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Autor de numerosos libros que incursionan en el ámbito histórico, biográfico, literario y periodístico; aunque nació en El Teúl en marzo de 1927, su trabajo intelectual lo desarrolla en Guadalajara. Es uno de los pocos escritores mexicanos que gozó de leer sus cuentos publicados en la revista española Cuadernos Hispanoamericanos, de Madrid. La calidad de su obra literaria, en la que capta los giros idiomáticos y las expresiones del habla de los campesinos, valió para que el Gobierno de Estado le otorgará el Premio Jalisco, en 1964; las autoridades zacatecanas, el Premio Ramón López Velarde, en 1982, y la Cámara de Comercio premio "Libreros de Guadalajara", al mérito literario, en 1991. La medalla "Alfredo R. Placencia", de la Corresponsalía del Seminario de Cultura, en 2005. Su prosa se publicó también en L'Ordinaire du mexicaniste, de la Universite du Perpignan, Francia. Su trabajo como periodista le permitió conocer toda la geografía jalisciense y entender las costumbres, las tradiciones y los modos de ser de los campesinos, que fotografió con la esperanza de que no fueran olvidados por la modernidad. Por su compromiso con la verdad, los valores cristianos y la transparencia de la información, la Arquidiócesis de Guadalajara le otorgó el Premio Católico de Comunicación "José Ruiz Medrano", en 2000; además, el Patronato de las Fiestas de Octubre reconoció toda su trayectoria con el galardón "Pluma de Plata", en 2002; también fué galardonado con el premio "Emisario" por la Universidad de Guadalajara en 2006. En 53 años, ha publicado 44 títulos (incluyendo el presente Y la luz se hizo), de entre los cuales destacan: Haciendas (1974), con prólogo de Agustín Yánez; Un rincón de la suave patria (1980), La sangre llegó hasta el río (1990), Pueblos de Jalisco (1994), Rumbos, Flor de las flores y San Cristóbal Magallanes (2000), Estirpe de Cazcanes (2001), Nicolás Valdés en la Cristiada (2002), José Pilar Quezada (2003), Al filo de Yánez (2004), Aires de mi pueblo y Modos de hablar en Jalisco (2005), Peregrinos de Talpa (2006).
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PRESENTACIÓN El Gobierno de Jalisco, promotor de las letras jaliscienses, ha seleccionado una obra de arte de inspirada sensibilidad jalisciense, y se complace en ofrecerla, a través de su Dirección de Publicaciones, al público en general. Son iconos y letras, de colección por lo demás, de un tapatío por adopción que detiene las cualidades físicas y morales, sea también de la cultura indigenista tradicional de los jaliscienses, sus costumbres, sus haceres, la tranquilidad campirana, la cotidianidad rural, por vía de la claridad y la sombra, los contrastes blanco-negro, primeros planos, de los encuadres, enfoques; todo, del arte fotográfico. "Hojear esta colección de imágenes, instantes asidos en el paso de la luz, equivale a tocar gestos rígidos donde la luz detenida un instante queda para siempre", dice Luis Sandoval Godoy, en una de las proposiciones con las cuales acompaña sus retratos, semblanzas, y algunos detalles fotográficos de la arquitectura de la Colonia en el campo, así como de viviendas populares, y de otros aspectos similares como calles, iglesias, portones, y así... Acerca de las más de mil palabras que priman sobre la imagen, según los chinos, el artista de Y la luz se hizo, ensaya equilibrar los enfoques y los niveles, y acentúa la figura, el movimiento y la vida campiranos; todo ello, retenido a través de su cámara. A su lente, Sandoval Godoy, no conforme con la imagen, abunda en casi nostálgico estilo con reflexiones sobre la fuerza pintada que es mucho más que el "rostro de un niño, que el rostro dulce de un viejo". Dijera Agustín Yáñez: "impresiones juveniles de andanzas por pueblos y lontananzas jaliscienses"; sólo que ahora a través de gráfica y textos, sin ser estos últimos pie de grabado, reexplicación del motivo-objeto, o análisis del grado de iluminación de la estampa. No, únicamente es "gente y tiempo de Jalisco en un instante". Emilio González Márquez Gobernador de Jalisco
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PREFACIO Luis González (qepd) decía con su buen humor de siempre que llega una edad en que uno se vuelve prefacista. Parece que me toca mi turno, puesto que Luis Sandoval Godoy insiste imprudentemente en pedirme un prefacio para su libro. Y la luz se hizo. Gente y tiempo de Occidente en un instante de luz. Es un libro muy particular, un libro de noventa fotos tomadas por don Luis en sus "andares por la provincia del reloj en vela ... Expresiones, tipos, actitudes, gestos y al fin algunas referencias de ruinas del barroco mexicano de nuestros pueblos" (carta de Luis Sandoval a Jean Meyer, 27 de septiembre de 2006). Me era difícil decir no al autor de tantos libros, relatos, artículos sobre la suave patria del Occidente, porque me había sido presentado hace mil años por mis queridos amigos, ya difuntos, el padre Nicolás Valdés y don José Ramírez Flores. Pero, de todos modos me preparaba a decir que no, cuando, a instancia (e imprudencia) mía, don Luis me mandó sus 90 fotos en un disco. Ayer, las pudimos ver en la pantalla de la computadora y mis compañeras de trabajo de la División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas, A. C. (C1DE), compartieron conmigo la emoción admirativa que despertaron las fotos en nuestros corazones y almas. Paisajes, cerros, el cielo y la tierra, las nubes y el agua, los templos tan rústicos como hermosos de la Nueva Galicia, su gente: niños, madres, hombres, gente flaca toda, y hermosa, la obesidad no afecta su humanidad; casas de cantera y adobe, burros ... Cinco textos breves introducen las cinco secciones en que se reparten las fotografías; iba a escribir "los íconos". Y esas fotos nos hablan más que el mejor de los textos. El blanco y negro me parece más elocuente que el tecnicolor. Nuestro pueblo del campo es un capital que apenas empieza a lIamarnos la atención y que, además de su interés folclórico o romántico, ofrece enseñanzas: más allá de lo pintoresco, de lo hermoso, de lo conmovedor, atestigua la capacidad del hombre para crear lo que le es necesario, sin grandes recursos, en un mundo tan rudo como generoso que, alguna vez supo amansar, para provecho mutuo.
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No se trata de un mundo perfecto y admirable, tampoco de un modelo que habría que conservar o reproducir; pero, tal patrimonio, en lo que tiene de humilde o cotidiano, nos permite ver a un pueblo que no sólo no es conservador, sino que innova permanentemente. Nos trae principios, nos recuerda técnicas en las cuales tendremos que inspirarnos, para inventar algo, más allá de nuestra sociedad de despilfarro. Este libro de fotos debería ser el primero de una serie que se propondría valorizar nuestra sociedad rural de ayer y anteayer, tan despreciada como desconocida. No se trata de presentar sujetos seleccionados por su interés artístico o pintoresco, no se trata tampoco de exaltar no sé cuál utopía nostálgica de un mundo que perdimos; se intenta, más bien, ofrecer algunas reflexiones sobre la significación sociológica y cultural de un pasado que podría ayudarnos a recapacitar, en nuestro camino en el siglo XXI. Una mirada atenta sobre este pasado tan inmediato que aún no termina de desaparecer; pero, tan lejano a la vez, puede enseñarnos muchas cosas: todo el contenido de nuestra conciencia es una formación histórica, como nuestro lenguaje o nuestra alimentación. Bien nos aclara Goethe en un párrafo singular del libro 14 de Poesía y verdad cómo la conciencia de todo lo que nuestra existencia tiene de histórico es a la vez segura riqueza y también inquietud y remordimiento. Más era un sentimiento que en mí crecía con potencia y no podía expresarse con suficiente misterio, la sensación conjunta del pasado y del presente: una intuición que traía al presente algo fantasmagórico. La historia está en todas partes. Existe en cualquier fragmento del presente, al menos como está prisionero en el fruto maduro el calor solar de las estaciones, en el hombre maduro el carácter adquirido, en el paisaje cultivado el trabajo de muchas generaciones.
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Su mirada se ha dirigido hacia la tierra. Posiblemente vaya más allá si, como lo creemos, cada terruño, cada región lleva en sí los problemas y, ¿por qué no?, las soluciones de todos los demás. La gente del campo vivía, vive en una naturaleza tan hermosa como dura que era y es su lugar, su sitio obligado, su única posibilidad. Al principio, el hombre buscó espontáneamente los lugares que ofrecían abrigo, agua y víveres; luego, toda la historia de los hombres, hasta hace poco, es el esfuerzo para administrar a lo sumo este capital originario, para mantener a los individuos y a la sociedad. Con todo y la fragilidad y la escasez de los recursos naturales, al mismo tiempo que la rusticidad de su tecnología. Aquel hombre está ligado a los suyos, al grupo, comunidad tan indispensable para su vida como el techo, la fuente o la labor. Aquel hombre está ligado a un territorio, a una tierra que le ofrece alguna seguridad si acata sus mandamientos. El grupo le ofrece un conjunto de técnicas heredadas y se beneficia de sus propias innovaciones. Tantos lazos, sociológicos y eco lógicos eran casi biológicos. Ofrecían el mismo determinismo y la misma libertad que el condicionamiento genético. Había que aceptar las exigencias de la vida; pero, se las podía modificar también, con paciencia. Quien dice vida, dice piedra y tierra, ojo de agua y fuente, frío y calor, plantas y árboles, ganado y lobo, vida y muerte, peste y guerra, revolución y cristera. En aquel entonces, no había que sensibilizar a la gente sobre la necesidad de defender a la naturaleza, porque aquellos hombres la vivían como una lucha dramática, como su razón de ser a la vez que como su única manera de vivir. El espacio, el suelo dictaba al hombre sus decisiones: no podía darse el lujo de equivocarse muy seguido frente a las necesidades: el frío, la sequía, las plagas, lobos y coyotes, la escasez siempre amenazadora. La vida no se amparaba detrás de ningún tipo de seguro. No se levantaba una casa en cualquier lugar, no se abría una labor o una vereda en cualquier sitio o de cualquier manera; no se sembraban granos, no se cortaba un árbol sin tomar en cuenta el momento y la posición de la luna. Administrar en forma económica un espacio del cual cada parcela, sea monte, sea pasto o labor era una riqueza viva, obligaba a los hombres a elaborar y transmitir una suma de conocimientos que no por ser empíricos dejaban de ser eficientes.
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Construir un templo, una casa, cultivar la tierra, criar aves, puercos y ganados, cazar venados y bestias pardas, recoger miel silvestre, bellotas y hongos, todo tomaba en cuenta las estaciones, los días y las horas, la orientación, altura, pendiente de los suelos y hasta los acontecimientos para nosotros tan triviales como el despegue de una bandada de pájaros. Los signos de sus predicciones meteorológicas los encontraban en animales o astros. Así, si los coyotes andaban mordiéndose la cola y corriendo como locos "para cansarse" es que iba a granizar; si los tecolotes se pasaban la noche gritando era señal de que llovería con aire borrascoso; si el sol aparecía con manchas raras es que el año iba a ser "muy malo, muy enfermo"; si la Luna estaba un poco ladeada era señal que traía mucha agua; si la Luna tenía manchas negras, las secas serían grandes; en cambio, si los círculos eran blancos, caerían muchas heladas. He aquí nuestro hombre casado con una naturaleza amigable y hostil, providencia y maldición, sin otra alternativa, sin escapatoria. Él está arraigado acá por vida, de generación en generación. Eso no resulta en una cultura uniforme, ya que ninguna regla vale para todos los lugares, salvo la que no se puede olvidar nunca: adaptarse a las exigencias del lugar para sobrevivir en las mejores condiciones, para conservar un capital vivo y fecundo; pero, limitado y frágil. Esa regla resultó drástica; pero, su lógica tenía una sabiduría que cubre de vergüenza a los constructores y los agricultores modernos que, con medios científicos y técnicos cien mil veces superiores, han organizado la destrucción masiva de la naturaleza y el despi Ifarro estéri 1 del espacio. El equilibrio entre el hombre y la naturaleza supone que ha resuelto el problema demográfico en el campo: los hombres no pueden ser demasiado numerosos en solicitarla, ya que la naturaleza no puede darles sino lo que ellos le han dado primero o lo que le dejan el tiempo de producir.
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Esos hombres, esas-mujeres nos dicen: Esta es mi tierra ... Esta es la parte de mi heredad. La tierra donde se encajan mis raíces. Mi tierra, la de mis padres y mis abuelos, la que yo dejaré a mis hijos en herencia. Yo lamento y lloro a veces el destrozo de mis bosques. Nuestros bosques destruidos por la voracidad y también por la ignorancia. Esta es mi tierra donde he sido puesto por Dios, donde están mis pueblos. Estos pueblos con sus casas de adobe y cantera, sus templos, sus calles, sus pilas y sus ojos de agua. Aquí, durante toda mi vida voy descubriendo lo que se siente para esperar y para ser esperado, para llorar y para ser llorado, para querer mucho y para ser querido. En esta mi tierra, encuentro todo y dejo todo, aquí un día me moriré y volveré a la tierra de la que salí. Hoy, mi gente se va a la gran ciudad o al Norte y muchos pueblos son fantasmas donde quedan sólo los ancianos que cuidan unos nietos. Pero, eso sería el tema de otro libro, de otras fotografías. 1 y 2 de noviembre de 2006. Conmemoración de todos los santos y de todos los difuntos.
Jean Meyer División de Historia C1DE, México, DF.
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Luces al paso El instante es inasible. Es así, un soplo, un suspiro, una guedeja. Nada. La luz llega y se pierde. Viene y se va. ¿Quién ha podido tenerla, quién sujetarla, atraparla? “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar”. También la luz vibra un instante y se disuelve en mágico océano. Vino aquí la fatiga del soñador con un artilugio hecho por el ingenio humano: dizque es una red para coger la luz. Pero la luz se siguió escurriendo, como quien quería retener una porción de agua en las manos. La luz como el agua, como el viento, como pétalos de una rosa en los ardidos aires de verano. Un instante, una ráfaga y ya. Pero a veces se fija en unos ojos, a veces quiere tenerse en la sonrisa de un chiquillo. O en el gesto profundo de un anciano. Sucede entonces lo peor. La luz se convierte en signo inmóvil, en gesto duro, en helada mueca. Qué son si no los retratos: perfil duro, frío, insensible, como aluzados por cuatro cirios temblorosos. Hojear esta colección de imágenes, instantes asidos en el paso de la luz, equivale a tocar gestos rígidos donde la luz detenida un instante queda para siempre. Y sin embargo, amigos, ¡ea…! no se rindan; no se sometan a las maldiciones de la luz cuando pasa y hiere, golpea y muerde para quedarse en rigidez. Amigos, no se dobleguen: muestren lo suyo, sonrían, agítense, sálganse del papel y prodíguense en guiños de amistad. Tienen o tuvieron vida, y la vida a despecho de traicionera luz, sacude y mueve, ríe y canta y acaba pintando su fuerza que es mucho más que un rizo de luz, mucho más que el rostro de un niño, que el rostro dulce de un viejo. Vengan y salgan, plántense con brío y a quien trae sus ojos por este cuaderno, díganle que son vida. O fueron y tuvieron una vida que dice o dijo mucho más de lo que se dice en el instante de luz aquí atrapado.