Acto de fe

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Ediciones JavIsa23



Guardianes de Tierra Santa

Acto de fe

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Titulo: Acto de fe Guardianes de Tierra Santa © del texto: Ximo Soler Navarro www.ximosoler.com © de esta edición: Ediciones JavIsa23 www.edicionesjavisa23.com E-mail. info@edicionesjavisa23.com Tel. 964454451 © de la portada: Ana Belén Soler Navarro © ilustraciones del interior: Alberto Soler Penadés Maquetación y diseño: Javier Garrit Hernández Primera edición abril de 2012 Depósito legal: CS 83-2012 ISBN: 978-84-939087-7-5 Printed in Spain – Impreso en España Imprime: Serra Industria Gráfica s.l. Pol. Ind. Valldepins C/Londres, 9. 43550 Ulldecona (Tarragona) Tel. 977 72 03 11 Todos los derechos reservados. Queda prohibida, según las leyes establecidas en esta materia, la reproducción total o parcial de esta obra, en cualquiera de sus formas, gráfica o audiovisual, sin el permiso previo y por escrito de los propietarios del copyright, salvo citaciones en revistas, diarios o libros, siempre que se haga constar su procedencia y autor


Ximo Soler Navarro

Acto de fe



AGRADECIMIENTOS

Muchas gracias a todos los que han colaborado en esta novela, y me han ayudado a ser mejor escritor. Especialmente a mi madre, por las correcciones; a mi hermana, por su arte; a mi padre por su fe en mí; a Gabo, por ser el Lucas de carne y hueso; a Alberto Soler por su sabiduría y las ilustraciones; a Ana, por el apoyo incondicional y también a Joan, por no dejarme nunca bajar la guardia. Por último, debo agradecer el tiempo y las palabras de esos amigos de acero, los que estuvieron ahí en todo momento. Este libro también en vuestro. Muchas gracias a todos, de corazón. Aunque la vida nos conduzca por caminos distintos, ya formáis parte de mi alma. Va por vosotros.



ÍNDICE

REFLEXIONES..........................................................................

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UN ASUNTO PERSONAL..........................................................13 DECEPCIÓN Y RESPETO.......................................................... 27 EL HOMBRE DE ACERO............................................................37 EL NIÑO QUE MIRABA AVIONES...........................................51 ÉRAMOS SOLDADOS DE DIOS................................................69 DESIGNIOS DE UN DIOS MENOR.......................................... 87 LA RESPONSABILIDAD DE SER DIOS...................................113 CACERÍA NOCTURNA.............................................................135 EL DÍA DE LA REDENCIÓN.....................................................147 LA PAZ DE LOS ELEFANTES...................................................173 EPÍLOGO....................................................................................183



I REFLEXIONES ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno! Mafalda (Quino)

La historia a menudo se traga sin piedad sus más oscuros pasajes. Siendo habitual que se olviden, para siempre, los hechos que, de otra manera, serían recordados con asombro. Sin embargo, con los medios adecuados, se pueden silenciar hasta los acontecimientos más importantes. Los Césares, cuando querían distraer al pueblo de su hambre, organizaban grandes juegos de gladiadores. Así desviaban la atención de la gente hacia donde les convenía, dándoles un poco más de tiempo para solucionar el problema que terciase en cada momento. En este caso en concreto no hay nada que solucionar. Solo existe la voluntad de oscurecer y mancillar unos hechos, que siendo tenidos en cuenta, cambiarían el mundo. No adelantaré acontecimientos, pues todo será relatado a su debido tiempo. Sólo diré de momento que yo soy personaje activo de esta -9-


historia, y que ahora, por fin, puedo contarla lo más fielmente posible. Debido a que yo fui actor secundario de esa historia, he tenido que hacer un pequeño trabajo de búsqueda de información para poder saber lo que ocurrió cuando yo no me hallaba presente. No ha sido fácil, créanme; pues la persona que más información tenía es esquiva y reservada. Y si fue difícil dar con él, más difícil fue convencerlo para que accediera a contarme todo lo sucedido antes, durante y después de la aparición del nuevo «mesías». Sí, han leído bien, el mesías. Apareció fugazmente en los medios de comunicación; pero, por desgracia, esos mismos medios fueron silenciados por un poder que hoy, gracias a Dios, se resquebraja sin remedio. Ese enigmático personaje al que tuve que encontrar para obtener todas las respuestas, se llama Lucas. Y ahora me perdonarán ustedes si no recuerdo el apellido, aunque me extrañaría que fuese el verdadero. Ahora que lo pienso, es posible que Lucas ni siquiera sea el nombre con el que lo bautizaron. Realmente nadie sabe a ciencia cierta sus orígenes, a mí me los contó vagamente, pues para entender esta historia hay que entenderlo a él. Pero esos recuerdos tienen demasiados ángulos oscuros como para ser la historia al completo. De momento nos tendremos que conformar con lo que tengo, que es más de lo que necesitamos para saber quién fue ese hombre e imaginar las oscuras sendas por las que está acostumbrado a caminar. Fue un antiguo sicario a sueldo del Vaticano, para asuntos de los que nadie tiene conocimiento —ni desea tenerlo—, a no ser que se vea envuelto en ellos, como tuvimos la desgra-10-


cia de estarlo yo y el muchacho al que quise como a un hijo. Cuando él vino a nosotros, hacía varios años que ya no trabajaba para la Santa Sede, pero como veremos, seguía siendo el mejor de todos los cazadores —título que se da a los mejores asesinos de esa cofradía— que esta organización ha mantenido a sueldo. Y si no fue el mejor, que diablos, fue nuestro ángel de la guarda. El responsable de que hoy siga vivo para poder recordar al mundo lo que nunca debió olvidar. Esta historia demuestra lo extraña que es la vida en realidad, y de lo estéril que es nuestra existencia, pues al final, ocurra lo que ocurra, el mundo seguirá girando inalterablemente. Así que solo nos queda enfadarnos, patalear y, por último, resignarnos estoicamente como único medio para aguantarle el tirón a los acontecimientos cuando estos nos abruman. Sin embargo, llegan momentos de serena lucidez, como este, en el que la luz eléctrica del flexo y el silencio de la noche, únicamente roto por el sistemático teclear de mis dedos sobre la máquina de escribir, te dan una dulce tranquilidad, en el que la verdad más cruda de todas te trae sin cuidado. Creo que me estoy yendo por las nubes, así que será mejor que empiece ya a contar la historia que me compete, pues corro el peligro de desviarme del tema y dejar de captar su atención. Sólo les pido una cosa antes de comenzar, los hechos que van a conocer pueden parecer una locura, o los desvaríos seniles de un viejo chocho que añora viejos tiempos o los inventa, para poder sobrevivir a la vejez sin morir de tedio. Pero juro por lo más sagrado que todo lo que cuento es cierto -11-


y que, siendo as铆, es l贸gico pensar que vivimos en un mundo m谩s oscuro y aterrador de lo que podemos imaginar desde nuestras bien iluminadas ciudades. Dicho esto, no queda sino comenzar a contar el relato de algo que cambi贸 el mundo, sin que nadie se diese cuenta de ello.

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II UN ASUNTO PERSONAL Aquellos que anuncian que luchan a favor de Dios son siempre los hombres menos pacíficos de la Tierra. Como creen percibir mensajes celestiales, tienen sordos los oídos para toda palabra de humanidad. Stefan Zweig

Nuestra historia comienza un anochecer, en el que Lucas, nuestro protagonista, paseaba por las calles de Madrid. Sus pasos resonaban en el pavimento, traspasando el silencio como una cuchilla bien afilada. Caminaba entre las callejuelas de la ciudad vieja, concretamente por la calle Toledo. Esto ocurrió unos días antes de que nuestras vidas se cruzasen, así que escuché con atención sus palabras mientras él hablaba en la penumbra de su habitación, tras la cortina que formaba el humo de los cigarros, que iba consumiendo mientras relataba la historia. La cuestión es que caminaba lentamente, pensativo y taciturno. Creía recordar que se cruzó con alguna que otra persona en su trayecto, pero no lo sabía con exactitud. Había estado -13-


siguiendo todo el día el rastro de una persona, o para ser más exactos, de un ser y habiéndolo perdido a eso de las nueve y media, se había decidido a dar un paseo antes de volver al ajetreo del Hotel en el que se hospedaba. Sus pensamientos divagaban, al mismo ritmo que sus pasos, y se disponía a encaminarse a su alojamiento, cuando de pronto notó algo. Antes de continuar, creo que debería hacer una pequeña aclaración. La primera, sobre el oscuro personaje que es Lucas, a quien algunos apodan «El cazador». Lucas no es un hombre cualquiera, no puede contarse entre los componentes de esa masa anónima que forma la humanidad, aunque él quisiera poder confundirse mejor con ellos, o mejor dicho, con nosotros. Al igual que, con cierta frecuencia, hay niños que tienen un coeficiente intelectual más alto que el resto, o destacan en algún campo como la música o las matemáticas, también los hay, estos mucho más escasos, que tienen cierta tendencia a relacionarse con lo paranormal, el lado oculto que existe tras el fino velo de lo racional; la mayoría son conocidos como, sensitivos o médiums, pero algunos de ellos tienen sus capacidades tan desarrolladas que sobresalen por encima de estos. Lucas perteneció a estos niños. De momento no adelantaré nada más, pero era necesario dar esta explicación, para entender por qué paseaba por las calles de Madrid y cuáles eran sus intenciones en esa ciudad. Como ya he dicho un poco más arriba, andaba tras la pista de un ser sobrenatural. Pero no un ser cualquiera, para él era -14-


algo personal. Llevaba varios años siguiéndole el rastro sin éxito, pues siempre se le escapaba en el último momento, cuando creía que ya era suyo. En realidad, no sabía a ciencia cierta por qué lo buscaba, pero necesitaba encontrarlo; necesitaba respuestas a las preguntas que todavía no se habían hecho, para esas que, quizás, no se atrevía a formular. Cuando me relató su primer encuentro con ese ser, un ángel caído que vagaba por el mundo sin rumbo fijo —uno de los demonios que luchó por Lucifer cuando éste se reveló—, los ojos de Lucas se iluminaron y su mirada se perdió en el vacío, muy lejos de su habitación y del humo del tabaco, en algún lugar que solo él veía. Recordaba perfectamente la cerca metálica que rodeaba la vieja catedral, las hojas otoñales deslizándose por el suelo, arrastradas por la brisa. De pronto, en la puerta del templo, se recortó su silueta. Nadie se hubiese dado cuenta si los hubiese visto, pero ellos se reconocieron enseguida. Un demonio saliendo de una iglesia y un cazador que entraba en ella. Se miraron durante unos largos segundos, después el ángel caído habló. —No he hecho nada y no tengo nada en tu contra, déjame marchar tranquilamente —ese demonio tenía agallas, de eso no cabía duda. —Sabes que no haré tal cosa. —Estoy cansado, no quiero luchar esta vez. Demasiado tarde, la enorme pistola plateada comenzaba a asomar del interior de la gabardina. -15-


En una fracción de segundo el demonio esquivaba balas del cuarenta y cinco con una velocidad difícil de seguir. Pero Lucas estaba acostumbrado, y no tardó en alcanzarlo en un costado y luego en el pie. Figuras mudas asomaban del conjunto arquitectónico del edificio, con silenciosa aprobación. Expectantes, como en un circo romano, del movimiento final. Lucas se acercó al ser y le apuntó con el cañón del arma. —Antes de matarte, dime: ¿qué hacías ahí dentro? —recibió como respuesta un sonido quedo, casi imperceptible, parecido a una carcajada. —Buena pregunta —dijo con voz casi imperceptible. Extendió la mano hasta la cabeza del cazador con una velocidad imposible de creer. La apretó contra su frente y Lucas vio lo que nadie había podido ver, lo que nadie puede saber. Imágenes difusas aparecieron ante sus ojos, sombras en diferentes tonos de gris y luego luces. No había palabras, pero lo entendía todo. Soldados y una guerra, un bando vencido y otro vencedor. Una tierra estéril y rocosa a su al rededor y después personas. Miles y miles de personas y, entre ellas, unos individuos oscuros; con la cabeza alzada hacia el firmamento, melancólicos y tristes. Recordando tiempos mejores y esperando algo, no sabían qué, pero seguían mirando al cielo, al sitio donde una vez estuvo su hogar. Almas tristes y en pena, cabezas de turco de un dios injusto, incapaz de perdonar. Ni siquiera a aquellos que le fueron fieles, sin preguntar, hasta el final. -16-



El cazador despertó. Estaba tendido en el suelo, frente a la catedral. A su lado ya no estaba el demonio, se había ido sin matarlo. Era curioso, creía que eran incapaces de mostrar piedad. Por alguna razón, mientras se levantaba dolorido, tuvo la certeza de que el demonio no le guardaba rencor, en el fondo eran parecidos; soldados fieles a un señor sin rostro, caras de la misma moneda. Encendió un cigarro y comenzó a caminar, a alejarse de aquel recinto sagrado. Medio paquete y dos horas después, el cazador se hallaba al borde del mar, con la lluvia en la cara y con la certeza en el corazón de que demonio no es aquel que vive en el infierno, sino que es el que se comporta como tal. Desde ese momento, juró ante el cielo y el infierno que no serviría a nadie, que no obedecería más que a la voz de su conciencia y ante ella rendiría cuentas, nada más. Se marchó a algún lugar, ni siquiera él sabía dónde, pero uno en el que pudiese expiar sus pecados. Aquellos que cometió en nombre de Dios. Cuando caminaba por Madrid, en busca de ese viejo conocido, ya habían pasado varios años desde su encuentro. Le pregunté dónde había estado todo ese tiempo, si había conseguido encontrar la paz. Como respuesta recibí una mirada serena y fría, desprovista de todo matiz, desprovista de sentimientos. El caso es que, como ya he dicho, sintió algo fuera de lugar entre las calles del Madrid viejo. Notó un cambio en el aire o tal vez un escalofrío recorrió de arriba abajo su médula, -18-


fuese como fuese, ese era su don. Por eso era tan peligroso, ningún demonio podía escapar a su búsqueda. El rastro lo guió a la parte más concurrida de la ciudad, y allí cogió un taxi. Guió por las calles al sorprendido taxista, indicándole giros a derecha o izquierda, cuando estuvo seguro de tenerlo cerca, le pidió que detuviese el coche. Cuando el taxista se hubo marchado, preguntándose quién sería ese extraño personaje que lo había guiado, mirando fijamente a sus pies, como si estuviese escuchando algo con atención, Lucas comenzó a caminar. Caminaba con la cabeza alzada, observando las oscuras masas de las naves industriales del polígono en el que estaba. Rastreaba a su presa, como lo hubiese hecho un perro de caza, como le enseñaron a hacer los asesinos del Vaticano. De pronto se detuvo frente a un almacén, saltó la valla y se coló en el interior. El demonio estaba ahí dentro, de eso no cabía duda. El silencio, que hasta ese momento había sido un lienzo invisible, comenzó a ser rasgado por un murmullo sordo que provenía de alguna parte entre aquel laberinto de cajas de cartón y madera. Llegó un momento en el que el sonido se hizo inconfundible y, aunque no comprendía las palabras, Lucas identificó el tono impersonal que se adopta en una conversación telefónica. Entonces el murmullo cesó. La criatura lo había detectado, no cabía duda, podía notar cómo se había puesto alerta de repente. El silencio que siguió se tensó, como el hilo de pesca en la boca de un pez, y el cazador sacó su pistola del interior de la gabardina. De algún lugar del almacén, llegó el sonido de otra arma al amartillarse lentamente. Lucas -19-


cerró los ojos y se concentró, alzó la cabeza y se dispuso a avanzar entre las cajas. Sus pasos avanzaban lentos y sigilosos, mientras trataba de escuchar algún ruido que pudiese hacer el demonio al que sentía con tanta intensidad. En ese momento tuvo una certeza, el tipo de intuiciones que los años de cacerías le habían enseñado a obedecer. Se giró y miró a la caja que tenía a su derecha, apoyó el cañón plateado de su pistola en ella y disparó. El estampido apuñaló el silenció con una brutalidad casi dolorosa y siete metros más allá, se escuchó un grito de dolor. Una serie de disparos le llegaron desde la misma dirección que el grito y después el sonido de pasos que se alejaban con precipitación. Lucas salió corriendo, vio un camino hecho a base de gotas de sangre, que se alejaba entre aquel laberinto, y lo siguió. Caminaba con la pistola en alto y todos sus sentidos alerta, correr es de cobardes —le habían dicho una vez—. Al girar tras una esquina, dos disparos lanzados con muy mala idea silbaron frente a su cara haciéndolo retroceder. Se asomó rápidamente, para ver que su presa se había parapetado tras un pilar de hormigón, y sonrió, al pensar que la bestia estaba acorralada. Ni siquiera el calibre de su arma podía atravesar aquel bloque de cemento, pero el demonio estaba sin salida, o mejor dicho, para llegar a ella tenía que volver sobre sus pasos y pasar frente a su perseguidor. Lucas sabía que eso podía llevar cierto tiempo, así que rebuscó en el interior de su gabardina y sacó un paquete de tabaco. Se puso un cigarro en la boca, sosteniendo con una mano el paquete, mientras con la otra libre, disparaba al bul-20-


to, para asustar a su presa. Se guardó la cajita de cartón y buscó el encendedor. No lo encontraba. Hurgó en los bolsillos. Nada. Buscó en el interior de su gabardina. Tampoco. Se estaba empezando a poner nervioso cuando, un grito le indicó que el demonio había decidido vender cara su existencia en este mundo. Cuando Lucas se asomó, esperaba verlo corriendo hacía él o tal vez tratando de ponerse a cubierto mientras le disparaba. Pero cuál fue su sorpresa cuando lo vio correr en dirección opuesta, hacia la pared lisa y gris. Su desconcierto se convirtió en rabia, al comprobar que el ancho pilar, tras el que el demonio se había atrincherado, le había impedido ver una ventanita pequeña y oxidada, que estaba a una altura imposible para un ser humano; pero no para esa criatura, que ya trepaba por la pared, utilizando las más insignificantes grietas como lo haría un escalador profesional, pero mucho más rápido. Dos balas salieron del cañón de la pistola de Lucas, para dar en el hormigón alzando nubes de polvo blanco, justo tras su objetivo. Su presa se le escapaba, pero parecía que tenía problemas para romper el cristal. Así que apuntó con la mirada fija en la cabeza de su víctima y apretó el gatillo. Durante unas milésimas de segundo, que se hicieron eternas, la bala recorrió, recta como una flecha, el espacio que había entre cazador y presa. Solo para que, en el último momento, ésta la esquivase con un rápido movimiento y fuese a dar de lleno en la ventana, que no se quería romper, pulverizando el cristal. La salida estaba abierta y el dedo de Lucas se disponía a disparar sus últimas dos balas, cuando la pistola se encasqui-21-


lló. La mirada de asombro del cazador se reflejó en la sonrisa que atravesó la cara del demonio. Al que, por cierto, le faltaba la mitad de la oreja izquierda, sin duda, a causa del primer disparo. Esa pistola nunca se había encasquillado, y ahora, por alguna extraña razón lo había hecho. Un aire frío se filtraba por el hueco abierto gracias a su última bala. Ya no había rastro del demonio, se le había escapado. Desencasquilló el arma y la guardó en la gabardina mientras se alejaba de allí. Lo dominaba una ira oscura y silenciosa, causada por la frustración, no podía creer la manera en la que se le había escurrido su presa, cuando creía que ya la tenía bien agarrada; pero no era solo eso, su arma había fallado y, por alguna razón, eso era algo que le había preocupado. «Te estás haciendo viejo», susurró una voz burlona, desde alguna parte de sí mismo. Con el cigarro olvidado en la boca, desechó esta idea que tanto le asustaba y caminó. Caminó, hasta que sus pasos lo llevaron hasta un veinticuatro horas donde compró un mechero. Salió a la calle mientras se encendía el arrugado cigarro y volvió directamente al hotel. Pidió las llaves de su habitación en recepción. —Buenas noches, Lucas El cazador se había hecho amigo del joven que hacía la guardia nocturna en la recepción del hotel y, cada vez que volvía a altas horas de la noche, se paraba a hablar con él, para amenizarle un poco la noche. Además, ese joven le recordaba a ese mundo con olor a nuevo y lleno de esperanzas, que él ya había olvidado o deseaba olvidar. En realidad, pensar en aquella época lo obligaba a recordar todo lo que perdió -22-


en aquellos años, y eso era, a esas alturas, algo que ya no le apetecía. —Buenas noches Nacho. ¿Cómo llevas la guardia? —Mira, aquí. —Tiene cojones, tener que aguantar a una panda de capullos como yo, que vuelven a las tantas. Os saldría más rentable cerrar el chiringuito a una hora en concreto, no?. Una sonrisa cansada asomó en la cara del muchacho. —A mí por lo menos sí. Aunque el trabajo es el trabajo. —Buenas noches —aquella noche Lucas no estaba para demasiadas palabras, así que se despidió y se alejó con una leve mueca que podría ser interpretada como una sonrisa. —Buenas noches. Y descansa, tienes cara de haber pasado una mala noche. Lucas subía ya las escaleras, hacía su habitación, y el recepcionista no esperaba respuesta. Cuando de pronto escuchó como el cazador, en lo alto de la escalera, decía como para sí mismo: —Si yo te contara... Lo primero que vio Lucas al entrar en su habitación fue el mechero. Estaba de pié, perfectamente colocado al lado del televisor. Después de una ducha rápida se lanzó sobre la cama y, como no tenía ganas de dormir, encendió la televisión. No esperaba ver nada, solo hacer algo, la televisión le haría compañía. En la pantalla apareció el presentador de un avance informativo, al que Lucas no prestó demasiada atención. Así que cambió de canal. Otro presentador vestido de gris, hablando -23-


de unas imágenes increíbles «bla, bla bla». Pasó al siguiente: Otro avance informativo, Lucas empezó a sentir curiosidad, algo muy gordo tendría que estar pasando para que lo pusiesen en todas las cadenas. De pronto, la presentadora dio paso a un video, mientras seguía explicando la noticia. En las imágenes podía verse una multitud de personas, en lo que parecía la plaza de una ciudad. En la parte inferior de la pantalla, un letrero con letras blancas indicaba que las imágenes habían sido tomadas en Jerusalén, a las doce y media del día anterior. Más o menos en el centro de la imagen podía verse un pequeño círculo; en el interior, un chaval y un cura hablaban con una mujer tocada con un velo. La cámara, que sin duda pertenecía a un asistente del evento, aumentó el zoom hasta que se pudieron ver las facciones de la mujer. Tenía media cara desfigurada, tal vez por un accidente, entonces, el muchacho puso su mano sobre la parte deforme; pasaron unos segundos, y cuando las retiró, las facciones de la desfigurada cara estaban en perfectas condiciones. La mujer comenzó a palparse la cara, entre los gritos de júbilo de los asistentes e intentó abrazar al muchacho. Pero ya había más personas que trataban que el joven las curase. La imagen volvió a mostrar a la presentadora que decía que el muchacho se llamaba Abrahim y, pese a su nombre, era el ayudante del sacerdote de la Iglesia Católica que aparecía a su lado en las imágenes; el padre Imre. Las imágenes podían ser fruto de un trucaje informático; así que, de momento, la Santa Sede no se había pronunciado, tal vez esperando el veredicto de los especialistas. -24-


Cuando Lucas apagó la tele ya había visto varias veces las mismas imágenes, pues las habían repetido en esa y en diferentes cadenas. No sabía lo que era, pero esperaba que se tratase de un engaño, de otra forma... no sabía lo qué podría ocurrir; ni cómo reaccionarían los representantes de ciertos intereses. Se asomó a la ventana y observó como avanzaba la prematura mañana. Se disponía a bajar a la cafetería del Hotel para desayunar cuando el teléfono de la habitación sonó con fuerza. La voz femenina de una recepcionista le habló cuando descolgó el auricular. —¿Señor Lucas? —Sí. ¿Ocurre algo? —Un hombre ha llamado al teléfono del hotel y pregunta por usted. Dice que es el padre Lorenzo, y me ha pedido que le comunique que le llama por un asunto importante. ¿Desea que le pase la llamada? —Sí, por favor. —De acuerdo —Lucas escuchó un chasquido y la voz del padre Lorenzo resonó grave y profunda en sus tímpanos. —Buenos días Lucas. Tenemos que hablar. La boca del cazador no pudo reprimir una ancha sonrisa cuando contestó: —Así que la Iglesia está a punto de pronunciarse.

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Ximo Soler Navarro (Valencia, 1988) es un joven e inquieto escritor, que busca en la ficción una válvula de escape para un mundo que no comprende. Camina por las calles, buscando su hueco en una sociedad que se desmorona, e intenta reflejar los defectos de la vida en unos personajes tan extraños y contradictorios como él mismo. Y, a día de hoy, publica su segundo libro. Actualmente se dedica casi por entero a las letras, ya sea como escritor o guionista de cortometrajes, y engrosa las listas de jóvenes que no encontraron trabajo de aquello que estudiaron. Mira al futuro como un viajero perdido, que lleva un mapa que no sabe descifrar. Sin embargo, se enfrenta a la vida con la esperanza, y el sentido del humor, de aquel que sabe que el camino siempre lleva a alguna parte.

El mundo es un lugar mucho más oscuro de lo que nosotros podemos percibir desde nuestras bien iluminadas ciudades, y eso Lucas lo sabe mejor que nadie. Este sombrío personaje ha viajado por todos los rincones de la tierra dando caza al resultado de las malas obras de la humanidad, los demonios. Pero de pronto, su vida dará un giro inesperado cuando los medios de comunicación anuncien que, en Jerusalén, un joven de origen árabe es considerado el nuevo mesías. ¿Será cierto que es el segundo hijo de Dios, que ha venido a redimir de nuevo nuestros pecados? Desde antiguo, el ser humano ha mirado al cielo y ha pedido a Dios que nos salve y perdone los pecados de la humanidad. Esa misericordia divina siempre se ha relacionando directamente con la imagen de Jesucristo; pero, ¿está el mundo preparado para que un nuevo salvador venga a nosotros?, ¿lo están las religiones occidentales, autenticas empresas comerciantes de fe?, ¿o tal vez se asustarían de que el nuevo mesías expulse de nuevo a los mercaderes del templo? El cazador se verá envuelto en una peligrosa batalla en la que sus enemigos no solo serán los habitantes del averno. También tendrá que defenderse de los fanáticos componentes de una antigua organización cristiana de guerreros, que juraron luchar contra las huestes de Lucifer. Sin embargo, la actual corrupción en la curia Vaticana los convertirá en unos enemigos mucho más peligrosos que los ángeles de la noche, con los que está habituado a luchar. Ahora solo Dios será capaz de reconocer a los suyos.

www.edicionesjavisa23.com www.ximosoler.com

ISBN 978-84-939087-7-5

9 7 8 8 49 3 9 0 8 7 7 5


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