Profundo Azul

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Diario de una nina urbana que fue a caer en un pueblo del sur mediados los sesenta

Milena Casanova Visiรณn Natural



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Diario de una nina urbana que fue a caer en un pueblo del sur mediados los sesenta



Profundo

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Diario de una nina urbana que fue a caer en un pueblo del sur mediados los sesenta

Milena Casanova Visiรณn Natural


Créditos: ©Autor: Milena Casanova ©Edita: Visión Natural Diseño y maquetación: Eduardo Cruz Casanova-Visión Natural ©Fotografías: Archivo familiar Casanova-Aguado y diversos archivos particulares. Documentación: Hemeroteca de la casa de los tiros de Granada. Investigación en Diario Ideal y semanario El Faro, de los años del 66 al 72. Imprime: Imprenta Comercial ISBN: 978-84-616-7354-4 Dep. Legal: MMXIII ©Queda prohibida la reproducción total o parcial de los textos o imágenes que aparecen en esta obra sin el permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.


A mis padres Josefina y Alberto, a mis tĂ­as Elena y Carmen y mis hermanas Ana, Elena, Marmen y Mar, con quienes compartĂ­ y comparto el profundo azul de la memoria. A Eduardo, mi cĂłmplice y todo.



-PrólogoMilena, una niña “encuentadora”

“Un prólogo me manda hacer Milena, a mí, que sólo sé escribir teatro; mil palabras dicen que es un prólogo; burla burlando ya van puestas treinta y cuatro”. Su hermoso trabajo de maestra, ahora a cargo de parvulitos, hacen posible el milagro de que Milena Casanova, siga siendo, como le pasaba a Peter Pan, una niña para siempre. No le ocurre, sin embargo, lo que a Pulgarcito. En su caso los pájaros han respetado las migas que echara un día en el camino y así puede volver sin problemas a casa. Naturalmente la casa que ha vuelto a recuperar la autora de “Profundo azul” es la que todos perdemos al crecer: la infancia. Nuestra auténtica patria al decir de muchos y nuestro “paraíso” según prefirió Manuel Vicent: “El paraíso es un conjunto de lejanos sabores, colores, sonidos, paisajes y caricias, o sea los cinco sentidos corporales, estilizados por una memoria anfibia, las natillas de la abuela, el membrillo del armario ropero, el grito de la gaviota, la alberca de agua verde con libélulas y los juegos eróticos en las noches de verano saltando la raya de la luna”. 9


El paraíso del escritor valenciano está más cerca del “tiempo perdido” que buscaba Proust, con su famosa ensaimada, que en el tiempo recordado que encuentra la escritora granadina. Milena no recrea un país maravilloso como el de Alicia. No necesita imaginarlo porque lo posee en su memoria personal que ya forma parte de su propia vida y está en la memoria colectiva de toda su generación. Por supuesto que la infancia es nuestra patria y nuestro “país de las maravillas”, pero cada década es como un pueblo en el que, como dice la autora en el acertado subtítulo, “uno viene a caer”. Para su fortuna, y también para la fortuna de Salobreña, Milena era “una niña urbana que vino a caer en un pueblo del sur mediados los sesenta”. En su diario queda reflejado el acontecer pormenorizado, pero dentro de su contexto social, cultural y hasta político, de siete años en los que Salobreña, como otros pueblos de España, abandona su secular forma de vida y sale del marasmo y del ostracismo, donde posiblemente estaba cómoda y feliz, para subir no al tren del progreso sino al cohete que ya en ese momento ha emprendido una carrera desenfrenada para alcanzar la luna. Si en el mes de julio de 1969, días después de la procesión del Carmen, los salobreñeros ven por televisión cómo Armstrong camina por la luna, un año antes, en el mes de mayo del 68, han visto como los jóvenes de Europa y de América, también piden lo imposible y quieren la luna. Era el final de una dé10


cada donde ya no valía -por utilizar términos de la autora ni “la duermevela” ni “remolonear”- porque ya había empezado el futuro El futuro llega con el concilio Vaticano II y los curas que colgaban la sotana; con el turismo y la minifalda; con las melenas de los Beatles y de “El Cordobés”; con el Libro Rojo de Mao; con los asesinatos de Martin Luther King y de los hermanos Kennedy; con la bomba de Palomares y con la píldora anticonceptiva. Es tal la sucesión de acontecimientos que van provocar un cambio histórico que ni siquiera habían producido las dos guerras mundiales. Y resulta sorprendente cómo puede Milena observar y analizar el valor de los pequeños gestos, los leves matices, que empiezan a modificar el comportamiento de las gentes en Salobreña. El rigor y la sistemática de docente, junto a una delicada sensibilidad, hacen posible que esta escritora granadina haya logrado en siete vacaciones veraniegas retratar la Salobreña de los años sesenta con la misma precisión que logra Brenan al diseccionar el Yegen de los años veinte, tras una larga estancia en el pueblo alpujarreño. Me atrevo a hacer esta afirmación pues tuve la oportunidad y el privilegio de convivir casi un mes con Brenan, en Yegen, en la primavera de 1973. Por referirnos a otra gran figura de la literatura, estrechamente vinculado a Salobreña, nada menos que José Martín Recuerda, podemos decir que “Profundo Azul” viene a completar y sufragar la visión que de Salobreña pudo dar una obra de este admirado autor, 11


estrenada en 1965: la muy discutida “Como las secas cañas del camino”. Es curioso cómo otra maestra, Milena Casanova, sin pretenderlo, va a aportar con su Diario, una perspectiva muy distinta de aquella Salobreña de “Julita Torres”, la maestra de Martín Recuerda que, a pesar de tantas coincidencias que le aproximan a Grecia, no destila tanta tragedia como le adjudica el gran dramaturgo. El espíritu salobreñero, irónico y festivo, hubiera inspirado muchos argumentos a otro autor granadino. Lo que pudo ocurrir, y no ocurrió, si Federico, en vez de ser llevado de niño de Granada a Almería es traído a Motril o a Salobreña, y es aquí donde ve por primera vez el mar, es un tema que me entretuvo varias horas de conversación con López Rubio, otro dramaturgo motrileño que tampoco pudo ver de niño el mar en esta costa ahora llamada “tropical”. Milena ha tenido más suerte que sus célebres paisanos. No sólo descubrió el mar en Salobreña sino que lo disfrutó y, al parecer, le dejó marcada para siempre. No es capricho ni casualidad que el título de su libro sea “Profundo Azul”, no sólo por alusión al color del mar en que ella bañó sus sueños de adolescente sino también al color del planeta que en aquellos años, y tras las aventuras espaciales, rusos y americanos coincidieron en que era azul. Pero Milena, una niña “encuentadora”, no necesita viajes siderales para recuperar, como por encanto, el mejor cuento de su infancia que no fue otro que el regreso de Ulises a Itaca. Itaca es también la infancia. 12


E Itaca, a diferencia de Utopía, siempre existió. Con ayuda de Milena, seguro que ustedes van a encontrar en Salobreña su Itaca particular.

“Ya estoy en el final, y aún sospecho que voy este prólogo acabando. Contad si las palabras son mil, y está hecho” Alfredo Amestoy

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“Siempre hay un momento en la infancia, cuando la puerta se abre y deja al futuro salir.� Graham Greene

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Primer verano l bb

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Hoy empiezo el primer diario que escribo en mi vida y lo hago por encargo de la señorita de Gramática de segundo de bachillerato como trabajo de vacaciones; la primera entrega la estoy haciendo en este preciso instante como tema libre de redacción del examen de final de curso. Únicamente mi profesora y yo tendremos acceso a estas letras, por lo que tengo a bien advertir que queda terminantemente prohibida su lectura a toda persona no autorizada. Inicio mis confesiones íntimas al papel en esta fecha diabólica del seis del seis del sesenta y seis y espero que no me traiga demasiada mala suerte. Si a los engendros luciferinos de las calderas de Pedro Botero les molesta la efemérides ruego no la emprendan conmigo y por lo menos compartan la ración de desgracias con mi bienhumorada profesora que sería la auténtica culpable de la ocurrencia tanto de la fecha del examen como de la elección del tema de redacción y el proyecto de vacaciones. Desde estas líneas me atrevo a aventurar que tengo la sana intención de continuar escribiendo el diario hasta el 7/7/77 pero no podría prometerlo, porque uno de mis principales defectos (que pienso ir corrigiendo paulatinamente) es el de no terminar lo que emprendo porque, no sé por qué, pero suele pasar que cuando uno de mis proyectos va perdiendo fuelle, misteriosamente, surge otro que lo desbanca en atención y espectacularidad; contémplese también en mi descarga que aunque todos los adultos de mi familia digan de mí que soy una niña un poco repipi para mi edad, en estas fechas 6/6/66

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ando a escasos meses de cumplir los doce años, con lo que eso supone de revoltijo en batidora de sesos adolescentes. Para darme ánimo a mí misma, terminaré esta declaración de intenciones de confeccionar un diario con una frase tranquilizadora de mi madre que seguramente aprendiera de la suya en su más tierna infancia: si este proyecto sale con barbas, será San Antón y si no, la Purísima. Faltan quince días para San Juan, día escogido por mamá para que empecemos las vacaciones. Será maravilloso estar cerca día y noche del azul profundo y respirar la brisa con sabor a sal y yodo, que tan buenísimos beneficios nos proporcionará en el crecimiento. Estoy deseando vivir esa mágica noche en la playa, ver arder las hogueras al borde del agua y saltarlas cuando ya estén lo suficientemente bajas para que no se nos achicharren los tobillos. De ahora en adelante pasaremos los veranos en nuestra costa granadina, en un pueblo precioso llamado Salobreña. ¡Por primera vez en la vida vamos a vivir, al menos una parte del año, en un pueblo! Todas mis hermanas y yo estamos como locas de contentas. El otro día en el recreo se lo estaba contando a mis amigas y me oyó una compañera de clase que se llama Mari Rita y que su familia procede de allí y me dijo que si me apetecía, durante el verano, podía formar parte de su pandilla; seguimos hablando, ilusionadas, del tema y al escuchar la palabra Salobreña se nos 20


acercó María Teresa Sánchez, que es otra compañera de clase a la que aprecio por su bondad y sensatez, para decirme que ella también era de esta bonita villa, porque Salobreña no es un pueblo, es una villa. ¿Será posible que de no haber escuchado jamás la palabra Salobreña, haya pasado a tener ya dos amigas allí? ¿No es estupendo? Llegar a un sitio y ya formar parte de una pandilla es lo que mi abuela entiende como “llegar y besar el santo”. Estas nuevas amigas nos enseñarán su pueblo, perdón, su villa, de arriba abajo y disfrutaremos de él como cosacas: nos podremos bañar un día y otro, una hora tras otra en el azul profundo hasta que quedemos arrugadas como garbanzos y, para variar, alguna vez haremos excursiones a un monte que se llama Hacho, como el que hay en Ceuta (y que según el diccionario no es más que un sitio elevado cerca de la costa) para buscar hinojos y palmitos o a la Loma de Miranda cuando estén maduras las uvas. Nuestras comidas también cambiarán un poquito, nos tendremos que adaptar a la gastronomía del lugar, comeremos espetos de sardinas asadas o boquerones secos de los que ensartan en agujas de hacer punto y ponen al sol hasta que están oreados y luego fríen con ajitos y que llevan un nombre muy gracioso que empieza por “es…” y no me atrevo a terminar de escribir por temor a tener que confesarme de palabrotas surtidas acto seguido, ya que su castiza nomenclatura termina exactamente igual que una de las formas familiares de llamar a una parte muy representativa del 21


cuerpo masculino, pero en plural. También tomaremos cocido de calabaza y vainilla (no se asuste, señorita, que no es una mezcla de puchero y natillas como pensaba una de mis hermanas pequeñas horrorizada, sino un cocido normal y corriente con judías verdes, vainillas, que le dicen aquí). Probaremos asimismo un guiso naranja al que llaman “salamadroña” y está hecho con calabaza y sardinas u otros pescados azules y que, me temo, se nos va a hacer un poco cuesta arriba; aunque, a decir verdad, la auténtica innovación culinaria consistirá en la introducción en nuestra dieta del aguacate que es un fruto muy exótico que no sólo no es dulce como la mayoría de las frutas sino que tiene la pulpa muy grasa de color verde clarito. Los aguacates están empezando a cultivarse en esta zona con gran éxito porque nuestra privilegiada comarca, a pesar de estar en Europa, es tan cálida durante todo el año casi como los países tropicales. Ya lo probamos en Semana Santa, cuando fuimos a estrenar nuestra nueva casa, porque Encarnita, la farmacéutica, que fue compañera de colegio de mamá y todavía son amigas, le regaló una cesta llena para que entráramos con buen pie y mejor ánimo en su querido pueblo-villa. ¡Por fin hemos llegado a Salobreña, menudo viajecito! Nos ha traído Manuel Nochebuena en su taxi, un SEAT 1500, color gris perla, adaptado para el servicio público con unos asientos abatibles en el centro, donde nos han permitido sentarnos a las tres 24/6/66

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mayores. Hemos traído el coche cargado hasta los topes de todo lo que pudiéramos necesitar en los próximos tres meses, casi parecíamos sardinas dentro de una lata. A pesar de la pericia del conductor hemos tenido que parar el coche varias veces a lo largo del camino. En los Caracolillos de Vélez el mal rato ha sido mayúsculo, pues las pequeñas no han podido aguantar el mareo y han vomitado hasta la primera papilla. Yo no me he mareado, he sido la única de las cinco hermanas que no ha hecho ni un pequeño amago de arcada, será que me voy haciendo adulta, aunque no creo que eso tenga mucho que ver porque mi madre, que no es sospechosa de no serlo, ha confesado que ha estado varias veces a punto de “cambiar la peseta”, que en el diccionario español-mamá viene a decir marearse con amenaza de vómito. En cuanto divisamos el pueblo a lo lejos todo el disgusto se ha olvidado. La luz del sol es más brillante que en Semana Santa y hace resaltar la blancura de las casas. ¡Qué bonitas, todas iguales, todas diferentes! Parece como si en las tripas de la roca hubiera un volcán secreto que fuera dejando derramar cal blanquísima por la montaña desde el Castillo hasta la Pontanilla. Para aliviarnos el mal rato de tanta hora de viaje y sobre todo para que no entorpeciéramos mientras papá subía todo el equipaje y mamá organizaba un poco la casa, nos han mandado de paseo por el pueblo a todas menos la pequeña que se ha quedado dormidita de agotamiento en el sofá. Por ser la mayor me ha tocado custodiar el dinero para que, antes 23


de volver en media hora exacta de reloj, invite a mis hermanas a un vasito de la famosa leche rizada de la heladería de Pepa en la calle Nueva, que, aunque parezca imposible, es tan rica como la de Los italianos de Granada. Resulta gratificante, aunque también un poco extraño, disfrutar de una libertad que no nos permitirían en Granada ni siquiera si a mi madre le hubiera dado, de repente, por empinar el codo. Nos gusta muchísimo que confíen en nosotras y poder andar de un lado para otro administrando nuestros pasos sin la constante vigilancia del adulto. Es maravilloso que aquí no exista ni peligro de coches ni de personas malas, aunque mamá, para curarse en salud, nos ha dicho antes de salir por la puerta su frase lapidaria: Pase lo que pase, las cuatro juntas. -Sí, mamá, hemos replicado al unísono; hasta la pequeña ha abierto un ojo en mitad de su siesta y, desde el sofá, ha asentido con la cabeza mientras decía: shi, shi, shi… nos ha hecho reír porque con su corta edad y medio sonámbula y todo ha demostrado que ya está perfectamente entrenada en nuestra colección de respuestas múltiples sincopadas. Al volver a casa nos hemos encontrado a papá completamente arreglado y a propuesta de mamá, que necesitaba un poquito de silencio tras el agotamiento de organizar en los armarios el tremendo convoy que acarrea su numerosa familia, nos ha preguntado si estábamos lo suficientemente cansadas para cenar y acostarnos o preferíamos volver a subir al pueblo 24


para tomar unas raciones de cazón en adobo, choco a la marinera o boquerones fritos en el bar El Pesetas y después acercarnos para que nos subamos unas cuantas vueltas en los columpios que han puesto en el Paseo de las Flores para las fiestas de San Juan. Ni que decir tiene el griterío de júbilo que hemos organizado y la andanada de besos y abrazos que les hemos dado a nuestros padres. El olor a madreselva, jazmín y galán de noche es tan fuerte en el Paseo que casi eclipsa al que desprende el kiosco de algodón de azúcar hilado. Este bello sitio ahora está ocupado por una caseta de tiro, varios balancines y unas sillitas atadas a cadenas que giran alrededor de un eje. Es una feria pequeña, como de andar por casa, con el encanto de estar frente al azul profundo y bajo el Castillo que, tapizado de hiedra, parece que se fuera a descolgar en el vacío. Nota importante:

Quizá, querida señorita de gramática, esté abusando del lenguaje poético y me repita un poco con eso de llamar al mar el “azul profundo”, pero es de las primeras figuras literarias que me han salido espontáneamente al escribir y por ser, de momento, casi la única me gustaría poder rentabilizarla un poco más. ¿Le parece? En caso de que no fuera posible no tendría más que indicármelo porque sabe de sobra que sus deseos son órdenes para mí.

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Seguimos callejeando por el pueblo, es una de nuestras actividades favoritas y ya conocemos casi todo el pueblo en profundidad: La Bóveda, el Postigo, la plaza, el Albaicín… No hay vericueto que hayamos dejado sin explorar. Muchas de las calles son tan estrechas que por algunas no podrían pasar los coches, si los hubiera, porque la mayoría de los vehículos que circulan por ellas son las bicicletas masculinas con su característica barra negra que une el sillín con el eje que sujeta el manillar, las motocicletas viejas de los hombres del campo que llevan todas sus cajitas de madera atada con cuerdas en el portaequipajes y otros vehículos más originales que a nosotras nos encanta encontrarnos por el camino y llevan tracción animal a las cuatro patas y pistón a rebuzno. En nuestras andanzas hemos resuelto por fin el enigma de esas aceitunas secas que abundan esparcidas por el suelo en casi todas las calles del pueblo. Justamente lo descubrimos cuando nos adelantó un pastor con su oloroso rebaño de tintineantes y pechugonas cabras. 2/7/66

Los niños de Salobreña se insultan de una manera un tanto peculiar; en lugar de utilizar los consabidos “tonto, imbécil, estúpido...” se dicen “cebolla”, “payaso” o “capullo”. Nos resulta divertido y lo estamos adoptando como costumbre; mi madre no da crédito a que por la boca de sus finísimas hijitas salgan semejantes sapos y culebras y, cada vez que nos oye ex11/7/66

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playarnos a nuestras anchas, completamente adaptadas a los nuevos términos culturales, se pone que trina. Resulta extraño ver la forma que tienen estos niños de entretenerse, están convencidos de que la mejor manera de pasar una tarde es echando una guerrilla a pedradas en la cuesta del mercado, los de arriba contra los de abajo. ¡Qué bárbaros! He conocido a dos niños rubios que se han venido a vivir aquí desde muy lejos, del centro de Europa, en Bélgica concretamente, que es un país tan pequeño casi como Andalucía. Nos hemos hecho amigos porque soy la única niña del pueblo de su edad con la que se pueden medio entender en francés gracias a lo que aprietan en el cole con esta lengua por pertenecer nuestras monjas a una congregación francesa (como indica la inconfundible corneta blanca de su hábito que le hace tener que girar la cabeza como los egipcios para poder andar por los pasillos de los tranvías). Mis nuevos amigos belgas tienen unos nombres algo curiosos, Corinne y Colin, nunca los había oído ni en el cine; me gusta pronunciarlos una y otra vez, haciendo gárgaras con la erre o terminando la ene de forma tan nasal como lo hacen entre ellos para llamarse: coguinnn, colenn... Los dos son muy bromistas y les gusta muchísimo quemarme la sangre diciéndome que su madre les dice que no parezco española porque no tengo la misma educación de sus otros amigos, que más bien parezco francesa (no acabo de tener claro si para un belga eso es un piropo o no, el caso es que aunque mis monjas del colegio sean 27


de una orden francesa a mí me ha educado mi madre que es “granaína” por los cuatro costados). Dicen que como soy tan refinada, de ahora en adelante, me llamarán: “essence” y yo, que ya me las daba de elegante con el apodo, al escuchar bromear entre ellos sobre si sería “ordinaire” o “super” me he dado cuenta de que me habían bautizado como “gasolina” y entonces me he perdido del todo al no entender la gracia, hasta que me han tenido que explicar que la gasolina que venden en su país es de la marca FINA. A pesar de que se divierten tomándome el pelo a todas horas y de que son un poco brutitos al hacerme ahogadillos dentro del agua, que raro es el día que si juego con ellos, no ingiero medio kilo de sal tirando por lo bajo. Creo que llegaremos a ser buenos amigos.

Carta para la señorita de gramática Querida señorita Mari Carmen: el otro día en el duermevela del momento de remoloneo en la cama de todas las mañanas me vino a la cabeza su insistencia, al despedirnos antes de empezar las vacaciones, de que cada alumna teníamos que escribirle, al menos, una carta durante el verano para que empezáramos con buen pie gramatical el próximo curso. Este pensamiento me hizo sentarme en la cama con el corazón palpitando porque con tantas actividades veraniegas me había olvidado por completo de esta tarea; ha sido terminar el desayuno y ponerme a la pluma y en eso estamos. 28


Espero que esté usted pasando un verano estupendo que le permita descansar mucho y recuperarse de toda la lata que le damos sus alumnas durante el curso, que menuda profesión ha elegido usted, señorita (aunque siempre diga con humor eso de que “sarna con gusto no pica”). Quiero contarle que este verano del 66 está siendo maravilloso con sus baños en el mar, sus paseos por el pueblo y tantas actividades diferentes a las que hacemos durante el curso. Otra cosa importante a tener en cuenta para la felicidad del verano es que gracias a la cantidad de tiempo libre que nos deja la ausencia de clases es que tenemos la estupenda posibilidad de leer cada vez que se nos antoje, por eso no sólo he dado cuenta ya de sus recomendaciones y me he releído gustosa Platero y yo de Juan Ramón Jiménez y el libro de la selva de Rudyard Kipling , sino que me ha sobrado tiempo para leerme por mi cuenta hasta el momento los dos primeros libros del club de los cinco, de mi autora favorita, Enid Blyton y también Le petit prince de Saint-Exupéry que nos recomendara Mademoiselle Silvina. Por favor, dígale de mi parte, si la ve que el capítulo XXI, el del zorro, incluso en francés, me ha hecho llorar a moco tendido. Sin nada más que contarle se despide hasta el próximo curso, que ya asoma a la vuelta de la esquina, su alumna. M. Casanova 29


Profundo azul es un salto al pasado para conformar el presente. Una dulce, que no edulcorada, zambullida a pulmรณn libre y pleno sentimiento en el profundo mar de la memoria y el alma de la autora, quien brazada a brazada recorre los momentos mรกs representativos para su trรกnsito madurativo. Siete veranos claves que van discurriendo para ella y sus hermanas mientras paralelamente se va produciendo el enorme cambio social que se desarrollรณ en aquel tiempo. Profundo azul ademรกs de ser un libro sumamente entretenido y encantador es a la vez un documento sociolรณgico de primer orden, que permitirรก a las generaciones coetรกneas de la autora recordar cรณmo era la vida en esos aรฑos y a los mรกs jรณvenes conocer dรณnde se pueden asentar los cimientos emocionales que los conforman.


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