Los Jolley-Rogers y el Pirata Flautista

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Para Rosie, que optó por aprender flauta. Menos mal. Papá x LOS JOLLEY-ROGERS Y EL PIRATA FLAUTISTA Una publicación de Ediciones Fortuna www.edicionesfortuna.com www.facebook.com/edicionesfortuna Copyright © 2019 sobre la presente edición The Jolley-Rogers and the Pirate Piper First published in the UK in 2019 by Templar Books, an imprint of the Bonnier Books UK. Copyright © Jonny Duddle 2019 Design copyright © 2019 by Templar Books Traducción: Jaime Valero Martínez Primera edición. Reservados todos los derechos ISBN: 978-84-946177-9-9 Materias Thema/IBIC: YFC-YFU-2ADS Depósito legal: BI-1348/2019 Impreso en España


Los JOLLEY-ROGERS y el

PIRATA FLAUTISTA JONNY DUDDLE


P rólogo Una densa niebla cubría Villasosa de la Ribera, deslizándose perezosamente sobre el oscuro océano. A una milla náutica de la orilla, un bauprés relucía en la oscuridad, acompañado de unas velas andrajosas y del maltrecho casco de una embarcación. La cubierta parecía tener vida propia y se agitaba como si estuviera revestida de pelaje.



Al mando iba el capitán Horacio Rattus, que consultó su brújula. Con una mano sujetaba el timón, con la otra sacó una flauta de latón de su estuche.

as! s io c e r p , o c o p a ¡ Ya falt ib o r, r t s e ia c a h o t n o Vo y a v ira r p r a d a r. n a r a p s o a r a p así que pre



En Villasosa, Arturo Paparruchas se habĂ­a quedado frito ante su mesa, en la oficina del puerto. Recientemente habĂ­a cambiado de empleo; le daba miedo regresar como guardia de seguridad al museo, despuĂŠs de que lo asaltaran unos piratas fantasma. Lo mejor de su nuevo empleo, como supervisor nocturno del puerto, era que nadie lle-


gaba por mar despuĂŠs del anochecer. Arturo replicĂł que los fantasmas pirata llegaron al amanecer, pero todos le aseguraron que jamĂĄs volverĂ­a a ver uno de esos espectros. Cada noche, Arturo apuraba su crucigrama y un vasito de ron, y se dejaba arrullar por el suave sonido de las olas al romper en el puerto hasta quedarse dormido. Las gaviotas le despertaban al amanecer, antes de que alguien le pillara dando una cabezada.



AsĂ­ que Arturo estaba dormido cuando llegaron millares de ellas, al amparo de la oscuridad y la niebla marina. Entraron a nado en el puerto, subieron en tromba por las escaleras y corretearon a lo largo de sogas y muros de piedra hasta llegar al muelle. Se sacudieron el agua salada del pelaje y siguieron los hilillos de niebla hasta los oscuros callejones de Villasosa...



1.

R atas En su casa de la urbanización Vistas Marinas, la señora Torpona se incorporó en la cama, con la taza y el platillo en la mano. Contempló los rayos de sol que se filtraban por la ventana y probó un sorbo de té. Se consideraba muy afortunada por tener una vista tan espléndida y cada mañana le gustaba dedicar unos minutos a observar cómo rompían las olas en la orilla. La señora Torpona era una mujer ocupada con sus cotilleos, así que disfrutaba de esos

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momentos de paz y tranquilidad antes de empezar otro ajetreado día. Pero esa mañana, su paz y tranquilidad quedaron interrumpidas por un extraño ruido. Fue un chirrido estridente que parecía emerger de los tablones del suelo. Después se oyó otro por detrás de su cabeza, de las mullidas almohadas y del papel floral de la pared, surgido de las profundidades de la pared del dormitorio. Oyó más chirridos procedentes de la ventana, donde algo correteaba por la enredadera que se extendía por la fachada. Una garra negra arañó el alféizar, en busca de asidero, seguida de un enorme bulto, oscuro y peludo.

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Dos ojos rojos miraron a la señora Torpona, detrás de un hocico y unos bigotes que se meneaban. —¡RATAS! —gritó la mujer.


ยก RATAS ! ...gritรณ Arturo Paparruchas, despertado por un enorme roedor negro que estaba mordisqueando los restos de su magdalena con doble de chocolate. Arturo se asomรณ a la ventana y vio una gaviota que aleteaba hacia el mar, huyendo de las ratas que abarrotaban la oficina del puerto, los yates, las barcas de pesca y el muelle.


! S A T ¡ RA

...exclamó Sheila Tarambana, vecina de la señora Torpona en la urbanización Vistas Marinas. Abrió la puerta del cuarto de invitados y se topó con unos roedores devorando su colada. La cesta despedía un ligero olor a pescado, así que las ratas la confundieron con comida. Villasosa de la Ribera estaba infestada de ratas. Estaban por todas partes, no solo en todas las casas de la urbanización, sino a lo largo y ancho del pueblo.


ยก RATAS ! ยก RATAS !

ยก RATAS !


El museo cerró al poco de abrir, cuando el conservador vio unas ratas mordisqueando los huesos de dinosaurio. La biblioteca estaba abierta, pero los bibliotecarios estaban trasladando los libros a los estantes más altos porque las ratas le habían cogido gustillo al papel. El inspector jefe Despístez, de la policía municipal, se había encerrado en una celda porque tenía fobia a las ratas. Pidió que le avisaran cuando el departamento de control de plagas del ayuntamiento hubiera desinfestado la comisaría. Matilda se había despertado temprano y bajó dando tumbos al piso de abajo en pijama para comprobar si había algún uniforme escolar limpio en la cesta de la colada.


No podía ni abrir los ojos. Era viernes por la mañana y casi al final del trimestre, así que cada vez le costaba más levantarse. Mientras atravesaba la cocina, se preguntó por qué su madre estaría subida a la mesa con una escoba. La gatera se abrió de golpe, se balanceó sobre sus goznes, y la gata de Matilda pasó corriendo a toda velocidad. —Buenos días, Pelusa —dijo la niña, bostezando, pero Pelusa no se detuvo. En el cuarto de la colada, Matilda rebuscó en la cesta y encontró un uniforme limpio. Cuando lo sacó de debajo de otras prendas, una enorme bola peluda cayó


al suelo y se metió corriendo debajo de la lavadora. —¿Otra? —gritó el padre de Matilda. Ella no se había dado cuenta hasta entonces, pero su padre estaba encaramado a un armario. Aquello la espabiló de repente. —¿Otra qué? —preguntó. —¡RATAS! —exclamó su padre—. ¡Hay ratas por todas partes! De regreso en la urbanización Vistas Marinas, la señora Torpona levantó el teléfono. Iba a llamar al ayuntamiento para que le dijeran qué pensaban hacer. No se había mudado a esa urbanización para que unos roedores le chafaran las vistas.

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2.

E l E nsayo —¿Qué es ese ruido tan atroz? —exclamó el abuelo, asomando la cabeza por una escotilla del castillo de proa—. ¡Suena como un kraken arrancándole las mollejas a una sirena! —¿Qué decías? —preguntó Jim Lad, quitándose un auricular. Se había puesto heavy metal a todo volumen para no oír el ensayo de Preciosa.


Preciosa estaba aprendiendo a tocar el violín, que es un instrumento muy preciado entre los piratas y bucaneros. El abuelo lo había tocado por mares y océanos, hasta que recientemente se lo legó a su nieta. Hace muchos años, recibió ese violín de manos de una misteriosa bruja marina, aunque su música nunca fue popular entre los demás piratas. Lo que sí atraía era hordas de niños que vivían en tierra firme, pero, aparte de Preciosa y Jim, al abuelo nunca le habían gustado demasiado los críos. Por desgracia, tuvo que dejar de tocar cuando el rey le cortó la mano, así que guardó el violín en un viejo cofre marino, pero esa es otra historia. Ahora mismo se

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estaba arrepintiendo de habérselo dado a Preciosa. —¡Porras! —exclamó—. ¿Por qué no le regalaría una flauta? Pero en el fondo sabía por qué le había dado ese violín. Preciosa estaba obsesionada con él desde que era un bebé. Se mecía en la cuna con los ojos como platos mientras el abuelo brincaba por su camarote, interpretando cánticos marineros con su voz cazallera. El día de su cuarto cumpleaños, el abuelo le regaló el violín y empezó a enseñarla. Le dijo que cuanto más practicara, mejor tocaría.


Aquello fue hace unas semanas, pero sus dotes con el violín apenas habían mejorado. Y no fue porque a Preciosa le faltara entusiasmo, pues le encantaba tocar el violín y ensayaba varias veces al día. Cada vez que los Jolley-Rogers la veían abrir el estuche donde lo guardaba, se buscaban algo que hacer lo más lejos posible de ella. Jim Lad descubrió que ese era el mejor momento para ponerse los auriculares. El padre de Jim solía dedicarse al mantenimiento del barco

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y al fin había terminado de alquitranar las vigotas. Estaba escuchando una canción de country en el viejo reproductor portátil que tenía desde que era pequeño. Sus auriculares no eran tan buenos como los de Jim, pero se encontraba más lejos de Preciosa, colgando por un lateral del barco, embadurnado de brea. Huesos, el perro de tres patas de los Jolley-Rogers, estaba aullando en la cubierta de popa. La madre de Jim estaba recostada en el puesto del vigía, en lo alto del palo mayor, donde el viento anulaba los chirridos de las cuerdas del violín de Preciosa. Estaba empalmando una soga mientras escuchaba Sosa FM:

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Interrumpimos esta emisión para informar sobre Villasosa de la Ribera, que está sufriendo una repentina invasión de ratas. El alcalde ha convocado una reunión de emergencia en el ayuntamiento y ha pedido que acuda todo aquel que tenga experiencia en control de plagas.

La madre de Jim terminó el empalme, se encaramó a la barandilla del puesto del vigía y descendió para hablar con su hijo en la cubierta. Apartó uno de los auriculares y le susurró al oído: —¿Te apetece ir a Villasosa, Jim?

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¡AH DEL BARCO, MIS VALIENTES! Matilda, Jim Lad y los JOLLEY-ROGERS están de vuelta para otra intrépida aventura de piratas. ¡Os esperamos en las librerías a partir de octubre de 2019!

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