LIBRO DE RUT Edesio Sánchez Cetina
INTRODUCCIÓN El libro de Rut es una narración que se ubica en el género literario conocido como “Novela corta”. Sin embargo, su extensión—unas 1,300 palabras hebreas—no debe dar pie para pensar que poco hay en ese libro que nos desafíe hoy en América Latina, en pleno siglo veintiuno. Todo ha sido “empaquetado” para que quepa bien en extensión tan estrecha: no hay detalles innecesarios, ni desviaciones, ni disgregaciones, ni retrospectivas, ni conversaciones o episodios incidentales. Cada acto y palabra, impulsa la historia hacia adelante, hacia su conclusión climáctica. Esta pequeña obra puede dividirse en seis secciones, tal como se muestra a continuación: A
Introducción: Desamparo total (1.1-5) B
B A
¿Quién acompañará a Nohemí: Orfa o Rut? (1.6-22) C
Encuentro de Rut con Booz (2.1-23)
C
Rut le propone a Booz (3.1-18)
¿Quién redimirá a Nohemí: El otro pariente o Booz? (4.1-12)
Conclusión: Restauración total (4.13-22)
Para el estudio y comprensión más completa del libro, es necesario considerar varios ángulos desde los cuales abordar el mensaje de la obra: el histórico, el geográfico, el social, el cultural, literario y el teológico. Empecemos por el contexto histórico. Contexto histórico El libro de Rut se abre indicando que el relato ocurre en el tiempo que “gobernaban los jueces” (1.1). Para el lector informado, este dato es muy importante, ya que el autor o autora coloca la historia en uno de los peores momentos de la vida de la nación israelita. De acuerdo con la conclusión del libro de los Jueces—obra que narra esa época—“En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 21.25; véase 17.6). Así es, todo el libro de Jueces es una narración que en lugar de llevar al lector a un clímax, lo lleva a un nadir; es decir, de la “cima” (la historia de Josué) a la “sima” (la historia 1
de los Jueces). Después de los grandes logros de la conquista y repartición de la tierra, y del haber seguido las directrices de YHVH, el Dios de Israel, en la época del liderazgo de los jueces, todo se vino abajo. Fue una caída precipitosa tanto en lo social como en lo religioso. Y este es precisamente el tiempo que le toca vivir a la nación en los días de Nohemí y de Rut. Resulta ilustrativo considerar a un libro como el de Rut, en el contexto de una época en el que el trato de la mujer no fue el más feliz, como se constata en los relatos de Jefté (Jueces 11.34-40), Sansón (13—16) y en la parte final del libro (19—21). Y este asunto es muy importante para entender el mensaje del libro de Rut. Porque si bien, la sociedad israelita y su liderazgo, de acuerdo con el libro de Jueces, viven en total anarquía y alejados de las pautas de la ley divina, Dios, en su infinita gracia, levanta instrumentos humanos que se salen del molde establecido por el statu quo y nos dan a todos una maravillosa sorpresa. ¡No son los líderes poderosos, ni los del pueblo elegido, ni los varones quienes tienen en sus manos la solución a los grandes problemas de la vida! El libro de Rut nos dice: “No, no busquen por allí; ya verán por qué vericuetos de la vida nos saldrá Dios con su propuesta de resolución”. Además, si se considera el país al que decidieron emigrar Elimelec y su familia ante la hambruna generalizada en Israel (Rut 1.1), de nuevo, el libro de los Jueces nos coloca en contexto histórico. Moab no es el mejor lugar para huir de las situaciones precarias vividas en Belén de Judá. En Jueces 3.12-30, Moab aparece como la nación enemiga, que castiga de forma inmisericorde a la población israelita. Por 18 años, Moab había oprimido a Israel, y el pueblo ya no aguantaba tal situación (vv. 14-15). Y cuando recurrimos a otros textos del Antiguo Testamento, e investigamos sobre las relaciones entre Israel y Moab, nos damos cuenta que Moab jamás fue país amigo (Is 15–16; 25.10; Jer 9.26; 25.21; 27.3; Ez 25.8–11; Am 2.1–3; Sof 2.8–11). ¿Por qué decidió Elimelec llevar a su familia para habitar con el enemigo? ¿Por qué no ir a Egipto, o a Edom, o a Filistea? Es obvio, que algo quiera decirnos el autor sobre el sentimiento general de los israelitas hacia los moabitas, y por qué de una nación como esa, se atreva Dios a suscitar alguien que pueda ser de bendición a la nación elegida. Si se lee Números 25, la cosa no suena tan bien, respecto a lo que Moab ofrece al pueblo de YHVH: “Cuando estaban en Sitim, los israelitas tuvieron relaciones sexuales prohibidas con las mujeres moabitas. Ellas los invitaron a sus fiestas. Allí comieron juntos y adoraron a los dioses de los moabitas. Fue así como el pueblo de Israel adoró al dios Baal-peor” (vv. 1-3; se ha resaltado lo que es importante para nuestro estudio). Llama la atención al respecto, que precisamente, estos judíos de Belén que emigraron a Moab, hayan hecho lo que el texto de Números condena: Los dos hijos de Nohemí y Elimelec se casaron con 2
mujeres moabitas, fueron a Moab ¡para comer de ellos!, y esas mujeres y sus comidas estaban, sin duda, relacionadas con el culto idolátrico de los dioses de ese país. ¡Qué ironía! Pero de nuevo, regresemos a considerar las intenciones del autor o autora; el que sea Moab, y el que sean mujeres moabitas, y el que se practique otra religión, ya implica que hay una postura deliberada en el mensaje bíblico que orienta el mensaje y teología del libro, como veremos más adelante. Algo hay en la fe y práctica religiosa de la nación israelita que tiene que ser desafiado porque, de acuerdo con la voluntad de Dios, algo no está bien, y los miembros de la nación de la alianza tienen que cambiar de una actitud de orgullo espiritual, de chauvinismo religioso y de una falsa concepción de elección. Contexto socio-cultural En todo el periodo bíblico la situación de la mujer no fue de las mejores, salvo en contadas excepciones. Una importante cantidad de textos en ambos Testamentos nos confirma esa verdad. Es decir, el hecho de ser mujer en la sociedad israelita de esa época era ya causante de marginación y abuso. Una mujer nunca llegaba a la “mayoría de edad”; de allí que siempre dependiera de un varón adulto para resolver cualquier situación legal y social—no es, entonces, extraño que Booz les preguntara a sus empleados, “¿De quién es esta joven?” (2.5). Si esa mujer era viuda y no contaba con el apoyo de un familiar varón, el asunto empeoraba. Una viuda en esas circunstancias era totalmente vulnerable y prácticamente condenada a muerte. De allí que el “seguro social” de toda mujer sea tener esposo y, en ante la ausencia de este, tener hijos mayores de edad. Por ello, por todo el Antiguo Testamento aparece la expresión “la viuda, el huérfano y el exiliado” como ejemplos de total abandono, pobreza y vulnerabilidad (véase, por ejemplo, Deuteronomio 14.29; 16.11, 14; 24.19). De nuevo, como ocurre en lo histórico, el escritor del libro de Rut maneja el asunto social de tal modo que las mujeres del relato pierdan, en primera instancia, el apoyo, sostén y protección de los varones judíos. Claro, ¡ya no están en Israel! Están en territorio enemigo. Pero dada la situación histórica—“en los días que gobernaban los jueces”—, parece que era mejor ser mujer y quedar viuda en Moab que en Israel, aunque Noemí no lo haya visto así. Otro tema que entra en el aspecto social, y que está muy relacionado con la vulnerabilidad de una mujer sola, es el de la provisión para los pobres en la época de la cosecha. Todo lo que se narra en el capítulo dos de Rut tiene que ver con la práctica de esa ley, tal como lo estipula la ley de YHVH (Levítico 19.9-10; 23.22;
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Deuteronomio 24.18-22). Se ve que Rut conocía bien esa ley, tal como se señala en 2.2. En la mayor parte del libro aparece un tema cultural de suma importancia: la práctica de la ley del “levirato” (Levítico 25.23-25, 47-49; Deuteronomio 25.5-10). De acuerdo con estos textos, el goʼel o “redentor” tenía la obligación de “redimir” tanto las propiedades como la familia del difunto o del familiar en situación de vulnerabilidad. En este libro, el escritor trae a colación esta práctica para jugar con la idea de “quién en última instancia es el verdadero redentor”. Y de nuevo, el mensaje del libro nos tiene guardadas sorpresas en este sentido. Contexto literario En la exégesis o análisis literario, siempre acudo a tres preguntas que le hago al texto para tratar de obtener la mayor cantidad de ayuda que el pasaje me pueda dar para una mejor comprensión de su mensaje: 1. ¿Cuál es el género literario de mi texto? 2. ¿Cuál es la función retórica de mi texto? 3. ¿Qué recursos literarios aparecen en el texto para lograr los efectos retóricos deseados? Respecto de la primera pregunta, ya se ha dicho al inicio que Rut es una “novela corta”. En cuanto a la segunda pregunta, propongo, como guía del estudio, que la función retórica de este texto; es decir, el impacto y respuesta que quiere causar el autor sobre su audiencia es la de “sacudirle el tapete al miembro del pueblo de Dios”, “moverle el piso” para obligarla a considerar sobre qué y quien tiene puesta su confianza. La tercera pregunta orienta hacia el análisis del texto; el descubrir la textura del texto, su hechura, su dinámica. Me adelanto a decir que en el libro de Rut, los nombres de los personajes juegan un papel importante para la comprensión del mensaje y de la teología. De igual modo es importante el rol que aquí se les da tanto a los hombres como a las mujeres, como forma de resistir y cuestionar un estilo de vida muy acorde con el statu quo, pero lejos de la voluntad de Dios. Contexto teológico El libro de Rut tiene mucho que decir respecto de los principios teológicos que sustentan los personajes principales de la narración y los grupos a quienes representan. No cabe duda que la obra, en su totalidad, gira en torno a la figura de Noemí. En este sentido, Noemí y no Rut es el personaje central. De hecho, el nombre “Noemí” es el que aparece más veces en el libro que cualquier otro, 4
incluyendo el de YHVH. Mientras que “Rut” aparece 12 veces, el de “Noemí” aparece 21 veces. Noemí es paradigma del pueblo de Israel, del pueblo de la alianza. El libro, por esa razón, está escrito desde la perspectiva u óptica de Noemí, no de Rut. Además de que el libro empieza y termina con “Noemí”, ella es la que tiene dos nombres: “Noemí” y “Mara”. Ambos, como veremos más adelante tienen que ver con la situación de vida frente a Dios que experimenta Noemí, es decir, el pueblo de Dios. Noemí es la que pierde marido e hijos en el primer capítulo, pero es la que gana una “hija”—que vale más que todos—, y es quien a fin de cuentas le asegura a Noemí la posteridad, ¡y qué posteridad! Con los dos nombres de Noemí, el mensaje del libro juega con el concepto de fe y de confianza de cada ciudadano del pueblo de Dios: ¿En quién, a fin de cuentas, creo yo? ¿Quién es la fuente de mi seguridad? ¿Quién es modelo de ciudadano del reino de Dios? ¿Quién fue para Noemí su verdadero goʼel? Es importante señalar el papel que juega YHVH en el libro. Siempre aparece “fuera de escena”, “detrás de la cortina”, citado en tercera persona, pero nunca en acción directa o hablando de manera directa con alguno de los personajes. Sin embargo, en toda la historia es YHVH quien moldea el destino de individuos, familias y naciones. Su actuar en la vida de las personas se manifiesta en un poderoso cuestionamiento y rechazo de un estilo de vida que excluye, rechaza, margina y silencia.
RUT CAPÍTULO UNO Una lectura detenida del primer capítulo de Rut muestra asuntos que se repiten una y otra vez: la acción de “regresar” (10 veces en este capítulo) y el tema del “desamparo” (manifestado en el uso de términos tales como: “quedarse…sin”, “dejar”, “manos vacías”, “desamparar”). En realidad, el tema del regresar, aunque numéricamente es superior al del abandono, queda supeditado a este. Noemí decide “regresar” a Belén, pues nada tiene en Moab que le asegure la vida; todos sus hombres se le han muerto; su lugar de origen nada le puede ofrecer, por el momento. La primera parte del capítulo, versículos 1-5, sirve como la puesta en escena del relato completo. La gramática del hebreo—reflejada en la traducción de Reina-Valera-60—dice suficiente de lo que el autor considera sobre los personajes. Los cinco primeros versículos hablan de los miembros de la familia betlemita y de las dos nueras moabitas en tercera persona, impidiéndoles así 5
presentarse como seres humanos. Sí, pueden ser sujetos de los verbos, pero terminan siendo objetos del discurso; ellos no hablan, sino que se mencionan (Phyllis Trible, God and the Rhetoric of Sexuality: 167). ¿Por qué esta decisión del escritor? Por la intención retórica del pasaje. Si en algún momento Elimelec y Noemí creyeron ser protagonistas de sus decisiones e historia familiar, el escritor le comunica a su lector, que eso no era cierto; estaban “condenados” a ser objetos del sistema político social que imperaba en su nación; eran siervos del statu quo. La presentación de los personajes de la historia funcionan considerando lo dicho en el párrafo anterior. Unos solo sirven como personajes de apoyo para resaltar la figura de los personajes clave: Noemí y Rut. Ellas son las que aparecen al final del capítulo y las que abren el segundo. Allí la gramática cambiará, y ambas llegarán a ser protagonistas de historia. Cada uno de los personajes presentes en los primeros cinco versículos, incluyendo el nombre del poblado de donde salió la familia de Noemí han recibido un nombre que define su personalidad y su destino en el relato. El significado de cada nombre sirve para acentuar el desarrollo del mensaje total del libro: Elimelec = “mi-dios-es-rey” Noemí = “dulce”, “placentera” Mahlón = “enfermizo” Quelión = “debilucho” Orfa = “la que da la espalda” Rut = “amiga” Belén = bet-léjem, “casa-del-pan” En el uso de los nombres de los tres varones y del lugar de procedencia, se respira una buena dosis de ironía y sarcasmo. Sin duda, el escritor, de manera socarrona, deja entrever—a través del significado de los nombres—que quienes, de acuerdo con los parámetros de la sociedad judía, tienen el deber de proteger y proveer a las mujeres de la familia, están incapacitados de hacerlo. El esposo de Noemí y cabeza de toda la familia tiene un nombre de “alta alcurnia”, pero de nada le sirve; es un “donnadie” que nada tiene que ofrecerle a su familia, y es el primero que se muere. Los hijos, esposos de Orfa y Rut, ya sus nombres los definen— enfermizo y debilucho—; no solo no tienen nada que ofrecer para el bienestar de la madre y las esposas, sino que ellos mismos necesitan de cuidado y atención. La pobre Noemí, entre medicinas y vitaminas, no hallaba que hacer con sus dos hijos maltrechos. Y, aunque llegaron a una edad para casarse, también ellos pronto murieron. Ni qué decir de “Casa-del-pan” (Belén”). Cómo es que siendo la “panadería” de la nación, era incapaz de alimentar a su propia gente.
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Allí está Noemí, con un nombre que invitaba a una vida “placentera”. Con el lugar donde vivía, con tres hombres en la familia, con pertenecer a la nación de la elección divina; ¡todo estaba a su favor! Al menos eso es lo que creía ella, porque así lo dictaba el canon de vida establecido por el statu quo. Sin embargo, y de acuerdo con la función retórica del pasaje, todo cuanto parecía tener no le ofrecía lo que todo ciudadano como ella consideraba la base de su seguridad y bienestar. Pero eso era lo que precisamente el relato le va quitando poco a poco: seguridad de alimentos, seguridad de familia, seguridad nacional y seguridad religiosa. ¡Nada le queda! No tiene la fuente de alimentación, no tiene marido— seguridad para el presente—, no tiene hijos—seguridad para el futuro, y no puede tener segura la presencia de su Dios, pues se le esfumó con el nombre del marido el día de su muerte. Así que los primeros cinco versículos del libro de Rut terminan dejándonos la siguiente pregunta: ¿En quién o en qué tiene Noemí— léase, todo Israel—puesta su confianza? ¿Quiénes o qué le dan seguridad en la vida? Los siguientes versículos del capítulo uno nos empiezan a dar la respuesta. Una luz de esperanza se filtra en la vida de Noemí y de sus dos nueras moabitas: supo que Dios “visitó” a Belén dándole pan (v. 6). Y aquí empieza el desfile de los “regresar” (10 veces en el capítulo). Los dos primeros “regresar” son muy prometedores; pues el versículo seis dice Noemí “regresa” a Belén junto con sus dos nueras, y el versículo siete lo constata. El resto de las veces que aparece el verbo “regresar” ya no son tan prometedoras. Noemí decide “regresar” sola; las dos nueras sin duda son carga para ella, así que las despacha de regreso a vida anterior—“volveos a la casa de su madre…a su pueblo y a sus dioses” (vv. 8 y 15). La soledad y desamparo de Noemí se recrudece cuando, en el versículo trece, deja de ser “la dulce” para convertirse en la “amargada”: “¡Jehová ha salido contra mí!”. Nada, nada tiene Noemí—sus tres hombres han muerto, busca desprenderse de sus dos nueras, y su Dios se ha convertido en su enemigo. ¿Dónde tiene depositada Noemí su confianza, su seguridad? El pleito con Dios se hace más patético en los versículos 20-21: “No me llaméis Noemí [“dulce”], sino llamadme Mara [“amarga”]; porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso. Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos vacías. ¿Por qué me llamaréis Noemí, ya que Jehová ha dado testimonio contra mí, y el Todopoderoso me ha afligido?” A su llegada a Belén, y ante la gran fiesta de bienvenida de las amigas del pueblo, la respuesta de Noemí es de total desesperanza, amargura y enojo. ¡Nada tiene! Su sufrimiento, la pérdida de su fuente de seguridad, la ausencia de 7
fe en su Dios, toda su experiencia de vida la obligan a cambiarse de nombre; ya no es más la “Dulce”, ahora es la “Amarga. ¿Qué ha sucedido? Si retrocedemos un poco; es decir, si vamos de regreso a los versículos 8-19, encontramos algo de suprema importancia. Ante la insistencia de la suegra de regresarse a sus lugares de procedencia, las dos nueras actúan de manera distinta: Orfa—“la que da la espalda”—obedece a Noemí, y se regresa a casa. Rut decide insistir en acompañar a su suegra, hace caso omiso a la insistencia de “regresarse” a casa como lo ha hecho Orfa, y hace dos cosas: (1) “Rut se quedó con ella” (v. 14); (2) le ofrece una declaración de fe y de solidaridad, la cual el escritor no puede dejarla en la simple prosa y la plasma en forma poética—la presento aquí en la versión de la Traducción en Lenguaje Actual: No me pidas que te deje; ni me ruegues que te abandone. Adonde tú vayas iré, y donde tú vivas viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras moriré, y allí mismo seré enterrada. Que Dios me castigue si te abandono, pues nada podrá separarnos; ¡nada, ni siquiera la muerte! ¡Qué manera de actuar! ¡Qué forma de responder! Rut, la extranjera, la pagana, tiene más fe que la ciudadana del reino de Dios y de la que supuestamente conoce mejor a YHVH, verdadero Dios. Rut, la mujer, extranjera y pagana, sabe mucho de solidaridad y de misericordia. Por eso se llama “amiga”. Y aquí empieza el protagonismo de esta “heroína” de la historia. Pero regresemos a Noemí. ¿Qué le ha sucedido a esta mujer? Se supone que si procede de Belén—ni más ni menos que el lugar más simbólico del ser judío—, Noemí pertenece al pueblo de Dios, YHVH y ningún ídolo o dios falso es su protector y guía. Sin embargo vive amargada, considera a YHVH su enemigo y parece considerar a los dioses de Moab como mejor alternativa que su Dios (v. 15). ¿Por qué? La respuesta es clara: Noemí se mantiene como buena seguidora de YHVH, como buena judía, siempre y cuando su reconocimiento y confianza en ese Dios dependan del modelo de vida que ofrece el sistema político, social y económico del statu quo. Para ella, como para muchos en su nación, Israel solo puede ser el pueblo elegido, y YHVH solo puede ser su Dios, si se sustentan en la oferta de vida que provee el sistema imperante del entorno y de la época. Si el sistema funciona, mi dios funciona, si el sistema falla, falla mi dios y con él mi fe. De acuerdo con esta parte del libro de Rut, Noemí es más pagana que las moabitas presentes en su vida. Al menos lo es respecto de Rut. Ante la situación 8
tan dolorosa y precaria que vive Noemí, YHVH no es “su pastor”, sino “su enemigo”. ¿Por qué confiar en él? Rut tiene otra perspectiva, y la demuestra así: Primero, decide “hacerse una” con su suegra—“se quedó con ella” (v. 14). Aquí está la verdadera solidaridad. Ese quedarse no es solo presencia física, es abandonar la seguridad nacional, familiar, religiosa y social y hacer suya las de Noemí; las mismas en las que la suegra ya no cree. El asunto va en serio. Las traducciones castellanas— incluyendo la Reina-Valera-60—velan el mensaje que quiere ofrecer el texto hebreo. El verbo hebreo dabaq (“pegarse”, “adherirse”; veáse Génesis 2.24; 34.3; Josué 23.12; 1 Reyes 11.2) se refiere al papel del varón como iniciador del matrimonio. Fuera del libro de Rut, este verbo nunca se refiere a una acción femenina. ¿Qué sucede aquí? ¿Qué es lo que realmente decide hacer Rut? Pues Rut decide, ni más ni menos, tomar el papel del varón para formalizar una relación de compromiso total, similar al de casarse. Es decir, Rut toma muy en serio lo que Noemí dice en los versículos 11-13, y ante la imposibilidad de la suegra de proveer varones que las protejan y les aseguren una vida estable para el presente y el futuro, Rut toma el papel “del esposo” y se compromete con toda la seriedad del caso, en convertirse en la protectora y proveedora de Noemí. Eso Noemí ni lo sabe ni lo entiende. Quizá lo entienda con la segunda demostración de la perspectiva distinta de Rut: “Yo ya no soy moabita”. “Yo ya no creo ni sirvo a Baal-Peor”. “Judá será mi país”, “YHVH será mi Dios”. Y como se suele decir en los votos matrimoniales: “Nos mantendremos unidas, hasta que la muerte nos separe”—aunque Rut es más radical: “ni la muerte podrá separarnos”. El texto dice (v. 18) que Noemí no se atrevió a decir nada; ¡guardó silencio! ¡Extraño silencio! ¿Por qué Noemí no dijo nada en relación con la propuesta de Rut y con su declaración de fe? La llegada a Belén y la respuesta de Noemí a la bienvenida de las mujeres de Belén demuestran que ella nada entendió ni nada le impactó de lo que Rut hizo y dijo. Ella sigue estando “amargada” (v. 20), ella sigue considerando a Dios como su enemigo (v. 20), ella sigue creyendo que YHVH le ha quitado todo, y que regresa a casa sin nada ni nadie de quien depender. Su dolor y desesperanza son tan profundos, que Noemí ni siquiera tiene la capacidad de darse cuenta que no regresaba a Belén “con las manos vacías”, junto a ella estaba Rut, aquella que YHVH había dispuesto para ser su verdadero “esposo”, el instrumento de restauración, de subsistencia y de una vida segura y significativa y “placentera” o plena. Y así, estamos listos para entrar al capítulo dos del libro. Pero antes, es importante considerar a las mujeres de Belén que aparecen al final del capítulo primero y que regresarán al final del capítulo cuatro. Con ellas, se completa el cuadro femenino del libro. No, no son los hombres los protagonistas de la historia, sino las mujeres. En este libro las mujeres no solo son las protagonistas de la trama, sino también las autoras del relato. Rut, sin duda, ha sido escrita por la pluma de una mujer. Surge como denuncia contra una sociedad y un sistema creado, manejado y controlado por varones. Por ello, el Dios del relato de Rut no invita a los varones a ser protagonistas de su historia; no 9
invita a los miembros de la nación israelita a ser modelos de fe; y quiere que el modelo de miembro de su pueblo sea ni más ni menos que una mujer, extranjera y de un pueblo pagano. ¡Qué bofetada a los miembros de la orgullosa nación israelita! Al igual que en la época de Jesús, la verdadera fe no se halla en los miembros de la nación elegida, sino en los extranjeros, en los “de afuera”.
RUT CAPÍTULO DOS El capítulo dos habla del encuentro de Rut con Booz, y ofrece dos asuntos relacionados que corren casi paralelos: solución a corto plazo y solución a largo plazo. Noemí y Rut, ya de regreso en Belén, necesitan, primero, sobrevivir y, segundo, vivir. Y a eso se dedica, en cuerpo y alma, Rut. Noemí se unirá después, pero en menor medida que la nuera. En la lectura de este capítulo, siempre me ha llamado la atención la actitud que toman ambas mujeres al momento de llegar a Belén. Recordemos, Noemí regresa a “casa”; ella es quien conoce todo el contexto de vida en Judá, y de manera particular, en Belén. Rut es la extranjera; para ella todo es nuevo en esta tierra ajena y desconocida. Lo sorprendente es que no es Noemí, sino Rut quien toma la iniciativa. La nacional, la de “casa” permanece inerte; el dolor, la frustración, la amargura y, sin duda, la depresión la mantienen apática. Si así no fuera, cómo explicar no solo la falta de acción de parte de Noemí y también su silencio frente la necesidad. Jamás, en el texto, le comenta a su nuera las posibles alternativas que se pudieran tomar. Solo al final, cuando Rut le informa de su encuentro con Booz es que Noemí le comunica que ese hombre “es uno de los que puede redimirnos” (vv. 20-21). Sin duda Noemí sabía que Booz era familiar de su esposo y que era uno que podría funcionar como “goel” o “redentor”. ¿Por qué no le dijo esto a Rut desde un principio? Esto es algo que el escritor ha querido mantener oculto; sin embargo, la actitud de Noemí y sus palabras del primer capítulo nos permiten insinuar que Noemí, además de su amargura y dolor, es víctima del mundo patriarcal de su época; en ese mundo la mujer depende en todo el varón, hasta en la iniciativa de solucionar los problemas de la vida. Rut no esperó tal información, ni se le ocurrió solicitarla. Era mujer de “armas tomar”, y como era el instrumento en manos de Dios para socorrer a su suegra y a toda la familia no tenía otra alternativa que actuar; ¡y así hizo! Algo sí conocía Rut: la ley universal—practicada en todo el Antiguo Cercano Oriente— acerca de la libertad que tenían los pobres de recoger los restrojos o espigas que caían de las manos de los peones de hacienda en el momento de la cosecha (Levítico 19.9-10; Deuteronomio 24.18-22). Y a eso se dispuso (vv. 2-19). Esa era la estrategia para resolver el problema a corto plazo—sobrevivir. 10
Pero el texto deja entrever, a manera de insinuación, que Rut tiene otra plan entre manos. Rut no solo tiene el propósito de ir al campo de “alguien” para hacerse de comida para ella y la suegra—eso es algo que las leyes protegen. Se propone también—y esta es la solución a largo plazo—conseguir marido. Las traducciones no nos lo dicen, pero la expresión “aquel a cuyos ojos hallare gracia” (v. 2) se usa, no solo en el sentido de caerle bien a alguien, sino también en sentido de atractivo marital, en sentido erótico (Véase Deuteronomio 24.1 y Ester 2.15 y 17). El asunto se hace más claro en los versículos siguientes (4-8). La llegada de Booz nos hace descubrir, con él, que Rut ha estado, además de recoger espigas de cebada, en la tarea de seducir a alguien pueda resolverles a Noemí y a ella el problema más allá, cuando el tiempo de la cosecha finalice. De nuevo, una traducción como la Reina-Valera-60 nos esconde el sentido del texto hebreo (v. 7b). De acuerdo con los versículos 6-7, ya el “mayordomo de los segadores” le había dado un “tour” a Rut, mismo que terminó en la “casita” del patrón. Allí, Booz los encontró, a los dos solitos. Ante la llegada sorpresiva del dueño, el joven no tuvo otra salida que informar: “Desde que llegó en la mañana, ha estado trabajando duramente, y apenas ahora está tomando un corto descanso en la choza” (v. 7b, TLA; la traducción de RV60 no hace alusión a esto). Rut, en el proceso de recoger espigas, decidió que el encargado de los peones podría ser “un buen partido”; después de todo, no era una mala opción. Pero de pronto, aparece en escena el patrón y dueño de la hacienda, y con eso todo cambia. Al arruinarle a Rut el lance con el “mayordomo”, Rut tendrá que hacerse de otra estrategia; ¡nunca más aparece el joven encargado en escena! Rut no tiene que esperar mucho; de pronto, Booz se interesa en ella (vv. 8-12). Ya Rut no tendrá que preocuparse por conquistar al joven capataz; su objetivo es “el pez gordo”, Booz. El resto del capítulo cuenta de cómo Booz le da un trato muy especial a Rut, y así asegura que ella no se aleje mucho de él ni de su vista. Booz, de seguro recordando el suceso con el joven encargado, aconseja a Rut mantenerse en el grupo de las mujeres; con ellas estará segura y, él tranquilo (v. 21). Ya se dijo que en el mensaje total del libro los nombres de los personajes son importantes. En el caso particular de Booz y su relación con Rut, el significado del nombre es vital, pues al compararlo con el sentido del nombre del primer marido de Rut—“Debilucho”—, el del nuevo “galán” es todo lo contrario— “Fortachón”—, y así lo presenta el versículo uno del capítulo; no solo el nombre “Booz” lo indica, sino la palabra con la que se define lo importante que era Booz en Belén. El hebreo lo define como “hombre guibor jayil”, es decir, como un hombre de armas tomar, varonil y vigoroso; un hombre dueño de tierras y con mucho vigor sexual (véase en el léxico hebreo-español las definiciones de las dos 11
palabras hebreas antes mencionadas). ¡Qué diferencia con el “Debilucho” anterior: siempre enfermo, sin posesiones, estéril e incapaz! El tiempo de la cosecha casi llega a su fin; el plan a corto plazo ya no serviría. Era necesaria una solución a largo plazo; recoger restrojos había dejado de ser el objetivo, ahora lo era el matrimonio. Vale la pena decir aquí. Que la situación de vulnerabilidad de Noemí—diferente a la de Rut que era extranjera inmigrante—se debe al hecho de que su marido, Elimelec, había vendido todas sus propiedades cuando huyó a Moab debido a la hambruna. De acuerdo con la ley del levirato, el matrimonio, aseguraba la redención de las propiedades familiares y la continuación del nombre de la familia de Elimelec. El primer problema de Noemí, a su regreso de Moab, estaba resuelto. De aquella falta de comida sufrida en su propia tierra, en esa misma tierra la resuelve, pero de manos de ella misma o de algún paisano, sino de Rut, la mujer moabita; la extranjera. Dos asuntos más, antes de terminar el capítulo dos: (a) Ante la bondad de Booz hacia Rut, esta responde con clara sorpresa: No entiendo cómo es que “he hallado gracia en tus ojos, siendo yo extranjera” (v. 10). Al igual que el samaritano en la parábola de Lucas 10.23-37, Rut, la moabita no sería bien recibida en tierra judía. Eso explica la respuesta dada a Booz. Como se ha señalado en el primer estudio, la relación de Judá con Moab siempre fue de pugna y rechazo (Jueces 3.12-14; Isaías 15—16; Amós 2.1-3). (b) En su respuesta (vv. 11-12), Booz compara a Rut con Abraham (Génesis 12.1-3): Rut, al igual que Abraham, dejó su familia, dejó su tierra y emigró a un lugar desconocido. Como Abraham, Rut será bendecida grandemente, y será fuente de bendición para muchos.
RUT CAPÍTULO TRES Del encuentro con Booz, capítulo dos, ahora viene la propuesta de matrimonio, capítulo tres. Ni Rut ni Noemí pierden tiempo ante el “hallazgo” de Booz. Ahora sí “se despierta” Noemí. Del mismo modo que Rut había tomado nuevos roles o papeles para enfrentar la crisis provocada por la llegada a tierra desconocida, ahora Noemí hace lo mismo. Ya no es la mujer y suegra desamparada, a merced de la sociedad patriarcal judía, sino que se convierte en “padre” de Rut. En ese papel, Noemí la hace de “casamentera”. En el mundo bíblico, los padres siempre tomaron ese rol (Génesis 27.46; 28.1-5). Rut 3.1-5 describe el plan que urde Noemí en su nuevo rol de “padre”. Así se unen los planes de Rut—la seductora— con los de Noemí—la casamentera. Rut sigue al pie de la letra el plan de Noemí, y entonces, también Booz cambia de roles—de protector y seducido, a goʼel. Eso 12
explica por qué a partir del versículo 9 aparecen una y otra vez palabras relacionadas con el papel de “redentor” (vv. 9-13; 4.1-4). Ente la acción valerosa, peligrosa y hasta escandalosa de Rut, el mismo Booz usa la misma palabra que el hebreo usa para referirse a Booz en 2.1 (jayil, 3.11). Por todo lo que Rut a hecho, ahora es considerada—dejándose atrás todo machismo, xenofobia y chauvinismo—como una mujer de mucha fortaleza y valor. ¡No hay “macho” que se le enfrente! Así lo ha demostrado la historia pasada; así lo demostrará el resto del relato. El plan de Noemí y la acción de Rut son por demás, atrevidos. La palabra “pies” aparece cuatro veces en este capítulo (vv. 4, 7, 8, 14). Y en este contexto— sobre por la presencia del verbo “descubrir”—, “pies” es un eufemismo para referirse a la zona genital. Las indicaciones de Noemí, de bañarse bien, de perfumarse, de esperar a que esté bien comido y bebido, no son nada inocentes. El plan es una seducción total, una conquista irreversible, y un hombre totalmente enamorado. ¡El tiro era seguro! De allí la declaración de Noemí: “Espérate, hija mía, hasta que sepas cómo se resuelve el asunto; porque aquel hombre no descansará hasta que concluya el asunto hoy” (v. 18). Rut, la extranjera moabita ha seducido a Booz, el judío poderoso y varonil de Belén. ¿Qué implicaciones tiene esto para el mensaje del libro y la teología bíblica? El acto de Noemí recuerda “engaños” de otras mujeres como las hijas de Lot (Génesis 19.30-38), Tamar (Génesis 38), Lea (Génesis 29.21-26). Todas ellas, “engañan” al varón en circunstancias muy cuestionables y escandalosas. Rut es moabita—pagana y extranjera—y, por la gracia de Dios y su propio valor y coraje, como lo hizo también Hagar y Rahab, se ha metido de lleno en la “historia de la salvación”. ¡Eso es lo escandaloso! ¡Una mujer de un pueblo enemigo y odiado, idólatra y malvado, no solo viene a formar parte del pueblo de Dios, sino que pronto se convertirá en madre de un hombre que será el abuelo de nada menos que de David! ¡Es o no es, YHVH, un Dios de sorpresas!
RUT CAPÍTULO CUATRO Toda la primera parte de este capítulo (vv. 1-11) se llena con el tema del “goel” y de la “redención”, propios de la ley del Levirato—asunto tratado en la introducción de este trabajo. El relato se desarrolla en “la puerta”; en realidad en el “portón” (shaʽar) del poblado de Belén. La entrada o portón de los pueblos era el sitio de los litigios y asuntos legales. Allí cita Booz al otro pariente de Noemí, quien tiene prioridad de “redención”. Allí están también las autoridades del pueblo, es decir, “los ancianos”. Booz trama un plan que le funcionó de maravilla. El otro pariente 13
desiste de quedarse con las propiedades familiares de Elimelec y de sus hijos varones, porque no le conviene hacer de Rut una esposa más. Booz tiene interés en ambas cosas; así que además de “redentor de propiedades”, también llega a ser “redentor de Rut”, es decir, esposo. Resulta interesante prestar atención a las palabras de los “ancianos” de Belén respecto de Rut. La hacen igual que Raquel y Lea, “madre de la nación de Israel” (v. 11). Le desean a Rut el llegar a ser tan jayil como Booz, y mucho más que él. Y, más sorprendente que todo lo anterior, comparan a Rut con nada menos que Tamar, la nuera extranjera de Judá quien sedujo al suegro disfrazándose de prostituta (Génesis 38). Y encima de eso, piden la bendición de YHVH sobre Rut. ¡Vaya! ¡Vaya! ¡Qué cosas se esconden en los planes de Dios! Así, llegamos a la conclusión de la historia (vv. 13-18). Aquí, el mundo vuelve a ser de las mujeres. Booz apenas es mencionado. Cumplió su papel de esposo—engendró un hijo con Rut, y Dios y Rut hicieron lo siguiente (v. 13). A partir del versículo catorce, las mujeres “toman la historia en sus manos”. Las primeras que toman el timón de lo que sigue son las “anónimas mujeres de Belén” (v. 14) que ya habían aparece al principio de la historia en el capítulo uno (v. 19). Ellas inician la fiesta de celebración en honor a YHVH por el nacimiento de Obed, hijo de Rut y Booz. Haciendo caso omiso de todo lo que Booz pudo haber hecho, las mujeres de Belén nombran a Obed “goel” de Noemí. Y este nuevo “goel” es “hijo de Rut”, la nuera extranjera de Noemí. Rut, de acuerdo con las mujeres, deja de ser “esposo” y madre, para convertirse en “hija”, pero “hija de verdad” (v. 15). Y, para remachar más el papel de la mujer como protagonista de historia y de nueva vida, le “arrebatan” a Booz el privilegio de ponerle nombre al hijo—tarea propia del padre biológico—, y son ellas quienes deciden ponerle el nombre de Obed, y lo declararon “hijo de Noemí”. El nombre del niño es por demás llamativo, sobre todo, si se compara su significado con el del nombre del esposo de Noemí. Si aquel se llamó “Mi-Dios-es rey”, adjudicándose algo de la gloria de tener ese nombre (como príncipe), el del nuevo “goel-hijo” es el de “Servidor”; no el que manda, sino el que sirve. Y así, con la declaración teológica de las mujeres, hecha realidad en el nombre del recién nacido, se inicia una nueva historia en la que los varones no son los mandamases, sino los servidores. ¡Qué ironía! ¡Qué paradoja! El abuelo de David y ancestro del Mesías, lleva por nombre “Servidor”, anunciando así las características del reino de Dios: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10.45).
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CONCLUSIÓN ¿Cuál es el mensaje total del libro? ¿Para qué se escribió esta corta novela? ¿Cuál es la función retórica del relato? Empecemos haciendo un resumen de lo que aparentemente tenía Noemí, de lo que “perdió” y de lo que le restituyó, Rut, su verdadera “goel”. Noemí, como toda verdadera judía, ciudadana de Belén, tenía mucho de qué sentirse orgullosa: era miembro del pueblo elegido de Dios, vivía en el lugar proveedor de alimento por excelencia (Bet-lejem), tenía por marido a “Mi-Dios-es-rey”, tanto su hijo primogénito como el segundo fueron varones, no mujeres (así aseguraba su futuro). Para una mujer de esa época y sociedad, mejor y mayor privilegio y seguridad no podía tener. Sin embargo, lo que el texto de Rut mostrará vez tras vez es que Noemí, como todo Israel, vivía una seguridad aparente. La realidad era otra: Belén dejó de ser “La-casa-del-pan”; el marido de Noemí tan solo tenía por nombre “Mi-Dios-es-rey”, porque en la realidad nada pudo hacer por su familia, y más bien acabó con todo el futuro de ella al deshacerse de los bienes familiares; los dos hijos, eran unos “sirve-para-nada”, enfermizos y debiluchos, incapaces de procrear, ¿qué tanto podían proveer para el presente y futuro de su madre y de sus esposas? Todo el mundo patriarcal de Noemí se había derrumbado. Su fe, su confianza estaba precisamente edificada sobre “esos valores” de la sociedad judía de su tiempo. Su Dios, su religión, su fe no eran la base de su sostén, sino que ellos—prácticamente a nivel de ídolos y falsa religión—solo adquirían valor a la luz de los parámetros de la sociedad, del statu quo. Por ello, cuando Noemí decide regresar a Belén, todo lo que dice y hace muestran lo tergiversado que es su mundo, su fe y su concepto de Dios. No cree en el dios de los moabitas, pero tampoco tiene mucha fe en YHVH. Si se le viera como evangelista de su fe judía, Noemí sería un fracaso. ¡Quién conociendo bien su fe y su Dios, YHVH, se atrevería a hacer lo que hizo Noemí! Decía que creía en Dios, pero incitaba a sus nueras a regresar a “su tierra y a sus dioses” (1.15). Animaba a sus nueras poniéndolas al amparo de YHVH (1.8), pero lo consideraba su enemigo y la fuente de su amargura (1.13, 20). Decía que había salido de Belén “con las manos llenas” (1.21)—cuando sus varones y su ciudad de nada le sirvieron, si no, por qué tuvo que huir a un país enemigo—, y que había “regresado a Belén con las manos vacías”, cuando tenía junto a ella a su nuera Rut, que pronto sería todo para ella—proveedora, protectora, hija de verdad, madre de su nuevo hijo, ancestra de David y del Mesías.
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El libro de Rut, con Rut como ejecutora de historia, demuestra que Dios tiene otras alternativas, otros caminos, grandes sorpresas. Pero el punto real es ¿En quién o en qué tienes puesta tu fe, tu confianza, tu seguridad? El mensaje del libro de Rut te “mueve el tapete”, te saca de tu aparente seguridad, y te da como alternativa una nuevo mundo, una nueva manera de ver la realidad y de ser actor y actor en ella. El texto de Mateo 1.5-6 es el mejor homenaje y honra que Rut haya podido recibir por su fe, por su valentía, coraje y solidaridad: junto con Tamar, Rahab, Betsabé y María se convirtió en una de las contadas mujeres que se ganaron su lugar, aunque de manera nada “ortodoxa” y sí muy escandalosa, como madres y ancestras de nada menos que de Jesús, el Mesías, Rey de reyes. ¡Para qué servía que el marido de Noemí se llamara Elimelec, cuando del linaje de Rut nació el verdadero “siervo”, el verdadero “redentor!”.
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