al otro, al que es diferente (ya sea gay, extranjero, prostituta…), y nos condujeron al mundo de las fábulas para dejar al descubierto el egoísmo que está avocando a nuestra sociedad a un futuro que no pinta nada halagüeño. Otras obras denotaron que el acoso escolar y sus terribles consecuencias no dejan a nuestros alumnos indiferentes, como tampoco ocurre con la desestructuración y la creciente falta de entendimiento que se extiende en nuestros días entre las diferentes generaciones de lo que debería ser una familia.

Como ya ocurriera en la edición pasada, voy a centrarme con algo más de profundidad en la temática de los relatos escogidos como ganadores, los que podréis leer a continuación.

Dentro de la modalidad A (1º y 2º E.S.O.), hay un relato de maltrato de género contado por la hija de una pareja que vio cómo la voz de su madre gritaba en silencio hasta que su padre decidió terminar con su sufrimiento ejerciendo de verdugo. La otra historia de los alumnos más jóvenes plantea el encuentro fortuito entre dos hermanos gemelos que se han criado en culturas opuestas (cristiana y musulmana), sin conocer el uno la existencia del otro. Con un final menos dramático que la anterior, pero quizás por esa razón menos realista, la historia termina felizmente con la unión de una familia separada desde hacía mucho tiempo.

En la modalidad B (3º y 4º E.S.O.) tenemos que hablar de tres obras. Una de ellas emplea una mezcla formal de estilo dramático y narrativo, incluso de diario, para narrar las vicisitudes por las [8]

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que atraviesa una niña hasta conseguir salir de la red tendida por un padrastro que quiere utilizarla para entregar un fardo con droga. Al final la niña halla una salida guiada por una prostituta que se convierte en lo más parecido que encuentra a su madre, o a lo que era antes de que el padrastro la matara. En otro de los relatos premiados en esta segunda modalidad se nos invita a no olvidar nunca el pasado, tal y como aconseja un abuelo a su nieto cuando se da cuenta de que el niño muestra desprecio hacia unos inmigrantes. El anciano no duda en contarle cómo él mismo fue inmigrante en Alemania, viviendo una experiencia no muy agradable debido al trato xenófobo que allí recibió. Por último, el tercer relato escogido nos llegó en forma de diario escrito por una niña enferma de anorexia que consigue salir de esa espiral de decadencia humana gracias al amor que encuentra en el hospital donde la están tratando.

Llegando por fin a la modalidad C (1º y 2º Bachillerato), hemos escogido dos relatos muy diferentes entre sí. Uno cuenta la difícil y curiosa situación en que se ve envuelta una joven, no por ser o sentirse inferior a los demás, sino por haber sido diagnosticada como sobredotada. La extensa narración avanza siguiendo los sucesivos encuentros que la protagonista mantiene con un ser que al principio parece pertenecer a otra dimensión, si bien terminamos descubriendo que no es sino parte de ella misma, esa parte que tiene que sufrir un proceso de acomodación, algo parecido a un rito iniciático, hasta que el personaje principal consigue hacer frente a su especial situación con un arma tan sencilla como es ser ella misma. Por otro lado, lo que nos llamó la atención de la otra narración de Bachillerato fue la capacidad de nuestra joven escritora para transmitir sentimientos por medio del uso magistral que hace de las palabras. Nos presenta a una anciana encerrada en una maraña de recuerdos que cada vez se hacen más confusos y que sólo parecen cobrar algo de solidez cuando los ojos de la mujer se pierden en fotos de antaño durante horas. Sólo aferrándose a esos [9]

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momentos de contemplación, a esas imágenes robadas al tiempo, a su caja de fotografías, consigue nuestra anciana mantenerse a flote sobre las aguas del Alzheimer, palabra que no se menciona en el relato, pero que resuena entre sus líneas como las olas que rompen en la orilla de un mar no muy lejano.

Sé que ya estáis deseosos de leer los relatos cuya trama acabo de esbozar, pero antes me gustaría abusar un poco más de vuestra paciencia para hacer algunas aclaraciones acerca de la ilustración que aparece en la portada de este libro. En consonancia con las jornadas dedicadas al Romanticismo que han tenido lugar en nuestro centro durante el mes de abril de 2006, hemos escogido un grabado de Stonehenge donde las fuerzas desatadas de la naturaleza se han confabulado para sembrar una escena de muerte y destrucción en un paisaje que en cualquier otra circunstancia podría haber sido completamente bucólico, con unas ovejas pastando tranquilamente en un prado.

Como resulta característico del Romanticismo inglés, la lámina explora un paisaje en ruinas, en este caso Stonehenge, que en innumerables ocasiones se ha visto relacionado con lo fantástico y lo sobrenatural, y que proporciona el aderezo histórico y pintoresco que podríamos comparar con ese regusto de las novelas de Sir Walter Scott (en cuanto a lo histórico) y a los castillos y personajes de Horace Walpole o de Anne Radcliffe (en cuanto a lo sobrenatural). El paisaje se completa con un rayo que quiebra el cielo y que cae justo en el centro del círculo que forman los megalitos.

La tormenta se ha cobrado la vida de numerosas ovejas que yacen inertes en el suelo, mientras otros ovinos balan desesperados hacia el cielo como pidiendo clemencia.

Fue el poeta romántico inglés Percy Bysshe Shelley, contemporáneo de Lord Byron y de Keats y esposo de Mary Shelley, autora de Frankenstein, uno de los que más destacó en su pasión por la naturaleza como fuerza destructiva y, paradójicamente, regeneradora. También fue él quien, de manera irónica, murió al [10]

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naufragar el barco en que viajaba, presa de una tormenta en el Mediterráneo.

Nunca sabremos si la tormenta que se ha cobrado la vida de las ovejas junto a Stonehenge también fue la misma que, por capricho de los vientos, viajara en busca de la joven vida de Shelley, que murió con tan sólo treinta años. Sin embargo, podemos utilizar ambos elementos, la tormenta y el naufragio, para establecer un símil con la travesía en que se han embarcado nuestros alumnos. A decir verdad, tenemos los que por miedo o indecisión (puede que incluso por pereza) nunca embarcaron. También tenemos los que sí lo hicieron, pero que, por desgracia, naufragaron en medio de una tormenta de ideas y palabras enmarañadas que no les dejaron encontrar una isla donde atracar sus naves. Finalmente, nos cabe el consuelo de que cuarenta y seis osados tripulantes se sorprendieron a ellos mismos vislumbrando tierra firme a lo lejos después de sus periplos más o menos dilatados. Todos, los cuarenta y seis, debéis saber que por el hecho de arribar al final de vuestra singladura ya habéis obtenido el fruto de los árboles de esa isla que hallasteis, y ese fruto ha sido la admiración de los miembros del Jurado de este certamen. También es verdad que algunos de vosotros fuisteis capaces de alcanzar los frutos más altos, los que se encontraban en las copas de algunos árboles, los que eran menos numerosos y estaban reservados sólo para unos cuantos.

No querría terminar sin dedicar unas palabras a esos piratas a los que se ha hecho referencia en numerosas ocasiones durante estas jornadas en torno al Romanticismo, y en especial a aquéllos a los que llamaron bucaneros, pues entre los lobos de mar no creo que hayan existido muchos con una historia tan romántica. Aproximándonos a la etimología de la palabra bucanero vemos que su origen se encuentra en el término bucán, tomado de la palabra empleada por los indios arahuacos de América del Sur para designar el lugar donde ahumaban carne de jabalí y de otros animales; por extensión, también usaban el vocablo para referirse a la propia [11]

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carne allí preparada. Cuenta la historia que en un rincón apartado de las costas de la isla de La Española (hoy Haití y la República Dominicana) se agrupó una partida de esclavos, fugitivos, proscritos, indios rebeldes, desertores, gente, en definitiva, rechazada y desheredada por la sociedad. Estas personas aprendieron de los arahuacos el arte de preparar el bucán y se ganaron la vida dignamente comerciando con los barcos que llegaban al Nuevo Mundo o partían de él haciendo escala en el Caribe. Su negocio de venta de carne ahumada y de pieles fue próspero hasta que también los expulsaron de aquella parcela de tierra a la que habían sido relegados. Muchos de ellos se rebelaron, refugiándose en una pequeña isla cercana a La Española: La Isla de la Tortuga. Allí nació La Hermandad de la Costa y con ellos los temidos bucaneros, que no dudaron en hostigar a las colonias españolas en el Nuevo Mundo o en asaltar sus galeones para hacerse con las riquezas que transportaban.

Extrapolando esta curiosa historia al sentimiento adolescente —y no menos romántico—que todos hemos experimentado durante nuestra juventud creyendo ser unos rebeldes, unos incomprendidos, unos extraños en una sociedad que no nos entiende, en la que no somos capaces de encontrar un lugar, doy las gracias a nuestros jóvenes por haberse acercado a nuestras costas en son de paz con el ánimo de regalarnos su preciado bucán, sus meditaciones acerca del mundo que les rodea, demostrando así su preocupación por los problemas que lo impregnan y su implicación en un intento de darles solución.

Sabed, alumnos y alumnas que habéis llegado a nuestras costas, que entre los bucaneros no existían escalas, que después de hacerse con un botín lo repartían entre todos al llegar a la Isla de la Tortuga. De este modo nadie se quedaba sin su premio. Este libro que tenéis en vuestras manos contiene el tesoro que habéis logrado arrebatar a los galeones que os amenazaban lanzándoos cañonazos con carga de dejadez, de aburrimiento, de indiferencia, con [12]

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esos proyectiles que están batiendo a tantos jóvenes que tenéis a vuestro alrededor. Habéis logrado sobreponeros a ese primer ataque para descubrir que las bodegas de aquellos galeones que navegan a diario junto a vosotros estaban cargadas con estos relatos que habéis querido regalarnos con vuestro valiente y generoso trabajo.

De parte de los miembros del Jurado de este “III Certamen de Relatos El Mundo Esférico” y del I.E.S. Nicolás Copérnico en general, os damos las gracias por conducirnos a todos hasta vuestra guarida, hasta vuestra Isla de la Tortuga. Gracias por mostrarnos vuestra Hermandad de la Costa.

Juan Jesús Aguilar Osuna (Coordinador del Certamen)

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AGRADECIMIENTOS A los profesores que me han acompañado como miembros del Jurado, Inmaculada Gómez, Mª Antonia Álvarez y Rafael Roldán, por la ilusión con que han leído los relatos presentados, aunque se hayan visto obligados a sacar tiempo de donde no lo tenían.

A Tomás Gutiérrez (Dep. LCL): por toda la energía que ha derrochado en la preparación y durante el desarrollo de las Jornadas Culturales de nuestro centro en torno al Romanticismo. Aunque a veces su rostro denotara cansancio y preocupación, por muy exigente que nuestro compañero sea, no tendrá más remedio que darse por satisfecho con el resultado del esfuerzo que ha invertido.

A Shoeller Arca Systems: por patrocinar los premios de esta tercera edición.

A Fernando Ramírez (Secretario del I.E.S. Nicolás Copérnico): por hacer una vez más de puente con nuestro patrocinador.

A todos los profesores de otros centros que hayan animado a sus alumnos a participar en nuestro certamen.

A Codiar: por su profesionalidad y por regalarnos los diplomas que se han entregado en esta tercera edición del certamen.

Y, en último lugar, si bien en este caso es el más relevante: a esos cuarenta y seis alumnos que habéis presentado obras a este “III Certamen de Relatos El Mundo Esférico”, porque, por mucho empeño que pongamos por nuestra parte, de no ser por vuestra ayuda, este concurso carecería de sentido.

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Modalidad 1º y 2º E.S.O.

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GRITANDO EN SILENCIO Primer Premio

ANA CALDERÓN CARO (1º E.S.O.)

I.E.S. PABLO DE OLAVIDE (LA LUISIANA)

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Corrían los años cuarenta, en España, en un pequeño pueblo de menos de mil habitantes de la sierra de Jaén, donde el régimen franquista era lo más importante para todos.

En una pequeña casa de aquel pueblo habitaba una preciosa joven de diecisiete años. Vivía con su padre y sus cuatro hermanos, menores que ella. Aunque era muy joven, había vivido dedicada a las labores del hogar desde que su madre al dar a luz a su último hijo falleciera.

Su padre trabajaba de sol a sol como jornalero en una finca a las afueras del pueblo. Cobraba un sueldo que apenas daba para vivir, pero no podía conseguir nada mejor debido a su discapacidad en una pierna.

Pilar, que así se llamaba la joven, era verdaderamente bella.

Sus grandes ojos azules con sus largas y espesas pestañas estaban rodeados por unas finas y contorneadas cejas, que bajo su entrecejo terminaban en una pequeña nariz. Le seguían unos labios carnosos y una perfecta barbilla. Todos aquellos atributos hacían que su cara, fina y delicada, pareciera la de una preciosa virgen.

Su largo pelo negro como la noche, su piel tersa y morena, sus manos finas y delicadas y su cuerpo delgado y grácil hacían que fuera la más perfecta maravilla de la naturaleza. Era un diamante en bruto, la más pura de las muchachas. Y aunque siempre llevaba puesto trapajos, aún así, se veía bella.

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Su padre siempre le decía que cada día se parecía más a su madre y que se merecía al más valeroso de los muchachos para que la hiciera la más feliz de las mujeres. Ya que su belleza física igualaba a la interior, su ternura, su hermosura, su paciencia, su amor…se merecía a alguien que la amase sobre todas las cosas, que la respetase, que la protegiera y que la quisiera para siempre.

A sus hermanos siempre los trató como a unos hijos; los mimaba, los dormía, les daba de comer… Total, una madre que, aunque no los hubiese parido, los crió con todo su cariño.

Pilar sólo tenía una amiga, Rosario, que era de su misma edad, con la que iba a lavar la ropa al campo. Con ella compartía sus mejores ratos y se lo contaba todo. Rosario siempre le decía que tenía la sonrisa más bonita que había visto y Pilar le decía que era la mejor amiga del mundo.

Ellas nunca salían ni se relacionaban con más gente de su edad, pero un día decidieron dar una vuelta. Era un veinticinco de junio y el calor por las noches ya apretaba. Se pusieron lo mejor que tenían, aunque no era gran cosa. La ilusión era lo que contaba.

Pilar dejó a sus hermanos durmiendo y se despidió de su padre, que le dijo: —No vuelvas tarde, que por ahí hay mucho loco suelto.

Ella sonrió y respondió: —No, tranquilo. A las once y media estaré aquí—le dio un beso y se fue.

Se encontró con su amiga Rosario en una plaza y decidieron ir a un pequeño bar que había en el pueblo. Cuando llegaron había mucha gente, fueron a la barra y pidieron dos refrescos. Desde allí se veía a una pandilla de jóvenes que no hacían más que mirar a Pilar, pero ella ni se inmutaba. Mientras le daba un sorbo a su refresco, se le acercó un muchacho con pinta de chulo y le dijo: —Hola preciosa, ¿te invito a algo?

—No, no hace falta—respondió Pilar.

—¿Cómo que no?—preguntó, enfadado.

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Entonces la abrazó y Pilar empezó a gritar.

De repente un atractivo muchacho llegó, lo cogió por el cuello y le gritó: —¡Déjala en paz! ¡Si no quiere, no tienes por qué obligarla!

—¡Tú no te metas!—respondió el chulo.

Y ya no se pudo escuchar más, porque empezaron a pelearse.

Pilar se asustó mucho y se abrazó a su amiga, pero de momento los separaron. El chulo y su pandilla decidieron irse del local. El otro muchacho, que tenía sangre en el labio, le preguntó: —¿Estas bien?

Pilar asintió con la cabeza, sin mirarle a los ojos. Pero de repente pensó que aquel hombre la había defendido y que le debía dar las gracias. Ya se estaba yendo el muchacho, cuando Pilar le dijo sonriendo: —Muchas gracias.

El chaval volvió la cara y cuando vio los ojos de aquella mujer sintió un cosquilleo en la barriga que le hizo pensar que se había enamorado. Pensó que nunca había visto a una mujer tan bella.

—No hay de qué—dijo sonriendo.

Pilar se dio cuenta de que era muy guapo, pero ella tenía por costumbre no juzgar a las personas por su físico.

—¿Cómo te llamas?

—Me llamo Samuel, ¿y tú?

—Pilar. Encantada de conocerte.

—El placer es mío.

—Bueno, ¿quieres venir a dar una vuelta?

Pilar pensó que no podía irse con un desconocido, por muy simpático que le pareciera.

—Mejor otro día, es que vengo con una amiga.

—Tranquila mujer—el joven sonrió—, no te voy a hacer nada.

Además, tu amiga también puede venir.

Rosario asintió y se fueron a dar una vuelta. Cuando llegaron [20]

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a un banco se sentaron.

—Bueno, ¿y vais mucho a ese bar?

—No, qué va—respondió Rosario.

—¿Y tú?—preguntó Pilar.

—No, yo soy de fuera, he venido a pasar el verano con mis tíos, es la primera vez que vengo—sonriendo—. ¿Qué edad tienes?

—Tengo diecisiete años, ¿y tú?

En ese momento Rosario sintió que sobraba y decidió ir a beber agua a la fuente.

—Veinte recién cumplidos—respondió Samuel—y no soporto a los hombres que tratan mal a las mujeres.

—Ni yo.

—Los veo unos cobardes. A las mujeres hay que tratarlas con el mayor respeto, porque un hombre sin una mujer no es nada.

Cuando dijo aquello, Pilar sintió que era alguien especial, que no era un insensible.

—Estoy totalmente de acuerdo contigo—sonrió.

En ese momento se miraron fijamente a los ojos, Samuel cogió su mano y acercaron sus caras, pero de repente llegó Rosario y le enseñó el reloj a su amiga. Eran las doce.

—¡Oh, no! ¡Es muy tarde! Tenemos que irnos.

Se levantaron del banco y el joven le dijo: —¿Cuánto podré volver a verte?

—No lo sé, quizás mañana.

—Vale, ¿dónde vives?

—Pregunta por José el jornalero, que seguro que me encuentras—y Pilar y su amiga salieron corriendo.

Cuando Pilar llegó a su casa, su padre estaba durmiendo en la mecedora, cansado de esperar. Lo tapó con una manta y le dio un beso. Aquella noche no pudo pegar ojo, sólo pensaba en él y en volver a verlo.

Por la mañana, después de haberse ido su padre, llamaron a la [21]

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puerta. Era él, que había venido a verla.

—Al final te encontré—dijo sonriendo alegremente.

Pilar sonrió también y entonces sus labios se acercaron y se besaron. Pilar no podía creerlo. Sus mejillas se sonrojaron.

—No he pegado ojo pensando en ti—dijo el joven.

—A mí me ha pasado igual—dijo aún más sonrojada.

—Esta noche podemos vernos—sonrió el joven.

—Si, claro—asintió ella.

—Aunque prefiero que estemos solos—sonrió él—, no es por nada en especial…

—Vale, por mí, perfecto.

—Entonces, hasta esta noche.

—A las diez en la plaza.

—Vale, me voy.

—Hasta luego.

Pilar cerró la puerta y dio un salto de alegría. Estaba deseando que llegara la noche. Cuando dieron las diez, le dijo a su padre que aquella noche sería puntual y él le dijo que eso esperaba.

Se fue corriendo a la plaza. Cuando llegó, estaba allí. Los dos estaban radiantes de alegría, pero sobre todo Pilar, ya que aquélla era su primera cita amorosa. Se dieron un beso y se sentaron en un banco.

—Tenía muchas ganas de volver a verte—dijo él.

—A mí me pasaba lo mismo—sonrió ella.

—Bueno, vamos a dar una vuelta—dijo animado.

—¿Pero, adónde vamos?

—Podemos ir a casa de mis tíos, ellos han salido a comer.

—Me parece estupendo.

Cuando llegaron a la casa, Pilar se sentó en un sillón, mientras Samuel iba a por unos refrescos.

—Ponte cómoda.

Samuel llegó con los refrescos, los dejó encima de la mesa y beso a Pilar. Ella no sabía para qué estaban allí. Entonces Samuel [22]

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empezó a quitarle el vestido. En ese momento, Pilar le dijo: —¡Qué haces!

—¿Tú me quieres?

—Si, pero…

—Pués, si nos queremos, tenemos que demostrárnoslo.

Una vez dicho esto se quitó la camisa y el pantalón y continuó desvistiéndola. Pilar era tan inocente que no sabía que su pretensión era acostarse con ella. Y al final lo hizo. Hicieron el amor, y ella sin saberlo.

Toda su virginidad, su pureza, todo había sido manchado por aquel hombre y ella, tan ingenua, no lo sabía. Se aprovechó de ella, no la violó, pero la chantajeó en toda regla y Pilar, creyendo que era lo que hacían los enamorados, que era lo más normal, no lo impidió. Cuando se despertó eran las doce y media. Se sentía un poco extraña. Samuel estaba dormido. No quiso despertarlo y se fue.

Cuando llegó a su casa su padre estaba despierto y le dijo: —¡Estas no son horas, muchachita!

—Lo siento otra vez, papá, soy una irresponsable.

—Bueno, no pasa nada, mientras no hagas nada malo por ahí.

—¿Los niños están durmiendo ya?

—Si, ya hace un rato.

—Bueno, vamos a la cama.

Le dio un beso y se fue a su habitación.

Aquella noche, no sabía porque, pero se sentía mal, se sentía sucia y empezó a llorar. Estuvo llorando toda la noche, ella que era una joven serena, alegre, risueña… Desde aquella noche todo cambió.

*

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Pasaron dos semanas y se seguía sintiendo igual de mal. Seguía viendo a Samuel, pero ya no era lo mismo. No quería contárselo a su amiga Rosario. Pasó otra semana más y veía que no le venía el periodo. Se estaba alarmando. Si se hubiera quedado embarazada, sería un desastre. Y, efectivamente, así pasó.

Se lo contó a su amiga. Ella le dijo que, si era así, tenía que contárselo a Samuel. Se le venía el mundo encima y no sabía cómo afrontarlo. Entonces decidió contárselo a su padre. Por mal que se lo tomara, era su padre y tenía derecho a saberlo.

Cuando llegó del trabajo le dijo: —Papá…

—¿Qué, hija?

Rompió a llorar sin parar. Entonces su padre se alarmó: —¿Qué te pasa, hija mía? ¿Qué tienes?

—Creo que estoy embarazada.

—¿Cómo? ¿Qué estas diciendo?

El padre de repente empezó a perder los nervios y le dio un tortazo.

Pilar cayó al suelo al recibir el fuerte impacto.

—Hace dos semanas que no me viene el periodo.

—¿Cómo te has atrevido?

El padre empezó a dar golpes en la pared.

—¿Por qué? Tú, mi niña…¿por qué? ¡Maldita sea! ¿Por qué?

—Lo siento…papá…lo siento.

—¿Quién ha sido? ¡Responde! ¿Quién ha sido?

Al ver que no le contestaba le dio otro tortazo.

—¡Dime quién ha sido!

—Samuel...

—¡No será el chuleta de la ciudad…!

—Sí, es…es ése.

El padre cogió una escopeta y salió de la casa.

—¡Papá! ¡Papá! ¿Dónde vas?

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Pilar intentó interponerse en su camino, pero de nada le sirvió.

—¡Ese mal nacido va a recibir su castigo!

La muchacha no sabía qué hacer. Salió corriendo detrás de su padre, que le propinó un puñetazo que la hizo caer al suelo.

Los vecinos, al escuchar el escándalo, salieron de las casas.

Cuando su padre llegó a casa de Samuel, pegó un tiró que alarmó al pueblo entero. El muchacho abrió la puerta, el padre empezó a pegarle puñetazos y a amenazarlo con la escopeta.

—¿Cómo te has atrevido?

—¿Pero qué está diciendo este hombre?—dijo extrañado el joven.

—¡Tú has dejado embrazada a mi hija!

Entonces miró a Pilar, que estaba detrás de él y que asintió con la cabeza. Antes de que el hombre se dispusiera a pegar un tiro, entre un montón de vecinos, lo agarraron. La muchacha se lo explicó todo a Samuel.

—Si es así—dijo él—, yo me hago responsable. Me casaré con ella si hace falta.

El padre de Pilar intentó llegar a él para pegarle, pero no pudo.

En aquel momento el hombre empezó a ponerse muy rojo y le dio un infarto. Se lo llevaron al hospital, pero al quedar tan lejos del pueblo, cuando llegaron nada pudieron hacer por él. Había muerto.

Pilar sintió que ella era lo peor que había en el mundo. Su padre había muerto por su culpa y sus cuatro hermanos habían quedado huérfanos. Era una verdadera pesadilla. Samuel le dijo que iban a empezar una vida nueva en la ciudad. Ella aceptó porque no le quedaba otro remedio.

Sus hermanos se quedaron a vivir con una hermana de su padre, que aceptó acogerlos en memoria de su hermano. Pilar, que había perdido la ilusión por vivir, se fue con Samuel a Sevilla. Se casaron por lo civil y se fueron a un piso en el centro de la ciudad.

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Ninguno de los dos se casó enamorado, se casaron por la situación.

Pasaron los meses y su barriga empezó a aumentar. A veces se ponía a pensar que lo había dejado todo. A su padre, que había muerto por su culpa, algo que nunca pudo olvidar. A sus hermanos, a quienes nunca volvería a ver. Los había dejado huérfanos.

Tampoco volvería a pisar la casa en la que se había criado, ni volvería a ver a su amiga Rosario. La extrañaba cada día de su vida.

Pasaron cinco meses. Fue un quince de abril cuando me tuvo a mí, que en parte fui una alegría, después de tantas desgracias.

Era un niño precioso. En mis primeros cinco años de vida todo fue bien. A mi padre Samuel le iba bien en el trabajo y mi madre, a sus veintidós años estaba tan bella como siempre y algo más alegre.

Pero sólo quedaban unos cuantos de meses para que empezara su verdadero infierno, el que marcó mi vida para siempre.

A mi padre empezó a no irle bien en el trabajo debido al alcohol. Cuando yo sólo tenía seis años, mi padre llegó de trabajar, yo estaba en mi habitación y empecé a oír gritos. Cuando salí de mi habitación me encontré a mi madre en el suelo amoratada. La curé y la dejé que descansara. Era el comienzo de su calvario.

Ella siempre intentó ocultármelo de todas las maneras posibles. Cuando eran las seis y media de la tarde me decía que me fuera a jugar a la calle porque sabía que él iba a llegar. A las siete subía, después de que él se hubiera ido, y me la encontraba recogiendo lo que él había roto y con lágrimas en la cara me preparaba la cena, pero siempre demostrándome su amor. Y después, cuando daban las diez, me acostaba, me regalaba su sonrisa, su beso de buenas noches y se iba. Ella ya sabía lo que le esperaba, pero nunca se quejaba.

Al colegio me llevaba con unas grandes gafas negras para que nadie supiera lo que estaba pasando. A mí me decía que mi padre era muy bueno pero que bebía y por eso era así, pero que él me quería tanto como ella. Creo que a veces ella misma intentaba [26]

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creerse aquello para seguir viviendo. Yo me sentía inútil, no podía hacer nada y quizás por eso también era culpable.

Así aguantó cuatro años, hasta que un veintisiete de enero despidieron a mi padre del trabajo. Él solía dar de mano a las seis y aquel día eran las cinco y ya estaba en casa. Mi madre lo vio llegar por la ventana y me dijo que me fuera a jugar. Me fui a la placita que había debajo del bloque de pisos donde vivíamos, porque lo que menos quería era causarle problemas a mi madre.

Cuando pasó por mi lado, mi padre me dio un beso. Llevaba algo oculto en la chaqueta. Y subió. Al cabo de un cuarto de hora, se oyó un tiro. Subí corriendo a mi casa, me temía lo peor. Cuando llegué, la puerta estaba abierta. Me encontré a mi madre tirada en el suelo, un charco de sangre la rodeaba. Mi padre estaba sentado a su lado llorando, pero ya de nada servían sus lágrimas.

Me acerqué a ella. Una lágrima caía de sus preciosos ojos que ya no brillaban con la luz que los caracterizaba. Sólo le quedaba un suspiro de vida y reunió fuerzas para coger mi mano, llevársela a su corazón y sonreír con esa sonrisa que iluminaba su cara.

En aquel momento murió.

Entonces una enorme angustia invadió mi cuerpo y un nudo se hizo en mi garganta. En aquel momento mi padre me miró a los ojos y salió de la habitación. No podía creerlo. ¡La había matado!

Mi madre, lo más grande que tenía en el mundo, había sido asesinada por mi padre.

El único valor que tuvo mi padre fue el de entregarse a la policía. Nunca más lo vi. Pasó tres años en la cárcel hasta que un día se lo encontraron muerto. Se suicidó.

A partir de aquel día tuve que aprender a vivir sin mi querida madre, que aunque no estuviera físicamente, sí lo estaba y estará interiormente en mi corazón.

Mi madre murió, pero la mayor pena que llevo arrastrando durante mis treinta y cinco años es que mi querida madre murió con las ganas de gritarle al mundo que lo que estaba viviendo era, [27]

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a pesar de las apariencias, un verdadero infierno. Y por las noches, aunque lo hacía en silencio, yo escuchaba cómo su corazón gritaba. Porque así, desgraciadamente, vivió mi madre, como lo hacen otras muchas mujeres que viven gritando en silencio.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

ALMAS GEMELAS Segundo Premio

INÉS MARÍA GÁLVEZ GARCÍA (2º E.S.O.)

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO (ÉCIJA)

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Yasir era un chico musulmán de catorce años, devoto de su religión, trabajador y muy responsable. Vivía con su madre en Líbano, ya que su padre la había abandonado cuando ésta dio a luz.

Yasir no tenía mucha información acerca de su padre, su madre había evitado hablar de él. Sólo sabía que era cristiano y que había huido sin más al concluir el parto de su madre, aunque no tenía muy claro por qué.

Pero Yasir tenía curiosidad por saber más, quién era aquel señor, si tenía más hermanos...

Un día de otros tantos, Yasir estaba trabajando en la plaza del pueblo, vendiendo telas y todo tipo de tejidos en un puesto ambulante. Ya atardeciendo, el joven estaba recogiendo todas sus cosas, sintiéndose orgulloso de la buena venta que había tenido aquel día. Pero cuando se dispuso a marcharse, vio entre las sombras una silueta que le resultó familiar, como si se tratara de su sombra.

Esperó unos minutos y no tardó en darse cuenta de que la silueta pertenecía a un muchacho de su misma edad, más o menos, delgado, alto y de pelo alborotado.

Yasir se percató de que el joven se estaba tambaleando y en pocos segundos se desplomó. Yasir corrió en su ayuda e intentó reanimarlo. Poco después, el joven ya se había levantado del suelo. Cuando le iba a dar las gracias a Yasir, los dos se miraron el uno al otro durante largo rato. Resultaba extraño, era como si uno [30]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

se mirase al espejo: eran idénticos.

Yasir, perplejo, no supo qué decir. Ya se había percatado de por qué le resultaba tan familiar aquella silueta: se había visto reflejado él mismo, pero en otra persona.

El silencio reinó durante unos instantes más, los dos se miraron de arriba abajo, hacían las mismas expresiones, todo era igual.

Pronto, el otro joven, al darse cuenta de que Yasir no hablaba, dijo: —Ho-hola.

—Hola.

—Muchas gracias por haberme socorrido. A veces me pasa esto, me mareo sin razón y me desmayo.

—No hay de qué. No te sientas mal, a mí también me ocurre a veces.

Yasir se quedó sorprendido de la confianza que había tenido al hablar con el otro joven, siendo un desconocido. Pero al recordar su semejanza física con el chico, las palabras le salieron automáticamente: —¿Y...cómo te llamas?

—Me llamo Halim, ¿ y tú?

—Yasir. Oye, ¿te has fijado cuánto nos parecemos? Estoy sorprendido, me resulta muy extraño el tener una semejanza tan pronunciada con una persona a quien apenas conozco.

—A mí también, pero no me preocupa demasiado, hay muchos casos como el nuestro y no tienen demasiada importancia.

—Mmm... Bueno, ya se me olvidará, sólo es la primera impresión. Y, cambiando de tema, ¿vives por aquí? Es que nunca te he visto por este barrio.

—Ahh....claro. No me has visto porque me acabo de mudar aquí, mi padre ha encontrado trabajo.

—¡Pues qué bien! ¡Así nos podremos ver más a menudo! Me caes muy bien y, además, estoy seguro de que tenemos muchas cosas en común y me gustaría compartirlas contigo, ¿qué te parece?

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

—¡Genial! ¿Te veo mañana?

—Sí. Quedamos aquí, ¿vale?

—Vale. Hasta mañana.

—Adiós.

Aquella noche, Yasir estuvo de muy buen humor: había encontrado, sin más, a una persona que posiblemente tenía muchas cosas en común con él y con quien podría entablar una gran amistad. Así era como se sentía Yasir, muy contento.

En poco tiempo, Halim y Yasir se hicieron amigos íntimos y se contaban muchísimas cosas. Había entre ellos cosas muy parecidas, casos prácticamente iguales, pero lo que más raro resultó, fue la historia de los padres de ambos.

Yasir le contó a Halim que su padre era cristiano, que había abandonado a su madre cuando ésta dio a luz, y había huido a otro país. Entonces, Halim le contó a Yasir que él y su padre eran cristianos, que desde pequeño había vivido sólo con él y que éste le había contado que su madre se lo había entregado a él para criarlo, porque ella no podía mantenerlo, y su padre se fue a otro país a conseguir trabajo.

Fue tal la coherencia que había entre las dos historias que, entre eso y el hecho de parecerse físicamente, encajaron como si se tratara de un puzzle. Ambos pensaron y dijeron lo mismo: —¿Y si somos hermanos?

Aquella idea los dejó paralizados durante breves momentos.

Tras recuperarse, se despidieron rápidamente y se marcharon a sus casas.

Yasir intentó por todos los medios sacarle información a su madre acerca de su padre, así que ésta, harta de tantas súplicas por parte de su hijo, decidió contarle la verdad.

Cuando su madre dio a luz, se llevaron una sorpresa: no era un bebé el que esperaba, sino dos. Ella le pidió a su padre que por favor se encargara de uno, que aunque no estuviera tan enamorado de ella como ella de él, que por favor se hiciera responsable de [32]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

uno de ellos. Ella no podía mantener a los dos. Él aceptó cumplir con su deber, así que cogió a un bebé y, sin ni siquiera despedirse, se marchó dejándola sola con el otro bebé.

Aquella verdad, la que Yasir tanto había deseado saber, le dejó un nudo en la garganta. Le produjo una gran conmoción. Yasir no le reclamó nada a su madre, entendía lo que ella había tenido que hacer para poder criar a sus dos hijos: uno se lo tuvo que dar a su padre para que él lo cuidara y ella se quedó con Yasir para sacrificarlo todo y darle una buena educación.

Pero lo que no entendía era por qué su madre nunca le había contado nada, y ella le dijo que nunca había hablado de su padre porque no quería preocuparlo. No quería que intentara buscarlo, y más ahora, sabiendo que Yasir conocía a un chico tan parecido a él y que ella estaba segura de que era su hijo, el gemelo de Yasir. Si no lo hubiera conocido, probablemente Yasir nunca habría sospechado nada...y no le habría interesado tanto la historia de su padre.

A los pocos días, Halim y Yasir volvieron a encontrarse en la plaza, los dos muy pálidos. Fue cuando Halim le contó a Yasir la historia que días antes había escuchado de boca de su madre. Sin duda alguna, Yasir y Halim eran gemelos. Los dos estaban tan sorprendidos como contentos, pero en el estómago de Yasir había un hueco vacío... Para él era muy importante su religión y le resultaba chocante estar emparentado con alguien que perteneciera a otras creencias. Aunque Halim fuera su hermano, era cristiano y Yasir musulmán. No comprendió por qué aquello no le había importado tanto cuando lo conoció y, sin embargo, ahora le preocupaba.

Pasaron meses y la relación entre los dos jóvenes era la misma, muy buena. El hueco que había en el estómago de Yasir se fue llenando con la felicidad que le producía el estar con su hermano.

La religión a la que pertenecía ya no le importaba demasiado; de hecho, a Halim nunca le había preocupado.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Todo aquello hizo reflexionar a Yasir: en menos de un año había conocido a un hermano que ni siquiera sabía que existía.

Sus padres se fueron visitando con frecuencia, primero poco a poco, pero, con la colaboración de los gemelos, la pareja volvió a reunirse, se enamoraron de verdad, ¡incluso se casaron! Todos formaron una familia.

Yasir aceptó las creencias de su hermano y de su padre. A éste último lo conocía poco, pero le transmitía mucha confianza, así que no tardaron en entablar una relación padre e hijo. Padre, madre y hermanos consiguieron toda la felicidad con la que habían soñado, la que habían esperado durante tantos años y que por fin había llegado a sus vidas.

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Modalidad 3º y 4º E.S.O.

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

DIARIO DE UNA PRINCESA Primer Premio

BEATRIZ TIRADO PRADA (4º E.S.O.)

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO (ÉCIJA)

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

(9:00 a.m., cuartel de la policía).

SARGENTO: Mendoza, ¿qué ocurrió aquella noche?

MENDOZA: No lo sé.

SARGENTO: ¿No lo sabe? Bien, ¿de que conocía a la victima?

MENDOZA: ¡De nada!

SARGENTO: Mendoza, ¿te estás riendo de mí? ¡Te van a condenar por asesinato y tráfico de drogas y tienes toda la desfachatez de decirme que no conocías a la victima! ¿Quién coño te crees que eres? ¡Después de haber estado en busca y captura durante cerca de seis años…!

MENDOZA: No diré nada sin la presencia de mi abogado.

SARGENTO: De acuerdo. ¡Cabo! Léale sus derechos y lléveselo al cuartel. No quiero volver a verlo por aquí.

(18 meses antes) MENDOZA: ¡Luna, deja ese puñetero diario y ven aquí, tengo que hablar contigo!

LUNA: ¡Ya voy!

MENDOZA: Tengo que salir de casa, ¡ni se te ocurra abrirle la puerta a nadie! ¿Te enteras?

LUNA: (Con una irónica sonrisa) ¿Sales de viaje de negocios?

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

MENDOZA: (Agarrándola del brazo) ¡Escucha niñata, que tu puñetera madre aguantara tus niñerías no significa que yo haga lo mismo! Además, ya sabes de qué manera arreglamos las cosas, ¿verdad?

LUNA: ¿Algo más? (le contesta con un sentimiento de resignación y desconfianza).

MENDOZA: ¡No! (cierra de un portazo).

Durante unos minutos Luna se quedó parada delante de la puerta, pensando cómo sería su vida si las cosas no hubieran sido así. Era la pregunta de todos los días, sin una hora fija a la que hacérsela o respondérsela. Decidió coger su diario y seguir aquel consejo que tantos años atrás le dieran.

DIARIO (parte 1ª)

Nací en Sevilla, pero siendo pequeña me marché a vivir a Madrid. Llegamos a este maldito barrio en 1983, cuando mi madre se enamoró del que ahora es mi padrastro. Mi padre había muerto en un accidente poco antes de mudarnos a la gran ciudad.

Por aquel entonces yo sólo tenía tres años y jamás olvidaré la primera bronca, el primer “lo siento…” ¿Cómo se puede enamorar una persona de otra sin saber quién es? Al principio todo era muy bonito, pero parece que el amor no es para siempre o, al menos, eso demostró Mendoza. Así se llama: José Mendoza. El individuo con el que convivo desde hace doce años….

Tras estar sentada en el suelo de una vieja casa llena de humedad y suciedad—cualquier lugar del mundo sería mejor—soltó su diario y se puso a realizar su tarea antes de que aquel monstruo de [39]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

complexión robusta y pelo y ojos negros llegara al edificio.

MENDOZA: ¡Luna! (Grita con un nerviosismo al que por entonces la muchacha no estaba acostumbrada.)

LUNA: ¿Qué ocurre? ¿Quiénes son esta gente?

MENDOZA: ¿Ha venido alguien? ¿Ha preguntado alguien por mí?

LUNA: No, por aquí no ha aparecido nadie y tampoco ha habido movimientos raros, si es a lo que te refieres…pero, ¿quiénes son estos tres?

MENDOZA: No te metas donde no te llaman, niña. Esto no es asunto tuyo, así que sigue haciendo tu tarea.

Como cada día, volvió a obedecer. Pero esta vez todo era distinto, algo olía mal. A aquellos tres hombres los conocía de vista: al más alto le llamaban Coyote porque era el que más tiempo llevaba en el negocio y, por supuesto, era uno de los traficantes más buscados por la policía. También lo reconoció por su inconfundible cicatriz alrededor de su ojo izquierdo, que contrastaba con su piel morena. Al segundo de ellos se le conocía con el sobrenombre de Ruso, ya que poseía un físico poco español. El último era un joven sin experiencia, de corta estatura y pelo largo, que acostumbraba a poner al grupo en apuros. Su sobrenombre era El Indio.

MENDOZA: ¡Joder, me cago en la puta poli! Tenemos en nuestras manos un buen pedido, y ni siquiera podemos aprovecharlo.

INDIO: Lo que más te tendría que preocupar ahora es tu puñetera casa. ¿Tan mal te va?

MENDOZA: ¡Serás imbécil! Si la policía ve en mi algún tipo de poder, no dudará en venir a buscarme. Me vienen siguiendo desde hace más de cuatro años. ¿Qué quieres que haga, que [40]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

les ponga las cosas en bandeja? Además, yo sólo soy un puñetero camello de barrio...

INDIO: …que sin duda antes solía divertirse. ¡Ja, ja, ja!

COYOTE: ¡Callaos de una vez! Mira, Mendoza, serás un puto traficante de barrio y sin duda estas pasando por un mal momento, pero hay que reconocer que lo estás afrontando bastante bien. A mi jefe no le gusta perder dinero porque sí, ¿me entiendes? Así que o arreglas esta situación y quieres unirte a mi mundo o seguirás siendo un puto camello de barrio bajo, o algo peor, así que….

RUSO: (Intentando mediar entre sus compañeros) Relajémonos, ¿okey? De peores situaciones hemos salido. No hay por qué perder la calma.

INDIO: (Con un notable nerviosismo y descontrol) Oye, tíos, yo no sé que deciros, ¿de acuerdo? La pasma se nos echa encima y yo nunca me he visto en una situación igual. ¿Cómo vamos a hacer la puñetera entrega?

RUSO: Tranquilicémonos, al Señorito le encanta irse de putas por el centro de la ciudad y alguna forma habrá de no dar el cantazo.

COYOTE: (Dirigiendo la mirada hacia la puerta por la que vio desaparecer a Luna antes) ¡La niña!

MENDOZA: ¿Qué? ¿Estás loco?

COYOTE: Tiene quince años, ¿quien sospecharía de ella?

RUSO: Es cierto, ¿quién va a sospechar de una cría medio gitana?

MENDOZA: Es igual que su puñetera madre.

COYOTE: Escuchadme, le dais a la niña una mochila con la cocaína para que se dirija a la dirección que nos han dado. Por las buenas o por las malas, ella decide. Y tú, Indio, la vigilarás de cerca, ¡y no se te ocurra cagarla! ¿Entendido?

INDIO: Pero, pero yo…

COYOTE: Ni peros, ni nada. A no ser que queráis acabar mal los

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

dos. Mañana a las once de la mañana… Y aquí nadie ha visto a nadie.

(Se levanta de la silla y hace un gesto a sus compañeros para que lo imiten. Dejan a Mendoza para que hable con su hijastra.)

MENDOZA: ¡Luna, baja ahora mismo! ¡Tengo que hablar contigo!

LUNA: ¿Qué quieres?

MENDOZA: Escucha, mañana tendrás que llevar esta mochila a un hombre al que llaman El Señorito. Va al hotel de la calle Montera. El Indio irá contigo. No hables, ni mires a nadie, ¿lo has entendido?

LUNA: Pero, ¿qué hay en esa mochila? ¿Y por qué tengo que ir a esa casa de putas? Porque ese sitio es eso, ¿verdad?, una casa de…

MENDOZA: ¡Y qué más da! Tú limítate a hacer lo que te digo. ¡Y procura no cagarla, porque si no…ya sabes lo que hay!

Luna asintió. Después de haber soportado tantas y tantas broncas, no dudó en aceptar, pero sabía que algo iba mal. ¿Por qué tenía que llevarle ella aquella mochila al Señorito aquel? Sin decir ninguna palabra más, volvió a su cuarto para descansar pensando en alguna fantasía para poder salir de aquella pesadilla.

DIARIO (parte 2ª)

A veces desearía estar donde se encuentra mi madre descansando gracias a una paliza que ese desgraciado le dio cuando yo sólo tenía ocho años. Al menos ahora vive en paz, sin pensar en qué será de ella mañana. Recuerdo su forma de mirarme, recuerdo su voz cálida cuando me explicaba cuál era la mejor manera de hablar. Era mi mejor maestra.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

(A la mañana siguiente).

MENDOZA: Bien, ¿recuerdas todo lo que te dije ayer?

LUNA: Sí, calle Montera número cuatro, y tengo que preguntar por El Señorito.

MENDOZA: Y ni se te ocurra perder de vista la mochila. El Indio te acompañará.

LUNA: Está bien.

Luna salió de casa pensando en qué pasaría, cómo sería ese tal Señorito. ¿La seguiría alguien? Pronto lo sabría. Tras llamar a la habitación indicada, una cara que no le resultaba desconocida le abrió la puerta, quedando perpleja al ver su corta edad. Era la puta más famosa y reclamada de los bajos fondos de Madrid. La llamaban La Rosa Negra. Aunque, sin duda, aquel nombre cambiaría según el día, la noche o…

ROSA NEGRA: (Susurrando con cautela) Hola, ¿cómo te llamas?

LUNA: Me llamo Luna y me manda Mendoza.

ROSA NEGRA: De acuerdo (se da la vuelta, dejando entreabierta la puerta). ¿Vienes sola?

LUNA: Sí.

Fue entonces cuando, al terminar de pronunciar esta palabra, un entorno lleno de peligro la rodeó. Un joven policía de paisano apareció por las escaleras gritando ¡alto o disparo!, seguido por una decena de agentes más que pronto llenaron la habitación. Sin pensárselo dos veces, Luna soltó la mochila y se echó al suelo en medio de un tiroteo. A su lado estaba aquella mujer a quien apenas conocía y que no dudó, aprovechando una pequeña tregua en medio de aquel caos, en cogerla y salir corriendo de aquel fatídico lugar hasta llegar a otro más seguro.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

ROSA NEGRA: ¡Dios mío! ¿Estás bien? ¿Te encuentras bien? ¿De que conocías a esos tíos? Eres muy joven para meterte en líos. No deberías haber estado allí.

(Luna se queda perpleja en medio de tantas preguntas y, trastornada aún por todo lo ocurrido, es incapaz de articular palabra).

ROSA NEGRA: Está bien, relájate, ¿de acuerdo? Cuando estés bien hablaremos, ¿okey?

LUNA: Siento…siento todo lo que ha pasado. Nunca pensé que... en fin… El Indio venía conmigo, él vigilaba... ¿Cómo ha podido entrar la poli sin más?

ROSA NEGRA: ¿Estás diciéndome que alguien te acompañaba? ¡Mira! No sé de qué coño vas, pero por tu culpa estoy metida en un buen lío. ¡Joder! ¿Qué edad tienes? ¿Dieciséis…diecisiete…?

LUNA: Oye, te he dicho que lo siento. Sólo soy una mandada, ¿vale? Nunca he hecho esto en mi vida y, si quieres saber mi edad, tengo quince años.

ROSA NEGRA: Pues para todo hay una primera vez, así que deja de joderme y lárgate a tu casa.

LUNA: ¡No me irás a dejar aquí sola! Oye, ayúdame, yo no quería hacer eso. Yo no soy como tú piensas.

ROSA NEGRA: Sí, ya. Tú no querías hacer eso, pero, sin embargo, ibas con una mochila cargada de coca para dársela a uno de los tíos más peligrosos de Madrid. Tienes quince años y la poli te ha pillado, pero tú no querías hacer nada, ¿te ríes de mí?

LUNA: ¿Pero, quién coño te crees? ¡Tú no sabes nada de mí! Tú no vives con alguien que te obliga a hacer cosas en contra de tu voluntad y que te trata como a una mierda por… ¡Dios! Lo siento, lo siento… (Luna rompe en lágrimas y sollozos. La [44]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Rosa Negra queda sorprendida y siente que la muchacha le habla con sinceridad).

ROSA NEGRA: Mi nombre real es Lola, ¿y el tuyo?

LUNA: Luna, me llamo Luna (está aturdida por la situación).

ROSA NEGRA: Está bien, olvidemos todo lo que ha pasado. Si quieres, te acompaño a tu casa, ¿de acuerdo? Empecemos de nuevo, pero esta vez sin disparos, ni gritos, ni…

LUNA: Vale.

Pronto comenzó a anochecer y Lola se mostró comprensiva con la joven muchacha. Nunca antes le había ocurrido algo parecido y Luna no parecía tener culpa de lo sucedido, así que decidió mostrarle su confianza.

LOLA: ¿Vives aquí?

LUNA: Sí, no es muy grande, ni muy bonita…pero sí, aquí vivo.

LOLA: Al menos es un sitio mejor que el mío.

LUNA: No creas, este sitio es horrible.

LOLA: Oye, no soy muy predecible y nunca suelo tener un sitio concreto donde quedarme, pero tengo un pequeño piso en Vallecas y si quieres podrías pasarte…

LUNA: ¡De acuerdo, me pasaré! Y gracias por acompañarme.

LOLA: De nada.

De pronto parecía que todo cobraba un poco de color. Luna nunca había tenido una amiga con la que mantener una buena conversación. Hacía mucho tiempo que no se miraba en una cara maternal a la que pedirle ayuda cuando la necesitase. Hacía mucho que no estaba con alguien a quien pudiera sonreírle sin temor.

Sin embargo, ¿qué pasaría con el pedido? Mendoza, sin duda, la estaría esperando.

MENDOZA: (Apagando su recién encendido cigarrillo y emplean [45]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

do un tono bien conocido por su víctima). ¿Ya estás aquí?

LUNA: Hola. Me voy a descansar. Hoy el día ha sido muy duro.

MENDOZA: ¿No tienes que contarme nada? Como, por ejemplo, que se ha jodido la entrega...

LUNA: Espera, te lo puedo explicar. ¿Por qué no te tranquilizas?

MENDOZA: ¡No hay nada que explicar, zorra!

DIARIO (parte 3ª)

Eso es lo último que recuerdo, lo siguiente fue despertarme en el suelo con la nariz y el labio partidos. Además, tenía un fuerte dolor en la cabeza que desearía que hubiese significado el final. Al menos, no tendría que volver a levantarme cada día, cada semana, cada mes, empapada en orina a causa de la paliza o del temor por que se pueda volver a repetir.

MENDOZA: No me gusta pegarte, pero las cosas hay que hacerlas bien desde el principio hasta el final y tú parece que no entiendes.

LUNA: Me marcho, luego vendré y arreglaré esto un poco.

MENDOZA: Bien, márchate donde no te vea.

Luna se dirigió a la casa de Lola para contarle lo sucedido y buscar su apoyo.

LOLA: ¿Quién es?

LUNA: Soy yo, Luna.

LOLA: (Tras contemplar su bello rostro manchado de sangre). ¿Qué te ha pasado?

LUNA: (Intentando contener las lágrimas). Te dije que ese negocio no era el mío.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

LOLA: Tranquila, ¿vale?, tranquila. Deja que te cure bien las heridas. Si quieres puedes quedarte a dormir aquí esta noche.

LUNA: Será peor.

LOLA: ¿Puedes quitarte la camiseta? Quiero ver si tienes más heridas por el cuerpo.

LUNA: Claro, pero ten cuidado, me duele bastante.

LOLA: Está bien (no volvió a pronunciar palabra tras ver lo grave de la situación).

LUNA: Ya no sé qué hacer. Tengo miedo. Ni siquiera recuerdo la última vez que pude dormir en paz.

LOLA: Tienes que huir como sea. No puedes quedarte ahí. Mientras antes te marches, mejor.

LUNA: ¿Y adónde voy? No tengo a nadie, ¿sabes? Mi vida es una mierda.

LOLA: Yo tampoco tengo a nadie, ¿sabes?

LUNA: ¿Cómo llegaste aquí? Porque tú española no eres, ¿verdad?

LOLA: No, soy puertorriqueña. Me fui de mi país porque no tenía nada. Mis padres murieron siendo yo una niña y me crió mi abuela. Me marché en busca de una vida mejor, o al menos eso me dijo quien me trajo aquí. Después, todo resultó ser mentira y ahora pago por ello.

LUNA: Vaya, lo siento mucho. Ha tenido que ser muy duro.

LOLA: Tú no tienes la culpa de nada.

LUNA: Y si tu verdadero nombre es Lola, ¿por qué te llaman La Rosa Negra?

LOLA: Ése era el sitio donde solía ir a bailar cuando vivía en Puerto Rico. Era el mejor local de allí, todas las chicas deseá bamos ser La Rosa Negra, la mejor bailarina del local, la más deseada.

LUNA: Vaya, tenía que ser precioso.

LOLA: (Con gesto de nostalgia) Lo era, pero, en fin, lo hecho, hecho está y no hay vuelta atrás. Ponte la camisa, ya he terminado.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

LUNA: ¿De verdad puedo quedarme a dormir aquí esta noche?

LOLA: Claro que sí, así me harías compañía.

Tras estar en casa de Lola, la joven se dirigió a su casa para buscar a su padrastro y fue entonces cuando vio cómo un joven agente de la ley se lo llevaba arrestado. Luna decidió marcharse para intentar quedarse unos días al amparo de su amiga.

LUNA: (Gritando mientras sube las escaleras) ¡Lola, Lola!

LOLA: ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

LUNA: Lo han detenido. ¿Puedo quedarme aquí durante unos días?

LOLA: Por supuesto, pero, ¿qué ha pasado? ¿Cómo lo han detenido?

LUNA: No lo sé, pero desde el primer momento me pareció bastante extraño que cuando se produjo el tiroteo, El Indio, que era quien me acompañaba a distancia, no estuviera allí.

LOLA: Tal vez haya sido un chivatazo, deberías intentar mantenerte al margen de todo esto, ¿de acuerdo? Te quedarás aquí el tiempo que haga falta. Yo seguiré trabajando. Si quieres ve a comprar algo para comer esta noche, y procura no hablar con nadie.

LUNA: Eso está hecho.

Luna bajó las escaleras y, antes de que se diera cuenta, tenía delante al Coyote con cara de pocos amigos.

COYOTE: Luna, ¿qué haces tú aquí?

LUNA: Coyote, sólo vengo a comprar. ¿Y tú, qué haces aquí?

COYOTE: No soy estúpido, te he seguido. ¿Qué pasó en la entrega?

LUNA: Yo no hice nada, sólo me limité a obedecer. Hice lo que me dijisteis, pero algo salió mal y de repente desapareció El Indio y después llegó la policía.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

COYOTE: Así que cuando se produjo el tiroteo, El Indio no estaba allí…

LUNA: No, él tendría que haberme avisado y, sin embargo, todo terminó…

COYOTE: Como jamás tendría que haber terminado. Así que ha sido ese Indio, ¿verdad? Y dime, ¿cómo es que tú lograste escapar? Seguro que te ayudo esa putita, ¿no es cierto?

LUNA: ¡No le hagáis daño! Ella no tiene nada que ver en todo esto, ¡vete!

COYOTE: (Agarrándola por le cuello) ¡Cálla! Por ahora no pasará nada, al menos a ti, pero procura mantener la boca cerrada y no empeorar las cosas. Y ahora márchate. Yo me encargaré de todo esto.

Tras haber mantenido la conversación con Coyote, Luna entró en el supermercado y luego volvió a casa. Después de unas horas sin saber qué hacer, se acercó a la sala de estar y vio el tocadiscos. Decidió ponerlo en marcha, escogiendo un viejo disco. Entonces oyó aquel suave tintineo y de repente sintió cómo sus pies y sus manos comenzaban a moverse al son de la música sin que ella pudiera evitarlo. Cada movimiento parecía ser el último, cada nota de aquella vieja guitarra española, el repicar de una caja, todo parecía hacerle olvidar aquello por lo que estaba pasando. Sin que Luna se diera cuenta, Lola entró y estuvo unos minutos contemplando a la joven mientras bailaba.

LOLA: (Sorprendida) ¿Dónde aprendiste a bailar así?

LUNA: (Sobresaltada, al no haberla oído llegar) ¿Por dónde has entrado? ¿Por qué no me has avisado?

LOLA: Por favor, contesta a mi pregunta.

LUNA: Me enseñó mi madre. Ella bailaba muy bien, además creo que había sido una buena bailarina.

LOLA: ¿Nunca has decidido apuntarte a una academia?

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LUNA: No, si mi padrastro se enterara…

LOLA: Pues que se entere. Tienes muchísimo talento. Oye, de verdad deberías apuntarte a una academia.

LUNA: ¡Estás loca, me mataría! Y además, ¿de dónde sacaría el dinero?

LOLA: Yo te lo daré.

LUNA: ¿Tú? Pero si eres… en fin, quiero decir…

LOLA: Sí, soy una puta, pero soy la prostituta más reclamada de todo Madrid. Podré conseguir el dinero, te lo aseguro.

LUNA: ¿Y qué pasa con la gente a quien le debes dinero? ¿Qué harás con ellos? No quiero involucrarte en esto.

LOLA: No seas idiota, ¿quieres desaprovechar tu verdadera oportunidad de salir de todo esto? Tienes que largarte de aquí y vivir la vida que te mereces. Escúchame, conozco a una profesora de baile. Si ella te enseña, podrías presentarte a una gran prueba y marcharte de aquí.

LUNA: Pero, ¿y si mi padrastro se entera? ¿Qué hacemos?

LOLA: Mira, mañana temprano iremos a la academia de la que te hablo y tú procura engañar a tu padrastro para poder llevar a cabo el plan.

LUNA: Está bien, aunque no sé cómo voy a agradecértelo.

LOLA: Con que consigas salir de aquí, será suficiente.

LUNA: Gracias.

DIARIO (parte 4ª)

No pude dormir en toda la noche, todo me parecía tan extraño. Yo, salir de aquí, pero si jamás he conseguido nada en la vida.

Por primera vez me siento alguien, me siento querida. ME SIENTO VIVA.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

LOLA: Luna, vamos, despierta. Tenemos que irnos.

LUNA: ¿Ya, tan temprano? Déjame dormir un poco más.

LOLA: Venga, pero si son las diez, no seas perezosa.

LUNA: Está bien, ya me levanto.

LOLA: (Aparece vestida con una indumentaria diferente a la habitual) ¿Qué te parece? ¿Voy bien?

LUNA: Estás muy guapa.

LOLA: Bien, pues manos a la obra.

Tras salir del inmueble, se acercaron a una céntrica calle de Madrid para llevar a cabo su nueva aventura.

LOLA: (Dirigiéndose a la profesora y propietaria del lugar) Hola, Flor, buenos días. Queríamos consultar precio y horario.

FLOR: Hola, muy buenas, las clases saldrían por unos cien euros.

Debería venir tres días a la semana, lunes, miércoles y viernes, de seis a ocho si el nivel es de principiante, si es de…

LOLA: Supongo que deberías verla bailar para decidir tú misma el nivel.

FLOR: Bueno, si la chica quiere, se puede pasar por aquí mañana y hablamos con más tranquilidad. Pronto empiezan nuevas clases.

LUNA: ¿Mañana a esta misma hora?

FLOR: Sí.

LUNA: (Muy ilusionada) De acuerdo.

LOLA: Muy bien, mañana se pasará.

FLOR: Pues hasta mañana, entonces.

LOLA: (Cuando ya han salido a la calle) Bueno, ¿qué te ha parecido?

LUNA: La verdad es que está bastante bien, pero, ¿estás segura de que puedes permitírtelo?

LOLA: Claro, tú mañana vuelves a la academia y ya hablaremos, [51]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

¿de acuerdo?

LUNA: Vale, pero tengo que pasarme por mi casa, allí tengo mis zapatos de baile…bueno, los de mi madre, y me gustaría llevarlos.

LOLA: Bien, te espero en casa dentro de una hora.

Luna se dirigió a su casa para recoger su ropa de baile y, tras subir las escaleras que llevaban a la entrada, vio que la puerta estaba abierta.

MENDOZA: ¡Vaya, pero si ya hemos llegado! ¿Dónde te habías metido?

LUNA (Con voz temblorosa) Pero, pero, ¿no te habían detenido?

MENDOZA: Ya ves cómo son las cosas: hoy estás aquí y mañana Dios sabe dónde. Voy a contarte un pequeño secreto… El Indio ya no está en el grupo.

LUNA: ¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

MENDOZA: Pues que se le ha ido la lengua y lo han quitado de en medio… ¿Y sabes quien se ha ocupado de eso? El Coyote, ese tío tiene muchas influencias. Y si yo estoy aquí es porque le convengo y porque esa entrega tiene que efectuarse. Así que vas a dejar de juntarte con esa putita y vas a hacer lo que yo te diga.

LUNA: Yo no conozco a ninguna puta, no sé de qué me hablas.

MENDOZA: ¿Crees que no lo sé? Sé que te has estado juntando con ella y que no volverás a verla más.

LUNA: No le hagas daño, ella no tiene nada que ver en esto.

MENDOZA: ¡Cállate! Harás lo que yo te diga, quieras o no quieras. Así que dime, ¿dónde está?

LUNA: No lo sé. No sé nada de lo que me estás hablando.

MENDOZA: ¡Dímelo! ¡No te lo volveré a repetir!

LUNA: ¡No!

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Mendoza cogió lo que en aquel momento pudo encontrar a mano y le golpeó en la cabeza dejándola inconsciente. Tras observar cómo caía al suelo, se quedó mirándola unos instantes sin saber muy bien qué hacer, pero sólo por unos instantes. Luego decidió ir en busca de La Rosa Negra. Encontró su casa y se escondió dentro a la espera de que ella llegara.

MENDOZA: (Agarrándola por la espalda y poniéndole un cuchillo en el cuello) Nunca esperé que una puta pudiera darme tantos problemas.

LOLA: ¿Quién eres?

MENDOZA: Pensé que habías oído hablar de mí.

LOLA: Coge lo que quieras y márchate, pero no me hagas daño.

MENDOZA: Joder, aquí no hay nada de valor, excepto tú. ¿Quieres venirte conmigo?

LOLA: ¿Quién coño eres?

MENDOZA: (Girándola para que pueda verle la cara y luego tirándola al suelo) Bien, ya me conoces, soy Mendoza. Ni se te ocurra volver a acercarte a la niña.

LOLA: Déjala en paz, tú no la quieres para nada.

MENDOZA: Tal vez, pero es como un maldito veneno, ¿sabes?

Sin ella o con ella, ambas cosas no se pueden separar. Y no me gusta que tú husmees en nuestros asuntos. No quiero saber nada más de ti, porque si vuelvo a oír tu nombre, te juro que ese día será el último de tu vida, ¿entendido?

LOLA: (Aterrorizada) Entendido.

MENDOZA: Bien, tú no me has visto.

A la mañana siguiente, tras haber recobrado la conciencia, Luna utilizó su recurso de costumbre para ocultar las huellas de aquella fatídica noche. Se presentó a la prueba y pronto fue a contárselo a su amiga sin saber lo ocurrido la noche anterior.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

LUNA: (Viendo a Lola en uno de sus lugares habituales) ¡Lola!

Siento no haberte podido avisar antes, pero Mendoza ha salido de la cárcel y tuve una discusión con él. Decía que quería ir a buscarte. Luego me golpeó y ya no recuerdo nada hasta que me he despertado en el suelo esta mañana…

LOLA: Oye, no me importa. Yo me quedé dormida y creí que llegaste y que después te fuiste a la prueba. Estás bien, ¿verdad?

LUNA: Claro. ¡Me han aceptado y dicen que bailo muy bien! También me han dicho que dentro de unos meses, si voy mejorando, podría presentarme a una prueba. No querían adelantarme demasiadas cosas…y yo tampoco quiero hacerme demasiadas ilusiones.

LOLA: ¡Es estupendo!

LUNA: (Reparando en que su amiga lleva el tacón de un zapato en una mano y en que tiene una media rota) ¿Qué te ha pasado?

LOLA: Nada, hay veces en que los clientes se ponen en plan pesado y…oye, ¿tú no eres demasiado pequeña para querer saber de estas cosas?

LUNA: Tranquila, yo no me asusto de nada…

LOLA: Anda, vuelve a casa, no vaya a ser que tu padrastro se entere de que estás por ahí perdida y tengas más problemas.

LUNA: De acuerdo, después me llego.

DIARIO (parte 5ª)

Recuerdo que los días transcurrieron sin más, hasta que llegó mi gran día. Flor me comentó que pronto se disputaría su gran prueba y que, si la pasaba, podría irme a Barcelona para convertirme en una gran bailarina y asentarme en una escuela donde me ayudarían a cursar mis estudios. Así que pronto me dirigí en busca de quien se había convertido en mi mejor amiga.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

LUNA: Lola, ¿podemos hablar?

LOLA: ¡Claro, pasa! ¿Qué ocurre?

LUNA: Flor quiere que me presente a una prueba. Dice que si me aceptan podría asistir a una de las mejores escuelas de danza de España. Está en Barcelona. Allí podría terminar mis estudios y dedicarme al baile profesionalmente. Además, dice que ella se encargaría de todo el papeleo, pero…

LOLA: Pero ¿qué? Aprovéchate, no dejes pasar esta oportunidad.

LUNA: Pero, si él se enterase, me mataría. Y tú, después de todo lo que me has ayudado…

LOLA: No se enterará. Escúchame: preséntate a esa prueba y después márchate de aquí.

LUNA: Pero, ¿y tú? ¿Vendrás conmigo?

LOLA: No puedo. Ojalá fuera posible, créeme.

LUNA: Entonces no me presentaré.

LOLA: ¿Qué? ¿Cómo? Por supuesto que te presentarás.

LUNA: Pues vente conmigo. Mira, yo saco esa prueba y tú te vienes conmigo. No nos encontrarán.

LOLA: (Después de contemplar la dulce mirada de Luna por unos instantes) De acuerdo, trato hecho.

Tras pactar su acuerdo, Luna cumplió su parte del trato, sin sospechar en ningún momento que Mendoza pudiera intervenir en el asunto.

LUNA: (Llamando a la puerta de Lola incansablemente) ¡Lola, lo he conseguido! Ahora cumplirás tu parte del trato, ¿verdad?

LOLA: ¡Enhorabuena!

LUNA: Ahora cumplirás tu parte del trato, ¿verdad?

LOLA: Por supuesto, ¿cuándo saldrá el tren?

LUNA: Mañana muy temprano, a las siete de la mañana.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

LOLA: Bien, ve a casa y recoge tus cosas. Procura que Mendoza no te vea, y mucho menos que te siga. ¿Has entendido? Quedamos a las siete menos cuarto en la puerta de la estación. Si no llego, márchate.

LUNA: ¿Cómo? ¿Qué quieres decir? ¿Por qué no vas a llegar?

LOLA: Es que, verás, no lo he dejado todo bien atado. Aún me faltan algunos cabos. Pero tranquila, que me subiré en el próximo tren.

LUNA: Pero pensé que vendrías conmigo.

LOLA: Y lo haré, siempre estaré contigo, en cada paso que des.

Tan sólo nos vemos un poco más tarde.

LUNA: De acuerdo, está bien. Iré a casa.

LOLA: (Sacando de un cajón unos trescientos euros) ¡Luna! Toma, he ahorrado algo para los primeros días.

LUNA: Pero…no puedo aceptarlo, has hecho tantas cosas por mí.

LOLA: Te lo digo de corazón, cógelo y no te preocupes por mí.

LUNA: Vale.

Luna comenzó a bajar las escaleras sin poder apartar la mirada de la puerta cerrada de su amiga. Lola, mientras tanto, se fue dejando caer en un llanto sordo sabiendo que Luna ya no la veía.

LUNA: (Al llegar a casa) Hola, me voy a mi dormitorio, estoy cansada.

MENDOZA: Antes hazme de comer. Ya mismo tengo que irme.

LUNA: Está bien, ahora preparo algo.

MENDOZA: (Después de comer) Me marcho. Voy a estar fuera toda la noche.

LUNA: Está bien, adiós.

Mendoza se dirigió a casa de Lola, mientras Luna hacía las maletas para marcharse. Esta vez la amiga de Luna había tomado sus precauciones y no la cogió por sorpresa.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

MENDOZA: Volvemos a vernos las caras (de repente saca un arma y apunta hacia Lola).

LOLA: ¡Márchate de aquí!

MENDOZA: ¡No me voy a ir todavía, zorra!

En aquel momento Lola se abalanzó sobre Mendoza y, tras un corto forcejeo, Mendoza vació dos disparos en el pecho de su débil adversario. Luego salió huyendo sin mirar atrás.

DIARIO (parte 6ª)

Aquel día en que quedé para marcharnos a Barcelona en tren fue la última vez que la vi. A veces mis compañeros de la compañía de baile me preguntan qué amistad podría haber mantenido con una prostituta, pero ellos no saben el sacrificio que hizo por mí aquella mujer que ellos ven como una vulgar mujer de la calle.

Aún no me explico cómo aquella última vez no llegué a sospechar nada. ¿Por qué no le pregunté si algo iba mal? Ahora entiendo tantas cosas…

Jamás olvidaré a La Rosa Negra.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

NO OLVIDEMOS NUESTRA HISTORIA Segundo Premio

SERGIO JIMÉNEZ ATENCIANO (4º E.S.O.)

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO (ÉCIJA)

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Prólogo

Pablo se aburría haciendo sus deberes, no se le daban muy bien las matemáticas y había un problema que le estaba costando mucho más de lo habitual. Vio cómo su abuelo, en la habitación de al lado, leía tranquilamente el periódico, así que se acercó a hablar un rato con él.

—Hola abuelo, ¿qué lees?—le dijo para sacar algo de conversación.

—Pues lo de siempre, el mundo cada vez está peor—le respondió.

Pablo se fijo entonces en la portada del periódico: problemas con la inmigración, varios marroquíes habían llegado en patera a las costas, pero al parecer algunos de ellos habían caído al mar y estaban buscándolos.

—Sí, es que los negros estos sólo nos traen problemas. Ayer llegó un sudaca a nuestra clase, ya son seis extranjeros y no hacen más que causar problemas—dijo Pablo con tono despectivo—.

Hoy, por ejemplo, se han peleado con un chaval al salir del instituto.

—¡Pablo!—dijo su abuelo bajando el periódico y riñéndole más con una mirada seria que con palabras—. No quiero que vuel-

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

vas a usar ese tono y esas palabras para hablar de este tema. De hecho—añadió con una sonrisa—, te vas a sentar aquí y te voy a contar una bonita historia.

—¿Qué?—su cerebro le trasmitió inmediatamente una señal de peligro—. Déjalo abuelo, que tengo que hacer los deberes— dijo intentando librarse de la que seguramente sería una aburridísima historia.

—No te preocupes, no tardaré mucho—dijo su abuelo con cierta ironía.

—De verdad, que mañana tengo un examen—mintió. Todo valía para librarse del cuento de su abuelo.

—Siéntate—le dijo su abuelo un poco más serio—, lo que te voy a contar te será más útil en la vida que todos los exámenes que tengas que hacer.

Capítulo 1: Munich Esta historia transcurre en el invierno de 1968, cuando yo tenía treinta y dos años. España estaba a años luz en calidad de vida y tecnología, comparada con Francia o Alemania, y mucha gente emigraba allí con la esperanza de conseguir un trabajo decente que les diera de comer a ellos y a su familia. Yo no fui menos, y todos los meses me carteaba con mi hermano mayor que vivía en Munich. Se había mudado allí hacía casi un año y desde entonces había estado procurándome trabajo. No le fue nada fácil, pero, por fin, un día recibí una carta suya:

Querido hermano: Tengo que darte la buena noticia de que he encontrado un trabajo decente, dentro de lo que cabe, para ti. Es de peón en una obra. Sé que es bastante duro, pero es lo mejor que he podido encontrar. Deberías aceptarlo y venir cuanto antes. Si tardas mu[61]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

cho podrías quedarte sin el trabajo.

Un saludo para ti y para la familia. Os hecho de menos.

Rafael.

No me lo pensé dos veces, en dos días estaba en la estación de tren despidiéndome de la familia, prometiéndoles que volvería en cuanto pudiera y que les mandaría dinero todos los meses. El viaje fue muy largo. Tardé tres días en llegar a la estación de trenes alemana, y cuando salí a la calle me di cuenta de que estaba en otro mundo. La diferencia entre el pueblo y Munich era abismal: la calle estaba abarrotada de coches, parecía una odisea cruzar a la otra acera. Los peatones, vestidos mucho más sofisticadamente que cualquier español, iban con más prisas que los conductores de los vehículos. La calle, amplia, limpia y con grandes edificios, me daba la bienvenida en perfecto alemán. Entonces vi a mi hermano saludándome con la mano.

—¡Juan! ¡Aquí!—gritaba desde el otro lado de la calle.

Como dije, fue toda una odisea cruzar y creo que a mi hermano le dio un vuelvo el corazón cuando un coche frenó en seco a medio metro de mi pierna. El conductor salió en segundos y, con un torrente de palabras en alemán, de las que no entendí nada, me dejó claro que no se alegraba de que yo me hubiera puesto en su camino. Mi hermano se acercó para ayudarme, a mí solo se me escapaba un lo siento en un murmullo ininteligible, pero mi hermano, que ya llevaba mucho tiempo allí y conocía el idioma, se dispuso a calmarle y a disculparse. Algunas personas habían detenido su frenética vida para observar el suceso y, con decenas de coches pitando detrás, al conductor no le quedó más remedio que soltar otro puñado de palabras que me dejaron más aturdido aún, meterse en el coche, cerrar con rapidez pero a la vez con sorprendente suavidad, y salir disparado.

Durante el camino a la casa de mi hermano no me atreví a [62]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

preguntarle qué es lo que el conductor había dicho o lo que él le había contestado al hombre. Sólo le hice preguntas acerca de adónde íbamos a vivir y qué trabajo iba a hacer.

Cuando llegamos me encontré exactamente lo que mi hermano me describía en sus cartas: era un piso muy humilde, con tres habitaciones que teníamos que compartir con otros cuatro emigrantes españoles, con lo justo y realmente necesario. Yo compartía habitación con mi hermano. Aquél fue mi hogar durante cerca del año y medio que estuve fuera de mi país, alejado de mi familia y explotado por lo que en Alemania era una miseria de sueldo.

Capítulo 2: Una dura vida Al día siguiente me incorporé al trabajo. Mi hermano me explicó todos los detalles y me presentó a la persona al cargo, que me miró de arriba abajo con desprecio, me indicó mi puesto con asco y se largó escupiendo en el suelo. Enseguida empecé a trabajar con ánimos sabiendo que, mientras más y mejor, más dinero podría enviar a la familia. El trabajo era duro pero pagaban mucho más que el mejor trabajo que se podía encontrar en España.

Los tres primero meses fueron difíciles, pero me iba acostumbrando poco a poco a esta forma de vida. Me levantaba a las seis de la mañana e iba con mi hermano durante una hora de trayecto hasta la obra. A las dos de la tarde tenía una hora para comer, aunque siempre nos la recortaban diez o quince minutos, un bocadillo y una cerveza eran suficientes para recobrar fuerzas y seguir trabajando duramente hasta las siete de la tarde. Luego una hora más añadida de vuelta a casa. De allí no salíamos si no era estrictamente necesario, pues todos teníamos el afán de ahorrar, de gastar lo menos posible, por lo que sólo comíamos porquerías y, a decir verdad, bastante poco, siempre con la familia en mente y con la esperanza de que aquello se acabaría y un día por fin po[63]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

dríamos volver todos con las personas que nos añoraban.

Durante los meses siguientes las cosas empeoraron. Cada día estaba más cansado que el anterior, cada día notaba que el trabajo era más duro y me parecía que el tiempo jugaba conmigo: algunas veces las horas se pasaban volando y otras se convertían en una eternidad. Pero aún podía ser peor. Un día llegó a la obra un coche que reconocí enseguida, pues casi me había atropellado el día que llegue a Munich. De su interior surgió la figura que yo no había visto desde entonces, se paseo por la obra mirando con desprecio a los inmigrantes. Procuré no mirarlo, pero tuve la impresión de que se paraba al verme, aunque enseguida continuó y se fue a saludar al jefe de la obra. Se lo comenté a un compañero.

—Sí, es su hijo. Viene de vez en cuando por aquí. Tiene tanta mala leche como su padre. Y ahora trabaja, que al menor suspiro vendrá a insultarte y a gritarte—me aconsejó en un susurro.

Pero era demasiado tarde. Padre e hijo nos habían visto hablar y se dirigieron hacia nosotros, el padre con una cara que no deparaba nada bueno y el hijo con una leve sonrisa que anticipaba que iba a disfrutar. El jefe llegó hasta nosotros y empezó a gritarnos, aunque se centró en mi compañero. Yo no entendía lo que decía, pero el tono de su voz ya era suficientemente agresivo. Entonces el hijo se fijó en mí, y yo en él. Nos miramos un largo segundo y entonces, de golpe y sin mediar palabra, me dio un puñetazo en la cara. Escupí algunas gotas de sangre, pero, más que el dolor, la sorpresa me había dejado aturdido. ¿Quién se creía aquel niñato para pegarme? Con esta idea en la cabeza pensé en devolverle el golpe, pero una voz me detuvo. Todos miramos instintivamente hacia la entrada: un hombre con una enorme barriga, vestido elegantemente, con un gigantesco puro, que sostenía en una mano, y un lujoso coche aparcado en la entrada, estaba mirando lo ocurrido. Había sido su voz la que había detenido mi furia. Imponía respeto en todos con sólo mirar a los ojos y hablar con su potente voz. El encargado temblaba y el hijo lo miraba [64]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

desafiante, pero se mantenía detrás de su padre. El hombre se acercó despacio y todos nos mantuvimos expectantes. Yo seguía confuso y miré a mi hermano, que había aparecido a mi lado. Es el dueño de toda la empresa, me dijo. Gracias a mi hermano, más tarde entendí la tensa conversación que mantuvieron.

—¿Qué ocurre ahora, Klaus? He visto cómo tu hijo le pegaba a ese joven—dijo el hombre mientras tiraba el puro al suelo.

—N-no...Karl sólo...e-es que...—tartamudeaba el encargado con visible miedo en los ojos. No pude evitar sonreír. Aunque en aquel momento no entendí lo que decían, comprendí que se estaba llevando una buena bronca.

—Como siempre, sin excusas para tus rabietas y las de tu hijo. Ya sabes que no quiero que maltrates a los trabajadores sólo porque hayan descansado un poco. Hay que ser más comprensivos—le dijo con calma.

—¡Si sólo vienen para quitarnos el dinero!—exclamó Klaus, pero se tranquilizó inmediatamente al recordar con quién estaba hablando.

—Ya hemos hablado de eso antes y sabes perfectamente que ningún alemán haría este trabajo por tan poco dinero. Necesitamos a los inmigrantes y, ya que les pagamos una miseria, al menos no los tratemos a palizas. Tu sólo tienes que encargarte de que acaben bien el edificio—el hombre empezaba a perder la paciencia y entonces se dirigió al hijo—. Karl, sé lo de tu grupo. Si no te mantienes tranquilito, hablaré con la policía.

Karl no contestó; simplemente lo miró desafiante. Al parecer, nadie le había hecho antes aquel tipo de advertencia y, ocultando su miedo con un puñado de desafiantes palabras, se fue, no sin antes mirarme con ira.

De vuelta a casa, me alegré mucho mientras mi hermano me explicaba todo esto, pero también me pidió que fuera muy precavido.

—Será mejor que te centres en el trabajo. Olvídate del encar[65]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

gado y de su hijo y, si lo ves, cruza la calle o toma otro camino, pero no se te ocurra acercarte lo más mínimo.

—¿Qué es ese grupo al que pertenece Karl que mencionó el dueño?—recordé.

—Por eso es por lo que te digo que te alejes. No está solo, tiene un grupito de amigos que son descendientes de los nazis— abrí los ojos sorprendido—, por lo menos en pensamientos. Como te pillen por un callejón solo, él y sus amigos son capaces de matarte. De hecho...—se calló, pero lo mire esperando que continuara y no tuvo más remedio que hacerlo—, ¿sabes?, tu puesto antes lo ocupaba un buen amigo mío que conocí aquí. También tuvo un problema con un grupo de estos y un día desapareció...— se detuvo un momento mientras analizaba esta terrible información—.

No sabemos si está muerto o quizás es que después de la paliza que recibió tuvo que volverse a España.

Los meses siguientes fueron duros, como siempre, pero más tranquilos. El encargado no se me acercaba en ningún momento si no era para indicarme con rapidez lo que tenía que hacer, aunque siguió mirando con desprecio a los demás emigrantes. Entonces, pasando los días llegó el verano y unas bien merecidas vacaciones. Aproveché y aquel mismo día volví a España. Tenía un mes para disfrutar de la familia y así lo hice. Traje regalos para mis hijos, y mi hermano y yo nos convertimos en los héroes del pueblo. Teníamos muchas anécdotas que contar y con sólo describir cómo era Munich se quedaban con la boca abierta, sorprendidos de las maravillas que había fuera de nuestras fronteras. Para mí, en cambio, no estaba siendo ninguna maravilla.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Capítulo 3: Los últimos meses en Munich Volví a Munich al mes y continué con mi dura vida. Las cosas se habían tranquilizado mucho y yo volvía con renovadas fuerzas.

El encargado seguía allí el día que volví a la obra; no parecía que se hubiera movido desde que yo me marchara. Nos indicó a voces que siguiéramos trabajando. Los meses continuaron sin muchos más sobresaltos y no tardé en empezar a añorar aquel mes tan alegre que había pasado con mi familia. Me traje algunos vinilos con música de España y cuando mis compañeros se enteraron me obligaron a ponerlos enseguida. Escuchando las canciones empezamos a recordar y pronto se nos nublaron los ojos con lágrimas.

Lo peor de toda esta historia ocurrió tres semanas antes de que se cumpliera el año y medio de mi estancia en Munich, en un día de junio, entrando el verano. Volvía con mi hermano, asqueado ya del trabajo y deseando llegar para tumbarme y descansar toda la noche. Le pedí a mi hermano, olvidando todo lo ocurrido con Karl, que tomáramos un atajo por un callejón y nuestra maldita mala suerte nos cerró el paso. Allí estaban el hijo del encargado y otros cuatro amigos. Nos miraban amenazantes, dos de ellos llevaban cadenas y Karl blandía un bate. Mi hermano y yo, muertos de miedo, retrocedimos cada vez más rápido, pero un quinto amigo nos cortó la escapada por detrás. Sentí el contacto de algo punzante y me giré rápidamente: tenía una enorme navaja militar y nos sonreía con muy mala leche. Volví a girarme hacia Karl y empecé a pedirle que nos dejara marchar. Sabía que no entendía mi idioma, pero no perdía nada por intentarlo. Un buen puñetazo en la cara me dejó claro que, aunque yo hablara perfecto alemán, no dejaría pasar aquella ocasión de divertirse pegándole a un par de inmigrantes.

Los seis empezaron a acercarse lentamente. Mi hermano suplicaba en alemán que nos dejaran ir, pero recibió el mismo trato que yo. Entonces, a un guiño de Karl, el de la navaja militar me [67]

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cogió por detrás y me tumbó en el suelo. Recibí dos patadas en el estómago por parte del hijo del encargado. Desde el suelo veía cómo entre tres habían rodeado a mi hermano y le pegaban patadas y puñetazos. El pobre estaba muerto de miedo y no era capaz de defenderse; tampoco echó a correr, porque temía por mi vida.

Entre dos me levantaron del suelo y me tiraron contra la pared, me tenían agarrado por los brazos y Karl ya crujía sus puños para seguir con la paliza. Mi hermano intentó quitarse de encima a los niñatos de las cadenas, pero sólo consiguió recibir un golpe en la rodilla que lo dejo en el suelo. Yo notaba que la sangre corría por mi labio y que salía de mi nariz, pero no iba a dejar que aquellos asquerosos y cobardes racistas que tenían que reunirse de seis en seis para pegarle a dos inmigrantes que nos les habían hecho nada consiguieran quedarse a gusto a costa de mi cara. Aunque estaba cansado del trabajo y muy dolorido por la paliza, reuní fuerzas para propinarle una patada en el estomago a Karl. Éste sintió por fin algo de dolor de verdad y se retorció. Con una fuerza surgida de año y medio de vida como inmigrante me zafé de los otros dos.

Agarré a Karl por el pelo y estampé su cara contra mi rodilla. Dos puñetazos más en el estomago lo dejaron tirado en el suelo sin poder levantarse. Luego sólo recuerdo que note que algo me golpeaba en la cabeza y que caí al suelo.

Desperté en el hospital, dolorido y magullado. Tenía casi toda la cabeza vendada. Mi hermano se encontraba a mi lado y se alegró mucho cuando me vio consciente. Al parecer, después de dejar en el suelo a Karl, uno de los niñatos agarró el bate y me dio un buen golpe con él. Poco después aparecieron varias personas que los ahuyentaron y llamaron a una ambulancia. Había sido una experiencia horrible, pero había podido partirle la cara a Karl. Durante las semanas siguientes no pude ir a trabajar, y pronto mi hermano y yo decidimos volver a España. No podíamos quedarnos allí y no nos atrevimos a denunciar lo que nos había pasado por miedo a más represalias. Me despedí de mis compañeros con [68]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

abrazos y dándoles ánimos para continuar. Ellos no lo tenían tan fácil para regresar a España. No les dije nada de lo ocurrido. Al llegar a España empleamos nuestros ahorros en montar un taller de bicicletas. Nos fue bien y el tiempo nos ayudó a olvidar todo lo ocurrido en Munich.

Epílogo Pablo había escuchado muy atento la historia de su abuelo.

Era sorprendente: lo que pensaba que iba a ser una aburrida batallita se había convertido en una historia increíble.

Unos días después, en el instituto, sus amigos volvieron a meterse con el sudamericano. Pablo no estaba muy seguro de qué hacer: si lo defendía, se reirían de él, pero no podía dejar que sus amigos siguieran metiéndose con el pobre inmigrante, que, podía verlo en sus ojos, sufría, aunque no iba a echarse a llorar. Pablo se acercó a uno de sus amigos y le pidió que lo dejara. Éste lo miro extrañado.

—¿Ahora te has vuelto amigo de los sudacas o qué?

—No es eso. Tú sabes que no se merece esto, dejadlo—Pablo tampoco quería llegar muy lejos, pero quizás pudiera darle algo de tiempo al sudamericano para que se fuera.

—Claro que se lo merece, viene aquí por toda su cara y ni siquiera me pide perdón cuando se ha chocado conmigo.

Pablo no pudo aguantar aquella estupidez y le grito.

—¡Pero tú quién te crees que eres!, ¿eh?

Su amigo se quedó bastante sorprendido, pero no dijo nada.

Tan sólo se dio media vuelta y se marchó. Pablo se fue en busca del chaval sudamericano que había escapado y éste le agradeció sobremanera lo que había hecho por él. Pablo aprovechó para dis[69]

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culparse y empezó a hablar con él, le contó muchas cosas y comprendió, al conocer a aquel nuevo amigo, que, ciertamente, a la mayoría de los inmigrantes no se les debe juzgar a la ligera. Si se juegan la vida, no es por venirse a molestar y a robar; es porque de verdad lo necesitan.

No se le pueden poner barreras al hambre.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

DIARIO DE UNA ALAMBRE Accésit

ÁNGELA BERSABÉ DE LA ROSA (3º E.S.O.)

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO (ÉCIJA)

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Escribo este diario porque mi enfermera, Luna, dice que no es bueno retener los sentimientos, ni tampoco los pensamientos.

Me ha regalado este libro en blanco para que me sienta mejor conmigo misma, para que explique mis preocupaciones y mis alegrías. Bueno, vamos a empezar.

Hoy llamó mamá para decirme que llegaría más tarde de lo habitual porque mi hermana pequeña, Dulce, estaba enferma y tenía fiebre. Claro, como es pequeña, sólo tiene ojos para ella.

Siempre pendiente de ella como si fuese su única hija, la mima demasiado. Sólo vive para ella y, para colmo, desde hace tres semanas papá no me llama, ni me manda un mensaje. Siempre está muy ocupado, tiene mucho trabajo en la oficina y bla-bla-bla... ¡Siempre el mismo cuento! Pero si ya sé de sobra que desde que se fue de casa pasa todo el tiempo con su insoportable amiguita, que según él es adorable. Resulta patético cuando lo llamo y me pregunta si quiero hablar con su terroncito de azúcar. ¿Por qué no vuelve a casa? Mamá lo sigue queriendo y yo le necesito porque desde que entré en este hospital nadie viene a verme. Bueno, sin contar a mis “amigos”, que vienen, me miran con cara de lástima y se van por donde han venido. Claro, como ya no soy tan popular

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

como para que ellos quieran estar conmigo.

Me siento rechazada y aquí dentro no conozco a nadie. Bueno, sí, conozco a Luna, que a veces es muy cotilla y charlatana, pero es mi única compañía. Ya ni siquiera me dejan estar con Elisha, mi gata. Es muy bonita, blandita y sobre todo es mi mejor amiga.

Deberían dejármela aunque aquí no se permitan animales, porque no tengo a nadie que me preste atención.

Mi doctor dice que debo afrontar la realidad y asimilar que estoy anoréxica. ¿Cómo voy estar anoréxica, si estoy gordísima?

Algunos de mis “amigos” no querían estar conmigo porque decían que soy fea y gorda. Además, sólo porque me saltaba algunas comidas y a veces me desmayaba no voy a estar enferma. Eso es normal, todas las chicas lo hacen porque así pierdes kilos y estás más guapa. Ahora no puedo hacerlo porque viene el insoportable del doctor para decirme que si no me recupero voy a tener que estar más tiempo aquí. Como si eso le importara mucho a él. Sólo viene aquí para echarme la bronca, para hacerme pruebas y para amargarme lo que queda de día. No le importan mis sentimientos.

Pero, claro, para hacerse el gran amiguito, el otro día dijo que me dejaría salir de mi habitación. ¡Por fin!, ya pensaba que esto era una cárcel de anoréxicas, porque sólo salía de mi habitación para visitar al doctor, y siempre con Luna, por sí me pasaba algo. Claro, es que soy tan tonta que no me doy cuenta de que me acompaña para que no me escape de este lugar tan horrible. El doctor me dijo que me dejaría salir para ir a un taller de no sé qué cosa, para que conociera a más personas y me relacionará más, y me dijo que allí conocería a chicas que también están en el hospital y que podría hacerme amiga de ellas, porque algunas eran igual que yo. ¡Qué quería decir con eso! Bueno, te dejó, que hace un rato entró Luna y está hablando consigo misma porque yo no la estoy escuchando.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Martes, 7 de marzo (por la tarde).

Mañana a las once iré a ese taller, que es de pintura y poesía, porque a mamá le pareció una idea estupenda: si ella no puede venir a verme, estando en el taller no me quedaré sola. ¿No me podría haber dicho, como el doctor, que era para que conociera y hablará con más personas? Así no se habría notado tanto que sólo quiere a su Dulce. A su hija Mía que la dejen en el hospital para que no tenga que verla. Podrían haber tenido en cuenta mi opinión, ya que soy yo quien va a ir a ese taller y no mi madre, ni tampoco el doctor. Pero, claro, a Mía nadie la tiene en cuenta para nada. Desde hace tiempo siento un gran vacío y estoy muy triste, no sé si es por no ver a papá o porque mamá no se preocupa por mí. No tengo ganas de nada.

Miércoles, 8 de marzo (por la noche, 21:30h).

Hoy, por primera vez, salí de la habitación y estuve un rato sola. Bajé a la tercera planta y me encontré con doce chicas de mi edad más o menos. Después de un intenso e intocable silencio, una chica morena, bajita y con algunas pecas muy graciosas en su cara se presentó. Dijo que se llamaba Laura y que tenía quince años. A mí me pareció muy alegre y daba la impresión de que no tenía ni una pizca de vergüenza. Lo que más me sorprendió de ella fue que nos explicó que tenía cáncer, pero su sonrisa y sus ojos no dejaban de expresar una gran alegría a pesar de lo que tenía. No dejaba de sonreír. Después de diez minutos todas estaban hablando entre ellas, menos yo, que me sentía un poco cortada y todavía no sabía qué hacer o decir. En aquel instante salió de una habitación del fondo del pasillo una mujer alta, esbelta y morena, que dijo ser una profesora de educación plástica. Cuando todas habíamos entrado en la habitación nos dio unos tubos de pinturas y nos dijo que nos fuésemos presentando por orden alfabético. Yo sería unas de las primeras ya que mi primer apellido, Belopé, comienza [74]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

por b. Era exactamente la tercera después de Laura.

La profesora dijo que nos presentásemos como quisiéramos, pero que dijéramos nuestro nombre, la edad que teníamos y si alguna de las otras chicas eran amigas nuestras. Cuando le tocó el turno a Laura yo me sorprendí porque dijo que ella se consideraba amiga de todas porque todas le habíamos caído muy bien. Luego me tocó a mí y dije que me llamaba Mía Belopé, que tenía catorce años y que sólo asistía a aquel taller porque mi madre y el doctor lo habían decidido por mí. Si hubiera sido por mí, no habría ido nunca al taller. Todas continuaron presentándose y luego la profesora dijo que pintásemos lo que quisiéramos, pero yo no pinte nada. Sólo me limité a mirar a las demás chicas, a quienes no parecía importarles demasiado estar en un hospital, porque todas estaban muy contentas. Estuve callada y sin hacer nada hasta que Laura se acercó a mí y me preguntó si quería ir a su habitación por la tarde y merendar con ella porque le había caído muy bien. Esto me extraño bastante, porque mis amigos nunca me habían tratado tan bien como ella, si no era por el interés que a veces parecían tener. Para no perder popularidad, mis amigos me dejaban sola cuando no les convenía que la gente les viera conmigo.

Acepté la invitación de Laura para no tener que ver a la tonta de Dulce y a mí madre y porque Laura me trataba como si fuera su hermana, o su mejor amiga, y eso que sólo nos conocíamos desde hacía unas horas. Es tan alegre, tan sincera… No sabría como explicarlo, pero creo que la voy a considerar como la única amiga que nunca tuve, la que hasta hoy no había conocido.

Cuando llegó la tarde, me dirigí a su habitación, que según me había dicho, estaba pasando el taller y doblando hacía la derecha, la segunda puerta. Cuando entré, la habitación estaba abarrotada de gente que yo no conocía. Era la familia de Laura, que había venido a visitarla. Tengo que confesar que en aquel instante sentí una gran envidia porque a mí nunca me visitarían tantas personas que me quisieran y que se preocuparan por mí como pare[75]

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cían preocuparse por Laura, atendiéndola con tanto cariño. En medio de mis pensamientos oí que Laura me llamaba y me acerqué a ella. Me presentó a su familia, eran tan amables como Laura, todos se querían tanto…igualita que mi familia.

En aquel instante me acorde de que mamá estaría en mi habitación y ni ella ni Luna sabrían dónde estaba yo. Tuve la precaución de salir cuando Luna entró a limpiar el servicio. Me alegré tanto de estar con Laura y no con mamá y con mi hermana. Me lo pasé como nunca me lo había pasado, estuvimos leyendo algunas revistas, vimos la televisión y luego nos quedamos Laura y yo solas en su habitación. Entonces me preguntó qué me había parecido su familia y cómo me lo había pasado. Yo estaba tan contenta y su familia parecía la típica familia de anuncio, la que siempre soñé tener y que nunca tendré. Le dije que me parecía la mejor familia del mundo y que me lo había pasado genial. Ella me dijo que quería conocer a mi familia y en ese instante sentí una enorme tristeza que ella notó de inmediato. Me dirigí a la puerta y le dije adiós, que mañana ya nos veríamos.

No debería haberme dicho que quería conocer a mi familia, porque no tengo eso que se llama familia. Si mi “familia” fuera como la suya, aceptaría que les conociera, pero sabiendo cómo son…para que vea cómo me abandonan sin preocuparse lo más mínimo… Creo que mañana le preguntaré si quiere pasar la tarde conmigo y le diré que no quiero hablar de mi familia, porque para mí es como si no existieran. Yo no soy mucho más para ellos.

Cuando salí de la habitación de Laura vi a un chico. Nuestras miradas se cruzaron y sus ojos azules y mis ojos verdes se fundieron en una única mirada. Mientras nos mirábamos a los ojos parecía que toda la belleza y los buenos sentimientos del mundo nos rodeaban enlazando nuestras almas. Parecía que volaba en su mirada y que el tiempo se detenía. Por un instante creí que jamás podría apartar mi mirada de la suya y que aquel chico siempre estaría en mis recuerdos, en mi corazón. Aunque el pasillo estaba [76]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

lleno de gente, pude ver que era un chico alto y moreno. Nuestras miradas no se cruzarían más allá de quince segundos porque la gente nos distanció y yo decidí volver a la habitación. Ya no estaba triste ni decaída como en días pasados.

Esta tarde ha sido mágica porque he hecho una amiga y he conocido al chico de mis sueños. Nada podría estropear esa felicidad que Luna percibió en cuanto entre en la habitación. Ese vacío que he sentido durante los últimos días ya no existe en mi corazón. Luna me ha dicho que, aunque se había preocupado bastante porque no sabía dónde podría haber ido, me va a dejar salir más a menudo, pero con su permiso. Me ha notado muy animada.

Bueno, te dejo porque ya son las diez y media y mañana quiero estar bien descansada para ir al taller e invitar a Laura.

Jueves, 9 de marzo (a las 16:35h).

Hoy me he levantado muy contenta, aunque mamá me ha llamado para preguntarme dónde estaba ayer. Me ha dicho que no les diera otro susto como ése (como si le importara). Luego me he recogido el pelo y he visto que mi cara ya no reflejaba la profunda tristeza de otros días. Después he ido al taller y la profesora no me ha dicho nada por no haber pintado ayer. Todos parecían estar muy contentos, hasta el doctor, que no viene a visitarme desde el martes para echarme otros de sus sermones. Le pregunté a Laura si quería venir esta tarde a mi habitación y le dije que no quería parecer una desagradecida por mi despedida de ayer, pero que no quería hablar de mí familia porque para mí es como si no existieran.

Aunque no sabía si hacerlo, le conté que ayer me encontré con el chico de mis sueños y ella pareció estar muy contenta por mí. Estuvimos un buen rato hablando y me explicó que ayer no estaba toda su familia, porque su hermano Daniel llegó después de irme yo. Dijo que seguro que me caería muy bien porque es muy simpático. En aquel instante la profesora nos dijo que bajásemos la voz porque las demás no se podían concentrar, ya que estaban [77]

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escribiendo poesías. Laura me dijo que vendría hacia las cinco y media.

Hoy se me ha ido la clase en nada y me lo he pasado genial. ¡Ah, se me olvidaba! Cuando llegué a la habitación, Luna me dijo muy contenta que tenía una llamada de mi padre. ¡No me lo podía creer! Mi padre me preguntó cómo me encontraba, me dijo que sentía no haberme podido llamar antes y que me iba a enviar un regalo. No me lo podía creer, no había mencionado a su terroncito de azúcar. Estaba tan contenta…pero el doctor vino a visitarme y me obligó a comer. No tenía hambre, no me hacía falta, pero tenía que estropearme el día. Demasiado bien había ido, pero no hacía falta que llamara a mamá para decirle que si no como me mandaran a un centro de recuperación para anoréxicas (en otras palabras, una cárcel para enfermas).

Hace un rato que el doctor se ha marchado, pero después vendrá con mi madre. Ojalá no se demore su visita, porque Laura viene a las cinco y media y ya son las cinco. Bueno, te dejo. Me parece que ya están aquí.

Viernes, 10 de marzo (a las 10:31h).

Voy a explicar lo que pasó ayer. Creí que acababa de perder a una amiga porque la visita de mamá y del doctor se alargó demasiado y Laura entró cuando mamá estaba llorando (lágrimas de cocodrilo) y me gritaba que, si no comía, me mandaría a ese centro y el doctor me miraba con cara de pocos amigos. Laura dejó caer unas galletas que llevaba, entonces todos la miraron y ella se fue corriendo avergonzada. Nunca he pasado más vergüenza en mi vida. Estaba muy enfadada y salí corriendo hacia el taller. Ya no quería hablar nunca más con Laura porque si no le tendría que explicar lo que había pasado en mi habitación. De pronto tropecé con alguien y rápidamente me sequé las lágrimas que me nublaban la vista. Sin poder creerlo, me percaté de que había chocado [78]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

con él, con el chico del otro día. Me puse muy nerviosa y él me preguntó si me pasaba algo. Me preguntó por qué lloraba y, sin darme tiempo a responder, me dijo que si lloraba, no podría ver mis preciosos ojos verdes. No sabía qué hacer y él me dijo que le acompañara a la habitación de su hermana, que allí podría contarle lo que me pasaba. Estaba todavía más nerviosa porque él me acariciaba la cara y me limpiaba las lágrimas.

Sin saber por qué, salí corriendo sin un rumbo decidido, pero el chico me siguió y me cogió de un brazo. Luego me rodeó la cintura con el otro brazo y me dijo que no había dejado de pensar en mí. En aquel momento nuestras almas se unieron en un gran beso y a continuación perdí el sentido (creo que fue por la inmensa emoción que sentí). Según me contaron, caí desvanecida, y no recuerdo nada más porque cuando desperté esta mañana estaba en mi habitación. Al principio creí que todo lo ocurrido ayer por la tarde había sido un sueño, pero Luna y mamá me explicaron que un muchacho moreno y de ojos azules me había traído hasta mi habitación cuando ellas estaban esperando que volviera. El muchacho me echó en la cama mientras el doctor entraba por la puerta y les explicó que me había desmayado. Luego le dijo a Luna y a mí madre que me cuidarán y se fue. Nunca podré olvidar a ese chico, ojalá lo vea otra vez.

Ahora estoy sola en mi habitación porque mamá ha ido a hablar con el doctor. No sé qué le irá a contar, pero no me importa demasiado, aunque, pensándolo bien, a lo mejor me mandan a ese centro de recuperación para que mamá no tenga que estar pendiente de mí y pueda dedicar todo el tiempo a su Dulce. Odio que sólo quiera a Dulce. ¡Yo también soy su hija!

Y, para colmo, no sé si Laura querrá hablar conmigo, pero me gustaría que supiera que ha sido la mejor amiga que he tenido o, mejor dicho, la única amiga que he tenido. Creo que nunca seré capaz de decírselo.

Luego seguiré escribiendo, porque alguien está llamando a la puerta.

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Viernes, 10 de marzo (a las 11:10h).

Ahora mismo se acaba de ir Laura. Era ella la que estaba llamando a la puerta. Había venido a ver cómo estaba y, como era de esperar, me preguntó qué estaba pasando ayer en mi habitación.

Le he dicho que no quería hablar con ella de eso, así que no me preguntó más sobre el tema. Me ha sorprendido, porque, aunque la conozco de hace poco tiempo, me había dado la impresión de que es muy atrevida, de que siempre insiste cuando quiere saber algo. También me preguntó si hoy iba a ir al taller y si me había encontrado con el chico del otro día. No sabía si contarle lo del beso, pero le dije que sí, que ayer me lo encontré cuando paseaba (no quise decirle que me lo encontré después de que ella presenciase la escenita con mi madre y el doctor) y que hoy no iría al taller aunque el doctor, Luna o mi madre me obligaran, porque estoy muy cansada. (A lo mejor me podría encontrar con el chico que me ha robado el corazón y no sabría qué decirle después de lo sucedido; me quedaría sin palabras y sólo podría observar sus maravillosos ojos). ¡Ah! Se me había olvidado contarte que a las nueve y cuarenta una enfermera me trajo a mi habitación el regalo de papá. Lo abrí con alegría porque era la única cosa que no se ha olvidado de darme o de decirme desde hace mucho tiempo. Resultó ser un peluche y un juego de escritorio de color azul (mi color preferido). Creo que fue papá quien me compró el regalo porque creo que esa mujer con la que está no sabría que el azul es mi color favorito. Después seguiré.

Viernes, 10 de marzo (a las 22:15h).

Por la tarde vino Laura y me estuvo enseñando lo que había hecho en el taller y fotos de su familia y de sus amigos. Me llevé una gran sorpresa cuando observé en una foto que Laura y el chico de mis sueños estaban abrazados. No sabía si romper a llorar. Lo primero que pensé es que era el novio de Laura. Como estaba tan [80]

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nerviosa, decidí preguntar a Laura quién era el chico de la foto y ella, muy contenta, respondió que era su hermano Daniel. En aquel momento me dio un vuelco al corazón. No me le podía creer: ¡aquel chico era el hermano de Laura y el dueño de mi corazón! Estaba muy emocionada y no sabía si decirle a Laura que su hermano me había besado y que lo quería porque, desde la primera vez que nuestras miradas se cruzaron, no he podido apartar sus ojos de mi mente.

De pronto le solté de sopetón que su hermano era el chico que no me podía quitar del pensamiento, aquél con quien había intercambiado aquella mirada. Por un momento, Laura pareció no reaccionar, pero enseguida esbozó una gran sonrisa. No hacía falta que abriera la boca, pero me dijo que no se lo podía creer (y yo tampoco). Qué alivio sentí cuando vi que no se enfadaba. Me había descargado un gran peso que creo que no podría haber retenido en mi alma por mucho tiempo.

Al final mamá volvió de hablar con el doctor y me dijo que mañana hablaremos. La noté un poco triste y hablaba con la voz algo apagada. Seguramente el doctor le ha dicho que no me va a mandar al centro de recuperación y pensará que todavía tendrá que venir a verme. Yo no le dije nada, no tenía ganas de malgastar mi tiempo. Aunque mi familia no me quiera, por lo menos tengo la mejor amiga del mundo con el mejor hermano del mundo. Hasta mañana, que es muy tarde y mañana sí quiero ir al taller.

Sábado, 11 de marzo (a las 21:15h).

Mamá vino a hablar conmigo a las nueve, después de ir otra vez a hablar con el doctor. Vino casi llorando, cosa que me extrañó en ella y me dijo: —Mía, lo siento. Hace bastante que no paso mucho tiempo contigo, ya no es como antes, pero es que desde que tu padre se fue he estado muy triste y no quería que tú te dieras cuenta. No [81]

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quería que te pusieras peor. Y creó que lo que he hecho ha sido abandonarte cuando más me necesitabas. Quiero que sepas, Mía, que te quiero y que no volveré a separarme de ti nunca más.

Entonces rompió a llorar y a mí creo que se me escaparon algunas lágrimas. Luego continuó hablando.

—Tu doctor me ha dicho que me necesitas y creo que lo que te pasa es por mi culpa y por la de tu padre. Ninguno de los dos estamos cuando necesitas hablar o simplemente cuando quieres estar con nosotros. Y por eso tú hablas cada vez menos y esto provoca que te aferres a tus pensamientos y te aísles de lo demás.

He pensado que debería venir más a menudo a verte o que, si nos dan permiso, te vengas a casa conmigo. Yo también te necesito y lo siento muchísimo. ¡Perdóname, Mía, perdóname!

En ese instante empecé a llorar. No sabía qué hacer, estaba tan nerviosa…y mi madre...no sé. Lo único que sé es que en aquel momento me di cuenta de que la quiero mucho y de que ella no tiene la culpa de todo lo que está pasando. Hasta ahora me he comportado muy mal con ella, como si no fuera más que una niña pequeña. Le he estado haciendo mucho daño con mi comportamiento y con mi modo de reaccionar ante los problemas que he tenido que soportar, los que aún sigo soportando. Yo sí que estoy arrepentida de haber culpado a todos los que me rodean de mis problemas. No sé todavía como, pero prometo recuperarme de...mi enfermedad. No tengo derecho a hacer sufrir a mamá ni a nadie y ahora sé que tengo a muchas personas que me quieren y a las que yo también quiero.

Después de todo esto tenía muchas más ganas de ir al taller para ver a Laura. Quería que conociera a mamá y quería preguntarle sí Daniel vendría hoy a verla, para poder conocerlo mejor y que él me conociera a mí. (Aunque a veces tengo la impresión de que lo conozco de toda la vida, porque tan sólo con su mirada me ha revelado más de lo que me podría contar con sus palabras). Me lo pasé muy bien y la profesora me felicitó porque le gustó mucho [82]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

mi poesía. ¡Estoy tan feliz! Todo lo que desde hace días, incluso meses, me ha estado atormentado tanto parece haberse esfumado desde que hablé con mamá.

Sin embargo, por la tarde me enteré de que Daniel no había ido a ver a su hermana, lo que era muy extraño, ya que, según Laura no había día desde que había entrado en el hospital en que él no hubiera ido a visitarla. No quise darle demasiada importancia, ya que a lo mejor él sentía vergüenza de verme porque Laura le había contado que la chica con la que había intercambiado aquella mirada el otro día era Mía, su mejor amiga.

Luego, hacia las ocho y diez, Laura ha aparecido otra vez con una cara muy alegre para decirme que Daniel me espera en su habitación y que me tiene preparada una sorpresa que me va a gustar mucho. Estoy muy nerviosa, no sé qué hacer. Laura me ha hecho un peinado muy bonito y mi pelo rubio parece enredaderas de oro. Después de terminar, Laura me ha dicho que me espera en su habitación. Mamá me ha mandado un chaleco muy bonito con unos pendientes a juego que me compró antes de ayer. Me he puesto el chaleco nuevo con unos vaqueros que tengo y con los pendientes nuevos, que, por cierto, me quedan muy bien.

Ya estoy preparada, así que te dejo, porque me voy para la habitación de Laura. Estoy muy nerviosa, pero al mismo tiempo muy contenta.

Domingo, 12 de marzo (a las 13:15h).

He pasado la mejor semana de mi vida. Voy a ir al parque de atracciones con Laura y Daniel por la tarde. A Laura y a mí nos han dado permiso para salir y espero que nos lo pasemos muy bien.

Voy a contarte lo que pasó ayer. Cuando salí de mi habitación a las nueve y media de la noche me dirigí a la habitación de Laura esperando encontrármela a ella y a Daniel, pero cuando entré me [83]

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encontré a Daniel mirando por la ventana. Parecía no haber percibido mi presencia. Yo no sabía qué hacer, pero de pronto sus ojos se clavaron en los míos. Acercándose poco a poco, me dijo con un susurro que desde que había visto mis ojos no había podido apartarme de su mente y que cuando nuestras vidas se cruzaron por primera vez un ángel debió pensar que debíamos estar unidos para siempre. Estaba tan nerviosa que no sabía si debía decirle que nunca había amado a nadie como lo amaba a él, que me había hecho sentir la persona más feliz del mundo. Quería decirle que, aunque no pudiésemos compartir otro momento como aquel en que nuestros corazones se besaron y nuestras miradas se cruzaron por primera vez (porque aquéllos fueron únicos), esperaba compartir con él otros momentos parecidos. No hizo falta decirle nada porque con su mirada me expresó que estaba igual de enamorado de mí que yo de él. Entonces sus labios y los míos hicieron que nuestro amor se sellara con un profundo beso. Después del beso yo me quedé de piedra y él me preguntó si quería ser su novia. Le miré a los ojos y le dije con un hilo de voz que sí. Él me dio el ramo de flores que tenía escondido tras su espalda. Tenía una cajita con un anillo. Me la ofreció y me rodeó con sus brazos.

Pasé una noche inolvidable. Después de estar más de media hora solos, Laura llegó con dos películas y un montón de golosinas. Me di cuenta de que tenía la mejor amiga del mundo y de que cada vez quería más a Daniel. * Ahora más que nunca, sé que debo recuperarme de la enfermedad que un día llegó a mi mente y se apoderó de mi corazón, ya fuese consecuencia de los malos momentos pasados o de los pensamientos que nos inculca esta sociedad en la cual lo más importante es la apariencia y no los sentimientos de las personas. Nosotros somos los afectados por este comportamiento tan dañino que [84]

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todos construimos día a día. Los malos tragos de la vida hacen que nos demos cuenta de la manera tan desacertada en que a veces actuamos. Debo recuperarme para seguir este camino que es la vida (más bonito para unos y más feo para otros). Debo hacerlo por mí madre, por Laura (mi mejor amiga) y por Daniel. Porque ellos me han hecho sentirme la persona más feliz del mundo, porque todo lo bueno que me ha pasado, todo se lo debo a ellos. Sé que puedo confiar en ellos más que nunca y que estarán ahí para lo que necesite. Si no fuera por su apoyo, nunca podría recuperarme.

Ya no me quedan palabras para expresar la alegría que siento después de este largo tornado que llegó a mi vida hace tiempo y que ahora se ha ido, gracias a todos los que me han apoyado.

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Modalidad Bachillerato

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RECUERDOS DE PAPEL Primer Premio (Ex aequo)

IRENE ALHAMA GARCÍA (2º BACHILLERATO)

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO (ÉCIJA)

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Frente a ella se extendía un océano infinito de letras. Letras juntas y otras separadas, formando palabras y más palabras, todas imposibles de comprender, guiándola, arrastrándola hacia un inevitable naufragio…

Guiomar se enfadó y cerró el libro de golpe. Hoy era su día libre y había aprovechado para dar un paseo e intentar leer el libro que María, la criada de los vecinos, le había prestado. Creía que le iba a resultar mucho más fácil, dada la fluidez con la que veía leer a los demás, especialmente al hijo pequeño de su señora; pero estaba claro que eso de la literatura no era para ella.

Corría el año 1940, y la paz y la prosperidad que todos habían esperado tras el fin de la Guerra Civil se habían convertido en un sueño efímero, lejano. El pueblo de Guiomar era pequeño y su familia bastante numerosa, por lo que, cuando el hambre comenzó a volverse insoportable, su madre la mandó a la ciudad, a ejercer de criada en casa de alguna familia bien avenida. Guiomar pronto encontró trabajo y, aunque no vivía como una reina, no podía quejarse. No cobraba mucho y tenía un día libre cada dos semanas, pero dormía en una cama con mantas y sábanas y comía caliente dos veces al día, lo cual era mucho más de lo que le hubiera cabido esperar de haberse quedado en el pueblo.

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Aquella mañana de principios de primavera lucía un sol espléndido y Guiomar, dejándose acariciar por sus cálidos rayos, volvió a abrir el libro, frunciendo el ceño.

—Es imposible—murmuró, tras un nuevo intento.

—Si quieres, puedo enseñarte a leer.

Guiomar alzó la vista y sintió cómo la sangre se le agolpaba en la cara. Frente a ella tenía a un muchacho de unos dieciocho o diecinueve años, no muy alto, moreno y con los ojos más azules que ella había visto jamás. Iba vestido con una camisa gastada y unos pantalones que le quedaban pequeños, y le sonreía con un deje de inocencia en la mirada.

—Me llamo Joaquín—dijo, tendiéndole la mano… * Guiomar se despertó de pronto, sobresaltada. Tardó un rato en darse cuenta de dónde se encontraba y cuando lo hizo se desplomó sobre las almohadas, decepcionada. Llamaron a la puerta.

—¿Se puede?—sin esperar contestación, una enfermera entró en la habitación y descorrió las cortinas—. Venga, Guiomar, levántese, que es la hora del desayuno. Voy a despertar a los demás y dentro de un momento vengo a por usted.

Guiomar asintió mientras veía a la enfermera cruzar de nuevo la habitación y salir por la puerta sin dirigirle ni una mirada.

Había vuelto a soñar con Joaquín, como todas las noches; y, como todas las mañanas, volvió a sentir esa soledad que la atenazaba desde hacía tanto tiempo. “Si estuvieras aquí…”

Guiomar tenía unos ochenta y tres años—o eso creía recordar—y había perdido la cuenta del tiempo que llevaba viviendo en aquella residencia para ancianos; el mismo tiempo que, día tras día, hacía desaparecer muy poco a poco los recuerdos, llevándose consigo la memoria a algún lugar lejano e inalcanzable… Guiomar no recordaba el día en que llegó allí, ni quién la llevó o qué fue lo [91]

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que le dijeron. No recordaba la razón por la que su niña, su hija Penélope, la había abandonado en medio de aquel lugar oscuro y vacío, donde todo olía a muerte, a desesperanza y, sobre todo, a soledad. Una soledad insoportable, asfixiante, que aplastaba a Guiomar con una fuerza espantosa, sepultándola entre los pocos recuerdos que aún se negaban a abandonarla. Por fortuna tenía sus fotografías, y así pasaba los días, uno tras otro, mirándolas una y otra vez, buscando en ellas lo que no lograba encontrar en los que la rodeaban; en las ausentes y ariscas enfermeras o los ancianos medio locos, enfermos de soledad, del asilo.

Ella no era como los demás, por más que las enfermeras estuvieran empeñadas en que tras su fijación por sus fotografías, que siempre llevaba consigo, se escondía la locura. Aunque el cuerpo y la mente se apagaban, su alma seguía encendida: Guiomar quería vivir, ser feliz, y los escasos ratos que pasaba en el patio de la residencia, saboreando un resquicio de libertad, no eran suficiente. Por eso vivía a través de sus fotografías, soñando, recordando tiempos mejores. Y así iba pasando lentamente el tiempo y así consumía Guiomar sus últimos días…

La enfermera llegó de nuevo y, tras subirla en la silla de ruedas, la condujo al comedor. Después de un pobre desayuno, Guiomar pidió que la llevaran de nuevo a su habitación. Una vez allí, abrió un cajón de la mesita de noche y sacó una antigua y gastada caja de dulces, ahora repleta de fotografías tanto o más viejas que el recipiente que las contenía.

Sacó unas cuantas y las dejó caer en su regazo. Se disponía, como cada día, a contemplarlas, cuando de repente un trueno distrajo su atención. Guiomar observó la lluvia a través de la ventana. El cielo se estremecía una y otra vez y el agua caía con fuerza, chocando contra el suelo, empapándolo todo…

“Llueve exactamente igual que aquel día…” * [92]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—Venga, Joaquín, vámonos.

Guiomar asió el brazo de su marido y tiró fuertemente de él.

—Que no pasa nada, mujer. Si sólo estamos de broma…

—Me da igual. Ya es muy tarde, Penélope tiene sueño y va a empezar a llover de un momento a otro. Por favor…

—Bueno, pero porque no me quiero mojar, ¿eh?

Las nubes se agolpaban en el cielo mientras Guiomar y Joaquín, con su hija Penélope en brazos, entraban en el portal y subían al piso.

Como se celebraba la verbena del barrio, aquella noche todos los vecinos se habían reunido en la calle. Mientras las mujeres hablaban entre ellas y los niños correteaban de un lado para otro, los hombres estaban en el bar de la esquina; y al cabo de una hora salieron de él al encuentro de sus esposas, risueños.

Algunos se habían pasado un poco con la bebida y Joaquín se encontraba entre ellos. Aunque se veía obligado a ocultarlo desde hacía varios años, seguía creyendo firmemente en las ideas de la República y aquella noche acabó tarareando una canción sospechosamente parecida al himno de Riego y soltando algún que otro improperio mal disimulado contra Franco. Llegados a este punto, Guiomar dio por terminada la noche y arrastró a su hija y a su marido hasta su casa.

—¿Pero te has vuelto loco, Joaquín?—le dijo una vez que cerraron la puerta—. ¿Tú sabes lo que has hecho?

—Tranquila, cariño—Joaquín la cogió por la cintura, sonriendo—. Era una broma, no te pongas así.

—Te han oído todos—Guiomar se zafó de sus brazos—. Sabes que en los tiempos que corren uno no se puede fiar de nadie… ¿Y si les da por denunciarte?

—Venga ya, tonta—Joaquín la miró a los ojos—. No te preocupes, nuestros vecinos son buena gente, nadie dirá nada. Además, tampoco he dicho gran cosa. No te enfades…no hay motivo para preocuparse.

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Guiomar suspiró, dejándose abrazar por su marido.

—No sé…es que tengo tanto miedo…

—Pues no lo tengas. Al menos hoy no. Venga, vamos a bailar como antes—y Joaquín volvió a cogerla de la cintura.

Penélope, sentada en una silla, se reía mientras su padre intentaba que Guiomar bailara con él. Al final, con tanta payasada, ésta acabó por relajarse. Quizá Joaquín tuviera razón y se preocupaba por nada…

—¿Ya estás mejor? ¿Me das un beso?—Joaquín la cogió en brazos, riéndose.

—Anda, déjame ya—Guiomar estalló en carcajadas—, que estás como una cabra. Si es que contigo es imposible…un día de estos me vuelves loca.

—Sí, sí…¿pero me vas a dar un beso o no?—Joaquín la soltó en el suelo.

Guiomar lo besó y luego lo cogió de las manos.

—Venga, vamos a dormir ya, que es muy tarde. Penélope, vamos a la cama… * El primer golpe coincidió con el primer trueno. Guiomar se incorporó, sobresaltada. Se quedó sentada en la cama, oyendo cómo llovía o, más bien, diluviaba. Le había parecido oír…pero no, sólo era la tormenta. Iba a tenderse de nuevo cuando lo oyó, esta vez clara e inconfundiblemente. Estaban aporreando la puerta.

Joaquín se despertó también e intercambió con su esposa una mirada de desconcierto antes de levantarse y salir de la habitación. Guiomar corrió tras él.

—Mamá, ¿qué…?—Penélope salió de su cuarto, medio dormida.

—Métete para adentro, guapa—le susurró Joaquín—. A la [94]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

cama, venga.

Volvieron a llamar mientras Penélope corría a su habitación.

Guiomar se aferró al brazo de Joaquín, que avanzó hacia la puerta.

—¿Quién es?—gritó.

—¡Policía! ¡Abran la puerta inmediatamente!

Joaquín puso la mano sobre el pomo de la puerta.

—¡No!—gritó Guiomar, pero ya era demasiado tarde.

Tres policías irrumpieron en la casa con las pistolas en alto y acto seguido dos de ellos se abalanzaron sobre Joaquín, que trató inútilmente de resistirse. El otro policía, que parecía el jefe, observó toda la casa con expresión de asco antes de dirigirse a Joaquín.

—¿Es usted Joaquín Ramírez?—dijo.

—Sí—replicó éste, forcejeando con los otros dos.

—No te muevas más, rojo de mierda—dijo uno, apuntando a Guiomar con la pistola—o la mato.

Joaquín se quedó quieto inmediatamente, mirando a Guiomar, que estaba paralizada por el terror. El jefe se rió un rato antes de volver a hablar con una voz áspera y acerada.

—Muy bien, Ramírez. Pues queda usted detenido—se volvió hacia Guiomar—. Buenas noches, señora—y los cuatro salieron en tropel por la puerta.

Guiomar salió corriendo tras ellos.

—¡No! ¡Suéltenlo!—gritó, desesperada, mientras bajaba por la escalera—. ¡No ha hecho nada!

Los policías la ignoraron, mientras Joaquín, a su vez, se volvía para intentar verla.

—¡Guiomar, vete! ¡Tranquilízate, ya mismo estaré de vuelta! ¡Vete con Penélope!—gritó, mientras lo arrastraban hacia la calle.

—¡Por favor, no…!—Guiomar agarró a uno de los policías, que se volvió y le propinó un puñetazo en la boca, derribándola.

[95]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Sintió, como en un sueño, su cuerpo caer. Sintió cómo la lluvia y el barro la empapaban. Sintió el sabor de la sangre inundando su boca mientras escupía un diente. Miró hacia arriba y gritó una vez más, ya sin fuerzas, mientras los policías introducían a Joaquín, que también gritaba algo que no alcanzaba a entender, en un coche. Siguió gritando cuando el coche arrancó, alejándose a toda velocidad, llevándoselo todo con él, su alma, su felicidad, sus ganas de vivir. Y allí quedó Guiomar, en el suelo, bajo la tormenta, entre los restos, destrozados por la lluvia, de la fiesta.

Cubierta de barro, gritando, llorando, sintiendo cómo moría en aquel mismo instante; diluyéndose, deshaciéndose con la lluvia…

Nunca más volvió a ver a Joaquín. * Le tenía un cariño especial a aquella fotografía. En ella aparecía una Penélope de unos cinco o seis años junto a su tío, el hermano de Guiomar, que las acogió y ayudó a salir adelante cuando parecía que todo estaba perdido; en un mundo en el que dos mujeres solas tenían muy pocas posibilidades de subsistir. Los dos sonreían, Penélope abrazada a la pierna de su tío. Guiomar acarició la foto, sonriendo también…

—Guiomar, nos vamos para adentro—la enfermera condujo la silla de ruedas hacia el interior del edificio, mientras Guiomar metía las fotos que descansaban en sus rodillas dentro de la caja.

—¿No puedo quedarme un poco más?—preguntó, suplicante.

—Mañana será otro día. Ya es tarde, dentro de poco anochecerá y falta poco para la hora de la cena.

—Está bien—suspiró Guiomar mientras entraban en el edificio. * [96]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Guiomar se ahogaba. Sentía cómo las cuatro paredes de la habitación se estrechaban, se estrechaban cada vez más, aprisionándola. Sentía cómo las lágrimas le quemaban la cara, cómo la angustia la devoraba por dentro mientras se hundía cada vez más en la cama. Cerró los ojos. No podía más…

Entonces, un aroma extraño invadió la habitación. Olor a violetas. Un olor que penetró en sus pulmones, que le ensanchó el pecho y la hizo respirar como hacía mucho tiempo que no respiraba… Abrió los ojos y allí, en el marco de la puerta, estaba ella, observándola.

—¿Penélope?—preguntó con la voz quebrada. Ante ella había una muchacha de unos veinticinco años, morena y menuda, sonriéndole, mirándola con los ojos más azules que ella había visto jamás. Los ojos de Joaquín…

—No, no soy Penélope. Soy Lucía, tu nieta—se acercó, con lágrimas en los ojos—. He venido a verte.

Guiomar la miró por un momento, perpleja, y luego, mientras Lucía la abrazaba, se echó a reír y a llorar al mismo tiempo, deseando que aquello no fuera un sueño, aferrándose a su nieta, henchida de gratitud. Sintiéndose viva…más viva que nunca. *

Guiomar sonrió mientras franqueaba la puerta del edificio.

En una mano llevaba la caja de fotografías, mientras que con la otra apretaba la mano de Lucía. Miró a su nieta, que le devolvió la sonrisa, y ambas se encaminaron al coche, donde les esperaba Antonio, el novio de Lucía, un chico alto y muy simpático, siempre nervioso. Antonio y Lucía vivían juntos en un piso a las afueras de la ciudad, aunque no estaban casados (cosa que sorprendió bastante a Guiomar, que, sin embargo, no hizo ningún comentario al respecto; ya habría tiempo de preguntar…). Guiomar había insistido en dejar atrás la silla de ruedas; quería salir de allí [97]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

por su propio pie.

Mientras cubría el corto trayecto que la separaba del coche, miró al cielo. Estaba azul, tan claro y azul que casi dolía al mirarlo. Los pájaros, contentos, libres, revoloteaban entre los árboles.

Una vez en la parte trasera del coche, junto a Lucía, que era el vivo retrato de su madre, Guiomar se dirigió a ella.

—Lucía…

—Dime, abuela—la estrechó entre sus brazos.

—Toma…quiero darte esto—Guiomar le tendió la caja de fotografías.

—¿Tus fotos? Las enfermeras me hablaron de…

—No, no son mis fotos. Son mi memoria…mis recuerdos.

Quiero que los guardes tú. Te los regalo.

Lucía sonrió de nuevo.

—Está bien, me los quedo. Muchas gracias—la besó en la frente—. Ya verás, abuela, cuando lleguemos al piso te enseñaré…

Guiomar no cabía en sí de gozo. Allí, sentada en el coche junto a su nieta, que no paraba de hablar, sintió que por fin era feliz. Por fin era libre. En los claros y luminosos ojos de Lucía veía a Joaquín y todo lo que había buscado con tanta insistencia en sus fotografías; cariño, calor, amor. Vida.

Y en aquel momento supo que todo estaba bien. En paz. Y así, con los ojos cerrados y el cuerpo rodeado por los brazos de su nieta, que la arrullaba con el suave murmullo de su parloteo y aquel aroma a violetas que la envolvía, con una sonrisa de niña pintada en la cara, Guiomar murió. Libre, feliz.

Y se elevó; una pluma volando por encima de los pájaros y los edificios, por encima del campo y la ciudad, alto, cada vez más alto, hasta fundirse con el cielo, un océano azul, claro, luminoso…

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

MEMORIAS DE ELEISON Primer Premio (Ex aequo)

BEATRIZ DOMÍNGUEZ BAENA (2º BACHILLERATO)

EE.PP. SA.FA. (ÉCIJA)

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

DEDICATORIA

A todos aquéllos que pagan sus deudas con algo mucho más valioso que el dinero.

A los que lloran en soledad.

Y a los que sufren en secreto.

A todas las personas que miran a la muerte sin miedo.

A los amantes de la vida.

A los defensores de la verdad.

Y a los príncipes de la ira.

Kyrie Eleison

[100]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

1

Hay días en la vida de las personas que las marcan para siempre. Días importantes. Días en los que todo cambia y comienzas a ver el mundo de otra forma completamente distinta. Días que actúan como líneas de separación entre un antes y un después.

Y, puesto que todas las historias tienen un principio, elegí uno de esos días para empezar la mía. * Fue un veinte de mayo, jueves, y estaba en la escuela.

Recuerdo haber pasado la primera hora de clase desconcentrada, pensando en otras cosas. No estaba nerviosa. Sin embargo, era consciente de que minutos después, me comunicarían algo importante...

Me hubiese gustado poder desahogarme y contárselo a alguien. Pero, por extraño que parezca, decidí callarme. Esto es algo nuevo en mí, ya que casi nunca guardo secretos.

Suelo contar la mayoría de las cosas que pienso o hago. No [101]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

obstante, esta vez había algo que me decía que, mientras más desapercibida pasara, mejor para mí. De hecho, ya había llamado demasiado la atención con todas las veces que había faltado a clase. Todos me habían preguntado alguna vez por el motivo de mis ausencias y la verdad es que eran tantas que últimamente se me habían agotado las excusas.

Mi compañera de mesa era una de las que más me preguntaba. Lo hacía constantemente. Y siempre recibía la misma respuesta: —Seré sincera contigo. No puedo contártelo. Todavía no.

Cuando sepa la respuesta, si es buena, te la digo. Tienes mi palabra.

Pero, ¿y si era mala? Seguramente no lo sabría nunca.

Me hizo gracia sorprenderme a mí misma pensando en esto.

La verdad era que no sabía cuál de las respuestas era mejor que la otra. ¿Cuál era la buena y cuál la mala? Fuera estereotipos, fuera prejuicios...no tenía ni idea.

Desperté de mi ensimismamiento cuando mi compañera me dio un golpe con el codo. Se había dado cuenta de que estaba pensativa. La miré. Se estaba aguantando la risa. Todo el mundo se estaba riendo, todos me miraban. Noté cómo me sonrojaba, y no comprendía exactamente qué estaba pasando.

Miré a mi compañera una vez más en busca de ayuda y me señaló con la mirada al profesor, que estaba muy enojado.

—¿Te pongo falta o qué?—me dijo, todo lo duramente que pudo.

—Perdone, estaba distraída—me disculpé, aunque eso no le pareció suficiente.

—Muy lista...muy buenas notas...pero no presta atención en clase ni le interesa nada de lo que aquí se diga. ¿Dónde se ha visto que yo tenga que llamar a un alumno cuatro veces para que me haga caso? ¿Tan interesantes son las cosas en las que piensas? Te pondré retraso de ocho minutos.

[102]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—¡Pero si yo estaba aquí desde antes de que comenzara la clase!— protesté.

—Sí, pero no has prestado atención hasta ahora, con lo cual, es como si no hubieses estado aquí.

Vaya forma de empezar el día. ¡Qué vergüenza pasé! Mis compañeros estuvieron un buen rato riendo. Ya tenía ganas de llorar ¡y sólo eran las nueve menos veinte! ¿Por qué me pasaba esto a mí? ¿Qué había hecho yo para merecer esto?

Sin embargo, no me importaba mucho. Todo el mundo sabía que no prestaba demasiada atención a mis clases de naturales desde que me desmayé en una, pocos días atrás.

Permanecí toda la clase en silencio y sin mirar al profesor a la cara, pensando en mis padres y en qué noticia estarían recibiendo en ese mismo momento. Con certeza, la misma que recibiría yo unos minutos después, pero ¿cuál sería?

Mi impaciencia estaba llegando a límites insospechados.

Me sorprendí a mí misma cambiando varias veces de posición en un minuto, mordiendo todo lo que tenía en el estuche, borrando la mesa aunque estaba limpia...intentando de todas las formas que se me ocurrieron que el tiempo fuese más rápido. Hasta que, por fin, sonó el timbre que indicaba el cambio de clase.

Cogí mi mochila, metí dentro todo lo que tenía en mi mesa, me la eché al hombro y salí de la clase lo más deprisa que pude. Ignoré las preguntas sobre adónde me dirigía y, al llegar frente a la sala de profesores, subí las escaleras con la esperanza de encontrarme a mis padres bajando por ellas, para así poder ver en sus caras cuál iba a ser la respuesta que iban a darme poco después. Pero no nos cruzamos. Seguramente ya estarían en casa, de vuelta. A fin de cuentas, no se puede tardar tanto en dar una simple respuesta como un “sí” o un “no”.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

En realidad era extraño. Me puse a pensar en cómo ese “sí” o ese “no” podría afectar a mi vida. ¿Qué podría cambiar dependiendo de lo que me esperaba tras aquella puerta?

Llevaba toda la mañana esperando para entrar. Había dormido intranquila esa noche pensando en el momento en que la abriría. Sin embargo, en ese mismo instante, estando de pie justo delante de ella, no quería abrirla. Si bien antes había deseado que el tiempo pasara todo lo rápidamente posible, ahora quería detenerlo. Alargué la mano para abrirla, pero, pensándolo mejor, decidí dedicar algún tiempo a pensar.

Eran las nueve y media, así que no podría tardar mucho.

Pero, ¿acaso no era más importante ir preparada que desconocer cuál iba a ser mi propia reacción?

Había pasado los últimos días intentando no pensar para así no tener que decidir qué respuesta me gustaría recibir, por si, al ser el resultado que no deseaba, me desilusionara o entristeciera. Sin embargo, algunas veces me había sorprendido a mí misma intentando averiguar qué deseaba en el fondo de mi corazón... ¿Cómo elegir entre lo que se desconoce? ¿Cómo decidir cuál de los caminos es mejor, si ambos carecen de luz? Quizás por los consejos de los demás. Me reí. Yo sabía perfectamente que no soy de las que dejan que los demás decidan por ellas mismas. “Si me equivoco, me habré equivocado yo”, me decía. “Así sentiré más orgullo que si acierto por el consejo de los demás”. No tardaría en cambiar de opinión.

No tenía mucho tiempo, así que admití que no sabía qué opción era la más adecuada para mí. Sin embargo, sí que sabía qué respuesta esperaba. ¿Con qué fin, si no, habría venido Él a prepararme? ¿Para qué me había enseñado algunas de aquellas cosas si no iban a servirme para nada en la vida real? “Eres diferente”, me había dicho la última vez que hablamos. ¿Qué otra cosa podría significar eso? Obviamente, [104]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

yo ya tenía una idea bastante exacta de lo que me esperaba tras aquella puerta.

Unos pasos se oyeron por el pasillo y una profesora me preguntó qué estaba haciendo allí. Le dije que tenía cita con el orientador y que tenía que entrar.

Apreté aún más la mano sobre el picaporte y, con una última mirada al pasillo, abrí la puerta y entré.

Ya estaba allí, esperándome. Me disculpé, pues había olvidado llamar a la puerta, y me senté en una silla.

Me dijo que mis padres se habían ido hacía unos veinte minutos y que él me había estado esperando desde entonces.

También me pidió que le explicase el motivo por el cual había tardado tanto en llegar.

Le dije que había estado pensando. ¡Y qué gran verdad!

Pero cuando me preguntó en qué pensaba, tuve que recurrir a un tópico. “En nada”. Cerré un momento los ojos, deseando no haberlo dicho. Sabía perfectamente que no se puede pensar “en nada”. Siempre estamos pensando en algo.

En todo momento. Desde pequeña, había intentado innumerables veces dejar mi mente en blanco. Es decir, no pensar durante algún tiempo. Ni que decir tiene que nunca lo logré.

El simple hecho de ser conscientes de nuestra existencia constituye un pensamiento. Pienso, luego existo. Odiaba esa frase. Aunque a este caso le venía como anillo al dedo.

Intenté arreglar mi respuesta anterior. Así que reconocí que me había dado cuenta de que quizás no quería saber el resultado del test.

Ignoré las risas que ocasionó mi comentario.

—Bueno, pues si no lo quieres saber todavía, esperamos un rato. Yo no tengo prisa—dijo el orientador.

—No, de nada sirve esperar. Dilo ya. ¿Cuál ha sido el resultado de las pruebas? Me conformo con un “sí” o un “no”.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

—Pues...sí.

Esta respuesta sonó con rotundidad en el interior de mi cabeza. Cerré un momento los ojos y los abrí de nuevo. Me fijé en uno de los carteles que había en la pared del despacho. Decía: Semana de la integración.

Entonces pensé en todos los alumnos de mi instituto que eran diferentes de los demás: emigrantes, autistas, síndromes de Down, retrasados, budistas, discapacitados, gitanos, negros, musulmanes... La mayoría de ellos sufría el rechazo, de una manera u otra, por ser diferentes. Y ahora, yo también era diferente. Lo había sido siempre, pero nadie lo había sabido hasta ese momento. Ni siquiera yo. ¿Significaba eso que yo también sería marginada, que también necesitaría esas jornadas de integración? ¿Era para eso por lo que había venido Destino a hablar conmigo? “Para prepararte y enseñarte”, había dicho. Ahora le encontraba más sentido a todo lo que habíamos hablado durante esos dos primeros encuentros.

—Te veo triste. ¿No era lo que esperabas? ¿O es que preferías un “no” por respuesta?

—No lo sé. No sé qué es lo correcto.

Qué cierta era esa respuesta. De pequeña, siempre había soñado con que me adelantaban de curso. Era como...como un premio. Como algo que todo el mundo envidiaría y de lo que mis padres estarían orgullosos. O eso pensaba. Pero, ahora que Destino me había advertido que no iba a ser fácil, ya no tenía tantas ganas de superar ese reto.

Volví a mirar el cartel. Lo sabía. No necesitaba que pasara. Sabía perfectamente que ya nada volvería a ser igual.

“Soy católica, aunque no practicante”, pensé. “Soy blanca.

No tengo ninguna discapacidad física ni psíquica. Y, aunque soy mujer, nunca me he sentido marginada por serlo. Soy de una familia de clase media. No soy huérfana de padre ni de madre y, hasta ahora, me había considerado “igual” que el [106]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

resto, sin nada que me diferenciase. ¿Qué motivo podría dar a los demás para que me tratasen de forma distinta que al resto de las personas?” Pues que, en realidad, soy de todo menos igual.

Intenté consolarme recordando algunos de los buenos consejos que Destino me había dado la semana anterior: “Si la aceptación de todos es lo que buscas, decepción será todo lo que encuentres.” Ojalá sea sabio como dicen y tenga razón.

El orientador tosió para llamar mi atención.

—¿Y si algo sale mal?—le dije—. No quiero realizar experimentos con mi vida.

—No seas tan negativa. Ya verás cómo todo sale bien.

Además, ¿qué es lo que temes? ¿Lo que pueda pensar la gente si ve que vas a un curso que no te corresponde?

Todavía no es seguro que puedas hacerlo. No pienses en eso todavía, ¿quieres? He hablado con tus padres y vamos a mandar un informe a la Delegación de Educación y...a ver lo que dice el inspector. Ya nos veremos. Si te encuentras mal o quieres hablar...pásate por aquí la semana que viene, ¿vale?

Asentí y me levanté. Deprisa, sin hacer mucho ruido, me acerqué a la puerta, la abrí y salí al pasillo.

No era con ningún orientador ni psicólogo con quien quería hablar. Tenía muy claro con quién esperaba charlar cuanto antes.

Me detuve junto a la escalera. Me temblaban un poco las rodillas. Respiré hondo... “Era superdotada”. Necesitaba tiempo para asimilarlo.

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2 Había sido un día largo, intenso, difícil... Pero por fin estaba en casa.

Después de almorzar subí a mi habitación, cerré la puerta y la ventana y me tumbé en la cama. Me apetecía estar sola.

Estar sola para pensar. Había tanto en lo que pensar... “No es aconsejable decirle a un niño que su capacidad intelectual está por encima de la media”, había oído una vez. Entonces había pensado que era una estupidez. ¿Quién no podría desear que le dijesen eso? Ahora lo veía todo de una forma diferente.

Intenté pensar en cómo me sentiría si no lo supiera. Pero, por increíble que parezca, era incapaz de recordar cómo me había sentido el resto de mi vida, cuando era una niña “normal”.

Me reí. Era gracioso pensar: “soy anormal”. Quizás me estuviese volviendo loca... Entonces recordé otro de los comentarios de Destino: “loco el que no está loco en este mundo”.

Ahora empezaba a encontrarle sentido a todo lo que me había pasado.

A decir verdad, no sabía cómo había tardado tanto tiempo en comprender el mensaje que me había dejado perdida durante todos estos días. “Tienes que aprender, Eleison, aprender que todos sois iguales. Precisamente porque tú eres diferente, y puedes entenderlo.” Todos somos iguales pero tú eres diferente... A eso seguía sin encontrarle sentido. O éramos todos iguales o no.

Tanta filosofía me provocaba dolor de cabeza. Sí, como el dolor de cabeza de aquél lunes. Un Lunes Santo que marcó el principio de un cambio en mi vida. Un cambio que hoy ha alcanzado su forma definitiva. Un cambio que empezó el día en que conocí a un personaje tan interesante como misterioso.

Recuerdo haber creído que era un sueño, porque me había quedado dormida. Sin embargo, sabía que no lo era.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Cuando era pequeña, mi hermana me enseñó un truco para saber si estoy soñando o no: “Si puedes pensar que estás en un sueño, es que no lo estás. Porque mientras sueñas no puedes decidir en qué piensas. A tu subconsciente nunca se le ocurrirá pensar, durante un sueño, que estás soñando.” Así que le hice caso y, cuando quiero distinguir sueño de realidad, pienso: “¿Estaré soñando?” Resulta que sólo se nos ocurre la idea de estar en un sueño cuando no entendemos lo que ocurre en la vida real. Pero, fuera de ella, nunca admitiríamos la posibilidad de que lo que nos ocurre no fuese cierto. ¡Qué contradicción! “Como todo en la vida de las personas: contradicciones.” Sí, realmente, Destino era sabio.

Fue entonces, al decirme eso, cuando me di cuenta de que ese misterioso hombre podía leer mi pensamiento.

—¿Quién eres?—le pregunté.

—Tengo infinidad de nombres—respondió—. Unos me llaman Naturaleza, otros Suerte, Ángel de la Guarda, Conciencia, Fuerza... No saben que todos quieren decir lo mismo. Y lo que importa no es el nombre, Eleison, sino aquello a lo que hacemos referencia. Bien lo dijo Shakespeare: “Una rosa seguirá teniendo el mismo aroma aunque le cambiemos el nombre”. Sí. Menudo acierto. A una rosa podemos llamarla de mil formas distintas. De hecho, en cada idioma tiene un nombre diferente. ¿Acaso no estamos diciendo todos lo mismo, utilicemos la palabra que utilicemos? Por eso me da igual que cada cual me llame como quiera. Elige el nombre que más te guste para mí, lo aceptaré incluso aunque no exista.

—¿Puedo llamarte Destino?

—¡Vaya! Justo el que había evitado enumerar en mi lista.

Sí, también muchos utilizan esa palabra para referirse a mí.

Estuve a punto de preguntarle: “¿Eres Dios?” Pero pareció darse cuenta de que iba a hacerlo porque me miró a los [109]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

ojos y me dijo: —No me hagas esa pregunta.

Nuestro primer encuentro no fue muy largo. Recuerdo también haberle preguntado por qué me llamaba así: Eleison.

Nadie me había llamado así en mi vida.

—No es mi nombre—le dije—. ¿Por qué me llamas así?

A lo que Él respondió: —Te he enseñado que lo que importa no es el nombre, sino aquello que se nombra. Deberías haberlo aprendido ya.

No vas a ser una alumna fácil. Intenta no complicar mucho el asunto, Kyrie Eleison. Así te llamarás mientras estés aquí.

Es un nombre lleno de significado, ¿no crees?

No le respondí. Estaba pensando en lo que me había dicho: “aquí”. ¿Dónde estaba? Iba a preguntarlo cuando Él se adelantó: —Otra de las cosas que vas a aprender es a intentar vivir sin tener que saberlo todo. ¿Qué más da que estés en un sitio o en otro? Lo que importa no es eso.

—¿Qué es lo que he venido a aprender aquí?

—Pues...conceptos de la vida muy necesarios, de los que tú, al igual que la mayoría de las personas, careces, como la Igualdad, principalmente. No tienes ni idea de lo que es sufrir bajo la exclusión de otros. La Suerte te sonríe: te ha destinado a aprender del mejor maestro. ¿Y por qué tanto prestigio?, te preguntarás. Pues verás, pocos alumnos son tan difíciles como tú. Te cuesta admitir que hay personas más sabias que tú, que conocen lo que tú ignoras, que tengan buena voluntad, que quieran enseñarte, que no busquen nada excepto tu propio crecimiento y que no pretendan beneficiarse de sus acciones.

Nada de esto figura en el mundo que has creado para ti. Tu interpretación de las cosas sólo se basa en lo que tú conoces o crees conocer. ¡No sabes lo estrecho que estás haciendo tu mundo, Eleison! Para eso he venido. Para que abras tu mente [110]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

a la aceptación, a los demás. No eres el centro de nada.

Hizo una pausa. Me miró. Lo cierto es que yo le miraba incrédula, casi aguantándome la risa. No me lo podía creer.

—Lamento decirte que, si no pones interés ni pierdes tu orgullo, el aprendizaje de ciertas cosas que requieren sencillez y humildad no será fácil. Puede que incluso lo consideres tan difícil que abandones. No te culparé. Soy un profesor exigente. Pero, quiero que seas consciente de que, si lo haces, no volverás a verme hasta que hayas aprendido por ti misma. Y tu maestro no será el Destino, sino el Sufrimiento. Sufrirás lo que otros sufren y verás con tus propios ojos lo que piensas que es imposible. Entonces, serás tú misma la que acudas a mí suplicando empezar de nuevo.

—Y, si soy tan “mala” o “difícil” o como sea lo que dijo... ¿Por qué va a molestarse en enseñarme nada? Y en persona, por si fuese poco.

—Verás, Eleison, resulta que los errores, una vez cometidos, son casi imposibles de subsanar, la mayoría ya no tienen vuelta atrás. Pero aún estoy a tiempo de que aprendas a no cometer nuevos errores. Y, por supuesto, aunque consideres que algo ya está hecho y no puedas solucionarlo, siempre queda el arrepentimiento, la disculpa, el perdón...

Todo ser humano los necesita para ser feliz. —Me miró—. Tú quieres ser feliz, lo veo en tus ojos. Y, aunque me cueste la misma vida, voy a intentar que aprendas lo necesario para serlo.

—¿Y a cambio?

—¿Es que eres incapaz de imaginar una sola acción sin intereses? No quiero nada para mí. Me contento con que tú vivas conforme a lo que yo te enseñe. Y puede que, si lo haces bien, te ponga deberes. Sí, podrías resultar útil después de todo. Pero no en mi beneficio, sino en el beneficio de los demás. Eso es lo que distingue a una buena obra.

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—¿Puedo irme ya? Debe de ser tarde.

—Es exactamente la misma hora que era cuando llegaste aquí. ¿También te resulta difícil imaginar un mundo en el que el tiempo no cuente? Pues has venido a uno. Cuando despiertes allí, sólo habrán pasado algunos minutos, los necesarios para que el proceso de separación de tu mente y el resto de tu cuerpo se produzca. Tampoco es fácil volver a unir las partes una vez separadas. Puede que notes algunos desajustes en la respiración, las pulsaciones, la temperatura corporal...

No te pongas nerviosa e intenta relajarte. No es nada. Se pasará en unos minutos. ¿Lista? Es la hora. Vuelvo a repetirlo: intenta relajarte. Si no, acabarás volviéndote loca.

Pero loca acabé de todas formas. En aquel mismo instante empecé a marearme. No podía pensar con claridad. Todo daba vueltas a mi alrededor. De repente sentí una extraña sensación: una sacudida. No podía respirar. Sentía frío, me estaba helando. Y me ahogaba. Me ahogaba. No podía respirar. Abrí un poco los ojos y vi que estaba en mi habitación. Pero me había quedado sin aire...

Y, con lágrimas en los ojos, grité.

Sí, estaba justamente en la misma cama en la que me había acostado, hacía una hora, a dormir un poco. Miré el reloj. Eran las cuatro y media. No había dormido mucho.

Mi madre llegó corriendo. Me había oído gritar y se había asustado. Entró en la habitación. Todo estaba muy oscuro, porque yo había cerrado la ventana para que no entrara luz. Mi madre la abrió y se puso muy pálida. Yo estaba llorando y de la nariz caían algunas gotas de sangre.

Me cogió la mano y se dio cuenta de que estaba helada. Las piernas me temblaban. Las manos y los pies, aunque eran las partes de mi cuerpo más carentes de calor, estaban llenos de sudor. Me preguntó qué me había pasado y le dije que había sido sólo una pesadilla, “soñé que me ahogaba”.

[112]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Mi versión no había sido muy distinta de lo que pasó realmente: una pesadilla. Mi madre me dijo que me peinase, que iba a llevarme al médico. Me preguntó si me dolía la cabeza e hice una señal afirmativa.

A los diez minutos íbamos las dos calle abajo, en busca de la consulta del médico. Yo no dejaba de pensar en todo lo que me había pasado. Creía que me estaba volviendo loca. ¿Quién hubiese pensado que eso había pasado en la realidad?

Yo, al menos, no.

Recordé lo que Destino me había dicho: “Sobre todo, no te pongas nerviosa”. Eso era lo único que había hecho: asustarme.

Pero decidí que tenía que pensar en otra cosa. No quería seguir dándole vueltas en la cabeza al mismo tema. Sólo había sido fruto de mi imaginación. Eso era todo. No debía preocuparme. * Ahora, casi dos meses después, podía recordar con claridad todo lo ocurrido aquel lunes.

Resulta extraño que, con el tiempo, las mismas cosas se ven de otra manera completamente distinta a como las vemos en el instante en que las vivimos. Era consciente de que, aunque durante algunos días intenté engañarme a mí misma y convencerme de que todo había sido una ilusión mía, ésa no era la verdad. Me di cuenta cuando, a las pocas semanas, durante un examen de Ciencias Naturales, empecé a notar un calor horrible. De nuevo comenzaron los mareos, del mismo modo que me había mareado en casa durante las vacaciones.

Todo empezó a dar vueltas y sentí cómo toda la sangre acudía rápidamente a mi cabeza. Como si me hubiesen puesto del revés. Y de nuevo aparecí en la misma habitación en la que [113]

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había visto a Destino días antes. En ese instante supe que todo era verdad y que no podría huir de esta nueva etapa de mi vida que tenía ante mí.

Esta visita fue un poco más larga que la anterior, pero la vuelta fue igualmente impactante física y mentalmente. Cuando desperté a la realidad, (de nuevo helada, sudando, con la vista nublada y las pulsaciones a casi el doble de lo normal), estaba tumbada en el suelo, junto a mi silla. Todos los compañeros me miraban y el profesor venía hacia mí.

Me había desmayado. * Después de este segundo incidente, mis padres empezaron a ponerse nerviosos. Me preguntaban a cada momento, intentando que yo les contase cada detalle de mis crisis. Les dije que me mareaba, que perdía el control de mi respiración, que mis pulsaciones y mi temperatura corporal se desestabilizaban, que me ahogaba... Pero que desconocía la causa. ¿Quién iba a creer que estaba hablando con Destino? ¿Quién iba a creer siquiera que existía? Pensé que no iban a ser mis padres...

Decidieron llevarme a un psicólogo. También algunos profesores que me habían visto salir de clase llorando y alterada hablaban conmigo de vez en cuando y me preguntaban por mi estado anímico... Todos estaban preocupados.

Mis compañeros me miraban como si estuviese loca. Fue entonces cuando empecé a faltar a menudo a clase porque tenía citas con el psicólogo. Me daba vergüenza admitir que necesitaba terapia o como se llamase eso, porque yo era de las personas que tachaban a los demás por su comportamiento, su actitud o por las cosas que hicieran, como, por ejemplo, ir a un psicólogo. Yo ya interpretaba eso como que dicha [114]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

persona estaba loca y, por lo tanto, no merecía el mismo trato que las demás. ¡Cómo cambiaron las cosas cuando fui yo misma la que necesitaba una solución a mi comportamiento! Me costó tanto asimilar la idea, que tenía miedo de que los demás no lo consiguieran. Así que opté por inventarme excusas para no decir la verdad: me estaba sometiendo a un estudio psicológico.

3 Soberbia. Esa fue una de las primeras conclusiones a las que llegó el psicólogo. Me sobraba un poco de soberbia. Pero fue otra de sus observaciones la que más influiría en mi vida.

Como resultado del estudio que me estuvo realizando, les dijo a mis padres que los “ataques” que me daban eran posiblemente crisis de ansiedad, provocadas por la insatisfacción e infelicidad que yo sentía, como causa del aburrimiento.

Este aburrimiento sería fruto del poco nivel de esfuerzo al que estaba sometido mi cerebro de alta capacidad. Posiblemente sería sobredotada.

Nos dijo que iba a pedir al colegio que me hiciesen unas pruebas para comprobar si sus sospechas eran ciertas.

No obstante, nada de esto mejoró la situación.

Mis ausencias en clase no dejaron de producirse, sino que aumentaron. Ahora, cada vez que me encontraba mal, mis padres insistían en que me tomase el medicamento, que resul[115]

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tó ser un relajante tan potente que, después de tomármelo, necesitaba dormir durante horas.

A esto hay que añadir también las horas que perdía mientras estaba haciendo el test. Y también un par de sesiones que tuve con la psicóloga del colegio, ya que, en cuanto comunicaron al Centro el resultado del estudio, todos se preocuparon por mí.

En conclusión, mi único objetivo, que era pasar lo más desapercibida posible, estaba más lejos a cada instante. De hecho, llegó un momento en el que pensé que nunca podría lograr que mis compañeros olvidasen todo lo que estaba pasando en esos días. * Mis conversaciones con mi misterioso profesor se detuvieron y no había vuelto a verle desde el día del examen de Naturales.

Como en las dos ocasiones anteriores siempre había sido él quien escogía el momento, yo nunca sabía cuándo iba a tener que interrumpir lo que estuviese haciendo para irme a aquél extraño mundo. También debía regresar justo en el instante que Él tenía programado.

Llegué a la conclusión de que, dado que Él podía leerme el pensamiento, se daría cuenta de cuándo le necesitaba más y así escogería el día más apropiado para que nos viésemos de nuevo. * Sin embargo, ese día, ese preciso día en que había recibido una noticia tan impactante como aquella, no se había dado cuenta de que necesitaba hablar con Él. Se pasó la tarde [116]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

y no vino a por mí.

Pasaron varios días.

La noticia de que me adelantarían de curso empezó a extenderse entre los miembros de mi familia.

Mis padres estaban orgullosos por un lado y aliviados por otro, ya que tenían la esperanza de que se terminasen esas horribles crisis que los tenían asustados. Además, dado que esperaban un resultado mucho más grave, posiblemente una esquizofrenia o alguna enfermedad mental mucho peor, el hecho de que el resultado fuese “bueno” les alegró muchísimo.

De todas formas, yo seguía queriendo ocultarlo al mayor número de personas posible.

Mi hermano pequeño, que deseaba que le ocurriese lo mismo que a mí, no entendía mi decisión. Decía que, si fuese él el superdotado, se lo haría saber a todo el mundo colgando carteles y pancartas por la ciudad.

También algunos de mis tíos empezaron a bromear sobre si yo terminaría trabajando para la NASA y ese tipo de cosas.

Fue entonces cuando caí en la cuenta de que, ahora, todos esperaban algo de mí. Me sentía vigilada, presionada.

Sobre todo en el colegio. Y no me estaba gustando nada sentirme obligada a hacerlo todo bien.

Pero todo tenía que salir perfecto. Un error que en cualquier otra persona hubiese pasado desapercibido, en mí era inadmisible. Y, aunque yo siempre había sido muy perfeccionista, prefería hacerlo todo por voluntad propia. Así que no me estaba gustando nada de todo aquello Nada. Llegué a pensar varias veces que me hubiese gustado volver atrás y decirle a Destino que no estaba preparada para tantos cambios en mi vida, que quería seguir siendo la que era, que no quería ser diferente, ni “especial”. Que yo no era la persona apropiada para aceptar el mundo que me rodeaba. Ni siquiera [117]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

para aceptarme a mí misma.

Por suerte o por desgracia, parecía que Él estaba huyendo de mí, pues aún tuve que esperar varios días para el ansiado reencuentro, en el que yo esperaba recibir algunas explicaciones y aclaraciones de parte de mi carismático amigo.

4 Fue durante un fin de semana.

Yo estaba estudiando en mi habitación. Me encontraba mal, porque había discutido con mis padres. Tenía ganas de llorar. Últimamente solía llorar más a menudo que nunca. Me estaba volviendo excesivamente sensible...

Mientras algunas lágrimas caían sobre los apuntes y los libros, empecé a encontrarme cada vez peor. Comenzaron los ya bien conocidos síntomas de un viaje a lo más profundo de mí misma. Lloré aún con más insistencia todavía y, tras un instante en el que hubiese deseado dejar la vida, en el que todo dejó de tener sentido...llegué de nuevo ante la presencia de Destino.

—Hola—me dijo con una sonrisa.

Yo me limpié las lágrimas de los ojos tan rápidamente como pude.

—¿Por qué tengo que sentirme tan mal cada vez que realizo esta especie de...viaje, o lo que sea? ¿Por qué?

Otra sonrisa fue su única respuesta.

—Verás...—empezó a decir—. El cambio no es nada [118]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

fácil. Ni siquiera para mí. Cambiar desde tu mundo al mío es doloroso y muy complicado. Hay que aprovechar los instantes propicios, tanto para la llegada como para la vuelta. De todas formas, estoy un poco sorprendido. De hecho, a ti parece afectarte más de lo habitual. Por eso te recomendaría que nunca intentases venir aquí ni regresar por tu propia cuenta, aunque sé que eres perfectamente capaz, pero nadie sabe qué reacciones podrías sentir si, además de lo que te afecta de por sí, no lo hicieras en el momento indicado.

Pronunció estas últimas palabras resaltándolas especialmente. Me pregunté qué quería decir con eso de... “nadie sabe qué podrías sentir.” ¿Tal vez la muerte? ¿Era tan peligroso desafiar a Destino?

Me ofreció un asiento, pero me negué a sentarme.

—Quiero explicaciones—dije.

Me miró sorprendido.

—¿Explicaciones? ¿Vas a pedirme explicaciones...a mí?— una sonrisa irónica fue lo que siguió a este comentario.

—No te tengo miedo.

—Yo te enseñaré a temer y a respetar a todos aquellos que estén por encima de ti.

Un hondo suspiro fue lo único que salió de mi interior.

Estaba muy enfadada. Demasiado. Más de lo que podía controlar. Volvieron a asomar algunas lágrimas a mis ojos. Estaba nerviosa. Me desesperé y lloré. Lloré hasta que casi no pude más. Entonces me tranquilicé un poco.

—Llevo esperando casi una semana. ¿Por qué no he venido antes? Tú tienes la culpa de todo—dije entre sollozos.

—¿Yo? —Estoy cambiando, lo sé. Ya no soy la misma que era antes. ¡Y todo por tu culpa! Estoy cansada de médicos y psicólogos y de que todos crean que estoy loca. Sólo quiero que todo esto haya sido un sueño. Un sueño horrible. Que no [119]

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haya ocurrido jamás. Me paso el día llorando, las noches llorando. Y la verdad es que no tengo motivos para estar así, pero me estoy volviendo más sensible. Has cambiado mi estado anímico y ahora me es imposible ser feliz. ¿Por qué no has podido dejarme como estaba? ¿Para qué quiero yo estas absurdas clases? Yo te lo diré: ¡para nada!

—Tú no estás cambiando. No eres distinta. Eres exactamente la misma que antes. Lo único que pasa es que ahora tienes algo nuevo en tu vida. Una preparación para el cambio.

Y no sólo es buena, sino que es importante. Porque lo que verdaderamente va a cambiar no vas a ser tú, ni tu forma de ser, ni nada de eso, sino el comportamiento de los demás con respecto a ti, debido al descubrimiento de la verdadera naturaleza de tu mente.

—Nadie se habría dado cuenta de eso si no fuese porque tú me trajiste aquí.

—Sí, y tampoco tú. Y este descubrimiento es bueno para ti. Posiblemente te habrías rendido si no lo supieras. Habrías terminado aburrida, cansada y sintiéndote incomprendida, sin ni siquiera saber el porqué. Con el tiempo te darás cuenta de que toda felicidad conlleva un sufrimiento y que todo lo malo viene de la mano de algo mejor. Por esto mismo, en el camino hacia algo bueno en nuestras vidas siempre nos encontramos con momentos difíciles. Difíciles para todos, Eleison, no sólo para ti.

—Me da igual. Me da igual todo eso. No me está gustando lo que está pasando.

—¿Es porque ahora tu mundo ya no está bajo tu control?

—Quiero ser la de antes. Quiero que todo esto se detenga y que nada haya pasado—las lágrimas seguían brotando.

—Yo no puedo hacer eso. No puedo volver atrás. Lo que esté hecho no puede cambiarse.

—¿Entonces, por qué no me preguntaste si yo quería y [120]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

estaba dispuesta antes de empezar a tomar decisiones por mí?

—Porque ni entonces, ni siquiera ahora, crees realmente que todo esto esté pasando en realidad. Creías que eran imaginaciones tuyas. Y las decisiones importantes no pueden tomarse por alguien que las considera un juego.

—¿Ah, sí? Pues mira: ¡me voy! Y no volveré nunca. Así que no me traigas, porque otra vez me iré. No pienso estar aquí perdiendo mi tiempo ni un minuto más.

—Mi palabra te doy de que no pisarás este mundo otra vez hasta que no hayas aprendido a deshacerte de tu orgullo, hasta que no descubras por ti misma que necesitas aprender de mí, hasta que no me llames y me supliques con fuego— se detuvo cuando dijo esto, pero enseguida continuó—. De todas formas, aún no es el momento apropiado para irte.

Espera.

—Me voy.

—Te arrepentirás.

—No lo creo.

—Créetelo. Será doloroso. Tu cuerpo aún no está preparado. No reaccionará bien ante tu llegada inesperada. ¡Eleison, te lo advierto! ¡Podrías morir!

—Mejor morir que no controlar mi vida—estaba furiosa.

—¡Obedéceme y espera, es por tu bien!

Pero yo no estaba dispuesta a obedecerle. Cerré mis ojos y me concentré todo lo que pude. Podía hacerlo. Él me había dicho ese mismo día que podía ir y volver por iniciativa propia. Mi cabeza empezó a dolerme del exceso de concentración.

De repente, sentí que me caía. Estaba en el cuarto de estudio, lo sabía. Sentía el suelo frío. Seguramente me habría caído. La respiración estaba más acelerada que nunca, al igual que las pulsaciones. Creía que, tanto el corazón como la cabeza, iban a estallarme en cualquier momento. Me temblaba [121]

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todo el cuerpo y no podía moverme. Ninguno de mis miembros obedecía a la orden de levantarme y ni siquiera podía abrir los ojos. Estaba sudando.

Hice un esfuerzo increíble por intentar ver algo y así poder asegurarme de que estaba en mi habitación. Ver sería el primer paso para tranquilizarme. Pero esto parecía no tener fin. Realmente era una reacción mucho peor que ninguna de las otras que había sufrido ya. Y, mientras más me esforzaba en intentar abrir los ojos, moverme, o simplemente tranquilizarme, más nerviosa me ponía. Me ahogaba. Me ahogaba y mi única esperanza era que mi llanto lograse avisar a alguien de mi familia para que viniese a ayudarme. Tenía casi todo el cuerpo dormido, fuera de mi control, y se comportaba como si se tratase de un ataque epiléptico.

A los pocos minutos, aunque mi cuerpo parecía tan descontrolado como antes, pude mover mis ojos, los cuales, para mi sorpresa, ya estaban abiertos, pero lo veía todo negro. Sin embargo, estaba segura de haber dejado la luz encendida esta vez.

De repente, con un inefable dolor en mi corazón, como una punzada, apareció ante mí una luz tremendamente blanca y brillante que casi me cegó. Después, el dolor fue disminuyendo, al igual que la luz. Conforme esta última iba perdiendo intensidad, pude ver la habitación de estudio. A un par de metros de distancia estaban, bastante borrosas, la mesa y la silla en las que había estado estudiando antes de ir a ver a Destino. El impacto de mi regreso a destiempo había arrastrado mi cuerpo hasta debajo de la mesa del ordenador.

Fue en ese momento cuando me di cuenta de que había alguien más en aquella habitación. Alguien que, por alguna razón, no debería estar allí. Y esa razón era que aquella persona no estaba viva.

Lloré más amargamente y con mucha más fuerza que [122]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

antes. El miedo se apoderó de mí. Creía que me moría allí mismo de la impresión.

Mi respiración y mis pulsaciones aumentaron su velocidad, ya de por sí descabellada, y temblé tanto que otra vez perdí la vista...y el conocimiento...y la noción del tiempo. * Desperté en el hospital.

Supuse que mis padres habrían terminado encontrándome y me habrían llevado allí. Aunque estaba un poco más relajada y ya era consciente de lo que ocurría a mi alrededor, seguía temblando y respirando ruidosamente. Mi cuerpo estaba dormido y, a pesar de que respondía si intentaba mover alguna parte del mismo, el dolor del movimiento era inevitable. Seguía llorando y gritaba llamando a mi madre.

En ese momento, una enfermera me puso una inyección en la pierna y también extrajo un poco de sangre de mi dedo índice. Yo estaba desesperada, asustada, muerta de miedo. Lloraba y me ahogaba. El médico me golpeó varias veces en la cara para ver si le miraba y reaccionaba un poco, mientras preguntaba: —¿Has tomado drogas?

Yo hice un gesto negativo con la cabeza, mientras continuaba llorando.

Al poco tiempo mi madre entró y me cogió de la mano.

Sólo entonces empecé a tranquilizarme. Una vez que ya estuve un poco más relajada, me pusieron en una silla de ruedas y me llevaron al coche. Yo estaba callada. Miraba por la ventanilla. No sabía qué iba a decirles a mis padres como explicación. Y ahora lo que me faltaba: los médicos pensaban que me drogaba...

Después de este incidente, estuve tentada varias veces de [123]

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decirle la verdad a mi madre o a mi hermana, pero no fui capaz en ninguna ocasión. Me sentía tremendamente desgraciada y perdida. No me culpaba por mi comportamiento hacia Destino. Ahora parecía merecérselo más que nunca. Toda mi vida era un completo desastre desde que apareció Él y la cambió. ¿Por qué no podía volver a ser la de antes? * Al llegar a casa, no quise comer nada. Subí a mi habitación y me tumbé en la cama, aunque no podía dormir.

A pesar de que no me sentía culpable, mi conciencia no estaba tranquila. “¿Qué puede pasar ahora?”, me decía a mí misma. Estaba asustada. No sólo sabía que mi misterioso “amigo” era real, sino que tenía un poder increíble. Un poder capaz de destruir completamente el sentido que le había dado a mi vida, capaz de convertirme en otra persona muy distinta de la que había sido hasta ahora.

Hacía sólo tres o cuatro horas que había estado al borde de...no, de la muerte no. Pero sí había vivido intensamente la desesperación y...¡había sufrido alucinaciones!

Ya no sabía ni qué pensar de mí misma. La única esperanza que me quedaba era que todo esto se hubiese acabado por fin. “Se acabó”, pensé. Nada de esto volverá a repetirse.

[124]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

5 Y, verdaderamente, fue así durante un buen tiempo.

Las crisis no volvieron a repetirse en lo que quedaba de curso, ni en el verano. Durante unos cuantos meses, viví un poco preocupada por esos inesperados viajes a los que podría verme arrastrada de un momento a otro, aun sin mi consentimiento. Pero nada de esto ocurrió. Y el resto del tiempo, hasta el inicio del nuevo curso, lo pasé sin ni siquiera plantearme dicha posibilidad. * No obstante, muy pronto me di cuenta de que las echaría de menos, de que no iba a ser tan fácil.

El nuevo curso había empezado. La respuesta del inspector llegó, con su decisión afirmativa a la petición de la aceleración, por lo que, inmediatamente, dejé de asistir a las clases de mi curso, para empezar a la semana siguiente en mi nueva clase.

El problema era que yo ya había comenzado en un curso al que, sin previo aviso, dejé de asistir. Esto, como era de esperar, no pasó desapercibido y sorprendió a muchos.

A partir de ese día me convertí en el centro de atención de todo el instituto, lo cual no me hizo ninguna gracia. Me sentía perseguida, vigilada, observada... Adonde quiera que fuese, todos me miraban, me señalaban, hablaban sobre mí...

Me sentía diferente, excluida.

Supuse que era el precio que había que pagar por arriesgarme a un cambio tan evidente, por no hacer lo que todo el mundo, por desafiar a la normalidad. En cierta medida, me consolé un poco pensando que esto sería pasajero, que no duraría más de unos días, que todos terminarían acostumbrán[125]

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dose y olvidándose de mí. Pero, o no fue así, o a mí esos días se me hicieron interminables.

Mis compañeros de años anteriores (ahora un curso por debajo) se burlaban de mí durante los recreos. Públicamente, me avergonzaban y me dejaban en evidencia. Esas muestras de hostilidad, unidas a mi excesivo sentido del ridículo y a mi extrema sensibilidad, me dejaban al borde de las lágrimas y me hacían sentir bastante mal.

El hecho de que estas actitudes hacia mí no cambiasen en absoluto, hicieron que tuviese miedo de salir al recreo y que me quedase evitándoles en algún sitio donde hubiese poca gente, o que incluso permaneciera en el interior del aula durante toda la mañana, sin salir ni siquiera en los descansos.

De esta forma, mis escasas habilidades sociales mermaron aún más de lo debido y continué evitando a mis compañeros llegando la primera al centro y saliendo la última, para así encontrarme a la menor cantidad de personas posible.

He de decir que, por otra parte, el cambio fue positivo.

De nuevo me sentía motivada en mi vida y estaba rodeada de gente nueva. Estudiar empezó a gustarme un poco más y las clases me parecían interesantes, cosa que hacía varios años que no me ocurría.

Sin embargo, en clase tampoco me sentía a gusto. Algunos de mis compañeros parecían pensar que aquél no era el lugar más indicado para mí, que no era mi sitio, y no aceptaban que alguien un año menor estudiase en su clase y obtuviese unas calificaciones, en la mayoría de los casos, muy por encima de las de ellos.

Puede que el motivo fuese éste, quizás algún otro, no lo sé. El caso es que me hicieron sentir que yo sobraba en su mundo cada vez que tuvieron una oportunidad y yo soportaba, herida y en silencio, sus comentarios, a menudo insultantes.

Nadie desaprovechó una oportunidad para ridiculizarme si [126]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

cometía un error y fueron muy pocos los que me dieron una oportunidad e intentaron conocerme mejor. Incluso algunos de los profesores se unieron al club de Tú no puedes permitirte tal error. ¿Acaso no era yo una persona, con el mismo derecho a equivocarme que todas las demás?

Parecía que muchos pensaban que no.

Pedagogos, psicólogos y profesores me hacían un seguimiento especial... Definitivamente, nada en mi vida seguía siendo como había sido antes. Era una persona diferente, que nada tenía que ver con la que había sido el resto de mi vida. * ¿Para qué voy a mentir? Me sentía inmensamente desgraciada.

No infravaloraba la ayuda que numerosos especialistas me habían prestado, ni la preocupación de mi familia y de algunas personas de mi entorno. Sé que todos se esforzaron y pretendían que yo fuese feliz por encima de todo lo demás.

Sin embargo, sentía que me faltaba algo.

Lloré cada noche durante mucho tiempo antes de dormir.

En mi habitación, cuando estaba sola, me paraba a pensar en las cosas que me habían ocurrido ese día y no veía más que lo negativo, las veces que me había sentido fuera de lugar y la mala actitud de ciertas personas con respecto a mí.

También lloraba a menudo en los recreos y en algunas clases. Varias veces tuve que salirme del aula durante la lección y en numerosas ocasiones discutía con compañeros y profesores que, en mi opinión, habían hecho algo intencionadamente para hacerme sentir mal.

Fueron muy pocos los que se dignaron a ofrecerme una disculpa. Estoy segura de que pueden contarse con los dedos [127]

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de una mano. Creo que incluso con un solo dedo, aunque tengo la esperanza de equivocarme.

Llegó un momento en que pensé que, quizás, yo misma me estaba volviendo paranoica y me imaginaba que cualquier comentario iba irónicamente dirigido hacia mí.

Creía que todo me iba tan mal, que había días en los que, si hubiese podido, hubiese vuelto atrás para dejarlo todo como estaba antes. Sin embargo, era obvio que no podría hacer eso nunca. * El diez de noviembre fue un día de esos negros, en los que todo me había salido mal. Había tenido una pelea con algunas compañeras de clase, y había terminado saliéndome del aula bastante enfadada, tras una discusión con uno de mis profesores sobre la forma tan especial que tenía (por no decir injusta) de corregir mis exámenes.

Al principio no supe qué hacer. Me sentía tan mal que empecé a llorar. Lamentaba mi actitud infantil al salir corriendo y haber huido de mis problemas.

Envidio a las personas que son tan fuertes que nunca lloran en público. Yo no soy así. Soy demasiado sensible y con cualquier cosa pierdo el control de mí misma. Sobre todo últimamente, cuando me sentía tan desorientada y tan perdida en mi vida.

Necesitaba urgentemente hablar con alguien que me comprendiera, alguien que me dijese objetivamente qué era lo que estaba mal, qué era lo que había que cambiar. Alguien que pudiese explicarme por qué ocurría todo esto y de qué forma podía hacer que el resto me aceptase como una más. Si no me hubiese enfadado con Destino...

En el fondo yo sabía que Él sólo había intentado ayudar, [128]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

que quería lo mejor para mí, y que yo le había tratado injustamente. ¿Por qué siempre estaba a la defensiva?

Empecé a caminar hacia mi casa, aunque no tenía apenas ganas de llegar allí y tener que encontrarme con mis padres, porque eso significaba tener que aparentar que estaba bien y que nada me pasaba, para que no se preocupasen.

Una vez, al comienzo del curso, cuando llegué a clase una mañana cualquiera encontré mi mesa escrita con insultos que me ofendieron bastante y que hicieron que tardase días en recuperarme de lo mal que me hicieron sentir. Cuando se lo conté a mi madre, supe que ella sufría más que yo, por lo que, desde ese momento, decidí que no volvería a hablarle de mis problemas de inadaptación en clase si podía evitarlo.

Era muy duro que, encima de lo que sufría, tuviese que esconder mi dolor y actuar como si nada hubiese pasado.

A medida que pasaban los días, aumentaba mi arrepentimiento por haber dejado mis clases con Destino, unas clases que ahora sabía que me hacían falta para sobrevivir en un mundo cuya escala de valores no coincidía con la mía en ningún aspecto.

De hecho, había intentado volver por la fuerza. Pensé que podría volver de la misma forma con la que había hecho que terminase aquél día antes de tiempo, pero lo máximo que conseguía era terminar llorando, con dolor de cabeza del esfuerzo y de nuevo sangrando por la nariz. Era un caso perdido, una oportunidad perdida. Una oportunidad que necesitaba desesperadamente que me fuese concedida por segunda vez. Al menos, estaba convencida de que no volvería a desaprovecharla.

Iba de camino a casa mientras estos pensamientos cruzaban mi mente. Podía recordar exactamente las palabras de despedida de Destino: “no pisarás este mundo otra vez hasta que no hayas aprendido a deshacerte de tu orgullo, hasta que [129]

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no descubras por ti misma que necesitas aprender de mi”. Sin embargo, ¿acaso no lo había aprendido ya? ¿No había admitido y le había rogado que volviese a tener alguna conversación conmigo? Todo esto lo había hecho muchas veces. Había renunciado a mi orgullo, había aprendido que necesitaba su ayuda...y, no obstante, aún no había logrado que me perdonara. Y lo más extraño de todo esto era que, en mi interior, yo sabía que había una manera de volver.

Seguí dándole vueltas a sus palabras en mi cabeza durante todo el camino. Volví la esquina y caminé por otra calle.

Ya estaba cerca de casa. De repente, me detuve. Había recordado algo que quizás podría ser la clave: la palabra fuego. ¡Claro! ¡Tenía que pedírselo con fuego! ¿Podría ser que...?

No, era una locura.

Pero no pude quitarme la idea de la cabeza. Probablemente, merecería la pena intentarlo. ¿Y si daba resultado? ¿Y si había alguna forma de que mi mensaje pudiese llegarle...si lo quemaba?

Aceleré el paso para llegar a casa lo más rápido posible.

Cuando entré me dirigí rápidamente a mi escritorio, dejé la mochila a un lado, saqué lápiz y papel y me senté, dispuesta a escribir.

Había una carta sobre mi mesa. Era para mí, así que la abrí. Me desilusioné al ver que era de una asociación a la que me había apuntado. Una asociación de sobredotados.

Parecía que la idea de que era diferente me perseguía. Ahora, hasta mis cartas eran distintas.

Abandoné la carta sin siquiera haberla leído y me dispuse a escribir lo más rápido que pude: Necesito tu ayuda. Me gustaría que volviésemos a vernos. Estoy muy arrepentida de todo lo ocurrido y tengo la esperanza de que podamos arreglarlo. Bueno, supongo que tú ya sabrás todo lo que estoy pasando (o te lo [130]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

imaginarás), y la de veces que me he acordado de ti.

Así que, no sé qué más decirte. Por favor, te ruego que olvides todo lo que te dije y que me perdones. Me gustaría empezar de nuevo. Esperando verte pronto, Eleison.

Abrí el cajón que tenía a mi izquierda. Sabía que mi padre guardaba un mechero por algún sitio... Y allí estaba.

Temblando, ya que nunca había utilizado un mechero, cogí el folio en el que había escrito mi petición y mi disculpa y le prendí fuego. Aquello comenzó a arder tan rápido que me asusté y lo dejé caer, haciendo que la carta que había recibido se quemase también. Lo más rápido que pude, lo tiré todo al suelo (fue un milagro que no me quemara la mano), para así evitar que la mesa también terminase en llamas.

En ese momento, una idea cruzó mi mente: lo que estaba haciendo era una estupidez. “¡Idiota!”, pensé, “¿qué va a decir tu madre si te ve?”. Apagué con el pie la pequeña hoguera que había formado y el suelo quedó un poco negro.

Sudando, me llevé un buen susto cuando oí a mi madre que me llamaba: —¡Niña! ¿Vas a subir? ¡Que se enfría la comida!

—¡Ya voy mamá!—respondí.

Pero no pude subir porque, justo en ese momento, me estaba mareando. Sentí cómo se me nublaba la vista y cómo la habitación daba vueltas a mi alrededor...

[131]

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6 —Siéntate.

Lo miré, esperando encontrarme... La verdad es que no sabía qué esperaba encontrarme. Desde luego, no lo que vi.

Me estaba sonriendo. Parecía...feliz.

—Espero que esta vez no intentes huir de mí—me dijo, aunque era evidente que no me guardaba rencor—, sobre todo antes de tiempo. Aunque, como creo estar seguro de que no te gustó tu experiencia anterior, casi puedo confiar en que no volverás a hacerlo.

Agaché la mirada, un poco avergonzada. Había tenido la esperanza de no tener que hablar de ese tema.

—Sin embargo, me alegro de volver a verte—volvió a sonreír—. Es casi un milagro que haya conseguido que tu arrepentimiento venciese a tu orgullo. No sabes lo feliz que me has hecho cuando he visto que, hasta la más difícil de mis alumnas, ha aprendido algo útil.

Esta vez fui yo la que dejé escapar una sonrisa.

—Tienes que enseñarme a soportar mejor la vuelta a la realidad. La otra vez...fue un desastre.

—La concentración es muy necesaria para esto. Ya te lo dije. No te asustes, no tengas miedo. Y, por supuesto, espera el momento más adecuado. Pero no me escuchaste. De todas formas, y esto va muy en serio, te sugiero que tengas más cuidado la próxima vez. Intentar regresar por ti misma puede tener nefastas consecuencias. Ya no sólo las que ya conoces de frío, temblor, estremecimiento, desesperación, ausencia de felicidad, ganas de morir... Si no te controlas, y es muy importante que aprendas a controlar tu mente, podrías perder el conocimiento, hacer cosas inconscientemente e incluso llegar a la locura... Espero que entiendas que esto no es [132]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

ningún juego.

Asentí en silencio, y Él pareció satisfecho.

—Bien, ahora me gustaría hablar de ti. ¿Qué haces aquí?

Parecías haberme dejado muy claro que no tenías intención de volver...—arqueó las cejas, esperando mi respuesta; yo tan sólo suspiré—. No es necesario que respondas si te sientes incómoda—continuó—. En realidad, yo sé perfectamente por qué estás aquí. Así que...podemos olvidarlo, si lo prefieres.

Hice otro gesto afirmativo con la cabeza.

—¿No quieres hablar? Es extraño, inusual, verte tan callada.

—Mejor callar que herir con mis palabras a alguien y caer así en la mala educación no intencionada.

—Está bien, está bien... No esperaba que estuvieses cómoda con este tema tan delicado. Si te parece, he pensado que quizás podríamos empezar de cero. Como si esta fuese la primera vez que nos vemos. ¿De acuerdo? Así que... Estás aquí.

—Sí, ¿y por qué estoy aquí, si puede saberse?

—¿Te refieres, a aparte de porque tú has querido? Pues porque eres diferente y no lo estás llevando nada bien. Porque necesitas aceptarte a ti misma, ya que, hasta que no lo hagas, no podrás exigir la aceptación de los demás.

Diferente. Bonita palabra para un significado tan peligroso.

—Cierto. Ser diferente es un arma de doble filo. Hay que saber utilizarla adecuadamente. Y eso, si no me equivoco, es lo que necesitas aprender tú. Como todo en la vida, ser distinto o distinta tiene ventajas e inconvenientes. Por lo que resulta bastante útil, por no decir imprescindible, que lo positivo compense a lo negativo. De lo contrario...ya sabes lo que pasará: nunca serás feliz. Y cuando digo nunca, Eleison, quiero decir nunca. Así que, mientras antes empecemos a [133]

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obtener resultados, mejor para ti.

Asentí levemente. Sabía que tenía razón.

—¿Y por qué soy diferente?

—Es un misterio—me miró y, tras detenerse un momento (quizás dudando sobre si debía decirme esto o no), continuó— . Es un don. Un don que te ha sido concedido. No debes cuestionarte el porqué, sino el para qué. Debes buscar una utilidad, porque todo tiene una finalidad en este mundo. Ése es tu papel.

—Me has dejado la parte más difícil. Él rió con ganas.

—No tiene por qué. Mira, los hay que cantan mejor que otros, los hay que corren más que otros y los hay más inteligentes que otros. Cada uno hace algo mejor que los demás, y algo peor. Así es la vida. Es el encanto que tiene este mundo. Cada persona tiene su papel en el mundo y lo único que debe hacer es aceptarlo y hacerlo lo mejor posible, dentro de sus posibilidades. Si todos fuésemos iguales...¿no crees que esto sería un aburrimiento? No habría nada interesante por descubrir. Tú tienes algo que otros no tienen y eso es lo que te diferencia de los demás, lo que te hace especial.

—¿Soy...superior?

—Que veas mejor no significa que estés mirando desde arriba. ¿Me has entendido?—parecía severo, frío—. Ése es el tipo de prejuicios que debes evitar. Es el mal camino. Así jamás obtendrás nada bueno de tus virtudes.

—Lo siento, yo...sólo era...una duda que tenía.

—Y me alegro de que me la hayas preguntado para que nunca caigas en ese error. ¿De acuerdo? —Parecía estar arrepentido de haberse enfadado. Suspiró, tras lo cual continuó, con un tono un poco más relajado—. Verás, lo que importa no es que veas mejor o peor, desde abajo o desde arriba... Lo único que cuenta es cómo utilizas lo que ves, es decir, sólo se [134]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

valorará lo que hagas, dentro de tus posibilidades. Y con esto quiero decir que, aunque hagas más que otros, tus actos pueden tener menos valor si no te has esforzado al máximo, lo que conlleva que aquél que se esfuerce en la medida de sus capacidades, lo estará haciendo bien, independientemente del tamaño de sus resultados. Sé que suena un poco lioso, pero lo acabarás entendiendo. A eso es a lo que se refieren algunos de tus profesores cuando, sin mala intención, te lo aseguro, te dicen que no debes permitirte un determinado error, pues si dicho error es cometido por una persona que fue capaz de ver una solución mejor, pero que la ignoró por pereza, es mucho peor que si lo comete alguien que no tuvo la capacidad de ver otro camino.

—Yo puedo equivocarme, ¿sabés? Hay veces en las que acertar no es fácil.

—Acertar siempre es difícil, Eleison, pero lo es aún más mientras más posibilidades tengas donde elegir. En ese sentido, creo que sales perdiendo.

—¡Genial!—exclamé. Ahora sí que me sentía afortunada.

—Pero no te agobies, ¿eh? Que eso no significa que no puedas fallar nunca. Te equivocarás más que el resto de la gente, aunque sólo sea por el hecho de que tienes una mayor capacidad. ¿Sabes?, a menudo pienso que confundes responsabilidad con obligación.

—Yo, las cosas, o las hago bien o no las hago. ¿Entiendes? Para perder el tiempo equivocándome...

—Pues resulta que necesitas equivocarte algunas veces.

Puede ser más útil que acertar.

En el fondo, yo sabía que llevaba razón, pero estaba tan obsesionada con hacerlo todo bien, con la perfección, que ni siquiera me permitía un descuido a mí misma.

—Lo más importante que debes aprender hoy es que ser diferente no es malo. Me ha parecido que debía recordártelo, [135]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

porque a veces se te olvida—a este comentario le siguió una mirada que denotaba un escaso convencimiento por mi parte.

—Entonces, ¿por qué la gente no me trata igual que antes? ¿Por qué han cambiado cuando se han enterado de que no soy como ellos?

—Pues debido a, verás, sé que va a sonar mal y no quiero que me malinterpretes, pero quizás sea debido a la envidia.

—¿Envidia? ¿De qué? ¿De ser una marginada? ¿Una amargada?

—Te sorprenderías de las cosas que llega a envidiar la gente.

—No me ha resultado gracioso—le dije duramente.

—Vamos, los dos sabemos que intentas evitar decirle a los demás lo que eres. ¿O no? ¿Por qué crees que no eres capaz de mirar a alguien a los ojos y decirle: “soy superdotada”?

—En una ocasión lo dije. Era la primera vez, perdón, la única vez que lo dije. Iba en un coche, con un par de amigos y con la madre de uno de ellos. Recuerdo que comenté que me habían adelantado de curso y, como es natural, todos preguntaron el motivo, aunque era obvio. Cuando respondí, muy orgullosa de mí misma, “porque soy superdotada”, ¿sabes lo que me respondieron?

—Puedo imaginarlo.

—Bueno, pues mis dos amigos se quedaron callados (no sé si porque se sorprendieron o porque no sabían qué decir), y fue su madre la que dijo: “Sí, superdotada, además de humilde”. ¡Qué vergüenza! No sabía que iban a reaccionar tan mal. Yo pensaba que eso era algo bueno. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que era mejor no decirlo y de que nadie iba a tomárselo como yo esperaba, felicitándome.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—No hay nada completamente bueno ni completamente malo.

—¡Me ridiculizaron! Y yo no había dicho ninguna mentira.

—La verdad es peligrosa y difícil de utilizar. De todas formas, aquí la cuestión no está en que mintieses o no, sino en el poco tacto que demostraste. Por ejemplo, si mides un metro y noventa centímetros y te pones al lado de otro que mide metro y medio, puedes decirle que eres muy alto y será verdad, sin duda, pero no te aseguro que vaya a caerle demasiado bien, pues podría tomárselo como un insulto, como una infravaloración, ¿lo entiendes? Las palabras no son sólo palabras, sino lo que interpretamos a partir de ellas. Tus amigos y su madre seguramente pensaron que tu intención era mostrar tu superioridad, aunque yo confío en que no era así.

Simplemente, reaccionaron a la defensiva.

—¡Pero si tú me has dicho que por tener más capacidad no soy superior!

—Ya, al igual que podría decirle al muchacho del ejemplo que no llega arriba el más alto, sino el que más se estira.

Y sería verdad, pero seguiría sintiéndose insultado.

—Está bien, creo que lo he entendido.

—Creo que haces bien si no quieres decírselo a nadie.

Especialmente, si no tienes la suficiente confianza. Pero no es algo malo, que debas esconder, ¿entiendes? No debes tener miedo a mostrarte tal y como eres. Este punto es complicado, no le des mucha importancia por ahora. Ya irás descubriendo, con la experiencia las mejores formas de decirlo. Además, esto depende también de la persona a la que vayas a comentárselo, por supuesto, pues no hay dos personas que reaccionen igual ante un mismo comentario.

Tras decir esto, se levantó de su asiento.

—¿Debo interpretar con el hecho de que te hayas [137]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

levantado...que ya me voy?

—Sí, se acerca el momento.

—¿Cuándo volveremos a vernos?

—No me gusta decírtelo. Me gusta pillarte por sorpresa, sin que estés preparada.

Fruncí el ceño, disgustada.

—Está bien, está bien. De acuerdo. El domingo, quizás el sábado por la tarde. No te aseguro nada. Pronto, de todas formas. Tenemos mucho de qué hablar.

—¿Ah, sí?

—Sí, resulta que, junto a tu brevísima carta, has tenido la amabilidad de adjuntarme, por accidente, algo que quizás me sea útil. ¿Te has parado a echarle un vistazo? Trata sobre las características de los sobredotados, de lo que os diferencia de los demás. Podría sernos útil para algunas de nuestras reuniones.

—Entonces...hasta la próxima.

—Sí, ya tienes que irte. Intenta ser feliz, ¿quieres? No le des más importancia a las cosas de las que tienen. Y, por favor, intenta controlarte. Si no eres capaz de mandar sobre ti misma nunca madurarás. Aunque admito que es bueno que los sentimientos tengan vida propia de vez en cuando.

—¡Oh, no! Me estoy empezando a marear otra vez.

—Hasta pronto.

Conté hasta diez, intentando no pensar. Me dolía la cabeza. Cuando abrí los ojos, me encontraba de nuevo allí, junto al escritorio en el que había quemado la carta. Me quedé quieta, paralizada durante algunos minutos, pensando.

Me sentía feliz. Por fin había conseguido volver. Pero, por otro lado, no estaba segura de ser lo que esperaba. Una clases de ética, de moral. Unas clases sobre cómo sobrevivir en la vida. “En realidad, todos las necesitamos”, pensé.

Al poco tiempo, oí la voz de mi madre, que me llamaba [138]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

de nuevo. Salté y corrí escaleras arriba.

—¿Qué estabas haciendo? ¿Por qué has tardado?

—Se me olvidó que me habías llamado.

—Pero si te acabo de llamar hace sólo cinco minutos. ¿Cómo se te va a olvidar?

—No tengo ni idea—respondí encogiéndome de hombros.

7 Durante el resto de esa semana estuve ausente, ensimismada en mis pensamientos. En realidad, nada me importaba.

Sólo pensaba en todo lo que Destino y yo habíamos hablado y en cómo podía mejorar mi vida si llevaba su filosofía a la práctica.

Me había dicho que tenía que aceptarme a mí misma.

Bueno, yo reconocía lo que era. “Saber es el primer paso para aceptar”. ¿Quién había dicho esa frase? La había leído en algún libro, estaba segura.

De todas formas, yo (y todo el instituto) sabía en qué me diferenciaba de los demás. Sabía que eso tenía una parte positiva y otra negativa. Separé mis vivencias en dos grupos y, al observar ambas partes, me di cuenta, por primera vez en mi vida, de que no me arrepentía de nada.

Decidí escribir un diario. Escribiría todo lo que estaba aprendiendo para intentar no olvidar nada. Aunque no estaba muy segura de que fuese capaz, dada mis insatisfactorias experiencias anteriores.

[139]

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Desde pequeña, siempre que había intentado escribir un diario, éste había terminado en la basura. No sé por qué me pasaba, pero me avergonzaba de lo que escribía. Cuando, al poco tiempo, leía lo que había escrito, no me gustaba o consideraba que no tenía importancia o... Bueno, la cuestión es que, por algún motivo, nunca he tenido un diario empezado durante más de un par de semanas. Así que escribir mis conversaciones con Destino era una tontería, ya que sospechaba que, tardaría poco en deshacerme de él para no poder leerlo ni yo misma.

De todas formas, me propuse intentarlo. Cada tarde, si tenía algo de tiempo libre, me dedicaba a escribir fragmentos de las conversaciones que podía recordar. Al leerlo, aparentaba ser un diálogo sin sentido, ya que carecía de un orden lógico.

Pero pensé que así sería mejor, para evitar que alguien entendiese lo que había pasado si llegaba a leerlo. * El sábado llegó antes de lo esperado. Ni siquiera tuve tiempo de pensar en algún tema interesante del que tuviese alguna duda para hablar con Destino. En realidad, admito que no quería hacerme a la idea de que íbamos a volver a vernos tan pronto, quizás por miedo a desilusionarme.

Lo cierto es que llegó la tarde del sábado y con ella mi siguiente visita a ese misterioso mundo: La Habitación de la Verdad.

Esta vez apenas tuve síntomas al llegar allí. Aliviada, me alegré y me senté, no sin antes esperar a que Destino me autorizase, cosa que hizo con una sonrisa y un gesto de su mano derecha.

—Hola—le dije, con un agradecimiento sincero.

—Me alegro de volver a verte. Parece que ya incluso vas [140]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

disfrutando de tus viajes...

—No voy a intentar mentirte. Hoy casi ni lo he notado.

—Bien, eso es bueno. Significa dos cosas: que ya no te opones a seguir viniendo y que te estás acostumbrando. Eso quiere decir que nuestras reuniones podrían incrementarse y que pueden ser más seguidas. No tendremos que esperar, como hasta ahora, tanto tiempo entre unas y otras.

—¡Qué alivio! Me parece muy bien. Aunque eso significa que de nuevo voy a pasarlo mal, ¿no? Al menos empeoraré, supongo.

—Ya lo creo. No obstante, me conformo con que no lo pases tan mal como la primera vez que viniste, porque recuerdo tu cara y, perdona que me ría, sé que tenías que haberlo pasado fatal, ¡pero parecías a punto de vomitar!

—Por suerte, no vomité.

Esta vez sí que nos reímos los dos juntos. Pasamos un buen rato callados, sin mirar a ningún sitio. No sé qué estaría pasando por su mente, pero yo estuve recordando las otras veces que habíamos estado hablando. “Qué poco tiempo hemos estado juntos y cuánto he aprendido de él”, pensé.

“Menos mal que pude volver”. Cierto. De lo contrario, me habría perdido una parte importante de mi vida.

Fue Destino el encargado de romper el silencio. Tosió un par de veces, quizás para atraer mi atención. Lo miré.

—Siento sacarte de tus recuerdos, donde, seguramente, estarás muy a gusto. Pero no tenemos tiempo que perder.

—De acuerdo—dije.

—Bueno, en primer lugar, quiero que le eches un vistazo a estos papeles que, por un afortunado error, me enviaste hace algunos días. Porque estoy seguro de que ni los has leído.

—Pues...no. ¿De qué van?

—Son algunas características básicas de los sobredotados.

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Aspectos que tenéis en común y que os diferencian de los demás. Podemos empezar hoy, si te parece, por las características cognitivas, aunque, en realidad, las que me interesan son otras. No obstante, será un buen comienzo, ¿no crees? Quizás deberías tener unas ideas básicas de lo que te diferencia de esa normalidad que tú anhelas tan absurdamente.

No hice ningún comentario a esto. Obedecí al momento: alargué el brazo para coger el papel (que no tenía rastro alguno de haber sido quemado), y empecé a leer: “El sobredotado aprende a leer temprana y rápidamente, con comprensión. Tiene un amplio vocabulario y un buen dominio de conceptos y símbolos numéricos, buena memoria y amplia y rápida capacidad para archivar información.

Recuerda con rapidez y facilidad personas, datos, hechos e información diversa y suele tener conocimientos de muchos temas, escolares o no, que pueden ser amplios si se refieren a algún tópico de su interés. Relaciona más allá de los hechos observados y aprende a niveles de profundidad muy por encima de los propios de su grupo de edad. Posee gran capacidad de atención y concentración cuando le interesa el tema. La capacidad de concentración aparece tempranamente, siendo capaz de jugar solo durante períodos largos. Si no le interesa un tema, su atención puede ser baja o incluso nula.

Observador, curioso y con variedad de intereses. Suele plantear preguntas sobre su entorno, interesándose por juegos o noticias atípicas para su edad. Si sus preguntas no son satisfechas adecuadamente o son desaprobadas, puede generarle apatía”.

Cuando terminé de leer el escrito, lo miré desconcertada.

—¿No cumples tú dichas características?

—Sí, podría decirse que en gran parte.

—¿Entonces? ¿Qué te ocurre?

—Es sólo que...no sé, pero no le veo la utilidad a esto.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

¿Cómo va a servirme esto para luchar contra la falta de integración social que sufro?

—“Saber para comprender y comprender para aceptar.”

Antes de hablar y de opinar sobre algo, hay que conocer el tema sobre el que se va a tratar o no obtendremos resultados válidos. Quieres juzgar a la gente por lo mal que piensas que te tratan y ni siquiera sabes cómo eres, ni por qué te ven diferente.

—¿Estás diciéndome que quizás merezco ser excluida?

—No. Pero, antes de odiar a alguien por el trato que recibimos de esa persona o por habernos insultado, debemos pararnos a reflexionar, no vaya a ser que le hayamos dado motivos.

—Pero, entonces, sí estás diciéndome... Estás culpándome.

—No te estoy culpando de nada. Sólo te digo que, posiblemente, tu actitud de automarginación esté fomentando que los demás te vean como a un bicho raro. Y que estés sufriendo por decisión propia y sin motivo sería completamente absurdo.

Tenía la boca abierta, preparada para responder, y aún así me tragué mis palabras. En el fondo, sabía que tenía razón.

Yo había fomentado desde el primer momento ese rechazo intentando ocultar las cosas, creyendo que era algo malo, infravalorando a los demás al pensar que no iban a comprenderlo, actuando a la defensiva cada día. Quizás era yo la que no le había dado una oportunidad a los demás, en vez de ser ellos los que no me habían aceptado, pues no me había mostrado sin miedo, ni tal y como soy. Ahora me daba cuenta de todo.

—Es cierto. He sido yo la que he huido de la verdad, intentando convencerme a mí misma de que sería más feliz siendo de otra manera, siendo la persona que no soy. Buscaba [143]

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la aceptación de los demás en la igualdad.

—Exacto. Pero la aceptación hay que buscarla en la diferencia. Pues, si todos sois iguales, dicha aceptación no es necesaria. Sería, ¿cómo decirlo…? ¿Amor propio?

—Yo no he dejado de repetirme todo este tiempo que no quería ser diferente. Y sólo porque tenía miedo.

—Perdona que te lo diga, Eleison, pero no se escoge el ser diferente. Cada persona no puede escoger lo que le gustaría ser en este mundo, sino que es de una determinada manera, la que le haya tocado. Y lo único que podrá hacer es aceptar eso. Mientras que no dejes de intentar huir de lo que eres, o ignorar que eres distinta, seguirás siendo, y lamento decírtelo así, una amargada.

Algunas lágrimas empezaron a caer por mis mejillas. Me sentía fatal, culpable.

—Por favor, deja de querer cambiarte a ti misma. Eres como eres. Deberías agradecer que no te haya tocado una carga peor. Y utiliza lo que tienes, lo que se te ha dado, para ser feliz tú misma y hacer felices a todas las personas que puedas. Entonces y sólo entonces, podrás decir que has merecido ser quien eres y tener lo que tienes.

Pero yo seguía llorando aún con más fuerza y desesperación si era posible.

Tienes un don, Eleison.

—¡No! Tengo una carga, eso es lo que tengo. Una carga que es demasiado para mí.

—Ya hablamos el otro día de que no debes confundir el término obligación. Sólo consigues agobiarte. ¡Vamos! Nadie te obliga a hacer nada si tú no quieres. Nadie te prohíbe fallar. Aunque sí debes intentar evitarlo, pero intentar conlleva una posibilidad de que no se consiga. Y, repito, nadie te obliga.

—Tengo una amiga que dice: “Mientras tenga un deseo, [144]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

tendré una obligación”. Y creo que es cierto, pues estoy obligada a intentar conseguir que se cumpla. Me obliga mi conciencia.

—Pues permíteme decirte que tu conciencia, a la cual le mando cordiales saludos, es, además de perfeccionista en exceso, demasiado exigente—su tono se suavizó después de decir esto—. Pero recuérdale que vive rodeada de un mundo imperfecto, en el cual se cometen errores, los cuales no son, ni muchísimo menos, imperdonables. Así que dile de mi parte que no sea tampoco tan selectiva con las personas y que aprenda a darle a cada uno una segunda oportunidad, y una tercera, y una cuarta... Sin embargo, eso no significa que no debamos querer lograr, si no la perfección, sí la mejora de todo aquello que nos rodea.

—Pero, ¿no estaría mal pasar del mundo? ¿Permitir los errores como si tal cosa? ¿Cómo vamos a mejorar entonces?

—Quizás puedas ayudarme con eso. Podrías aportar algo al mundo que contribuyese a su mejora, ¿no crees?

—Me gustaría.

—Lo sé. Por eso te lo he sugerido.

—¿Y qué tengo que hacer?

—De momento, sigue escribiendo como lo has estado haciendo hasta ahora. Y procura no quemar esos escritos, porque te prometo que me daré cuenta.

Me guiñó un ojo y, por algún motivo, eso me sonó a despedida.

—Ya tengo que irme, ¿verdad?

—Nos veremos pronto. Tienes mi palabra.

Estuve de acuerdo. No tenía valor para poner en duda lo que me había dicho, pues sabía que, por alguna extraña razón, él tenía un don para ver la verdad, para distinguirla de entre cuantas versiones distintas pudiese oír sobre una misma cosa. Me hacía empequeñecer, sentirme débil... Podía contro[145]

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larme, incluso sabía lo que yo pensaba en cada momento. Me conocía mejor que yo misma. ¿Acaso debía tener miedo?

—Seguiremos mañana.

—¿Mañana? ¿Tan pronto?

—Debemos aprovechar los momentos favorables.

Siguió hablando, pero no pude oír lo que me dijo después de esa frase, porque ya no estaba allí. Su voz sonaba distante, lejana...hasta que se apagó definitivamente. Para cuando abrí los ojos, no quedaba ni rastro de aquella misteriosa habitación blanca.

8 El domingo, sin embargo, no llegaría tan rápido como yo esperaba.

La noche del sábado, antes de irme a dormir, me quedé viendo El indomable Will Hunting, una de mis películas favoritas. Por consiguiente, me fui a dormir un poco más tarde de lo acostumbrado. Y, seguramente, fue ese el motivo por el cual decidí dormir un poco de siesta al día siguiente.

Descansar no siempre sienta bien. No es, necesariamente, lo mejor para uno mismo. Eso quedó bastante bien demostrado, pues tuve una pesadilla que me hizo levantarme mucho más cansada de lo que estaba cuando me quedé dormida.

Como todos los sueños, éste parecía no tener sentido alguno.

Sin embargo, supongo que tendrá un significado oculto, al igual que la gran mayoría de ellos.

[146]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

En dicha pesadilla, Destino estaba hablando conmigo en un aula del colegio. Era una conversación que yo ya conocía, pues la había oído en la película de la noche anterior. No era más que un fragmento del guión, el cual decía así: “Si te pregunto algo sobre arte, me responderás con datos de todos los libros que se han escrito. Miguel Ángel; lo sabes todo: vida y obra, aspiraciones políticas, su amistad con el Papa, su orientación sexual...lo que haga falta. Pero tú no puedes decirme cómo huele la Capilla Sixtina. Nunca has estado allí y has contemplado ese hermoso techo: no lo has visto.

Si te pregunto por la guerra, seguramente citarás algo de Shakespeare: “De nuevo en la brecha, amigos míos...” Pero no has estado en ninguna. Nunca has sostenido a tu mejor amigo entre tus brazos, esperando tu ayuda mientras exhala su último suspiro.

Si te pregunto por el amor, me citarás un soneto, pero nunca has mirado a una persona y te has sentido vulnerable.

Ni te has visto reflejado en sus ojos. No has pensado que Dios ha puesto un ángel en la tierra para ti, para que te rescate de los pozos del infierno. Ni sabes qué se siente al ser su ángel, al darle tu amor y darlo para siempre, al pasar por todo.

No sabes lo que significa perder a alguien, porque sólo lo sabrás cuando ames a alguien más que a ti misma. Dudo que te hayas atrevido a amar de ese modo.

Te miro y no veo a una mujer inteligente y confiada. Veo a una niña, creída y asustada. Eres un genio, eso nadie lo niega. Nadie puede comprender lo que pasa en tu interior. En cambio, crees saberlo todo de mí porque me viste y rajaste mi vida de arriba abajo. ¿Crees que sé lo dura y penosa que ha sido tu vida, o cómo te sientes, o quién eres...porque he leído un libro? ¿Un libro basta para definirte? Pues, ¿sabes qué? No puedo aprender nada de ti en un maldito libro. Pero [147]

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si quieres hablar de ti, de quién eres, estaré fascinado. A eso me apunto. Pero no quieres hacerlo, tienes miedo. Te aterroriza decir lo que sientes”.

Después de decir esto desapareció, dejándome sola en clase. Levanté la mirada y, al momento, aparecieron todos mis compañeros de primaria y secundaria juntos en esa misma habitación. Yo me quedé quieta, en el centro. Estaba asustada, tenía mucho miedo e ignoraba el motivo. No obstante, no tardaría demasiado en descubrir el porqué. De un momento a otro, todos empezaron a apedrearme y a golpearme, mientras gritaban salvajadas como “¡matadla, por empollona!”, acompañados dichos gritos por insultos que no estoy dispuesta a escribir aquí. Recibí una paliza que conllevó un dolor no solamente físico. Y, aunque bien es cierto que todo estaba ocurriendo en un sueño, sentía los golpes igual que si me los hubiesen dado en el mundo real. La pesadilla se me hizo infinita y creo que yo moría al final, pero no estoy muy segura, porque esa parte no la recuerdo bien.

Cuando desperté, me dolía todo el cuerpo y tenía algunas lágrimas en los ojos. Sin embargo, me alegré enormemente al saber que nada de eso había ocurrido de verdad.

Estaba sola en casa. Por lo tanto, me levanté tranquilamente del sofá y, con la gran satisfacción de no tener que dar explicaciones a nadie, ya que nadie me había visto tan asustada y alterada, subí para lavarme la cara con agua fría.

Esto me sentó bastante bien e incluso me animó un poco, aunque no lo suficiente para canturrear, como es mi costumbre mientras bajo las escaleras. De esta forma, estaba bajando, todavía algo deprimida y mareada, cuando perdí el equilibrio y tuve que cerrar los ojos para no ver cómo el suelo se acercaba a mi cabeza con una velocidad no demasiado apropiada.

Para cuando recuperé la visión de nuevo, estaba en el [148]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

suelo, un suelo que no era el de mi casa. Me incorporé todo lo rápidamente que pude y miré alrededor, buscando de dónde provenía aquella risa.

—Esperaba que llegaras de pie. ¿Te he pillado en un mal momento?

—Bastante malo, podría decirse. Has dividido en dos el impactante dolor de mi caída.

—Si el dolor se divide en dos, es más fácil de soportar, ¿lo sabías?

—Lo único que sé es que me duele todo y que, para completar el día, aún tendré que soportar un buen golpe cuando vuelva, al que habrá que añadir el malestar del regreso al mundo...¿real? No sé cómo llamarlo.

—Yo tampoco.

Y, con esto, empezamos a reírnos los dos de nuevo.

—Bueno, ¿qué tal llevas esos escritos que te pedí? ¿Lo estás apuntando todo?

—Todo lo que recuerdo, pero aún tengo que escribir lo de ayer.

—No dejes que el trabajo se te amontone o perderás algunos consejos valiosos.

—¿Subestimas mi capacidad de recordar y memorizar cosas importantes?

—No y tampoco tu capacidad de distinguir y clasificar las cosas importantes de las que no lo son. Sin embargo, y dado que no te veo demasiado convencida en esto que te he pedido, es mi deber recordártelo de vez en cuando.

—Está bien, está bien. Pero, ¿sabes qué he pensado?

Que, si meto lo que voy escribiendo en sobres cerrados y los guardo, éstos no correrán peligro de terminar destrozados, ya que, al no poder abrirlos, no los leeré y así no me arrepentiré de haberlos escrito. Eso es lo que hago para guardar algunos pensamientos y vivencias que, de otra forma, jamás podría [149]

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conservar. Los meto en sobres y en ellos escribo la fecha en la que está prevista su apertura: exactamente a los cinco años del día en que los escribí. Es como enviarme cartas a mí misma. Aún no he abierto ninguna, ya que llevo haciéndolo sólo dos años, pero imagino que debe ser interesante descubrir cómo pensaba cinco años atrás, pues, en mi opinión, es una pena que seamos incapaces de recordar cómo hemos sido durante nuestra vida. Vivimos en el presente y eso podría ser un gran error.

Hice una pequeña pausa y lo miré, esperando alguna respuesta. Como no obtuve ninguna, pregunté: —¿No crees que es una buena forma de evitar que terminen en la basura?

—Posiblemente no habrá peligro de que acaben en algún vertedero. No obstante, podría asegurarte que terminarían en el olvido. Y eso, lamentablemente, es muchísimo peor. Guarda sólo algunas anotaciones, pistas que te ayuden a recordar algunos consejos que puedan serte útiles alguna vez. Además, serán unos minutos dedicados a la reflexión y no te vienen nada mal, al igual que a nadie en este mundo. Pensar es la mejor cosa a la que dedicar nuestro tiempo. Siempre se aprovecha cada segundo invertido. Y, créeme, te sentirás enormemente viva cuando lo hagas.

—De hecho, el otro día, mientras copiaba algunas de las cosas de las que hablamos aquí, me planteé una pregunta. Y tengo que decir que me pareció bastante importante.

—Me alegro. Yo ya me preguntaba cuándo íbamos a empezar a hablar de los temas que nos interesan, y tampoco sabía muy bien por dónde comenzar. De modo que agradezco tu ayuda.

Con este comentario me guiñó un ojo, indicándome que le formulase dicha pregunta.

—Tengo una amiga...

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—Tú no tienes amigos.

—Bueno, pues una compañera. ¿Y qué si la considero mi amiga?

—Para que dos personas sean amigos debe existir una amistad recíproca. Y me temo que, entre tu compañera y tú, la parte que falla...está hablando conmigo.

—Gracias. Es muy halagador.

—Déjate de ironías. Sabes perfectamente que es verdad.

—¿Me dejas preguntarte eso o no?

—Está bien, está bien. Mas no me doy por vencido.

—Como te estaba diciendo, esta compañera tiene dificultades para aprender. Se esfuerza más que nadie que haya conocido jamás y obtiene peores resultados que el resto.

—Eso, lamentablemente, ocurre con bastante frecuencia.

—¿Vas a decirme que es porque somos diferentes? Porque, si así fuese, ¿no sería injusto que unos se esfuercen más que otros para conseguir lo mismo?

—¡Hay tantas injusticias en este mundo! Sin embargo, te diré una cosa: la mayoría de las injusticias son creadas por la humanidad, cometidas sin motivo. Pero existe otra, la injusticia de nacimiento, que no es injusticia, sino diversidad y, por consiguiente, riqueza. Y sí, tiene su finalidad, aunque la desconozcamos. Las personas, a pesar de que algunos se nieguen a admitirlo, tienen sus limitaciones en cuanto a comprensión.

Y estas carencias de sentido en el mundo que nos rodea provocan que muchos sustituyan sus vacíos de verdades por creencias, las cuales podrían resultar útiles, e incluso verdaderas. Pero la esencia de creer está en no poder comprobar nunca si lo que se piensa es cierto. De esta forma, algunos creen que el hecho de que seamos distintos es lo merecido por una vida anterior, otros opinan que es sólo la suerte de cada uno. Que cada cual crea lo que quiera. Pero todos debemos admitir que la única verdad, si es que existe, la [151]

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desconocemos. De todas formas, puedes estar segura de que tu amiga hace algunas otras cosas mucho mejor que tú.

—¿Es como una compensación? ¿Unos destacan en unas cosas y otros en otras?

—Y los hay que no destacan en nada. No pretendo convencerte de que todo esté equilibrado. Sin embargo, no ser especialmente bueno en nada puede tener su utilidad también.

Lo miré bastante sorprendida. No era la primera vez que le oía aquello, pero nunca lo había comprendido del todo.

—Verás, te pondré un ejemplo sencillo para que lo entiendas. Dicen que el tuerto es el rey en el mundo de los ciegos. Pero, en el mundo de los que ven, ni tuerto ni ciego tienen ninguna posibilidad. Sin embargo, algún día podría apagarse la luz y ¿quién tendrá ahora ventaja por encima de todos los demás? Pues es evidente: el ciego. El que no era rey ni en su mundo ni en el vuestro. De modo que tenemos unas circunstancias en las que el más valorado es el que ve y otras en las que es mejor estar acostumbrados a no ver. Ver con demasiada claridad tiene muchos inconvenientes, aunque admito que no tantos como la ceguera.

—Que cada cual cargue con su cruz.

—Sí, y que respete a los demás, sin juzgarlos por la cruz que les haya tocado.

—A veces llego a la conclusión de que preferiría ser ignorante.

—Sí, da la casualidad de que son los más felices.

No supe cómo responder a esto, así que permanecí en silencio, esperando a que él dijese algo. Pareció darse cuenta de que este tema había terminado sus posibilidades, así que dijo: —Ahora debemos continuar con nuestro estudio acerca de los sobredotados que comenzamos el otro día, ¿de acuerdo? Hoy veremos otras características, las motivacionales, las [152]

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cuales sirven igualmente para diferenciaros del resto. Si te parece bien, las leeré yo en voz alta, porque creo que no tienes demasiadas ganas de esforzarte más de lo necesario, sobre todo por el golpe que te has llevado. De todas formas, esto no significa que hayamos terminado con el tema de las diferencias existentes entre todos y cada uno de los integrantes de la sociedad, pero es un tema complejo y conviene dedicarle mucho tiempo y concentración. Piensa en lo que has aprendido hoy cuando llegues a casa, ¿vale? A ver si el próximo día me sorprendes con una pregunta igual de buena.

Y no olvides que, si no haces lo que te pido, lo sabré.

—De acuerdo.

—Bien, entonces sigo: “la persona con alta capacidad intelectual es perseverante y perfeccionista cuando trabaja en algo que atrae su interés”. Aquí he de añadir que algunos se pasan... —Me ruboricé ligeramente, pues sabía perfectamente por qué había dicho eso—. “El perfeccionismo puede volverse contra el alumno si se plantea objetivos demasiado altos. Se ha de ser exigente, pero tolerante con el error y ayudarle a marcarse objetivos de adecuado techo”.

—Eso de la tolerancia con el error debería escucharlo...

—¿Tú?

—¿Cómo dices?

—Tú eres la primera que debes aprender de esto. Deshazte de esa idea de que todo el mundo debe corregir su conducta equivocada, pues tú debes hacerlo antes. Luego, si consigues que los demás cambien también su forma de ver las cosas, pues mejor. No olvides que, si cambias tú, los demás cambiarán también su modo de verte y, además, para tu propia sorpresa, su forma de juzgarte, te lo aseguro. Ahora bien, debes admitir que tiendes a obsesionarte con la perfección y eso sólo te origina frustración y disgustos contigo misma, con tu forma de ser y con el mundo que te rodea. Y, aunque [153]

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espero que no te haga falta, también se hace aquí una llamada al realismo: no te plantees metas inalcanzables, porque eso hará que nunca seas feliz.

—Eso no puedo evitarlo. Soy una inconformista de nacimiento. Hay que mejorarlo todo.

—Sí, muchas cosas en la vida necesitan ser mejoradas, y tú eres capaz de realizar grandes cosas, por lo que no te pediré que te limites a tu entorno cercano para conseguir cambios. Sin embargo, debes aprender a aceptar...

—No voy a aceptar nunca un “no” por respuesta.

—Eres una mala perdedora. Tienes que cambiar eso. No siempre llevarás la razón. Y, aunque la lleves, no siempre será el momento adecuado de demostrarlo.

—No estoy de acuerdo.

—Piensa en ello. En el fondo sabes que estoy en lo cierto. Pero ahora debemos seguir, puesto que no nos queda mucho tiempo. Veamos: “tienen preferencia por estar con adultos o niños mayores para discutir ideas y trabajar en temas estimulantes por su complejidad”. De aquí se obtiene un posible motivo de rechazo, por ejemplo, de los compañeros de clase. Si se consideran sus temas de conversación como infantiles y carentes de interés, es inevitable que ellos respondan con la exclusión. Pero no hay duda de que se les dio un motivo, el cual, posiblemente, les llevó a pensar que el individuo se automargina y se considera diferente, o lo que es peor, que los considera a ellos como inferiores, como niños pequeños incapaces de entender sus pensamientos o aficiones.

—Por fin algo que no intentaré siquiera desmentir.

—¡No puedo creerlo! ¿Me das la razón en algo? Por favor, escribe este momento en cuanto llegues a casa.

—Basta de bromas.

—Sí, será lo mejor. Debemos terminar estas característi[154]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

cas antes de que vuelvas a casa. Entonces íbamos por... “Su sentido ético está muy desarrollado, distinguiendo entre lo bueno y lo malo. La lucha entre lo que hace y lo que cree que debería hacer puede ocasionarle conflictos”. Y esto es sin duda lo más importante que se ha dicho aquí hasta ahora. ¿Recuerdas haberme preguntado el motivo por el cual decidí darte las clases a ti y no a cualquier otro, cuando hay otros muchos sufridores infelices en el mundo, si me lo permites, bastante más necesitados que tú? Pues aquí está la respuesta: por tu sentido ético, más desarrollado que el de muchos otros.

Un don natural para distinguir lo que otros no sabrían, o cuando menos se dejarían llevar por razonamientos erróneos.

Una ventaja que muchas personas calificarían de inmerecida, pero que aquéllos que la tienen no la desean, pues les hace vivir defraudados por esa lucha entre lo que hacen y lo que opinan que podrían o deberían hacer, creando conflictos interiores que no les dejan vivir, que les convierten en personas excesivamente reflexivas, que dan más importancia a ciertas cosas de la que tienen, que interpretan las cosas de forma distinta... En definitiva, que les hacen diferentes. Ya te dije que te pondría algo de trabajo y quiero que sepas que sigo manteniendo mi intención de hacerlo. Pero todavía es pronto para sacar conclusiones. De todas formas, te aseguro que mi deseo es que tú pienses e idees para que otros aprendan. Lo siento, pero te volvió a tocar la parte más complicada. Ahora, si no me equivoco, debes irte. ¿Eleison? ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?

Pero ya era demasiado tarde para contestar. Me sentía terriblemente cansada. Me dolían todos y cada uno de los músculos del cuerpo y, además, la cabeza parecía a punto de estallarme.

Sentí el frío suelo en la mitad izquierda de mi cara, en el ombligo y en la palma de mis manos. Me incorporé [155]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

lentamente... El mareo y la desorientación habían aumentado considerablemente y me tambaleé un poco mientras me dirigía a la sala de estar para sentarme lo antes posible. Mi marcha era bastante lenta y tardé mucho tiempo en recorrer el pasillo, debido a que varios miembros de mi magullado cuerpo se habían dormido. Por suerte, ya no me ahogaba, ni el pulso se disparaba demasiado, aunque sí aumentaba considerablemente de velocidad. Al menos, los efectos secundarios no eran tan peligrosos ni evidentes como al principio. Pensé en esto y me sentí aliviada. Quizás, con algunas veces más, me acostumbraría y apenas notaría alteraciones físicas con esos encuentros tan extraños, en cuya naturaleza prefería no pararme a pensar.

Cuando me senté, recorrí con la vista las partes del cuerpo en las que el dolor era más intenso, en busca de cardenales.

En ese preciso momento, la puerta se abrió y entraron mis padres.

—Hija, tienes mala cara.

—Mamá, no te imaginas lo que me duele la espalda.

—¡Siempre tienes algo! Eso será que habrás cogido una mala postura.

—Es...esa estúpida silla.

[156]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

9 Destino no me había dicho cuándo iba a ser nuestro próximo encuentro, por lo que pasé varios días en alerta para intentar que no me pillara de sorpresa, pues había llegado a la conclusión de que, si estaba desprevenida, el proceso de separación de la mente y el cuerpo, como lo había llamado Él, resultaba mucho más impactante.

No volví a verle hasta el jueves. Y, si bien ya he dicho que no sabía con exactitud cuándo iba a llegar el esperado momento, sí es verdad que el martes ocurrió algo que me hizo creer que no iba a prolongarse demasiado, algo que me dio una pista del tema del que trataría mi siguiente lección.

Estaba yo en el recreo y, dado que tenía sed, decidí ir a beber a la fuente, que está en un rincón del patio bastante alejado. Una vez allí, me llamó la atención un grupo numeroso de alumnos que estaban apiñados, formando un círculo alrededor de algo que, a juzgar por la atención que le prestaban la mayoría de ellos y por el jaleo que estaban formando, no debía ser nada bueno.

Me acerqué para echar un vistazo y cuál fue mi sorpresa cuando encontré a tres o cuatro alumnos de secundaria dándole una tremenda paliza a un deficiente mental matriculado en nuestro mismo instituto. Quedé paralizada de la impresión y, aunque me pareció horrible, he de admitir que no intenté detenerlos, pues, ¿acaso podía hacer yo algo contra todos ellos?

No sé si fue por el disgusto que sentí al ver esta escena o por el sol que mostraba especial interés en sobrecalentar mi atormentada cabeza, pero empecé a encontrarme muy mal. La vista se me nubló y no puedo recordar cómo me mantuve en pie, supongo que debido a la gran cantidad de personas que había alrededor, que me impedían caer al suelo aunque per[157]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

diese el equilibrio, ya que estaba rodeada en todas direcciones.

De repente, me asaltó la culpabilidad y el cargo de conciencia: éramos decenas de personas, todas mirando y ninguna con el valor suficiente para plantar cara a aquellos... ¡No hay palabras para definirlos como se merecen!

Me alejé un poco, pues no estaba a gusto allí, rodeada de gente. Me senté en uno de los bancos cercanos, a la sombra, mientras seguían llegando alumnos de todo el patio al lugar más violento y, por consiguiente, más interesante. Intenté relajarme, sin saber muy bien por qué había reaccionado de ese modo. Respiré hondo. Desde que comencé los encuentros con Destino, nada me sorprendía lo suficiente, no obstante, sabía que ese malestar no se correspondía con el ya acostumbrado proceso de...evasión.

Y, clara como un trueno, mucho más intensa y clara de lo que se oían los gritos de los niños, oí una voz, una voz imperante, amenazadora, digna de ser temida. “¡No huyas! ¡Haz algo! ¿Acaso no ves que debes ayudarle?”

Pero cuando, asustada, reaccioné como quien despierta de un letargo, un profesor ya se había acercado, sin duda alertado por el comportamiento excesivamente poco discreto de los alumnos.

Los separó inmediatamente y se llevó a dos de ellos, los culpables de tal falta de educación, respeto y sentido común, y se dirigieron juntos hacia el edificio principal, donde estaba el despacho del Jefe de Estudios. Seguramente terminarían copiando veinte veces: “No debo pelearme durante los recreos”. Como mucho serían expulsados durante un par de días, para volver a hacer algo parecido la semana siguiente.

Todos empezaron a dispersarse. Por increíble que parezca, estaban disgustados por el hecho de que hubiese terminado el espectáculo. Algunos de los que acababan de llegar se lamen[158]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

taban por habérselo perdido.

Me sentí asqueada de lo abominable de la situación. Y, dado que posiblemente iba a vomitar de un momento a otro, me dirigí al baño. Por el camino me froté los ojos fuertemente. En ellos, un par de lágrimas había estado demasiado cerca de aflorar y ver la luz. Me sentía horriblemente decepcionada conmigo misma por no haber tenido el valor de hacer nada para impedir lo ocurrido. Y, en el fondo de mi corazón, sólo deseaba que el resto sintieran una mínima parte del arrepentimiento que sentí yo.

Entré en el cuarto de baño detrás de otra alumna un año menor que yo y me acerqué a uno de los lavabos. Oí a un grupo de niñas criticar a la chica que había entrado conmigo.

—¡Ya está aquí ésta! ¡Qué asco de niña! De verdad, la odio, ¿eh? Se cree que es muy lista y es...un moco pegado en la pared.

Me sorprendí de que ella aguantase aquellos comentarios ofensivos y sentí incluso lástima por lo que iban diciendo sus compañeras, las cuales, quizás extrañadas de no recibir una respuesta agresiva, continuaron conmigo.

—¿Y la otra que ha entrado, quién es?

—Ésa es otra que tal baila, la que han adelantado de curso.

—Ojalá repita, nada más que para que pase vergüenza.

Me cae super mal.

Le lancé una mirada inquisitiva, cargada de ira. Pero, siguiendo el ejemplo de la otra niña, tampoco respondí. Sin embargo, por mi mente pasaron varios comentarios muy oportunos. No quería más peleas ese día, ni siquiera verbales.

—¡A mí no me mires así que te cojo de los pelos y...ni te voy a decir lo que te hago! ¡Vamos, te doy una paliza que no te levantas del suelo en una semana!

Cerré los ojos por el esfuerzo que supuso para mí ignorar [159]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

aquellos comentarios. Cerré los puños con fuerza y pensé: “Por favor, que no se atreva, que no siga, porque hoy, con la furia que tengo ya acumulada, la que se va a arrepentir va a ser ella”.

Y, con estas ideas en mi cabeza, salí apresuradamente para dirigirme a mi clase. Ése no era el día más adecuado para hacerme enfadar, porque cualquiera (incluida yo) podía acabar mal.

Por suerte, me desahogué antes de llegar a casa, pues uno de mis compañeros, al llegar a clase, empezó a decir, mientras reía: —¿Habéis visto la paliza que le han dado al subnormal ese? Ésa fue la gota que colmó el vaso. Me levanté y, todo lo duramente que pude, le dije: —No es ningún subnormal, ¿lo sabías?

—¡No, qué va! ¿Tú has visto la pelea acaso?

—Sí, la he visto. Y te repito que no es nada de eso.

—¿Entonces qué es?

—Pues es una persona, simplemente. Y, si eso te supone un problema, estás demostrando que el único subnormal que hay aquí eres tú—hice especial hincapié en las dos últimas palabras.

Me libré de una respuesta seguramente poco amistosa porque el profesor estaba entrando en ese momento por la puerta. A veces me sorprendo a mí misma de la suerte que tengo.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

10 Y eso fue todo. Lo ocurrido el martes me dio mucho que pensar durante ese día y el siguiente.

El miércoles por la noche, antes de irme a dormir, ya empecé a preguntarme si Destino tardaría mucho en volver a llamarme, pues, tras esa completísima mañana, me convencí de que no tardaría demasiado. Sin embargo, para mi sorpresa, me hizo esperar unas cuarenta y tantas horas más.

Fue en la madrugada del jueves, cerca ya del amanecer.

No supe exactamente la hora que era cuando ocurrió, hasta que volví y miré mi despertador, pero sí sabía que aún no eran las siete, pues estaba dormida cuando oí una voz: —¡Vamos, despierta!

—¡Oh, no!

Abrí los ojos. Estaba en algún sitio excesivamente iluminado. Parpadeé un par de veces y entonces la vi: la habitación blanca y, en ella, Destino. Me levanté, pues ya era la segunda vez que aparecía tirada en el suelo.

—Veo que te ha gustado el hecho de aparecer tumbada.

—Marea menos—bromeé.

—Comparto completamente tu observación. Últimamente era muy común vernos reír juntos. Habíamos aprendido a estar más cómodos durante nuestros encuentros.

—Bueno, ¿y qué tal? Pensé que quizás tenías algo interesante que contarme—era su forma habitual de romper el hielo.

—Déjame despertar antes de responder, ¿no?

—Estás despierta de sobra. No seas tan quejica.

—Está bien. ¿Seguro que quieres que te diga lo que he estado pensando?

[161]

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—Viniendo de ti, no puedo asegurarte que quiera una respuesta, que será probablemente impredecible. Pero la verdad es que me encantaría oírla.

—Pues pienso que me has mentido.

Este comentario le sorprendió sin lugar a dudas, pues no hacía falta nada más que mirar su cara para ver que algo no estaba saliendo como él había planeado.

—¿Y puede saberse cuál era la mentira?

—Me mentiste cuando dijiste que la envidia era lo que provocaba el rechazo y la marginación. A ese infeliz no le pegaron porque le envidiaran, ¿verdad?

—A veces eres demasiado directa para decir las cosas.

Quizás sería bueno que aprendieras a...

—Yo soy rápida y eficaz. La verdad duele, ya deberías saberlo. Y no estoy dispuesta a andarme con rodeos.

—Ya veo.

—Bueno...—me estaba impacientando—. ¿Vas a decirme el porqué de esa mentira? Dudo que ignoraras la verdad. Es más, sabías que, tarde o temprano, yo acabaría dándome cuenta, ¿cierto?

—Me lo pensé mucho antes de darte esa respuesta. No sabía si era el momento adecuado. Ahora veo que quizás debí esperarme a más adelante.

—Sí, claro, en una semana se madura mucho, ¿no? ¿Es eso lo que intentas decirme?

—No. Pero ya lo dijo J. K. Rowling: “la verdad es una cosa terrible y hermosa y, por lo tanto, debe ser tratada con gran cuidado”—se detuvo un instante, reflexionando—. Sólo digo que, posiblemente, no era el día más indicado.

—¿Sabes qué? No te creo. Ahí no está el error. No está en el día, sino en la forma, en el hecho de que fuese una mentira. Ahí fue donde te equivocaste.

—Entiendo perfectamente tu reacción.

[162]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—Ya, y tengo que creerte, ¿no? ¿Cómo sé que lo que dices ahora es verdad? ¿Cómo sé que no ha sido todo mentira?

—Supongo que tendrás que confiar en mí. —Hizo otra pausa—. Al menos, déjame explicártelo. Verás, me atrevería a decir que los motivos que impiden la aceptación de todos los demás a cada persona son, además de desconocidos en su mayoría, muy numerosos. Supongo que son diferentes para cada caso en concreto. Algunos defienden que es el miedo a lo diferente, a lo desconocido; otros creen que es una forma de que el que rechaza tenga el convencimiento de que es superior al otro; también los hay que piensan que es por pereza y comodidad, porque es más fácil vivir rodeado de personas muy parecidas a ti, donde puedes adaptarte perfectamente. Como ya te he dicho, las circunstancias de cada uno hacen de él un caso único. Lo que te dije aquél día, Eleison, no era una mentira, sino una verdad a medias, pues es, según mi punto de vista, el motivo por el que esas cosas te pasan a ti. A pesar de ello, no te negaré que tu caso es, cuanto menos, poco común.

—Pues yo opino que la inmensa mayoría no tiene ningún motivo para marginar. Son prejuicios de difícil eliminación.

Muchos tratan mal a la gente antes de conocerla. Les niegan una oportunidad, sin duda, merecida. Pues todos tenemos el mismo derecho a demostrar lo que valemos.

—Tengo la esperanza de que así sea. La verdad es que me lo he planteado en numerosas ocasiones. Sin embargo, y ya que estás más calmada, te diré que tu caso es extrañamente singular, pues no eres distinta físicamente. Hay que conocerte para percibir lo especial que eres.

—Eso suena a halago. Muchas gracias.

—También ser diferente se interpreta como insulto. Enormes errores, en mi opinión.

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—Ya, pero a mí me señalan muchos con los que no he hablado en mi vida, sólo porque todo el mundo sabe que soy distinta. Podría no serlo en realidad, aunque no creo que haya ninguna persona que no se lo haya creído cuando lo oyó. ¿Desde cuándo oír cosas supone una prueba de algo? Ya lo dice el refrán: “de lo que veas, la mitad; y de lo que oigas, nada”.

—Es un buen consejo. De todas formas creo que estamos perdiendo el tiempo si discutimos sobre los motivos que mueven a cada uno a marginar a determinados tipos de personas. Lo único importante aquí es que esos motivos no justifican la existencia de desigualdades ni de la intolerancia; por lo tanto, debemos ignorarlos.

—No se puede luchar contra lo que no se conoce.

—¿Se conoce a la mentira?

No supe qué responder a esto. No veía qué relación podía tener con lo planteado. Esperé a que Él continuase por mí.

—Yo creo que no—se limitó a decir—. Verás, la mentira puede adoptar mil formas distintas y es absolutamente imposible conocerlas todas. Lo único que sabemos seguro es que hay una forma determinada que nunca puede tener por su propia condición de mentira, y es la forma de la verdad. La única, pues verdad sólo hay una.

Me quedé maravillada con esto.

—Tengo que decir que me ha encantado tu respuesta.

—Pues espera a oír mi teoría.

Permanecí a la escucha, expectante.

—Lo que yo propongo para luchar contra la discriminación y los prejuicios es, precisamente, la misma estrategia. La única forma de destruir estas ideas perjudiciales para todos y cada uno de los integrantes de nuestra sociedad es contraatacando con unas razones igualmente fuertes que defiendan el [164]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

derecho a la igualdad, igualdad con forma de justicia. No sé si me entiendes.

—Yo tampoco sé si te entiendo.

—Bueno, eso de la igualdad y la justicia lo trataremos más tranquilamente otro día. Ahora debemos continuar con nuestra programación, pues el tiempo se nos hace escaso.

Supongo que estarás molesta por el poco tiempo que te dedico cada vez que nos vemos, pero dudo que haya nadie más ocupado que yo. Además, no quiero que suene tu despertador y todavía estés aquí.

—¡Pero si me dijiste que el tiempo no pasaba mientras estaba aquí!

—No, te dije que no pasaba a la misma velocidad. Algo pasa, pero menos.

—No sé si recuerdo que me dijeras eso exactamente.

—Me da igual, no voy a perder más tiempo discutiendo sobre lo que te digo y lo que interpretas. Tendrás que creerme y ya está.

Resignada, acepté su orden, pues no quería que nos enfadásemos, o tendría que volver a quemar una petición de disculpas.

—A ver, ¿de qué va el fragmento de hoy?

—Características de la creatividad. Suena bien, ¿eh?

—Suena a arte. No sé si me va a gustar.

—Tenemos que tratar detenidamente algunos aspectos que aparecen aquí, y que creo que son especialmente interesantes.

A ver, empiezo leyendo yo, si no te importa.

—No, en absoluto. Mejor.

—Dice así: “tienen la capacidad para pensar las cosas holísticamente y pasar después a comprender sus partes. Este modo de aprender suele entrar en conflicto con el sistema de enseñanza, que procede por pequeños pasos para integrarlos al final”. Aquí vas a permitirme un inciso a modo de aclara[165]

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ción. ¿Has entendido lo que aquí se dice?

—Pues...creo que sí.

—Es de sobra conocido el gran número de alumnos con sobredotación que fracasan escolarmente.

—Pero ése no es mi caso.

—¿Quién te ha dicho que fuésemos a hablar sólo de ti?

—No quise dar a entender eso.

—Lo sé, pero ahí fuera, en el mundo, muchos no lo sabrán. Y depende de ti que te expreses de forma que evites malas interpretaciones. De todas formas, sí que a veces entras en conflicto con el sistema de enseñanza. No pienses que ignoro tus problemillas con algunos profesores, cuyos métodos no se adaptan adecuadamente a tu forma de aprendizaje.

Y es normal que no te sientas cómoda en estas asignaturas.

Dejé escapar una sonrisa. Por fin alguien me comprendía.

—Me veo obligado a interrumpir tu momento de fugaz felicidad para proseguir con lo que nos ocupa. “Desafían y retan lo convencional”. ¿Cuántas veces te has pasado de original en ciertas cosas? Lo bueno, en exceso, es igual de malo; deberías saberlo. “No se conforman con el criterio de autoridad como respuesta o con “siempre ha sido así”, lo que puede acarrearle conflictos con profesores, adultos y compañeros”. Y aquí es donde voy a detenerme de nuevo, pues considero que esos conflictos son importantes…—agaché la cabeza, avergonzada, esperando una reprimenda como la esperaría de cualquier otra persona, pero Destino no era ningún cualquiera—son tan importantes, que pueden marcar profundamente nuestra vida tanto para mal, como para bien.

Le miré. Eso sí que no lo esperaba.

—Casi nunca obtengo nada útil cuando me enfado con algún compañero. Y mucho menos con un profesor.

—Pues, por ponerte un ejemplo, fue uno de tus enfrentamientos con un profesor lo que me decidió a traerte [166]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

aquí, me convenció de que eras la persona indicada.

—Eso no voy a creérmelo.

—Pues deberías, porque te aseguro que es verdad.

—Pero si tú me conociste antes de que detectaran que tenía sobredotación.

—Ya, y esas características no son exclusivas de este año. Las has tenido durante toda tu vida. O, ¿acaso nunca antes tenías este tipo de conflictos?

—Pues...no tantos como ahora.

—Pero los tenías. Quizás menos que ahora porque, por algún motivo injustificado, muchos están especialmente dispuestos a discernir con tus ideas, pues no comparten, por ejemplo, la decisión que se tomó contigo de una adaptación escolar. Muchos, si de ellos hubiese dependido, no lo habrían permitido. Eso genera ciertas antipatías que debemos eliminar en la medida de lo posible.

—De todas formas, estoy intrigada. ¿Qué discusión fue esa? ¿Qué viste en mí que te pareció tan adecuado?

—Tu inconformismo. Tu forma de defender tus ideas frente a las que sabes que son erróneas. Pensé que no temerías a lo que la gente pensara de ti, pero últimamente me estás demostrando lo contrario.

—Creo que ya sé a qué discusión te refieres.

—¿La recuerdas?

—Yo nunca olvido.

—¿Eres vengativa?

—Vengativa no, rencorosa sí.

—No me gustaría ser tu enemigo.

Hubo una pequeña pausa. Quizás meditaba si debía decirme algo o si era preferible guardar silencio. Finalmente continuó.

—¿Te consideras una mala enemiga?

—Soy una amiga difícil, así que imagínate cuando estoy [167]

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en el bando contrario. Creo que soy una enemiga peligrosa.

—Y, por último...—dijo cambiando bruscamente de tema, porque quizás no estaba demasiado cómodo con éste, o no lo consideró apropiado para extenderse—“También son juguetones y revoltosos, pero manifiestan temor por las actividades con riesgo, pese a que les atraen”.

Yo sonreí.

—¿Te gustaría arriesgarte a algo?

—La verdad es que me da un poco de miedo. Aunque no sólo las actividades arriesgadas física o deportivamente hablando. También las ideas innovadoras.

—Cierto. Es un riesgo que muy pocos están dispuestos a correr.

—Yo muchas veces he pensado que no seré capaz de algunas cosas—confesé.

—Sí, es cierto que muchos como tú huyen de situaciones comprometidas. La opción fácil. Pero quien pueda aportar algo a cualquier campo, nunca debe quedarse su idea para sí mismo, eso es ser egoísta.

—Yo tengo algunas ideas, ideas que muy pocos compartirían, pero que son buenas, creo.

—Me alegro. Hay asuntos que necesitan una buena mejora, quizás puedas conseguir renovar un poco el ilógico conjunto de valores que predomina en el mundo.

—Eso es demasiado difícil para mí. A veces pienso que me crees capacitada para ciertas cosas que se escapan a mis posibilidades. Además, quizás contribuya a empeorarlo.

—Eso no lo sabremos hasta que pruebes. ¿Y temes que no te apoyen cuando reveles esas ideas?

—Posiblemente.

—Permíteme, en ese caso, un consejo. Aunque es más parecido a una orden—me guiñó un ojo, y continuó—. Nunca digas que no a algo por temor a que no salga bien. Si te [168]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

rindes, tienes el fracaso asegurado. Si te arriesgas, podrías fracasar igualmente...o acertar.

—El problema es que no sería fracasar igualmente. Sería más...humillante.

—¿Prefieres algo decepcionante a algo humillante? ¿Prefieres decepcionarte a ti misma a decepcionar a los demás?

Yo no viviría tranquilo si algo o alguien me estuviese impidiendo de cualquier forma mostrar mis ideas tal y como son, y aún menos si ese alguien fuese yo mismo.

Hubo una pausa significativa. En numerosas ocasiones, el silencio tiene el poder de llenar el espacio vacío de palabras con significados que éstas no podrían hacernos percibir.

—¿Y temes a alguna otra cosa?—continuó Destino—. ¿Has pensado alguna vez, por ejemplo, en escribir?

—¿Escribir un libro?

Asintió.

—No, yo no soy de letras.

—Esa es la excusa más pobre que he oído en mi vida.

Y, sinceramente, no me la esperaba de ti. ¿Tanto crees en la especialización? ¿Has dejado de creer en las personas completas?

—No es eso, es sólo que...para escribir hace falta una preparación y yo no la he recibido.

—Escribir no depende tanto de la forma como del contenido. Quien tenga una historia que contar, que escriba. No importa en absoluto que no haya memorizado todos los recursos literarios. Además, nunca es tarde para aprender, ¿no crees?

—Yo no voy a cambiarme a letras, si es a lo que te refieres. Me gustan los números, me gusta lo que hago. Y se me da bien, más o menos.

—¿A ti te gusta escribir? ¿Te gustaría escribir un libro alguna vez?

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—¿Por qué me preguntas eso?

—Responde.

—Pues... es una pregunta difícil. Supongo que sí. Podría gustarme.

—¿Y realmente crees que se te da tan mal que serías incapaz de hacerlo?

—Hay muy pocas cosas de las que me considere incapaz.

“Nunca digas nunca”, ¿no?

—Sí, esa frase es de una película. No recuerdo el título, pero me gustó.

—Se titula Quédate a mi lado. A mí también me gustó.

—¿Tú tienes ideas?

—Sí. Es casi lo único que puedo asegurarte que tengo.

—Entonces debes mostrarlas al mundo. No seas egoísta.

Y eso no significa que debas estudiar Filología Hispánica, en absoluto.

—Pero...¿y si hago el ridículo? Si no estoy suficientemente bien preparada, podría equivocarme.

—Si haces el ridículo, nos reiremos todos juntos. Si aciertas, aprenderemos todos. Y...si te equivocas, pues aprenderemos aún más.

—Bueno, eso no es algo que vaya a decidir hoy, ni aquí ni ahora. Ya lo veremos. De momento voy a dedicarme a sobrevivir en este instituto, en ese mundo, en mi vida. Creo que es más urgente.

—Espero que cambies de opinión, y me gustaría que te dieses cuenta de que estás equivocada lo más pronto posible.

Pero, como tendrás que decidir por ti misma, no me queda más remedio que esperar. Así que, me despido ya.

—¿Ya? Yo no quiero irme todavía. ¿Por qué no seguimos hablando?

—Porque tienes que volver para apagar el despertador, que empezará a sonar de un momento a otro. Anda, vete a [170]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

casa.

—¿Hasta cuándo? Por favor, no me dejes otra vez sin saberlo.

—Está bien, está bien. Creo que este fin de semana.

—¿Eso cuándo es?

—Ya lo veremos.

—¿El sábado Pero no llegué a oír su respuesta. Sentí que estaba de nuevo echada en mi cama. Cerré los ojos, porque todo me daba vueltas. Lo único que ocupaba mi mente era el deseo de apagar ese horrible despertador, que sonaba recordándome que debía volver a la vida real. Una vida donde sería mucho más difícil encontrar soluciones prácticas para los problemas que, aparentemente, tenían una solución teórica tan sencilla.

Una vida llena de obstáculos, de dificultades. Una vida llena de posibles ventajas y equivocaciones, tan cerca las primeras de las segundas que a veces eran imposibles de diferenciar entre sí.

Alargué el brazo hasta llegar al despertador y lo paré.

Estaba realmente destrozada: entre que acababa de levantarme, que tenía la impresión de no haber descansado lo suficiente, y que estaba un poco desconcertada por todo lo que había pasado en tan poco tiempo, debía presentar una imagen realmente lamentable.

Me vestí, hice la cama, me recogí el pelo y en media hora estaba lista. Ni siquiera desayuné, ya que no sólo no me apetecía, sino que no me encontraba con el ánimo que necesito para ponerme a comer algo. Así que, con todo el pesar del mundo, me puse el abrigo, me eché la mochila al hombro y salí a la calle para dirigirme hacia el instituto, hacia un día más, hacia otro fragmento mediocre de mi vida.

[171]

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11 Dediqué la tarde del jueves a escribir todo lo que podía recordar de nuestras conversaciones. Además de todo lo que habíamos hablado esa madrugada, también apunté algunas cosas de días anteriores que había olvidado en su momento.

Decidí llevar a cabo su consejo y perder un poco de mi tiempo para pensar, en vez de emplearlo en lo que los jóvenes de hoy en día solemos hacer: ver la televisión, jugar al ordenador, navegar por internet, dormir... Vida fácil. Mientras más fácil es la vida de una persona, más difícil es encontrarle un sentido satisfactorio y, por consiguiente, ser feliz. ¡Hay tantas cosas que se me escapan en el mundo!

Mientras más pienso en ello, más insignificante me siento ante los designios que mueven nuestras vidas, nuestra sociedad.

“Somos tantos...—escribí—y es tan difícil convivir y llegar a acuerdos que realmente nos beneficien a todos... Somos tal cantidad de personas diferentes, con distintas aspiraciones, con multitud de experiencias, con formas de pensar y de actuar tan personales, que resulta prácticamente imposible que logremos llevarnos bien si no dejamos de intentar cambiar a los demás, para que sean como nosotros queremos y, en cambio, nos aceptamos los unos a los otros. Si no nos ponemos en el lugar del otro, si no damos una segunda oportunidad, ni una tercera, ni una décima... Sin embargo, por desgracia para todos, los hay que no saben dar ni [172]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

siquiera una, una oportunidad; ya no dos, ni cinco, ni diez, sino una; y se atreven a negarla a cualquier otro por el simple hecho de que sea de otra raza, de otro país, de otra religión, de otra cultura. No entendemos lo que significa intercambiar. No comprendemos el significado de compartir, de ayudar, de conocer... Muchas personas ni siquiera saben que existe una cosa llamada RESPETO. Y reconozco que esas equivocaciones también las he tenido yo, y me avergüenzo de no haber intentado evitarlas desde el primer momento. No sería feliz en mi vida si no intentase, por cualquier medio, que las demás personas tuviesen la oportunidad de abrir sus mentes a la diversidad, a la vida; si no enseñara de la única forma que puedo, todo lo que he aprendido.

Muchas de estas cosas que me han enseñado, las he aprendido mediante el dolor...y la experiencia. Sé lo que es ser excluido, ser detestado por aquéllos que ni te conocen...

En definitiva, ahora sé que hay una esperanza, que el mundo puede mejorar, que todos podemos ayudar a conseguirlo. Sólo necesitamos aprender que somos nosotros mismos los que nos beneficiaremos de nuestras acciones, pues todo el mundo está conectado y el daño que le hacemos a los demás se lo hacemos al mundo entero, a todas y cada una de las personas que viven, vivieron y vivirán aquí, a todos los que nos ven y aprenden de nuestras acciones... Debemos aprender a reconocer nuestros fallos, para que otros no tengan que equivocarse en lo mismo que nosotros. Yo creo que el mundo tiene una solución, que puede mejorar, que puede solucionar del primero al último de sus problemas si permanece unido y lucha sin descanso por conseguirlo.

Por supuesto, esto no es más que una utopía. No obstante, yo intento aplicarla a mi vida. Intento no dañar a los demás, al igual que intento, por mi propio bien, no sentirme [173]

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mal si alguien me daña; intento pedir perdón y dar las gracias, todas las veces que sea necesario y aún en más ocasiones; intento aprender de mis errores, para no volver a cometerlos. Y, aun así, apenas he conseguido nada. No lograré nada si no consigo que otros muchos hagan lo mismo que yo. Pues es imposible que una sola persona cambie el mundo entero. No existen los héroes, sino que cada uno de nosotros tenemos un pequeño héroe en nuestro interior. Debemos unirnos. Espero que cuando el resto de las personas comprendan esto, aún no sea demasiado tarde”.

Sí, también debía añadir algunas de mis ideas propias, no sólo las que Destino me había sugerido. Seguro que así todo quedaría más completo y yo le encontraría más sentido y utilidad cada vez que lo leyese.

Me estaba gustando todo esto. Me sentía libre cuando escribía y me dedicaba a reflexionar. Hacía tiempo que no lo probaba. Había olvidado que existía esa sensación de libertad y, a la vez, de responsabilidad. Era el único caso en el que yo consideraba que estos dos términos podían unirse: al escribir.

“Como ya he dicho muchas veces—continué—, soy diferente. Lo sé, lo acepto y no creo que eso sea un impedimento para ser feliz. Lo único que podría cambiar respecto a otra persona es que yo tendré que buscar otra forma de alcanzar mi felicidad, otro camino que se adapte a mí, a mis particularidades, al igual que tendrán que hacer, supongo, todos los demás.

Destino me lo ha dejado muy claro en numerosas ocasiones (creo que en todas en las que ha tenido la oportunidad): ser diferente no es malo, ni es un castigo. Todos tenemos algo que nos diferencia. Lo que ocurre es que a algunos se les nota más que a otros. Pero todos somos especiales. ¿Qué hay de malo en que cada persona sea diferente? Creo que es [174]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

muy buena la variedad, el tener dónde elegir. ¡Qué aburrido sería todo si sólo existiese un modelo de persona! Somos diferentes, ¿y qué? ¡Mejor! La humanidad tiene la mala costumbre de querer compararlo todo y es lamentable; dos personas nunca deben compararse. Debemos cambiar eso de comparar por comprender, por conocer. Así conseguiremos mucho más”.

Yo, en determinados momentos de mi vida, he sido infeliz. Y esto se ha debido, sobre todo, a la extraña capacidad que tienen (o tenemos) las personas de hacer sentir mal a los demás. No obstante, el viernes, por primera vez en mi vida, conseguí no sentirme mal por un comentario digno de haber ignorado, sino que le busqué la parte positiva, por extraño que parezca eso en mí.

Estaba yo en el pasillo, enfadada. Me sentía mal por algunas cosas que me habían ocurrido ese día en clase y había decidido pasar un momento a solas, para no tener que estar aguantando dichos comentarios. Entonces pasó un profesor por allí y me preguntó qué me ocurría. Yo le respondí escupiendo la verdad: que estaba cansada, que me habían insultado, que no entendía los motivos por los que no me dejaban hacer mi vida sin inmiscuirse, que quería que los demás me aceptasen como una más y que no le diesen tanta importancia a que iba a su mismo curso habiendo nacido un año después. Él me dijo que era normal que ocurriesen esas cosas, que era el lado negativo de las medidas que se habían tomado conmigo.

—Pero, ¿por qué tiene que haber lado negativo? Yo estoy estupendamente en este curso. ¿Por qué no me dejan aprender, sin meterse en mi vida? Tengo unas necesidades educativas especiales, ¿qué hay de malo en responder a ellas adecuadamente? ¿No tengo el mismo derecho que el resto de [175]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

las personas a estar motivada, a estudiar ciertas cosas con un grado de dificultad adecuado a mi edad mental? ¿No pueden respetar mi decisión de dedicarme a algo que suponga un esfuerzo para mí, en vez de aburrirme? ¿No tengo el mismo derecho a ser tan feliz como los demás?

—Todo eso que dices está muy bien—respondió él—, pero esas cosas no deberías decidirlas tú, sino los profesionales. Y yo, como profesional de la educación, pienso que no es correcto lo que se ha hecho contigo, porque te está perjudicando socialmente.

—No me importa lo que piense. Es mi vida. Y, si me diesen a elegir ahora mismo entre volver atrás y cambiarlo todo o seguir, me quedaría aquí, en este pasillo, sola e infeliz, pero con mis derechos reconocidos y aceptados por la comunidad educativa. A los alumnos les cuesta aceptar esto, es difícil para todos, y estoy dispuesta a esperar lo que sea necesario, pero los profesores no deberían tener ese problema.

—Pues yo te digo que, si estuviese en mis manos, y no me importa que ahora lo malinterpretes y te caiga mal, yo no te habría adelantado de curso.

En ese momento, recordé una de las cosas que me había dicho Destino.

—¿Ah, sí? ¿Sabe qué? Casualmente, es gracias a usted que estoy aquí.

Me miró, incrédulo.

—No se preocupe, no esperaba que me entendiera.

Y, dejándolo con la palabra en la boca y con cara de quien ha olvidado en qué año vive, le di la espalda y me fui, muy decidida, hasta la puerta de mi clase, a la que entré con una sonrisa en los labios.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

12 El sábado fue un día muy extraño. Sentí la necesidad de estar sola. Me pasaba muy a menudo: de repente, quería ir a algún sitio donde no tuviese que hablar con nadie, donde no tuviese que responder ante nadie, donde fuese libre por media hora. Así que me fui a andar por el pueblo. Me dirigí a las afueras y seguí caminando por un sendero del campo. Una vez estuve lo bastante lejos, me senté a un lado del camino, quizás con la esperanza de que ese fuese el momento propicio para que Destino me hiciese ir a verlo.

Pero no ocurrió nada de eso. En cambio, pasó un hombre con unos perros y me amenazó diciéndome que, si no me iba de allí, llamaría a la policía. Me hizo gracia imaginarme a mi propio padre venir a por mí, ya que él trabaja en la comisaría.

Me levanté enseguida del suelo y me disculpé. Le dije que ignoraba que aquello fuese propiedad privada y, después de disculparme de nuevo con todo el respeto del que fui capaz, volví a casa.

Una vez allí, subí a la planta alta y me dispuse a darme una buena ducha, pues después de haberme sentado en el campo, la necesitaba. Sin embargo, no me daría la prisa suficiente ni siquiera para desvestirme, pues cuando tan sólo había dado un par de pasos en el cuarto de baño, todo lo que había alrededor se volvió aún más blanco, aún más brillante y aparecí de nuevo ante Destino.

—Puedes sentarte, si quieres—me dijo como bienvenida.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

—Está bien, te agradezco el ofrecimiento.

—¡Madre mía! ¡Cuántos progresos! ¡Pero si estás aprendiendo incluso modales!

—Muy gracioso—dije con sarcasmo.

—¿Tienes algo interesante que contarme? ¿O algún tema con el que quieras comenzar?

—No, la verdad es que no he pensado en nada.

—En ese caso, te propongo lo siguiente: dado que ésta será una de las últimas veces que nos veamos...

—¿Qué? ¿Ya hemos terminado el aprendizaje? ¿Tan pronto? ¡Pero si es ahora cuando estoy empezando a comprenderte!

—Aún no hemos acabado. Pero nos queda poco, muy poco. Me gustaría poder dedicarte más tiempo, mas tienes que estar preparada para la semana que viene. Eso quiere decir que debemos terminar entre hoy y mañana.

Me había quedado sin habla. ¿Cómo íbamos a terminar ya? ¡Si quedaban un montón de temas de los que quería hablar y aprender!

—Si hacemos eso que me estás proponiendo—dije al fin—, me temo que habrá un montón de cosas de las cuales no me habrás enseñado lo suficiente.

—Yo sólo te traje aquí para enseñarte las bases, para hacerte ver que debes enseñar la verdad que descubras y que tú misma tienes que utilizar también. Sin embargo, esa verdad tendrás que ir descubriéndola tú a lo largo de tu vida. Yo no puedo dártelo todo hecho. Así que sólo puedo aconsejarte una cosa: mantén tus ojos bien abiertos, intenta aprender de todo lo que veas en tu vida. ¿Me prometes que lo intentarás?

—¿Sin ti? ¿Sin tu ayuda?

—Sí, por ti misma. Pensando, poniéndote en el lugar de los demás, escuchando y observando, aprendiendo de los errores tanto tuyos como de cualquier persona...evolucionando.

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III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—Espera, ¿y cuál era ese trabajo que ibas a encargarme? ¿No vas a explicarme en qué consiste? ¿Qué es lo que tengo que hacer?

—De eso hablaremos mañana. Hoy debemos terminar otra cosa también importante: las características de los superdotados. No me gustaría que nos despidiésemos y dejar esto empezado. Pero, la verdad, no sabía que íbamos a tener tan poco tiempo, es que han adelantado el momento en que debes hacer tu trabajo y me ha cogido por sorpresa.

—¿Quién lo ha adelantado?

—Pues...las personas. ¿Quién si no?

—No entiendo nada.

—Mañana trataremos este tema. De momento, dediquémonos a terminar lo que tengo pensado para hoy. Por ejemplo, hay una cosa que creo que te puede ser útil saberla, ya que no permitiré que te equivoques en ese aspecto mientras estés haciendo lo que te encargaré mañana. Te cito: “la rápida comprensión que manifiestan en el aprendizaje, lleva a los alumnos con sobredotación intelectual a creer que se saben la lección porque la han entendido. Sin embargo, cuando se les pide que la expliquen pueden hacerlo peor que un niño medio que se esfuerza por atender y memorizar el tema y que recibe por ello la aprobación del profesor”. Esto es lo que temí en su momento que podría ocurrirte a ti. Por eso te pedí que escribieses todo lo que fueses recordando, porque, aunque tú lo hubieses entendido, es necesario tenerlo ahí, para que tu forma personal de ver el mundo, y por lo tanto de interpretarlo, no te hiciese caer en la equivocación.

—¿Y así obtendré tu aprobación?

—No es mi aprobación lo que debes buscar. Ni siquiera la de los demás, porque muchos no entenderán lo que intentarás decir, otros no te creerán, otros no te escucharán... No, lo que debes buscar es tu propia aprobación. Confío en ti, sé [179]

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que no lo darás por terminado hasta que no estés segura de que está, si no perfecto, al menos inmejorable por tu parte.

Eres perfeccionista y, debido a eso, perfecta para este trabajo para el que te estoy preparando.

—De acuerdo. Entonces, ya que tengo que esperar hasta mañana, porque te veo muy dispuesto a dejarme intrigada hoy, debemos darnos prisa si queda mucho por ver.

—Sí, de hecho es bastante. Así que, ¿empiezo?

—Cuando quieras.

—Disincronía interna: “El desarrollo intelectual es más precoz que el desarrollo motor. Aprende a leer con soltura antes que a escribir. Esta disincronía puede llevarle a un rechazo de la lectura, al no poder expresar por escrito el mundo que lleva dentro. Su capacidad de razonamiento va por delante de su capacidad verbal. Presentan disincronía entre la inteligencia y la afectividad. El rápido desarrollo de su inteligencia le permite captar información con fuerte carga emocional que no puede asumir normalmente porque el desarrollo emotivo sigue un ritmo más lento, próximo a su edad.

Acontecimientos como accidentes, acoso de compañeros o simplemente lecturas, producen desfases entre el procesamiento intelectivo y el afectivo, que puede desencadenar en miedo, angustia, huida, e intelectualización extrema de sus actos, aparentando una frialdad que no es sino máscara defensiva.

Aparece la racionalización como mecanismo de defensa”.

Hizo una pausa, como si creyera que unos segundos de silencio serían suficientes para que yo pudiese asimilar correctamente todo lo que había dicho.

—Esto está todo muy clarito. Seguro que lo has entendido perfectamente. Y ahora, lo único útil que vamos a sacar de este párrafo para ti: quítate tu máscara de una vez. Sal de la burbuja de cristal en la que te has incrustado tan decididamente, deja de aferrarte a la seguridad de tu mundo y [180]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

arriésgate a vivir, a equivocarte, a aprender de tus errores, a conocer a los demás. Muéstrale al mundo cómo eres realmente.

—No me aceptarán. Además, me gusta mi burbuja.

—Nunca sabrás si pudiste estar mejor hasta que lo intentes.

—Más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer—respondí.

—Eso es mentira.

—No comparto tu opinión.

—En el fondo sabes que llevo razón. Sólo estás un poco resentida por el hecho de que tendremos que despedirnos pronto. No creas que no lo sé: no estaba en tus planes que esto fuese a acabar algún día...

—Bueno...sabía que tendría que terminar en algún momento, pero no me lo esperaba ahora. Precisamente ahora que estaba empezando a aprender cosas de verdad, ahora que todo esto me estaba resultando verdaderamente útil.

—Claro, ahora que has aprendido a pensar por ti misma.

Ya he cumplido mi misión: concienciarte de lo que se está haciendo mal, de lo que necesita una mejora. Ya he terminado mi parte. Ahora es cuando te toca a ti. Sin ayuda de nadie. Aprender cosas es fácil, relativamente; lo difícil es aplicar lo que se aprende. Ya te dije una vez que te iba a tocar la peor parte.

—Supongo que llevo el letrero de: “Soy tonta, me toca el peor trabajo siempre” tatuado en la frente, ¿no?

—No, llevas “Soy capaz de cualquier cosa” escrito en la cara.

—Tienes una extraña habilidad para hacer comentarios que agradan a la gente, ¿verdad?

—Acabas de halagarme tú a mí.

—¿Acaso no me creías capaz?—bromeé.

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—Sí, por supuesto que sí. Y ahora te recuerdo que no es aconsejable que nos alejemos imprudentemente de lo que nos ocupa, que es...¿por dónde vamos? ¡Ah, sí! Ya es lo último de esta parte.

—¿Qué parte?

—La parte individual. Tu parte. ¡No me digas que no has percibido la diferencia! Todos estos días hemos estado trabajando de forma paralela: por un lado hablamos de ti, de qué te diferenciaba de los demás; y, por otro, de todas las personas, de qué las hace diferentes unas de otras. Hoy terminaremos la parte, digamos, más personal.

—No había caído en hacer esa separación.

—No importa, ya lo sabes. Así que, sin más distracciones, seguimos: estereotipos, tópicos y falsas creencias. Este es, con diferencia, el título más significativo que hemos visto hasta ahora. Dice así: “existe una falsa creencia de que los sobredotados son poco sociables. Esto se debe a la atracción que sienten estos niños por trabajar autónoma e individualmente durante largos periodos de tiempo”. ¿Tú eres poco sociable?

—Sí, estoy segura.

—Mentira. Te gusta estar sola y trabajar por tu cuenta.

No te gusta depender de nadie. Pero eso no significa que seas incapaz de relacionarte con las demás personas. Es una falsa creencia que tienes tú misma—se detuvo—. ¿No vas a replicar?

—No. —Extraño en ti. Por favor, dime que te he convencido.

—Casi—y solté una carcajada.

—¡Estoy feliz! ¡Lo he conseguido! ¡Lo he conseguido!— dijo Destino y reímos juntos.

Cuando dejó de reír, me miró serio y me dijo: —Te voy a echar de menos.

[182]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—¿Eso significa...que no volveremos a vernos...nunca?

—Te vigilaré muy de cerca, hasta que cumplas con lo que voy a pedirte. Una vez hayas realizado tu parte, dejaré que hagas tu vida tranquilamente. Sin embargo, ya lo dijiste en otra ocasión: Nunca digas nunca.

—Pues esta vez tengo que decirlo: nunca olvidaré esta experiencia, esta etapa de mi vida.

—Aquí te permito que lo digas. Y, si no te importa, y siento ser tan pesado y decir lo mismo tantas veces, seguimos con lo nuestro: “Hay sobredotados cuya multipotencialidad es muy alta y muy extensa, mientras otros destacan en un campo o talento particular, siendo mediocres en otros. Los sobredotados no tienen experiencia, con la dotación se nace, pero la dotación también se hace y es muy difícil para estos niños situarse adecuadamente en una escuela y en una sociedad pensada para el grupo medio. Precisan ayuda adecuada, como cualquier ser humano. Los sobredotados no tienen por qué ser engreídos, ni problemáticos, ni aburrirse, no, si la sociedad y la escuela les acoge, acepta y estimula”.

—Vaya parrafada.

—Sí, y ya ves lo que dice: es difícil para estas personas sentirse aceptadas.

—Cierto. Estoy completamente de acuerdo con todo lo que has dicho. Está muy bien eso de que intenten adaptarlos correctamente en la escuela y, por tanto, en la sociedad. Yo he tenido la oportunidad de que dicha adaptación se haya realizado conmigo y puedo decirte que es la mejor opción.

No la cambiaría por nada.

—Me alegro de que hayas aprendido a verlo de esa manera.

—Todo el mundo que necesite una educación especial debe recibirla.

—¿Y no sería eso diferenciarlos aún más dentro de la [183]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

escuela, entre compañeros?

—¿Por qué me preguntas tú eso? Por supuesto que no.

La igualdad no se basa en que todos tengamos lo mismo o hagamos lo mismo, sino en que todos tengamos lo que necesitemos según nuestras características y hagamos lo que podamos, también dependiendo de las mismas. Debemos ser iguales, “en las mismas circunstancias”. Yo tengo el mismo derecho que los demás a recibir una educación adaptada a mí, al igual que el proyecto oficial está adaptado a la mayoría.

Por eso, se deben permitir excepciones, para que todo el mundo encaje perfectamente y encuentre su sitio, sin tener que actuar ni que cambiar. La igualdad no consiste en que todos nos comportemos de la misma forma, sino en que, con nuestras diferencias, todos seamos igualmente respetados.

—Muy bien, Eleison. Eso es lo que quería oír hoy. Veo que mi esfuerzo está dando resultado. Has comprendido perfectamente la parte más difícil de todo lo que has venido a aprender aquí. Estoy orgulloso de ti No pude reprimir una sonrisa en mi interior. Me sentía completa, feliz, libre como nunca.

—Vamos—dije—, voy a ahorrarte el trabajo de volver a recordar que escasea el tiempo. ¿Queda mucho?

—No, apenas nada. Ya estamos acabando—cogió la carta que había soltado encima de la mesa y se la acercó, para leerla más cómodamente—. “Los sobredotados no tienen por qué ser líderes, a veces prefieren no destacar para evitar conflictos con los compañeros/as. Los sobredotados se dan cuenta cuando alguien pone a prueba sus capacidades para ver si “dan la talla”. Esto les hace sentirse discriminados y pueden reaccionar escondiendo su capacidad, ya que estos niños tienen miedo al fracaso y, cuando saben que se espera algo de ellos, reaccionan del modo contrario. Los niños sobredotados siguen siendo niños, no son adultos en cuerpos [184]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

menudos. Tienden a fijar más fácilmente la información negativa que reciben y que del mismo modo es más persistente en tanto que la información positiva cuesta más almacenarla y se modifica u olvida con mayor facilidad que la negativa”.

—Perdona que no te esté escuchando, pero ¿oyes esa voz?

—¿Qué voz?

—¿No la oyes? ¡Me está llamando!

—¿Acaso podría ser...? Déjame ir a ver. Ahora vuelvo.

Tardó un par de minutos, que se me hicieron eternos. Yo estaba allí, sentada, sola en un extraño mundo del que tenía que volver no sabía cuándo. Suspiré. No me gusta esperar y me hizo esperar bastante, teniendo en cuenta lo asustada que estaba. ¿De quién era esa voz que me llamaba por mi nombre verdadero? ¿Por qué se estaba oyendo en la habitación blanca? Es más, ¿por qué sólo yo podía oírla? Sabía que había oído esa voz antes, en algún lugar...

Todas estas preguntas quedaron sin necesidad de respuestas cuando Destino volvió y vi su cara. Parecía cansado, tal vez… ¿asustado?

—Te están llamando del otro lado. Te están llamando en casa. Es el psicólogo, tus padres deben haberlo llamado.

—Tengo que volver ya o me llevarán de nuevo al hospital.

—Seguramente vieron tu cuerpo en proceso de evasión, pero eso es sólo durante muy poco tiempo. No comprendo cómo ha podido llegar el psicólogo a tu casa a tiempo.

—Yo lo sé. Posiblemente lo llamaron cuando vieron que me había ido de casa. Se preocuparían, porque últimamente se preocupan por cualquier cosa.

—Debes volver inmediatamente. Escucha, tu cuerpo está en plena crisis, porque yo lo he ocupado para ver qué ocurría. Así que, cuando llegues, vete tranquilizando progresi[185]

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vamente y, esto es lo más importante, hazte la dormida, aparenta estar inconsciente, que no sepan qué ha ocurrido.

—De acuerdo. Entonces...adiós.

—Hasta mañana, Eleison. ¿Preparada? Llegó el momento. * Cuando sentí el frío suelo sobre el que estaba sentada en el cuarto de baño, supe que había llegado al lugar en el que debí de haber permanecido el tiempo suficiente como para que no se diesen cuenta de que estaba hablando con Destino.

Aún así, dudaba que nadie sospechase nada de eso. Pues, ¿a quién se le va a ocurrir una idea tan descabellada? Estaba segura de que a mis padres no, por suerte.

Había estado llorando. Lo sabía porque tenía la cara inundada en lágrimas. Quería averiguar si estaba sola o si había alguien allí, pero no abrí los ojos. Al poco tiempo, una voz volvió a llamarme. Me cogieron por el brazo, me levantaron del suelo y me llevaron a mi cama. Una vez allí, me acostaron y me apagaron la luz. Oí a mi padre subir las escaleras; con su inconfundible y singular ruido. Esa tarde tenía que estar trabajando, así que sospeché que mi madre lo había llamado al verme en plena crisis de ansiedad. Cuando llegó, preguntó si yo me había dormido.

—No creo—dijo el psicólogo—. Sin embargo, posiblemente se esté haciendo la dormida. Debemos dejarla, que descanse. Dadle la medicación en cuanto despierte.

—Pero si nunca se la quiere tomar—ésa era la voz de mi madre.

—Pues metédsela en un vaso de agua y ponédselo en la mesita de noche. Ya verás cómo cuando tenga sed y se lo beba, no se da ni cuenta.

—¿Qué ha pasado?—éste volvía a ser mi padre.

[186]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—Otra crisis—le contestó mi madre.

—Cuando subí y me la encontré, estaba riéndose, en el suelo. Y, luego, cuando empezamos a llamarla, se puso a llorar... Si es que no hay quien la entienda. ¡Anda que no he pasado miedo...! —Sentí lástima por mi hermana, por el susto que le había hecho pasar. Con un poco de suerte, ya encontraría la ocasión de explicárselo todo—. Estaba aquí, pero no estaba aquí. Es como si estuviese mirando a otra persona, riéndose con otra persona...

—¿Está usted seguro de que no es una esquizofrenia?— mi madre formuló la pregunta que yo sabía que estaba rondando por su cabeza desde la primera crisis.

—La niña no es esquizofrénica—comentó el especialista—, pero sí es posible que esté confundiendo la realidad...con otra cosa.

13 Dormí durante el resto del día, y también toda la noche.

Cuando amaneció en la mañana del domingo, no me levanté, sino que me hice la dormida. Así continué hasta que, cerca del mediodía, llegó mi madre y entró en mi habitación. Me preguntó si quería comer algo y le dije que no. No me apetecía ver a nadie, ni hablar con nadie, ni menos comer con la compañía de cuatro personas que no dejarían de observarme para comprobar que me encontraba bien. Así que le dije que me dejara sola y cerré los ojos, intentando volver [187]

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a dormir.

No importa que intentara engañarme, sabía perfectamente que no iba a conseguirlo. Dormir sólo era una escapatoria, una huida que no duraría más de unas horas. Era retrasar el hecho de mirarme al espejo y volver a encontrarme conmigo misma, sola, perdida...como había estado hasta ahora. Pasé la mañana del domingo llorando, ahogando el ruido de mis sollozos con mi almohada. No podía creerlo. Todo había acabado. Así, de repente, y punto. Yo había llegado a pensar que realmente todo esto iba a dar resultado, que conseguiría olvidar mi dolor, mis diferencias, el trato que recibía de los demás; pero ni siquiera había logrado aprender a darle menos importancia, no me había dado tiempo ni de eso. El proyecto que teníamos había fracasado: yo no había sacado nada en claro que realmente pudiera servirme para seguir adelante.

Nada. Y, sin embargo, sentía que perdería algo irreemplazable en mi vida cuando dichos encuentros finalizaran. Perdería la única ocasión que me había sido concedida para mejorar... ¿La habría desaprovechado? ¿Cuál era ése motivo tan importante por el cual todo tenía que acabar antes del lunes? No entendía nada. No quería que todo aquello me estuviese ocurriendo a mí. Realmente, llegué a creer que Destino me había aportado menos cosas buenas que malas. Primero, las crisis, el hecho de obligarme a participar en un proyecto que él había escogido para mí, sin contar en absoluto con mi opinión... Por otro lado, mi abandono, me rendí, y también todo el tiempo que estuve sufriendo, quizás como castigo o puede que como única forma de que me diese cuenta de que necesitaba la oportunidad que él me estaba brindando, no lo sé. Y, para terminar, la despedida. Se va y me deja así, sin más. Sin haber terminado de enseñarme nada por completo...

Al menos, tenía la esperanza de que ese domingo, cuando volviésemos a vernos otra vez, me explicase sus motivos, me [188]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

dijese cuál era mi parte del trabajo. Era gracioso, yo había aceptado cumplir con dicho trato sin saber qué iba a tener que hacer. Fue la primera vez en mi vida que me comprometía a hacer algo, ignorando por completo en qué consistía. Y no sé si espero o no que sea la última.

Tenía sed. Me levanté, cogí la botella de agua y me dirigí al cuarto de baño. El suelo estaba frío y yo iba descalza, así que intentaba apoyar los pies lo menos posible.

Cuando llegué, tiré todo el contenido por el lavabo: no necesitaba más medicación, ya había dormido bastante. La llené de agua limpia y bebí. Fue como respirar frío.

Después de aquello, regresé a mi habitación, cerré la puerta y me senté en la cama. No me apetecía dormir, no me apetecía nada. Me sentía defraudada. Destino me había decepcionado, todos me habían decepcionado... Y yo les había fallado a ellos, a cada uno de ellos, y me sentía fatal, tremendamente culpable.

Volví a llorar. Lloré durante un largo tiempo, no sé exactamente cuánto. Lo hice sin pensar en nada, sin ser consciente de qué hora era, ni de preocuparme si había alguien oyéndome o no. Apoyé la cabeza sobre mis rodillas y continué llorando.

Cuando paré, tenía la garganta seca y los ojos cansados de haberlos cerrado con tanta fuerza. Los abrí lentamente y me deslumbré durante un instante. Pensé que era debido a que se habían acostumbrado a la oscuridad. Pobre de mí.

Pronto me di cuenta de que no era por nada de eso, sino porque ya no estaba en casa, a oscuras, en mi habitación, sino que volvía a estar allí, en ese otro mundo, por última vez.

Con un tembloroso suspiro, me limpié lo que había quedado de mis lágrimas.

—Veo que no era un buen momento—oí que decía [189]

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alguien situado detrás de mí—, pero es el único que tenemos.

Caminó y se sentó justo delante de mí, mirándome.

—No le des tanta importancia a que no vayamos a volver a vernos. Siempre podrás recordarme. Siempre. Y lo más importante es que los dos podremos recordar lo que hemos aprendido aquí. Sí, los dos, porque yo también he aprendido algunas cosas de ti.

—Pues yo no creo que hayamos aprendido tanto. No lo suficiente.

—¿Cómo que no?

—Yo sólo sé que esperaba otras cosas, otras respuestas.

—Ya. Pensaste desde el primer momento que yo iba a darte una lista con una serie de normas para solucionar tus problemas y que sólo tendrías que memorizarlas. Pero te equivocaste, porque eso sería demasiado fácil. Tú eres quien tiene que averiguar esa lista, no yo. Yo no tengo la solución a los problemas del mundo. Es más, no existe ninguna solución. El mundo seguirá con los mismos problemas o con otros. La única opción que nos queda es aceptarlos. Y eso sí es lo que creo que he conseguido enseñarte: quién eres, por qué eres distinta y también qué significa ser diferente.

—Que no somos iguales.

—Eso es cierto, pero el mundo se equivoca en la forma de diferenciar a la gente. De hecho, se equivoca al seleccionar a qué persona va a diferenciar y a cuál no. Todos somos diferentes. No hay dos almas iguales y cada una tiene su lugar en el mundo. Puede aceptarlo o...ser infeliz. Pero lo que no debe ocurrir nunca es que alguien no acepte lo que le ha tocado ser, por el hecho de que se sienta humillado por los demás, porque no le dejen ser quien es, ni mostrarse tal y como le gustaría hacerlo. Las personas se complementan unas a otras y juntas forman una sociedad que puede ser mucho más rica y más justa si todos sus miembros se aceptan entre [190]

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sí, que si intentan comportarse del mismo modo, sin dejar lugar para el diferente. Cuando queremos que todos actúen como nosotros o que se parezcan a nosotros, estamos siendo egoístas. Lo que debemos hacer, en cambio, es aceptar al que no ve las cosas como el resto, intentar comprenderlo, ponernos en su lugar tantas veces como sea necesario...y, por supuesto, respetarle. Que el respeto sea lo último que se pierda, ése es el secreto para convivir.

—Pero...tengo tantas preguntas que me hubiese gustado hacerte y que ya no vas a poder responderme.

—Puedes responderte tú misma en mi lugar, pues te he enseñado lo suficiente como para que seas capaz de llegar a tus propias conclusiones.

—¿Y si me equivoco?

—En ese caso, acabarás dándote cuenta. Y, entonces, rectificarás.

—¿Vas a decirme cuál era el trabajo que querías que hiciera?

—No. Eso también tienes que averiguarlo tú.

—¿Qué? No entiendo nada.

—Vamos...piensa. Eres lista. Te darás cuenta enseguida, en cuanto llegue el momento. Entonces te darás cuenta de que debes contar todo lo que has visto, aprendido y oído aquí, porque es tu responsabilidad.

—Yo...aún tengo algunas cosas a las que quiero que respondas.

—Lo sé. Pero el tiempo se nos acaba. Y sólo voy a responderte a una pregunta que me hiciste el primer día y aún no había encontrado la mejor forma de decirte la verdad.

Yo no tenía ni idea de a qué se refería. Lo miré, esperando a que siguiera hablando, con la esperanza de poder entender algo cuando me dijera lo que quería decirme. Tardó un rato en continuar.

[191]

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—Voy a confesarte algo: ¿recuerdas cuando te pedí que no me preguntaras si era Dios?

—¿Lo eres?

—Supuse que te seguirías haciendo la misma pregunta. Y acerté. Te he hecho esperar porque no sabía si, en ese momento, cuando aún no me conocías, ibas a asimilar correctamente la respuesta, o si por el contrario harías justo lo que hiciste: huir.

—Me asusté, eso fue todo.

—Pues imagínate si te hubiese dicho lo que voy a decirte ahora: no soy Dios, Eleison, ni nada parecido. No soy el Destino, ni la Suerte, ni ninguna otra cosa de las que te dije que me llamaban. Aunque quizás la Conciencia sí sea el más parecido a mi verdadera naturaleza.

—¿Qué eres entonces?

—Soy algo en lo que todas las personas creen, pues todas creen en sí mismas, aunque algunas se olvidan y dejan de creer en ellos mismos para, de esa forma, dejar de ser felices. Soy algo común en todos y cada uno de vosotros, Eleison. Es difícil de entender y también de explicar. Soy como la verdad que todas las personas llevan dentro, sólo hay que saber encontrarla.

—¿Eso existe?

—Sí, y tú te estabas olvidando de mí, de pararte a escucharme de vez en cuando, y la única forma de llamar tu atención para que pensaras un poco antes de equivocarte y para que supieras de mi existencia era dando esa especie de...golpe de estado en tu mente. Soy una parte de ti. Por eso sé que no me equivoco cuando te digo que tú misma serás capaz de responder a tus nuevas preguntas, al igual que has sabido responderte a las que tenías hasta ahora. Tú descubriste, quizás por accidente, que tenías el poder de escucharte a ti misma. Ojalá muchos otros sean capaces de hacerlo también.

[192]

III Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—Pero...todo esto es real, estoy hablando contigo y...

—No es real.

—Yo pensé que no era un sueño.

—Y acertaste. Esto es...otra cosa.

14 Ya no recuerdo nada más de lo que pasó aquel día.

Cuando desperté eran más de las nueve. Bajé a la cocina y cené un poco. Tenía la mirada perdida. Comí sin ni siquiera ser consciente de lo que me llevaba a la boca y, al terminar, subí rápidamente para darme un buen baño. ¡Cómo lo necesitaba! Sería como renacer, empezar de nuevo.

Ahora era otra persona completamente distinta. Algunos lo llaman madurez...yo prefiero seguir llamándole Destino.

Jamás le olvidaría, ni olvidaría todo lo que habían aprendido de él. Me daba igual que me hubiese dicho que no existía, que sólo era una creación de mi subconsciente... Nunca dejaré de creer que fue algo más y nunca dejaré de sentirme especial por haberle conocido. Él me convirtió en otra persona, me enseñó a aprender de mí misma, a aceptar algunas cosas, y a intentar cambiar otras... En definitiva, me ha enseñado a caminar por la vida. *

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Al día siguiente, cuando sonó el despertador, me levanté rápidamente. Estaba nerviosa. Algo importante tenía que ocurrir ese lunes...

Me vestí lo más rápidamente que pude, hice la cama incluso mal, desayuné a una velocidad tan poco recomendable que casi me ahogo y salí para el colegio sin haberme peinado. Llegué más temprano de lo habitual. En realidad, para nada me sirvió, pues no ocurrió nada en los diez minutos que estuve esperando a que llegasen los demás. Era consciente de que seguramente no ocurriría nada especial justo al levantarme. Posiblemente ni siquiera tendría que ser en el colegio... La verdad es que no sabía ni cuál era la señal que estaba esperando. Quizás, con un poco de suerte, no tardaría mucho y así no tendría que estar todo el día nerviosa. * A primera hora tuvimos clase de Historia. Me senté y saqué mi libro de la mochila. La profesora empezó a explicar el tema que teníamos empezado. Yo estaba atenta a cualquier cosa que pudiese llamar mi atención, a algo extraño que me diese una pista de qué era eso tan importante que iba a ocurrir dicho día.

Cuando mis compañeras empezaban a hablar, yo les hacía gestos para que callasen, con la intención de no perderme ni una palabra de lo que se dijese en clase, pero sólo recibí respuestas del tipo: “¿A ti qué te ha picado hoy?”

A los veinte minutos ya estaba cansada. Y sabía que no iba a poder aguantar todo el día con semejante nivel de atención. Los ojos se cerraban solos del sueño que tenía y el proceso desamortizador ocurrido en España durante el siglo XIX no parecía ayudar mucho a mantenerme despierta.

Finalmente, cuando apenas faltaban cinco minutos para [194]

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que terminase la clase, la profesora buscó en el interior de su maletín y sacó un cartel grande, de color verde. Eso sí que era algo...llamativo, aunque no pensé que fuese nada de lo que debiese preocuparme, pues no era el tipo de señal que esperaba. Se lo dio al delegado para que lo colgase en la pared de la clase. Y, mientras éste la obedecía, dijo: —Aunque no seáis de letras, también podéis participar.

Así que os he traído un cartel con las bases, por si alguno está interesado—casi nadie pareció interesarse, pues la mayoría siguió con lo suyo; ella continuó—. Hay que escribir un relato, que trate sobre la tolerancia ante la diversidad racial, étnica o cultural, y que denuncie situaciones de desigualdad e intolerancia.

Sentí un brusco movimiento de sorpresa en mi interior. ¿Acaso podría ser eso lo que Destino esperaba que hiciera? ¿Que escribiese un relato de todo lo que me había ocurrido en estos últimos meses? La verdad es que todo parecía encajar: “Escribe, Eleison”; “Cuenta lo que has visto”; “Es tu responsabilidad…” ¿Debía escribir para que los demás también tuviesen la oportunidad que tuve yo de aprender lo que significa ser diferente? No necesitaba seguir pensando, estaba bastante claro qué era lo que tenía que hacer. Levanté la mano lentamente cuando la profesora preguntó quién estaba interesado en participar y dije: —Yo creo que sí voy a hacer el relato, si me queda tiempo—había también otras manos levantadas.

—¿Cómo que si te queda tiempo? ¡Tú eres voluntaria con pistola!—de repente se detuvo un momento antes de continuar—. ¡Qué te estoy amenazando! ¡Qué horror! No me hagas caso porque...¡hay que ver lo que pesa el aire!

Me reí. Me sentía feliz. Al menos mi parte del trabajo no iba a ser tan difícil. Era más o menos lo que me había [195]

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imaginado que sería. Puede que incluso yo tuviese que darle las gracias a Destino por haberme pedido que lo hiciera.

Hacía ya tiempo que me apetecía escribir... Nunca lo había dicho, pero a veces pienso que lo necesito.

No fue la única vez que oí hablar sobre el concurso de relatos ese día. Pensé que Destino se había asegurado de que no lo pasara por alto. En clase de Religión, el profesor volvió a repetir todo lo que ya nos había comentado la profesora de Historia. Cuando le dije que yo pensaba participar, me ofreció su ayuda enseguida: —Puedes hacerlo del tema de los mendigos, está muy al día...

—No se preocupe, profesor, ya tengo decidido el tema.

Muchas gracias de todas formas.

Y así salí de clase aquel día. * Esta es mi historia. La historia de una chica que lo tenía todo en el mundo, que no creía que cosas como la marginación pudiesen ocurrirle a ella misma. Tampoco pensaba que tuviesen solución. Es la historia de alguien que aprendió que se puede luchar contra los prejuicios sociales para cambiarlos, al igual que yo cambié los míos; que se puede ser feliz y que se puede aceptar a todos, ya sean iguales o no. Pues, ¿quién puede negar que soy, a la vez, diferente e igual que el resto del mundo? Soy distinta porque soy única y soy igual porque todos somos únicos. Todos merecemos ser tratados con el mismo respeto y tener las mismas oportunidades, seamos como seamos, vengamos de donde vengamos, hablemos el idioma que hablemos y tengamos los impedimentos que la vida nos haya impuesto a cada uno. Todos merecemos la aceptación. Esto es lo que tenemos que aprender.

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Ahora, que cada cual cumpla con su parte y actúe según su conciencia.

Yo he cumplido la mía: escribir la historia de una persona que aprendió que las cosas están ahí por culpa de todos y cada uno de nosotros, que las aceptamos, que consideramos imposible su solución; la historia de alguien que se dio cuenta de que para cambiar el mundo sólo hay que querer cambiar la perspectiva que cada persona tiene del mundo.

AGRADECIMIENTOS Doy las gracias...

A todo el equipo de EE.PP. SA.FA. Écija, en especial al Departamento de Orientación, por el apoyo y por la ayuda que me han prestado, así como por el buen trabajo que hacen con todos y cada uno de los alumnos con necesidades educativas especiales matriculados en dicho centro.

A los profesores: Mª Paz Martín Muñoz y Ceferino Aguilera Ochoa, por haberme sugerido la participación en el certamen y por haberme animado a que escribiese este relato.

A mi familia, por estar siempre ahí.

Y, en definitiva, a todas y cada una de las personas que luchan incondicionalmente por conseguir un mundo más justo para todos. Me gustaría que todos los niños y niñas con necesidades educativas especiales del mundo tuviesen las opor[197]

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tunidades que yo he tenido, tanto en educación como en adaptación social, para que así no haya nada que les impida ser tan felices como el resto de las personas.

Kyrie Eleison

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ÍNDICE PRESENTACIÓN: UNA DE BUCANEROS...

(Juan Jesús Aguilar Osuna)

07

MODALIDAD 1º y 2º E.S.O.:

GRITANDO EN SILENCIO (Ana Calderón Caro, 1º E.S.O.) ALMAS GEMELAS (Inés Mª Gálvez García, 2º E.S.O.)

17

29

MODALIDAD 3º y 4º E.S.O.:

DIARIO DE UNA PRINCESA (Beatriz Tirado Prada, 4º E.S.O.)

37

NO OLVIDEMOS NUESTRA HISTORIA (Sergio Jiménez Atenciano, 4º E.S.O.)

59

DIARIO DE UNA ALAMBRE (Ángela Bersabé de la Rosa, 3º E.S.O.)

71

MODALIDAD BACHILLERATO:

RECUERDOS DE PAPEL (Irene Alhama García, 2º Bachillerato)

89

MEMORIAS DE ELEISON 99 (Beatriz Domínguez Baena, 2º Bachillerato)

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