Noa, la joven fantasma - Ala Delta Verde, 96

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EDELVIVES

A L A

D E LTA

Noa, la joven fantasma Joan Manuel Gisbert Ilustraciones

Sonja Wimmer

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A Ana L贸pez Andrade, por saber dar tanta vida a los libros en las aulas.

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Noa era casi invisible. Muy pocos sabían que existía. Hacía cosas que nadie más podía hacer. Era capaz de estar en varios sitios a la vez. Se desplazaba por el aire. Iba de un lugar a otro en muy poco tiempo. Veía sin ser vista. Por los pensamientos era por donde mejor se movía. Y a veces podía entrar en los sueños. Casi nadie sabía quién era ni de dónde venía. Para Noa era lo mismo el día que la noche, el antes que el después, el mañana que el ayer. Solo la veían aquellos que quería que la viesen. Y procuraba escogerlos lo mejor posible.

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Su aspecto no era siempre el mismo. Sus ojos grises y su mirada podían causar sensaciones muy distintas. A veces estaba muy pálida, y tenía la piel muy blanca. En otras ocasiones parecía una hija de las sombras y solo sus ojos brillaban en la oscuridad. Noa había nacido en un lugar que estaba a la vez muy lejos y muy cerca, y era misterioso y extraño. Un sitio donde había cosas extraordinarias. Un lugar que podía desaparecer en poco tiempo. Y, si desaparecía, Noa también dejaría de existir.

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A Margarita no le gustaba dormir con la habitación completamente a oscuras. No era muy miedosa, pero la luz del alumbrado de la calle, entrando a través de las rendijas de la persiana de su cuarto, la hacía sentirse mejor, más segura y acompañada. Y el sonido de un coche al pasar, cuando se oía, no solo no la molestaba sino que su rumor de normalidad la ayudaba a sosegarse. Le gustaba también mucho dormirse oyendo el rumor de la lluvia cuando caía suavemente en la noche. Era como una caricia invisible que la hacía estar más a gusto entre las sábanas. Margarita tenía pocas veces pesadillas, y las olvidaba enseguida. 7

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Nunca le había pasado por la imaginación que pudiese ocurrirle alguna vez lo que le iba a suceder aquellas noches. Margarita no fue la primera persona que vio a Noa, pero sí fue quien la vio de manera más clara. Ocurrió en lo más profundo de una larga noche de marzo. Al principio, creyó que era un sueño del que aún no se había despertado. Pero duró demasiado como para seguir pensándolo. Noa estaba allí, en su cuarto, cerca de ella, y la miraba fijamente, sin parpadear. Margarita se había despertado de pronto. Tenía los ojos bien abiertos. La seguía viendo, no era solo un sueño. Se asustó bastante. Quiso encender la lámpara de la mesilla de noche, pero su brazo no se movió. Noa desprendía una suave luz que la hacía aún más misteriosa. Sus ojos grises brillaban en la penumbra. Había en ellos algo difícil de explicar: una desconocida historia, inquietud, preguntas, necesidad. Todo ello contenido en un silencioso mensaje: «Vivo en la casa más fabulosa que existe, pero está en peligro. ¿Quieres ayudarme». Margarita se asustó aun más. Estuvo casi a punto de gritar. Deseó que Noa desapareciera en aquel mismo momento, para siempre.

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No ocurrió. La misteriosa muchacha fantasma seguía estando allí. Parecía que ya nunca se iría. «Es un lugar que no conoce casi nadie. Pronto te lo enseñaré. Te va a asombrar cuando lo veas», siguió explicando la aparición, sin hablar, de pensamiento a pensamiento. Entonces, muy despacio, Noa empezó a difuminarse en el aire. Antes de desaparecer del todo, le hizo saber: «No tardarás en verme de nuevo. Y no olvides nada de lo que te he dicho». Al quedarse a solas, Margarita temió que aquella aparición le quitaría el sueño por el resto de la noche. No fue así. Pasado un rato, le fue entrando una agradable y desconocida calma. No se levantó de la cama ni fue a decirle a Magda, su madre, lo que había sucedido. Como de costumbre, estaría profundamente dormida a causa de las pastillas que tomaba. No quería sobresaltarla despertándola de pronto. Se lo contaría por la mañana, con la mayor tranquilidad posible. El temor y la inquietud habían ido desapareciendo poco a poco. Margarita entró en un sosiego que la ayudó a dormirse en poco tiempo. Las restantes horas transcurrieron silenciosas y apacibles. No hubo nada más que alterara el curso de la noche. Todo había vuelto a una aparente normalidad. Por el momento.

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