El rey de bronce (fragmento)

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Guardianes de Tierra Santa II

El rey de bronce

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Título: El rey de bronce Guardianes de Tierra Santa II © del texto: Ximo Soler Navarro www.ximosoler.com © de la portada: Gustavo Raga Pascual (Gabo) © de esta edición: Ediciones JavIsa23 www.edicionesjavisa23.com E-mail. info@edicionesjavisa23.com Tel. 964454451 Maquetación: Javier Garrit Hernández Primera edición: abril de 2013 ISBN: 978-84-940915-4-4 Depósito Legal: CS 100-2013 Printed in Spain - Impreso en España Imprime: Publidisa www.publidisa.com Todos los derechos reservados. Queda prohibida, según las leyes establecidas en esta materia, la reproducción total o parcial de esta obra, en cualquiera de sus formas, gráfica o audiovisual, sin el permiso previo y por escrito de los propietarios del copyright, salvo citaciones en revistas, diarios, libros, Internet, radio y/o televisión, siempre que se haga constar su procedencia y autor.


Ximo Soler Navarro

El rey de bronce



AGRADECIMIENTOS Para Gabo por su paciencia, su apoyo y sus valiosísimos consejos; para JP, por su naturalidad y su amistad; para Raúl, por recordarme que el mundo es un lugar menos complicado; para todos aquellos que “estuvieron” en el Hotel, parte de esta historia es vuestra; y para Emilio y Alberto, gracias por ser mis Atos y Portos particulares. Uno para todos y todos para uno.



ÍNDICE

PRÓLOGO........................................................................................... 9 WILLIAM WALKINS....................................................................... 13 ADAM SUTHERLAND................................................................... 17 LUCAS.............................................................................................. 23 ARTHUR........................................................................................... 31 HANS................................................................................................. 41 ECOS DESDE EL ABISMO............................................................. 45 REENCUENTRO CON EL PASADO.............................................. 67 MENSAJEROS DEL DEMIURGO.................................................. 93 FOTOGRAFÍAS DE UNA OBSESIÓN........................................... 107 PENSAMIENTOS EN LA OSCURIDAD........................................143 EL REY DE BRONCE...................................................................... 165 LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD................................................. 195 CAZADOR DE DEMONIOS........................................................... 217 UN GRAN ERROR...........................................................................247 LA PUERTA ESTÁ ABIERTA..........................................................275 FORJADO CON EL ACERO DE LOS HÉROES............................305 EPÍLOGO...........................................................................................313



PRÓLOGO La niebla escocesa lo cubría todo con su gélido manto, y Roger Scott estaba empezando a exasperarse. Tendría que haber llegado a Stirling hacía ya varias horas, pero debió perderse en algún momento. Había estado una auténtica eternidad transitando caminos secundarios desconocidos, bajo una extraña tormenta que se había desencadenado de manera tan brusca como si un interruptor invisible la hubiese activado. Ahora se encontraba detenido junto a un arcén embarrado. La batería de su coche había muerto de manera agónica hacía ya varias horas, dejándolo tirado en mitad de ninguna parte. La inquietud que lo oprimía iba en aumento desde que se percató que la batería de su teléfono móvil estaba vacía, y que las manecillas del reloj de muñeca se habían quedado clavadas en un punto que Roger sabía bastante alejado de la actualidad. Todo aquello era demasiado parecido a esas películas de terror, en las que aviones de pasajeros eran tragados por el Triángulo de la Bermudas. Sus noventa y seis kilos de peso comenzaban a resentirse, tras llevar tanto tiempo metido en su asiento, atemorizado ante la perspectiva de que no le encontrasen jamás. Su imaginación comenzaba a formar -9-


conjeturas disparatadas sobre lo que le estaba ocurriendo; desde apagones masivos hasta una invasión alienígena. Todo comenzaba a parecerle factible. Fuera la oscuridad era completa, y el pobre hombre ya se había cansado de escudriñarla para intentar ver una señal o alguna indicación geográfica que le indicase, de alguna manera, en que lugar del mundo se encontraba. Cuando de pronto, entre las nubes, un claro se abrió dejando ver toda la gloria del firmamento a aquel desamparado viajero que se sentía naufrago en un océano de tinieblas. Allá arriba el telón de terciopelo negro se veía salpicado por una innumerable cantidad de estrellas, que observaban nuestro mundo con vibrante poder y sabiduría. Por un momento se sintió en paz. Cada vez que contemplaba el cielo nocturno no podía dejar de pensar que allí arriba había un Dios que los protegía a todos, y eso le hacía sentir reconfortantemente insignificante. Pensó que, tal vez, esa era la razón de que el ser humano cada vez fuese más osado y arrogante, que hubiese perdido su camino por completo; en las ciudades ya no se podían ver las estrellas como él las veía en ese momento. «Hemos olvidado cual es nuestro lugar en la existencia —pensó— y ahora nos creemos Dioses». Por un momento, tuvo la extraña certeza de que fuese lo que fuese, no estábamos solos, allá arriba había una fuerza intangible y desbordante que lo había creado todo y nos observaba. Pero la nube terminó por volver a cerrarse, y la esperanza se desvaneció de su corazón, con tanta rapidez como la de la oscuridad al cernirse de nuevo a su alrededor. De pron-10-


to, un rayo iluminó toda la zona y el señor Scott pudo ver que se encontraba cercano a una arboleda. Entre los troncos, la silueta de varias cruces celtas se recortaba de manera siniestra. Parecía un antiguo cementerio. Fue entonces cuando sintió el estremecimiento de la tierra y notó como el aire se hacía mucho más pesado y difícil de respirar por momentos. A lo lejos lo que parecían gritos de personas desgarraron la siniestra noche, al tiempo que la lluvia cesaba tan repentinamente como había empezado. Entonces el mundo quedó en silencio, y él contuvo la respiración, como si el leve sonido de sus pulmones respirando pudiese delatarlo a algún ser devorador, que tuviese hambre de carne humana. Otro rayo solitario derramó su luz sobre el coche, permitiendo a Roger ver algo que jamás olvidaría y que lo haría cambiar para siempre. Junto al lindero del bosque, a tan solo unos metros de distancia, una figura inimaginable se pudo ver durante apenas dos segundos; era un ser de unos dos metros, con patas acabadas en pezuñas, unas grandes alas e imponente cabeza de macho cabrío coronada en una impresionante cornamenta. Aunque la negrura se interpuso de nuevo entre ambos sabía que aquella criatura seguía allí fuera, observándolo, y él tenía la escalofriante certeza de que tan solo había entre ambos una delgada puerta de acero. Su mente comenzó a trabajar con fuerza. Había mil explicaciones para aquella visión demoníaca. La sugestión, la tormenta, las horas de encierro y la sensación de estar perdido en paradero desconocido. No podía dejarse enloquecer por un efecto de su agotado cerebro. -11-


Pero entonces algo cambió. Ya no sentía la presencia allí fuera. Ya no lo notaba agazapado entre las sombras, acechándolo. Ahora, un temor mucho más oscuro se había apoderado de su entendimiento. El de saber que no era el único pasajero que iba en el coche. Detrás de él unos ojos negros y vacíos se clavaban en su nuca. Notó su gélido aliento traspasándole la piel y erizando todo el vello de su cuerpo, mientras se paralizaba su corazón. Cerró los ojos con fuerza mientras encogía los hombros en un patético intento de protegerse... y se dispuso a morir.

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I WILLIAM WALKINS El lector debe prepararse para asistir a las más siniestras escenas. Los misterios de París. E. Sue

El sonido del despertador se clavó en su mente como si de mil alfileres se tratase. Se apartó varios mechones de pelo de los ojos, con un gruñido de animal herido, mientras trataba de apagar aquel impertinente aparato al que odiaba tanto como necesitaba. Al quinto intento apretó el botón que interrumpía el estridente chillido, y por fin pudo darse cuenta de donde estaba y por qué. A modo de respuesta a una pregunta que nadie había formulado, una voz desde la parte más profunda de su cabeza, contestó: «Estás de nuevo en casa». Se quedó mirando al techo con cara de besugo, como si en aquel lienzo blanco estuviese la respuesta al origen del universo, sin embargo, lo que intentaba era recordar lo que había soñado. Desde hacía varios meses venía durmiendo de manera inquieta, con sueños que tenían demasiado de recuerdos desfigurados por el paso del tiempo. El de esa noche, concretamente, lo había transportado de nuevo a lo que parecía ser el patio -13-


de un instituto de los años cuarenta. Volvió a traspasar el umbral de aquel túnel maldito, esta vez solo, y se vio de nuevo dejando sus huellas en la nieve que cubría el suelo. Una suave lluvia oscura le daba a todo un deprimente aspecto de insalubre suciedad. A su alrededor, maniquíes rotos yacían como si de cadáveres de una batalla olvidada se tratase. Por último, en una de las esquinas, una antigua torre sin campana tañía siniestramente, como si anunciase la llegada de un inoportuno visitante. Caminó otra vez por aquellos pasillos ensangrentados hasta que llegó a la puerta de una antigua aula. Sobre ella podía leerse un cartel que rezaba: «Anatomía». De pronto, los altavoces de la megafonía eructaron un chasquido ensordecedor, y aquella puerta de madera comenzó a abrirse con exasperante lentitud. William sabía perfectamente como acababa aquello, sin embargo, no pudo evitar sentir de nuevo aquel pavor que le aflojaba las rodillas incluso en sueños. Cuando estuvo totalmente abierta, pudo ver una clase repleta de pupitres polvorientos y libros amarillentos. En la pizarra, una tiza había quedado suspendida a mitad de escribir una palabra, que el fotógrafo no se atrevía a leer. Pudo sentir sobre él la mirada insistente de docenas de ojos invisibles, que lo observaban con furiosa hostilidad, como si estuviese siendo testigo de algo que le estaba prohibido contemplar. De pronto, se percató de que en sus manos había una cámara fotográfica así que, casi contra su voluntad, la alzó hasta el pecho y disparó. La luz del flash iluminó la habitación durante un instante. -14-


Respiró hondo. Ahora debía comprobar la imagen que había capturado en la cámara. Casi sin parpadear, vio a toda una clase repleta de niños sin maxilar inferior que lo miraban con el ceño fruncido. Sobre la superficie de pizarra, sosteniendo la gastada tiza, una profesora, también sin mandíbula, le clavaba los ojos desde el fondo de la habitación. Comenzó a removerse entre las sábanas cuando la tiza de su sueño chirrió al desplazarse, cogida por una mano invisible, atravesando la pared hacia él. De pronto, casi sin darse cuenta, se vio a sí mismo corriendo, aunque cada vez la tiza se encontraba más y más cerca. Entonces su pie se posó en el vacío. El despertador lo había salvado del fondo del abismo al que se precipitó. Esos sueños se hacían cada vez más comunes. Sus ojeras daban fe de ello. No les hubiese dado importancia años atrás cuando todo era reciente, pero ahora no, ahora que había huido a Escocia, para retomar el hilo de su vida, no quería volver a recordar todo aquello. Se levantó y entró en la ducha deseando que el agua caliente le arrancase el miedo del cuerpo, ayudándole a olvidar. Aunque estaba seguro que a aquella tiza... a aquella tiza jamás la olvidaría.

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II ADAM SUTHERLAND Hamlet: Un hombre puede pescar con el gusano que se ha comido a un rey, y comerse al pescado que se alimentó con ese gusano. Rey: ¿Qué quieres decir con eso? Hamlet: Nada más que mostraros como un rey puede avanzar solemnemente por las tripas de un mendigo. Hamlet. William Shakespeare

Adam Sutherland era de esa clase de multimillonarios que pensaba que si quieres algo bien hecho debes hacerlo tú mismo. Se fiaba de muy poca gente y creía firmemente que era mejor que la mayoría de los mortales que le rodeaban, incluyendo a los de esa corte de sirvientes que le precedían cada vez que viajaba fuera de su mansión. Sin embargo, no pertenecía a esa elite de ricos avinagrados y rancios que peinaban canas o intentaban disimularlas con mayor o menor éxito. Nuestro amigo, al que seguimos a través del suelo de mármol amarillento de la casa de subastas madrileña Aqueo, fue heredero de una gran multinacional farmacéutica y ahora es considerado uno de los hombres -17-


más poderosos del siglo veintiuno. A sus treinta y pocos había conseguido triplicar los ingresos de la multinacional de su padre, aunque en un principio no se conocía ningún tipo de actividad diferente a la que se le supone a la organización. Las malas lenguas —propensas a teorías conspiratorias— aseguraban que Adam trabajaba en proyectos secretos para el gobierno de los Estados Unidos, en los que participaba personalmente. Fuese como fuese, sus apariciones públicas, aunque espectaculares, siempre eran escasas, convirtiéndolo en un ser enigmático del que se conocía extremadamente poco. Mientras subía los peldaños que llevaban a la sala de subastas y se sacudía una diminuta mota de polvo de su traje blanco, solo pensaba en el artículo que había ido a adquirir hasta la capital de España. Avanzó con seguridad casi insolente, mientras el resto de asistentes —que también se dirigían al piso superior— se detenían a observarlo. Sin duda, Adam Sutherland pertenece a ese escaso puñado de personas que irradiaba algo que los demás deseaban y no podrían tener, aunque no supiesen demasiado bien que era. Ante él, dos hombres con aire militar abrieron de par en par las puertas de la amplia habitación, para que las atravesase como si fuese el invitado de honor al que todo el mundo estaba esperando. Sin embargo, no se sentó entre los asistentes, se quedó de pie, junto a un pilar, flanqueado por esos dos hombres de confianza que lo seguían a todas partes. Y entonces, cuando hasta el subastador lo miraba expectante, hizo un leve gesto de asentimiento y fue como si solo en ese momento el hechizo se hubiese roto y le concediese al tiempo el beneficio de correr con normalidad. -18-


—El siguiente lote —comenzó el subastador tras un breve carraspeo. Era un hombre anciano y con gafas gruesas, trabajador de aquella casa de subastas desde tiempos anteriores a la televisión en color—, es el número setecientos cuarenta y ocho. Se trata de una pieza de bronce macizo, hallada en una reciente excavación, realizada cerca de la ciudad de Sagunto. Se trata de un corazón perfectamente tallado, de manufacturación Griega, cuya datación es un enigma ya que los estudios realizados la ubican aproximadamente en el veinte mil antes de Cristo, lo cual es imposible. Lo que si podemos asegurarles es que es una pieza única y antiquísima, probablemente perteneciente al periodo Homérico. Tras la explicación, dejó unos breves momentos de silencio, dando una pausa de efecto, mientras una hermosa joven destapaba la tela negra que había estado cubriendo, hasta ese instante, la urna de cristal blindado que custodiaba el objeto. Un manto de cuchicheos cubrió a los asistentes, que quedaron maravillados con tan magnífica pieza de artesanía Griega. El anciano se ajustó la pajarita tras el micrófono y prosiguió para pronunciar las palabras que precederían a la puja y acabarían por dar el último golpe de efecto. —Debido a su perfección y a lo detallado de la manufactura, los arqueólogos que la descubrieron declararon que es imposible que sea obra de un artesano corriente, por ese mismo motivo lo llamaron «El corazón de Hefesto». Así que si adquieren esta pieza, es probable que estén comprando la única reliquia que se conserva del Dios de la forja. Adam Sutherland sonrió tras las gafas de sol, que no se -19-


había quitado en ningún momento, pues esa pieza ya había sido comprada por él. Hacía unas horas, uno de sus agentes le había ofrecido a la casa de subastas una suma de dinero muy superior a la que hubiese podido pagar cualquiera de aquellos desgraciados con trajes a medida y abrigos de visón. Hubiese sido mucho más fácil sacarla de la lista de objetos a la venta antes de que la subasta comenzase, pero quería alardear ante los asistentes, quería sentir sus miradas e imaginar la envidia y la admiración desbordándose a chorros en los corrillos que formarían después, en los lugares más caros de Madrid, ostentando joyas y telas que para él valían menos que nada. Esa era la manera en la que disfrutaba. A un movimiento de su mano, el dueño de la casa subió los escalones que llevaban al atril donde estaba el subastador y —tapando con la mano izquierda el micrófono— le susurró unas palabras al oído antes de descender y desaparecer de nuevo de la vista de los asistentes. El anciano carraspeó frente al micrófono y tras volver a tocarse de manera nerviosa la pajarita, miró directamente a Adam y dijo: —La pieza acaba de ser adquirida por el señor Adam Sutherland, por una generosa suma de dinero que prefiere que no sea revelada. Y en ese momento, tras haber atraído sobre sí mismo la atención de todos, dedicó una encantadora e irresistible sonrisa al auditorio. Giró sobre sus talones para desaparecer de nuevo, tan enigmáticamente como había aparecido y no volver a dedicar una sola mirada a aquellos que hasta ese justo instante se habían creído seres poderosos sobre la faz de la tierra. Poco después, mientras una lujosa limusina lo llevaba a su avión pri-20-


vado volvió sus pensamientos hacia las palabras del viejo subastador: «El corazón de Hefesto». Ninguno de aquellos ignorantes podía imaginar lo acertado de la frase, ninguno de ellos sabía que habían contemplado el corazón de un Dios antiguo. El teléfono móvil comenzó a sonar. Por instinto profesional su semblante se tornó serio, con la misma mirada que presenta un depredador ante una presa tras haber ayunado durante días. Una llamada a ese número solo podía significar negocios. Sin embargo, al descolgar, relajó el semblante y se dibujó una sonrisa en sus labios pues había reconocido a la única persona honrada que tenía en su poder ese número de teléfono. —¿Qué tal va todo amigo?

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III LUCAS Quién con monstruos lucha debe a su vez cuidar de convertirse en monstruo. Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo también mira dentro de ti. Fiedrich Nietzsche

Jerusalén A Lucas le parecía haber estado allí por última vez hacía siglos. Sin embargo, no hacía ni dos años recorrió aquellas calles acompañado por un sacerdote tratando de proteger a un joven árabe que amenazaba con remover los cimientos de todas las religiones, reclamando su derecho al título de hijo de Dios*. Para Lucas su muerte también significó una muerte personal y más profunda. Perdió por completo su fe en la humanidad y la esperanza de que, por fin, un espíritu puro expulsase de los templos a los mercaderes que todavía los siguen gobernando. Ahora, para el cazador, lo único que quedaba era una existencia gris navegando a la deriva y sin rumbo en un mundo que se desmoronaba algo más con cada nuevo ama*Ocurrió en la novela Acto de fe (Guardianes de Tierra Santa I)

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necer que se teñía de polución y humo. Seguía ejerciendo su oficio con obstinación. Cazaba a seres oscuros convirtiendo las sombras en aliados y el silencio en manto protector, con la necia esperanza de que aquella inútil guerra por el alma de la humanidad terminase en algún momento. Podría haber acuñado una de las balas de su pistola con su propio nombre, pero su espíritu de guerrero no se lo permitía; un samurái no se suicidaba hasta que su honor le era arrebatado y por desgracia para él, el honor y el orgullo era lo único que no le habían conseguido arrebatar. Aún existía una fuerza motriz que lo impulsaba hacia delante, y seguiría caminando hasta que Dios o sus enemigos pudiesen poner sobre él varios metros de tierra. Se subió el cuello del gabán para protegerse del aire frío de la noche, mientras deambulaba por aquellas calles que le resultaban dolorosamente conocidas. Todavía podía escuchar sobre el asfalto el sonido de sus propios pasos a la carrera, bajo la indiferente mirada de las estrellas. Ahora, todo volvía a estar en calma, la gente se quedaba en sus casas por temor al ataque de un país extranjero, y el cazador se movía de esquina en esquina con rapidez felina, evitando ser descubierto por soldados y patrullas. Un viejo amigo le había dado una dirección —como se suele decir la X marca el lugar— y él se dirigía hacia el sitio donde debía cobrar su botín. La situación era la siguiente. En algún lugar de aquella ciudad santa —templo de religiones— corrompida por el ser humano, donde hacía siglos se había abierto una delgada brecha hacia el oscuro abismo, un ser eructado por las tinieblas había poseído el cuerpo de una humana de espíritu débil. Sin embargo, la posesión no -24-


se había realizado totalmente con éxito. Así que la pobre víctima padecía ataques de furia y uno de los rasgos característicos de algunos demonios: una incontrolable sed de carne y sangre, preferentemente de otro ser humano. La misión que debía llevar a cabo consistía en matar a aquella pobre desgraciada, antes de que algún demonio la encontrase y la convirtiese en su adepta. Su alma iría al infierno de todos modos, arrastrada por las garras de la alimaña que anidaba en su cuerpo, y que tarde o temprano acabaría igualmente con su vida. Un punto brillante se iluminó en algún callejón oscuro o eso le pareció a aquel joven soldado, al que le tocaba estar de guardia aquella fría noche. Sin embargo, cuando se acercó con el fusil medio levantado y un ligero temblor en las manos, no descubrió nada tras la negrura de la callejuela. Fuese lo que fuese se había desvanecido. Miró a lo alto —en los tejados—, pero nada. Más lejos de allí, Lucas daba profundas caladas a un cigarro medio consumido. Había estado observando a aquel joven armado, que era un niño estúpido al que habrían idiotizado con mentiras sobre patrias y banderas. Él no tuvo elección, a él lo obligaron a ser un guerrero. Por mucho que lo intentaba, cada vez que olfateaba el miedo de un joven soldado que mantenía su arma en alto —cagado de miedo—, como si fuese un muro entre él y sus enemigos, no podía dejar de sentir lástima. Seguro que en esos momentos, aquel crío se daba cuenta de que prefería estar en cualquier otro sitio antes que defendiendo la patria. Apagó la colilla sobre el número de la puerta y se preparó a entrar. Comprobó con paciencia profesional que el cargador -25-


estuviese lleno y suspiró. Dejó su mente en blanco, con la única finalidad de negarse a sí mismo sentir compasión por su presa hasta que no hubiese concluido el trabajo. Forzó la cerradura con la rapidez y el silencio de un profesional y empujó la puerta, que se deslizó silenciosamente hasta que estuvo abierta de par en par. La oscuridad era total. Como cada vez que seguía un rastro correcto, sintió como una ráfaga de energía eléctrica recorría todo su cuerpo. Esa era la pequeña peculiaridad en su organismo que le permitía detectar la cercanía de un demonio y le convertía en un perseguidor tan eficiente. Sus pasos apenas sonaban sobre el suelo mientras su instinto lo conducía directamente hacia la fuente de aquella energía maligna que notaba recorriendo sus extremidades. La negrura seguía siendo absoluta. Por lo visto, la contienda por el alma de la joven seguía su curso —entre el demonio y ella misma— y eso la estaba llevando al borde de la locura. No era el primer caso que veía, pero no podía dejar de conmoverse al contemplar sus ojos vidriosos y desconcertados antes de recibir un balazo en la frente. Entre asustados y agradecidos ante la inminencia de la muerte. Entonces, llegó frente a la oscuridad que se abría en lo que debía ser una estancia más bien pequeña. Lucas escuchó la respiración entrecortada de su objetivo. No podía ver, pero no lo necesitaba. Apuntó a un lugar en el vacío con la certeza de lanzar un disparo mortal. Entonces un par de ojos blancos y redondos se materializaron ante el cazador, al final la joven había sucumbido al demonio. Llegados a este punto ya no quedaba espacio para los remordimientos. -26-


Dos intensos fogonazos iluminaron los rincones más oscuros, durante un instante pudo intuir los contornos de una habitación en la que había dormido, soñado y —tal vez— amado con pasión la que ahora era un monstruo. Las balas impactaron en el frágil cuerpo de la joven, salpicando de sangre oscura las paredes. Sin embargo, la vampiresa tuvo suficiente fuerza como para intentar saltar por encima de su atacante, y así poder escapar al cobijo de la oscuridad. Pero, para su desgracia, el demonio al que albergaba todavía no sabía casi nada sobre aquellos hombres que les daban caza, ni tampoco esperaba que en mitad de aquella arriesgada acrobacia una mano invisible le asiera de la escasa ropa que llevaba encima, y le golpease contra el suelo con toda la fuerza de su salto. Lucas sabía que tenía poco tiempo, los disparos y el golpe habrían alertado a los vecinos, que seguramente ya estaban al tanto del extraño comportamiento de la chica en las últimas semanas. Así que miró a aquellas dos diminutas esferas blancas que brillaban en medio de tanta negrura y apretó el gatillo por última vez aquella noche. Después silencio. Se palpaba los bolsillos en busca de un mechero mientras caminaba con paso sosegado calle abajo. No paraba de pensar en las vueltas que podía llegar a dar el destino, hacía poco más de un año que se había repetido aquella misma escena. Un piso ardiendo, con enormes llamas que salían por la ventana. Aquella treta debía ser suficiente para despistar a las autoridades el suficiente tiempo para largarse de allí como había llegado. En silencio. Tras la tensión del trabajo siempre fumaba -27-


un cigarro —le ayudaba a pensar—, si conseguía encontrar el maldito mechero, claro está. El cazador empezaba a pensar en retirarse de todo aquello, tal vez podría desaparecer en algún pueblecito de montaña donde la gente no hiciese demasiadas preguntas y hubiese algún oficio sencillo que desempeñar. Soñaba en secreto con una vida normal y calmada, lejos de la ira del cielo, el infierno y de ciertos hombres que ahora lo temían tanto o más que al propio diablo. Fuese como fuese, lo cierto era que estaba cansado. Muy cansado. Sacó una pequeña fotografía arrugada de su bolsillo en la aparecían él mismo y una hermosa joven. Ambos sonreían con la complicidad de los enamorados. Dio una profunda calada con la dolorosa sensación de que había perdido algo que jamás podría ya recuperar. Una vida entera entregada al horror no era algo que se recordase con gusto. Ahora, en el cenit de su vida, por fin tenía la oportunidad de dejarlo todo y buscar la felicidad por sí mismo. Sin embargo, había algo que lo detenía. Un sentimiento oscuro que se aferraba en torno a sus brazos como una cadena oxidada, y le impedía avanzar. En el fondo empezaba a tener miedo de no saber llevar otra vida mejor que aquella. Sacó el mechero con resignación del fondo de un bolsillo olvidado y encendió su pequeño premio del día. De pronto notó como sus piernas flaqueaban y tuvo que apoyarse en una pared. «Los años no perdonan, colega» —se dijo a sí mismo. ¿A quién pretendía engañar? Se hacía viejo y aún así sabía que jamás podría dejar aquello. Ese mundo de violencia formaba parte de él, eres lo que haces le dijeron una vez. Como el recuerdo estampado en aquella foto de la única mujer que -28-


había podido y querido amar en toda su vida. No sabía cómo moriría, tampoco tenía intención de averiguarlo, pero su única certeza era que cuando llegase el momento, encontrarían aquel pedazo de papel arrugado en sus frías manos. De pronto su teléfono móvil sonó y Lucas supo que tenía otro encargo entre manos. Antes de descolgar la llamada de aquel número desconocido, supo con certeza que aquel trabajo sería uno de esos que no olvidaría jamás y que se acumularía a ese enorme baúl que contenía sus más penosas vivencias. Miró al cielo y echó una gran nube de humo por la boca..., después descolgó el teléfono. —¿Si?

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Ximo Soler Navarro (Valencia, 1988) es un joven e inquieto escritor, que busca en la ficción una válvula de escape para un mundo que no comprende. Camina por las calles, buscando su hueco en una sociedad en constante cambio, e intenta reflejar los defectos de la vida en unos personajes tan extraños y contradictorios como él mismo. A día de hoy, publica su tercer libro y ya es miembro de la Sociedad Valenciana de Escritores y Críticos Literarios. Actualmente compagina su dedicación a las letras, ya sea como escritor o guionista de cortometrajes, con sus estudios universitarios de Historia, con la esperanza de poder vivir de aquello que le apasiona. Mira al futuro como un viajero perdido, que lleva un mapa que no sabe descifrar, sin embargo, se enfrenta a la vida con la esperanza y el sentido del humor de aquel que sabe que el camino siempre lleva a alguna parte.

Hace millones de años, cuando la Tierra era un vergel por habitar, Zeus creó tres razas distintas de humanos: La raza de oro, que fue destinada a interceder entre Dioses y mortales; la raza de plata que, por su fragilidad, recibió un paraíso virgen en mitad del océano; y la raza de bronce, que fue borrada de la faz de la tierra por su agresividad. Nada más se sabe de este pueblo de poderosos guerreros; el tiempo y el olvido consiguieron que la vida continuase como si nunca hubiesen existido. Sin embargo, en el más profundo pozo de los infiernos, el último de ellos espera —encadenado— el día en que pueda cobrarse una justa venganza contra el mismísimo Dios. En la actualidad, la ciudad de Stirling está sumida en una oleada de desapariciones y asesinatos totalmente antinaturales. Hay quién dice que son sacrificios provocados por sectas satánicas, hay quién asegura que el Diablo está recorriendo las calles de esta población escocesa; sin embargo, la realidad es mucho más horrible y ancestral. Ahora, el ser humano recordará por qué teme a la oscuridad.

www.edicionesjavisa23.com www.ximosoler.com

ISBN 978-84-940915-4-4

Código de Barras 9 788494 091544


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