La máscara de venecia (fragmento)

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Javier Garrit Hernรกndez

La mรกscara de Venecia

Ediciones JavIsa23



Novela de intriga

La mรกscara de Venecia

Ediciones JavIsa23


Ediciones JavIsa23 realiza esta edición especial con motivo del 5º Aniversario de la publicación de “La máscara de Venecia”, la primera novela de Javier Garrit Hernández; que vio la luz por primera vez en 2008 de la mano de la Editorial Cinctorres Club.

Título: La máscara de Venecia Edición especial 5º Aniversario http://lamascaradevenecia.blogspot.com © del texto: Javier Garrit Hernández www.javiergarritnovelas.com © de la fotografía de la portada: Isabel Alcalá © de esta edición: Ediciones JavIsa23 www.edicionesjavisa23.com E-mail. info@edicionesjavisa23.com Tel. 964454451 Maquetación y diseño de la portada: Ediciones JavIsa23 Primera edición: abril de 2013 Depósito legal: CS 235-2012 ISBN: 978-84-940008-6-7 Printed in Spain - Impreso en España Imprime: Publidisa www.publidisa.com Todos los derechos reservados. Queda prohibida, según las leyes establecidas en esta materia, la reproducción total o parcial de esta obra, en cualquiera de sus formas, gráfica o audiovisual, sin el permiso previo y por escrito de los propietarios del copyright, salvo citaciones en revistas, diarios, libros, Internet, radio y/o televisión, siempre que se haga constar su procedencia y autor.


Javier Garrit Hernรกndez

La mรกscara de Venecia



Aclaración del autor

Esta novela apareció por primera vez en abril de 2008 de la mano de Editorial Cinctorres Club, a día de hoy aparece en una edición especial por su 5º aniversario de la mano de Ediciones JavIsa23; sin embargo, aunque hayan transcurrido varios años desde su aparición, he optado por no cambiar nada de la versión original, ni siquiera una coma, con el fin de que mantenga la frescura que toda novela tiene cuando se trata de la primera escrita por un autor, aunque contenga ciertos fallos que todo escritor comete en sus inicios, a causa de la inexperiencia. La nota que sigue a continuación es, así mismo, la nota que se incluyó en la versión original, por lo que puede que en las ciudades descritas haya habido cambios en alguno de los edificios que aparecen en la novela; sin embargo, por los motivos que he mencionado con anterioridad, he optado por incluir la nota al inicio de la novela, así como la dedicatoria original.



Para mi esposa Isabel



Nota

Esta breve novela se encuentra ambientada entre la ciudad de Vinaròs (Castellón) y las ciudades italianas de Venecia y Roma. Así pues, todos los edificios, calles y monumentos arquitetónicos descritos en ella son reales y pueden verse en la actualidad. Aunque esta novela se encuentra escrita en castellano, habrá alguna referencia al italiano cuando aparezcan personajes de los dos idiomas en un mismo capítulo. Así mismo, al ser Vinaròs una ciudad costera de la Comunidad Valenciana, se podrá encontrar alguna referencia al Valenciano en cierto personaje que aparece de forma esporádica a lo largo de la novela.



I

Esa mañana el aire se respiraba puro, el sol incendiaba el capó de los taxis que esperaban en su parada, frente a la estación de Vinaròs, a que alguno de aquellos trenes trajera algún posible cliente con la necesidad de trasladarse al centro de la ciudad o hacia alguna población vecina. En el interior de la estación los trenes llevaban su horario con extrema puntualidad, acorde con la hora que marcaban las agujas del reloj colocado entre las dos puertas de la cafetería. Eusebio Martín contaba con sesenta y cuatro años, era un hombre bajo y grueso; de él destacaban su espeso bigote y su considerable alopecia. Ese día de primavera, se encontraba en el andén central, tras la línea amarilla, a un metro y medio de la vía uno, viendo la estación frente a él, mientras esperaba el tren de las diez y cuarto procedente de Barcelona, en el que llegaba un viejo amigo. Eran las nueve y cincuenta y cinco cuando Eusebio observaba su reloj de pulsera. Levantó la cabeza y miró hacia atrás, a lo lejos se divisaba la Ermita de la Virgen de la Misericordia, donde se albergaba a su vez a San -11-


Sebastián, patrón de Vinaròs. Volvió a darse la vuelta. Frente a él, sin haberse percatado de su llegada, tenía un hombre alto y rubio, de constitución fuerte; los rasgos de su cara eran de una extrema rudeza y su nariz estaba aplastada, como la de un boxeador. El extraño se dirigió a Eusebio con un pronunciado acento ruso. —¿Dónde está? —No sé de qué me habla —aclaró Eusebio. —Sí lo sabe —replicó el ruso—. El objeto que trajo de Venecia. **** Entonces en la mente de Eusebio empezaron a aparecer las imágenes de su viaje a Venecia cuando se encontraba con su grupo observando el Puente de los Suspiros, desde otro puente. Mientras la guía les iba explicando la función que tenía en la antigüedad aquel puente cubierto, Martín se apartó hacia atrás para tomar una fotografía de aquel puente; de repente sintió un fuerte golpe, un joven que corría había topado con él, cayendo ambos al suelo. El joven se levantó y ayudó a levantarse a Martín. —¿Se encuentra bien? —Podrías ir con más cuidado, mira hacia delante cuando vayas corriendo —respondió Martín. —Lo siento mucho —dijo el joven—. ¿Cómo se llama usted? -12-


—Eusebio Martín. —Ha venido a Venecia de viaje, ¿verdad? —Así es —contestó Martín—. Mañana regreso a España. —¿De dónde es usted? —preguntó el joven que parecía impaciente por marcharse. —De España, ya se lo he dicho. —Yo me refería a qué ciudad —insistió el joven. —De una ciudad llamada Vinaròs —dijo Martín empezando a perder la paciencia—. ¿A qué viene tanta pregunta? El joven le alargó una bolsa. —Siento mucho haberle tirado al suelo. Por favor, acepte este obsequio como disculpa. Eusebio cogió la bolsa y miró en su interior. —No puedo aceptarlo. Martín alzó la cabeza, con la intención de devolverle la bolsa, pero vio que el muchacho ya había desaparecido. **** El ruso permanecía inmóvil frente a Martín esperando una respuesta. —¿Quién es usted? —preguntó Martín, con un leve temblor de voz, mientras su garganta se secaba. —Mi nombre no le importa, ese objeto le fue robado a mi jefe. Tengo órdenes de recuperarlo, sea como sea —dijo el ruso—. Así que no me hagas enfadar y dime: ¿dónde esta? -13-


—Pero... pero yo no... yo no lo tengo, no lo tengo —respondió Martín tartamudeando. En ese mismo instante los altavoces anunciaban la llegada del tren procedente de Valencia, dentro de cinco minutos, en el andén central, vía tres. El ruso empezaba a impacientarse, cogió a Eusebio por el cuello de la camisa y le preguntó de nuevo. Martín le respondió aterrorizado: —Se lo di a otra persona. El tren, que iba a efectuar su llegada en cualquier momento, empezó a oírse en la lejanía. —¿A quién se lo dio? —preguntó el ruso. Eusebio giró la cabeza, sin responder. —Dígame su nombre y le dejaré marchar. —¡No! —respondió Eusebio—. Por favor, no. El tren comenzaba a entrar en la estación. —¡Su nombre! —gritó el ruso una y otra vez mientras agarraba a su víctima con más fuerza, acercándoselo—, ¡su nombre! Sin soportar más la tensión Eusebio cedió, terminando por decir el nombre, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas por haber traicionado a un amigo. —Es penoso ver a un hombre lloriquear —dijo el agresor. Con toda su rabia, el ruso giró bruscamente sus brazos, arrojando a Martín hacia la vía tres, en el mismo instante en el que efectuaba su entrada el tren procedente de Valencia, que -14-


arrolló el cuerpo de Eusebio, ante la mirada de perplejidad de la gente que esperaba el tren en el andén principal. El ruso salió corriendo hacia el paso subterráneo, cruzándolo y saliendo por el andén principal, corrió cruzando por delante del edificio de la estación y de la gente que no se atrevían a cortarle el paso, hasta la rampa para minusvalidos colocada en el lateral, bajó por ella hasta llegar a la parada de taxis situada justo al lado, y subió a uno. —¿A dónde vamos? —preguntó el taxista. —Al centro de la ciudad —respondió el asesino. Mientras el taxista ponía el motor en marcha, el ruso cogió su teléfono móvil, marcó un número y se llevó el aparato a la oreja. El taxi aceleró girando hacia la izquierda hasta desaparecer de la vista de la gente aglomerada en la puerta de la estación, sorprendidos por lo que acababan de presenciar.

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II

El tren permanecía detenido casi una hora, en su entrada a la estación. Los pasajeros sólo sabían que la policía había cortado la vía y, por lo tanto, tendrían que esperar un buen rato. En los primeros vagones la gente empezaba a comentar que, al parecer, por lo que veían por las ventanillas, alguien se había caído a las vías y que otro tren se lo había llevado por delante. Carlos Beltrán tenía cincuenta y nueve años, el pelo gris y un cuerpo sano, que mantenía practicando deporte periódicamente. Permanecía sentado en su asiento, viendo por la ventanilla cómo los policías buscaban con los perros entre las vías, mientras en el andén un policía tomaba declaración a los presentes y otro inspeccionaba los andenes. Beltrán había pertenecido a la policía de homicidios en Barcelona durante más de treinta y cinco años; su intuición le decía que allí había pasado algo más que un simple accidente. Desde el andén uno de los policías indicó con un ademán que el tren podía avanzar y terminar así su entrada en la estación. Al efectuar su parada, las puertas se abrieron y los pasa-17-


jeros empezaron a salir apresurados, Beltrán se levantó despacio de su asiento, extendió sus brazos hacia arriba para coger del portaequipajes una pequeña maleta y una bolsa de viaje. Mientras Beltrán bajaba del tren, hacía su aparición un hombre de unos cuarenta y tantos, alto, moreno, con buen corte de pelo y vestido con ropa informal; era el inspector Ramón Díaz. Habían delegado a Díaz, desde Castellón, para hacerse cargo de la investigación. Beltrán siguió andando hacia la salida; según se acercaba, oía la conversación que el inspector tenía con uno de los agentes. —¿Qué saben? —Según los testigos, un hombre de aspecto fuerte, ellos dicen que de algún país del este, arrojó a otro a las vías —respondió el agente—. Dicen que cruzó del andén central a éste por el paso subterráneo y luego huyó por la rampa que hay en el lateral. —¿Cómo se fue de aquí? —preguntó el inspector. El agente se rascó la cabeza. —Al parecer cogió un taxi; están aparcados junto a la estación. —¿Nadie intentó cerrarle el paso? —preguntó Díaz extrañado. —No, señor; ninguno de los testigos se atrevió a hacerle frente —el agente tomó aire y prosiguió—. Pero estamos intentando localizar el taxi con el que huyó. -18-


—¿Han identificado a la víctima? —preguntó el inspector rascándose la barbilla. —Sí, señor —el agente le enseñó un billetero que habían encontrado con la documentación de la víctima—. Se llamaba Eusebio Martín. El nombre resonó en los oídos de Carlos Beltrán, cuando estaba casi al lado de los dos policías, tambaleante se dirigió a uno de los bancos, se apoyó primero con una mano en el respaldo y posteriormente se sentó, curvando el cuerpo hacia delante con los codos colocados en sus rodillas, apretó sus manos sobre su cabeza en un intento por reprimir las lagrimas. Alzó la mirada hacia Díaz, se levantó y se dirigió hacia él. —Perdone mi intromisión —dijo Beltrán. El inspector le miró. —¿Qué desea? —Yo era amigo de Eusebio —Carlos se secó las lágrimas con la mano—. Me gustaría ayudarles en su investigación. Díaz le miró desconcertado. —Si de verdad quiere ayudar, espere aquí para que un agente le tome declaración. —Puedo ayudarles, he pertenecido a la policía durante más de treinta y cinco años —protestó Beltrán mientras veía cómo el inspector se daba la vuelta haciéndole caso omiso. En ese instante un agente se presentaba ante Beltrán para tomarle declaración. —Dígame su nombre y su relación con la víctima —dijo el -19-


policía mientras se preparaba un pequeño bloc y un bolígrafo. —Mi nombre es Carlos Beltrán y era muy amigo de Eusebio Martín —mientras hablaba las lágrimas volvían a aparecer en sus ojos—. Había quedado hoy con él, tenía que venir a buscarme a la estación. El policía dio la impresión de querer realizar otra pregunta, pero se detuvo al sentir una mano en su espalda, se volvió y vio tras de sí a Díaz. —Esto es cosa mía, vaya a interrogar al resto de los testigos. El agente guardó su bloc y se retiró, encontrando extraño el modo de actuar de su superior, pensamiento con el que coincidía Beltrán. —¿Es usted Carlos Beltrán Adánez? —preguntó el inspector mirándole de arriba abajo—. ¿El famoso policía de Barcelona? Beltrán asintió con la cabeza. Carlos Beltrán había sido uno de los policías más conocidos, por la captura de un conocido asesino en serie de Barcelona, el cual tras violar a sus víctimas las degollaba, dejando su cuerpo sin vida desnudo en mitad de alguna calle. Nunca dejaba pistas, por lo que tenía a la policía desconcertada. Beltrán y su compañero, tras mucho tiempo persiguiéndole, lograron darle caza. Según la versión oficial, el asesino murió en un tiroteo con los dos policías. Después de aquello Beltrán se retiró. —Si lo desea, me puede acompañar en la investigación -20-


—dijo Díaz—. Observar y darme su opinión de los hechos. —¿A qué viene ese cambio repentino de parecer? —preguntó Beltrán. —He seguido todos sus casos —respondió Díaz—. Me parece usted uno de los mejores policías que ha tenido este país, me gustaría contar con la colaboración de un experto en homicidios como usted. En ese momento uno de los policías entró en la estación acompañado de otro hombre, dirigiéndose hacia el inspector. —Señor, hemos encontrado al taxista —dijo el policía, señalando al hombre que venía con él—. Su nombre es Joaquín González. —¿Señor González, subió en su taxi un hombre, sobre las diez y cinco minutos? —Así es —respondió el taxista. —¿Qué aspecto tenía? González se rascó la cabeza, intentando recordar. —Parecía de un país del este, era alto, fuerte y tenía aspecto de boxeador, por su nariz aplastada. —¿Dónde lo dejó? —preguntó Díaz. —Delante de la iglesia de Vinaròs. —No creo que todavía siga allí —dijo el inspector—. Ha pasado más de una hora desde entonces. —Señor González —intervino Beltrán—, ¿recuerda si durante el trayecto su cliente dijo o hizo algo extraño? —No —respondió, rectificando inmediatamente—. Bue-21-


no, ahora que lo menciona, estuvo hablando por su móvil en portugués o en italiano, no entendí bien el idioma. Díaz le dio las gracias al taxista por su colaboración y se alejó para hablar por su teléfono móvil; cuando terminó, se acercó hacia Beltrán. —Tengo que ir al centro de la ciudad, para pedir la colaboración de la policía local y facilitarles la descripción que los testigos nos han dado del hombre que andamos buscando, ¿quiere que le lleve? —¿Eso significa que me permite ayudarle en la investigación? Díaz asintió con la cabeza.

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III

La Piazza San Marco, situada en el corazón de Venecia, atrae a cientos de visitantes, venidos de todo el mundo, deseosos de conocer esta ciudad, irrepetible, donde no hay coches, y el asfalto es sustituido por el agua de sus ciento setenta canales. Una ciudad extraña, que mantiene intacta la fisonomía que lucía ya en el siglo XVI. Los turistas ven cómo las palomas van por el suelo, en busca de los granos que los visitantes les echan para comer, y los leones poseen alas, montados en las columnas desde donde observan todo lo ocurrido a través de los siglos, en este conjunto de islotes, con casas construidas sobre pilotes de madera incrustados en los terrenos inestables de la laguna. Las terrazas situadas alrededor de la Piazza San Marco, alojan sus veladores, sus mesas, sus sillones, y a los incontables turistas que allí se detienen para relajarse, tomar un cappuccino y deleitarse con las orquestas pertenecientes a los diferentes cafés y que contribuyen a disfrutar del espectáculo que significa la visita a esta ciudad detenida en el tiempo. -23-


La rutina a la que estaba acostumbrado el embaldosado mármol de la Piazza San Marcos se rompía ante los preparativos que tenían lugar, frente a la Basílica de San Marcos, unos días antes de la visita del Papa. Allí daría uno de sus multitudinarios discursos y posteriormente oficiaría una misa en el interior de la Basílica, en honor de su gran amigo el obispo Aurelio Vettore, quien falleció, a causa de un infarto, en la propia basílica hacía exactamente un año. En la terraza del café «Florian», Fabio Cavonne tomaba su espresso, como cada día a la misma hora. Aunque hoy era diferente; había recibido una llamada que parecía haberle dejado preocupado. El hombre que había mandado a España para recuperar un valioso objeto había fallado y, a causa de su impaciencia, había puesto en peligro sus planes. Él había realizado varias llamadas con posterioridad, sin percatarse que, en la mesa de al lado, un hombre con una grabadora estaba registrando todo lo que decía, aunque Cavonne siempre intentaba ser precavido y no decir en público nada que pudiese ser perjudicial para él. Volvió a coger su móvil, y marcó. —Sí, dígame —respondió en italiano una voz con cierto acento ruso, perteneciente al hombre que había llamado al principio. —Soy Fabio. Préstame atención. He enviado a alguien de confianza a buscar al hombre que te dijo ese tipo. Me ha llamado hace unos instantes para decirme que ya le ha localizado. Cuando descubra dónde tiene escondido lo que buscamos, -24-


ya te llamaré para darte instrucciones. El hombre que había al otro lado del teléfono no dijo nada, como si aceptara las ordenes simplemente sin rechistar, y Cavonne colgó el teléfono, dirigiendo su mirada hacia la Basílica, donde había una tarima desde donde el pontífice realizaría su discurso y una gran pantalla situada en lo alto de la torre del Campanille, situada frente a la Basílica, a un lado de la piazza —hacia la Piazzeta San Marco—, desde la que se retransmitiría la misa, que el Papa oficiaría en el interior, puesto que el aforo de la Basílica era limitado. **** A más de 530 Km. de Venecia, en la ciudad de Roma, Sofía Barletta salía de la Via delle Murate, una bocacalle que cruza desde la Via del Corso hacia la Fontana di Trevi, una de las más famosas fuentes de Roma. La cara de Sofía reflejaba desilusión y rabia. Aunque es una buena policía, llevaba casi un mes tras la pista de un asesino llamado Andrei, cada vez que se encontraba a punto de darle caza éste desaparecía. Según su investigación, Andrei vivía en una pequeña pensión de la Via delle Murate. Pero, cuando fue allí, la dueña le informó que Andrei desalojó su habitación, hacía ya tres días. Sofía maldecía que ese asesino se le hubiera vuelto a escapar. Al parecer, su captura la conduciría a un pez mucho mayor. Sofía se dirigió a la gran escalinata que desciende frente a -25-


la majestuosa Fontana di Trevi, en donde se hallaban sentados una gran cantidad de turistas con sus cámaras de fotos y vídeo. Algunos de los visitantes se sentaban al borde de la fuente, de espaldas, echando monedas hacia atrás, puesto que, según dice una creencia popular, si echas una moneda a la Fontana, la vuelta a Roma está asegurada. La agente Barletta se quedó al borde de la escalinata contemplando aquella obra barroca, mientras intentaba pensar dónde podría haber ido Andrei. De repente su teléfono móvil empezó a sonar. Miró el número registrado en la pantalla, y descolgó. —Dígame, comisario. —¡Sofía! —respondió el comisario—, hemos interceptado unas llamadas efectuadas desde España a Fabio Cavonne. Parece ser que podrían haber sido realizadas por Andrei. —Y quieren que vaya a comprobarlo —aclaró Sofía. ¿En qué lugar de España se encuentra Andrei? —En una pequeña ciudad del Mediterráneo —respondió el comisario—. La ciudad se llama Vinaròs.

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Francisco Javier Garrit Hernández nació en Ulldecona (Tarragona) el 23 de agosto de 1979. Desde hace varios años reside en Vinaròs (Castellón). Es autor de “La máscara de Venecia”, “La Brújula”, “El secreto de la Misericordia” y “El anillo perdido del Papa Luna” “La máscara de Venecia” fue publicada por primera vez en 2008 por la editorial Cinctorres club. Actualmente Ediciones JavIsa23 publica esta edición especial para celebrar el 5º aniversario de la publicación de La máscara de Venecia y el principio de Javier Garrit Hernández como escritor.

La máscara de Venecia En la ciudad de Vinaròs es asesinado Eusebio Martín. Su amigo Carlos Beltrán, policía retirado, se ofrece al inspector Ramón Díaz, para ayudarle a esclarecer el caso. En el transcurso de la investigación, aparece Sofía Barletta, una policía que llega a Vinaròs desde Italia en busca de un peligroso asesino. Los tres descubrirán que Eusebio Martín murió porque tenía en su poder un objeto. Un objeto que destapará una trama de corrupción y poder que desembocará en el atentado planeado contra una conocida personalidad del mundo político y religioso. La novela nos lleva de Vinaròs a Venecia y Roma; donde, paralelamente a la investigación de Carlos Beltrán, Ramón Díaz y Sofía Barletta, tiene lugar una lucha política entre los dos candidatos a la presidencia italiana. www.lamascaradevenecia.blogspot.com www.edicionesjavisa23.com www.javiergarritnovelas.com

ISBN 978-84-940008-6-7

9 788494 000867


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