IV Certamen de Relatos El Mundo Esférico

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

IV CERTAMEN DE RELATOS

EL MUNDO ESFÉRICO

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO ÉCIJA, 2007

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© de los relatos, de los poemas y de la presentación: los autores. © de las ilustraciones de los relatos y de la que aparece en la presentación: José Luis Jiménez Sánchez-Malo.

Foto portada: Stonehenge.

Edita: I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA I.S.B.N.-13: 978-84-608-0719-3 Depósito Legal: SE-1538-08 Impresión y maquetación: Talleres Gráficos CODIAR Polígono Industrial La Campiña, parcela 29 (naves 1 y 2) 41400 - Écija (Sevilla)

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De izda. a dcha.: (arriba) José Ignacio González Herrera, Rafael Roldán Sánchez, Mª Antonia Álvarez Moya, Juan Jesús Aguilar Osuna, Tomás Gutiérrez Buenestado, Cristóbal Barea Romero; (abajo) Borja Alias Moyano, Ángela Álvarez Guerrero, Sara Álvarez Arenas, Cristina Fernández González, Paula González Delgado y Carmen Reina Gutiérrez.

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PRESENTACIÓN: PRESENTACIÓN: EL ANIMAL QUE CUENTA HISTORIAS… EL ANIMAL QUE CUENTA HISTORIAS…

¿Cuándo empieza la escritura de un relato? Cuando algo bulle en nuestro interior y necesitamos expulsarlo desesperadamente, empieza por compulsión. Después viene la calma, el sosiego que conduce a la reflexión; es el momento de considerar cómo articulamos la idea, cuáles son las técnicas más productivas, cómo establecemos la conexión con el lector.

Un relato es la transformación de una idea íntima en un hecho estético. Un buen relato pone en movimiento el pensamiento y los sentimientos del lector.

Silvia Adela Kohan.

Silvia Adela Kohan. Cómo Cómo escribir escribir relatos. relatos.

Vuelvo a saludarte, por cuarta vez, fiel seguidor de nuestro Certamen de Relatos El Mundo Esférico. Para comenzar, me he permitido la licencia de citar esta reflexión de Silvia Adela Kohan, donde, asociados a la producción de un relato, emplea conceptos como la ebullición y la compulsión, seguidos por la calma, el sosiego y la reflexión. También habla de ideas íntimas convertidas en hechos estéticos y de la siempre anhelada conexión entre escritor y lector. Todas estas ideas, estos tránsitos, estas maneras de actuar, les resultan más que familiares a aquellas personas que se enfrentan con asiduidad al reto de la producción literaria.

Y, como tendréis oportunidad de comprobar en este libro, no hablo únicamente de escritores profesionales. También hago alusión a escritores en ciernes, a jóvenes que quizá desconocían su talento y que encuentran

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en certámenes como éste la chispa que necesitaban para prender su inquietud literaria. De unos y de otros, de escritores experimentados y de escritores noveles, hablaremos en estas páginas, pero cada cosa a su debido tiempo.

Antes, por si acaso aún no conoces nuestro certamen—y entonces te saludo por primera vez—, me gustaría trazar un recorrido por las cuatro ediciones con las que ya cuenta. Pensando en cómo se gestó la idea de crear un concurso como éste en nuestro instituto, mis recuerdos reptaron hasta un día en que en una soporífera tarde de claustro de profesores se solicitaron propuestas para colaborar en el proyecto Escuela: Espacio de Paz, por entonces coordinado por nuestro compañero Manolo Parejo.

Se me ocurrió la posibilidad de iniciar un concurso literario entre nuestros jóvenes para ofrecerles una vía por la que encauzar sus sentimientos e inquietudes, una arena en la que lidiar con sus conflictos morales hasta conseguir ponerlos en orden, un espacio inventado que nos sirviese para fomentar en ellos el interés por la lectura y la escritura.

Tras esta primera iniciativa, quedaba buscar un nombre y un símbolo, un emblema que fuese asociado a nuestra actividad. Hojeando una biografía de Nicolás Copérnico—quien da nombre a nuestro centro—, me encontré con referencias a su obra La Revolución de las Esferas Celestes y con la expresión mundos esféricos. El binomio constituido por estos dos últimos términos me pareció bastante apropiado para ponerle nombre a un certamen que tendría como intención hacer meditar a nuestros alumnos acerca de la importancia de los valores humanos, convirtiéndoles en partícipes de la siempre necesaria denuncia de situaciones de intolerancia y discriminación de cualquier índole. Si de verdad consiguiésemos crear un mundo así—al menos en el mensaje final contenido en relatos que lanzásemos al mar de la esperanza encerrados en botellas—, si de verdad lográsemos limar las asperezas, las diferencias que nos rodean, y propusiésemos un mundo sin aristas, un mundo perfecto e igualador en su forma, ¿por qué no habríamos de llamarlo nuestro mundo esférico?

El escollo del nombre estaba salvado: “Certamen de Relatos El Mundo Esférico”. Ahora quedaba el símbolo que acompañase a nuestro concurso durante sus sucesivas convocatorias. Esta elección me resultó más [8]

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fácil, pues, siendo nuestro Departamento el de Inglés, no dudé un ápice en escoger Stonehenge, el coloso del Neolítico erigido en el condado de Wiltshire, al sur de Inglaterra, en un pasado envuelto en las tinieblas del mito, más de 5.000 años atrás. Nadie podrá negar que esa titánica circunferencia megalítica encierra un misterio, una magia que quizá no lleguemos a descifrar jamás, puede que sólo la intuyamos pero, indudablemente, se hace sentir. Hay quien defiende que Stonehenge era un observatorio de las constelaciones, algo parecido a un planisferio descomunal que explicaba los equinoccios, los diferentes ciclos de la luna, los movimientos periódicos de los astros; un instrumento con el que nuestros ancestros intentaban dar explicación a lo que en apariencia era inexplicable, a ese cielo estrellado que noche tras noche tenían sobre sus cabezas y que de alguna manera estaba estrechamente relacionado con la tierra que había a sus pies.

Quizá esa inquietud por entender lo que nos rodea, por querer mirar cara a cara a los secretos que nadie conoce, quizá esa cualidad humana que seguramente llevamos tallada en nuestro ADN sea un residuo de ese halo misterioso que tiene a Stonehenge como epicentro. Puede que ese mismo halo ácrono y de ensueño sea el que, sin saberlo, nos lleve a inventar historias, el que nos capacite para crear realidades con nuestras palabras, el que nos conduzca una y otra vez a esa noble práctica que hemos dado en llamar escribir.

Volviendo a nuestro certamen, una vez reunidos y conjugados los diferentes términos de la ecuación que iba resultando—Nicolás Copérnico, mundos esféricos, estrellas, Stonehenge, relatos, imaginación, escritura—, surgió no sólo el nombre, sino también el espíritu del “Certamen de Relatos El Mundo Esférico”.

El I y II Certamen de Relatos El Mundo Esférico tuvieron lugar en 2004 y 2005. En la primera ocasión contamos con 30 obras y en la segunda con más de 20. A priori pueden parecer pocas colaboraciones, pero, si tenemos en cuenta que por aquel entonces el concurso se circunscribía exclusivamente a nuestro centro, las cifras crecen de inmediato. No resulta fácil que, en un instituto que cuenta con unos 700 alumnos, una treintena de ellos se decidan a crear sus propios mundos [9]

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partiendo tan sólo de unas ideas plasmadas sobre un papel.

Si hay algo que haya caracterizado a nuestro certamen desde sus albores, ha sido el ánimo de superación, las ganas de crecer con cada nueva edición. De este modo, en el segundo año nos propusimos presentar un volumen donde se recogieran los relatos ganadores del primer concurso, y así fue y así ha continuado siendo desde entonces. En la III edición, de nuevo se pudo apreciar nuestra ambición por ir a más, puesto que decidimos abrir nuestras puertas a otros tres institutos de enseñanza secundaria para que participasen en nuestro certamen (EE.PP. SA.FA. de Écija, I.E.S. Pablo de Olavide de La Luisiana, e I.E.S. Colonial de Fuente Palmera). La recompensa por esta decisión aperturista fue la recepción de casi 50 relatos y la consiguiente variedad de perspectivas e inquietudes que nuestros alumnos nos ofrecieron.

Por fin llegamos a la IV edición del “Certamen de Relatos El Mundo Esférico”, la que ahora nos ocupa y en la que tampoco hemos dejado de crecer. Por una parte, hemos incluido en nuestra convocatoria a los dos centros de enseñanza secundaria de Écija que nos quedaban (San Fulgencio y Vélez de Guevara). En esta ocasión, hemos recibido un total de 39 relatos.

Por otra parte, hablando de crecimiento—y este salto es, sin duda, sensiblemente mayor que el anterior—, nada más entregar los premios del pasado certamen sugerí que podríamos crear una modalidad nacional con temática libre. Recuerdo que algunos compañeros vieron esta propuesta algo pretenciosa y aconsejaron un comienzo más modesto, provincial, como mucho regional. Sin embargo, hoy tenemos la prueba indiscutible de que nuestro certamen no se ha ahogado en su propia ambición, sino que puede que incluso nos hayamos quedado cortos empleando el término nacional.

Los relatos de esta nueva modalidad nacional fueron los primeros en ir llegando y tengo que agradecer a nuestros dos ordenanzas, Mariló Olmo y Rafael Caro, su peregrinaje diario a la oficina de Correos con el que nos fueron trayendo nada más y nada menos que un total de 116 relatos procedentes no sólo de todos los rincones de España, sino también de Argentina, Cuba, Perú, Inglaterra e incluso Canadá. Quizá el caso más curioso fuese el de un señor que me pidió autorización para participar vía internet, como también hicieran varios desde el extranje[10]

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ro. Se trataba de un peruano afincado en Canadá y que quería figurar como aspirante a premio en un certamen de relatos convocado por un instituto de enseñanza secundaria de Écija. No podemos negar que los que hablan de aldea global, o los que ya usaban la expresión más castiza que asegura que el mundo es un pañuelo, tienen algo de razón.

En esta modalidad nacional hicimos una primera criba, tras la cual quedaron 27 obras. Al final, tras nuevas lecturas, redujimos ese número a 6, aún a sabiendas de que teníamos que tomar una difícil decisión final que ofrecierá como resultado sólo dos relatos ganadores. A la sazón seleccionamos como primer premio “ADUYA”, de Sergio Parra Castillo, natural de Tarragona. El segundo premio fue para el relato titulado “El hombre que buscaba la lluvia”, de Pedro Uris Escolano, de Valencia.

“ADUYA” nos presenta la carta de un lexicógrafo amenazado de muerte. Este estudioso de las palabras ha diseñado un software llamado Copycatch, que sirve para el peritaje del vocabulario y de las frases coincidentes en los textos. El programa informático promete ser un gran avance para la Lingüística Forense, aunque antes decide ponerlo en práctica con una biblioteca de miles de incunables recién descubierta. Tras digitalizar los textos, el software de concordancias parece no funcionar bien, o el hallazgo de incunables ha sido un fraude, pues el programa adjudica la autoría de textos con siglos de diferencia a un mismo autor.

Con la idea de explicar este extraño fenómeno, aparecen, por un lado, la tribu bantú de los Arrapoigres y, por otro, los Näïkimlyìià, unos espectros que son musas de las fabulaciones de los Arrapoigres y que quieren acabar con la vida del narrador.

En “El hombre que buscaba la lluvia” conocemos a Nuria, una profesora que pide a sus alumnos que indaguen acerca de “la herencia entre generaciones. Entre la generación que ya ha cubierto el camino y la que ahora se dispone a comenzarlo”. Ante la negativa de una de sus alumnas a profundizar en su propia herencia, Nuria decide hacerse pasar por ella y, sin pensarlo, se encuentra buscando a un hombre a quien no conoce.

Tan sólo cuenta con un fragmento de la tarjeta de un hotel que le ha dado su alumna. En el hotel Nuria recibe el folio que el desconocido dejó allí, no para ella, sino para su alumna, con la fotocopia de un mapa del país en el que no aparece el nombre de ninguna población, pero que contiene una veintena de cruces. El relato nos narra el viaje de Nuria y su hallaz[11]

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go final.

A continuación de estos dos relatos ganadores en la modalidad nacional, este libro te regala unos poemas de Marcelino Fernández Piñón, conocido poeta, artista y humanista de nuestra ciudad, y de Vicente Mazón Morales y Tomás Gutiérrez Buenestado, ambos profesores y miembros de nuestro jurado. Les siguen poemas de Fernando del Pino Jiménez, profesor de nuestro centro, y un cuentilustración de nuestro dibujante José Luis Jiménez Sánchez-Malo, que con su arte—en esta ocasión sencillo, pero ebrio de mensaje—ha querido sintetizar los relatos ganadores en nuestro concurso. No te supondrá ningún esfuerzo, querido lector, reconocer la catadura poética y artística de aquéllos que me rodean. Por último, también se incluye un breve relato perpetrado por un servidor, que bien podría encajar dentro de la temática de implicación ética y moral que se les sugiere a nuestros alumnos en sus obras.

Efectuando la transición hacía los relatos pertenecientes a la vertiente de alumno, he de recordarte que este apartado está dividido en tres modalidades. Cada una de ellas cuenta con un primer y un segundo premio, seis en total. De manera completamente casual, la apertura de las plicas nos reveló un reparto de galardones bastante equitativo entre los diferentes centros invitados a concurso.

En la modalidad A premiamos dos relatos bien distintos, ambos escritos por alumnas de 1º de E.S.O. El primero nos presenta una historia donde se mezclan las figuras de Jack el Destripador y del Dr. Jekyll, o Mr Hyde. Conocemos a una mujer detective—poco usual en aquella época—que, junto a su compañero, investiga los asesinatos de varias prostitutas a manos de un desalmado que no deja de ser un contrincante muy inteligente. El otro relato de los alumnos más jóvenes tiene como eje vertebrador una historia de discriminación racial. Una narradora en primera persona nos habla de una niña de color, llamada África, que, recién llegada a nuestro país, conocerá todo tipo de rechazos. La situación de África cambiará cuando la propia narradora vea cómo su vida peligra en una excursión de su colegio a la playa y prácticamente resucite gracias al aliento vital que África le regala cuando, después de sacarla del agua, le hace el boca a boca.

En la modalidad B encontramos un relato que narra la experiencia vital de Clara, una niña brasileña, desde que quedó huérfana a los nueve [12]

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años y la hicieron esclava de una red de pederastas. Luego logra escapar embarcando hacia España y aquí es acogida en un orfanato que la dará en adopción a una familia cordobesa. A medida que pasan los años, entre Clara y unos de los hijos de esa familia surge un amor imposible, primero porque son hermanastros y segundo porque, para la sociedad que les rodea, ella es negra y él es blanco. Ambos hallan en la música y en el bello símil de las teclas bicolor de un piano el consuelo del amor que no pueden exteriorizar ante los demás. El otro relato de esta segunda modalidad destaca por la organización poliédrica de las perspectivas focalizadoras que lo componen. La visión que cinco chicos de un instituto presentan acerca de ciertos hechos que acaban cruzándose hasta entrelazarse en el espacio y en el tiempo deja de ser diferenciadora para hacerse complementaria. Así tenemos acceso a la mirada de discriminados y de discriminadores, de maltratados y de maltratadores, obteniendo una perspectiva mucho más amplia y enriquecedora.

Por último, en la modalidad C de Bachillerato escogimos dos relatos, de nuevo, muy dispares. Uno cuenta cómo Omar El-akab, hijo de Tuaregs del desierto, encuentra la manera de llegar a España en los bajos de un camión. En nuestro país, comienzo de la Europa prometida, se enamora de Laura, pero su relación no es bien vista por nadie, por lo que tendrán que luchar con su entorno para que finalmente sea aceptada. El segundo relato cuenta la historia de una chica anoréxica cuya vida se ha visto destrozada tras la muerte de su madre en un atentado terrorista. La joven escribe cartas a su madre explicándole lo mal que lo está pasando, el sinsentido de su vida, hasta que toma la trágica decisión de acompañar a su progenitora adondequiera que ésta se encuentre.

Llegados a este punto, tras haber realizado una semblanza de la trayectoria de nuestro certamen durante sus cuatro años de existencia y después de haber esbozado la trama de los relatos que te dispones a leer, sólo me queda por afirmar una vez más que este certamen y este libro lo hemos sacado a la luz, literalmente, “por amor al arte”. Al arte contenido en las palabras, al arte ancestral de contar historias, de reconstruir mundos que tan sólo existían en nuestras mentes, de recrear sensaciones e imágenes que pueblan los sueños más dulces y las pesadillas más ate-

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rradoras.

Al igual que hice para dar comienzo a esta presentación, la cerraré con una cita, en esta ocasión formulada por Gabriel García Márquez en Cómo se escribe un cuento. Se trata de una pregunta retórica que vuelve a dejar clara la inquietud que el ser humano siente por contar historias, y cómo para algunos se convierte en una verdadera necesidad. ¿Qué clase de misterio es ése que hace que el simple deseo de contar convierta queel simple ¿Quéhistorias clase desemisterio es en éseuna quepasión, hace que un ser humano capaz de morir por ella,en morir de deseo desea contar historias se convierta una pasión, que hambre, un fríoser o lohumano que sea,sea concapaz tal dede hacer unapor cosa quemorir de morir ella, no se puede tocar;frío que al que fin ysea, al cabo, si de bien se mira, hambre, o lo con tal hacer una cosa que no sirve no para senada? puede tocar; que al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?

En su novela El País del Agua, el autor británico Graham Swift define al hombre como “el animal que cuenta historias”. También asegura que, mientras no nos falten esas historias, mientras no perdamos la curiosidad por conocer el mundo que nos rodea, mientras sintamos ganas de darle una explicación, todo marchará bien. Con nuestro Certamen de Relatos El Mundo Esférico queremos aportar nuestro grano de arena para que nunca dejemos de ser hombres y mujeres, para que nunca demos de lado a ese don que un día nos regalaron. Ojalá que nunca dejemos de ser esos nobles animales que cuentan historias.

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AGRADECIMIENTOS Al Jurado que me ha acompañado en este IV Certamen de Relatos El Mundo Esférico: Inma Gómez, Mª Antonia Álvarez, Ángela Álvarez, Rafael Roldán, Tomás Gutiérrez y Cristóbal Barea. Sé que tuvisteis mucho que leer, que os estresé en más de una ocasión, pero también es verdad que nos lo pasamos genial.

A Fernando Ramírez, como cada año, por solucionar muchos de los imperativos pecuniarios necesarios para que esta actividad siga adelante.

A José Luis Jiménez, por ilustrar los relatos de este libro con la magia de su lápiz.

A Marcelino Fernández, a Vicente Mazón, a Tomás Gutiérrez y a Fernando del Pino, por compartir con nosotros las líneas que le arrebatáis a Erato con delicada insistencia.

Gracias a Manolo Parejo, por animar a los alumnos de 4º un año más.

No sé lo que les das, Manolo, pero acabas saliéndote con la tuya y los haces escribir.

A Eurosemillas, a EPRO-2, a Cajasol y al C.E.P. Osuna-Écija, por la indispensable labor de mecenazgo que tanta falta le hace a la cultura en nuestros días.

A Rafael Caro y a Mariló Olmo, por los paseos que dieron a Correos y por su paciencia cada vez que les preguntaba si habían llegado relatos nacionales.

A Codiar, por regalarnos un año más los diplomas para nuestros ganadores.

A aquellos compañeros del I.E.S. Nicolás Copérnico y de otros centros que saben apreciar el esfuerzo y la dedicación que se derrochan para sacar adelante este certamen.

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Pero, sobre todo, gracias a los alumnos que han participado en el certamen y a los escritores de la modalidad nacional (entre los que nos hemos encontrado con un par de ex-alumnas, algo que nos llena de orgullo y esperanza). Si de alguien depende que este certamen siga vivo, es de todos los escritores que concursáis con vuestros relatos. Sin vuestras obras, por descomunal que fuese nuestro empeño, esta empresa nunca saldría adelante.

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MODALIDAD NACIONAL

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ADUYA Primer Premio SERGIO PARRA CASTILLO (Tarragona)

Sergio Parra Castillo nació en Barcelona en 1978 y actualmente reside en Segur de Calafell (Tarragona). Estudió Derecho y Filosofía en la Universidad de Barcelona y es informático.

Como escritor, tiene publicadas las novelas La Granja de Dios (Pc Actual, 2001), Frío (Septem Ediciones, 2005), Bitis tm (Mundo Imaginario, 2005) Jitanjáfora (Albemuth Internacional, 2006) La moleskine (Nostromo, 2006) y Tanatomanía (Espiral Ciencia Ficción, 2007). También publica, por entregas, la primera novela podcast en español, Las gafas de Platón, desde su blog www.sergioparra.com.

Entre sus galardones, destacan la mención del Premio UPC de Novela Corta (1999) por What Hath God Wrought, el primer premio del XIV Certamen del Literatura Ategua (2003) por Frío, o el del V Certamen Nacional de Narrativa Caja Castilla La Mancha “Valentín García Yebra” (2006) por La moleskine.

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Estimado señor Wilhem Kessler, Esu nu ojepse.

Esu nu ojepse.

Use un espejo.

Así.

Espero que pueda usted leerme, señor Kessler. Ellos no lo descubrirán fácilmente, en el fondo su superioridad no está cimentada en el ingenio; por esa razón, presumo, se alimentan del ingenio ajeno.

Tengo por evidente que esta misiva le resultará, cuando menos, insólita tanto en el contenido como en la forma, semejando esta última, si me permite la pedantería, un bustrófedon. Y si comprueba la hora intempestiva a la que fue enviada, más aún. Pero todo tiene una explicación.

Tenga paciencia y suspenda por un momento su juicio y su escepticismo.

Ellos me acaban de amenazar de muerte, por eso estoy despierto a las cuatro de la mañana. Cuando esté usted leyendo estas líneas, sentado en su confortable cátedra de Semiótica de la Universidad de Friburgo, desayunando su acostumbrado café negro vienés y su laugenbrezel, yo, probablemente, estaré muerto. Así que, en recuerdo de todo lo que vivimos juntos, continúe desayunando, pero también eunitnoc emodnéyel, por favor. No tome ninguna medida hasta que concluya la lectura de este mensaje. No me telefonee al despacho, no acuda a la policía…ya estoy condenado, aunque siga tocando como una orquesta en un barco que se hunde. No se barrene la sien con el dedo índice, como suele usted hacer. Aguarde y lea, tenga la bondad. Es de vital importancia que mi descubrimiento sea revelado, y usted ha sido el escogido para ello. Enhorabuena, señor Kessler.

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Supongo que recordará mi conferencia de Lingüística Forense en Berlín. Yo, qué duda cabe, guardo un grato recuerdo de sus intervenciones en el turno de ruegos y preguntas: se me reveló usted como un individuo avispado y nada apoltronado en la confortabilidad de su cátedra, algo tristemente infrecuente entre los docentes de su condición. Intuyo que usted también percibió algo diferente en mí, y de resultas de todo ello transcurrió una de las semanas más edificantes que atesoro en mi memoria. Enseguida se trabó un grado inusual de complicidad entre nosotros cuando le revelé mi secreta vocación de lexicógrafo y, ambos, al unísono, sacamos a colación la acepción de la entrada del diccionario Johnson: «esclavo inofensivo que ocupa su tiempo en desvelar los orígenes de las palabras y detallar su significado». También estallamos al unísono en carcajadas. ¿Lo recuerda? Pero no es la misión de este escrito la de airear nuestras intimidades de alcoba, y mucho menos pretende ser una de esas declaraciones amorosas que usted tanto desdeña.

Nuestra relación continuará siendo discreta y nunca perderá la deferencia y las formas protocolarias, pierda usted el cuidado. Si abro mi carta con este preámbulo perogrullesco y algo melindroso, se lo admito, es porque voy a morir en pocas horas. Y porque estoy muerto (valga la redundancia) de miedo. (Es asombrosa la capacidad de ironía de la mente humana incluso ante las expectativas más fúnebres, pues estoy sonriendo como seguro que también usted lo está haciendo con mi ocurrencia).

Pero vayamos al meollo de la cuestión, señor Kessler, pues el tictaqueo del reloj es inexorable. En primer lugar, trataré de situarle.

Como recordará, en Berlín presenté la última versión del software CopyCatch, implementando el módulo Gold y el Barracuda 2.0, cuyas funciones de peritaje del vocabulario y las frases coincidentes, así como de los cotejadores de los corpus lingüísticos y la detección del idiolecto, asombró a la concurrencia. Las herramientas de los lingüistas forenses iban a dar una zancada evolutiva gracias a CopyCatch. Y, una vez volcado a la Red, todos los asistentes llegaron unánimes a idéntica conclusión: una práctica tan aislada y poco cohesionada metodológicamente como era la Lingüística Forense saltaría a la primera plana como la nueva disciplina del siglo veintiuno. Esclarecimientos de autoría, como en notas de suicidio, extorsión y plagios, análisis de firmas, identificación de hablantes de una variedad lingüística determinada, exégesis literarias [21]

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más exhaustivas. Y todo ello con un margen de error despreciable. Por primera vez en la historia, contaríamos con la potencia de cálculo de fabulosos ordenadores a fin de detectar los sutiles restos que se dejan al hablar o escribir, y así determinar al autor de un soneto o el de una lista de la compra. Un peritaje perfecto que será decisivo en casos judiciales de toda índole. Los representantes de diversas entidades de gestión de derechos de autor ya se frotaban las manos: los plagiarios serían atrapados uno a uno.

Sin embargo, pasando por alto las suculentas inversiones de varios organismos, mi visión de CopyCatch era más poética que pragmática o crematística. Me parece fantástico que se lleve a los tribunales a un chantajista cuyas marcas de idiolecto y el uso redundante del pronombre en primera persona y el relativo compuesto le han delatado ante el ojo escrutador de la aplicación CopyCatch. No obstante, y debido a las servidumbres de mi disciplina, me resulta más interesante la luz que dicho software pueda arrojar al mundo de las letras antes que todas las pruebas periciales del mundo.

Y, en la medida que tales cosas se puedan determinar, supongo que ese interés acabó por convertirme en un reo de muerte.

Bien, ese interés y, también, qué duda cabe, la conferencia del doctor Marcus Turrell y su colega arqueólogo Jaime Sabater acerca del descubrimiento de más de trece mil textos que se creían perdidos. Todos en un estado de conservación óptimo gracias a los cuidados del barón Milo Montgomery, bibliófilo confeso y protagonista, en consecuencia, del más importante caso de saqueo de libros jamás documentado. ¿Recuerda las fotografías de su sótano atestado de incunables? Semejaba una suerte de Biblioteca de Alejandría condenada a la oscuridad y el olvido. Volúmenes que creíamos desaparecidos de resultas de incendios, huracanes, inundaciones, terremotos o guerras. Volúmenes que suponíamos disueltos en sí mismos debido a la presencia de ácidos nocivos en su papel. Volúmenes, cómo no, que sospechábamos que fueron víctimas de la eugenesia de hombres que no soportaron su contenidos, bibliocastas, asesinos como Descartes, Hume o Nabokov.

Como muy bien manifestaba Milton en su Aeropagitica: «Quien mata a un hombre mata una criatura razonable, imagen de Dios; pero quien destruye un buen libro, mata la razón misma, mata la imagen de Dios».

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Ambos, usted y yo, suscribimos la sentencia del bueno de Milton, ¿no es cierto?

Pues bien, fallecido el barón Montgomery y descubierto el botín, gracias a una de esas piruetas que en ocasiones nos reserva el azar, al doctor Turrell y yo se nos iluminó el semblante ante idéntico pensamiento: nada mejor que la nueva versión de CopyCatch para asegurar la autoría de aquellas obras recién recuperadas.

Aún recuerdo, herr Kessler, su expresión de profunda envidia, casi infantil, cuando me ofrecieron la oportunidad de bucear en aquel vergel ignoto.

A los dos meses, tres filósofos, un informático, Turrell y un servidor, volamos hasta Edimburgo. Paisajes edénicos, lagos de mercurio, un caserón de ensueño con trazas de castillo de cuento de hadas, el concierto en un mismo lugar de algunas de las mentes más brillantes del planeta.

(Sólo faltaba usted, señor Kessler, ya conoce mi decepción al denegarse su participación en el proyecto). Pero todas aquellas chucherías estéticas e intelectuales, irresistibles para cualquier criatura mínimamente cultivada, palidecían frente al tesoro que nos aguardaba en los sótanos de la mansión Montgomery. Sin atender a nada más, inmunes a las distracciones mundanas, asistíamos con fervor casi religioso a la operación de embalaje y transporte de aquellos libros. Más de una docena de hombres trabajaron día y noche en trasladar todo aquel material hasta los laboratorios de Caltech, en California. La monumental actividad se desarrolló con el mismo tempo que en una colonia de hormigas se reubican las provisiones. Y créame si le digo que en ningún momento perdimos de vista aquellos libros, como si en nuestro fuero interno sospecháramos que se volatizarían al más mínimo descuido.

El catálogo era abrumador, mareante, una broma de la literatura universal. Allí se hallaban desde las más de ochocientas obras del período helenístico que referencia Die Fragmente der griechischen Historiker hasta el códice de la única edición manuscrita del Beowulf (sí, el que se creía pasto de las llamas en el incendio de la colección de sir Robert Bruce Cotton), pasando por Píndaro, Prátinas de Fliunte, las comedias de Aristófanes, las tragedias de Eurípides, el tratado impío Christianismi Restitutio, de Miguel Servet, o la edición de Splendor Solis de 1532, de Solomon Tresmosin. Una maravilla, un prodigio. El barón Montgomery [23]

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había resucitado del holocausto a miles de cerebros, aunque los hubiera mantenido en sus dominios bajo el sello de siete llaves.

Con el sumo cuidado y reverencia que se profesan a las especies en peligro de extinción, todas aquellas obras fueron digitalizadas y puestas bajo el escrutinio hermenéutico de CopyCatch y las versiones experimentales de los módulos Gold y Barracuda 2.0, delectándonos con cada página nueva que regresaba a la Cultura, así, con enfática mayúscula.

Y entonces surgieron las primeras sorpresas. Luego, llegaron en tropel las decepciones. Cotejamos los textos tres y cuatro veces y el resultado siempre fue igualmente desesperanzador. No cabían más conclusiones: o el software de concordancias no era capaz de cumplir su cometido con la eficacia que le suponíamos o el hallazgo arqueológico, casi en su conjunto, era un fraude. Puntualizo con un casi porque seis de las 13.197 obras registradas sí fueron dubitadas por CopyCatch. Pero sólo seis: una barbaridad en la trayectoria de cualquier filólogo, bien que insuficiente para quien ya se había imaginado reconstruyendo el fondo bibliográfico de cuatro mil años de historia. Seis granos de trigo eran una minucia para quien ya había contemplado infinitos campos de trigal.

—Bien, tampoco debemos despreciar nuestra suerte—me dijo el señor Turrell en tono optimista—. Recuerde la paradoja de la sorites o paradoja del montón de los filósofos megáricos: supongamos que tenemos un montón de mil granos de trigo. Si apartamos los granos uno a uno, ¿en qué punto cesa de ser un montón? Pues apliquemos el cuento a lo que nos atañe.

Pero aquellas filosofías no me consolaban. Además, algo no encajaba.

El barón Montgomery no había sido un sencillo diletante o un fetichista de los objetos raros y exclusivos, era algo más. Fue profesor de Latín en la Sorbona, escribió numerosos ensayos, mantuvo relaciones epistolares con pensadores y eruditos de la talla de Jean Paul Sartre. No me tragaba que un hombre instruido como él hubiera sido estafado en tal cantidad de obras artísticas. Debió invertir fortunas, de buen seguro fue asesorado clandestinamente por expertos en la materia. El barón Montgomery no era un bibliófilo en el sentido patológico del término, lo era en el intelectual. Una patología intelectual, si me apura, pero intelectual al fin y al cabo.

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Comencé, entonces, a emplear toda la potencia informática que tenía al abasto para interrelacionar más obras. Quedé asombrado cuando, por ejemplo, CopyCatch determinó que una obra de Sófocles pertenecía a Sófocles, tal y como lo atestiguaban los fragmentos que la historia había conservado para nosotros, pero también pertenecía a otros autores.

Coetáneos y no coetáneos. También inverosímil se me antojó el dictamen de CopyCatch cuando establecía la autoría de textos con siglos de diferencia a un mismo personaje. ¿Había enloquecido aquel artefacto?

Suspicaz, realicé probaturas que nadie antes había intentado, olvidándome por el momento de aquellas obras recientemente desenterradas. Fui escogiendo novelas clásicas al azar cuya autoría era incuestionable. Primero de la Generación del 68. Luego, de la Edad Media. Más tarde, sin ton ni son, fui haciendo comparaciones con escritos ingleses, italianos y hasta asiáticos, oscilando caprichosamente en las épocas, escogiendo a los autores al tuntún, agitando la coctelera como un barman advenedizo que ignora la conveniencia de mezclar ciertos ingredientes. Y al verter CopyCatch sus resultados, el combinado no podía ser más heterodoxo: en base a sus cálculos, a la mayoría de autores de la literatura universal se les atribuían obras que no les pertenecían.

Más aún: algunos autores, como Séneca o Dante, habían vivido, a la luz de los datos, más de dos mil años, y habían publicado con otros nombres, con pseudónimos que coincidían con los nombres de otros autores célebres. Un batiburrillo de identidades y autorías que no tenía ningún sentido.

Aquel descubrimiento me pareció demasiado absurdo como para tenerlo en cuenta. Como usted mismo estará pensando, yo también concluí que CopyCatch, sencillamente, se había vuelto loco. Pero no es así, señor Kessler. Y se lo voy a demostrar.

Bien porque soy de naturaleza obstinado o porque los secretos filológicos siempre han despertado mi curiosidad, le di un voto de confianza a aquel peritaje imposible y empecé a pasarlo por el tamiz de diversas teorías, a cada cual más rocambolesca. ¿El inconsciente colectivo? ¿Las musas eran algo más que representaciones poéticas de la inspiración? ¿Los memes de Dawkins? ¿Una logia secreta cuyos integrantes eran artistas de todos los tiempos bajo los efectos de algún elixir de la eterna juventud? Hasta que me di de bruces contra la tribu [25]

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bantú de los Arrapoigres.

No pretendo presentarle ahora un matrimonio morganático entre ciencia y esoterismo, nada más lejos de mi intención. Mi propuesta está firmemente avalada por las pruebas filológicas. Así que abra su mente.

Habida cuenta de los disparatados resultados de CopyCatch, los textos incautados al barón Montgomery pasaron a manos de filólogos y exegetas. El proyecto CopyCatch fue suspendido. Muchos se quedaron en Caltech para no perder de vista aquel tesoro de pulpa de árbol con algunas manchas de tinta. Yo regresé a mi casa de campo en el lago Ammersee.

Y fue allí, una tarde de agosto, mientras principiaba un libro sobre leyendas de la tradición oral, cuando le encontré sentido a todo. Una mosca golpeaba obcecadamente contra el cristal de la ventana, se me habían formado rodales de sudor bajo las axilas, la noche ya se cernía sobre la casa y me daba cuenta de que no había probado bocado en toda la jornada. Supongo que el ayuno y la falta de descanso fueron determinantes para acceder a aquel estado febril en el que me hallaba.

Me sentía como un médium de la palabra escrita, y en una sesión de espiritismo estaba poniéndome en contacto con los autores muertos de la historia. La soledad y el retiro casi monacal en aquella casa alejada de la civilización, hizo el resto. Con los ojos ardientes de comprensión, decidí ponerme a investigar por mi cuenta y riesgo acerca de Ellos.

A pesar de haber consagrado mi vida a la lectura y a la adquisición de conocimiento, por extraño que le parezca, herr Kessler, fue la primera y única vez que leí sobre Ellos.

Reproducción de formas orales en África, de Sigfrido Ernetti, narraba cómo la tribu de los Arrapoigres se comunicaban en una lengua derivada del kivunjo que se había desarrollado sin apenas influencias externas, y cuya complejidad parecía asombrosa parangonada con las lenguas más habituales. Tanto es así que, por ejemplo, cada uno de sus verbos poseía más de treinta millones de formas. En comparación con el inglés, que sólo posee cuatro formas verbales, o el italiano y el español, cuya cifra se eleva a cincuenta, aquel dialecto kuvinjo semejaba un reloj suizo por su precisión de metrónomo y su complejidad de arabesco. Incluso el turco (con dos millones de formas verbales), u otras lenguas eminentemente enrevesadas, como el apache o el esquimal, parecían [26]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

simples juegos infantiles.

Aquella tribu bantú acostumbraba a reunirse cada noche entorno al fuego para explicar historias, empleando para ello aquella complicadísima ingeniería lingüística capaz de tachonar de matices cualquier descripción. La regla fundamental consistía en fabular, soltar las anclas que les aferraban a la realidad. En sus narraciones orales nadie pedía explicaciones si el protagonista contaba con dos cabezas o era capaz de orinar pétalos de flor. Aquel dialecto del kuvinjo favorecía la fantasía o el dislate puro, gracias a que enriquecía cualquier objeto, hecho o sentimiento anodino hasta niveles que la propia realidad era incapaz de alcanzar. En sus historias, los niños no lloraban sin más. Más bien exprimían tristeza, la licuaban por un determinado motivo (expresado en la misma forma verbal), vaciándose de esta tristeza que, por un remedo de ósmosis, se traspasaba oblicuamente (según el grado de empatía, consanguinidad y nepotismo) a sus semejantes, pues ellos también participaban de esa tristeza en tanto en cuanto la contemplaban; y si otro también lloraba, entonces el proceso se reanudaba. Creían los Arrapoigres que un hombre triste, en teoría y bajo las condicionas apropiadas, era capaz de entristecer al mundo, con lo cual se entraría en un nudo gordiano de funestas consecuencias. Quizá la extinción del hombre. Lo mismo ocurría con la alegría, o cualquier otra manifestación del alma.

Aquel pueblo se comunicaba entre sí como si sus integrantes fueran personajes de Lewis Carroll.

Para más inri, aquellas representaciones teatrales en las que participaban todos sin excepción, adultos y niños, se reforzaban con férreas liturgias, cánticos rítmicos y drogas enteógenas, amén de mutilaciones y otras agresiones que corporeizaban ciertos pasajes. A la luz de las descripciones de Ernetti, que asistió personalmente a una de estas debacles metaliterarias, el fenómeno superaba todo lo imaginable.

«Los Arrapoigres, que habían inmigrado durante los siglos diecisiete y dieciocho desde el noreste hacia Damarlandia, se había relacionado con buena parte de las etnias bantúes, como los Herero, los Nama y otras. Por esa razón, el mestizaje era la característica principal de los Arrapoigres, conservando siempre lo mejor de cada influencia. Tenían cuerpos bien formados, su piel es color chocolate, [27]

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el cabello es ondulado y negro. La vestimenta de los hombres está formada por un delantal, confeccionado en piel de oveja o cabra, que envuelven alrededor de las caderas. Numerosos anillos de hierro y perlas adornan sus brazos y piernas. (…) Son pretenciosos, vanidosos, avaros, dados a la mentira y la trampa, deshonestos, crueles y feroces en su odio. Aunque también son hospitalarios, poseen un alto sentido del honor, y un gran amor por sus padres. (…)

A sus temibles creencias en espíritus y espectros les ofrecían sacrificios. Ellos también asistían a sus narraciones orales, y entonces les ofrecían la simple palabra. Sin embargo, para alcanzar la Palabra Suma debían invocar liturgias terroríficas, como emitir cantos repetitivos y enfermizos alrededor de grandes hogueras, necrofiliar con antílopes, beber semen de murciélago o ingerir diversos hongos alucinógenos.»

Los Arrapoigres fueron una especie de pioneros de la literatura fantástica, del teatro con efectos especiales fidedignos, del cine en tres dimensiones, si me apura. Pioneros de la realidad virtual, si me permite aventurarme, pues tan importante era para los Arropoigres su vida mundana como la manufacturada en aquel éxtasis dionisiaco. Pero no es el propósito de esta misiva el ahondar en las capacidades de fabulación cuasi esquizofrénicas de los Arrapoigres, ni tampoco en las virtudes de su alambicada lengua kuvinjo. En realidad, mi interés quedó atrapado por unas criaturas de pesadilla con las que los Arrapoigres se referían como EspectadorGuardiánDelArgumento, tomándome cierta licencia en la traducción. Aunque el nombre más popular (los Arrapoigres siempre llamaban a las cosas de muchas formas diferentes, no sólo con sinónimos sino hasta con antónimos) con el que invocaban la presencia de estos espectros era el de Näïkìmlyìïà, «él se la lo come». Esto es, «él se come algo» –lo– por ella o en beneficio de ella –la–, siendo ella lo que podríamos llamar, con muchas comillas, Literatura. El algo que se comen, señor mío, constituiría el individuo, el infractor que, de algún modo, amenace los efectos de la literatura.

Como habrá advertido, Näïkìmlyìïà es un verbo.

Näïkìmlyìïà Observe el poder de las palabras, el influjo de las letras. En su forma [28]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

de llamarlos, los Arrapoigres se preocupan no sólo del sentido de la palabra sino de su forma. Y la forma, a la vista está, es monstruosa, barroca, aculebrinada, erizada de uñas, garras y astas puntiagudas. Un verbo que hiere al leerlo, al tocarlo con los ojos. Un verbo que infunde respeto y temor por algo demasiado complejo como para caber dentro de una cabeza sin que ésta se resquebraje como una sandía.

La N es el marcador que indica que la palabra es el foco de lo que trata la conversación. La ä marca la concordancia de sujeto, que identifica al agente (el que come) de entre las dieciséis posibles categorías de cosas existentes entre los Arrapoigres. La ï indica tiempo presente: el tiempo es un concepto muy maleable entre los bantúes, pues pueden referirse a sucesos ocurridos hoy, más temprano en el día de hoy, ayer, no antes de ayer, ayer o antes, en un pasado remoto, habitualmente, sucesos aún no terminados, consecutivos, hipotéticos, que suceden de vez en cuando y un largo etcétera. Kì: se refiere a que el objeto comido pertenece a la clase número siete de género, que por coyuntura se interpreta como ser humano que cuenta cosas o escucha cosas. La m es el marcador de papel benefactivo, es decir, quién es el beneficiario de la acción. En este caso, el cuento, la historia o el conjunto de cosas que la propicia. El verbo comer corresponde a lyì. El marcador aplicativo ï, un sufijo que reafirma a quién beneficia la acción. Y, en último lugar, la vocal à, que informa que el modo del verbo es indicativo, en lugar de subjuntivo.

Todo esto es tan cierto como que estuve a punto de barrenarme la sien con el dedo índice, imitándole a usted. Pero no acaba aquí la cosa, ni mucho menos. Y si detecta que mi prosa es más bien densa y meándrica, insoportablemente académica, y no parece que vaya a ningún sitio, es porque el miedo no me permite esmerarme como es debido.

Sus pasos ahí fuera, sus chirridos guturales… más que escribir, mis dedos parecen bailar sobre el teclado al ritmo frenético de mi corazón.

Dispénseme, señor Kessler, le ruego que siga leyendo, ya me queda poco, sea indulgente con este reo de muerte que exprime su última hora de vida. Dios mío, el sonido que producen al rascar en la puerta no tardará en enloquecerme.

Intentaré concentrarme de nuevo.

Retomando el hilo de la tribu Arrapoigres: tenían ellos la convicción [29]

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de que los Näïkìmlyìïà se alimentaban de sus fabulaciones, libaban la sonoridad de sus palabras repletas de matices, crecían con sus metáforas. Y, por tanto, no sólo procuraban que se desarrollaran éstas sin interferencias sino que las estimulaban, las catapultaban. Los Arrapoigres no creían que la ayahuasca, por ejemplo, les ayudara a inspirarse con mayor facilidad. La ayahuasca hacía venir a aquellos mecenas fantasmagóricos y, entonces, ellos eran los que les empujaban al abismo del delirio, como un remedo de musas monstruosas. Musas como la Laura que inspiró a Petrarca, o la Diotima que hizo lo propio con Hölderlin.

La pregunta acuciante a estas alturas es ¿los Näïkìmlyìïà son reales? ¿O son producto de la ubérrima imaginación de los Arrapoigres, catalizada mediante sustancias enteógenas de profundo calado? ¿O, quizás, surgen de la capacidad única de su dialecto kivunjo para describirlos, siendo entonces una mera palabra? Obviamente, la segunda y tercera alternativas son las que cualquier mente racional y juiciosa escogería sin dudarlo. Pero… bien, supongo que recuerda el célebre bulo que corre por ahí acerca de los innumerables sinónimos con los que cuenta los esquimales para denominar a la nieve. Esto es falso, aunque aún sobreviva el rescoldo de la creencia popular. Sin embargo, los Arrapoigres sí cuentan con un número abrumador de palabras para referirse a la nieve. Este dato resulta aterrador, y es el que me obligó a continuar investigando a los Näïkìmlyìïà. Es aterrador porque los Arrapoigres no conocen la nieve, la nieve nunca ha caído en sus montañas. Jamás. Pero aún más aterrador es comprobar que, aún siendo un fenómeno inexistente para ellos, la nieve, en efecto, sí existe. Ellos la conocen porque la invocan en sus sesiones psicodramáticas. Pero existe. ¿No podría ocurrir algo similar con los Näïkìmlyìïà, con la salvedad de que nosotros habitamos en una latitud en la que no es posible que nieve?

En estos términos simbólicos de aspirante a orate cavilaba yo, cuando noté el hielo en mi nuca. Fue entonces, exactamente entonces, cuando noté sus presencias por primera vez. Era algo que no podía registrar a través de ninguno de mis cinco sentidos, bien que era capaz de afirmar con absoluta seguridad que alguien había entrado en mi casa.

Como ya dije, me encontraba a kilómetros del pueblo más próximo.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Nadie más habitaba cerca de aquel acantilado que me ofrecía espléndidas vistas del lago Ammersee. Pero, contra todo pronóstico, supe que un elemento intruso se había colado en el vestíbulo. Ignoro si por la puerta, por una ventana o por cualquier intersticio de aquella casa rústica, imperfecta. La cuestión es que sentía sus pasos sobre la alfombra persa, el roce contra los muebles, la respiración, la incesante respiración que enrarecía la atmósfera de la casa. Por más que llenara de aire mis pulmones, no desaparecía la sensación de asfixia.

De repente, la sensación desapareció, no así la suspicacia. Sin más preámbulos, me aproximé a la panoplia del salón y me apoderé de mi escopeta para cazar patos. Cargué el arma con movimientos automáticos y precisos y, tras amartillarla, me aferré a ella para calmar los nervios.

No pretendía tanto usarla para defenderme como para saber qué hacer con las manos.

Mientras bajaba las escaleras que conducían al vestíbulo, todo sonido se había esfumado, la casa parecía estar suspendida en la nada. Sólo era partícipe del oleaje de mi torrente sanguíneo, instalado en mis tímpanos.

Sístole, diástole, sístole, diástole. Mi pulso acelerado también provocaba que la escopeta temblara en mis manos.

—¿Hay alguien?—me atreví a preguntar a la oscuridad, hacia la mitad de la escalera. Pero no obtuve respuesta.

Continué descendiendo peldaño a peldaño al igual que si pisara cristales, intentando no espantarme con los ruidos que yo mismo originaba.

Barrí con la vista el vestíbulo sumido en la noche, un momento antes de accionar el interruptor de la luz. Me pareció atisbar una densa sombra tejida de tinieblas, pero la luz la hizo desaparecer.

Nada. Imaginaciones mías. Me estaba confeccionando una fantasía a mi alrededor, como si imitara los rituales de los Arrapoigres. Salvo que mi droga enteógena sólo había consistido en una taza de café, y en una buena dosis de sugestión.

Y entonces, de súbito, vi a uno. Un escalofrío fusiló mi espalda, paralizándome en el rellano de la escalera, sin atinar a descerrajar mi arma. Tampoco la usé porque no supe hacia donde apuntar, pues exactamente no lo vi. Sólo lo atisbaba a ráfagas cortas, como los trallazos de luz de una lámpara estroboscópica, y se empecinaba en esquivar mi [31]

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escrutinio directo, sólo conservándose su figura evanescente en un ángulo de mi percepción, en una telaraña de mi visión periférica. Por más que movía la cabeza y mis ojos se balanceaban de un lado al otro, nunca llegaba a cristalizar la imagen, haciéndome dudar continuamente si era real o un capricho de mi imaginación. Es difícil de explicar. Quizá sirva la comparación con esas erráticas formas víricas que vemos cuando extraviamos la vista en una luz intensa o cuando cerramos los párpados ante el sol, esos insectos oleaginosos que parecen nadar en nuestro humor vítreo y evitan ponerse a tiro de nuestro iris.

De igual modo, aquello tampoco podía estar a tiro de mi escopeta.

Cuando lo miraba, ya estaba en el otro extremo. Y, en cuanto posaba la vista de nuevo sobre él, se había emboscado fugazmente en otro rincón del vestíbulo.

No sé cuánto tiempo permanecí allí erguido, con el espanto apuñalándome el pecho, inerte como una víctima del curare, jugando al gato y el ratón con lo que supuse que era, no me pregunte la razón, un Näïkìmlyìïà. Poco a poco, sin embargo, fui dibujando cuanto pude la imagen completa en mi cabeza, pieza a pieza, al igual que si encajara un rompecabezas mental. El cuello periscópico por un lado. Sus fauces, por otro. Las escamas de berilo que cubrían su cuerpo rechoncho pero de movimientos felinos. Sus garras largas y curvas. Tres pequeños ojos en línea que semejaban catadriópticos de carretera. Seis patas arácnidas.

Y allí me sostuve frente a algo que era imposible. Una alucinación a todas luces, dictaminará usted.

Pero no es así.

Me encontraba frente a una de las musas que habían inspirado a los Arrapoigres y a artistas de todos los tiempos. Me encontraba frente a uno de los ángeles custodios de la literatura en todas sus expresiones.

La salvaguarda de la imaginación. Y yo había pecado, merecía castigo.

Junto al primer Näïkìmlyìïà apareció un segundo, que también sorteaba mi visión directa afincándose en los rincones más inverosímiles de la estancia, alterando su tamaño si era preciso como un gato cuando se cuela por un resquicio más pequeño que su propio cuerpo.

Uno de ellos, sin dejar de gatear por la alfombra persa, rotó su cuello lentamente, al igual que si girara sobre un eje mal engrasado, y sus tres ojos parecieron traspasarme. Y me habló.

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—A las seis de la mañana estarás en tu punto—enunció uno de ellos, y bajo su voz gutural se acompañaba un chirrido de columpio infantil.

—Y entonces te comeremos—sentenció el otro con voz átona, y sus fauces negras se abrieron como una tumba vacía, invitándome al interior de su pelágica profundidad.

Arrugué los ojos para contemplar aquel horror. Sin recular, sin huir, enseguida interpreté que aquel plazo de tiempo no era postergable, y menos aún evitable. Aquella certidumbre es la que ahora me permite escribirle esta carta, y encontrarme como sedado, de vuelta de todo.

Y, entonces, se esfumaron como por ensalmo. Incluso, el ambiente pareció perder densidad. La paz invadió de nuevo aquella casa de campo alejada de todo y todos.

Sin moverme del rellano de la escalera, desvié la vista hacia un espejo de cuerpo entero de la entrada que me reflejaba parcialmente. Mi imagen especular continuaba sosteniendo la escopeta como lo que era: un palo de escoba inútil. Y mi rostro mostraba una palidez de alabastro, de cadáver amortajado.

Sí, ya me lo imagino a usted arqueando sus escépticas cejas como un puente levadizo, señor Kessler. Pero aguarde un poco más.

Es difícil desgranar el curso de tomaron mis pensamientos después de aquella experiencia sobrenatural. Apenas soy consciente de qué fuerzas obligaron a mi propio cuerpo a moverse, ascendiendo de nuevo por las escaleras y encerrándome en mi despacho.

Me asomé por la ventana, ocultándome tras las baldas de la persiana, y volví a atisbar a aquellos monstruos, sumidos en arcanos tejemanejes.

Se desplazaban alrededor de la casa, al igual que si siguieran algún ritual, escudriñando la tierra, los guijarros del suelo o la corteza de los troncos de los árboles. Pronto me percaté de que había más de ellos. Media docena más, contabilicé. Reptaban por una hondonada próxima, se camuflaban en la oscuridad del bosque, acariciaban la superficie del lago Ammersee. Poco a poco se fueron incorporando nuevos monstruos (aún ahora, cada vez que les echo un vistazo, cuento más individuos. ¿Veinte? ¿Treinta?). Y desarrollaban febrilmente aquella actividad improductiva en apariencia, imitando a la mosca que horas antes se daba de bruces contra el cristal de mi ventana.

Hice todo lo que estaba en mi mano por sobrevivir. Les grité, les [33]

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reclamé qué querían de mí. Usé el teléfono pero no funcionaba (solían cortármelo tras las frecuentes tormentas). Incluso, me planteé dejar a un lado el intelecto y emplear la fuerza bruta. Pero, como un bebé que llora y no es atendido, me cansé y me rendí.

Así pues, bajo los efectos de aquella suerte de aparición demoníaca, a sabiendas de que estaba exprimiendo los últimos instantes de mi existencia, opté por arrojar un poco de discernimiento a tanto misterio.

Me serví dos vasos de whisky y seguí consultando el libro de Ernetti con la premura y la inquietud del que habita una casa construida sobre una bomba sin estallar. Y comencé a relacionarlo todo. CopyCatch, el supuesto fraude del fondo bibliográfico del barón Montgomery, los Arrapoigres, los Näïkìmlyìïà. Todo empezaba a encajar para mí.

Aquellas criaturas, los Näïkìmlyìïà, por ejemplo. Consulté Internet y descubrí diversas leyendas bantúes que parecían evocarlos. Tras visitar decenas de páginas web, pude hacerme una idea aproximada de la naturaleza de aquellos monstruos. Bien… dudo que aquellas cosas puedan clasificarse bajo el epígrafe de «monstruos». Los monstruos poseen forma y entidad, y suscitan terror. Pero aquello carecía de semejantes características. Y no, no producían terror, porque ellos gobiernan incluso tamañas expresiones de tu alma. Ellos lo son todo y no son nada. Nosotros, meras excrecencias, los residuos fecales y seminales que dotan de pintorresquismo la letrina de un puticlub de carretera. No nos atañe si nos limpian, ¿no cree, herr Kessler?

En esencia, los Näïkìmlyìïà eran como guardianes de la fabulación.

La estimulaban, la disfrutaban y, también, se cuidaban de que nada ni nadie la destruyera. Y ahí vienen los excéntricos resultados de la aplicación CopyCatch: muchas obras han sido inspiradas por los Näïkìmlyìïà, por ello parecen pertenecer a los mismos autores, por ello existen tantas concordancias, similitudes en el idiolecto, metáforas, ideas afines. En consecuencia, podríamos deducir que una gran parte de la literatura universal ha sido pergeñada al igual que un palimpsesto o un collage, sólo que nadie se había molestado en comprobarlo.

Cuando Shakespeare escribía Hamlet, sobre su hombro, de soslayo, un Näïkìmlyìïà le infundía esa chispa, ese arte suficiente para continuar adelante sin vacilar, como poseído. Supongo que recordará que los griegos creían que un poeta, cuando creaba, era poseído por algo exterior.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Una influencia externa. Los Näïkìmlyìïà, señor mío, los Näïkìmlyìïà.

Pero la pregunta trascendental surge aquí y ahora: ¿De qué amenaza protegían la literatura los Näïkìmlyìïà?

La respuesta, a mi juicio, es obvia: de individuos como usted y yo. O como el barón Montgomery, cuya naturaleza de su muerte ya no alberga dudas para mí: fue devorado por las fauces negras de los Näïkìmlyìïà.

Barrénese la sien tantas veces como quiera, herr Kessler. Es justo.

Pues yo también lo he hecho durante estas horas de agónica espera. Mi pavor se ha deshecho en incredulidad. Y, más tarde, sin aparente transición, ha venido el entendimiento: mi padre me castigaba a menudo porque solía destripar todos los cacharros de casa. El transistor, la linterna, el teléfono, el gramófono. No me bastaba con darles un buen uso, mi endémica curiosidad me obligaba a eviscerarlos todos y así entender cómo funcionaban. No me bastaba con iluminar una estancia como una lámpara con pantalla de vitela, también necesitaba comprender cómo se producía aquella luz, cómo se originaban los fotones y por qué.

Y aquel afán, extrapolado a las letras, ha sido mi perdición. Porque me ha transformado en un esclavo lexicógrafo como el que definía Johnson, en un impío exegeta, en un destripador de arte, en un crítico de novela y en un corruptor de la poesía.

Las letras, señor Kessler, están para jugar con ellas, para crear sonidos con ellas, bellos u horribles, para contar historias o lanzar filípicas y exabruptos. Pero jamás se debe ahondar en ellas. El alma de las letras debe permanecer en la sombra epistemológica, al margen de sacrílegas invasiones de su intimidad. La filología es anatema, extirpa la magia de un texto y lo transfigura en una fría ecuación matemática. Tras un análisis hermenéutico, el texto se desvirtúa, se adultera la trama, se suspende la credulidad del auditorio. Y si arrancas de cuajo la fábula, debajo sólo quedan letras muertas, símbolos sin poder ni duende, engranajes fonéticos. O tinta. O una superficie de pulpa de árbol salpicada de manchas semejantes a insectos aplastados.

Y sin fábula, sin historia, sin aventura, no hay imaginación. Ni vida.

Sólo conjetura.

Piénselo, señor Kessler. Piense en los efectos secundarios que produce un crítico cuando valora subjetivamente (o bajo parámetros consensuados pero también subjetivos) una obra de arte. El crítico, voluntaria o [35]

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involuntariamente, favorece la especulación, el engaño, el fraude, la rimbombancia pagada de sí misma, la vacua trascendencia, las modas.

El crítico vende humo, lo que provoca que un texto también lo haga.

Por esa razón no disfrutamos de Stephen King sin ambages. Necesitamos disfrutar de Faulkner a toda costa, porque los destripadores de palabras han determinado que lo subyacente en sus narraciones es más bello y complejo que la narración misma. Ya no venden un transistor porque se oye mejor o peor o porque capta la Frecuencia Modulada, sino porque sus tripas están bañadas en oro y plata, aunque el simple usuario del transistor nunca las vea, sólo las suponga porque así se lo han vendido. ¡Mirad mi vetusto transistor! Posee una recepción pésima, pero sus cables internos son tan bellos y resplandecientes como los hilos de plata que mantienen anclada nuestra alma. Nos endosan bisutería que publicitan como joyas de incalculable valor, y viceversa. ¡Cuán insensatos hemos sido, señor Kessler!

Le conmino, pues, a que abandone sin más dilación todo estudio de las sacrosantas letras. Déjelas respirar. Déjelas fabular o hechizar. Pero no las diseque cual mariposas en un intento de comprenderlas más allá de lo que ellas pretenden ser comprendidas. Deponga su actitud de taxidermista literario o se lo comerán, como a mí.

Lo que son las cosas…ahora mismo me asalta el recuerdo del día que usted se me aproximó por primera vez en Berlín, al término de mi conferencia. Me dedicó una de las frases más ingeniosas que yo haya escuchado nunca: «No quisiera ruborizarle (o pintarle manchas de vergüenza en las mejillas), ni tampoco que aflorara su falsa modestia, pero quiero comunicarle, sinceramente, que su exposición ha sido brillante. Enhorabuena».

El doctor Freud puede teorizar sobre la razón que me impulsa a concluir esta carta con un ocurrente halago de su cosecha. Él sabrá. Yo me conformo con despedirme de usted con ese recuerdo, sin más, deseando que Ellos no logren leer esta suerte de bustrófedon.

Han abierto la puerta. Ya vienen. No se lo pondré fácil, resistiré con uñas y dientes.

Hasta siempre, y buena suerte, roñes Relssek.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

EL HOMBRE QUE BUSCABA LA LLUVIA Segundo Premio PEDRO URIS ESCOLANO (Valencia)

Pedro Uris Escolano nació en Valencia en 1952. Realiza diversos cortos en formatos menores dentro del cine independiente valenciano de los años setenta. En la actualidad trabaja como crítico en Cartelera Turia (Valencia), colaborando en diversas publicaciones especializadas, entre ellas la revista editada por la Academia del Cine Español.

Es autor, junto a Antonio Lloréns, del cortometraje El misterio de los cines desaparecidos (1984). En solitario ha realizado el largometraje en video Cuenta atrás (1990); y un cortometraje titulado El caso de Marcos Rivera (2005).

Es autor de varios ensayos cinematográficos, Cine y movimiento obrero (Ediciones L’Eixam Feiss), Alucinema, la droga en el cine (Ediciones Royal Books), 360º en torno al cine político (Festival Ibérico de Badajoz), Diccionario de películas del cine norteamericano - Antología crítica (Obra colectiva, T&B Editores), Miles de metros: A propósito de Pablo Núñez (con Antonio Lloréns, editado por el Festival de Cine de Huesca en su colección «Cine y más» num. 8), y Silvana Mangano: del bayón al teorema (con Antonio Lloréns, editado por la XXV edición de la Mostra de Valencia).

Es guionista de varios telefilms y autor de una novela, Cita con la eternidad, que obtuvo una Mención Especial en el II Certamen Literario Emilio Murcia, 1998, y fue seleccionada entre las diez finalistas en el Premio Azorín de Novela 2001.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Aunque el tiempo había borrado casi por completo los contornos del anagrama que lucía el luminoso del único hotel de aquel pueblo situado en el último valle de las montañas, la mujer reconoció sin dificultad las líneas incompletas que aparecían en el fragmento de tarjeta, aproximadamente un tercio del original, que había llevado consigo durante los últimos meses.

La mujer descendió del coche, consciente de que el diámetro de la pequeña plaza mayor de aquel pueblo era la distancia que le separaba de la herencia de un hombre al que no había visto nunca. Mientras caminaba en dirección al hotel que se encontraba en el otro extremo de la misma, la mujer comprendió, sorprendentemente por primera vez, que el camino que había recorrido formaba parte de un laberinto cuya única salida era la puerta que ahora se disponía a cruzar.

El interior del hotel respiraba el mismo aire de abandono que sugería el luminoso que tenía en su fachada. Un pequeño mostrador y tres mesas situadas junto a las ventanas que había enfrente. Un hombre de unos sesenta años de edad estaba sirviendo un generoso desayuno a un par de jóvenes que tenían la montaña escrita en sus rostros. El hombre la miró durante unos instantes, y después regresó a los platos de su bandeja para continuar depositándolos con parsimonia sobre la mesa. La mujer se acercó al mostrador y buscó en su bolso la tarjeta rasgada que, a juzgar por la parte del anagrama que conservaba, parecía corresponder a aquel hotel. Cuando el hombre regresó al mostrador con gesto interrogante, la mujer dudó un momento, como si todavía creyera que era capaz de decidir su próximo movimiento, como si no supiera que no tenía otra alternativa si deseaba salir del laberinto en que se encontraba.

La mujer dejó sobre el mostrador la tarjeta rota que había encontrado en su bolso.

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—Busco este hotel.

El hombre miró sorprendido el pedazo de cartulina, pero pronto su extrañeza dejó paso a una sonrisa cómplice.

—Vaya, ya creía que no vendría nunca, que se trataba de una absurda broma. ¿Eres Vanesa?

—Sí, mintió la mujer. ¿Es éste el hotel?

—Claro, ¿cómo iba a conocer tu nombre si no?

El verdadero nombre de la mujer era Nuria, aunque en su descargo hay que decir que no sólo conocía a Vanesa sino que, en cierto modo, estaba actuando en su nombre. Una autorización que había recibido el último día de clase del curso en el que Nuria impartía una disciplina de la filosofía. En esa clase, como sucedía en todos los epílogos de curso que había dictado, se había saltado el guión de la asignatura y había especulado sobre un tema tan intangible como la herencia entre las generaciones. Entre la generación que ya ha cubierto el camino y la que ahora se dispone a comenzarlo, entre una generación celosa de preservar lo que ha construido y otra ávida de descubrir por sí misma, de hacer tabla rasa de las enseñanzas de sus mayores. Aunque Nuria sabía que esta contradicción era el modo que había elegido la historia para avanzar, pretendía transmitir a sus alumnos que siempre existía un porcentaje, mínimo o máximo, que una generación tomaba prestado de su precedente. La novedad, casi el juego, que Nuria les proponía en esta clase era concretar esta herencia en cada uno de ellos individualmente, así que tras una breve introducción, había invitado a sus alumnos a indagar si ya habían recibido esa herencia o si conocían a la persona a la que se la iban a reclamar. La participación había sido más entusiasta de lo que había previsto, y no había faltado el alumno que le había interrogado a ella sobre las circunstancias concretas de la herencia recibida. Una pregunta para la que, por supuesto, ya llevaba la respuesta preparada, aunque se ajustara tan poco a la realidad que casi era pura invención. Más imprevista había sido, en cambio, la pregunta de otra alumna que deseaba saber si Nuria ya tenía dispuesta la herencia que pretendía transmitir, y, aunque había salido airosa de la cuestión, al señalar a sus clases y a ellos mismos como su pequeña aportación al tránsito entre generaciones, Nuria era consciente de que nuevamente estaba haciendo trampa, ya que carecía de respuesta para esa pregunta.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Nuria se acercaba a los cincuenta años de edad y ya hacía algunos que vivía sola. Sus parejas, incluido el padre de su única hija, habían aparecido y desaparecido de su vida hasta que llegó un momento que prefirió no compartir los ochenta metros cuadrados que tenía alquilados en el corazón de la ciudad. Su hija se había marchado hacía cinco años y su relación con ella, que nunca fue lo cómplice que ahora hubiera deseado, se limitaba a periódicas llamadas telefónicas y a unos desapasionados encuentros que cada vez se espaciaban más. ¿Qué le había legado ella a su hija? Para evitar el dolor que la previsible ausencia de respuesta a esa pregunta podría provocarle, Nuria recuperó el discurso racional que le había ayudado a superar las dudas y los momentos de crisis que había tenido en su vida. Sólo era una clase que había dado a sus alumnos, simples especulaciones teóricas para mantenerles despierto el espíritu. No se trataba de cosas que se pudieran encontrar en el mundo real, al menos no en su mundo real. Entonces sonó el timbre de la puerta.

La chica que se movía dubitativa entre el diseño del salón del domicilio de Nuria, sin terminar de decidirse a revelarle el motivo de su visita, era Vanesa, una de sus alumnas. Una chica que había superado discretamente las pruebas académicas y con la que apenas había tenido relación. Tras unas frases referidas a las acogedoras condiciones del apartamento, Vanesa sacó un sobre de su cartera de mano y lo dejó sobre la mesa.

—Es una herencia, como las que has mencionado en clase.

Nuria miró el sobre sin comprender a qué se refería su alumna.

—Yo no voy a ir a buscarla, continuó Vanesa.

—¿Qué quieres decir?

Vanesa se dio cuenta de lo desordenado e inoportuno de su comportamiento y miró avergonzada a su profesora. Nuria la hizo sentarse a su lado mientras le pedía que aplicara a su discurso el orden que ella les había enseñado en sus clases.

—Ese sobre me lo ha hecho llegar un hombre que conocí cuando era niña, una especie de tío mío muy lejano. Creo que estaba casado con una prima segunda de mi madre, pero no estoy muy segura de que ése fuera exactamente el parentesco.

—¿Por qué hablas en pasado?

—Es probable que ya esté muerto.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

—¿No lo sabes?

—Era un personaje bastante raro, continuó Vanesa ignorando la pregunta de Nuria, me contaron que había estado en la cárcel por motivos políticos y cambiaba de trabajo constantemente, a cual de ellos más extraño, pero yo estaba loca por él. Me hablaba de manera distinta que los demás y me contaba cosas que nunca había escuchado en casa.

Desaparecía durante largas temporadas, pero sus reapariciones siempre tenían algo de mágico, me tropezaba con él como si en todo momento hubiera sabido dónde estaba yo.

—¿Cuándo dejaste de verle?

—Nunca he dejado de verle, pero conforme fui creciendo nuestros encuentros se espaciaron cada vez más. El continuaba diciendo que yo era diferente a los demás, pero la magia se fue disolviendo con los años.

—¿Eras diferente?

—Nunca he querido ser diferente, la Vanesa que pretendía conocer no se correspondía conmigo. Cuando me llamó esta última vez, ya hacía años que no le veía. Acudí a la cita movida más por la piedad que por el deseo, pero él no vino. Me había dejado esa carta. Cuando la abrí pensé que se traba de una de sus extravagancias y no le hice ningún caso …

Nuria hizo ademán de coger el sobre, pero Vanesa le pidió que no lo hiciera antes de que ella se hubiera marchado.

—Esa misma noche, continuó Vanesa, me telefoneó de nuevo para decirme que ya no volveríamos a vernos nunca. Ese sobre era la herencia que tenía para mí. Allí estaba todo lo que había aprendido y yo era la única persona que podría comprenderlo.

Vanesa miró fijamente a Nuria durante unos instantes.

—Se equivocaba por completo, ni siquiera tenía deseos de tratar de comprenderlo. Más tarde me enteré por mi madre de que llevaba tiempo desaparecido. Se le había diagnosticado una grave enfermedad y su vida tenía un plazo. Había escapado del hospital en el que estaba ingresado y no le habían vuelto a ver. Algunos ya le daban por muerto.

Cuando finalmente se quedó sola y pudo abrir el sobre que contenía las claves de una herencia que no iba dirigida a ella, Nuria sintió por unos momentos la decepción del que piensa haber sido víctima de una broma. Un folio doblado en cuatro partes que contenía una fotocopia de un mapa del país en el que no aparecía el nombre de ninguna población.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Sobre esta fotocopia alguien había ido colocando cruces, hasta veinte, una de las cuales aparecía subrayada con una fecha. El contenido del sobre lo completaba el fragmento de una tarjeta desgarrada de manera que sólo incluyera una parte del anagrama que no pudiera revelar la identidad de su propietario, del mismo modo que resultaban inservibles las cifras que aparecían en la parte inferior, restos de un número de teléfono que había sido privado de sus significativas cifras iniciales.

Nuria trató de identificar el nombre de los pueblos a los que correspondían las cruces, pero muchas veces la marca se situaba en una imprecisa equidistancia entre dos localidades y resultaba difícil decidir cuál de ellas era la indicada. En los primeros días de sus vacaciones, Nuria visitó algunos de estos pueblos, decidida a encontrar algún signo que le permitiera avanzar en la comprensión del jeroglífico que había legado aquel hombre. Trató incluso de ponerse de nuevo en contacto con Vanesa, pero la joven no respondió a sus llamadas y Nuria comprendió que en adelante estaría sola con la herencia de un hombre al que ni siquiera conocía. El destino de esa herencia se encontraba, pues, en sus manos, ella decidía si la arrojaba al fuego, de modo que se perdiera para siempre, o si la perseguía, aunque fuera a riesgo de no encontrarla nunca.

Decidida a resolver el misterio que encerraba aquel sobre y tras varias visitas infructuosas a los lugares propuestos en el mapa, Nuria recurrió a un antiguo compañero de estudios cuya especialidad eran los modelos matemáticos y que apenas necesitó unos segundos para apuntar la dirección correcta en sus pesquisas.

—Se trata de un trayecto que comienza en el pueblo que tiene anotada una fecha. Desconocemos la dirección y también el lugar de destino.

Sólo hay que encontrar la constante que nos permita pasar de un punto a otro. No creo que tarde en descubrirla. ¿De qué se trata?

—Es posible que sólo sea un juego.

A pesar de su optimismo, el compañero de Nuria tardó más tiempo del previsto en encontrar la clave que unía a aquellas marcas sobre el mapa y Nuria hubo de reprimir más de una vez los deseos de llamarle reclamando una respuesta. Algunas noches, presa de un insomnio que raras veces había conocido, Nuria creía ver cómo las cruces de aquel mapa dibujaban en la oscuridad de su dormitorio un pequeño firmamento [43]

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que ella trataba de unir con una línea imaginaria. ¿Cuál era el elemento que proporcionaba un orden a aquellos puntos dispersos?

—Se trata de la lluvia.

Nuria miró con extrañeza a su antiguo compañero de estudios.

—¿Qué pasa con la lluvia?

—Es la única constante que he podido encontrar para unir esas localidades.

El hombre señaló la marca en el mapa que indicaba el principio del camino.

—Ese día llovió en ese punto. Si anotamos junto a cada localidad los días de lluvia posteriores a esa fecha y establecemos como condición que avanzamos sin regresar nunca a un lugar en el que ya hemos estado, se dibuja un recorrido que, en algunos casos, resulta muy evidente.

Su interlocutor señaló otro de los puntos marcados en el mapa, mientras escribía a su lado una fecha.

—Éste, por ejemplo. Durante esos días, la tormenta se desplazó rápidamente hacia el oeste, hacia estos otros puntos. Tan rápidamente que había que correr para alcanzarla.

Finalmente, el hombre señaló una de las marcas que se encontraban en la parte superior del mapa.

—Éste es el último punto. Estuvo varios días lloviendo en esa zona y cualquier localidad puede ser el siguiente destino, pero ya no quedan marcas en el mapa. ¿Vas a ir allí?

—Más tarde, respondió Nuria, se trata del final del camino.

Durante las semanas siguientes, Nuria fue visitando las distintas localidades señaladas en el mapa. Impaciente por llegar al último destino, cada día aguardaba la aparición de la lluvia para emprender el viaje al siguiente punto. Sin embargo, en alguno de esos lugares, Nuria tuvo que esperar varios días hasta que las nubes cubrieran el cielo y desplegaran sobre la tierra su manto de melancolía y tristeza. Entonces recogía su escaso equipaje y aguardaba a que las primeras gotas se deslizaran por los cristales de la habitación, para atravesar la calle en busca de su coche mientras sentía romper sobre su cuerpo el agua que brotaba de ninguna parte. A lo largo de esos días y esas noches, Nuria trató de encontrar, sin conseguirlo, una clave que le permitiera descifrar la he[44]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

rencia que aquel hombre había escondido tras la lluvia. Una clave que ahora por fin tenía al alcance de su mano, en el interior del sobre que el hombre que atendía el mostrador había dejado sobre la madera gastada del mismo.

—Me dijo que te diera esto porque él no podía esperarte, pero de eso hace varios meses.

Nuria cogió el sobre y se retiró a una de las mesas que estaban alineadas junto a las ventanas. Aguardó unos segundos y después desgarró cuidadosamente la cubierta en busca de la herencia moral que aquel hombre había pretendido transmitir a la persona equivocada, pero al ver su contenido no pudo evitar unos instantes de desconcierto y decepción. En el sobre sólo había una hoja en blanco. ¿Era posible que a lo largo de toda su vida aquel hombre no hubiera logrado reunir nada que transmitir?

Entonces las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar. La herencia era el propio camino que había recorrido persiguiendo la lluvia.

La balanza de la vida se decidía, según aquel hombre, en el camino que cada uno decide recorrer. Se puede elegir un camino sin sorpresas, siguiendo la senda de los otros y malogrando las opciones que se nos regalan al nacer, o un camino en busca de una quimera que, como la lluvia, nunca se podrá atrapar. Nuria sintió entonces la compañía de todos los que intentaron alcanzar sus sueños y que ahora ya no estaban sobre la tierra. De aquéllos de cuyos afanes sabía por los libros y de aquéllos que libraron la batalla en el anonimato. Nuria se dirigió de nuevo al mostrador.

—¿Sabe adónde fue el hombre que le dejó este sobre?

—No me lo dijo. En realidad su partida fue muy extraña, no subió al único autobús que sale diariamente del pueblo y no traía vehículo. Tal vez alguien vino a recogerle.

Nuria sabía que nadie había ido a buscar a aquel hombre.

—¿Dónde está la lluvia?

—¿Qué quiere decir?, preguntó sinceramente extrañado el hombre que atendía el mostrador.

—¿Dónde la esconden?

—Bueno, respondió el hombre pretendiendo salir de aquella incómoda situación, en las montañas que hay a la salida del pueblo siempre [45]

I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

llueve, al menos eso dicen.

Nuria se giró en dirección a las ventanas y contempló las montañas que se recortaban en el horizonte. Allí estaba el hombre que había estado siguiendo.

—¿Tiene una habitación?, preguntó Nuria.

A la mañana siguiente, Nuria se vistió con las prendas de montaña que había comprado la tarde anterior y salió del hotel muy temprano.

Tan pronto como los primeros rayos de sol iluminaron un cielo completamente limpio. Un cielo sin rastro de ninguna nube que, sin embargo, no consiguió desanimarla ya que sabía que ese día tenía una cita con la lluvia en las montañas. La ascensión le costó varias horas, pues, si bien no presentaba especial dificultad, su forma física dejaba bastante que desear y necesitaba detenerse frecuentemente para recuperar el aliento.

Cuando coronó la última cresta y ante sus ojos apareció un valle rematado por oscuras formaciones boscosas, Nuria observó como las nubes comenzaban a surgir en el horizonte. Había llegado al final del camino y se sentó sobre la hierba dispuesta a esperar que la tormenta terminara de formarse en el cielo. Ante ella, una barrera de árboles centenarios advertía que tras ellos se abría un bosque que carecía de final. En algún lugar de ese bosque yacería el cuerpo de aquel hombre, desapareciendo lentamente sobre la tierra y ajeno para siempre al hecho de que alguien, aunque no fuera la persona que él había elegido, había recogido finalmente su herencia. Entonces una gota de agua cayó sobre el rostro de Nuria y resbaló por su mejilla.

Nuria se puso en pie y levantó su rostro para sentir las gotas de lluvia que lentamente se multiplicaban en el cielo. La misma lluvia que abría las puertas de la vida en la tierra que había a sus pies, la misma lluvia que ayudaba a disolver el cuerpo sin vida del hombre cuya herencia había recibido.

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INTERLUDIO: DE POETAS, ILUSTRADORES Y ESCRITORES

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

MARCELINO FERNÁNDEZ PIÑÓN (Villalba- Lugo, 1948) Maestro de Primera Enseñanza. Catedrático de Historia en el I. B.“San Fulgencio” (jubilado). Pintor, escultor y poeta. Residente en Écija ya va para treinta años. Tiene publicados un gran número de libros de poemas.

De manera individual: Paraíso figurado (Fundación El Monte, 1995); Todo es pétalo y arde (Gráficas Sol, 1998); La intención del fuego (Ixbiliah, 2006); Las horas tardías (Premio “Juan Bernier” 2006, del Ateneo de Córdoba). Próxima publicación: Tú, que tienes un nombre.

En obras colectivas: Amigos (Hermandad del Resucitado, Écija, 1993); 255 Biografías de autores ecijanos (Vicente Durán); Infinita Marchena (Cuadernos de Roldán); Ecijamia (Cuadernos de Roldán); Los perfiles del aire (Asociación de Amigos de Écija); Antología de Poetas en Solidaridad con los Afectados por el SIDA (Delegación Provincial de Salud de Córdoba, 2006).

EL “CAMPO” DE LA POESÍA Y…EL POEMA La poesía es para mí “el todo humano”, el sistema complejísimo que liga al hombre en su existencia “hic et nunc” con la realidad. El resultado es el “constructo” que configura el mundo. Esta visión holística resulta siempre imposible al no poder abarcar, nunca, más que una parte de la realidad, lo cual da como resultado, siempre y en todo caso, “mundos incompletos”. Si la realidad fuera conocida en su totalidad, ponerla en palabras sería constatar científicamente su simple conocimiento. Es precisamente esta “incompletitud” la que genera un “campo de carencias” en el cual nacen y crecen complejas emociones y sentimientos en los que como dioses trasterrados cantamos el ansia, el deseo de compleción del mundo, el anhelo desde los mismos orígenes por alcanzar la plenitud. Buscamos la perdida taumaturgia de la palabra y bañamos con el calor y el color de lo humano cuanto nos rodea. La transcripción por la palabra de estos contenidos de conciencia es el intento de captarlo en su valor, de modo tal que mueva el espíritu, nos emocione y satisfaga, aunque sólo sea como lenitivo transitorio, aquellos anhelos profundos generados por la incompletitud de la vida. Ahí nace la necesidad de hacer poesía, ahí nacen los contenidos poéticos. Después… bueno, después ya sólo hay que “saber hacerlo”. Después está la poesía hecha poema.

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MUNDO, SOY TU VICTORIA

Qué ígnea carne me has dado con tu fuego.

Por qué la nieve es cristal de estrella.

Por qué conmigo prendes tu querella si cuanto solicitas, yo te entrego.

Rompe tu piel de acero, te lo ruego para que el sol la bañe toda ella, y saber que tu frente aún destella esa lumbre que afirma cuanto niego.

Coge la exigua luz de este sol viejo y alza la antorcha de los días pues tanto tú me das, cuanto te dejo.

Pon tú las condiciones con sus vías, seguiré tu palabra y tu consejo y al fin seré más tú, como querías.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

DIANA DE AMOR

Arquero, que la vida es arco y flecha.

Arquero, que parte hacia un destino.

Arquero, que el azar la lleva.

Arquero, atina al corazón con tiento porque muera el amor o nazca nuevo pues sin él no vivo, pues sin él me muero. ¡Suelta la flecha, dispara el arco, arquero!

DUDA SISTEMÁTICA

Si sigues la sincera línea del latido cuando llegue tu meta será en vano.

Si tomas solamente las caricias la brevedad del tiempo será tuya.

Como un recitativo sin final tu estirpe incesante merodea la vía inextricable de tu sino.

Y sabes que tu sino es retornar, y el mío es no saber si habrá otro sol mañana.

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Carta apócrifa de Parménides a Heidegger que le hace llegar por un faraute de Cronos.

Mi querido amigo: Sé que andas empeñado en descifrar qué es eso de existir y cómo eso se da en los hombres.

Solamente dos palabras -con permiso de Wittgenstein a quien admiro tambiénaunque discrepe de él: Hay otras realidades si los sentidos te dan los datos necesarios.

Hay otros mundos si el contrato con el exterior cambia las cláusulas.

Hay otras vidas si encuentras los caminos no practicados.

Hay otras existencias (con permiso de Sartre, Jaspers y otros) si lo que damos como premisas lo ponemos como circunstancias.

Pero son tan sólo formas de estar: formas cambiables como lo accesorio, es agua heraclitiana (te puedes volver a bañar en la misma agua dos kilómetros más abajo … si corres más que el río). ¿Y el ser?

“El ser es lo que es”.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

VICENTE MAZÓN MORALES (Vergara- Guipúzcoa, 1967)

Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla, ejerce la docencia en el IES Pablo de Olavide (La Luisiana) y colabora con varias asociaciones culturales en Écija. De manera simultánea se ha dedicado a la creación literaria y a la crítica cinematográfica, terrenos en los que ha sido premiado en diversos certámenes: segundo premio en el VII Certamen de Poesía Francisco Javier Sauquillo, de Fuenlabrada (Madrid); II Certamen de Poesía Ciudad de Écija; Premio San Pancracio de la Revista V.O. de Cáceres a la Mejor Colaboración; finalista en el II Certamen Artifice de Relato Corto, de Loja (Granada); tercer Premio en el Concurso Internacional Horizontes Literarios de Poesía, de Córdoba (Argentina). Buena parte de estos poemas y relatos aparecen recogidos en los correspondientes libros colectivos. Entre los años 1997 y 2004 colabora habitualmente en la revista de cine Versión Original –editada en Cáceres-. Por esas mismas fechas, en Fregenal de la Sierra (Badajoz), funda la revista cultural Druida (1997-2003). Con menor asiduidad ha colaborado en otras publicaciones como Embarcadero y Lateral. En ellas publica numerosos relatos, poemas y artículos sobre literatura y cómic. Asimismo ha participado en la creación de varias tertulias de carácter literario.

Entre sus publicaciones destacan el ensayo El abismo tras el espejo.

Los rostros del mal en el cine (REBROSS, 2004), Los dominios de la luz (Martín de Roa, 2004), el Prólogo a la antología poética Los perfiles del aire (E´3, 2004), y varios artículos para el Diccionario de Sociología (Universidad Rey Juan Carlos. Servicio de Publicaciones, 2004).

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Ungió su verbo de palomas blancas, bebió del cáliz de la vida sin pausas, sin prisas, demorando los labios en el borde, y ciñó cuerpos proscritos.

Ungió su verso de bálsamos perfumados, escanció el misterio de la noche a tientas, con caricias, hurtando al destino las flores prohibidas, y cifró en arcilla la cadencia del silencio.

Le acallaron los dioses: sobre su voz blanca de palomas llovieron cenizas de olvido.

(EN LA TUMBA DE UN JOVEN POETA LATINO)

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

AQUELARRE 1.

Es noche de aquelarre.

Tu mirada hechicera se adueñó del neón.

Ya sólo el conjuro de las palabras que escancias cabalística -las uñas en la espalday la invocación del misterio en nombre de Satán nos arrastrarán hasta el alba entre estelas y flujos de plata.

2.

Los ángeles caídos no habitan palacios de fuego en el infierno.

Surcan la noche entre humo y neón.

Por sus vientres adolescentes reptan saurios de henna hacia el nido ensortijado del pubis.

Es noche de aquelarre.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Un surco en las eras, el trazo claro de las lajas. Épica sin rostro de un héroe, extranjero en su tierra, en la vida extranjero: nostalgia boreal celada bajo un casco astado.

En su muelle olvido de musgo, la sombra del guerrero es memoria anónima, silueta de transeúntes en la cruz de senderos que alumbra esta veleta inerte.

Sobre su frialdad geológica posa besos, como simiente, la ternura del viento sur -peregrino colmado de fieros dientes de leónpor hallar vida en la dura coraza de piedra.

A la diestra del guerrero, bajo el sordo diálogo de luz, brilla la vanidad del espejo, hojarasca de plata a la deriva que guarda su secreto.

Y, tras mil ocasos de sangre y fuego, brilla clemente una espada dormida en el azul del bronce.

La savia negra de laja acalla su fulgor en brevedad de pavesa: sueñan sembradas las huellas en la entraña de piedra.

Es surco de espuma en el tiempo la estela del guerrero.

(HUELLAS)

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

TOMÁS GUTÍERREZ BUENESTADO (Conquista- Córdoba, 1969)

Retrato de andanzas y desandanzas.

EL AUTOR DECLARA FORMALMENTE QUE NACIÓ Y QUE TUVO UNA INFANCIA AZULADA DE LOBOS EN LA SIERRA, QUE HOLLÓ CON SU TRICICLO LA NIEVE DEL INVIERNO EN EL PATIO DEL COLEGIO, QUE DOS Y DOS SON CUATRO Y QUE CUATRO Y DOS SON SEIS, QUE MIRÓ A TRAVÉS DE LOS CRISTALES LAS TARDES QUE LLOVÍA Y QUE SU CORAZÓN, COMO UN SUICIDA ADOLESCENTE, SE ARROJÓ DESDE SU PECHO HASTA EL POLVO DE LA TIERRA. ITEM MÁS, QUE OLIÓ LAS FLORES Y ESCUCHÓ EL CANTO DE LAS AVES QUE EMIGRABAN Y QUE FUE UN NIÑO HASTA ESE DÍA Y, DESDE AQUELLO, QUE A ESE DÍA SIGUIÓ LA NOCHE Y A LA NOCHE EL OTRO DÍA. OTROSÍ, QUE SU ALMA YA ERA ENTONCES UNA ARAÑA Y QUE TEJIÓ UN CUERPO ALREDEDOR DONDE EL TIEMPO SE APRESÓ Y FUE DEVORADO. AÑADE, CON RESPETO, QUE ESTUDIÓ LA IMPORTANCIA DE LO INÚTIL, QUE LEYÓ LOS MANUALES DE ADÁN Y SUS SECUACES Y QUE SE LICENCIÓ EN MUSARAÑAS Y VESTIGIOS DONDE EJERCE IMPERTÉRRITO Y ALTIVO. EL AUTOR QUIERE ACLARAR QUE EL SABER OCUPA LUGAR Y QUE UN DÍA SE MORIRÁ ENTRE LAS AZUCENAS OLVIDADO.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

MECANO Lentamente caes, te has desprendido de una masa en la que estabas formando un todo en un ti mismo.

Ahora avanzas lentamente aproximando tu gravedad tranquila hacia mis cosas: y tu voz se ha adelantado unos instantes y clama que vendrás como un mesías corporal desde lo alto. Tu pelo, tus senos luego, ojos, manos, dientes, boca, todo, lengua, dedos, cara, frente.

Se incendian en contacto con la atmósfera e igual que un dios de fuego despeñado de los cielos, te vas formando tú, pieza tras pieza, en un encaje igual, pero más álgido, lento y sutil, como un mecano extraño ante tu amante fascinado.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

TU NOMBRE

Touch my skin and tell me what you’re thinking.

(Dido)

Te acercas y siento en mi cuerpo tu amenaza pues veo brillar tus armas desde lejos.

Semejante a un dios, envuelta en áurea nube me acercas eso que eres tú y que afila y corta y duele allí donde yo no soy más que un triste enemigo cautivo por tus tropas de vanguardia. ¿Qué eres tú que dueles?, ¿quién?, dime tu nombre. Dáteme,córtame,mátame,púnzame, corta eso que soy yo y que no tiene un nombre que salga de mi boca.

Te despliegas ante mí como un enigma…

Sítiame, ven, más cerca, nómbrame, bésame, córtame la huida, agúzame, púnzame,... ya siento, ya tus filos en este pequeño pasillo que nos cerca…, dueles, punzas, dueles y dices: buenos días, mientras pasas en medio de anteproyectos, resúmenes y cartas al director. Y entonces te me pierdes junto al nombre para el que esta boca estaba hecha, muda, ahora, para nombrar cualquier otra cosa.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

POEMA SIN TÍTULO Han llovido un poco su alfabeto unas nubes ágrafas y tristes como un lunes por la tarde.

Han llovido un poco: quizá unas letras sueltas, y apenas si se forman palabras por los suelos como charcos, sucios luego, bajo el peso y el paso de las ruedas del tranvía. Una o, Allí una t, más allá una tiembla una a.

En vano busco la m que me falta para “madre”, de “amor” la r no termina de caer y contemplo una d rota que no sirve para “paz”.

Mas las tristes nubes siguen tristes en lo alto escupiendo lentamente un calabobos de letritas de su torva oscuridad. Borrón, borrón, rugen, borrón. El parto de los montes en las nubes, mucho ruido y pocas n, u, e, c, c, c, c, c...

Al igual que en un sorteo son un bombo con letritas que bien truena cuando gira: borrón, borrón, borrón sobre este páramo blanco desde el que alzo la vista a la espera de que escampe algún punto final.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

FERNANDO DEL PINO JIMÉNEZ (Montalbán- Córdoba, 1959)

Reside en Écija desde 1990. Cursó estudios de Filosofía y Letras en Córdoba, por cuya Universidad se licenció en Filología Hispánica. En la actualidad ejerce su profesión como docente en el IES “Nicolás Copérnico” de Écija, compaginando ésta con la creación literaria y su labor en el ámbito cultural de la ciudad, la que le ha llevado a ser presidente de la Asociación Astronómico-Cultural Nicolás Copérnico, presidente de la Asociación de Amigos de Écija, secretario del “Premio Internacional de Novela Picaresca El Diablo Cojuelo” y, actualmente, Académico de Número de la Real Academia Vélez de Guevara, donde desempeña el cargo de director de publicaciones.

La poesía supone, ante todo, para Fernando del Pino un desahogo del espíritu, un pretexto para verbalizar, ahondando, todo aquello que hemos sido, somos o que nos queda por ser. De ahí que su poesía presente un fuerte componente autobiográfico que lo lleva a indagar en los temas esenciales: el amor, la muerte, la ausencia, la memoria de la infancia perdida…

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

AL LÍMITE Diluye y desbarata, perfil, el límite.

Lo intento y me resbalo y caigo en la patraña de realidad fingida y duplicada.

En la atracción de feria del pasado.

Tal vez, hoy reverberes en el sábado oculto de mi tiempo.

Quizás, mañana acotes los bordes transparentes del destino, o seas simplemente presagio de la muerte.

Y si es así, aguantaré estólido el peso de mi culpa.

OCÉANO Que se me derrama el océano.

Que se vierten el agua y sus colores, sus formas y texturas, deshaciendo su materialidad, convirtiéndose en otra cosa.

Que se me derrama el océano, inclinado sobre su borde, precipitándose poco a poco, cayéndose, desapareciendo.

Pon tu mano sobre el marco, restituye el equilibrio necesario, que reflote mi latido.

No permitas que suceda.

No consientas que se plasme la mueca desesperada.

Que me derramo en tu océano.

Que me embosco en tu negrura.

Que me confundo y permanezco.

Y eso es mucho.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

DUDA A cada instante, el pretil que me guarda del precipicio, se desdibuja y desaparece.

Dejándome sin abrigo.

Empujándome al otro lado.

A cada instante, Lo sólido y transparente, se azoga y se licua, se anega y me entorpece.

A cada instante, sobreviene y se aposenta, en la casa de mis padres algo que no me enseñaron, que no me dieron, o no quisieron darme.

A cada instante, la duda se instala y se proclama compañera de viaje, dermis de mi epidermis.

Agorera.

Anunciadora de mi fracaso.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

DÍAS DE MANSEDUMBRE En aquellos días de mansedumbre, de tardes sin perfil, redondeadas, por el borde sutil de la amapola, preñada de color ante la espiga.

En aquellos días de calores, de sabor a dulce en las papilas, de ilusiones nuevas, de cuentos de hadas, de juegos de mesa, de dóciles horas.

En aquellos días de perfiles blandos, de vientos suaves, felices caricias.

En aquellas tardes de juegos, de risas, de dulces promesas, de cálidas manos.

En aquellas noches de pechos untados, por la mano fiel, de bálsamo fresco, de algodones blandos, de sueños futuros, de azules secretos, de incipientes roces.

(Estos poemas pertenecen al libro que lleva por título Hexaedro.)

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

JOSÉ LUIS JIMÉNEZ SÁNCHEZ-MALO (Écija- Sevilla, 1947)

MADERA DE PELDAÑO Un hombre en su rincón, humilde rincón, levantó un peldaño y, subido a él, oteó el horizonte; luego dio por acabada su tarea.

Hubo otros hombres y otros peldaños e inéditos horizontes aparecieron ante sus miradas; y al cabo dieron por finalizada su tarea.

Simiente de simientes, el tiempo iría desvelando lugares nuevos con peldaños nuevos; y con ellos la vida. Así las cosas, la escalera (¿Scala Coeli?) comunal fue nutriéndose de todos los peldaños y oteando todas las alturas, substanciando la perenne tarea humana.

Y ya para siempre, cada primavera, en sus días de brío y renuevo, resuena en el aire el batir de las herramientas, que laboran a plena luz, bajo el cielo claro, propiciando el alcance de los altos horizontes.

Por lo dicho y por su timbre sonoro, rotundo y nada ambiguo, lleva esta semblanza de mi modesta persona el título de Madera de Peldaño.

José Luis Jiménez Sánchez-Malo, varón, natural de Écija, de sesenta años de edad. Oficios varios.

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JUAN JESÚS AGUILAR OSUNA (Écija- Sevilla, 1972)

Tras licenciarse en Filología Inglesa por la Universidad de Sevilla, enseñó español en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill (EE.UU.), donde también cursó estudios de doctorado en Literatura Inglesa y Norteamericana. En la actualidad es profesor del I.E.S. Nicolás Copérnico (Écija) y roba minutos al sueño para no abandonar su pasión por la escritura. Ideó, promueve y coordina el “Certamén de Relatos El Mundo Esférico” y da forma a los libros que cada año brotan de él.

Ha publicado artículos críticos sobre autores británicos (Samuel Richardson, Jane Austen, Sir Arthur Conan Doyle, Graham Swift, Doris Lessing, Jean Rhys, A. S. Byatt, Penelope Lively, etc.) en diversas revistas de crítica literaria de España y de los Estados Unidos, y en actas de congresos.

Entre los certámenes literarios en que sus obras han sido premiadas se podrían citar: primer premio, modalidad nacional, XI Certamen de Narrativa Corta “Ciudad de Villa del Río” (Córdoba, 2000); primer premio, modalidad nacional, XII Certamen Literario de La Línea “Ángel María de Lera” (Cádiz, 2001); finalista XII Certamen de Narrativa Corta “Ciudad de Villa del Río”(2001) y Premio “Arjona” de Relato Breve del XV Certamen Literario Álvarez Tendero (Jaén, 2001); mención especial VII Concurso IFACH de Narrativa Corta de Calp (Alicante, 2002); primer premio, modalidad novela corta, XIII Certamen de Literatura “Ategua” (Castro del Río- Córdoba, 2002); tercer premio XII Concurso de Cuentos Noble Villa de Portugalete (Bilbao, 2002); segundo premio II Certamen de Relato Corto “Encarna León” (Ciudad Autónoma de Melilla, 2003); finalista V Concurso de Narraciones Breves “Fernando Belmonte” (Trigueros- Huelva, 2003); finalista XXI y XXII Premio de Cuentos “Ciudad de Elda” (Alicante, 2005 y 2006); finalista del XX Certamen Literario Álvarez Tendero (Jaén, 2006).

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ÍTACA Todo regreso de un hombre a Ítaca es otra creación del mundo. Álvaro Cunqueiro. Las mocedades de Ulises.

Quien tenga la voluntad necesaria, que se esfuerce por entender una pregunta para la que aún no he encontrado una lógica que me convenza.

La pregunta, tan sólo unas pocas palabras indiferentes a mi desvelo, no deja de repicar en mi cabeza. Es un cincel que toma por material de trabajo mi masa gris. Está horadándola con la misma falta de compasión que mostraría una legión de voraces gusanos dedicados a barrenar cavernas de tamaños y profundidades que sólo un espíritu tan mudable como el antojo podría dictar.

La pregunta es bien sencilla; no rezuma ninguna complejidad metafísica e inabordable. Podría parecer, incluso, una pregunta retórica; una exclamación enmascarada con signos de interrogación sin esperar ninguna respuesta. Nada más lejos de la realidad. Cada una de las palabras que hacen posible esa endiablada frase se ha hecho insoportablemente locuaz, contundente; se ha enquistado en mi juicio, poniendo su sensatez en entredicho.

Esas palabras no están dispuestas a callarse. No van a dejarme tranquilo hasta que halle la fórmula mágica, la clave desconocida que les sirva de respuesta. ¿Dónde estaba Dios la noche en que mi padre murió?

*

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Aún no tengo claro dónde estaba Dios. Si hay alguien que pudiera haber remediado lo que aconteció aquella noche, no habría mejor candidato que Él. Pero no estaba mirando; Dios se había tapado los ojos.

Yo, en cambio, estuve allí, con los míos muy abiertos; fui testigo de primera mano de todo lo que sucedió. No sé hasta qué punto podría haberlo evitado.

Todavía tengo clavados aquellos ojos en los míos; me miraban con…¿asombro?, hasta que me di cuenta de que se les había escapado la vida.

Uno y uno no siempre son dos, tampoco tres; también es cierto que a veces son los dos que el sentido común no esperaba reunir. Seguimos estando los dos de siempre: mi madre y yo.

La noche en que mi padre murió podría haber sido una inhóspita y lúgubre, quebrada de vez en cuando por un rayo empapado en lluvia sólida. Podría haber sido una noche untada con un regusto gótico que la hiciese propicia para dar cobijo a los designios más esperpénticos de la fatalidad. No fue así. La noche era una de tantas otras, al menos hasta que él apareció. Se materializó como un fantasma brotado de las historias que me había contado mi madre, como un espectro que venía a dar forma, en cuerpo y alma, a esa idea paternal, vaga y brumosa, que ha habitado en mi mente desde que alcanzo a recordar.

La noche en que me reencontré con mi padre fue la noche en que estaba destinado a morir. Destino trágico, aunque pocos se atreverían a negar que la providencia es siempre caprichosa.

Lo que sé de mi padre lo construyeron los labios de mi madre. Siendo yo un niño que aún titubeaba al querer poner un paso delante de otro, mi padre le anunció a su joven esposa su necesidad de marcharse de casa.

Se había dado cuenta de que el matrimonio estaba asfixiándole, de que necesitaba salir al mundo y recorrer su vasta extensión para sentirse vivo. Se marchó un día para no volver. No recuerdo nada de aquello, y estoy seguro de que el tiempo acabó sanando la inocente añoranza que su escapada pudiese haber despertado en mí. Luego, el paso de los años fue vertiendo en los oídos del niño cuentos vaporosos, lejanos, exóticos; historias en las que figuraban hombres que abandonaban a sus mujeres para irse con otras; mujeres cuyo sufrimiento les hacía alcanzar tal grado [72]

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de necedad que les impedía olvidar a aquellos hombres que habían desaparecido voluntariamente de sus vidas; niños que habían fantaseado hasta crear—hay necesidades inevitables—la figura de un padre idealizado al que se dirigían para consultarle qué debían hacer, como si ese padre estuviese allí delante para escucharles y, peor aún, para responderles…

Mi padre se marchó un día porque tenía que conocer mundo, tenía una batalla que librar con el cosmos que lo contenía, y llegó una noche de vuelta a la que había sido su casa, a la calle Ítaca, como si regresara del trabajo al final de una larga jornada que había durado más de veinte años. Si se trataba de una parábola, los papeles, cuando menos, se habían invertido, si no distorsionado hasta componer una nueva historia: el hijo se había convertido en padre pródigo, y el padre que debía estar allí para recibirlo con los brazos abiertos resultaba ser el hijo, el que nunca había salido de casa. Pero Dios no estaba por allí aquella noche. Debía andar ocupado en algún otro lugar a aquella hora en la que mi padre decidió regresar a Ítaca. ¿Dónde estaba Dios la noche en que mi padre murió?

* Siempre he visto a mi madre cosiendo. No la recuerdo haciendo otra cosa. No encontró recurso más inmediato para sacar adelante a la casa que todos los días le gritaba lo amarga que era su soledad. También tenía un hijo pequeño al que vestir y dar de comer. Trabajó sin descanso robándole horas al sueño y vendiendo su cara a una palidez ojerosa que se cebaba en la falta de luz del sol.

La pobre Penélope ha pasado tanto.

Cuántas veces he oído esas palabras, hasta que un día perdieron su significado, como la canción que sonó tantas veces que terminó convertida en unas notas hueras, en un tarareo hueco que se ahoga en el silencio que le rodea.

No podía estar más equivocado: lágrimas como las que derramó mi madre no se olvidan jamás.

Nunca quiso saber nada de ningún otro hombre. ¿Cómo iba a fiarse de ellos, después de lo que le había hecho el primero? ¿Quién iba a [73]

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asegurarle que el próximo pretendiente, una vez que tuviese el corazón de la costurera entre sus manos, no iba a darse cuenta de que quería ver mundo? Y no fue por falta de pretendientes. Mi madre siempre resultó atractiva a los ojos de los hombres. Aún continúa siéndolo. El que más insistió fue un tal Antonio, un conocido de mi padre que quiso llenar el vació surgido después de la partida. En la casa y en el corazón de mi madre. Más de una vez le oí decir que mi padre podría estar muerto, que no entendía a qué esperaba mi madre para darle la espalda a aquel capítulo de su vida.

Antonio perdía su tiempo; yo estaba allí para evitar que se saliera con la suya. Desde que mi padre se marchara, a mi madre sólo le ha interesado un hombre, uno que siempre ha estado a su lado y que nunca le ha fallado, alguien en quien puede confiar: su hijo Marcos.

Uno y uno a veces sí son dos: los dos de siempre. No hace falta nadie más.

* Cuántos años he pasado buscando a mi padre en los últimos recodos de mi memoria y en los recuerdos de la gente. Tan sólo logré invocar a un ser modelado con el barro de mi imaginación, un ser al que di forma y vida con un aliento que olía a añoranza de alguien en quien poder mirarme. En lo más recóndito de mi pérfida codicia, siempre ansié conocer a mi padre. Era una tentación contra la que nunca he dejado de luchar; ahora sé que no volverá a asaltarme. La decisión que tomó hace tanto tiempo no admitía vuelta atrás: aquella noche los años no trajeron a mi padre de regreso, trajeron a un ser extraño y escabroso que no podía encarnar a la figura de lodo que habitaba en el cuarto oscuro de mis ilusiones y mis temores.

Una noche de hace dos meses, aquel fantoche—como una marioneta que se tambalea movida por las cuerdas de la sinrazón—decidió volver a la calle Ítaca. Yo no me encontraba en casa. Había salido a hacer unas compras y él llegó diez minutos antes que yo. Cuando abrí la puerta de casa oí la voz de un desconocido dando gritos. Mi madre estaba llorando.

Dejé caer las bolsas que traía en las manos y corrí hacia el salón.

—¿Te atreves a decir que ésta no es mi casa?—resonó un bramido [74]

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ebrio, mientras yo llegaba hasta donde se encontraban mi madre y aquel hombre cuya voz no reconocía—. ¡Deja de llorar! ¿Es que las cosas no se pueden arreglar? ¡Te advierto que es mejor por las buenas que por las malas!

Ya en el salón, vi a un mendigo agarrando a mi madre por un brazo y zarandeándola como si quisiera despertarla del trance hipnótico en el que se hallaba sumida. Ella no era capaz de articular palabra, tan sólo podía llorar. En aquel instante entré a formar parte de la escena que cambió el mundo, nuestro mundo: tres pares de ojos se miran entre ellos durante los años que transcurren desde que un padre abandona su casa y decide regresar; nadie parece poder moverse, los tres personajes han quedado inmortalizados en un fresco, quizá para que otros cuenten sus hazañas; los ojos del desconocido dan la impresión de estar buscando en el interior de los del hijo recién llegado algo que perdieron hace mucho tiempo, y viceversa; la tonalidad y la forma de los cuatro ojos, de no ser por las arrugas que los separan, rayarían con lo idéntico; el hijo recién llegado cobra vida de forma inesperada y se abalanza sobre el vagabundo, golpeándole con todas sus fuerzas en el rostro y empujándole para tirarlo al suelo; el cuerpo mugriento del extraño pierde el equilibrio y se va hacia atrás golpeándose la nuca contra la esquina de un mueble; yace con los ojos abiertos de par en par y lo mancha todo de sangre; Penélope también abre los ojos hasta que parece que se le van a salir de sus órbitas, pero no dice nada.

La tragedia ha llegado a un final. Sólo quedan dos personajes—los dos de siempre—para continuar otra historia.

Bajo la melena desaliñada y canosa y las barbas grasientas de aquel individuo, bajo un abrigo con estampado de manchas y oliendo a basura, se ocultaban las ruinas del hombre que un día se casara con mi madre. El mismo que luego la abandonó y que había venido a reclamar un lugar que ya no le correspondía. Cuando mi madre volvió a encontrar su voz, me narró la historia que aquel vagabundo le había contado. Decía que un barco lo había traído de vuelta desde el infierno; que durante una singladura que había durado más de cuatro lustros había lidiado en mil batallas contra todo lo imaginable, contra los elementos y contra monstruos de las más diversas raleas. Venía muerto en vida, destrozado

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por el alcohol, con la cabeza en un mundo que no compartía con el resto de los mortales.

Tuvimos que deshacernos del cuerpo. Lo bajamos al garaje, lo metimos en el maletero y lo arrojamos al río aprovechando el cobijo de la madrugada. No nos vio nadie. Con un poco de suerte encontrará el camino que conduce al agua salada. El mar no queda lejos. En su oleaje podrá buscar nuevas aventuras, aunque esta vez no le hagan sentirse vivo. ¿Quién va a echar de menos a un vagabundo? ¿Quién va a llorar a un fantasma? ¿Acaso es pecado matar a alguien que no existe?

Tan sólo me asalta un temor que no me deja conciliar el sueño: la posibilidad de que detrás de aquel disfraz no hubiera un impostor, de que detrás de aquella apariencia burda, detrás de aquellos ojos que me miraban asombrados y que aún me sorprenden cuando menos me lo espero, se escondiera la figura de barro que yo había modelado.

* ¿Dónde estaba Dios la noche en que mi padre murió?

* Puede que en ocasiones, para que el mundo siga girando en el sentido en que debe hacerlo, la providencia se vea obligada a mirar hacia otro lado. Es la única manera de que las historias sigan su curso, de que las aguas lleven a sus náufragos a algún puerto.

Quedamos dos personajes; los dos de siempre.

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MODALIDAD ALUMNO - 1º y 2º E.S.O.

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JACK THE RIPPER Primer Premio

PAULA GONZÁLEZ DELGADO 1º E.S.O. I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO (ÉCIJA)

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One day men will look back and say I gave birth to the twentieth century.

Jack the Ripper, 1888.

Vosotros pensáis que estoy loco. Los locos no saben nada de nada. Pero me tendríais que haber visto. Tendríais que haber visto con qué sabiduría precedí – con cuánta cautela, con cuánta precaución—. Con qué disimulo llevé a cabo mi obra.

“The Tell-Tale Heart”, 1843.

S

— eñores, aquí, ante ustedes, Mary “Polly” Nicholls—empezó a decir el detective Lusk—. Ha sido degollada.

Me incliné ante el cuerpo sin vida de la mujer. La noche había arropado aquel asesinato. La poca luz que había en el escenario procedía de los farolillos que los policías habían traído. Acerqué la luz para poder ver mejor la situación en la que me encontraba.

—Degollada y una veintena de puñaladas en el vientre—continuó Lusk—. Una bestialidad.

—¿Quién la encontró?—le pregunté mientras seguía examinado el cadáver.

—Un carretero…—. Miró su block de notas—. Charles Cross.

—Déjame adivinar el oficio de esta mujer…

—Sí—asintió Lusk—, prostituta, además de alcohólica.

—Daré una vuelta por los alrededores, por si veo algo—le comenté.

Con ayuda de un farolillo, me propuse pasear por las siniestras calles

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de Whitechapel. El viento sacudía las hojas de los árboles. Llegué al final de Back’s Row. Miré hacia atrás, todavía se podía ver a los policías alrededor del cuerpo de Mary. Suspiré. Me fijé minuciosamente en el suelo, en busca de alguna pista, pero nada. El suelo estaba totalmente limpio, no había nada sospechoso. Volví de nuevo a la escena del crimen.

El forense había llegado, y con él algunos transeúntes curiosos.

—¡Apártense!—les decía a la multitud.

La policía fue recogiendo el cuerpo.

—¿Alguna pista?—le pregunté a Lusk.

—No, el forense nos citará más tarde. * Aquella misma noche, en la sala de autopsias de Scotland Yard…

—Autopsia de Mary “Polly” Nicholls. Realizada por el Dr. George Bagster Phillips. Están pesentes George Lusk y Sophie Barret—. El ayudante del forense iba tomando nota de cada palabra—. Día 22 de agosto de 1888, sala de autopsias del cuartel de Scotland Yard. ¿Listos?

Empecemos: hay una laceración leve en la lengua. También una contusión a lo largo de la parte inferior de la mandíbula, en el lado derecho.

—¿Un puñetazo?—pregunté.

—Podría ser… Aunque también podría deberse a la presión de un pulgar—indicó el forense.

—O a un estrangulamiento—opinó Lusk al señalar un hematoma en el cuello.

—Cierto, hay dos hematomas, uno frente al otro—acercó la mano y midió con la palma de ésta—. Siete pulgadas.

—Para silenciarla…—murmuré.

—Prosigamos—dijo el forense—. Debajo de la mandíbula hay una incisión de cuatro pulgadas de longitud, y que sale de un punto inmediato del oído. En el mismo lado, pero una pulgada abajo, una incisión circular, que termina en un punto, aproximadamente de…tres pulgadas. Debajo de la mandíbula, a la derecha. Una incisión separó totalmente los tejidos finos de las vértebras.

Lusk arqueó las cejas sorprendido.

—Todas las heridas han sido causadas por un cuchillo largo y aplanado.

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—¿Y eso?—pregunté sorprendida—. ¿Para qué tomarse las molestias?

El forense se encogió de hombros. Lusk no hizo ningún comentario al respecto.

—De momento no veo más detalles.

—Muchas gracias, Phillips—le sonrió el detective—, creo que nos iremos.

Salimos del cuartel. Amanecía en Londres, con la noticia de un asesinato. Los periódicos ya lo habían anunciado. Lusk bostezó. Tenía la cara pálida, pues había estado un día entero despierto.

—¿Qué opinas de esto?—me preguntó.

—Opino que este caso no es nada especial… Podrás encargarte de él tú solito.

George asintió.

—Si hay algún caso extraño o escalofriante…búscame. * Habían pasado dieciocho días desde aquel crimen. Una noche, alguien llamó a mi puerta. Debían de ser las seis de la madrugada. Aún no había luz en la calle. Empecé a abrir la puerta con algo de desconfianza, pero me armé de valor. Resultó ser un joven, algo tímido.

—El señor Lusk me pide que os de esto—me dijo mientras me entregaba un papel.

Me dijiste que te avisara si algo extraño pasaba.

Hanbury Spitafields, 29 Algo me decía que debía acudir a ese lugar lo más rápido posible.

Lancé una moneda al chiquillo, que la recogió con mucho gusto. Cogí un farolillo, lo encendí y me lancé a las oscuras calles de Londres. Faltaba poco para amanecer, empecé a correr, si no, miles de personas pegarían sus narices a la escena del crimen, lo que complicaría mucho las cosas.

Apenas podía ver, pero con la ayuda del candil me orientaba. Corrí y corrí hasta tropezarme con alguien.

—Disculpe…

No recibí ninguna disculpa por parte de aquel hombre. Sólo una risa grave, lo suficiente para helarme la sangre. Una inefable sensación de miedo me recorrió el cuerpo. Alcé la luz para ver a aquella persona. Se [82]

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alejaba poco a poco. Sólo pude ver que llevaba una capa negra, a juego con un sombrero de copa. En la mano derecha sujetaba un bastón con el que jugaba. Seguía riendo. Continué mirándolo, era realmente sombrío.

—¡Eh, señor!—exclamé mientras corría detrás de él.

Me detuve en seco, no había nadie al final del callejón.

De repente me acordé del crimen. “Hanbury, Hanbury…”, me dije.

Había olvidado la citación en esa calle. Volví sobre mis pasos hasta llegar allí. George Lusk estaba junto con el forense.

—Veo que mi mensajero llegó algo tarde—me dijo a modo de saludo.

—No es eso…

—Bueno, te explico. Te presento a Annie Chapman—me dijo mientras señalaba a un cuerpo tapado por un sábana blanca.

—¿Qué tiene de especial?—le pregunté.

—Creí que te encantaban los misterios… Levanta la sábana.

Miré a Lusk brevemente. Me agaché un poco y destapé el cuerpo.

Mis tripas se revolvieron durante unos instantes. Las piernas de esa mujer estaban levantadas con los pies apoyados en el suelo. La cara estaba hinchada y girada hacia la derecha. La lengua salía entre los dientes, pero no más allá de los labios. El cuerpo estaba totalmente mutilado. En la garganta había un corte profundo.

—Dios…—pude decir.

—Te avisé. ¿Quién querría matar a una mujer de esta forma?— preguntó Lusk.

—También prostituta, ¿no?—supuse.

Lusk asintió.

—Este caso me recuerda a uno…no sé a cuál exactamente…

—Veintidós de agosto de 1888, Mary “Polly” Nicholls. No detuvimos al asesino.

—¿Y si estuviesen relacionados?—le pregunté.

—Hay mucho tiempo entre uno y otro—indicó.

—En eso llevas razón…

La mañana había llegado al barrio de Whitechapel. El viento de septiembre gobernaba las calles sin piedad alguna. La noticia del asesinato de Annie Chapman se había extendido por todo Londres a una velocidad espectacular.

* [83]

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Nos encontrábamos en el cuartel de Scotland Yard, a la espera del Dr. George Bagster Phillips. Al poco llegó con un libro entre las manos.

—¿Y ese libro?—le pregunté—. ¿Cómo se titula?

—El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde—contestó con una sonrisa.

—¿De qué trata?—intervino Lusk.

—¡Diablos! ¡No voy a fastidiártelo!—exclamó—. El día quince de este mes se estrena en el teatro. El Sr. Richard Mansfield promete mucho en el escenario. Tendrá el honor de representar a Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

—Dime al menos de qué trata—insistió.

Miraba interesada al forense. Ese título despertaba algo de curiosidad en mí.

—Suponte que una persona rica, famosa y con poder no conociese la palabra “ley”. En otras palabras: un hombre totalmente libre. Jekyll es una persona rica, apuesta, con mucho poder y dinero. Pero sabéis que una persona así no puede ser libre, no puede comportarse como uno cualquiera, debe tener unas normas estrictas. Agobiado de esas leyes inventó una pócima, por así decirlo, que lo convertía en un hombre totalmente libre. Éste es, perdona por desvelarlo, Mr. Hyde.

Cogí el libro que había dejado encima de la mesa y me puse a hojearlo.

Lusk escuchaba cada palabra del forense.

—Hyde es el representante de la libertad, el poder y el dinero. Alguien realmente…atroz.

—Interesante…—murmuró Lusk.

—Espero que algún día me dejes el libro—intervine.

—Todo tuyo, yo lo he leído muchas veces—me dijo mientras me sonreía—. Ahora a trabajar.

Bajamos unas escaleras, hasta llegar a la sala de autopsias. Nos acercamos a la mesa, donde yacía un cuerpo tapado por una sábana blanca.

—Encontró el cadáver John David, un vagabundo.

—¿Algún testigo?—pregunté.

—No, ninguno, pero he preguntado por ahí y tenemos ya a un par de sospechosos.

El forense destapó el cadáver. Mantuve la compostura ante aquel horror. Lusk, en cambio, se había puesto pálido.

—Bien… esta mujer ha sido degollada además de destripada. Le falta el útero y parte del abdomen—decía mientras la examinaba.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—¡Pardiez…!—dijo Lusk mientras se ponía cada vez más pálido—.

Ya hemos visto suficiente…

El doctor cubrió el cuerpo.

—Creo que los cortes del abdomen y del cuello son provocados por el mismo cuchillo. Se parece a los que utilizan para cortar el cuero.

—Entiendo…

Salí de la sala de autopsias, junto a Lusk.

—¿Estás mejor?—le pregunté.

—Creo que sí…—contestó él—. La prensa deberá ser informada al respecto, ¿no?

—No tenemos ninguna prueba aún, ningún sospechoso…

—Sospechoso sí. Acompáñame a Whitechapel.

Asentí y nos pusimos en camino. El cuartel estaba muy cerca de ese barrio, por lo que llegamos en sólo minutos.

Al llegar allí, todo estaba realmente revolucionado. En el ambiente había un fuerte aroma a whisky. Multitud de mujeres habían tomado ya las calles, sin miedo alguno. Dos prostitutas de ese mismo barrio habían sido asesinadas y su asesino o asesinos estaban en la calle en libertad.

A medida que nos adentrábamos en el barrio, nos encontrábamos con más peleas. Comparé las lujosas calles de Londres con Whitechapel. Me quedé asombrada ante la diferencia.

—Parece que la reina Victoria no se ocupa mucho de esta parte de Londres, ¿no?—le pregunté a Lusk.

—Te doy toda la razón. Whitechapel es sólo un barrio más de Londres para ella.

—Cuéntame lo del sospechoso…

—Días después de la muerte de Mary “Polly” Nicholls, un amigo mío llamado Tom llegó al cuartel diciendo que un tal John Pizer estaba discutiendo con Annie Chapman en Hanbury St. —Entiendo, pero eso no demuestra nada, ¿no?

—Ahora te diré, cómo le llaman y lo comprenderás.

Llegamos a un pequeño bar. El jaleo de éste disminuyó al ver a Lusk.

—Buenos días, Sr. Lusk—saludó el hombre de la barra.

—Buenos días, Tom. —¿Les sirvo algo?—preguntó con una sonrisa.

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—No, gracias, venimos por trabajo.

Tom borró la sonrisa de la cara. Se acercó a nosotros.

—¿He hecho algo malo?—preguntó seriamente.

—No, en absoluto. Sólo venimos a preguntar por el suceso de hace un par de semanas.

—¿Preguntan por Mandil de Cuero?

—-¿Mandil de Cuero?—intervine.

—John Pizer—me contestó Lusk.

“Creo que los cortes del abdomen y del cuello son provocados por el mismo cuchillo. Se parece a los que utilizan para cortar el cuero,” recordé.

—Entiendo…

—¿Sabes dónde está?—preguntó Lusk.

Tom lanzó una mirada a un hombre bebiendo en la barra. George asintió.

—Disculpe, ¿John Pizer? Acompáñenos…

—¿Por qué?—preguntó de mala gana.

—Es sospechoso de un crimen—contestó Lusk sin más.

Entre los tres cogimos a John Pizer. Estaba totalmente borracho.

—No creo que podamos interrogarle—le dije a Lusk mientras lo sentábamos en una silla.

—Pasará la noche en el cuartel.

—Tom, luego se pasarán dos agentes para llevárselo—le informó—.

Procura que no escape de aquí.

—No se preocupe, buen señor, estaré a su lado para que no se vaya.

Lusk asintió. Salimos de nuevo a Whitechapel.

—Dudo que sea él…—murmuré.

—¿En qué te basas?

—Pues Ann estaba totalmente destripada y en estos tiempos un hombre de tres al cuarto no sabe dónde tiene la nariz—contesté—. Opino que es de la clase alta, algún médico.

—Llevas razón, pero dime…¿cuántos médicos se pasean por Whitechapel?

Arqueé las cejas.

—Los mismos que los herederos de la corona de Inglaterra.

Lusk no replicó. Yo estaba segura de que el asesino de Ann era una persona de clase alta, alguien con conocimientos de medicina. Lusk, en [86]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

cambio, no parecía compartir la misma opinión.

—Otro sospechoso es David Cohen—me comentó Lusk—, un merodeador de las calles de Whitechapel. Lo definen como alguien violento que odia a las mujeres.

—Le han detenido más de una vez por escándalos, ¿no?

George asintió.

(25 de septiembre de 1888) Lusk fue al teatro, como le aconsejó el Dr. George. Quedó encantado con la obra, además de hacer muy buenas migas con el actor. Decía que el Sr. Richard Mansfield era como un viejo amigo para él.

El crimen de Ann se quedó sin resolver. No teníamos muchas pistas con las que acusar a nadie. Teníamos a David Cohen y a John Pizer en libertad. Nada les retenía en el cuartel de Scotland Yard. La prensa había informado a Londres de que el sospechoso se llamaba Mandil de Cuero, un judío, ya que era el único que no tenía coartada. Desde que Londres se enterara de que el asesino era hebreo, se había levantado mucha polémica sobre el pueblo judío.

Un acontecimiento alteró el orden en el cuartel. Algo jamás visto en todo Londres: una carta del asesino. La había dejado en la mismísima puerta. Dirigida al “Querido Jefe”, ponía. Estaba escrita con tinta roja.

Querido Jefe: Siempre estoy oyendo que la policía me ha atrapado, pero aún no se librarán de mí. Me río cuando ponen una cara tan inteligente y dicen que están tras la buena pista. Ese chiste sobre Mandil del Cuero me hizo partir de risa. Voy a por ciertas mujeres y no pararé de destriparlas hasta que me echen el guante. El último trabajo fue grandioso. No le di tiempo de gritar a la señora. ¿Cómo van a atraparme ahora? Me encanta mi trabajo y quiero volver a empezar.

Pronto tendrá noticias de mi divertidos juegos.

En el último trabajo recogí un poco de sustancia [87]

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roja en una botella de cerveza de jengibre para escribir con ella, pero se puso espesa como la cola y no puedo usarla. La tinta roja es bastante adecuada, espero. En el próximo trabajo que haga le cortaré las orejas a la señora y se las mandaré a los oficiales de la policía, sólo por diversión. ¿Qué le parece? Guárdese esta carta hasta que haga otro trabajo y entonces publíquela tal cual.

Mi cuchillo es tan bonito y afilado que quiero ponerme a trabajar ahora mismo, si se presenta la oportunidad. Buena suerte.

Suyo sinceramente, Jack el Destripador.

P.D.: No se moleste si le doy el nombre profesional.

Lusk quedó sin habla, al igual que yo. Pensaba que, aunque ese tipo fuese un asesino, era un genio. Estaba asombrada. ¿Cómo era posible que un psicópata se burlase de Scotland Yard en sus narices? Miré el sobre y vi que había otra carta, pero no escrita con tinta roja.

Sophie: Perdone mis modales, no tenía tiempo para presentarme. La sangre seca en una capa es difícil de quitar, tuve que darme prisa.

Suyo, Jack el Destripador.

Un escalofrío me recorrió de nuevo. “Entonces, era él”, pensé.

Lusk publicó las cartas días después.

(29 de septiembre de 1888) La lluvia caía sin tregua en Londres. Casi todos los días el cielo estaba totalmente nublado. La noche trascurría con normalidad. Me encontraba en el cuartel leyendo el libro que me dejó el Dr. George.

[88]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—Tenemos a un nuevo sospechoso—dijo Lusk mientras entraba—.

Michael Ostrog, ratero y timador de origen ruso. Solía mostrarse cruel con las mujeres y poseía instrumentos quirúrgicos, como bisturís y escalpelos. Ya van a “hacerle una visita”.

—De acuerdo. ¿Pasarás aquí la noche?—le pregunté, puesto que Lusk siempre se quedaba haciendo guardia.

—Por supuesto.

—Te acompañaré.

Las horas pasaban. Lusk y yo debatíamos la obra de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

—Alguien realmente siniestro ese tal Hyde—le comenté.

—Sin ninguna duda.

Poco a poco terminamos por hablar del tema de los asesinatos.

—Creo que daré una vuelta por Whitechapel—le dije.

George bostezó.

—Como quieras…

Cogí un farolillo y salí a la calle. Hacía frío por las calles. Miré al cielo, había un montón de nubes. No tenía en mente a dónde ir, pero quería despejarme la cabeza. Pensé por un momento que nuestro asesino tenía facetas del mismísimo Jekyll. Tenía alguna lógica, ya que el causante de los destripamientos poseía dotes de médico y conocimientos de ciencia. En otras palabras: un hombre culto.

El reloj marcaba la una de la madrugada. Oí unos extraños ruidos por una calle. Un grito ahogado. Me acerqué sigilosa a la calle Benner.

Me adelanté un poco y distinguí una sombra camuflada en la noche.

Levanté la luz y vi con horror la escena. Un hombre con una capa negra y un sombrero de copa del mismo color estaba degollando a una mujer.

—¡Usted!—exclamé al recordar esa figura.

El hombre salió corriendo. Le seguí a toda prisa. Se movía ágilmente, podía confundirse en la oscuridad. Al poco, consiguió despistarme. Me maldije cien veces por eso. Volví al 40 de Benner St., donde se hallaba la mujer. Le tomé el pulso. Estaba muerta. Al poco llegaron los policías junto con Lusk.

—¿Le viste?—me preguntó.

—No le vi bien…

—¿Estás bien?

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Asentí mientras miraba el cuerpo sin vida de la mujer.

—Por lo que hemos sabido, se llama Elizabeth Stride—informó un policía.

—De acuerdo—asintió Lusk.

El forense llegó algo más tarde.

—Me he enterado. ¿Estás bien, Sophie?—me preguntó.

—Si, no hay de qué preocuparse.

El doctor se inclinó ante el cuerpo de la mujer.

—Por lo que parece, sólo ha sido degollada—informó—. De todas formas, si veo algo, os lo haré saber, pero dudo que ese tipo la haya destrozado más.

Volvimos al cuartel en compañía de un par de policías. Dos cartas esperaban en la puerta. Una ponía “Sophie” y otra “el jefe”. Tragué saliva. Lusk cogió su carta con recelo.

Mi querido jefe: Gracias por haber retenido mi carta anterior hasta este momento, en que de nuevo me he echado a la calle para trabajar.

Suyo, por siempre, Jack el Destripador.

Leí mi carta:

Estimada Sophie: De nuevo, le pido disculpas.

Jack el Destripador.

La sangre se me heló en unos segundos. Entonces, era el mismo hombre. Me había encontrado con el propio Jack el Destripador dos veces… Pero lo que no entendía era cómo sabía mi nombre.

Lusk estaba muy enfadado.

—¡Ese tipo se burla en mis narices!—exclamó.

Un policía llegó al cuartel.

—Diríjanse a Mitre Square—dijo.

Lusk le miró, y enseguida entendió para qué. Era verdad lo que decía [90]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

su carta. Gracias a un cochero llegamos allí. El cadáver estaba apoyado en una pared de ladrillo. Había algo inscrito en ella con tiza.

No hay por qué culpar a los judíos.

—Catharine Eddowes—dijo el forense—. Una mutilación, de las más horrorosas que he visto.

Lusk, con el ceño fruncido, se acercó al cadáver. Sintió náuseas y se alejó. Yo, en cambio, no sentí nada de repulsión ante aquel cuerpo, aunque sabía que la imagen estaría presente en mis peores pesadillas.

El reloj tocó las dos menos cuarto.

—Llevaos el cadáver, amenaza con llover—le dije a unos policías.

Me acerqué a Lusk, que estaba al final de la calle.

—¿Estás bien?—le pregunté.

—Sí, estoy bien…

—Volvamos al cuartel—le aconsejé.

Nos pusimos en camino. Al llegar, un paquete con una carta nos esperaba en la puerta. “Para el jefe”, ponía en ambos. Entramos en el cuartel con el paquete. Lusk abrió la carta y la leyó en voz alta.

Desde el infierno, señor Lusk, le envío la mitad del riñón que tomé de una mujerzuela, y que conservé para usted después de freír el otro. Estaba muy bueno, de verdad.

Se me escapó una sonrisa de asombro.

—No habrá sido capaz…

Me equivoqué. En el paquete había un riñón humano. Lusk no pudo aguantarlo, tuvo que vomitar todo lo que tenía en el estómago. Salió afuera a calmarse.

Miraba el paquete con el riñón. Cogí la carta y leí el remitente: “Desde el infierno”.

—Fascinante…—me dije.

Era raro que yo pensase algo así, pero no todos los días te enfrentas con un asesino de ese calibre. Era todo un desafío, y muchas veces me planteaba qué iba a perder.

La idea de que Jack el Destripador fuese un hombre estilo Jekyll rondaba mucho por mi cabeza. Lusk entró con su mejor cara.

—Nadie se burla de George Lusk. Recorreré Londres en busca de ese psicópata.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

No le dije nada, pues estaba muy ofendido.

Al día siguiente hubo una rueda de prensa en el propio cuartel.

Todos los representantes de los periódicos de Londres estaban reunidos allí.

—Pregunta para la señorita Sophie: ¿Qué sintió al saber que se había encontrado dos veces con el propio “Jack el Destripador”?

—Sinceramente, tuve mis miedos, pero aunque cueste creerlo, ese tipo es un genio dentro de sus límites, por el hecho de que nadie más le ha visto ni sabe cómo es.

Muchos quedaron absortos por mis palabras, pero no dijeron nada.

—Pregunta para el Sr. Lusk, de la revista Times: ¿Qué sintió al recibir cartas del propio asesino?

Lusk frunció el ceño.

—Ira. Por eso me propongo buscar por todas las calles de Londres.

No pararé hasta darle caza.

—Pregunta para el Dr. George: ¿Fue usted mismo quién realizó las autopsias? En ese caso, ¿qué opina?

—Si, fui yo. Opino que ese hombre tiene grandes conocimientos de medicina. Es un tipo instruido.

—Pregunta para Sophie, del periódico Black Board: Usted que ha estado más cerca del asesino, ¿podría decirnos cómo es?

—Siempre lo he visto de espaldas. Vestía una capa negra, a juego con un sombrero de copa del mismo color. Podría decirse que es alto.

—Queremos más detalles—insistió un reportero de la revista Times.

—Me recuerda a Dr. Jekyll. Pienso que ese tipo es rico, con bastamte poder, hasta famoso. Casado, de buenos modales... Cada noche, por así decirlo, se transforma de un respetable ciudadano, en el propio Satanás.

Nadie hablaba, sólo escribían.

—Eso ha sido todo por hoy—dijo Lusk.

Al día siguiente compré el periódico Black Board. En primera página habían hecho un dibujo de “Jack el Destripador” degollando a una mujer. “¿Quién es en realidad Jack el Destripador?”, rezaba el titular. “Una carta ha llegado a todos los periódicos de Londres, del puño y letra del mismísimo Jack el Destripador”, empecé a leer.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

No tengo tiempo aún para deciros cómo me he convertido en un asesino, pero ya sabréis, cuando llegue el momento, que soy uno de los pilares de estas sociedad.”

Más abajo venía una carta del propio Jack dirigida a Lusk.

.

Lusk, puede buscar en todo el infierno, pero no me encontrará, aunque estoy frente de su nariz todo el tiempo. Su viejo amigo, Jacky

“¿Cómo sabía Jack lo que se había dicho en la prensa?”, me pregunté sorprendida.

(9 de noviembre de 1888) Todo Londres estaba aterrado ante las habladurías de ese tal Jack, habladurías que eran totalmente ciertas. Yo, en cambio, estaba fascinada.

Siempre me habían gustado los misterios. La mañana en Whitechapel era muy extraña. No había ni un alma en las calles.

Paseaba junto a Lusk por Miller’s Court mientras disfrutábamos del buen sol. George todavía estaba algo molesto con el tema de las cartas, después de leer la última en el periódico. Teníamos una gran lista de sospechosos, pero todos ellos, tarde o temprano, demostraban una cuartada perfecta.

El reloj tocó las once menos cuarto. Llegamos al final de la calle cuando oímos un grito. Procedía de un pequeño hotel de poca monta.

Fuimos corriendo hasta allí. El casero lloraba de terror. Entramos en la habitación. Lusk salió de inmediato, estaba a punto de vomitar de nuevo.

Contemplé el cuerpo irreconocible de una persona. Había sangre por todos lados, órganos en las mesas y en la cama.

—¿Quién estaba en esta habitación?—le pregunté al casero.

—Mary Jeannette Nelly—contestó varios segundos después.

Me acerqué a la mesa, donde había una carta con mi nombre. La abrí sin que nadie me viese.

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Querida Sophie: Claramente me asombro de vos. “Me recuerda a Dr. Jekyll. Pienso que ese tipo es rico, con bastante poder, hasta famoso. Casado, de buenos modales… Cada noche, por así decirlo, se transforma de un respetable ciudadano, en el propio Satanás.”

Sencillamente fascinante. Nunca me lo había planteado. Pero hay una gran diferencia entre él y yo. Jekyll quiere ser Mr. Hyde para romper brevemente las reglas, pero luego se arrepiente, al descubrir que no puede ser normal de nuevo.

Yo, en cambio, hace mucho que las rompí, y no me arrepiento de nada.

En el 29 de Hanbury Spitafields, a medianoche.

—Quiere citarme— pensé en voz baja—. Quiere verme en persona.

Millones de sensaciones acudieron a mí. Lo primero fue miedo, luego sorpresa y, por último, como siempre, fascinación.

Horas más tarde, me adentré en Hanbury Spitafields. Llevaba conmigo un farolillo. Una luna llena estaba tatuada en la noche, lo que me ayudaba a ver un poco mejor. Me detuve al ver una silueta casi familiar.

—Jack…—dije.

Se oyeron unas pisadas. Estaba a una distancia prudente.

—El mismo.

Tenía una voz un tanto escalofriante y a la vez grave. No me acerqué más.

—Me citas en la misma calle en la que cometiste tu primer asesinato, ¿por qué?—le pregunté.

—Curiosidad. Una magnífica palabra, ¿no crees?—me preguntó con un tono que en otro contexto podría haber sido hasta gracioso.

—Admito que sí—le contesté mientras me encogía de hombros.

—Claramente estoy asombrado. Creí que lo comprendía todo, salvo una cosa.

—¿Cuál?—le pregunté manteniendo la distancia.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—¿Cómo es que vienes hasta mí, desarmada, con total confianza?

—Curiosidad—le contesté.

Pude oír su risa.

—Pero hay una cosa que no me gusta de las curiosidades—dije.

—¿Cuál?—preguntó.

—Cuando me veo envuelta en un misterio por pura curiosidad, no saber la respuesta al misterio. Contéstame a esto: ¿quién eres y por qué lo haces?

—Soy el que soy. El porqué es simple: siempre me imagino a los hombres diciendo “Con Jack el Destripador nació el siglo veinte”. No hay que buscarle la lógica, ya que cada uno de nosotros es un loco a su manera—rió—. Si, puedes llamarme loco, aunque tú misma también lo estés, si no, ¿por qué ibas a venir hasta aquí?

Medité sobre sus palabras.

—En fin—continuó—, me iré para no volver.

—¿A dónde?—le pregunté mientras veía que se alejaba.

Rió.

—Creí que no te gustaba la curiosidad. La vida sin misterio no tiene gracia, sería muy aburrida…

Sonreí.

Jack el Destripador se alejaba poco a poco, mientras tatareaba una breve canción. Poco a poco la niebla de Whitechapel le fue envolviendo, hasta hacerle desaparecer.

—Adiós…—sonreí.

Volví al cuartel, suponiendo que Lusk estaría ocupado con el caso del Destripador. Una vez allí, me senté en un sillón y me puse a leer el periódico. Sonreí al ver, de nuevo, un artículo de Jack el Destripador.

Por alguna extraña razón, estaba feliz, lo que me hizo suponer que estaba loca, pues me alegraba de haber dejado a un asesino suelto. Pero, como bien me había dicho Jack, “todo el mundo está loco a su manera”.

Lusk entró en la sala con la cabeza alta, lleno de orgullo y satisfacción.

—Hemos atrapado a ese perro de Jack el Destripador, o mejor dicho…

—No me lo digas—le interrumpí.

—Cómo?—me preguntó incrédulo—. ¿Por qué?

Reí a carcajadas.

—¡Vamos, Lusk!—exclamé—. ¡La vida sin misterio no tiene gracia!

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

POR UNA CARRERA Segundo Premio

CARMEN REINA GUTIÉRREZ 1º E.S.O.

EE.PP.SA.FA. (ÉCIJA)

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Mi nombre es Inés y os voy a contar una historia que es verdadera.

Me ocurrió a mí y me hizo comprender que en verdad todos somos iguales, que por debajo de la piel—ya sea blanca, negra, tostada o amarilla—, late un corazón con las mismas células y con la misma función: bombear sangre a través de las venas y arterias a nuestro cuerpo. También comprendí que, por encima de las religiones y de los dioses, ya sea Jesús, Alá o Buda, las buenas personas sólo buscan el amor y la paz.

A veces nos dejamos influir por comentarios que oímos en conversaciones de mayores o en las noticias de la televisión. Y cuando oímos que un islamista ha puesto una bomba o que un grupo de extranjeros ha entrado a robar, pensamos que todos son iguales.

Pero no todos son así: las personas, ante todo, somos seres humanos y cometemos errores, seamos de la raza que seamos. Yo misma cometí un gran error cuando, sin conocerla, juzgué a una compañera nueva que llegó a mi colegio, a mi misma clase. Aquí comienza la historia.

* África es una niña negra. Nació en un pueblecito pequeño, donde no había trabajo para sus padres, y éstos, al ver que allí no podían criar a su hija, emigraron a España.

Cuando África llegó al colegio, nadie le hablaba, y no porque fuera la nueva, sino porque era negra, porque no vestía a la moda, porque no sabía nada de los cantantes guays, ni de las series que todas veíamos.

Era aburrida A mí, la verdad, me daba un poco de pena. A nadie le gusta que le den de lado, pero mis amigas siempre tenían una conversación más divertida.

En el recreo África siempre estaba sola. Nosotras íbamos a cumpleaños, al cine, a comer hamburguesas juntas, y nunca la invitábamos [98]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

(¿para qué, si era emigrante y no tenía dinero?, ¿quién la iba a invitar?).

Ella, sin embargo, siempre era amable con todas nosotras, a pesar de que algunas de mi grupo la trataban muy mal. Cuando pasaba por su lado la insultaban, le decían: “¡Vete a tu país, negra!”, y cosas por el estilo.

Cuando teníamos que hacer algún trabajo de clase o en el laboratorio en parejas, ella siempre lo hacía sola. Nadie quería trabajar con ella, y así pasaban los días y fue pasando el curso. África se acostumbró a estar sola y siempre se la veía apartada y triste. Nosotras la ignorábamos y, cuando nos acercábamos a ella, era para ridiculizarla por una falda pasada de moda o por su pelo encrespado.

Pero un día sucedió algo que me hizo cambiar para siempre mi forma de pensar. Se acercaban las vacaciones de verano y estábamos muy ilusionadas planeando el viaje de fin de curso. Íbamos a pasar unos días en la playa en compañía de nuestras compañeras y de algunos profesores.

Por fin, llegó el día y nos encontramos todos en el autobús, pero nadie se quería sentar al lado de África. Yo estaba un poco enfadada porque me había tocado compartir habitación con ella y, aunque era una compañera amable y educada, yo pasaba de ella y estaba la mayor parte del tiempo en las otras habitaciones con mis amigas.

Una mañana fuimos de excursión a una cala un poco más alejada que el resto de la playa. Enseguida nos metimos en el agua, aunque el profesor nos advirtió que no nos bañáramos, pues el mar estaba revuelto.

A todas nos sorprendió lo rápido y lo bien que nadaba África. Yo, para no ser menos que ella, y animada por mis amigas, la reté a una carrera hasta una boya que había por allí. Ella no quería porque decía que era peligroso, y mis amigas y yo empezáramos a llamarla cobarde.

Entonces, le propusimos un trato: si ella ganaba la carrera, sería una más de la pandilla. África aceptó, pues estaba deseando tener unas amigas. Comenzamos a nadar y yo veía cómo mi rival estaba cada vez más lejos de mí y casi me había ganado. De pronto sentí un fuerte latigazo en la pierna derecha y me quedé paralizada. No podía mover las piernas, ni los [99]

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brazos.Presa del pánico, empecé a gritar y a pedir socorro, pero mis amigas en la orilla no se daban cuenta y seguían animándome. De pronto, África miró hacia atrás y notó que algo raro me pasaba. Ella estaba a pocas brazadas de la boya, pero no dudó en dar media vuelta y venir a socorrerme.

Me sujetó por detrás y me arrastró hasta la orilla. Yo estaba sin aire, no podía respirar. Había tragado mucha agua.

Cuando me soltó en la arena, mis amigas corrieron a buscar ayuda, pero África no se lo pensó: me sujetó la cabeza y empezó a hacerme el boca a boca. Yo notaba cómo el aire volvía a entrar en mis pulmones y pensé que era el mismo aire que había estado en los suyos.

Con su aliento, África me devolvió el mío. Cuando abrí los ojos lo primero que vi fue su rostro. Ella estaba llorando mientras luchaba por devolverme a la vida. Cuando vio que recobraba el conocimiento, me abrazó y yo me abracé a ella llorando, dándole las gracias de todo corazón.

Cuando llegaron mis amigas y el profesor se quedaron sorprendidos de vernos a las dos abrazadas, llorando y riendo a la vez.

Antes de que el profesor nos separara para reñirnos por la carrera, yo ya había abierto mi corazón a África, le había dado las gracias y le había dicho: “No sé si habrás conseguido una pandilla, pero sí has conseguido una amiga de verdad”.

Y, aunque el profesor nos castigó, ninguna de las dos estábamos tristes. Sabíamos que nunca estaríamos solas.

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MODALIDAD ALUMNO - 3º y 4º E.S.O

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RECUERDOS Primer Premio

SARA ÁLVAREZ ARENAS 4º E.S.O. I.E.S. COLONIAL (FUENTE PALMERA)

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CAPÍTULO 1: LA HISTORIA Y LA REFLEXIÓN. Ante mis ojos pasan imágenes que conozco y por mis oídos parecen llegar canciones que me resultan familiares. ¿Sabes qué significan? Son mis recuerdos. Recuerdos que están mezclados entre injusticia, pérdida, amor y dolor. Recuerdos de una vida que es mía, en este mundo loco y miserable. ¿Tú crees que el amor y la esperanza se recuperan, que las cosas pueden arreglarse?

Si te digo la verdad, ahora comprendo el amor de Chopin y la enfermedad de Schumman…

En el planeta Tierra, en sus países, hay humanos de diferentes razas y culturas. Entre ellos se mezclan bondad, violencia, seriedad, tristeza, amor...

En los países se dividen la riqueza y la pobreza. Siempre he visto gente que amaba el dinero. Pienso que el dinero no es importante, y que sí lo son el derecho y aún más el amor. ¿Tú te has enamorado de alguien y has tenido suerte? ¿Tienes problemas para enamorarte? Piensa en un amor entre personas diferentes, que se aman sin remedio…que comparten un amor que es imposible.

De eso trata esta historia. Siempre la mantuve en silencio. Tú serás esa persona que tanto buscaba para contársela, me das confianza, seas quién seas.

Mi mundo era pobre y frío. Sentía como si todo se hubiera derrumbado a mi alrededor. Me duele el alma, la tengo rota, rota como el amor perdido, como aquella partitura hecha añicos o como la cuerda de aquél piano desafinado.

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CAPÍTULO 2: EL INFIERNO DE MI PRISIÓN. Cuando era una niña de nueve años, me quedé huérfana. A mi padre lo encarcelaron por robar y lo condenaron a muerte. Mi madre estaba enferma de SIDA. Sí, yo vivía en ese mundo de miseria donde muchos niños viven desamparados, sin nadie. Todavía ocurre eso.

Mi hermana y yo caminábamos juntas por la carretera cuando pasó un coche que se detuvo cerca de nosotras. Era la policía. Salió un agente, nos miró.

—¿Qué hacéis vosotras aquí?

—Estamos buscando un lugar donde vivir, nuestros padres han muerto, no sabemos adónde ir—contesté yo.

—Necesitamos ayuda, no tenemos nada—contestó mi hermana.

—No os preocupéis, subid al coche y venid conmigo, soy el agente Joe—dijo el hombe.

Subimos al coche y nos llevó hasta una casa en la parte alta de la ciudad. Entramos en una habitación y olía raro, como a gas. Intenté no cerrar los ojos, pero era superior a mis fuerzas. La primera vez que abrí los ojos vi a dos hombres que se llevaban a mi hermana, creí que estaba dentro de un mal sueño. La segunda vez que me desperté, me encontré tumbada en el suelo. Mi hermana no estaba allí. De pronto entró el agente, me pareció que algo malo iba a sucederme y así fue.

Se quitó el uniforme, me miró con cara burlona. Entonces comprendí lo que sucedía. Era una trampa. Aquél hombre no era policía. A mi hermana la vendió y a mí me dejó en aquella prisión. Una casa donde a pobres chiquillas las trataban como a putas o a esclavas.

El infierno entró en mi vida. Llegué a la conclusión de que iba a sufrir la misma suerte que había corrido mi madre: maltrato infantil, explotación… ¿Quién podría ayudarme? Nadie, ni siquiera un auténtico policía.

CAPÍTULO 3: MUÑECA ROMPECORAZONES. Así me llamaban. Yo era la más pequeña, me trataban como a una muñeca. Ellos lo decidían todo por mí. Mi lugar de puesto siempre era [105]

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la calle. Como siempre salía de noche, nunca vi a otras niñas y niños.

Los peores momentos de mi vida fueron cuando, estando la calle desierta, unos hombres que se comportaban como monstruos me secuestraron para violarme y tirarme piedras.

En una ocasión, unos ricos también me quitaron la ropa mofándose de mí. Me llamaban muñeca rompecorazones y disfrutaban mientras me lanzaban insultos, me escupían y me empujaban.

Por supuesto, nunca tendría que haber salido, pero si no salía, ¿sabes qué hubiera pasado? ¿Sabes qué hubiera pasado si no les llevaba bastante dinero?

CAPÍTULO 4: PALIZA Y TORTURA. Si me hubiese negado a salir, me habrían dado una paliza. Joe era perverso. No podía volver a mi prisión sin el dinero que tenía que llevar, pues me amenazaban diciendo: “dinero, paliza o tortura”. Todavía quedan marcas de latigazos en mi espalda.

En la casa había una habitación que era, para el jefe secuestrador de niñas, una sala de torturas. Sufría viendo cómo cogía a las niñas para torturarlas. A mí me pasó varias veces. Sólo podrías imaginártelo si te hubiera pasado a ti. Sería horrible, ¿verdad?

Vivir en un sitio de esos es insoportable. Tenía que encontrar la manera de escapar.

CAPÍTULO: 5. CÓMO ESCAPÉ DEL INFIERNO. La última noche que estuve allí recibí muchos golpes, tan fuertes que sentí como si me hubieran arrancado la piel con aquellos latigazos.

Para él era como si se tratara de la disciplina que se les imponía a los niños en los reformatorios; pero no era más que sufrimiento. Luego, para hacerme más daño, y a mis compañeras también, nos encerraba sin comer.

Más tarde esa misma noche, vi una ventana que tenía los barrotes rotos y no dudé en escapar. Cogí el bolso y me acerqué a la ventana. Por suerte, yo era pequeña y delgada y pude salir. Pero tenía que subir por el tejado de la casa; resbalé y caí rompiendo algunas tejas. Me levanté, me [106]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

quité los zapatos y, descalza, continué caminando por el tejado. Por suerte, ni el malvado Joe, ni ninguno de sus amigos oyó el estrépito de las tejas al romperse.

En la calle no había nadie, todo estaba en silencio. Bajé del tejado por un árbol, agarrándome por sus ramas, y llegué al suelo sin hacerme daño. Luego eché a correr.

Entonces fue cuando Joe me vio. Se había levantado de la cama y se había dado cuenta al ver las tejas rotas en el suelo. Yo seguía corriendo, y él, asomado a una ventana y muy enfadado, me gritaba: —¡Por los chasquidos de mi látigo! ¿Adónde vas, niña asquerosa? ¡Ya verás cuando te coja!

Corrí sin parar mientras Joe seguía gritándome.

—¡Vuelve aquí, zorra! ¡En cuanto te pille, te voy a matar!

No me detuve, Joe no me siguió y pude escapar hasta llegar a la playa, una de tantas playas de Brasil.

CAPÍTULO 6: LA FUGA. Al alcanzar la playa, dejé de correr y empecé a caminar. Me acerqué al agua para sentir en mis pies la suave espuma del mar. Eso hizo que me tranquilizara. Pensé que había conseguido escaparme después de tanto decirme “ahora o nunca”. Pensé en mi pobre hermana Marta; Joe la había vendido y no sabía dónde estaba. ¿Por qué no la dejó a mi lado?

Yo adoraba a mi hermana. De mis ojos brotaron lágrimas amargas acumuladas durante todo este largo tiempo que había estado viviendo en mi prisión. Y es que me di cuenta de que había pasado un año. Ahora yo ya tenía diez.

Tenía que seguir adelante, tenía que pensar en mi futuro y en cómo sobrevivir. De repente, vi gente que se iba a subir en un barco de mercancías. Avancé dejando mis pensamientos y recuerdos para ver qué pasaba. Estaba a tiempo de coger aquel barco, sentí deseos de viajar.

Siempre había querido conocer nuevos mundos.

Había un anciano fumando, medio borracho.

—Perdone, señor.

—¿Qué quieres, niña? ¿No ves que estoy ocupado?

—¿Adónde va este barco?

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—A un hermoso país llamado España. Ya va a zarpar. ¿Qué significaba España? Me habían contado que hacía siglos los españoles invadieron mi continente.

Me dirigí hacia el barco, pero un hombre me detuvo.

—¿Adónde vas?—me preguntó.

—Quiero viajar—dije.

—Eres pequeña para viajar sola—insistió.

—Sé vivir—le dije, con seguridad en mis palabras.

El hombre guardó silencio por unos momentos.

—Está bien, ¿cómo te llamas?—me preguntó por fin.

—Me llamo Clara Lavigne.

CAPÍTULO 7: EL SUEÑO MISTERIOSO. Comenzó el viaje y me sentía a salvo. Allí podía conocer gente; observé que la mayoría estaban tristes. Entendí todos los motivos de por qué mucha gente quería partir hacia aquel sitio llamado España. Una mujer que estaba dando de comer a su bebé me sonrió con simpatía.

—Ven, pequeña, siéntate aquí conmigo si quieres.

—¿Cómo es España?—le pregunté.

—Es un país que no es pobre. Lo conozco, estuve allí y me echaron.

—¿Por qué?—volví a preguntar.

—Allí van los inmigrantes.

—¿Inmigrantes?

—Sí, pequeña, gente pobre y triste que quiere huir de su tierra…como tú y como yo. Pero en ese país no todo el mundo trata bien a los inmigrantes, por eso me echaron.

Por la noche busqué un sitio para dormir. Me eché en un rincón donde había unas cajas. Sentí mucho frío, me acurruqué bajo la manta y al poco me dormí.

Tuve un sueño misterioso que me hizo pensar mucho, no sé si era una pesadilla, no llegué a comprenderlo del todo. Estaba en un bosque con mis compañeros de barco. Estábamos perdidos. De los arbustos salieron unas fieras salvajes que querían atacarnos. Yo me asusté mucho, comencé a correr y una fiera me perseguía, me escondí detrás de una roca. Entonces salió de entre los arbustos una persona cubierta con [108]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

una caperuza. Me dijo que huyera y salió corriendo para que la fiera le persiguiera y a mí me dejara en paz. Yo escapaba y me detuve cuando vi una luz. Unos ángeles me cogieron y me salvaron.

CAPÍTULO 8: EL ENCUENTRO CON MI HERMANA. Me desperté porque tenía sed. Sabía dónde había agua. Todavía tenía frío, pero pude soportarlo. Me dirigí a un camarote que había en un pasillo del barco. Abrí la puerta y me encontré con una niña. Me miró y yo a ella. No te puedes imaginar quién era. ¡Era mi hermana Marta!

Corrimos a abrazarnos, fue como un milagro.

—¡Marta, estás aquí!

—¡Qué feliz me siento de estar contigo! Te he echado mucho de menos.

—Joe el malvado te vendió y a mí me tenía en su prisión.

—Nos separó, ahora estamos juntas.

Bebí agua y nos sentamos con nuestras manos cogidas. Yo le conté mi historia y ella me contó la suya.

—Cuando me desperté—me dijo Marta—, vi que no estabas, me tenían encerrada en una sala llena de instrumentos. No sabía dónde estaba. Los hombres que me compraron eran unos músicos muy crueles, aunque me enseñaron a tocar este instrumento.

Cogió un estuche, lo abrió y sacó un violín. Yo no sabía lo que era.

—Esto es un violín. Me enseñaron a tocar, tenía que ir a la calle para que me dieran dinero o me castigaban sin comer. Se aprovechaban de mí. Pero, sin que ellos se diesen cuenta, conseguí huir y me alejé de la ciudad y encontré este barco. Me traje mi violín, porque ha empezado a gustarme mucho la música.

También sacó del estuche fotos de compositores famosos, unas partituras y un libro de música con la familia de instrumentos. Entre ellos estaba el violín y me dijo que pertenecía a la familia de cuerda frotada.

CAPÍTULO 9: LA HORA DE PISAR TIERRA. En aquel viaje Marta me enseñó a leer las notas musicales, mientras ella tocaba el violín. Recuerdo su sonido y era precioso.

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A mí me llamó la atención un instrumento de color negro y blanco llamado piano, que se podía tocar con los dedos sentada en un banco.

También me llamó la atención un compositor enamorado y loco, un tal Robert Schumann.

—¿Por qué estaba enfermo el señor Schumann, Marta?

—No lo sé. Lo mismo me pregunto yo. Se supone que consiguió casarse con la mujer que le gustaba.

Pasó el tiempo y por fin llegó la hora de bajar del barco. Marta y yo teníamos España ante nuestros ojos. Este país no se parecía a Brasil.

Bajamos del barco y juntas pisamos tierra mirándonos con sorpresa e intriga.

CAPÍTULO 10: MARTA ME SALVÓ LA VIDA Andábamos con nuestros compañeros de barco y enseguida nos dijeron que estábamos en peligro. La mujer del bebé gritó: —¡No, otra vez no!

Marta y yo estábamos nerviosas. No nos separamos. Era la policía y venía a expulsar a los emigrantes. Venían a por nosotros. Marta y yo corrimos para intentar escondernos, pero un policía no dejaba de seguirnos. Por fin nos ocultamos detrás de las cajas. Yo estaba muy asustada.

—Clara, voy a salvarte, nos vamos a separar—me dijo Marta.

—No quiero perderte otra vez, no te vayas, Marta—le rogué.

—Yo saldré y tú escaparás, nos reuniremos, ya verás.

Me dio la foto del piano que me gustaba, las partituras y el pequeño libro de Schumann.

—Te lo regalo, para que me recuerdes. Tú corre, no mires atrás y huye. Yo les distraeré.

—¿Y si no vuelvo a verte?—dije.

—Nos reuniremos. Estoy segura.

Nos dimos un abrazo, Marta salió del escondite. Yo seguí escondida y el policía no se dio cuenta. Marta corría y corría, pero fue inútil. Consiguieron atraparla. La metieron en un coche y se la llevaron presa.

Yo huí con los regalos que me dio Marta. Las lágrimas no dejaban de brotar en mis ojos. Ella se había sacrificado por mí y yo no podía [110]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

dejar de pensar que, si la devolvían a Brasil, volvería al mismo infierno otra vez. ¿Qué podía hacer yo para que no volviera de nuevo a Brasil y se pudiera quedar en España?

CAPÍTULO 11: UN RECORRIDO Y UN VIAJE. Empecé a recorrer aquella ciudad tan bonita. Tenía una playa cristalina. Lo que más me llamó la atención fue el color de las personas que veía: eran blancas de piel, no eran como nosotras. Pero no era aquélla la única diferencia. La gente marchaba con prisa a sus trabajos, los niños jugaban contentos y alegres, algunos jugaban con sus perros. Casi todas aquellas personas llevaban la ropa y el calzado cuidados y a la moda.

En cambio, yo me veía descalza y pordiosera.

Me paseaba por aquel sitio llamado Huelva (lo leí en un letrero), dudando si era el paraíso. Me enteré de que aquella era la tierra desde donde salió un famoso hombre conocido en todo el mundo y que conquistó mi continente. Huelva era un sitio precioso. Me interesó también la forma de hablar de la gente. Oí por primera vez: —¡Hiyo, ven p’acá!

—De eso no tengo na’.

—¡No te vayas por ahí, carajo!

—Me se ha olviao mi trabaho.

Era un lenguaje raro, con acento raro. Me sentía extraña en aquel mundo. En una calle vi un camión que ponía “Destino a Córdoba”. Era un camión de almacén. Me subí a él y me escondí entre las cajas. Sentí que se movía por el viaje. Ahora mi destino era Córdoba.

CAPÍTULO 12: UNA CIUDAD LLAMADA CÓRDOBA. ¡Si hubieras visto la ciudad llamada Córdoba! Una ciudad donde había varias maravillas, como La Mezquita. Córdoba había sido tierra de moros. Sabía quiénes eran los moros porque había visto algunos en Brasil, cuando estaba en la prisión.

En Córdoba estaba de moda un arte de música, según ellos decían, que no era la música clásica. Se llamaba flamenco. Cante y baile. Al cantar, la mayoría de las canciones iban acompañadas de un ¡ay! o un [111]

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¡olé! El ¡olé! me hacía gracia.

En el flamenco las mujeres llevaban vestidos de colores y flores en el pelo. Los hombres llevaban botas de tacón y sombreros que parecían champiñones.

Córdoba tenía su vida feliz y sus costumbres. Desde ese momento y hasta ahora, siempre he querido vivir en allí.

CAPÍTULO 13: EL ENCUENTRO CON UN ORFANATO. Pero me di cuenta de que no podía vivir sola en Córdoba, así que decidí encontrar algún lugar donde nadie quisiera echarme, donde nadie quisiera odiarme ni maltratarme. Encontré un orfanato, entré y apareció el portero.

—¿Quién eres?—preguntó.

—Soy huérfana.

—¿Cómo te llamas y a qué vienes aquí?

—Me llamo Clara, he venido para buscar a alguien que me cuide. La vida ha sido injusta conmigo.

—Acompáñame.

Me llevó al despacho de la directora, no estaba lejos. Llamó a la puerta.

—Adelante—se oyó desde dentro.

—Ha venido una niña.

La directora me miró, se levantó de su silla y me observó con detenimiento.

—¿Cuántos años tienes?

—Diez.

—¿Dónde están tus padres?

—Murieron.

—¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Es una historia muy larga.

—Cuéntamela, no importa el tiempo que te tome. Pedro, será mejor que nos dejes a solas—pidió la directora.

—Bien—aceptó el portero.

El hombre se fue y cerró la puerta. La directora del orfanato se sentó frente a mí.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—Bueno, ¿por qué no me cuentas esa larga historia? ¿Es acaso triste?

—Más que triste, es horrible.

Comencé a relatar mi historia y sobre la cara de la directora se reflejaba pena, rabia y preocupación.

—¿Y entonces no tienes a nadie?—me preguntó.

—A nadie. Ni siquiera mi pobre hermana Marta está conmigo. Se la llevaron. De ella guardo estos recuerdos.

Le enseñé las piezas de música que me dio Marta cuando se despidió de mí para salvarme. La directora sonrió.

—Pues mira, pequeña Clara, no te preocupes, ya no tienes nada que temer. Te quedarás aquí.

CAPÍTULO 14: CONOCÍ A MI FAMILIA. La directora me acompañó a saludar a los otros niños que estaban allí. Me bañaron, me dieron de comer, me vistieron. Con el paso de los días me enseñaron a leer, a escribir, a dibujar. Pronto llegué a la conclusión de que era feliz en el orfanato. Lo más bonito de aquel tiempo fue que me dieron clases de música y aprendí a tocar el piano. También celebraba mi cumpleaños y la Navidad. Viví dos años en el orfanato y me sentí un miembro de aquella familia. Todo el mundo me quería.

Ya con 12 años, una familia me adoptó y me despedí de todos en el orfanato. Era una familia muy buena, un matrimonio y dos hijos. Nunca llegué a comprender por qué quisieron adoptar a una niña como yo.

El matrimonio era encantador, pero de los hijos, uno me sonreía y el otro no. La familia me llevaba en coche hasta la nueva casa. Yo iba con mis mejores ropas, mi equipaje y los recuerdos de Marta. Estaba contenta con mi nueva vida.

CAPÍTULO 15: EL PIANO DE LA CASA —Bienvenida a casa, Clara—dijo el padre de la familia.

—Aquí tenéis a vuestra hermana. Enseñadle su habitación. Tenéis que jugar con ella y compartirlo todo, ¿de acuerdo?—dijo la madre.

—¿Esta niñata, con la piel del color de la mierda? ¡Al cuerno!—dijo [113]

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uno de los hijos.

—¡Cállate, Antonio! ¡Nunca sabes apreciar a la gente! ¡Por eso nadie te quiere!—le reprendió su hermano.

—¡Cállate tú, Pablo!—respondió el primero.

—¡Callaos los dos! ¡Os ordeno que la tratéis como un miembro de la familia!—intervino el padre.

—A mi me gusta—dijo Pablo—. Clara, ven, te voy a enseñar tu cuarto.

—¡Ni se te ocurra entrar en el mío!—advirtió Antonio—. ¡A ver si lo vas a llenar de mierda, con esas manos asquerosas que tienes!

—No le hagas caso—dijo Pablo—. Es un desgraciado. Ven Clara.

Pablo era amable; en cambio, Antonio me odiaba. Eran diferentes hasta en la forma de vestir. Mientras Pablo llevaba camisa, pantalón y zapatos clásicos, Antonio llevaba ropa de estilo punk.

Pablo era simpático, sencillo y amable. Daba gusto estar con él. Me cogió de la mano sonriéndome y me llevó a su habitación. Todo estaba muy ordenado y era a la vez su lugar de estudio.

—Me encanta estar aquí. Imagínate, si me encerraran en esta habitación sería feliz. Puedo estudiar, coger libros de esta estantería, investigar en el ordenador y dormir, claro.

Seguía sonriendo, vi que tenía partituras en la mesa y le pregunté: —¿Te gusta la música?

—Sí, toco el piano.

—¿En serio? Yo también.

—¡Caramba! Ven conmigo, tenemos un piano.

Me acompañó y, cubriéndome los ojos con las manos, me condujo hasta otra habitación. ¡Qué maravilla! Era precioso.

—¿Puedo tocarlo?

—Claro. Adelante, siéntate y toca.

Lo toqué. A Pablo le gustó, no paró de aplaudirme. Llamó a sus padres para que me vieran. Todos me aplaudieron. Bueno, no todos.

Antonio no me aplaudió, me miró con cara de pocos amigos.

CAPÍTULO 16: EL MONSTRUO DE ANTONIO. Antonio era cruel conmigo, nunca me trató bien. Otra vez empeza[114]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

ron mis problemas y el acoso. No paraba de hacerme daño por mi color, llamándome “puta negra”, “piojosa o guarra”. En la comida siempre me tiraba migas.

Un día cogió el periódico de mi padrastro para mancharlo con mi tinta, lo puso en mi cuarto y cuando entró mi padrastro se enfadó conmigo. Otro día cogió el abrigo de mi madrastra, su preferido, lo dejó hecho trizas y también lo puso en mi habitación. No os podéis imaginar cómo se enfadó mi madrastra, hasta que se convenció de que yo no había sido. En ocasiones, me echaba zumo en la cama mientras dormía, para que de día me regañaran.

Pablo ya estaba harto. Un día que no estaba Antonio, reunió a sus padres y les habló de las faenas de Antonio, que no eran nada más que para hacerme daño.

Volví a ensayar al piano y Antonio me asustó.

—¿Todavía sigues aquí, negra de mierda? Deberías largarte con tus amiguitos, los sucios negros.

—Antonio, esto tiene que acabar, yo nunca te he hecho daño—le dije.

Sacó de su bolsillo una navaja y con su sonrisa de criminal me amenazó.

—¡No, Antonio! ¿Qué vas a hacer?—grité.

—¡Esto para que te arrepientas de estar viviendo con nosotros!

—¡Socorro! ¡Noooo!

Como por arte de magia, apareció Pablo y le golpeó en la cabeza con una enciclopedia. Lo dejó inconsciente. Pablo me abrazó y me llevó a su habitación.

CAPÍTULO 17: PABLO ME QUERÍA —Gracias, Pablo—le dije con la voz entrecortada.

—No hay de qué, ese cerdo no hacía más que darte problemas, ahora estás a salvo.

Por mi mejilla corrió una lágrima, Pablo me la secó con su dedo y me acarició. Sentí curiosidad de por qué se preocupaba tanto por mí.

Pronto obtendría la respuesta.

—Clara, tengo que decirte algo.

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—¿Qué ocurre, Pablo?

—Clara...mira... Eres tan bella y, además, tan especial...

—¿Qué quieres decir?

—Verás...pensarás que estoy loco, pero...me gustas.

—¿Cómo?

—Sí, en serio, estoy enamorado de ti.

Me cogió las manos y siguió hablando.

—Aunque seas negra… Ser negra no significa que seas fea, o que tengas el corazón negro de maldad. Tú has sido para mí sólo una persona y eso es lo que eres. Una persona que ha sufrido mucho y que puede ser feliz si alguien la quiere. Además, tienes muchos valores.

—¿Qué valores?

—Tocas el piano, eres buena, trabajadora…y muchas otras cosas.

Se acercó más.

—Clara, me da igual que seas negra. Lo importante, lo bueno está en ti. No sé como, pero estoy enamorado de ti. Quisiera estar contigo siempre.

—Pablo, lo nuestro no puede ser. Somos hermanastros, los hermanos no pueden enamorarse.

—Eso es lo que me entristece. Ojalá pudiéramos estar juntos para siempre.

—Pablo, no debes decir esas cosas. Lo siento, pero no podemos estar juntos, sería un escándalo.

—Lo sé, pero no puedo evitarlo. No puedo dejar de pensar en ti.

No podía creer lo que decía. Me levanté y salí de la habitación.

CAPÍTULO 18: NUESTRO SECRETO. Estaba nerviosa, me fui a beber agua y, para que se me pasara, fui al piano. Toqué una melodía de Chopin, aquella canción tan romántica.

Alguien puso en ese momento una mano en mi hombro. Era Pablo.

Acarició mi pelo, luego se sentó a mi lado y tocó las teclas agudas. Los dos juntos tocando, una escena que terminó en nuestro primer beso.

Mi corazón palpitó muy deprisa, ni siquiera tuve tiempo de pensar y preguntar cómo me había pasado aquello. Cerré los ojos y su beso continuaba y continuaba. No podía pensar que me estaba enamorando de [116]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

alguien y, menos aún, de un rostro blanco. Pablo seguía con su beso, hasta que se detuvo y me miró a los ojos. Me abrazó, yo no quise pensar más en que lo nuestro era imposible. Le acaricié la nuca, sintiendo la suavidad de su cabello negro. Le besé en la frente, y él besó mi cuello produciéndome un agradable cosquilleo.

Así empezó el amor de dos niños y pasaron siete años. El secreto era de los dos; una pareja de amantes, una negra y un blanco. Nadie lo supo.

Para los demás nuestro amor era imposible, pero no podíamos evitarlo. La escena más romántica y que más me gustaba era cuando tocábamos el piano los dos juntos. Éramos ya adolescentes y la vida seguía igual. Yo tenía diecisiete años y Pablo diecinieve. Nuestro amor era como el de Clara y Robert Schumann. Nuestro romanticismo vivía oculto de nuestros padres y de Córdoba. Aunque siempre salíamos de marcha juntos, nadie se dio cuenta de nuestra historia de amor.

CAPÍTULO 19: SEPARADOS. Pero un día la tristeza pudo con nosotros, sobre todo conmigo.

Siempre decíamos a nuestros padres que no nos siguieran, que no saldríamos con ellos. Ellos nos miraban como si estuviéramos tramando algo. Una tarde fuimos a dar un paseo romántico a los jardines de El Alcázar y nos besamos en un lugar lleno de flores donde no había nadie. ¿Nadie?

Desgraciadamente, nuestros padres estaban allí y nos vieron. Nos echaron fotos y avisaron a un guardia para que me detuviera. Pablo quiso impedir esa injusticia, pero el guardia lo retuvo. Me llevaron a comisaría tirándome del brazo y me hicieron pasar una noche en el calabozo. Me sentí asustada, sin saber qué hacer.

A la mañana siguiente, tuve una visita. Eran los padres de Pablo, mis padrastros. Me saludaron con una fría cortesía, frunciendo el ceño.

—Estamos disgustados, muy disgustados por tener una hija que se comporta así.

Entonces, mi madrastra añadió: —Antonio tenía razón. ¡Eres una puta negra!

—Puedo explicarlo. Todo comenzó cuando...

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Mi padrastro me amenazó levantando la mano: —¡Nada de explicaciones! ¡Todo está más que claro! ¡Nos avergüenzas! ¡Vamos a echarte de casa, vamos a devolverte a tu país!

—¡No, no!¡ Os lo ruego!

Fue inútil. Llegó la hora de marcharme. Me esperaba un billete para el barco que me devolvería a mi país. Antes de subirme, alguien me llamó.

—¡Clara, Clara, espera!

No podía creerlo. Era Pablo.

—Pablo, ¿cómo has llegado hasta aquí?

—Vine a despedirme de ti.

—¿Qué voy a hacer sin ti, Pablo? ¿Cómo puede ser la vida tan injusta?

—Lo mismo me pregunto yo. Nuestro destino a partir de ahora es vivir separados, no podré encontrar a nadie como tú.

Sus palabras me emocionaron. Luego metió la mano en el bolsillo de su mochila y me entregó un regalo.

—Esto es para ti, para que lo guardes y te acuerdes de mí.

Lo cogí, lo puse en el suelo y le di mi medallón de la suerte con nuestra foto.

—Yo te regalo esto para que tú tampoco te olvides de mí.

Y fue la primera vez que lo vi llorar. Nos dimos el último abrazo.

—¡Oye, tú!¡Que no tenemos todo el día!—gritó una voz.

—¡Sí! ¡Ya voy! Adiós, Pablo. Nunca te olvidaré.

—Te querré siempre. Nunca querré casarme con una mujer que no seas tú.

Separamos nuestras manos poco a poco y subí al barco. Nuestras miradas sonrientes y tristes tardaron más en decirse adiós.

CAPÍTULO 20: UNA NUEVA VIDA. MÁS QUE NUEVA. Ya en el barco, abrí mi regalo. Era un pequeño piano precioso; también había un marco con una foto nuestra (de cuando fuimos al jardín botánico), y una carta. El anverso del sobre decía, con letras de poeta rodeadas por corazones y flores:

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

A Clara, mi amada y hermosa negra Clara, el amor de mi vida.

Y en el reverso, una sorpresa. Ponía su nombre y la dirección de otro buzón que no era el de su casa. Tal vez era el de la escuela de música.

Abrí el sobre y leí la carta.

Querida Clara: No podemos hablarnos, pero sí podemos escribirnos como nuestros ídolos Clara y Schumann.

Novios por carta, nadie nos descubrirá.

Nuestro amor es como un piano, tú eres el color negro y yo el color blanco.

No podemos vernos en persona, pero sí podemos escribirnos. Esto vale la pena, porque vivimos lejos pero no podemos olvidarnos.

Nos quedan muchas cartas por escribir para no olvidar nuestro amor.

Pablo. ¿Qué te parece? Amantes por carta, y así seguimos todavía.

Por fortuna, en Brasil conseguí un trabajo relacionado con la música. Gané dinero y me marché a vivir a Miami en una bonita casa con jardín. Doy clases de piano, tengo muchos amigos y aquí sigo viviendo feliz.

No me he casado, Pablo tampoco. Siempre hemos dicho que ojalá pudiéramos casarnos lejos y vivir juntos ¿Llegará ese día? No lo sé.

En mi habitación guardo los recuerdos de mi hermana en un cajón y en otro grande todas las cartas, fotos, partituras escritas por Pablo (algunas dedicadas a mí) y otros regalos.

Yo también le he enviado mis fotos y partituras.

Esta ha sido mi historia. Si conoces a Pablo, por favor, llévale de vuelta a mis brazos. Todavía seguimos separados.

Me llamo Clara Lavigne: ex-muñeca del corazón, libre, pianista, amante de la música, separada para siempre de mi hermana. Sin derecho a mi amado blanco. En realidad no estamos separados del todo, podríamos volver a vernos, ¿cuándo? No lo sé. Han pasado muchos años y seguimos con esta vida que no sabemos si algún día cambiará.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

CON LA PALABRA EN LA BOCA Segundo Premio

BORJA ALIAS MOYANO 3º E.S.O. I.E.S. PABLO DE OLAVIDE (LA LUISIANA)

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Capítulo I: JOSÉ José era un niño de catorce años que iba a segundo de secundaria y que tenía un problema: era homosexual. Por ello, los niños de su instituto, que se habían dado cuenta, le hacían la vida imposible.

Un trece de marzo, un día como otro cualquiera, José iba para el colegio, como cualquier otro niño, sólo que a él no lo trataban como a los demás. Nada más entrar en clase empezaron a insultarle, pero hizo como si no le importara, algo que llevaba haciendo desde hacía tiempo, pero que no daba resultado porque seguían metiéndose con él. José se preguntaba qué había hecho él para merecerse todo eso. Él nunca se había burlado ni reído de nadie, ¿por qué se metían con él?

Menos mal, pensó, al ver llegar al profesor. Ahora cesarían los insultos y le dejarían en paz. Pero no fue así. Justo cuando el profesor no miraba, un alumno de la clase llamado Luis le tiró una goma a José y le dio en la cabeza haciéndole mucho daño. José ya estaba harto de Luis, al que odiaba por meterse con él y hacerle daño durante los dos años que llevaban juntos en la misma clase. Y es que Luis había repetido y era mayor que José, por eso se creía superior a él. Pero eso a José le daba igual. Llamó al profesor y le contó lo que había ocurrido. El profesor dijo que no lo había visto y no hizo nada. Al no haber sido castigado, Luis volvió a lanzarle otro objeto. José tampoco lo vio, pero sabía que se lo había tirado Luis.

—¡Profesor!—chilló José—. Luis sigue tirándome cosas.

—¡Ya te he dicho, José, que mientras no le vea no puedo decirle [122]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

nada! Además, ¿cómo sé yo que lo que tú me estas diciendo es verdad?

—¿Que cómo puede saber si lo que le digo es verdad?—repitió Joséenfadado, no sólo porque el profesor no hiciera nada, sino porque dudara de él—. ¿Acaso cree que estoy mintiendo? Luis lleva molestándome desde el principio de la clase y usted no le dice nada. ¿Le gustaría que yo le molestara a usted y usted no pudiera hacer nada?

—¡Basta!—gritó el profesor—. Vete al cuarto de los castigados, tienes un parte.

José se levantó y se fue de clase. Era injusto, no sólo se habían burlado de él, sino que el profesor estaba de parte de Luis. Cuando llegó al cuarto de los castigados, se encontró a otro alumno. Era un niño musulmán llamado Mohamed al que José conocía de haberlo visto en el recreo, pero con el que nunca había hablado. José se sentó en un rincón del cuarto.

—¿Qué pasa? Te sientas en el rincón para estar lejos de mí por ser negro, ¿no?—gruñó Mohamed.

—No—respondió José irritado. Y se sentó al lado de Mohamed.

—Lo que pasa es que estoy mosqueado—y le contó todo lo que le había pasado.

—Es muy injusto—dijo Mohamed—, conmigo también se meten por ser negro.

—Por cierto, ¿por qué estás aquí?

—Por llegar tarde a clase.

Y en ese momento sonó el timbre, pero antes de que Mohamed se fuera, José quedó con él en el recreo. Al cabo de unos días José y Mohamed se hicieron grandes amigos y quedaban todas las tardes para salir a jugar al fútbol o para dar una vuelta.

Cuando los compañeros de su clase se enteraron de que tenía un nuevo amigo, un año mayor que él, estuvieron acosándole más que nunca hasta que José, para poner fin a su sufrimiento, decidió suicidarse tirándose por el puente que había en su ciudad. Tres días después, la policía encontró su cuerpo. Su familia, que estaba destrozada, llevó a juicio a los que habían acosado a su hijo durante todos aquellos años. También al profesor, que no avisó de los constantes abusos que sufría José.

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Capítulo II: MOHAMED Mohamed era un niño musulmán que había emigrado a España para vivir mejor. Sufría abusos por ser negro y no entendía cómo los alumnos de su colegio podían insultarle o meterse con él, si él desde que llegó a España nunca se había metido con nadie.

Un trece de marzo, un día como otro cualquiera, Mohamed desayunó y se fue al instituto. Estaba en tercero de secundaria y, a pesar de ser grande y fuerte, recibía insultos y burlas de sus compañeros de clase.

Cuando llegó a la entrada, vio a un grupo de cinco niños y enseguida supo que lo estaban esperando. Últimamente se metía en muchas peleas que al final perdía por pelearse él solo contra varios. Se quedó quieto esperando a que ellos entrasen para después entrar él, pero por desgracia vieron cómo se quedaba parado y decidieron ir en su busca echando a correr. Entonces Mohamed lo vio claro, si no quería llegar tarde tendría que pasar entre ellos: sujetó con la mano derecha la mochila y echó a correr. Él corría bastante más que ellos y, cuando pasó por su lado, recibió un fuerte puñetazo en el pecho, pero aun así siguió corriendo.

Entonces recibió otro puñetazo en el costado y tuvo que soltar la mochila para defenderse, pues ya no podía correr más a causa del golpe.

Mohamed reunió fuerzas, empujó al niño que le había dado el segundo puñetazo y le dio una patada a otro en la pierna, tirándolo al suelo. De todos modos, Mohamed sabía que no podría vencer a sus cinco adversarios, así que cogió su mochila y empezó a correr hacia la entrada del instituto. A pesar de todo, llegó tarde y un profesor que estaba allí lo cogió por el brazo y lo llevó al cuarto de los castigados.

Mohamed estaba lleno de ira. Se esforzaba por llegar a tiempo a clase y otros le fastidiaban siempre para que no llegara. Pensó que esto le pasaba por ser negro. Si ellos fueran negros, me gustaría ver cómo se sentirían. En ese momento entró José, un niño con el que Mohamed nunca había hablado, pero del que había oído rumores sobre su sexualidad. A Mohamed no le gustó para nada que José se sentara en el lugar más alejado posible de él y no pudo evitar decir: —¿Qué pasa? Te sientas en el rincón para estar lejos de mi por ser negro, ¿no?—y se sorprendió al ver la respuesta de José.

Estuvieron un rato charlando y cuando sonó el timbre quedaron para [124]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

verse en el recreo. A Mohamed le daba exactamente igual la sexualidad de José, por fin tenía un amigo. Al salir al recreo, Mohamed chocó con una niña de su edad que iba corriendo. El impacto fue tan grande que los dos cayeron al suelo. Mohamed se levantó y cuando fue a ayudar a la niña, esta le dijo: —¡Aléjate, no me toques!

La niña parecía muy asustada y Mohamed trató de calmarla, pero ella salió corriendo. Carlos, un niño que estaba en su misma clase, vio cómo la niña huía de Mohamed y le dijo que era un monstruo por lo que había hecho.

—¡Pero si yo no he hecho nada!

Al cabo de los días Mohamed había olvidado lo que había ocurrido y se dedicaba a pasar el tiempo con su nuevo amigo. Era más feliz que nunca, hasta que un día José desapareció. Estaba muy preocupado por de su amigo y finalmente se enteró de que José se había suicidado. Él sabía por qué lo había hecho y estaba tan furioso con Luis que a la mañana siguiente cogió una navaja. Pensaba rajarle el cuello al responsable de la muerte de su amigo. Cuando lo vio en el recreo se acercó a él y sacó su navaja. Los demás alumnos empezaron a gritar. Mohamed tiró a Luis al suelo y, cuando pensaba clavarle la navaja, se acordó de Carlos y de lo que le había dicho. Él no era un monstruo. ¿Acaso iba a hacer lo que le habían hecho a él durante tanto tiempo? No, él no era como Luis. Entonces Mohamed soltó la navaja y se dio la vuelta. Había estado a punto de cometer el mayor error de su vida y se preguntó si José habría hecho lo mismo que él.

Capítulo III: LAURA Laura era una niña de quince años a la que le iba bien la vida. Sacaba buenas notas, tenía muchas amigas y no le faltaba de nada, pero todo estaba a punto de cambiar para ella.

Un trece de marzo, un día como otro cualquiera, Laura se dirigía al instituto. Cuando llegó, vio en la entrada a seis niños, pero no les hizo el mínimo caso y siguió su camino. No temía que aquellos niños le hicieran algo, y no se dio cuenta de que uno de ellos empezó a seguirla hasta que la cogió por un brazo y la arrastró hasta los servicios del instituto. A [125]

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pesar de que Laura se resistió, no pudo con la fuerza de aquel muchacho, que le tapó la boca por si gritaba. Acto seguido, el muchacho cerró la puerta del baño y se desnudó. Golpeó a Laura y la tiró al suelo, después de eso empezó a desnudarla y, por último, la agarró fuertemente.

Laura sabía lo que el muchacho pretendía hacer y, aunque intentó impedirlo, no lo consiguió. Él muchacho la violó. Cuando terminó, se marchó; Laura empezó a vestirse. Se sentía fatal por lo que le había pasado y salió corriendo de los servicios sin prestar apenas atención a un chaval llamado Carlos que parecía sorprendido mientras la miraba.

Intentó dar las siguientes clases como si no hubiera pasado nada.

Laura se moriría de vergüenza si alguien se enteraba de lo que le había pasado. Cuando tocaba salir al recreo, se dio la máxima prisa en salir al patio. Tenía miedo de cualquier chico que veía. Con las prisas se chocó con Mohamed y cayó al suelo. Cuando se iba a levantar, Mohamed se acercó a ella.

—¡Aléjate, no me toques!—gritó asustada.

—Cálmate, no voy a hacerte nada—dijo Mohamed.

Pero la chica salió corriendo. Y detrás de ella fue Carlos, que acababa de llegar. Cuando Carlos la alcanzó trató de calmarla y le dijo que sabía lo que le había pasado.

—No te acerques—dijo asustada.

—No te haré nada, puedes confiar en mí. Mira, lo que te hizo aquel desgraciado no tiene nombre y lo que Mohamed intentó hacer tampoco, pero no significa que yo te vaya a hacer lo mismo.

—¿Y cómo puedo creerte?

—Tú me gustas mucho y desde que te vi no he dejado de pensar en ti. Yo nunca te haría daño.

Cuando Laura empezó a calmarse, Carlos aprovechó y se acercó a ella. Estuvieron todo el recreo juntos y cuando acabó Laura sólo dijo una cosa.

—¿Cómo se llama el que me hizo eso?

—Francis—respondió Carlos.

A partir de entonces, Laura siempre buscaba a Carlos en el recreo y quedaba con él por las tardes. Carlos le había hecho olvidar, dentro de lo posible, lo que le había ocurrido y siempre la apoyaba cuando estaba triste. Los alumnos empezaron a rumorear que eran novios, pero a Laura [126]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

le daba igual. Carlos y ella eran grandes amigos y se ayudaban mutuamente. Con el tiempo, Laura se dio cuenta de que a ella le empezaba a gustar Carlos y el rumor se hizo cierto. Ahora Laura era más feliz que nunca, no sólo porque todo había vuelto a la normalidad, sino porque había encontrado el amor.

A Francis, como castigo, lo llevaron a un reformatorio, donde pagó por lo que había hecho. Al final, todo había salido bien.

Capítulo IV: CARLOS Carlos era un niño de quince años que sacaba buenas notas en el instituto, y por eso sufría constantes abusos de sus compañeros, en especial de uno llamado Francis, que lo insultaba aprovechando que era dos años mayor. Carlos estaba todos los días muy triste, amargado por culpa de las constantes burlas de las que era víctima. Lo único que le animaba era ver a Laura, la chica que le gustaba, y estar cerca de ella. Él siempre era amable con ella cuando la veía, pero nunca tuvo valor para decirle lo que sentía.

Un trece de marzo, un día como otro cualquiera, Carlos acababa de llegar al instituto y, antes de entrar, ya empezó a recibir insultos de unos chicos que estaban en la entrada. Se puso triste porque no había entrado, cuando ya se habían reído de él. Por eso se paró en el pasillo del instituto, muy cerca de donde estaban los servicios, a esperar poder ver a Laura, que era lo único que podía animarle en ese momento.

Carlos se llevó una sorpresa al ver que, cuando Laura entraba, Francis la agarraba por un brazo, la arrastraba hasta el cuarto de baño y cerraba la puerta. Carlos sabía lo que iba a hacerle, pero no había nadie más en el pasillo. Si quería ayudarla, tendría que hacerlo él solo. Pero no tenía valor, Francis le daba miedo. Le partiría la cara si se atrevía a intervenir.

A Carlos le dominó el pánico, quería ayudar a Laura pero no era capaz, tenía una sensación rara. Sabía lo que Francis iba a hacer y lo iba a hacer tras la puerta que había delante de él. Él no podía hacer nada.

Deseaba morirse en ese momento y no sufrir más. Entonces se armó de valor y se acercó a la puerta, pero no hizo falta abrirla: Francis salió y se detuvo justo delante de él.

—¿Qué coño miras?—le dijo.

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Carlos no contestó, se había quedado petrificado. Francis se marchó después de darle un golpe y en pocos segundos salió Laura, pero tampoco dijo nada. Para cuando Carlos reaccionó, ella ya se había marchado. Carlos se fue para su clase y estuvo pensando en lo que había ocurrido y en lo que habría pasado si él hubiera hecho algo. Cuando iba andando por el pasillo para salir al recreo, vio a Laura tirada en el suelo.

Estaba muy asustada y le gritaba a Mohamed. Pensó que otro intentaba aprovecharse de ella. Por eso, Carlos se acercó a Mohamed y le dijo que era un monstruo. Después salió tras Laura. Cuando la alcanzó trato de calmarla.

—Tranquila, sé lo que te ha pasado—le dijo Carlos.

Pero ella seguía asustada y no quería que Carlos se acercara. Siguió calmándola y cuando ella le preguntó que cómo podía confiar en él, Carlos le confesó lo que sentía por ella. Parecía más calmada y que confiaba en él. Después de todo, él nunca le había dado motivos para que desconfiara. A partir de entonces, Carlos intentaba pasar el mayor tiempo posible junto a ella, ayudándola y haciéndole olvidar todo lo que le había pasado.

—Ya recibirá su castigo—decía él.

Y así fue. Carlos convenció a Laura para que contara lo sucedido a sus padres. Carlos pensaba que podía estar embarazada, y aunque no lo estuviera, tendría que decírselo algún día. Los padres de Laura estaban totalmente agradecidos a Carlos por haber ayudado a su hija. En cambio, él se decía que no se merecía que le dijeran eso, pues siempre pensó que no había conseguido ayudarla del todo. Aunque quería a Laura, nunca le dijo que había visto lo que le había pasado y que él pudo haber impedido que la violaran.

Con el tiempo Laura fue perdiendo el miedo que le producían los otros chicos y se enamoró de Carlos perdidamente. Carlos estaba muy contento, ya nunca volvería a estar triste, porque por mucho que se burlaran, rieran o se metieran con él, él seguiría estando alegre por estar junto a la persona a la que más quería.

Capítulo V: FRANCIS Francis era un muchacho de diecisiete años recién cumplidos que sacaba muy malas notas y al que le ponían partes y expulsaban de clase [128]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

muy a menudo. Se portaba mal, no hacía caso a los profesores e incluso los insultaba. Pero lo que más hacía, sin duda, era abusar de los demás.

Era el mayor de todos los niños del instituto y se aprovechaba de su altura y de su fuerza para molestar a los demás. En especial a Carlos, que estaba en su clase y al que le sacaba dos años porque había repetido dos veces.

Un trece de marzo, un día como otro cualquiera, Francis se dirigía al instituto y, cuando llegó, vio a cinco compañeros de clase en la entrada.

—¿Qué hacéis todos aquí? ¿Por qué no entráis?—les dijo.

—Estamos esperando a que llegue el moro para divertirnos un poco con él. ¿Té apuntas?—le respondió uno de los cinco.

—Vale, me apunto, será divertido—dijo entusiasmado Francis.

Pero cuando vio que se acercaba Laura, una chica que en su opinión estaba buenísima, les dijo que pasaba del tema y siguió a Laura. La chica no se había dado cuenta de que la seguía. Francis se acercó a ella y la agarró con una mano mientras con la otra le tapaba la boca. La llevó a los servicios y una vez allí cerró la puerta. Ella estaba nerviosa, a punto de echarse a llorar porque sabía lo que Francis le iba a hacer.

Francis se bajó los pantalones y, después de tirarla al suelo, le quitó a ella los suyos, la agarró fuertemente y, a pesar de que ella se resistía, no pudo con la fuerza de él.

—¡Por favor, no lo hagas, déjame ir!—gritaba ella desesperada.

—¿Que no haga el qué, preciosa?—respondió él, como si no supiera a qué se refería.

—¡Por favor, déjame! ¡Deja que me vaya!—gritaba Laura mientras se resistía. Y, al ver que no la soltaba, empezó a gritar más alto. Francis, que temía que alguien la oyera, le dio un fuerte puñetazo en la barriga y la dejó sin respiración.

—¡Como vuelvas a gritar, te seguiré dando, hasta que te calles!— gritó sin darse cuenta de que alguien podía oírle.

Pero la muchacha recobró el aliento y volvió a gritar. Francis volvió a golpearla, esta vez tan fuerte que ya no pudo chillar. Todos los esfuerzos de Laura habían sido en vano.

Cuando Francis terminó, se volvió a vestir y antes de marcharse le pregunto a ella: —¿A que no ha estado tan mal?—luego se marchó.

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

Al salir, Francis vio a Carlos, y le golpeó antes de irse. Ese mismo día fue contándole a sus amigos lo que había hecho.

Con el tiempo, Francis fue ganando mala fama entre las chicas, hasta el punto de, que ninguna quería hablar con él. Entonces se paró a pensar que lo que había hecho, aunque en el momento en que lo hizo no se arrepintiera, estaba muy mal. A él no le gustaría, si fuera una chica, que un tío se le acercara y la violara como hizo él. Pero supo que ya era demasiado tarde para pedir perdón y, en lugar de eso, se prometió a sí mismo que nunca volvería a hacer nada parecido y que, si alguna vez podía impedir que alguien hiciera algo tan malo como lo que él había hecho, lo impediría.

No tardaría en cumplir su promesa, pues unos días más tarde, Mohamed había tirado a Luis al suelo y se disponía a hincarle una navaja. Pero, cuando todos se temían lo peor, Mohamed soltó la navaja y se dio la vuelta. Se quedó inmóvil, pensando en lo que había estado a punto de hacer. Y cuando parecía que todo había acabado bien, Luis se levantó, cogió la navaja y se dispuso a hacer lo que Mohamed no había sido capaz de terminar. En ese momento Francis se abrió paso entre la gente, sujetó a Luis, le quitó la navaja y lo tiró al suelo. Todo había sucedido muy rápido.

En los días siguientes, Francis fue tratado como un héroe y perdió su mala fama ante las chicas. Pero de nada le sirvió, pensó él, pues meses después, lo llevarón a juicio y terminó en un reformatorio, donde pasaría una buena temporada.

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MODALIDAD ALUMNO - BACHILLERATO

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

LA FALSA REALIDAD Primer Premio

JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ HERRERA 1º BACHILLERATO EE.PP. SA.FA. (ÉCIJA)

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I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO - ÉCIJA

En un lugar del desierto del Sahara situado entre la frontera de Argelia y Libia, se encontraba Mohamed El-Akab, adulto de raza Tuareg, los conocidos como amos del desierto.

Mohamed conocía el desierto como la palma de su mano, ya que había sido siempre su casa. Mohamed gozaba de una fortaleza física extraordinaria y era capaz de sobrevivir durante horas sin beber a altas temperaturas propias del desierto. También tenía fuertes creencias islamistas. Vivía con su hijo Omar, que era joven pero tan fuerte como él, y también había sido educado bajo el Islam. Ambos se decidían a cruzar el desierto. Los dos eran comerciantes, aunque realmente el comercio no les dejaba para vivir y apenas comían, ya que tenían que mantener, además, a otros dos hijos y a una mujer.

Cuando se encontraban muy cerca de cruzar el desierto del Sahara, algo que les había costado gran esfuerzo, ya que apenas tenían alimentos y estuvieron a punto de no lograrlo, llegaron a una zona llena de árboles y amplia vegetación donde encontraron un gran manantial.

—Omar, descansaremos aquí durante varios días—dijo Mohamed— así que vamos a montar la jaima. Dejemos los camellos a la sombra.

Llevaban dos camellos, uno para cada uno. Pasaron varias noches en aquel oasis y continuaron su largo viaje. Tras cinco días, llegaron a Ghat, lugar conocido como La ciudad de las piedras, ya que en ella existían numerosas piedras preciosas. Comerciantes de toda África iban y venían en busca de las tan ansiadas gemas. Éste era su caso. Comprarían [134]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

muchas piedras y, además, soltarían otras tantas que habían llevado hasta aquella ciudad donde las venderían a los comerciantes que allí se encontraban. Era la primera vez que Omar acompañaba a su padre en un viaje tan largo, pero lo estaba soportando bien. Mientras tanto, la madre de Omar y mujer de Mohamed permanecería en su jaima junto a sus dos hijos pequeños, donde esperaban su regreso.

La ciudad de Ghat también tenía una gran afluencia turística. Era muy conocida por poseer hoteles en pleno desierto y recibía miles de visitantes al año. Cuando fueron a una de las tiendas, el tendero, que era de Ghat, les comentó la falta de gente preparada para hacer lo que se conocían como caravanas por el desierto para los visitantes. Ante esta noticia, Omar pensó en sí mismo, pues conocía muy bien el desierto y, además, sabía las necesidades por las que estaba atravesando su familia y que no podrían mantenerle durante mucho tiempo. En un principio se calló y no le dijo nada a su padre, pero, antes de partir de nuevo hacia su jaima, donde lo esperaba su familia, Omar decidió comentarle la idea que le rondaba la cabeza desde que el tendero les dijera que se necesitaba gente preparada.

—Padre, quiero quedarme aquí y trabajar de guía para los turistas— le dijo—. Así os libraré de tener que mantenerme y podréis vivir mejor.

Además, os enviaré dinero en cuanto gane algo.

—Omar, la vida aquí sería muy complicada para ti—respondió su padre—. Piensa que no volverás a ver a tu familia, no te quiero perder.

—Nuestra familia es grande y no tenemos lo suficiente para todos— insistió Omar—. Sé que muy difícilmente os volvería a ver, pero prefiero no veros y saber que estaréis bien, a veros mal y pasando hambre.

Ante la insistencia de Omar, Mohamed tuvo que acceder con todo el dolor de su corazón, ya que perdía a un hijo.

—Para conseguir dinero puedes vender mi camello—añadió Omar— Así tendréis más medios económicos para la familia.

Antes de que Mohamed se marchara, fueron a hablar con el tendero para ver si Omar podía trabajar como guía del desierto.

—Tendero, mi hijo está dispuesto a trabajar como guía del desierto—dijo Mohamed cuando entraron en la tienda—. Yo lo dejaré con la condición de que lo hospedes y le des de comer.

—Tenga por seguro que lo haré—respondió el tendero—. Puede us[135]

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ted dejar aquí a su hijo y estar tranquilo de que cumpliré con lo pactado.

Mohamed ya tenía que irse y le dijo a su hijo: —Omar, recuerda a tu familia y tenla presente en todo momento. No olvides que eres un Tuareg, y si has de tomar decisiones importante piensa en lo que haría un Tuareg. Estés donde estés, te querré, hijo.

—No te preocupes—dijo Omar con mucha pena—. Siempre seguiré tus consejos, y nunca me olvidaré de mi familia. Espero volver a veros pronto. Dale un fuerte abrazo a todos.

Omar comenzó a llorar. Se despidió de su padre con un abrazo y un beso. Entonces Mohamed emprendió de nuevo su camino dejando atrás a su hijo.

Tras pasar la primera noche, Omar se despertó a primera hora de la mañana y empezó con su trabajo. Se encargaba de llevar a unos foráneos a través del desierto a camello durante varios días. El primer día conoció a los extranjeros: eran una familia de España formada por un matrimonio con dos hijos ya adolescentes. Los muchachos, en un principio, no tuvieron ningún problema para dominar a los camellos. La madre y el padre, que se llamaban María y Juan, tuvieron más dificultades. Pasaron la noche en mitad del desierto.

Al despertar, comenzaba el segundo día de la expedición. Juan tenía constantes mareos. Omar no había conseguido relacionarse apenas con los extranjeros, hasta que Juan se cayó del camello. Era el segundo día por la tarde y, tras la fuerte caída, decidieron parar a tomar un refrigerio en una gran duna. Omar ofreció a los españoles té y, mientras lo degustaban, conversaron.

—¿Es muy difícil vivir en el desierto? ¿Cómo sobrevive la gente aquí?—le preguntaron a Omar.

—Para nosotros el desierto lo es todo—respondió el joven Tuareg— No podríamos vivir sin él. Aunque puede resultar complicado de entender, la gente sobrevive por el amor que le tiene al desierto.

El muchacho conocía el español, ya que lo había heredado de su padre. Acto seguido, Omar preguntó sobre cómo era la vida en España.

—Allí se vive muy bien, casi nadie pasa hambre—le respondió el padre.

Omar se quedaba sorprendido ante las cámaras fotográficas que traían, y los móviles que llevaban eran para él totalmente desconocidos. Tan [136]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

fascinado estaba que se preguntó: ¿Podré yo tener eso algún día?

Al tercer día de excursión tenían que volver a Ghat y comenzaron el regreso. Tardaron dos días más en llegar. De vuelta en Ghat, Omar fue a la casa del tendero a dormir. Omar le habló de las cámaras y de los móviles que los turistas llevaban. El tendero le respondió diciendo que eso no era nada comparado con el mundo en el que los turistas vivían, donde todo estaba mucho más desarrollado y el nivel de vida era mucho más alto. Omar se mostró entusiasmado con aquella idea y le dijo que le contara más cosas sobre aquel lugar. Entonces, el tendero le narró la historia de un amigo suyo que había viajado con sus padres a Europa y que cuando volvió lo hizo con mucho dinero. Había llegado a Europa gracias a una especie de barco. El único inconveniente era que costaba mucho dinero y que casi nadie lo tenía.

Aquella conversación había despertado en Omar la ilusión por conocer la vida más allá del otro lado del mar, y a los varios meses de estar tratando con turistas (en los cuales no dejó de pensar en su familia en un solo momento), le dijo al tendero que iba a emprender la marcha hacia España.

—No lo permitiré—le dijo el hombre—. Le prometí a tu padre que cuidaría de ti y así lo haré. No dejaré que te vayas. El camino es muy largo y eres muy joven. Te podrían engañar, además aquí tienes un trabajo donde estás a gusto.

—Estoy seguro de que mi padre se sentiría orgulloso de mi decisión—respondió Omar—. Además, tú lo has dicho: soy joven y ahora es cuando tengo que irme, no más tarde, cuando sea mayor. Y en cuanto a lo del trabajo, te agradezco mucho lo que has hecho por mí, pero así no consigo nada. Sólo tengo mi comida asegurada. Lo siento, no puedo depender siempre de ti. Espero encontrar un trabajo en España. Mi decisión está tomada y ansío conseguir este sueño con mi fuerza de Tuareg.

El tendero no pudo hacer más por él y dejó que se fuera. Antes, le dio un camello para que pudiera llegar a España. Como muestra de agradecimiento, Omar dejó al tendero una piedra que había encontrado en el desierto.

Después de despedirse del tendero, Omar empezó su marcha a un mundo nuevo, si bien antes tendría un largo camino por delante. Ten[137]

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dría que cabalgar hacia el este y recorrer una parte del desierto del Sahara para cruzar Argelia y llegar hasta Marruecos. Ya había recorrido aquel camino anteriormente con su padre. Llevaba pocas pertenencias: una cantimplora llena de agua, un cuchillo, unas monedas que su padre le dejó, y el camello que el tendero le había regalado. Así se embarcó en su sueño.

El primer día, Omar consiguió salir de Libia y llegar hasta la frontera de Argelia, ya que Ghat no quedaba muy lejos de aquellos límites.

Cuando caía la noche llegó a un poblado. Allí llamó a una casa, y apareció un hombre.

—Buenas tardes—le dijo—, mi nombre es Omar El-Akab. Me dispongo a cruzar el desierto y quisiera saber si usted podría dejarme dormir en su casa esta noche.

—Sí, pasarás la noche en mi casa—accedió el hombre—, pero tendrás que dormir en una habitación muy pequeña.

Sin pensarlo, Omar aceptó. El dueño de la casa era un comerciante, que acogió a Omar porque la hospitalidad es una ley que rige el desierto. Amaneció y Omar, muy agradecido al comerciante, le pidió agua para el viaje. Luego montó en su camello y partió de nuevo hacia el desierto. Tras varias horas de viaje, se encontró con unas dunas muy grandes, que tardó mucho en atravesar. Al caer la tarde, avistó un llano donde había dos árboles. Omar, que ya estaba cansado, decidió detenerse y pasar allí la noche. El joven Tuareg, astuto como nadie en la supervivencia del desierto, subió al árbol y cortó ramas altas. Luego colocó a su camello a la izquierda debajo del árbol, y a la derecha usó una cuerda para unir las ramas que había cortado con el tronco del árbol. A continuación se metió entre el camello y el tronco tapándose con sus mantas.

Así evitaría el aire y el frío de las noches del desierto.

Al tercer día, continuó su viaje por las arenas del desierto. Se encontraba a mitad de su camino hacia Marruecos. Tras estar todo el día montado en su camello, llego a un oasis y le dio gracias a Alá. Decidió parar allí para pasar la noche y así reponer fuerzas para lo que le quedaba de viaje. Además, tanto él como su camello se abastecieron de agua y de frutos que brotaban de las palmeras. Para dormir hizo lo mismo que la noche anterior, pero utilizó ramas de palmera, que eran más cómodas.

Al despertar, Omar reanudó su marcha en busca de su sueño. A media [138]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

mañana se encontró con un grupo de mercaderes.

—Hola, ¿hacia donde se dirigen?—les preguntó.

—Vamos a cruzar el desierto hasta llegar a la ciudad de Tamanrasset— le respondió uno de los comerciantes.

—¡Qué casualidad!—se alegró el joven Tuareg—. Yo también me dispongo a cruzar el desierto.

—Si quieres venir con nosotros estaremos encantados—le invitó otro comerciante.

—Será un placer acompañaros—respondió Omar.

Estuvo con los comerciantes durante seis días, hasta que llegaron a la ciudad de Tamanrasset, donde Omar les agradeció lo mucho que habían hecho por él durante aquellos días. Omar ya estaba casi en Marruecos, desde donde viajaría hacia EL MUNDO DESEADO, donde no tendría necesidades, donde viviría mucho mejor. Omar echaba en falta a su familia, y también al desierto, que hacía cerca de dos días que ya no veía.

A los dos días de dejar a los comerciantes, llegó a Marruecos, donde se encontró con un anciano. Su padre le había enseñado que, si alguien sabía sobre la vida, ésos eran los ancianos, ya que tenían más experiencia.

—Oiga, señor, para llegar hasta España, ¿hacia donde tendría que ir?—se decidió a preguntarle al anciano.

—Hay dos ciudades al norte, Ceuta y Melilla, que son españolas— le informó el hombre—. Desde allí podrás llegar a España. La más cercana es Ceuta. ¿Tú también vas allí en busca de un porvenir, aunque sea lejos de tu casa?

—Sí—contestó Omar.

—El que te espera no es un camino fácil—le advirtió el anciano—.

Tendrás muchas piedras en tu camino. En fin, que Alá te acompañe.

Omar agradeció mucho a aquel hombre todo cuanto le había dicho, aunque pensaba distinto que él, ya que, después de cruzar todo el desierto, sabía que le esperaría un camino fácil hasta llegar a España, donde tendría trabajo y comida.

Para llegar hasta el norte de Marruecos, Omar tuvo que dormir en mezquitas. Estaba cada vez más cerca de conseguir su ansiado sueño: pisar tierra española. Cuando se encontraba a diez kilómetros de Ceuta, [139]

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conoció a unos jóvenes que también iban hacia aquella ciudad. Omar no tenía ni idea de qué le esperaría en la frontera, pero los jóvenes sí tenían ideado un plan para acceder a Ceuta. Llegaron a unas grandes vallas que rodeaban las ciudades de Ceuta y Melilla, pero, por fortuna según dijo uno de los jóvenes, no había miembros del ejército allí. Durante un tiempo había habido muchos, pero, como desde que ellos estaban era muy difícil acceder, ya apenas lo intentaba nadie y decidieron retirarse.

Al ver aquella valla, Omar pensó en nunca pasaría, que jamás llegaría a Ceuta. Los jóvenes desarrollaron un plan. Llevaban unas palas y comenzaron a cavar, de modo que hicieron un gran hoyo debajo de la valla. Cruzaron con muchos apuros y él también lo hizo.

Ya estaban en Ceuta, ya estaban donde mejor se vivía, donde todo el mundo era feliz. Omar y los jóvenes se adentraron en la ciudad y fueron a buscar trabajo, pero no encontraron nada. Eso sí, se toparon con un hombre que les dijo: —Aquí no hay trabajo. Donde más hay es en España, allí podréis encontrar algo. Os llevaría hasta allí si me conseguís tres mil euros cada uno. Una vez estéis en España, encontraréis trabajo con facilidad gracias a mis contactos. ¿Qué os parece?

Omar pensó: ¿Qué hago yo aquí, donde nada tengo ni a nadie conozco, solamente a este grupo de “amigos” que ya se han marchado? Les estoy agradecido por haberme introducido aquí, pero echo de menos a mi familia; a mi padre, con su fuerza; a mi madre, con su dulzura; y mis dos hermanos. ¡Cuánto daría por volver a verlos!

Desesperado por su situación en Ceuta, habían transcurrido ya cuatro días cuando entró en una pastelería donde lo aceptaron como dependiente. Llevando varias semanas en la pastelería, entró un hombre que resultó venir de España.

—Hola—dijo el hombre en castellano—. Vengo a comprar los pasteles que me recomiendes.

—Muy bien, seleccionaré los mejores para usted—respondió Omar— Usted es español, ¿no? Si no es mucho preguntar, ¿qué hace aquí? ¿Cómo volverá a la Península?

—Sí, soy de España—dijo el hombre—. Estoy aquí para transportar calzado de Ceuta en mi camión y me dirijo ahora mismo hacia España.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

—¿Me podría llevar con usted?—preguntó Omar con los ojos muy abiertos.

—No, eso es muy difícil, tanto para ti como para mí—advirtió el hombre—. Aunque no me importara arriesgarme, el único modo que veo posible es que una gran parte del camino la pases en una zona muy pequeña del camión de la que te puedes caer y matarte.

Omar asumió los riesgos y decidió emprender otra nueva aventura, esperando que fuera la última. Antes de embarcar en el ferry que les cruzaría el Estrecho, Omar se metió debajo del camión en un hueco que había encima de lo que él llamo un “tubo de humo caliente”. El viaje en el ferry duró una hora. El camionero le llevo algo de comida y bebida durante el viaje. Omar repuso fuerzas y esperó a que fuese la hora de entrar en España. La ciudad a la que llegarían se llamaba Algeciras.

Omar estuvo otro buen rato allí hasta entrar en Algeciras, donde se despidió del camionero y le agradeció lo mucho que había hecho por él.

Omar dijo que nunca lo olvidaría. Algeciras estaba llena de campos de cultivo, donde había muchos inmigrantes trabajando. La mayoría no tenían papeles, él tampoco, así que fue allí a buscar trabajo.

El trabajo que le dieron resultó ser bastante duro, encima apenas comía y vivía en una habitación con cartones que compartía con otros muchos inmigrantes. Omar sentía mucha rabia, pensando que había cruzado todo el desierto para aquello. ¿Había dejado a su familia para encontrar aquello? No. Lo tenía claro: tenía que buscarse algo mejor, no había puesto su vida en juego para quedarse allí.

—Cada vez me cuesta más esfuerzo vivir aquí—pensaba—, en esta tierra donde todo el mundo se supone que vive tan bien. Para mí no es más que una pesadilla. Cuando voy por las calles, algunas personas se paran y me miran como si yo fuera algo extraño. ¿Acaso no se dan cuenta de que me están haciendo daño, de que me ha costado mucho llegar hasta aquí? ¿No ven que sufro? ¡Cuántas noches he pasado frío en esa pequeña habitación, tapándome sólo con unos cartones! ¡Pero lo peor es el hambre que tengo!

Omar decidió marcharse con lo poco que tenía. Cogió un autobús hacia un lugar desconocido para él, hacia una ciudad llamada Sevilla, de la que le habían hablado muy bien. Allí esperaba encontrar algo mejor.

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A los dos días de estar en Sevilla buscando trabajo, se ofreció en un bar como camarero. Como no tenía papeles, le propusieron una miseria como sueldo, pero el hambre hizo que Omar aceptara. El trabajo era muy duro; trabajaba más que dormía. ¡Qué cansado estaba! ¡Qué harto estaba de aquel lugar “encantador”! Casi toda la gente le trataba mal por ser inmigrante.

—Como si yo no fuera igual que ellos y no tuviera sentimientos— pensaba—. ¡Qué tristeza me provoca estar aquí, tan alejado de mi familia! ¡Cuánto esfuerzo me está costando esta larga aventura! Y todo por no haber nacido aquí, por haber nacido en un lugar lleno de pobreza, por no tener unos papeles que digan que soy español. Sólo busco tener algo para vivir. No logro comprender lo difícil que es todo para mí en Sevilla. Lo único positivo es que me he hecho muy amigo de la familia con la que vivo en un piso. Son de Venezuela y ellos sí tienen papeles.

Por lo que me cuentan, les va bien aquí, aunque han sufrido mucho para adaptarse. También echan mucho de menos a su familia, y me dan ánimos continuamente.

Durante su estancia en Sevilla, al bar iba todos los días una muchacha que se llamaba Laura. Había llamado mucho la atención de Omar y ella también mostraba síntomas de estar interesada por Omar. De hecho, un día lo invitó a salir y Omar aceptó encantado. Desde aquel día, comenzaron una relación. Era lo que más alegraba a Omar de todo lo que le había pasado desde hacia mucho tiempo. Después de unos meses, Laura presentó a Omar a su familia. No les había comentado nada a sus padres hasta ese día. Para ello organizó una comida.

—Papá, mamá—les dijo—, él es Omar, mi novio. Es africano y estamos muy enamorados.

—Encantado de conocerles, señores—dijo Omar de la manera más educada que supo—. Es un placer para mí tener delante a las personas que han creado a esta maravillosa persona.

Después de un tenso silencio, el padre de Laura se decidió a hablar.

—Hija—dijo—. Mamá y yo nos tenemos que ir. Nos ha surgido una comida con unos amigos y no podemos fallarles, lo sentimos.

—Creo que no les he gustado—dijo Omar cuando los padres de Laura se habían marchado—. ¿Has visto cómo me han mirado cuando le has dicho que yo era tu novio? No creo que una comida con los amigos sea [142]

IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

tan importante.

—Omar—le respondió Laura mirándole a los ojos—, pase lo que pase, permaneceré siempre a tu lado. Sabes que te quiero.

Al día siguiente, Laura muy enfadada, fue a casa de sus padres.

—Sé que Omar no os ha gustado—les dijo—, ¿por qué?

—Mira hija—respondió su madre—, ese hombre no te conviene. Es un negro, no es hombre para ti. Además, no tiene dónde caerse muerto, estoy segura de ello. Lo mejor es que no vuelvas a verle.

—¡No volverás a verle, te lo prohíbo!—gritó su padre—. ¿Qué va a pensar la gente de nosotros? Imagínate si tenéis un hijo… ¡Un nieto negro! ¡Qué vergüenza!

Laura se había quedado boquiabierta y tardó en responder.

—En primer lugar—comenzó a decir—, sí, salta a la vista que es negro, y ¿qué pasa? ¿Acaso el negro no es un color muy bonito, más bonito, incluso, que el blanco? Sois unos racistas. Me enseñasteis a no discriminar a nadie y vosotros lo estáis haciendo ahora. Y, en segundo lugar, me habéis enseñado que a las personas no se las clasifica por lo que tienen, sino por lo que son. Omar no tiene tesoros, pero él es todo un tesoro—antes de continuar, Laura guardó silencio durante unos segundos—. Y tercero y último, vosotros no sois los que tenéis que decidirlo, sino yo. Lo que diga la gente es lo que menos me importa, por mucho que a vosotros os importe...

—¡Niña—le interrumpió su madre—, no nos faltes al respeto! ¡No vuelvas a contestarnos así! ¡Mientras vivas en nuestra casa, los que decidimos somos nosotros! Si no queremos a ese hombre, tú tampoco lo querrás. No es más que un capricho que se te ha metido en la cabeza.

Ese hombre no está hecho para ti.

—Está bien—dijo Laura con firmeza—, si eso es lo que queréis, me iré de casa. Me iré a vivir con Omar. Por cierto, tengo pensado casarme con él, y no estaréis invitados. No sois más que animales que despreciáis a las personas. Vosotros no sois mis padres, no quiero volver a veros.

Cuando Laura llegó al piso de Omar, éste le preguntó: —¿Qué ha pasado? Llevaba razón yo, ¿no? Tus padres no me aceptan.

—No te aceptan—confirmó Laura—, pero he decidido que no hace [143]

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falta que te acepten, porque yo ya te he aceptado. Para mí ellos ya no son nada.

—Laura, aunque no me acepten, son tus padres—reconoció Omar— Has de tratarlos siempre con respeto. No podría ver cómo pierdes a tus padres por mi culpa. Yo he perdido a mis padres y estoy sufriendo mucho por ello, ¿sabes? No te imaginas cómo me gustaría volver a verlos.

Te agradezco lo que intentas hacer por mí, pero debemos tratar de demostrarles que yo soy una buena persona. Lo mejor sería quitarles todas esas ideas racistas que tienen en la cabeza.

—No, me niego—respondió Laura tajante—. ¿No ves que te están despreciando? Y al despreciarte a ti me desprecian a mi…y, también, ¿por qué no decirlo?, desprecian a todo el mundo. Han de ser ellos los que vengan a ti a pedirte perdón. Cuando te lo pidan, entonces los perdonaré esa actitud tan fea que han demostrado tener.

Al ver sufrir de ese modo a Laura, Omar localizó a los padres de Laura y fue a hablar con ellos.

—Hola—les saludó—, Laura me ha contado todo lo sucedido y me gustaría pedirles que me escuchasen.

—Está bien—aceptó el padre—, te escucharemos, pero antes escúchanos tú a nosotros.

—Mira—dijo la madre—, no te queremos porque eres negro, esa es la verdad. Y sabemos que quieres aprovecharte de Laura. A ella podrás engañarla, pero a nosotros no. Sabemos que no la quieres nada más que por el interés y no permitiré que la engañes, ¡negro! Además, eres musulmán y no queremos musulmanes en nuestra familia. Lo siento, pero no te aceptaremos jamás. Ni nosotros, ni nuestra hija Laura.

—Señora—dijo Omar llorando—, no me merece usted ya ningún respeto después de lo que me ha dicho, pero, aún así, no voy a perdérselo. Ahora comprendo cómo se ha de sentir Laura con unos padres tan racistas. He venido a verles para decirles que deberían rectificar, que yo soy negro, sí, pero eso no tiene nada de malo. Es más, me siento orgulloso de ello. Todos somos iguales, eso han de saberlo, y mi religión es igual que la de ustedes. Aunque pensemos diferente, no ha de suponer ningún problema, y sepan que, si estoy aquí hablando con ustedes, es por Laura, por lo que la amo. No quiero que pierda a su familia, que es lo más importante en esta vida. Yo he tenido que hacerlo para seguir [144]

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viviendo y les aseguro que no es agradable. »Han de saber que Laura ha decidido elegirme a mí antes que a ustedes y yo les ofrezco que recapaciten y que le pidan perdón a Laura. De ese modo estarán eligiendo volver a ser sus padres de verdad. Y, por supuesto, les ruego que acepten nuestra relación, que no es raro ni malo que dos personas que sean de distinta raza se amen. Ustedes deberían ser menos racistas, si no se encontrarán en un tremendo error para el resto de sus vidas. Ustedes son los que tienen que decidir…

—Está bien, muchacho—reconoció la madre de Laura—, nos has demostrado lo mucho que vales. Has tenido el coraje de venir aquí y de hacernos entrar en razón. Tanto mi marido como yo estamos muy avergonzados por la actitud que adoptamos. Te habíamos juzgado sin conocerte, y ahora que te conocemos un poco más nos atrevemos a decirte que eres noble y fuerte de espíritu y que jamás volveremos a descalificar a nadie por su raza. Perdónanos por haberte llamado negro. Es que no queríamos que le pasase nada malo a nuestra hija, quizás somos unos padres muy protectores. En fin, no sabemos como agradecerte lo que has hecho por nosotros al demostrarnos que estábamos equivocados.

Después de oír estas palabras, Omar, que no era nada rencoroso, se abrazó al padre de Laura y luego a su madre.

—Estaré encantado de que te cases con Laura—le dijo el padre—y llevaré a mi nieto al parque con orgullo.

Omar se marchó corriendo envuelto en felicidad y fue a ver a Laura.

—He ido a ver a tus padres—le dijo—y me han pedido perdón. Parecen estar muy arrepentidos por lo sucedido. Después de esto, ¿los perdonas?

—¿Cómo? ¿Que has ido?—preguntó Laura incrédula.

—Si, compréndeme—rogó Omar—, no podía permitir que te separases de tus padres. Sé lo difícil que es vivir sin el cariño de unos padres que te han querido y que te querrán durante toda la vida. Por eso fui sin pensármelo dos veces. No te dije nada porque no me habrías dejado.

Laura respondió antes de echarse a llorar.

—Omar, lo que has hecho es un acto que te honra, siempre te estaré agradecida. Le has demostrado a mis padres toda tu valía.

Más tarde Omar reflexionó sobre todo lo que le había ocurrido.

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—Al fin conseguí que me admitieran en esta familia, es un paso adelante para mí. ¡Cómo me alegra esto después de haber tenido que sufrir tanto, tan lejos de mi familia, sobre todo tan lejos de mi familia! ¡Qué difícil es conseguir con lo que muchos sueñan, un mundo en el que quepan muchos mundos! Muy pocas personas trabajan para que se haga realidad. He sentido en mis carnes lo que es ser discriminado, y todo por ser “diferente”, para ellos, claro. Para mí, incluso después de todo lo que ha ocurrido, todos los seres humanos son iguales, sin distinción alguna, ya sean hombre o mujer, abuelo o niño.

A los dos meses de esta situación, Omar y Laura se casaron por lo civil. Ahora Omar trabaja en la fábrica de calzado que tiene el padre de Laura y, además, tiene papeles.

Laura espera un hijo.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Y ESE DÍA LO CAMBIÓ TODO Segundo Premio

CRISTINA FERNÁNDEZ GONZÁLEZ 1º BACHILLERATO I.E.S. NICOLÁS COPÉRNICO

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Querida mamá: Ya ha empezado otra semana. Es lunes y todo sigue igual. Siempre es la misma rutina. Mamá, estoy cansada de todo. Te echo de menos.

Luis no me ha llamado. Hace ya una semana que no sé nada de él. ¿No te he contado lo que nos ha pasado? Todo empezó hace tres semanas más o menos. Se ha hartado de mí. Dice que no soy la misma, que he cambiado mucho. Mamá, no me comprende.

Estábamos en casa de unos amigos suyos y tuvo que salir la conversación de siempre, que si estoy más delgada, que como poco…y yo me puse nerviosa y me fui. Luis se ha enfadado conmigo porque le hice un feo a sus amigos, pero es que no me entiende. Mamá, tú conoces mi problema. Luis no entiende mi decisión y eso me molesta, porque no me quiere apoyar.

Mamá, hace dos semanas me volví a pesar. La báscula dice que he perdido tres kilos, pero yo no lo creo. Esa báscula debe estar mal. Luis me obligó a pesarme, yo no quería. Peso cuarenta y seis. Siempre tengo que oír el mismo sermón, que por qué no como, que estoy muy delgada… ¿Por qué están empeñados en mentirme? ¿Por qué me engañan y me dicen que estoy delgada? Mamá, me veo gorda, estoy gorda. ¿Te acuerdas, cuando estabas aquí, los platos tan ricos que comía? Ya no tengo apetito. Después de tu marcha, volví a presentarme a las pruebas para modelo y me rechazaron. Mamá, me rechazaron. Luis me apoyó y estuvo conmigo. Sé que intentaba animarme pero no había manera. Me presenté a otras entrevistas, pero en todas me exigían una treinta y cuatro, una talla a la que no llegó. ¿Por qué sólo pueden desfilar mujeres

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con esa talla? Pero tú mejor que nadie conoces mi sueño. Siempre he querido desfilar por las pasarelas más importantes del mundo. Aún me queda mucho. Debo adelgazar. A las chicas gordas no las quieren y yo soy una de ellas.

Discuto mucho con Luis. Está empeñado en decirme que estoy enferma y me obliga a ir al psicólogo, pero es que él no lo entiende. Mamá, no estoy enferma, ¿verdad? Sólo quiero adelgazar para estar guapa. Nadie me quiere ayudar.

Voy a las citas con el psicólogo porque me acompaña Luis y le tengo que hacer caso. Papá está muy liado en su trabajo y en sus viajes y no se entera de nada. Mamá, te necesito.

El psicólogo lo está pagando Luis. No quiero ir. No me interesa lo que me pueda decir ese hombre, yo conozco mi problema, sé que estoy gorda y nadie me va a hacer cambiar de opinión.

Las terapias son un rollo. Hay más personas, ¿sabes? Hay dos chicas más. Una se llama Inés y la otra Isabel. Si tú las vieras… No me llevo bien con ellas. Me caen mal. Dicen que tienen un problema, que son anoréxicas. ¡Mamá, anoréxicas! ¿Y sabes lo peor? Que me dicen que yo también. Mamá, yo no soy anoréxica. ¿Por qué todo el mundo se empeña en decir que estoy enferma? No me dejan en paz. Ya he dejado de ir.

Desde hace dos semanas no voy. Luis se ha hartado y ya no me obliga. Pues mejor.

No tengo hambre. El otro día Luis me invitó a comer. Fuimos al restaurante mexicano que tanto te gustaba cuando estabas conmigo. ¿En el lugar donde estás también hay?

Me pidió un montón de comida. Yo con sólo verlo me puse mala.

Pero lo llamaron por teléfono, salió fuera y aproveché y lié la comida en servilletas y la tiré. Pensé que Luis no se iba a dar cuenta, que pensaría que me había comido las fajitas enteras, pero no. No te puedes imaginar el pollo que montamos en el mexicano.

Mamá, me gritó. Me gritó “enferma” y cosas feas delante de todo el mundo. Pero, ¿por qué? Yo sólo quiero que me dejen en paz. Luis no me entiende porque él está bien.

Mamá, es guapísimo. Te acuerdas de él, ¿no? Ya te expliqué cómo era en otras cartas. Me encantaría que lo conocieras. Ya lo conocerás algún día, espero. Te mandé una foto, incluso. Es moreno, alto y muy [150]

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guapo. Ahora se ha dejado los pelos un poco largos, pero le sientan bien. Hace tres semanas hicimos un año y medio. Me compró un ramo de flores precioso. Me regaló dieciocho rosas rojas, una por cada mes que hemos pasado juntos. ¿A que es bonito? Papá aún no lo conoce. Se fue de viaje el mes pasado y todavía no ha regresado. Está tardando mucho esta vez, lo echo de menos. Pero, ¿sabes lo peor? Se me olvidó el aniversario. Se me olvidó por completo. Luis no se enfadó, bueno, sí, pero a mí no me dijo nada. Sé que se molestó. Pero es que estoy muy confundida. Tengo un dolor de cabeza constante y sólo tengo ganas de estar metida en casa.

Antes sí me acordaba de las fechas. Me sabía todos los cumpleaños, los aniversarios, las celebraciones… Ahora sólo me acuerdo de algunos, tu cumpleaños es…el doce de octubre, sí, el doce de octubre. Pero si quiero recordar el de papá o el de Luis…no puedo.

No me acuerdo. Es este maldito dolor que no me deja vivir.

El jueves pasado estuvieron en casa la tía María y las niñas. Desde tu ida la tía no es la misma. De la sonrisa permanente en su cara ha pasado a la tristeza. Cuando está delante de las niñas aparenta serenidad, pero yo la conozco. Tengo veintiún años, pero me ha tocado vivir mucho y ya soy más madura. Nos fuimos a la cocina y se derrumbó. Me dijo que nada le salía bien. Mamá, ¿por qué no vuelves? Todos te echamos de menos, sobre todo yo.

Estuve hablando mucho con la tía, pero tuvo que sacar el tema y me enfadé con ella. Ha intentado convencerme para que vuelva a ir al psicólogo, pero no lo voy a hacer. He decidido dejar de ir y nadie va a hacerme cambiar de opinión. El psicólogo está empeñado en lo mismo de siempre, en que soy anoréxica pero que no quiero reconocerlo. Mamá, están todos en mi contra. Todos están ciegos, ¿no ven que estoy gorda?

Es verdad que no como, pero es que no tengo hambre. De verdad, si quisiera comer lo haría, pero es que no tengo ganas.

Debe ser que estoy mala del estómago o algo así y no deja que entre nada. Necesito perder peso. Todos dicen que no, que tengo un problema. Pero me da igual lo que me digan, yo sólo te hacía caso a ti cuando estabas conmigo y, aunque no estás ahora, sé que me estás apoyando, así que con eso me vale. ¿A que no sabes quién me llamó el viernes? Sí, Marina. Está en la [151]

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ciudad. Vino el miércoles y quedamos para vernos el viernes porque antes tenía que arreglar algunas cosillas. A las cinco en la puerta del mismo parque de siempre. Estaba impaciente. ¿Recuerdas cuántas tardes hemos estado en el parque San Pablo jugando? Cuando le dábamos de comer a las paloma, o jugábamos a las casitas…. Cuántos recuerdos. ¡Cómo me gustaría volver al principio! Quizás seguirías aquí, conmigo…

Pues quedamos en vernos. El viernes me empecé a arreglar. ¡Qué desastre, mamá! Llevaba dos días metida en la casa. Como no hablaba con Luis, no quería ver a nadie. Pero me decidí a salir. Si Luis no estaba conmigo, no importaba. Comencé a arreglarme. A la hora de vestirme… ¡qué horror! Nada me quedaba bien. No sabía qué ponerme.

Marina siempre había sido un poquito más fea que yo, y yo quería que me viera espectacular. Llevábamos mucho tiempo sin vernos, ¿dos años? Me parece que algo más. Desde que se fue a trabajar a Italia, apenas la veo.

Necesito ropa. Estaba súper fea con todo lo que me ponía. Me probé un montón de conjuntos y no me quedaba nada bien. Me estaba grande, mamá, alguien ha cambiado mi ropa. Ésa no era la mía. Al final llamé a Marina y le dije que no podía salir, pero sabes cómo es ella: se presentó en casa. Yo estaba en pijama, con el pelo recogido y en zapatillas. Imagínate cuando vi a Marina en la puerta. ¡Qué guapa estaba! ¡Qué delgada y preciosa! Y yo, mamá, me quería morir cuando me vi. Ella se quedó traspuesta al verme. Me decía que nunca me había visto así, que estaba muy dejada. Yo, que siempre fui la más presumida de todas, la que se arreglaba más… Las vueltas que da la vida. Mamá, el tiempo pasa y aún no has vuelto. ¿Tan largo es ese trabajo, que no puedes volver?

No sé qué pasa pero Marina también está en mi contra. Habrá hablado con Luis antes que conmigo y le habrá contado lo que nos pasa y ahora ella también le apoya. Me dijo que tenía una enfermedad, que necesitaba ayuda. Mamá, me puse histérica y le grité.

Estoy harta de que la gente me diga lo que tengo que hacer. Que se metan en sus problemas y me dejen a mí con los míos. Mi cuerpo es mío, no de Marina, ni de Luis, ni de la tía, y si yo quiero adelgazar lo haré. Pero es que no adelgazo. Mamá, sigo estando gorda. Me miro en [152]

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el espejo y no veo más que a una niña fea y gorda. Así ninguna agencia de modelos me va a escoger. Tengo que adelgazar más.

Conozco a un chaval que vende unas pastillas que ayudan a adelgazar. Se llama Esteban, ¿no te he hablado nunca de él? Lo tienes que conocer. Vivía en el barrio antes, bueno, cerca del Puente. Es hijo de Luisa, ¿sabes quien te digo ya? Luisa era la mujer que siempre nos regalaba una margarita…sí, esa. Pues su hijo tiene unas pastillas buenísimas. Dice que si te las tomas te quitan el apetito y no comes nada. Yo, de todas maneras, no tengo mucho apetito, pero las he tomado. La gente mira mal a Esteban, yo creo que es por lo de las pastillas. Se habrán enterado de que las vende y no lo aceptan. Si algún día regresas, no le vayas a contar lo de las pastillas a su madre, que ella no lo sabe.

Me las he tomado, pero me siento igual que siempre. Me sigo viendo gorda y eso me molesta. Las pastillas cuestan mucho, aunque me ha dicho que, como soy vecina, me las rebaja un poco. Luis me ha pillado el bote de las pastillas y se ha enfadado conmigo.

Por eso no nos hablamos. Me ha dicho que ya no puede más, que haga con mi vida lo que quiera. Se fue de casa pegando un portazo y ya está. La verdad, no entiendo por qué se pone así. Son sólo unas pastillas para adelgazar. Ya no sé nada de él, pero, ¿sabes que te digo, mamá?

Que no me importa. Si no me quiere como soy, que se busque a otra.

Yo no veo el efecto de las pastillas, me veo igual. Eso sí, me dan un dolor de cabeza increíble. Me hacen dormir todo el día.

Me siento muy sola, mamá. ¿Cuándo vendrá papá? Lo he llamado antes. Me ha dicho que viene de camino, que acaba de aterrizar el avión.

No va a llegar a tiempo. Tengo ganas de darle un abrazo. Hace mucho que no me lo da.

Mamá, tú también me debes un abrazo. El día que te fuiste y no regresaste no te lo di. Ese día yo estaba durmiendo y tú me diste un beso, pero no lo sentí. Pensaba que estaba soñando, y ahora…necesito oírte. Por cierto, tus respuestas a las cartas aún no me han llegado.

Se ha mudado un nuevo vecino al barrio. Se llama Tomás y trabaja en la oficina de Correos. He quedado con él en que cuando lleguen las contestaciones me avisará, para no tener que ir yo. Es que sólo quiero estar en casa. Pero siguen sin llegar. En el sitio donde estás no van muy bien los servicios de correos, ¿no? No importa. Sé que al final llegarán [153]

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tus respuestas. También las fotos de tu nuevo hogar que te pedí. Es que no sé nada de ti. Te sigo escribiendo porque es lo único que se me da bien, escribir.

Mamá, me estoy acordando del perro que teníamos. ¿Te acuerdas?

Hace tiempo que no lo veo… ¿Dónde estará? Cuando llegue papá le preguntaré. Me acuerdo de cuando jugábamos todas las niñas en el parque con él. No se cansaba nunca de juga, siempre quería que le tiráramos la pelota. Qué juguetón. ¿Cómo se llamaba? ¡Ah, Flopy!

También lo hecho de menos.

Mamá, han repetido hoy las imágenes. Estaba viendo la tele y salieron de repente. Yo nunca veo el telediario porque no me gusta, sólo salen noticias desagradables y me dan mucha pena. Pero es que, cuando estaba cambiando de canal, oí “banda terrorista ETA”. Las manos comenzaron a temblarme de nuevo. Creía que lo había superado, pero se ve que no.

Mamá, hoy hace cuatro años que te marchaste y aún no has vuelto. ¿Por qué, mamá?

Ese día no tenías que ir a trabajar, no tenías el turno, pero aún así, como eras tan trabajadora, fuiste y pasaste por allí. Mamá, si tú nunca pasabas por ese lugar para ir a trabajar… ¿Por qué ese día sí?

Han vuelto a poner las imágenes. ¿Te acuerdas de cuando te dije que no me acordaba muy bien de las fechas? No te dije una, de ese día me acordaré siempre. Nunca se me borrará de la mente: 17 de noviembre del 2002.

“La banda terrorista ETA ha colocado un coche bomba en el pueblo sevillano de Écija”.

Así desperté tal día como hoy hace cuatro años. Me llamó papá corriendo: —¡Hija, hija, despierta!

—¿Qué ocurre papá? Hoy no hay clases.

—No, hija, no. Tienes que ver lo que están diciendo las noticias.

ETA ha puesto un coche bomba en la Plaza de España, en el Salón.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

Estoy llamando a tu madre y no contesta. Estoy muy preocupado.

Me levanté de la cama sin pensarlo y vi las noticias. Salían imágenes del Salón…mucho humo. No se veía nada. Gente alrededor y policías.

Mamá, salían las imágenes de gente en el suelo, no se movían, estaban cubiertos con sábanas y…mamá, una de esas personas eras tú. Sabía que ya nunca regresarías, me dio un pálpito el corazón para decirme que una de aquellas personas que se encontraban en el suelo con los cuerpos cubiertos eras tú. ¡Ojalá me hubiera equivocado! ¡Ojalá ese día no hubieses ido a trabajar!

Desde ese día todo ha cambiado.

Yo no he levantado cabeza desde entonces. Tú eras mi madre, mi mejor amiga, mi compañera, sabías todos mis secretos…y ahora te has ido. Yo sólo era una niña de diecisiete años. Tenía toda una vida por delante y me la destrozaron. Mamá, te hecho de menos.

Papá, desde entonces, se volcó en el trabajo y no para de viajar. Me dejaba en casa de la abuela o en casa de alguna tía. Ahora que soy mayor me quedo sola, pero es peor. Esa banda nos destrozó la vida. Deberías de estar aquí, haciéndonos felices a papá y a mí. ¿Por qué tenemos que sufrir por lo que piensen unos pocos?

No lo entiendo. Recibimos muchas ayudas, todos se portaron muy bien. Acudimos corriendo al lugar del atentado. No te puedes imaginar cuántas personas había para ayudar. Todo el pueblo se volcó. Al final, dos muertos y treinta y dos heridos, dos de ellos con heridas graves. A los pocos días murieron. Hablaban de que no había sido tan grave como otros asesinatos de ETA, ¿cómo podían decir eso?

Mamá, acabaron con tu vida. Pero no te preocupes, los culpables pagaron por ello. Los metieron en la cárcel. Y de allí no van a salir en una buena temporada. Tuvimos que aguantar muchos juicios… Aún no he tenido el valor de ver a los asesinos. Papá sí. Les ha visto las caras.

Ha estado en frente de quienes te mataron. Yo no pude.

Pero hoy los he visto en la tele. Y el rencor y el dolor se han apoderado de mí. Llevaba sin ver las noticias mucho tiempo. Y hoy, después de cuatro años, lo he visto otra vez, mamá. He visto cómo ocurrió todo, cómo los sueños de una persona pueden desvanecerse en un segundo, provocado todo por otra persona.

Mamá, quiero verte.

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Mamá, he decidido que me voy contigo. Si no has vuelto, es porque en el lugar donde ahora vives estás bien. Mamá, sé que estoy enferma, pero no lo quiero reconocer delante de la gente. No les voy a dar el gusto de reconocer que he caído en la anorexia. Mamá, se me viene el mundo encima. Yo quería luchar por seguir viviendo, quería llegar a ser una gran profesional como soñaba cuando tú estabas…pero es que no puedo. He fracasado y ahora no quiero nada. No puedo hacer nada más. ¿Sabes lo que tengo a mi lado? Son unas pastillas. Esteban me las ha conseguido. Si te soy sincera, no sé ni lo que son. Sólo sé que me llevarán contigo y eso es lo que cuenta. Pero tengo miedo… ¿Qué pasará con papá? Estoy asustada. Ya no volveré a ver a Luis, ni a Marina, ni a las niñas… Mamá, ¿por qué tuviste que morir?

Lo he decidido. ¿Para qué voy a vivir? Estoy enferma y nadie me quiere. Me miro al espejo y sólo veo a una chica gorda que da asco. ¿Cómo he llegado a esto? Yo antes era una chica sana, fuerte y bonita. ¿A que sí, mamá? Y mírame.

Mamá, nos han destrozado la vida. El día en que te mataron me mataron a mí también.

¡Ay, mamá! ¡Me las he tomado! Me he tomado las pastillas. Me duele mucho la cabeza.

Me estoy mareando.

Aguarda mamá…hazme un sitio a tu lado.

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IV Certamen de Relatos «El Mundo Esférico»

ÍNDICE

PRESENTACIÓN EL ANIMAL QUE CUENTA HISTORIAS… (Juan Jesús Aguilar Osuna) MODALIDAD NACIONAL ADUYA (Primer premio) (Sergio Parra Castillo, Tarragona) EL HOMBRE QUE BUSCABA LA LLUVIA (Segundo premio) (Pedro Uris Escolano, Valencia)

7

19 37

INTERLUDIO: DE POETAS, ILUSTRADORES Y ESCRITORES MARCELINO FERNÁNDEZ PIÑÓN 49 Mundo, soy tu victoria Diana de amor Duda sistemática Carta apócrifa de Parménides a Heidegger que le hace llegar por un faraute de Cronos VICENTE MAZÓN MORALES En la tumba de un joven poeta latino Aquelarre Huellas

53

TOMÁS GUTÍERREZ BUENESTADO Mecano Tu nombre Poema sin título

57

FERNANDO DEL PINO JIMÉNEZ Al límite Océano Duda Días de mansedumbre

61

JOSÉ LUIS JIMÉNEZ SÁNCHEZ-MALO LAS PIEDRAS DEL ARROYO TIENEN FORMA DE CORAZÓN

65

JUAN JESÚS AGUILAR OSUNA ÍTACA

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MODALIDAD ALUMNO 1º y 2º E.S.O. JACK THE RIPPER (Paula González Delgado, 1º E.S.O.—I.E.S. Nicolás Copérnico, Écija) POR UNA CARRERA (Carmen Reina Gutiérrez, 1º E.S.O.—EE.PP. SA.FA., Écija) 3º y 4º E.S.O. RECUERDOS (Sara Álvarez Arenas, 4º E.S.O.—I.E.S. Colonial, Fuente Palmera).

CON LA PALABRA EN LA BOCA (Borja Alias Moyano, 3º E.S.O.—I.E.S. Pablo de Olavide, La Luisiana).

79 97

103 121

BACHILLERATO LA FALSA REALIDAD 133 (José Ignacio González Herrera, 1º Bachillerato—EE.PP.SA.FA., Écija).

Y ESE DÍA LO CAMBIÓ TODO 147 (Cristina Fernández González, 1º Bachillerato—I.E.S. Nicolás Copérnico, Écija).

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