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Igualdad afectiva. Amor, cuidados e injusticia

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Es característico que los seres humanos tengan la necesidad y la capacidad de mantener relaciones de intimidad, apego y cuidado. La capacidad de reconocer y tener cierta sensación de afiliación y de preocupación por otros es un rasgo humano típico, y todo el mundo necesita, al menos a veces, que lo ayuden. Por regla general, las personas valoran las diversas formas de compromiso social que emanan de esas relaciones y se definen en relación con ellas. A menudo lo que aporta significado, cordialidad y alegría a la vida son los vínculos solidarios de amistad o parentesco.

Ser atendido es también un prerrequisito fundamental para el desarrollo humano. Todos nosotros tenemos necesidades urgentes de cuidado en diversas etapas de nuestra vida, a consecuencia de la infancia, la enfermedad, las disfunciones u otras vulnerabilidades. Además, las relaciones de amor, cuidado y solidaridad ayudan a establecer una sensación básica de importancia, valor y pertenencia, la sensación de ser apreciado, querido y atendido. Son tanto un componente vital de lo que permite a las personas llevar una vida satisfactoria como una expresión de nuestra interdependencia fundamental. En consecuencia, el amor, el cuidado y la solidaridad constituyen una familia de relaciones diferentes pero similares que son importantes de por sí, así como para alcanzar un amplio conjunto de otros objetivos. Ser privado de la capacidad de desarrollar unas relaciones de apoyo, de amor, ayuda y solidaridad, o de la experiencia de comprometerse cuando uno tiene la capacidad es, por tanto, una grave privación humana para la mayoría de las personas: una dimensión fundamental de desigualdad afectiva.

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