La Orden del Sol Las Sombras de la Triada Luna Marina Soler
Luna Marina Soler Luna Marina Soler nació en Málaga, aunque creció en diferentes comunidades autónomas como Cataluña, País Vasco y Galicia, hasta llegar a Murcia, concretamente, a Cartagena, ciudad en la que reside en la actualidad. En 2005 descubrió que quería ser escritora, y desde entonces no ha dejado de escribir bocetos de muy distintas historias. Sin embargo, no fue hasta 2009 que surgió una en concreto que la cautivó de tal modo que desde entonces aún continúa escribiéndola: La Orden del Sol. Como es una historia larga, la distribuyó en diversos libros, formando con ello una saga.
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Los dos primeros títulos de la saga
La Orden del Sol
El Principio del Fin Un extraño sueño... Una oscura Mansión... Voces que nadie más oye... Un atractivo muchacho...
Las Sombras de la Tríada Una antigua Orden secreta... Un fuerte deseo de venganza... Un futuro glorioso de poder absoluto... Una hermosa muchacha...
Toda historia tiene más de un punto de vista...
LA ORDEN DEL SOL, 1
LAS SOMBRAS DE LA TRÍADA
Ediciones JavIsa23
Título: Las Sombras de la Tríada La Orden del Sol, 1 www.laordendelsol.com © del texto: Luna Marina Soler www.lunamarinasolerescritora.blogspot.com © Ilustraciones de la portada e interior: Fany Carmona www.fanycarmonailustradora.es © de esta edición: Ediciones JavIsa23 www.edicionesjavisa23.com E-mail. info@edicionesjavisa23.com Tel. 964454451 Maquetación: Javier Garrit Hernández Primera edición: diciembre de 2013 ISBN:978-84-941713-4-5 Depósito legal: CS 435-2013 Printed in Spain - Impreso en España Imprime: Serra Industria Gráfica s.l. Pol. Valldepins Parc. 9-11 43550 Ulldecona (Tarragona) Tel. 977 720 311 Todos los derechos reservados. Queda prohibida, según las leyes establecidas en esta materia, la reproducción total o parcial de esta obra, en cualquiera de sus formas, gráfica o audiovisual, sin el permiso previo y por escrito de los propietarios del copyright, salvo citaciones en revistas, diarios, radio, televisión y/o blogs de Internet, siempre que se haga constar su procedencia y autor.
Luna Marina Soler LAS SOMBRAS DE LA TRÍADA LA ORDEN DEL SOL
DEDICATORIAS Y AGRADECIMIENTOS Quiero dedicar este libro a mi ilustradora, Fany Carmona, porque con ella vi el mundo de las sombras de un modo muy interesante. Y quiero agradecer a Lucía y Arantxa su ayuda en la difusión del primer libro de la saga. Su entusiasmo, ánimo y alegría al descubrir que era escritora me hizo muy feliz. De igual modo, al resto de mis compañeros del telepiza, por su apoyo e interés. Destacando a Manoli, Rosa, Rocío y Regina. También a Dani por su divertida entrevista. ¡Gracias a tod@s, sois geniales! Luna Marina Soler
He ante mí un terrible abismo cuyo interior contiene una débil luz. Luz que titila llamándome a gritos, rogando ser liberada de su esclavitud Era un portal a otro mundo abierto de pronto ante mi espejo. Era un espacio profundo al cual me lancé sin resuello. La oscuridad cegó mis ojos. El miedo inundó mi mente. Nada se oye, nada se siente, a excepción de un vacío loco. El leve fulgor de una luz cristalina era pequeña señal de vida latente. Mas acercándome a ella vi de repente incipientes enemigos a cada esquina. Sus rostros, reflejo de la muerte eran. Sus gestos, señal de su vileza interna. Sus labios, no emitían palabra verdadera. Sus ojos, rejas de una luz prisionera. Terror infinito inundó mis sentidos. Y, jadeante, me vi de nuevo ante mi espejo sin entender el significado de lo vivido; pues aquel abismo era de mis ojos el reflejo. 9
PRÓLOGO La luz de la habitación se encendió de pronto, despertando de un sobresalto al niño que dormía en la cama. Algo iba mal, intuyó el pequeño, mientras observaba confuso a su alrededor. La presencia de un hombre muy alto, fornido, vestido todo de negro, de porte imponente e intimidante, no fue precisamente tranquilizadora, reafirmando su impresión de que algo malo ocurría. —Hola, Alejandro, ¿sabes quién soy? —preguntó el hombre con voz potente y una extraña mirada de reconocimiento. El niño negó con la cabeza, aguardando con cierta opresión la respuesta. —Soy tu padre, y ahora tenemos que irnos. —¿Dónde está mi madre? —quiso saber el pequeño, sintiendo temor ante la idea de irse con ese extraño sin ella. Pero el desconocido jamás llegó a contestar, pues otro hombre, con rostro alterado y mirada frenética, entró en la habitación gritando: —¡Son los de la Orden! ¡Están prendiendo fuego a la casa! El que decía ser su padre cogió a Alejandro en brazos, de manera tan rápida que éste no tuvo tiempo ni de reaccionar. El niño se dejó llevar, sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo, hasta que los gritos de una voz conocida llamaron su atención. 11
—¡Suéltame! ¡No! ¡Mi hijo! ¡Por favor! —¡Mamá! —gritó el niño tratando de liberarse—. ¡Suélteme! —Es demasiado tarde para ella, los de la Orden la han atrapado, nosotros debemos huir o nos quemaremos —explicó contundente su padre, agarrándolo con más fuerza. —¡No me iré sin ella! ¡Suélteme! —ya no oía los gritos de su madre, y eso le asustó más que el fuego que se propagaba por toda la casa amenazando con devorarlos a todos—. ¡Mamá! Su padre se disponía a saltar por la ventana en ese mismo momento, pero Alejandro se agarró con todas sus fuerzas al marco de la misma consiguiendo que, por unos segundos, el hombre aflojara su presa; segundos que el niño aprovechó para liberarse. Fue veloz hacia donde había oído los gritos, pero no pudo avanzar por el fuego. Sin embargo, logró ver a lo lejos a su madre forcejeando con un hombre, el cual no dudó en golpearla con fuerza. Alejandro trató de llegar a ella por otro camino, hasta que un cuadro ardiendo cayó al darse la vuelta y tuvo que lanzarse al suelo para esquivarlo. El humo era asfixiante, el calor insoportable, el mismo suelo en el que estaba tirado parecía despedir llamas, todo a su alrededor era una sofocante masa de fuego que trataba de devorarlo sin piedad. Y allí, tosiendo y buscando con desesperación un hueco por el que colarse para cruzar el fuego, fue cuando vio el collar que su madre siempre llevaba puesto. Era un Ank egipcio precioso, rodeado de jeroglíficos, que a él le encantaba; no dudó en cogerlo y guardarlo en su bolsillo. Justo entonces vio acercarse al hombre que había golpeado a su madre, llevaba un extintor en una mano y una espada en la otra. El extintor no parecía tener mucho efecto ante tantas llamas, pero lo que Alejandro se quedó mirando fijamente fue la 12
espada, la cual estaba manchada de sangre; sintió un escalofrío helado. Cuando tuvo al hombre lo bastante cerca, se dio cuenta de que ya lo había visto en otra ocasión; aunque lo que más le inquietó en ese momento fue su repentino rostro de temor hacia algo que estaba detrás del propio niño. Al darse éste la vuelta, descubrió al hombre que afirmaba ser su padre, y la imagen que vio de él fue aterradora. Poco después, se sumió en la oscuridad.
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UNA MISTERIOSA MUJER Desperté empapado en sudor, algo muy normal en pleno agosto, y más viviendo en Madrid, pero no era ésa la razón por la que me sentía perturbado. El sueño estaba grabado en mi mente, y aún podía verlo escena tras escena. Lo peor del caso es que no era un sueño, sino el recuerdo del día en que cambió mi vida para siempre. Hacía meses que no soñaba con eso, de pequeño solía ser mi pesadilla más recurrente, pero ya había otras cosas que ocupaban mi subconsciente. Unos extraños ruidos en la planta de abajo llamaron mi atención de pronto. «¿Sería eso, y no ese antiguo recuerdo, lo que me ha despertado?». Introduje veloz la mano bajo la almohada, sacando una daga de plata que siempre llevaba conmigo. Acto seguido, me puse de pie y caminé sigiloso hacia la puerta de mi habitación. Al abrirla, descubrí algo que me puso nervioso: Hugo, mi sombra, no estaba allí vigilando. Eso era demasiado raro. ¿Qué podía suceder de tanta relevancia para que Hugo no cumpliera con su función de vigilante y protector? Nada. La única explicación era que le hubieran atacado, y, por lo que oía, abajo había un grupo de personas hablando de manera excitada. Antes de bajar, me dirigí a la habitación de armas para ir bien preparado con una ballesta y una espada. Como lo único que lle15
vaba puesto era el pantalón del pijama, no pude armarme mucho más. La gran casona estaba oscura y silenciosa, a excepción de las voces que llegaban de la planta baja; yo me encontraba en la tercera. Bajé con todo el sigilo del que era capaz, con cada sentido alerta a cualquier ruido, cualquier movimiento, cualquier amenaza. Las voces eran cada vez más claras; había una que predominaba a todas las demás y que me resultó familiar. La identifiqué cuando estuve en la planta baja; hacía mucho tiempo que no la oía, pero era sin duda la de Argos, la mano derecha de Samarac, mi padre. Eso me proporcionó una leve tranquilidad. Si Argos estaba allí, significaba que no habría peligro, o debería de significarlo. Por si acaso, no bajé la guardia. Los traidores eran igual que las cucarachas, se escondían y reproducían a gran velocidad, y, cuando creías haber acabado con todas, te das cuenta de que tienes una plaga. Asomé con cuidado la cabeza para ver quiénes estaban en el salón. Lo primero que vi fue a Argos, un corpulento, alto y poderoso aliado de Samarac, de cabellos tan rubios que se veían blanquecinos, y con unos ojos de un profundo azul. Se encontraba erguido con porte orgulloso, y la mano derecha alzada mostrando la cabeza de un hombre en ella. Esa imagen no me causó un especial impacto, lo que sí lo hizo fue el ver allí a Hugo con rostro tranquilo, despreocupado y… feliz. «¿En qué universo paralelo puedo encontrarme en donde Hugo, en vez de estar en su función de mi eterno guardián y serio protector, esté tranquilamente en el salón y… ¡con mi padre al lado!?». Era evidente que aún seguía dormido, solo en mis sueños podía darse un caso tan insólito. 16
—El muy necio creyó que iba a unirme a él, por eso pude acercarme lo suficiente para decapitarle —comentó Argos risueño. —¿A qué dios pertenece esa cabeza que ha conseguido liberarme de la eterna persecución de Hugo y que mi padre no le mate por ello? —pregunté cuando confirmé que los que habían en el salón eran fieles a Samarac. Todos los ojos se clavaron en mí, y yo bajé las armas, dejándolas en el sofá más cercano, para evitar malos entendidos. Habiendo unas dieciocho personas en el salón, yo solo me centré en tres: Samarac, Argos y Hugo. —El dios de los traidores, hijo —contestó mi padre con una sonrisa enorme que jamás había visto en él—. Concretamente, Carlos, el líder de los rebeldes. Tardé un par de segundos en procesar la información, por lo sorprendente de la misma. Mis ojos se clavaron veloces en la cabeza que aún sostenía Argos en su mano, y la miré con detenimiento. ¿Podía ser ése el que lideraba el grupo de rebeldes que quería vernos muertos a Samarac y a mí? ¿Ése era el responsable de que tuviera, desde hacía doce años, siempre a alguien vigilándome? Solo le había visto una vez en mi vida, la vez que él mismo se reveló como líder de los opositores a Samarac y vino dispuesto a matarnos. Era un niño en aquel entonces, pero recordaba a la perfección su mirada enfurecida, sus colmillos afilados y su disposición para matarme. —Argos ha conseguido acercarse a él inventando que quería unirse a su causa. Como ya sabes, Argos y Carlos habían sido siempre buenos aliados, antes de la traición de este último; el pobre idiota le creyó, y aquí está el resultado —me explicó Samarac—. Sin su líder, los rebeldes no tardarán en caer, ya no tienen a quién seguir. Están acabados. 17
«Están acabados —me repetí saboreando el significado de cada palabra—. Los rebeldes están acabados… lo que significa que… soy libre». Mientras observaba la siniestra cabeza sin vida, un recuerdo muy lejano vino a mi memoria; curiosamente, era justo el siguiente al sueño que acababa de tener.
✴✴✴✴ Despertó dolorido en la cama más grande que había visto nunca a su corta edad, habrían cabido sin problemas cinco personas adultas en ella. El pequeño se sentía desorientado y aturdido; sin embargo, un miedo repentino le recorrió por completo cuando vio sentado al fondo de la habitación al hombre que afirmó ser su padre horas antes. —Al fin despiertas, ¿acostumbras a tener siempre un sueño tan profundo? —preguntó con voz fría y baja. —¿Y mi madre? —interrogó el niño en cuanto los recuerdos volvieron a él. —Muerta. El captador de la Orden la mató, y luego trató de ir a por ti para matarte también, por fortuna llegué a tiempo de salvarte. La primera palabra fue la que mejor escuchó, pero también la única que fue incapaz de asimilar. Se quedó quieto en la cama sin poder decir nada, sin apenas respirar, sintiendo como un inmenso y doloroso vacío crecía dentro de sí. Sus ojos empezaron a arder. —Has tenido suerte de que os encontrara antes que la Orden, de otro modo tú también habrías muerto —continuó explicando al ver que él no hablaba, impasible ante las fuertes emociones que el niño estaba padeciendo en ese momento—. Si tu madre no hubiera sido tan estúpida de ocultarte de mí, esto nunca… 18
Más rápido de lo que jamás se había movido a esa edad, Alejandro se lanzó a por aquel extraño. No pensó en las consecuencias que podía tener esa acción, ya que siempre había tenido mucha fuerza, incluso siendo un niño de siete años; quería pagar con alguien el dolor que sentía en ese momento, y el que Samarac hubiera insultado a su madre hizo que se convirtiera en su blanco. Sin embargo, eso nunca ocurrió, ya que jamás pudo llegar a tocarle. Al acercarse a él, Samarac se levantó, y cuando estaba a punto de golpearle, sintió como una mano de hierro se aferraba con fuerza al cuello de la camisa de su pijama, elevándole del suelo hasta colocarlo a la altura de sus ojos. El niño observó con miedo el rostro sereno de aquel hombre mientras trataba de aflojar la opresión de su agarre, el cual comenzaba a asfixiarle. El miedo del pequeño aumentó al ver un fondo rojizo amarillento en sus ojos negros; fue solo un destello, pero fue aterrador. Más aún cuando veía que ninguno de sus esfuerzos por liberarse de su puño de acero no obtenía resultado alguno. —Atacar a un desconocido siempre entraña el riesgo de no saber si podrás con él —murmuró el siniestro hombre en un tono tan calmado como frío. Al niño cada vez le costaba más respirar, intentaba introducir la mayor cantidad de aire posible a sus pulmones, pero empezaba a ser imposible. Vio un nuevo destello en sus oscuros ojos, dándose cuenta de que ese rojizo amarillento parecía tenerlo siempre, salvo que en ocasiones centelleaba. Y entonces le soltó. Cayó al suelo con agilidad, a pesar de todo, y tosió alejándose lo máximo posible de él. Su cabello castaño cubrió uno de sus ojos levemente anaranjados en aquel entonces, y lo apartó 19
con rapidez queriendo tener su campo de visión despejado para centrarse en aquel hombre que… no era un hombre. —¿Qué… qué…? —no sabía cómo formular la pregunta—. ¿Qué es usted? —¿Nunca te ha dicho tu madre por qué con solo siete años eres tan fuerte como un hombre adulto? ¿Crees que es normal que un niño tenga unos reflejos tan buenos, una visión tan aguda, un oído tan fino, un olfato tan desarrollado o una velocidad tan sorprendente? —planteó con voz pausada, avanzando un paso hacia su hijo—. La respuesta es no; y al llegar a adulto, todo eso se habrá duplicado. Y, sin embargo, no es nada en comparación a lo que podrías llegar a ser… El pequeño quedó asombrado por todo lo que ese extraño parecía saber de él, cosas que solo su madre y él mismo conocían. Le dolió volver a recordarla… ella siempre le decía que no mostrara —a pesar de lo mucho que le gustaba hacerlo— sus habilidades con nadie; ni con adultos, ni con niños. Y él solía obedecerla, lo intentaba al menos. —¿Cómo sabe usted eso? —Porque soy tu padre, como ya te dije, y porque no soy humano —afirmó con fría naturalidad—. Por lo tanto, tú tampoco podías salir como un niño… normal, ¿verdad? —¿Qué es usted?—preguntó de nuevo. —Un vampiro desde hace cerca de un milenio —musitó, y antes de continuar tragó saliva—. Aunque, desde hace casi una década soy… un vamp-lobo —la última palabra la soltó mostrando un gran esfuerzo e incluso dolor; su hijo no entendió el motivo. —¿Un vampiro… es ese monstruo que bebe sangre? —preguntó recordando que hacía poco más de un año, pintó en clase de dibujo a un vampiro y su profesora le había explicado lo que era. 20
—Sí. Pero «monstruo» es la palabra utilizada por los débiles que temen nuestra superioridad y se autoprotegen tachándonos de criaturas inferiores, cuando, en realidad, somos notablemente superiores —explicó con una leve sonrisa. —¿Y qué es un vamp-lobo? —preguntó Alejandro a continuación, seguro de que jamás había pintado a esa criatura. —Un vampiro mordido por un licántropo —su rostro volvió a ser serio—. Esa mordedura hace que el vampiro sea más débil, acorta su vida, y puede salir a la luz del sol sin sufrir ningún daño —explicó lacónico, volviendo a clavar sus ojos negros (con otro pequeño destello rojizo amarillento) en los del niño—. El que sea un vamp-lobo es la razón por la que tu madre te ha ocultado siempre de mí. Alejandro sintió una fuerte punzada cerca del corazón. Prefería seguir hablando de las rarezas de ese hombre a que hablara de los motivos de su madre para ocultarle todas esas cosas, pero no consiguió hablar. —Debes saber que no soy un vampiro cualquiera… «Vamp-lobo» no es una palabra que me guste usar, por lo que no volveremos a decirla en lo referente a mí —añadió en un tono que no admitía réplica—. Soy uno de los tres vampiros más poderosos del mundo, por lo que tengo muchos enemigos. Después de que me mordiera ese maldito licántropo, mis días están contados, y muchos de los que desean ocupar mi posición se han unido para rebelarse contra mí. Ninguno de ellos dudará ni un segundo en matar al que de verdad ocupará ese lugar —afirmó observando a su hijo con un prolongado destello rojizo amarillento. El pequeño se quedó esperando a que continuara hablando, mas no lo hizo. Se limitó a mirarle como si esperara que fuera él 21
quién dijera algo. Segundos después, Alejandro decidió preguntar lo que tanto quería saber, aunque le costara decirlo. —No entiendo q-qué tiene eso que ver con que mi-mi madre me ocultara de usted. —Es muy sencillo, Alejandro, tú eres el que ocupará mi lugar —develó aumentando la intensidad de su voz para dar más fuerza a sus palabras, como si no fueran lo bastante fuertes ya—. Y tu madre no quería eso por todos los enemigos que tendrías, por todos los que querrían matarte. Ella pensó que lo mejor era huir de todo y que así te mantendría a salvo. Y por esa manera absurda de pensar es por lo que ha caído en las garras de otro enemigo, el eterno enemigo: los cazadores de vampiros. La Orden del Sol.
✴✴✴✴ Argos dejó la cabeza encima de la mesa produciendo un sonido repugnante que me hizo regresar de golpe al presente. —¿Esto quiere decir que ya no necesito tener a Hugo como mi eterna sombra nocturna? —pregunté esperanzado. —No hay que lanzar cohetes con tanta rapidez, Alejandro —respondió Samarac—. Todavía podría querer algún otro incauto ser el próximo líder, querer ocupar tu sitio como sucesor y matarte para conseguirlo. Hasta que no estén todos incinerados no se puede cantar victoria. Mi entusiasmo se esfumó. Debí haber supuesto que Samarac no correría riesgos, que se aseguraría concienzudamente de que ya no quedaran rebeldes antes de dejarme a mi aire. Apreté con fuerza los dientes como único medio de expresar mi frustración. —En ese caso, me voy ya —informé con fingida indiferen22
cia—. Tengo que seguir vigilando a la muchacha, ya estoy cerca de descubrir su don y…—me acerqué a la ventana para descorrer un poco la cortina, dejando que un débil rayo de sol penetrara en la habitación, molestando con ello a todos los presentes—… está amaneciendo —finalicé con una amplia sonrisa. Cogí de nuevo las armas para dejarlas otra vez en su sitio, y subí a mi cuarto cerrando la puerta tras de mí. «El líder de los rebeldes ha caído al fin… un enemigo menos del que preocuparse» —pensé mientras descorría todas las cortinas, dejando que el sol naciente inundara la lujosa y amplia habitación. Era casi como un pequeño apartamento, ya que tenía una pequeña cocina americana, nevera, sofá, televisión, un amplio espacio para hacer mis ejercicios diarios, una puerta que daba a mi cuarto de baño exclusivo, e incluso tenía una cama, que era lo que menos utilizaba pues solía dormir en diferentes lugares. Lo primero que hice fueron mis ejercicios matutinos: flexiones, abdominales, pesas, estiramientos, etc. Estar en forma, en mi caso, no era algo estético, ni tan siquiera de salud; en realidad, era algo vital para mi supervivencia. Durante los últimos doce años me habían entrenado para defenderme contra poderosos vampiros y licántropos, y eso había requerido mucho ejercicio físico y psíquico, entre otras cosas. Al finalizar, fui directo a la ducha y dejé que el agua fría recorriera cada parte de mi cuerpo, activándome y relajándome al mismo tiempo. «Hoy descubriré el don de la muchacha… —pensé con fervor— ella me llevará hacia el captador que mató a mi madre, lo sé. Y que hoy haya muerto mi mayor impedimento para centrarme en mi venganza es una prueba más de que se acerca el momento en que al fin mataré a Antonio Guzmán». 23
Con esa estimulante idea salí de la ducha; me vestí con un pantalón fino, blanco y una camiseta de tirantes negra. No me sequé el pelo, en verano jamás lo hacía, y en invierno casi nunca. Por esa razón, cuando me miré en el espejo vi que todo mi cabello era castaño oscuro; cuando estaba seco, y al sol, era de un castaño más claro. Observé a continuación mis ojos, cuyo color anaranjado estaba encendido por la buena noticia recibida; de pequeño mis ojos eran más castaños que anaranjados, pero aquel peculiar color fue intensificándose con los años. También descubrí un par de ojeras delatoras de una noche agitada, las ignoré. Tras cepillarme el cabello, salí de la enorme y lujosa casona en dirección a Chamberí. Era muy probable que la sede central de la Orden del Sol se encontrara en esa enorme ciudad, en algún lugar, oculta, camuflada… A lo mejor había pasado delante de ella y no lo sabía, eso me frustraba. Si tan solo hubiera sabido dónde estaba, qué establecimiento era la tapadera… lo habría volado en mil pedazos. Aunque lo más probable era que el asesino de mi madre no estuviera allí. Ese tal Guzmán se dedicaba a la introducción de nuevos miembros, y podría estar en cualquier parte del país. No era cazador, cosa que me enfurecía aún más… ¡mató a mi madre sin ser su trabajo específico! Y para colmo siendo ella humana, algo que, hasta donde yo sabía, estaba prohibido en esa organización. Pero claro, en su retorcido modo de ver las cosas, mi madre era digna de ser la excepción. «Aunque pronto lo cazaré yo a él…». En cuanto llegué al edificio donde vivía mi cebo, me senté en el bar que había allí cerca, desde cuya terraza tenía una buena visión de su portal. Estaba muy aburrido de tener que espiar a esa chica a diario, de tener que esperar el momento en el que al fin 24
mostrara su don; pero no podía quejarme, ella era la oportunidad que tanto había ansiado. Me pedí un cortado largo y un pincho de tortilla de patata mientras recordaba el día en el que tuve la suerte de encontrarla. Fue el último día de instituto, hacía más de un mes. Caminaba aburrido y, para entretenerme, me concentré en el aura de todos los estudiantes que pasaban cerca de mí. Ninguno mostraba en su aura tener algún tipo de habilidad especial, había variedad de colores, pero todas eran similares. Excepto la de ella. «Todas las personas, todas sin excepción, tienen un don, una habilidad especial, o incluso varias. Pero muy pocas las llegan a desarrollar, y aún menos son las que nacen con dicha habilidad desarrollada —me explicó mi madre mientras paseábamos por la muralla de Lugo observando a la gente—. Hay miles de personas que mueren sin descubrir su don, algunas que lo desarrollan un poco, y una pequeña minoría que sí lo desarrolla o ya lo tenía desarrollado. El aura es la fuente energética de todo ser humano, y en ella podrás llegar a ver cosas de esa persona, como, por ejemplo, si tiene o no una habilidad bien desarrollada». El único aura que había visto con ese brillo era el de mi madre, la cual poseía el don de ver cosas de la cuarta dimensión; habilidad que yo había heredado. El aura pertenecía a dicha dimensión, razón por la que solo unos pocos podían verla, y únicamente la cámara Kirlian la había podido fotografiar. Fue ver a esa chica y saber que tenía un don muy desarrollado, desde ese momento comencé a seguirla. La Orden del Sol valora mucho a las personas con dones, y no dudarían en enviar a un buen captador para conseguir a ese individuo. Mi idea era simple: coger a la chica, sonsacarle su 25
don, obligarla a utilizarlo en público mediante hipnosis —habilidad que cualquier vampiro domina—, esperar a que llegaran los captadores, capturarlos, interrogarles hasta sacarles la dirección de Guzmán, ir a por él y matarlo. Sencillísimo. Pero Samarac era capaz de ver un peligro mortal en un plan tan simple. Los de la Orden sabían distinguir el matiz en los ojos de la persona que es controlada por un vampiro, y, al ver eso, avisarían a los cazadores; mantenerme oculto de ellos era una de las obsesiones de mi padre. A mí me daba igual, ¿qué importa un enemigo más cuando tienes tantos? Además, no iba a dejar que los captadores tuvieran tiempo de avisar a nadie. Sin embargo, no hubo manera de convencerle, e intentó hacerme desistir en mi propósito de matar a Guzmán hasta que me hubiera convertido. Idea inadmisible para mí. El trato al que llegamos fue que lo hiciera al modo tradicional. Averiguar su don y presentar las circunstancias necesarias para que lo mostrara sin ningún tipo de coacción. Me indigné al oír su propuesta, pero la otra opción era esperar a la conversión para ir a por Guzmán. Y para eso aún faltaban diez años. ¡Diez! «Diez años no son nada, absolutamente nada. Cuando te conviertas, te darás cuenta de su insignificancia —me aseguró Samarac en cuanto le repliqué—. Y también de lo absurdo de tu venganza. Guzmán vivirá un pestañeo tuyo, Alejandro, su vida carece de verdadero valor. No deberías perder tu tiempo en querer acortar una vida que ya es corta de por sí». Él no me entendía. Samarac no podía comprender la rabia que yo sentía por que mi madre hubiera muerto y su asesino siguiera vivo. Quizás viendo las cosas desde los ojos de alguien que tiene unos mil años de vida pudiera resultar absurdo mi deseo de venganza ante alguien que, como mucho, vivirá un siglo. 26
Pero yo no tenía mil años, y los últimos doce los había pasado odiando a ese hombre. Detuve mis pensamientos en cuanto vi que la chica salía de su portal, dejé el café a medias y me puse alerta. La muchacha tenía rasgos indígenas, pequeña estatura, piel un poco cobriza y ojos un tanto rasgados, tan negros como su largo cabello. Y era guapa. Se puso a caminar deprisa, todo lo deprisa que le permitían sus cortas piernas, al menos, e iba directa al metro. Debía seguirla a una distancia prudencial, distancia que me impediría coger el mismo vagón que ella, así que tuve que correr para subirme justo antes de que se cerraran las puertas. Cualquiera que hubiese estado fijándose en mí, habría parpadeado un par de veces sin creer haber visto bien. Por fortuna, nadie solía fijarse en nadie estando a punto de coger el metro. Me senté donde podía observar el cabello negro azabache de la chica. Ya tenía una idea clara de cuál era su don. En todo el tiempo que la estuve observando, tuvo un acercamiento sospechoso con todo tipo de animal. Incluso hubo una vez en que ella me descubrió siguiéndola y un perro se puso, de improviso, muy agresivo conmigo, dejándole el camino libre para que huyera de mí. Solo necesitaba algo más concluyente para poder empezar, necesitaba estar seguro. La muchacha se levantó cuando el tren estaba a punto de parar en El Lago; yo lo hice cuando ella se dio la vuelta. Salí del tren detrás de un hombre grueso que me sirvió de escudo. La chica comenzó a andar de nuevo con paso enérgico, y yo esperé a que estuviera a una distancia en la que pudiera pasar desapercibido. Anduvimos por el campo, lo que me proporcionaba pocos puntos para ocultarme, así que la distancia entre ambos debía ser aún mayor. De pronto, ella comenzó a correr. «¿Me ha vis27
to?». No parecía posible, pero entonces, ¿por qué corría? Comencé a andar rápido, y me detuve en seco en cuanto oí un disparo. «¿Qué demonios…?». Corrí de nuevo, y a lo lejos vi a un hombre con una escopeta; la muchacha iba directa a él. —¡¿Qué hace?! ¿Por qué la ha matado? —gritó la chica con rabia. —Métete en tus propios asuntos —oí gruñir al cazador, que comenzaba a alejarse de la furiosa muchacha. Ella no volvió a gritar ni a decirle nada, cosa que me sorprendió bastante, porque, conforme me iba acercando, más palpable era la rabia de la joven, que lanzaba al cazador una mirada fija y acusadora. Éste se estaba yendo, hasta que, de pronto, ocurrió lo que yo estaba esperando. Una increíble bandada de aves surcó el cielo, y fueron directas hacia el hombre. Éste, sorprendido y asustado, comenzó a correr hacia su coche. Algunos pájaros lo alcanzaron antes de que abriera la puerta del mismo, llevándose varios picotazos. Nada más entrar, comenzaron a picotearle el coche, y no tardó en coger una desproporcionada velocidad para librarse de las molestas aves. Yo me reí en silencio. La escena había sido graciosa, pero lo que en realidad me hacía feliz era que ya no cabían dudas sobre el don de la chica. Se comunicaba con los animales, y seguro que la Orden apreciaría ese don. Había conseguido realizar con éxito la primera parte de mi plan. Volví a fijarme en ella, que se encontraba en ese momento agachada en el suelo. La observé curioso, hasta que la vi coger algo, una rapaz de tamaño considerable. Me acerqué un poco más y afiné la vista, parecía un águila joven. Un graznido a mi izquierda llamó la atención de la chica, viéndome de lleno. Parecía que las aves la estaban advirtiendo de 28
mi presencia, pero ya me daba igual. La muchacha abrió mucho los ojos al verme, se puso nerviosa y comenzó a irse a buen paso. Permití que huyera. Respiré hondo el aire con olor a pino dejando que inundara mis pulmones mientras ensanchaba mi sonrisa. Esa noche habría una fiesta en la que celebraríamos la caída del líder de los rebeldes, pero, para mí, se iba a celebrar algo más.
✴✴✴✴ La fiesta fue apoteósica. Celebrada en uno de los locales más importantes de Samarac, no faltó nada: alcohol, mujeres espectaculares —tanto humanas como vampiras—, buena música, desenfreno y júbilo por doquier. Si fuera ya un vampiro, añadiría también gran cantidad de humanos apetitosos; por el momento, ése no era un requisito esencial para mí. Antes del amanecer, se terminó todo. Muchos aliados de Samarac se fueron a sus respectivas casas, otros cogieron el pasadizo secreto que había en el establecimiento y que los conducía a distintas partes de la ciudad, y unos pocos permanecieron en el local para dormir durante el día en él. Por mi parte, me fui a desayunar al bar donde siempre vigilo el portal de la muchacha. Ése iba a ser el día de las presentaciones. Mientras desayunaba, me puse a pensar en las formas en que podría presentarme a ella… Tropezar por «azar», por ejemplo, y decirle que las veces que nos hemos visto ha sido casualidad… o el destino; eso último quedaría mejor, no había mujer a la que no le gustara ese tipo de palabrería barata. Me felicité por mi idea, y esperé contento a que la chica saliera. Sin embargo, las horas pasaron, y mi entusiasmo fue menguando. Llegó el crepúsculo, y 29
con él Hugo, así que tuve que convencerme de que mi plan debía esperar un día más. Al día siguiente repetí la misma rutina, sin embargo, al cabo de unos minutos, noté que alguien me observaba. Miré a todos lados, con los sentidos alerta, buscando los ojos que me mantenían vigilado. No vi a nadie peligroso por allí, y pensé que quizás solo fuera mi imaginación. Continué atento al portal. Al cabo de unos minutos, esa molesta sensación de ser observado me atormentó, y de nuevo volví a fijarme en cada persona de los alrededores; esa vez, más atento a las caras, aunque no resultaran peligrosas. No tardé en localizar los ojos que me vigilaban, pero me di cuenta enseguida de que no era ninguna amenaza. La mujer se hallaba sentada en un banco, y parecía rodar los ochenta años. Llevaba en la mano una gran barra de pan, de la cual tiraba al suelo miguitas para alimentar a un numeroso grupo de palomas que se hallaban alrededor de ella. Nuestras miradas se cruzaron cuando la detecté, y ella no bajó la vista al ser descubierta. Muy al contrario, me observó con mayor intensidad consiguiendo que, al final, fuera yo el que apartara la mirada. Tanto daba… no era más que una vieja dando de comer a las palomas, nadie amenazador ni importante como para descuidar el portal. Pasaron las horas y continué allí. Di varias vueltas por toda la calle sin perder de vista ni un segundo ese maldito portal; pero ella no salía. Mi paciencia y mi buen humor me fueron abandonando con el paso de las horas. «¿Por qué demonios no sale? No es una chica casera precisamente. Siempre sale a una hora u otra, ¿qué le pasa? ¿Se ha puesto mala? ¡Menudo momento ha elegido!». Por la tarde no aguanté más, me acerqué al portal y empecé a llamar a todos los timbres. 30
—Disculpe —dije cuando al fin alguien contestó—, ¿vive ahí una muchacha llamada…? —traté de recordar el nombre que un día le oí decir al padre de la chica—. ¿…Yamila? —tanteé. —Ella ya no vive aquí, joven —respondió la voz chillona de una mujer mayor—, ella y su padre se mudaron antes de ayer. «¿Antes de ayer? ¿El día que cogió el pájaro? ¡No puede ser!». —¿Sabe adónde se fueron? —pregunté con un nudo en el estómago. —No, pero creo que se han ido de Madrid porque oí gritar algo a la chiquilla de no querer irse de la ciudad, ¿sabes, joven? —el nudo en el estómago subió hasta mi garganta—. Y no es que yo ande escuchando a los vecinos, no vayas a pensar mal, es que, como lo dijo gritando, por eso lo oí, ¿sabes, joven? Pero no eran escandalosos, como vecinos estaban bien, ¿sabes, joven?, son muchos años los que han vivido aquí, y a mí me ha dado un poco de pena… «¡No puedo tener tan mala suerte!». Me largué dejando a la mujer hablando y comencé a caminar con rapidez para desahogar mi desesperación. Si hubiera actuado ese mismo día… ¡Maldita sea! ¡Había estado tan cerca! Me senté en un banco a rumiar mi rabia… Allí estuve unos cuantos minutos, hasta que una mujer mayor se sentó a mi lado. «¡Qué molesta es la gente! —pensé con amargura—. Basta que uno quiera estar solo, para que alguien se siente a tu lado...». No obstante, lo que más rabia me dio era que enfrente había un banco libre… Apreté con fuerza los dientes y me dispuse a levantarme. —No te levantes, muchacho, me gustaría hablar contigo —pidió la mujer con voz calmada y carrasposa. —No tengo ganas de hablar —gruñí hosco mientras me ponía en pie. 31
—Ser grosero no te ayudará en la vida, y menos si lo eres con personas que pueden ayudarte —miré a la mujer extrañado por su ocurrencia, y me di cuenta de que era la misma anciana que vi antes dando de comer a las palomas. —¿En qué puede ayudarme usted? —pregunté moderando mi voz para que no sonara insolente, aunque dudo que lo llegara a conseguir. —En encontrar a quien buscas —me hizo señas con la mano para que volviera a sentarme. Dudé un momento, pero terminé accediendo. —¿A quién cree que busco? —A la chica que vivía aquí hace solo dos días: Yamilé —su voz fue pausada y tranquila. —¿Cómo lo sabe? —La vecina con la que has hablado tiene un tono de voz lo bastante elevado como para que todos los de los alrededores la hayamos oído hablar contigo —dijo en tono ligero la mujer antes de sonreír, le devolví una sonrisa apagada; esperé a que siguiera hablando, pero no lo hizo. —Entonces, ¿usted sabe dónde se ha mudado? —Sí. —¿Me lo va a decir? —pregunté impaciente. —Sin duda —murmuró con una media sonrisa en los labios. Cada vez más molesto por la lentitud en sus palabras, empecé a dudar de que esa mujer supiera algo en realidad… «¿Qué pretende al obligarme a tener que sacarle cada palabra? ¿Atención? Probablemente —pensé—, las palomas no son una compañía muy habladora». —Pues dígamelo —señalé con voz controlada, sin dejar entrever mi irritación. 32
—Antes he de pedirte un favor, te lo diré aunque no me lo concedas, pero si lo haces te estaré muy agradecida —explicó mirándome con atención a los ojos, los suyos eran castaño oscuro. —¿Qué quiere? —pregunté dudoso de la respuesta, y de que todo aquello no fuera más que la tomadura de pelo de una vieja aburrida. —Que te quedes un rato conmigo —pidió con una voz un tanto suplicante y una mirada absorbente, tanto que no pude negarme; ella sonrió—. Yamilé se ha mudado a Cartagena. —¿Sabe la dirección? —No, pero sé que su padre va a trabajar allí de guardia de seguridad en una universidad. Por algún motivo confié en lo que esa anciana mujer me había dicho. No era habitual en mí confiar en nadie, menos aún en alguien a quien no conocía de nada. Quizás el hecho de que todavía pudiera haber esperanzas era la causa de mi credulidad; eso fue lo que pensé al menos. Me quedé al lado de aquella mujer que se limitaba a observarme de vez en cuando; no volvió a hablarme. Había en su mirada algo extraño, algo que me confundía. Contemplé su gastado cabello blanco y gris, sus manos arrugadas, sus manchas en la piel… No sé el tiempo que estuve con ella, el tiempo pasó de forma extraña a su lado. No hablamos ninguno de los dos, y tampoco se sentía la necesidad de hacerlo, el silencio pasaba de forma natural, sin ser molesto. En ese momento no era consciente de ello, aunque, si no hubiera estado tan centrado en mi venganza, quizás sí hubiera presentido que aquella mujer no era solo una anciana solitaria. De todas maneras, nunca hubiera sido capaz de ver el gran al33
cance que ella tendría en mi vida. Jamás habría podido, en ese instante, ser consciente de que esa anciana, de cuerpo gastado, frágiles huesos y edad avanzada, guiaría los pasos más importantes que iba a dar en mi vida. Y el primero de todos ellos era Cartagena.
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UNO DE LOS TRES «Has nacido para ser uno de los tres…». Mi padre solía decirme eso bastante a menudo para que comprendiera por qué debía tener siempre a alguien vigilándome mientras fuera humano, para que aceptara que no podía escaparme ni hacer alguna tontería, como solían hacer los adolescentes. «Quien es uno más puede vivir como uno más, pero quien es especial debe vivir de manera especial». Esa manera, hasta la fecha, era asfixiante. Aunque la recompensa sin duda, hacía que valiera la pena. «Vivimos en un mundo de sombras; por eso, solo aquellos que dirigen las sombras son los verdaderos reyes del mundo. El más fuerte es el más poderoso, y el más débil es el alimento del fuerte; eso es una realidad palpable, y quien no la ve es porque no quiere. La naturaleza es así, el grande se traga al pequeño; cualquier animal comprende esa ley. Excepto el ser humano». Samarac no era de los que solían repetir mucho las cosas, mas conseguía que se grabara en la memoria todo aquello que decía… «Los humanos se creen superiores, creen reinar sobre el resto de seres, pese a ser simples títeres de criaturas más poderosas. Ellos tienen enemigos invisibles que solo unos pocos llegan a ver y, menos aún, a conocer. Ésa es una de nuestras ventajas». 35
Con siete años empecé a vislumbrar el mundo tal y como es, empecé a ver la realidad sin adornos, sin bonitas palabras que trataran de hacer bello lo que es duro, de hacer noble lo que es cruel, de ver magia donde solo hay ciencia, de pintar fantasía donde se impone la realidad. «Lo irrisorio del caso es que ellos mismos fueron los que crearon a sus mayores enemigos y, sin embargo, ahora ni siquiera nos conocen. Aquello que ellos denominan «monstruo» es su propia creación. Y su destrucción... Querían crear seres superiores, y lo consiguieron, pero no fue exactamente lo que esperaban… Por desgracia, lo primero que salió de sus experimentos fue lo que ahora tratamos de eliminar: hombres que se transforman en bestias». No tardé en comprender el profundo odio existente entre hombres lobo y vampiros, ni cómo ambos fueron la creación de múltiples experimentos científicos realizados por una raza antigua y extinta: los Atlantes. Sin embargo, los orígenes no fue el hecho que me impactó, y menos a esa edad; lo que me asombró fue como evolucionaron a lo largo de los siglos hasta convertirse en las criaturas más poderosas del planeta sin que el común general de la gente lo supiera. «La organización es una de las claves de nuestro éxito, creando una estricta jerarquía en la cual hay tres cabezas reinantes. Antes de eso, llegó un momento en que los cazadores estaban consiguiendo acabar con un gran número de nosotros. Siendo tan limitada nuestra manera de conseguir más miembros en nuestras filas, y con el conocimiento que esos antiguos cazadores tenían, estaban logrando exterminarnos. Hasta que nació tu abuelo, Iraadah. Al convertirse, mostró tener una increíble habilidad en la 36
lucha, habilidad que ha ido desarrollando hasta terminar convirtiéndose en líder indiscutible de los vampiros más viejos y poderosos de aquel momento. Una vez hubo acabado con sus principales enemigos, mató a todos los vampiros que habrían podido desafiarle, y fue conquistando nuevos territorios. No tardó mucho en ser conocido ni en hacerse temer por los suyos hasta ocupar el puesto de liderazgo absoluto». Todo cuanto decía lo escuchaba con auténtica fascinación, introduciéndome en sus palabras y formando parte de su historia, a pesar de que me lo explicara de manera superficial, sin detenerse en detalles, solo para que tuviera una idea general. Yo quería saber más, mucho más, pero él siempre racionaba la información que me daba. «No obstante, había un enemigo que era imposible de vencer, o, mejor dicho, una enemiga: Tuukul. Ella es la vampiresa más poderosa del mundo y la más peligrosa también. No tiene ninguna habilidad en la lucha, es probable que nunca haya empuñado un arma, ni falta que le hace, a decir verdad. Su poder radica en su mente, o, explicado mejor, ella es capaz de introducirse en la mente de cualquiera, sea humano, vampiro o licántropo, y, desde allí, manejarla, proyectar imágenes falsas en ella, hundir a la persona o criatura en su propio subconsciente, en sus profundidades mentales. ¿Quién puede vencer a quien maneja tu propia mente? Nadie. La única solución era una alianza. Ella se quedó con toda América, su continente natal y de conversión». Lo sorprendente era que en la época de la que él hablaba todavía no se conocía América, o mejor dicho, todavía no la conocían los humanos. La Atlántida había sido el puente de unión entre el viejo y el nuevo continente; desde que se hundió en las 37
profundidades del Atlántico, ambos continentes se desarrollaron sin volver a tener contacto el uno con el otro. «Iraadah no estaba tranquilo al saber que había alguien que podía acabar con él. A pesar de la alianza, él quería una mayor seguridad, otro aliado igual de poderoso para que, si Tuukul decidía romper dicha alianza, tuviera que enfrentarse a dos en lugar de a uno. Con ello, la balanza se podría inclinar lo suficiente a favor de Iraadah como para desterrar cualquier tipo de ruptura en los acuerdos. Así nací yo. Y desde esa alianza, los tres trabajamos como uno. Ni licántropos ni humanos juntos pueden compararse al imperio creado por las Sombras de la Tríada». Era bastante impresionante para un niño de siete años escuchar que ha nacido para convertirse en una de las tres criaturas más poderosas del mundo, pero eso no detuvo a mi padre en su narración. «El día en que fui mordido, el imperio se fracturó, y, como ya te he contado en otras ocasiones, desde entonces muchos han querido eliminarme. Al contar con el apoyo de Iraadah y Tuukul, desafiarme a mí es desafiar a la Tríada, así que solo unos pocos locos se han atrevido a ello: los rebeldes». Locos que al fin habían recibido su merecido, razón por la que me hallaba de buen humor a pesar de la dura prueba que me esperaba ese día. Iba en mi moto en dirección a un lujoso Casino. Estaba oscureciendo y no quise esperar a Hugo. Sabía que se enfadaría, pero tenía algo urgente que hablar con mi padre. El único, o al menos, el mayor inconveniente de un destino tan grandioso como el que me deparaba, eran mis limitaciones para matar a Antonio Guzmán. Mas una vez conseguida la oportunidad que tanto había deseado, no podía desperdiciarla, y Samarac tendría que entenderme. 38
Desde la distancia vi las luces del Casino, que eran como focos puestos para atraer clientes igual que a mosquitos. En cuanto aparqué mi moto en el espacioso aparcamiento del Casino, sentí que alguien me observaba. Caminé en dirección a la salida aferrando el mango de mi daga, sin perder detalle de toda persona que pasaba cerca de mí. Antes de llegar a mi destino, dos hombres surgieron de las sombras para cortarme el paso. Les examiné con la mirada para ver en sus rostros sus intenciones, aunque, sobre todo, para saber si eran humanos o no. Un leve destello amarillento en los ojos de uno de ellos me dio la respuesta: licántropos. —¿Qué hace el retoño de Samarac a estas horas sin protección? —preguntó uno de ellos destilando una burla maliciosa en su voz. —¿No te da miedo andar tú solo por la calle una vez entrada la noche? —continuó el otro con la mofa. Ambos rieron, yo sujeté con fuerza el mango de la daga. —¿Puedo mataros ya? —consulté en cuanto cesaron de reír—. ¿O queréis añadir alguna estupidez más? —En realidad, somos nosotros los que vamos a matarte a ti… —...Si no nos das una información que Loick Lemoine quiere —finalizó la frase su compañero. ¿Loick Lemoine? —repetí mentalmente sintiéndome de pronto intrigado. Observé con mayor interés a los dos sujetos, curioso por saber qué información podría querer de mí el licántropo que mordió a mi padre. Sin embargo, ellos nunca llegaron a decírmelo, porque justo cuando iba a interrogarles, unos disparos silenciosos rasgaron los cuerpos de ambos licántropos. Miré sorprendido al lugar donde intuí que se produjeron los disparos, y un Hugo muy enfadado asomó de entre las sombras. —¡¿Cómo se te ocurre largarte sin mí habiendo oscurecido?! —inquirió furioso. 39
No le respondí, estaba demasiado ocupado asegurándome de que nadie hubiera visto lo ocurrido. Por fortuna, no había gente por ahí, así que me agaché para ver si aún estaban vivos y averiguar qué querían de mí. No fue el caso. Hugo siempre estaba preparado, y su Beretta siempre bien cargada con balas de plata y un silenciador por si la ocasión lo requería. Los licántropos habían recibido muchas balas, algunas de ellas en el corazón, muriendo con rapidez. —Podrías haber aparecido un par de minutos más tarde Hugo, ahora ya no sabré qué querían de mí. —¿Qué van a querer? ¡Matarte! —Iban a preguntarme algo; algo de parte de Lemoine, y ahora por tu culpa me quedo con las ganas de saberlo —le reproché. —Te acabo de salvar la vida, desagradecido. —No necesito tu ayuda —renegué molesto—, y menos ahora que los rebeldes están acabados. —Samarac no es de tu misma opinión, y mis órdenes proceden de él —recalcó sin inmutarse. —Deshazte de los cuerpos —ordené sin querer alargar la discusión—. Y asegúrate de que ninguna cámara de vídeo haya grabado lo ocurrido. Borra también la memoria de los vigilantes del aparcamiento, por si acaso. Salí de allí sin problemas y entré en el Casino. El lujo me recibió nada más cruzar las puertas. No iba vestido acorde al lugar; camiseta gris oscuro de manga corta, vaqueros negros un poco desgastados, y unas botas a juego. No obstante, nadie me impidió la entrada, ni me llamaron la atención, ni me pidieron el carnet. Se limitaron a saludarme con amabilidad y a indicarme dónde se encontraba mi padre. 40
El círculo más estrecho de los aliados de Samarac lo constituían los que estaban detrás de los humanos más poderosos de los países que él dominaba; eran quienes movían los hilos, el gobierno en la sombra, razón por la que daba igual que fuera allí en vaqueros o con falda escocesa, jamás me impedirían el paso. Samarac se hallaba en la sala de juego, justo en el centro de una gran mesa rodeado de hombres y mujeres elegantemente vestidos. Me vio antes de que me acercara a él, y cambió su rostro animado por otro adusto. Sabía que se molestaría al verme allí en vaqueros, pero la ropa era lo último que tenía en mente en aquellos momentos. Se levantó junto con Argos, ambos se acercaron a mí. —Espero que tengas una buena razón para venir vestido así —espetó sin detener su paso, yendo hacia una sala privada. Tanto Argos como yo le seguimos. —La tengo —aseguré caminando a su paso—. Aunque antes quería informarte de que un par de licántropos me han interceptado en el aparcamiento del Casino —Samarac me lanzó una mirada curiosa—. Venían de parte de Loick Lemoine. Su rostro adquirió un rictus en la comisura de sus labios, el odio fue palpable en su expresión. —¿Qué querían? —preguntó con voz controlada. —No lo sé, Hugo les mató antes de que pudieran decírmelo. —Imagino que matarlo o secuestrarlo —supuso Argos. —En realidad iban a preguntarme algo —aclaré—, querían información sobre algo, pero, como ya he dicho, Hugo les mató antes de que pudieran preguntarme nada. Llegamos a una sala privada. Samarac se sentó en un cómodo sofá y yo le imité mientras Argos servía unas copas. Por el color acaramelado y el intenso sabor, pude reconocer que era un Chivas 18, uno de mis whiskys favoritos. 41
—Veo que seguimos de celebración —señalé tras el primer sorbo. —Una noticia tan buena merece varios días de celebración, no solo uno —afirmó Argos clavando sus azules ojos en los míos. —Más cuando parece que todo rastro de rebeldes ha desaparecido de pronto —apoyó Samarac acercando la copa a sus labios; después de dar un buen trago, añadió—. Por lo visto, están optando por desaparecer ahora que ya no tienen a quien seguir, pero no tardará otro idiota en querer intentar algo; debemos seguir alerta. —¿Acaso hay algún momento en el que no estemos alerta? —añadí esbozando una media sonrisa. —No, y ésa es la razón por la que todavía seguimos en el poder —afirmó Samarac observándome ahora con detenimiento—. ¿A qué debo tu visita? —He venido a traerte una buena y una mala noticia. —¿Cuál es la buena? —Ya sé el don de la muchacha y, sí, seguro que a la Orden le parecerá un don interesante. —Aún sigues con eso… —rezongó en un bajo susurro—. ¿Y la mala? —Ella se ha ido a vivir a Cartagena. Me he enterado antes de que pudiera impedirlo, así que tengo que ir hasta allí para poner el plan en marcha. —Llamar la atención de la Orden no será tan sencillo en una pequeña ciudad, aquí te hubiera resultado más fácil. ¿Sabes al menos su dirección? —No, pero sé que su padre trabaja de guardia de seguridad en una universidad, no será difícil dar con ella. En unas semanas habré conseguido atraer a captadores. 42
—Hay una delgada línea entre el optimismo y la fantasía, y tú te la has pasado de largo —murmuró—. Atraer captadores sin levantar las sospechas de los cazadores requiere hacer las cosas con mucha calma, y esa calma se traduce en tiempo, en demasiado tiempo, para mi gusto. No pensaba aceptar un no y sabía que era eso lo que se acercaba. —Estoy muy cerca de conseguirlo, sabes que llevo muchos años queriendo esto y, ¿qué mejor preparación para la conversión que matar a un enemigo? —argumenté—. Tardaré lo menos posible, lo prometo. —Y, con las prisas, meterás la pata y la Orden te descubrirá. No quiero que te vean, Alejandro, lo sabes —siguió impasible—. La Orden puede convertirse en una verdadera molestia, por no decir problema, si saben que vas en busca de uno de sus miembros, sobre todo si ven que te estás preparando para la conversión. —Eso ellos ya lo saben —protesté dejando la copa con demasiada fuerza en la mesa—. No les va a sorprender, en el hipotético caso de que me vieran. —Ahora solo tienen especulaciones; si te ven, tendrán la verdad. Y no quiero que sepan cómo eres físicamente y pongan, por ejemplo, carteles tuyos por todas las comisarías del país. No, Alejandro, no quiero que la Orden te vea, no quiero tener que preocuparme de protegerte también de ellos. Ahora que estamos acabando con los rebeldes, no quiero que entren en el juego los cazadores. Mis esperanzas se difuminaban con tanta rapidez que me sentí mareado. Sabía que cuando Samarac tomaba una decisión era casi imposible hacerle cambiar de opinión sin un argumento 43
de peso. Cuando me disponía a volver a hablar, Argos se tomó la libertad de intervenir. —Es cierto que el chico necesitará tiempo, pero, ¿y si invierte ese tiempo en algo de provecho? —Samarac le observó fijamente mostrando cierto disgusto a su intervención—. La Orden ha matado a muchos de los nuestros los últimos años, demasiados a decir verdad. Lo cual se debe en gran parte al hijo del director de la Orden, Ignacio Torres, que por lo visto parece empeñado en que le glorifiquen como el mayor cazador de la historia, ¿cierto? —hizo una pequeña pausa para reír, a la que yo solo acompañé con una leve sonrisa; Samarac ni eso. Las pocas veces que había oído hablar de ese cazador, siempre solían acompañar frases del tipo «cuando me encuentre con él, se le acabará su legado de gloria» o «en la próxima batalla, cae seguro». A pesar de todo, el hombre continuaba matando a los nuestros sin que nadie le pusiera freno. —Sin olvidarnos, claro está, de Loick Lemoine —continuó Argos. Ese nombre provocó de nuevo un tic involuntario en Samarac. —Ese licántropo ha transformado a muchos de los nuestros y matado a otros tantos. Si a eso le añadimos las bajas producidas por los rebeldes… Es evidente que necesitamos aumentar nuestro número —dejó caer esas palabras antes de dar un gran trago a su copa de whisky. Lancé un bajo gruñido al comprender por dónde iba. Quería que fuera a Cartagena a captar gente… Odiaba ese trabajo. Samarac me obligaba a asistir a los institutos para que captara a jóvenes que quisieran unirse a nosotros, y yo lo hacía; lo malo era que muchos de los que se apuntaban terminaban muertos. O bien porque quisieran echarse atrás y decirle a la gente lo que 44
éramos, o porque no se les hubiera preparado lo bastante bien como para que sobrevivieran a la conversión. —Es una idea interesante —murmuró Samarac pensativo—. Salvo que Alejandro ya me comentó la última vez que estaba aburrido de esa función —añadió observándome para ver mi reacción. —Si con eso me dejas ir allí, aceptaré —contesté de inmediato—. Pero no quiero entrar en otro instituto, la captación deberá ser de otro modo. —¿Qué tal abriendo un pub llamativo? —sugirió Argos sonriente. —Me encanta esa idea —aprobé alzando mi copa antes de beber en ella. Samarac continuaba pensativo, segundos después, sonrió y aceptó. —De acuerdo. Tengo aún la mansión prefabricada que se utilizó en la última captación en Valencia. Dándole unos retoques puede servirte, y el nombre es lo bastante atractivo: La Mansión de las Sombras. —¡Brindo por eso! —gritó Argos con un entusiasmo que no recordaba haber visto nunca en él. —Por la Mansión de las Sombras —apoyó Samarac alzando su copa. —Porque pronto podré ajustar cuentas con Guzmán —añadí sintiendo que daba un paso más hacia él. Los tres bebimos y hablamos de cómo iba a hacerse todo. Samarac hizo unas cuantas llamadas y el plan se puso en marcha. Me encontraba muy entusiasmado, hasta que mi padre dijo algo que sonó como una broma extraña. —Gregorio irá contigo para ayudarte. 45
Le observé esperando que comenzara a reír al ver mi expresión, pero la suya se mantuvo firme. Gregorio era un vamp-lobo de carácter amargo que solía meter la pata a menudo. —¿A qué exactamente puede ayudarme ese inepto? —Él puede salir a la luz del sol, por lo que puede ayudarte de día con las captaciones e incluso con tu plan de atrapar a captadores. —De todos los vamp-lobos que tenemos en nuestras filas, ¿me quieres endosar al más idiota? —reformulé la pregunta a la que Samarac respondió con una sonrisa, por lo que tuve que añadir—. ¿O es que no sabes cómo librarte de él y por eso me lo das a mí? Ahora sí se rió. —Eso es lo que más me gusta de ti —dijo conservando la sonrisa—, que dices lo que piensas sin mirar a quién te diriges. Cuando uno tiene mucho poder no suele encontrarse con gente tan sincera, ya te acostumbrarás a ello —clavó sus oscuros ojos en mí y vi un leve destello rojizo amarillento ya muy familiar—. Pero no es una sugerencia el que Gregorio te acompañe, es una orden, así que no me la discutas. Con Samarac había cosas que no podían objetarse, aunque habiendo conseguido mi viaje a Cartagena no pensaba enfadarme por eso, así que continuamos con los planes de manera cordial. Cuando al fin salimos de la sala, lo primero que vi fue el rostro ceñudo de Hugo esperándome. —¿Te das cuenta de que si yo no hubiera imaginado que venías aquí y hubiera llegado tarde…? —No te enfades por eso, Hugo —interrumpí alzando las manos—. Tengo que darte una noticia por la cual sí podrás enfadarte a tus anchas. 46
—¿Cuál? —gruñó con el ceño aún fruncido. —Nos vamos siete meses a vivir a Cartagena —anuncié. —¿Por qué iba a molestarme eso? —preguntó confuso. —Porque Gregorio viene con nosotros. Tal y como había imaginado, el rostro blanquecino de Hugo se ensombreció. —Órdenes de Samarac —finalicé para que comprendiera.
✴✴✴✴ De fachada gótica, grande, oscura, atractiva… La Mansión de las Sombras se encontraba todavía en construcción cuando la vi por primera vez, pero me causó una magnífica impresión, a diferencia de la ciudad. Cartagena no se parecía mucho a Madrid, más bien era su opuesto. Ciudad pequeña, de clima casi siempre soleado, costera y tranquila. Y, para colmo, por la noche no había vida. Entré en la mansión. La amplitud fue lo primero que me agradó de su interior. La primera habitación en la que entré fue un gran salón decorado con mucha elegancia, cómodos sofás de cuero negro, una enorme mesa de caoba y armarios del mismo estilo, una gran lámpara que caía del techo formando una cascada de piedras brillantes, una mesa de cristal al lado de dos sillones, y unos enormes cortinajes que ocultaban las ventanas. No me detuve a observar más detalles y fui a conocer mi habitación. No era cómo la que tenía en Madrid, sino más normal: una formidable cama, un cómodo sofá, un escritorio sencillo, una mesa de noche y un cuarto de baño. Dejé todas mis cosas en la cama para continuar explorando el resto de la mansión. 47
Fui derecho al que sería mi lugar preferido: la sala de entrenamientos. Una gigantesca habitación cuyo centro se hallaba vacío, y que albergaba junto a la pared múltiples aparatos para entrenar, como pesas y un banco multiejercicios, por ejemplo. Ese lugar sería muy utilizado también para instruir a los futuros conversos. A continuación, me dirigí al local, el foco para atraer clientela, es decir, dinero y adeptos. Nada más entrar, me sorprendió ver detrás de la barra a Rebeca, una vampiresa que estaba muy unida a Argos, lo que hacía que éste destacara por su buen gusto. Ella era una auténtica delicia. Aparentaba unos veintiocho años, a pesar de tener varios siglos de edad, y físicamente era perfecta: pechos grandes, curvas marcadas, un trasero magnífico, piernas largas y muy bien formadas, labios carnosos, el cabello largo y negro, unos grandes ojos verde pálido... Y en la cama era aún mejor. —¿Qué quieres tomar, guapo? —me preguntó con alborozo en cuanto me acerqué a la barra. —A ti; ya lo sabes, eres mi alimento favorito —respondí cruzando la barra y yendo directo a por su boca. Y sin más saludos ni rodeos, nos besamos con vehemencia metiéndonos en el almacén para poder devorarnos el uno al otro sin que nadie nos molestara.
✴✴✴✴ La nieve bordeaba todo el recinto de la lujosa casona en la que un Alejandro de quince años paseaba. Acababa de finalizar uno de sus entrenamientos de defensa y ataque con Hugo. Salió al exterior para respirar aire fresco y encontrar un lugar donde su guardián protector no estuviera asfixiándole con su vigilancia 48
o aburriéndole con su conversación. Disfrutó del frío, del silencio y la soledad. Entonces fue cuando los vio. Abrazados, besándose con fuerza, una pareja joven, en apariencia, se encontraba medio oculta tras un árbol. Alejandro reconoció en seguida a Argos, por su cabello casi blanco y sus anchas espaldas. No solía verle demasiado aunque fuera alguien muy cercano a su padre, ya que él siempre estaba ocupado y, el joven dhampiro, siempre estaba entrenando y aprendiendo diferentes disciplinas para su preparación, además de ser estrictamente vigilado y protegido. Sin embargo, no era a él a quién Alejandro observaba; era a ella. Una mujer joven de una belleza que le dejó fascinado. Argos comenzó a besarla por el cuello y fue en ese momento cuando ella le vio. Sus ojos verdes se clavaron en los del joven y esbozó una sonrisa torcida. Alejandro la deseó desde ese instante, de la manera en que un adolescente podría desear al sexo opuesto: con fuerza, intensidad y un ligero vértigo ante la novedad. —Tenemos público, querido —habló la mujer de pronto, sobresaltando a Alejandro cuando Argos se dio la vuelta para mirarle. —¡Alejandro! ¡Qué raro encontrarte por aquí solo! —exclamó hablando con simpatía. —Me he escapado de Hugo —contestó sin dejar de mirar a la mujer. —¡Qué chico tan valiente…! —aprobó ella—. Samarac se disgustaría tanto de enterarse… hace falta valor para desafiarle —lanzó una risa extraña y se acercó a él—. Mi nombre es Rebeca, pequeño. —No soy tan pequeño —dijo como acto reflejo, sintiendo su orgullo herido. 49
Lo último que quería era parecer un niño ante una mujer como ella. Rebeca volvió a reír. —Para alguien que tiene siglos de edad, todo humano es pequeño. —Tampoco soy humano. No como el resto. Los ojos de la vampiresa brillaron como si deseara darle un bocado. —Desde luego que no —musitó acercándose más a él. Alejandro la miró fascinado, igual que un devoto religioso miraría a un ángel, estaba embobado con ella. Y entonces le besó. Fue el primer beso que el joven adolescente recibía. Y, desde luego, jamás hubiera pensado que sería después de que la mujer en cuestión lo hubiera hecho, minutos atrás, con otro hombre; y menos aún, ¡que ese hombre estuviera enfrente mirando! Pero eso no hizo que disfrutara menos del beso. Rebeca besaba demasiado bien para el aguante de un adolescente inexperto y Alejandro pensó que se había enamorado. Ella era una diosa bajada del cielo para hacerle subir a él también allí. A pesar de que era un joven guapo que tenía éxito con las chicas de su edad en los diferentes colegios a los que había ido, ninguna de ellas le había llamado la atención. Primero porque no tenían nada que ver con él ni su mundo, eran insulsas y estúpidas, solo se interesaban en ropa, cantantes cutres y chicos igual de idiotas que ellas, o así es como él las veía al menos. Mas a aquella seductora vampiresa le bastó una mirada para robarle la razón. Pidió a su padre el poder verla, ya que ella no era una vampiresa que tuviera el permiso para acercarse al hijo de Samarac, y trabajó con ahínco para lograr su ansiado objetivo. Se entregó a sus entrenamientos de un modo en el que jamás lo había hecho 50
mientras soñaba despierto con su diosa; dio todo de sí mismo para lograr, meses después, su recompensa: ella. Sin embargo, él no sabía lo doloroso que podría resultar una relación con una diosa, lo trágico que podía ser el enfrentamiento de la realidad con un sueño.
✴✴✴✴ Pasaron los días, y yo, por más que buscaba, no encontraba a la muchacha. Miré todas las universidades en busca de su padre, tampoco había rastro de él. ¿Cómo era posible que la hubiera encontrado en una ciudad como Madrid y, en un casi pueblo, no fuera capaz de dar con ella? Las dudas sobre la sinceridad de aquella anciana mujer me corroyeron sin piedad todos y cada uno de esos días. Cuando llegó Gregorio, justo el día anterior al comienzo del instituto, mi humor empeoró. De cabellos oscuros, un poco largos, ojos negros, alto aunque no demasiado, y una expresión de asco en el rostro, Gregorio era el vamp-lobo que peor me caía de todos cuanto conocía. Había varias razones para ello. La primera era su incapacidad para controlar sus impulsos, razón por la que solía meter mucho la pata. La segunda, su agrio y desmoralizador carácter. Y la tercera, pero no menos importante, su falta de respeto hacia mí; él estaría muerto para cuando yo ocupara el puesto de Samarac, llevaba demasiados años siendo un vamp-lobo, así que le quedaba poco, y por esa razón, obedecía plenamente a Samarac, no a mí. El mismo día que llegó, Gregorio hizo gala de las tres razones por las que le odiaba. Y de madrugada, me reuní con él en la calle, junto con Hugo. —¿Dónde has cazado, Gregorio? 51
—En los Dolores. —Lo primero que te he dicho al llegar era que se cazaba lejos de la ciudad —recordé intentando no dejarme llevar por mi enfado—, ¿qué fue lo que no entendiste? —Lo tenía muy fácil, el humano llevaba una moto destartalada, era sencillo hacer pasar su muerte por un accidente. —No quiero correr ningún riesgo hasta que hayamos terminado. Queremos atraer a captadores no a cazadores; no vuelvas a matar cerca o pasarás un mes sin comer, ¿me has entendido ahora? —Gregorio asintió con enojo reprimido, y al volver la esquina continué hablando—. Mañana empieza el instituto, y aún no sabemos a cuál va ni dónde vive. Lo primero que haré será entrar en cada instituto hasta dar con ella y entregar la publicidad sobre la Mansión. —¿Crees que sospechará? —me preguntó Hugo. —Es posible que piense que hay gato encerrado, pero no se imaginará la verdad, eso seguro. —¿Cuánto tiempo necesitarás? —Es difícil de saber, pero después de todos los años que llevo esperando esto… La verdad es que me es indiferente si son semanas o meses. —Sabes que el plazo máximo son siete meses —recalcó Gregorio. —Lo sé, y dudo que tarde tanto. Vosotros encargaros de lo vuestro, que yo me encargaré de lo mío —finalicé sin más ganas de seguir hablando. Continuamos andando en silencio; poco después, empezó a llover. Al llegar a la Mansión, coloqué toda la publicidad sobre ella y me acosté para descansar un rato; no lo logré, mi mente no me dejó. 52
«¿Cómo he podido confiar tan plenamente en la palabra de una desconocida? ¡Yo que ni confío en la de los conocidos! —pensé preocupado—. ¿Me traicionaron mis ganas de querer encontrar a la chica hasta el punto de acabar viniendo a una ciudad en la que quizás ni siquiera esté?». Cuantas más vueltas le daba, más imbécil me sentía.
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3
UN TESORO SECRETO Todo el mundo tiene secretos, incluso secretos que ni uno mismo conoce, esos son los que más abundan; pero no todos tienen tesoros. Yo tenía ambas cosas. Mi tesoro era mi secreto. No eran muchas las ocasiones en las que me podía permitir contemplar dicho tesoro, pasaba meses sin verlo incluso, aunque siempre que me iba por bastante tiempo de Madrid, me lo llevaba conmigo. Habían dos razones para ello: la primera era que Samarac no lo descubriera, hacerlo me traería un serio problema; y, la segunda, que no me gustaba separarme de él por mucho tiempo. Como iba a pasar siete meses en Cartagena lejos de mi padre, decidí que no había peligro. Por esa razón, levanté la tabla suelta que se hallaba debajo de mi cama —la cual yo mismo solté para ese propósito— y saqué la pequeña bolsa de tela en la que lo oculté. El frío del metal fue lo primero que sentí al tenerlo en mi mano. El collar del Ank egipcio era lo único que me quedaba de mi madre, pero no era ésa la única razón por la que me arriesgaba tanto en mantenerlo oculto de Samarac, había otra, solo que… no sabía cuál era. Pasé mis dedos por todos y cada uno de los jeroglíficos que estaban inscritos en el círculo del Ank. Siempre había querido saber lo que significaban, pero hasta la fecha no había tenido 55
oportunidad de averiguarlo. Mi abuelo Iraadah sin duda sabría decírmelo, claro que si él descubría que lo tenía… era mejor no pensar en eso. Recordaba muy bien la reacción de Samarac cuando vio el collar por vez primera, fue solo unos días después de la muerte de mi madre.
✴✴✴✴ Solo en la enorme habitación, Alejandro se puso a observar el Ank que recogió de la casa en llamas; fue lo único que pudo salvar. Apenas había asimilado todo lo que había ocurrido y, menos aún, todo lo que su padre le había contado. Se encontraba en un estado de aletargamiento en el que nada le parecía muy real, en especial la ausencia de su madre, la cual había sido siempre la única persona a la que veía cada día al levantarse y al acostarse, con la que podía hablar de sus habilidades, su amiga además de madre. Justo cuando rozaba con la yema de los dedos cada uno de los jeroglíficos, fue cuando Samarac entró en la habitación. —¿Qué es eso? —preguntó de inmediato al ver el collar en sus manos. —Es un collar de mi madre —farfulló un poco agitado por la intrusión repentina. —¿Un collar? —repitió acercándose a su hijo con la vista clavada en el Ank—. Déjame verlo —ordenó en cuanto estuvo a un palmo de él. A regañadientes se lo dio para que lo observara, sin saber que estaba cometiendo un grave error al hacerlo. En cuanto lo tuvo en sus manos, su rostro pasó del interés a la incredulidad, y de ésta al asombro y fascinación. 56
—Así que Isabel se llevó el collar… —murmuró. —¿Llevó? —preguntó confuso su hijo—. ¿De dónde? —De la Orden —musitó sin mirarle. «¿El Ank había sido de los asesinos de mi madre?». No le gustó esa pequeña información sobre su collar, pero, tal y como él lo veía, si el Ank había pertenecido a esa organización, su madre hizo bien en quitárselo; de todas formas, no le importaba de quién hubiera sido antes de tenerlo ella, para él siempre sería el collar de su madre. Por esa razón, cuando Samarac se guardó el Ank en el bolsillo, dio un brinco en la cama. —¡Eh! —protestó sin pensar—. ¡El collar es mío! —Eso no es cierto. —¡Mi madre querría que lo tuviera yo!—insistió poniéndose de pie, a pesar de que su estatura era bastante inferior a la de él. —Tampoco era de ella. —Yo cogí el collar, es mío —replicó sin rendirse. Samarac alzó las cejas y el niño vio como sus ojos despedían ese extraño destello rojizo amarillento que tan poco le gustaba. Un segundo después, su cuello quedó prisionero de su mano derecha, la cual presionó un poco cortando su respiración. —Si digo que este collar me lo quedo yo, lo aceptas sin discutir —indicó en un peligroso susurro—. ¿Comprendes? Asintió con la rabia quemando sus ojos, consiguiendo que se humedecieran. Samarac le soltó y se marchó con el collar.
✴✴✴✴ Coloqué el Ank en mi cuello y me observé en el espejo. Llevaba puesto mi chándal favorito: camiseta negra sin mangas, en conjunto con el pantalón, ancho, del mismo color. Sencillo, có57
modo y práctico. El collar resaltaba de manera muy llamativa, así que lo oculté debajo de la camiseta. Aquel día era importante y quería llevarlo conmigo. No es que fuera supersticioso y creyera que me daría suerte, no, pero me pareció bastante apropiado llevarlo ese día. El aire que me recibió al salir de la Mansión fue húmedo y fresco; la lluvia le había sentado bien, todo se sentía más limpio. Inspiré con fuerza antes de darme cuenta de que había alguien observándome, cosa que llamó de inmediato mi atención. Sentada en el borde de la carretera, había una chica de cabellos dorados que no me quitaba ojo. Curioso, me acerqué a ella, la cual no hizo ningún amago de levantarse del suelo. Suelo que, dicho sea de paso, estaba mojado y con barro. —¿No preferirías sentarte en un lugar más cómodo y limpio? —pregunté lo evidente cuando estuve lo bastante cerca como para que me oyera. La muchacha no dijo nada, se limitó a observar el suelo en el que se hallaba sentada, como si acabara de darse cuenta de ello. Me planteé la posibilidad de que estuviera borracha, pero, cuando alzó de nuevo la vista hacia mí y abrió desmesuradamente los ojos y un poco la boca, me planteé que quizás su problema fuese mayor. —Hay un banco justo allí —añadí señalando a mi espalda. Continuó sin hablar, lo que hizo que mis sospechas aumentaran. Hasta que, de pronto, exclamó con voz chillona: —¡No estoy aquí por gusto! ¡Me he caído! Fue decir eso, y hacer un pobre intento de levantarse del suelo, intento fallido a causa de la bicicleta que había a sus espaldas con la que tropezó cayendo de nuevo. Una sonrisa escapó de mis labios al ver su rostro contrariado, y me acerqué para ayudarla. 58
—¡No necesito ayuda! —profirió con voz muy aguda nada más alargar un brazo para levantarla. —Cualquiera que te viera opinaría lo contrario —repliqué haciendo un gran esfuerzo por no reír. La tomé de un brazo antes de que volviera a protestar. Lo primero que percibí al levantarla, fue la suavidad de su piel. La arrastré hacia la acera y aproveché que la tenía cerca para observar mejor su rostro. Era de rasgos delicados, barbilla redondeada, nariz alargada, boca grande y labios perfilados, ojos también grandes de un color azul marino profundo… En cuanto éstos se posaron de nuevo en mí, me sentí repentinamente cohibido y dejé de observarla. Fui a coger su bicicleta para ver si había sufrido algún daño. —No parece rota, ¿cómo te has caído? —pregunté volviendo a mirarla. —Ha sido por culpa de esa estúpida mansión —explicó, y, al momento, pareció arrepentirse—. Perdona, tú vives ahí, ¿no? —Sí, y por lo general, la gente suele alabarla en una primera impresión —respondí en tono amable. —Ya, es muy bonita, si por eso me quedé embobada viéndola —aclaró observándola—. Lo que pasa es que hasta hace un par de meses no estaba aquí y, bueno, ¿cuánto se tarda en construir algo así? —Es una mansión prefabricada, en realidad —aclaré acercándole la bicicleta—. He venido con dos socios desde Madrid a pasar unos meses aquí. La mansión es vivienda, tienda y pub por las noches —promocioné al final. —¿En serio? Vaya, suena como negocio interesante —aprobó, pero su mirada se volvió extraña, como si tratara de descifrar algo. 59
—Lo es —afirmé a unos pocos centímetros de ella, tenía una carita preciosa—. Pronto la abriremos al público. ¿A qué instituto vas? —¡Ay, Dios! —exclamó agarrando el manillar de la bici—. ¡Ya voy a llegar tarde! ¡Me tengo que ir! —se subió a la bicicleta sin añadir nada más, aunque antes de irse se volvió para mirarme—. ¡Gracias por la ayuda! Me pasaré por aquí otro día. Quedé un poco aturdido con su rápida partida, y solo dejé escapar una débil sonrisa mientras la observaba marchar. En cuanto se perdió de vista, sacudí la cabeza y comencé a correr. Una hora después me di una ducha fría y desayuné a lo grande: tortilla de queso, salchichas, tostadas con aceite y sal, y un café bien cargado. —¡Ag…! Y a eso llamáis comida… —murmuró Gregorio al verme dar un gran mordisco a mi enorme bocata. —No hacía falta que te levantaras tan pronto, podías haber dormido un poco más —dije a mi vez, antes de tomar un trago de café. —Con toda la publicidad que hay que repartir, está claro que me necesitas —argumentó sin entender el verdadero significado de mis palabras. Di otro gran mordisco al bocadillo decidiendo no replicar. Una vez terminado el desayuno, nos repartimos la propaganda a medias, y yo me fui a los institutos en busca de mi cebo. Comencé con el Jiménez de la Espada. Me hice pasar por alumno para entrar en todas las clases en las que podría estar, y fui repartiendo propaganda que todo el mundo aceptó con gusto. No vi a la chica. Me fui entonces al Isaac Peral para repetir el mismo procedimiento, obteniendo el mismo resultado. Siendo ya la hora del recreo, llegué al Politécnico; allí no tuve la necesidad de hacerme pasar por alumno, ya que todos 60
éstos estaban fuera. Me puse a repartir publicidad mientras observaba a cada uno de ellos con la esperanza de encontrarla. No tardé en verme rodeado de una gran multitud de estudiantes, todos interesados en la mansión. Fui lo más amable y breve que pude con todos ellos, sin dejar de observar a todo el mundo. No la veía, pero al cabo de unos minutos vi a otra persona que llamó mi atención: la chica de la bicicleta. Iba con un pequeño grupo de amigos, y cuando ella se fijó en mí, volví a centrarme en la gente que había a mi alrededor. La muchacha era preciosa aunque, por desgracia, no era a la que buscaba. Sin embargo, mi suerte mejoró un par de minutos después cuando… ¡sí! ¡Vi a la chica de Madrid! Estuve cerca de soltar una risotada en medio de la gente. No lo hice, por supuesto, me contuve y disimulé con ellos, para evitar que la muchacha se diera cuenta de mi presencia. En cuanto podía la miraba de refilón, y pude comprobar cómo me observaba fija y acusatoriamente: me había reconocido. Era lógico. Ya imaginaba que ocurriría, así que no le di importancia. Al fin y al cabo, ya no me interesaba ganarme su confianza; puesto que debía estar siete meses en la ciudad captando nuevos integrantes para mi padre, había elaborado un plan más efectivo, que no dependía de mi acercamiento a ella. Solo necesitaba saber a qué instituto iba y su dirección. Nada más sonar el timbre, comencé a alejarme, pero no me iba solo. Tres muchachas que habían estado todo el rato cerca de mí me pisaban los talones sin dejar de hablarme. —¡Nos parece interesantísimo el lugar! —exclamó una de ellas—. ¡Nos verás en la inauguración, seguro! —Me alegro mucho. —¿Y cómo te llamas? —preguntó la bajita. —Alejandro. 61
—Yo me llamo Elena —se presentó la chica de cabello castaño mirándome de forma insinuante. —Yo Virginia —ella tenía el pelo de un color más oscuro aunque la forma de decir su nombre fue similar a la de su amiga. —Y yo Marta —finalizó la más bajita de todas ellas. —Me alegro mucho de conoceros a las tres —les dije mientras me subía en mi Kawasaki—. Espero veros en la Mansión. —¡Ahí nos verás! —¡Gracias por la publicidad! Me fui antes de que alguna de ellas terminara subiéndose a mi moto. Lo único que me quedaba por hacer era esperar a que terminara el instituto y seguir a la muchacha para saber dónde vivía. Dejé a mi dark —nombre con el que bautice mi moto nada más verla años atrás— en la mansión y, como empezó a llover, cogí un paraguas antes de regresar al instituto. Esperé con paciencia y buen ánimo, cuando, poco tiempo después de sonar el timbre, obtuve mi recompensa. Sonreí ampliamente al ver a la chica de Madrid, y comencé a seguirla con toda la precaución posible. Justo entonces, sonó mi móvil. Al ver el número, torcí el gesto con disgusto antes de descolgar. —¿Qué quieres, Gregorio? —Ya he repartido toda la publicidad. ¿Dónde estás? —Estoy siguiendo a mi cebo; cuando sepa dónde vive, te llamaré —colgué sin más ganas de hablar. La muchacha no vivía cerca del instituto, pero no tardó mucho en llegar. Me quedé con el nombre de la calle, Duque Severiano, y en cuanto la vi entrar en su portal, sentí ganas de reír. ¡Ya la tenía! Todos mis temores y preocupaciones pasadas se esfumaron por completo. Tan contento estaba que llamé a Gregorio y le dije dónde encontrarme. A continuación, entré en un 62
restaurante chino que había ahí cerca y me pedí de todo para celebrar mi pequeño triunfo. Ni si quiera la compañía de Gregorio enturbió la comida. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación sí lo hizo. Al salir del restaurante vi a Yamilé en una tienda de enfrente, ella también me vio a mí. Sin inmutarme, volví la vista al frente y caminé con paso tranquilo sin volver la mirada. Gregorio me imitó, pero la chica no se quedó conforme, y, unos segundos después, oí su voz acusadora a mis espaldas. —¿Me estás siguiendo? —gritó abruptamente. Me volví hacia ella con toda la tranquilidad del mundo. —Teniendo en cuenta que yo voy por delante y tú por detrás, ¿no sería yo quien debería hacerte esa pregunta a ti? —rebatí con indiferencia. —Sabes de sobra a lo que me refiero —refunfuñó—. Me seguías en Madrid y ahora estás aquí, ¿qué eres? ¿Un acosador? Molesto por su tono, reí con malicia, con toda la intención de que viera lo absurdo de sus palabras, a pesar de que no lo fueran. —Lo siento, pero no eres mi tipo, si quisiera seguir a una chica lo haría con alguna que, por lo menos, me llegara hasta la cintura —la miré de forma mordaz mientras lo decía. La muchacha cambió su expresión suspicaz por otra de enfado. —¿Pretendes que crea que es una simple coincidencia que te pillara dos veces siguiéndome en Madrid? ¿Y que también es coincidencia que, cuando me voy a vivir a una ciudad a más de 400 km de distancia, tú también vengas a vivir aquí? —Yo no te he seguido en ningún momento, si alguna vez nos hemos cruzado, ha sido simple casualidad —mentí con descaro, cada vez más molesto por la determinación de la muchacha en querer saber la verdad; algo que no ocurriría—. Y yo tenía 63
previsto instalarme a vivir en Cartagena desde hace meses por negocios —señalé a Gregorio con la cabeza, el cual miraba divertido a la chica. Sabía muy bien por qué. La muchacha era pequeña y flacucha, sin embargo, estaba encarándose con un dhampiro y un vamp-lobo como si fuera Terminator. A mí también me hubiera resultado cómico de no ser porque su desconfianza podía llegar a ser un obstáculo para mis planes. Vi en los ojos de la chica cómo el enfado y el recelo aumentaban mientras nos observaba. —Si te veo siguiéndome, espiándome, o cerca de mi casa, llamaré a la policía, ¿te queda claro? —amenazó con los ojos fijos en mí. Mantuve su mirada de forma desafiante mientras sonreía con desdén. —De acuerdo. Y, cuando la policía venga a por mí, les diré que eres una pobre chalada que imagina acosadores por su escasa vida amorosa —repliqué burlón antes de añadir—. No tienes pruebas de lo que afirmas, no puedes acusarme de nada porque yo no te he hecho nada, así que habla con quien quieras de tus paranoias. Hasta la fecha, no he oído que metan en la cárcel a nadie por mudarse de ciudad. La muchacha pareció dudar por un momento al sopesar mis palabras. Todo iba a favor mío, porque su teoría, por más acertada que fuera, carecía de pruebas, móvil y sentido. Lo único que sí tendría sentido, sería que la siguiera por algún deseo sexual retorcido, y me estaba esforzando al máximo en que esa idea ni se le pasara por la cabeza, para que creyera que todo había sido simple casualidad y se olvidara de mí. A pesar de mis esfuerzos, ella continuó mirándome con aprensión. —Sé que no fueron casualidades las veces que te vi en Ma64
drid, me observabas de manera extraña, me seguías… No sé qué pretendes, pero no quiero volver a verte tras de mí —advirtió seria. —Baja de las nubes, Pocahontas, yo no tengo ningún interés en ti —declaré llenando mi voz de una burla fingida. Me lanzó una mirada envenenada antes de irse con paso rápido, yo la observé con el ceño fruncido. Si algo me quedó claro, era que el plan que ideé en Madrid sobre engatusarla no hubiera resultado muy factible, o cuanto menos, me hubiera resultado muy difícil llevarlo a cabo. Por ello agradecí el que ahora no necesitara su colaboración para conseguir mi propósito. Aunque iba a tener que ser precavido para no alimentar las sospechas de esa chica.
✴✴✴✴ El salón era de lo más espacioso y lujoso. Alejandro se encontraba recostado en un cómodo sofá poco tiempo después de perder su Ank; estaba taciturno, igual que todos los días anteriores a ése tras la muerte de su madre. A pesar de las cosas asombrosas que había oído hasta el momento, y lo fascinante que le parecía todo, el dolor por la pérdida de su madre era como un hueco vacío en su pecho que le hundía en la tristeza a diario. Estando así, triste y desganado, fue cuando de pronto, un estruendoso sonido rompió la calma del lugar. Asustado, el niño se levantó y salió del salón para ver qué había ocurrido. Lo primero que vio fue como uno de los guardianes de Samarac salía despedido y caía de manera aparatosa al suelo. A pesar de eso, no tardó ni un segundo en levantarse y enfrentarse con quien le había atacado. 65
Más sonidos de lucha se oían en otras partes de la gran casona en la que llevaba cerca de un mes viviendo. No sabía qué ocurría, pero no se quedó a preguntar. Tenía otra cosa en mente. Comenzó a correr yendo derecho a la habitación de Samarac sin detenerse a observar a ninguno de los vampiros que luchaban a muerte. En cuanto llegó, se topó con la puerta cerrada; siempre lo estaba. Sin embargo, en ese momento había una guerra en la casona, por lo que no sintió temor ni reparo en romper el manillar de la puerta e introducirse en la habitación antes de que nadie le viera. El corazón le bombeaba a una velocidad vertiginosa, las manos le sudaban y no tenía muy claro qué hacer a continuación. En algún rincón de esa enorme habitación debía de estar oculto su collar, ¿pero dónde? Sin detenerse a pensar, comenzó a revolver toda la habitación en su busca. Empezó por un rincón, continuó con el siguiente y, así, hasta terminar con toda la habitación desarmada. Ni rastro del collar. Los ruidos de guerra eran cada vez más estruendosos y no sabía en qué momento podría aparecer alguien y descubrirle. Fuera quien fuera el que entrara, se hallaría en problemas; si eran enemigos, le matarían, y si era Samarac… probablemente también, al ver lo que había hecho. Sus circunstancias no eran muy buenas, pero eso no echó atrás su determinación de encontrar el collar, únicamente le animó a ser más rápido en su búsqueda. Volvió a desordenar el cuarto, a mirar en cada rincón, en cada lugar extraño sin encontrar nada. «¿Y si no lo ha ocultado en su habitación?» —se preguntó angustiado. Su cuarto era un lugar al que nadie podía entrar y que siempre estaba vigilado, por eso estaba convencido de que ocultaría algo ahí, 66
sin embargo, no encontraba nada. Enfadado, golpeó con fuerza la pared, y quedó estupefacto al ver que la había traspasado. ¡Estaba hueca! Emocionado ante el descubrimiento, sacó la mano de su interior y quitó los escombros que rodeaban el hueco que le había hecho. No tardó en descubrir lo que tanto buscaba. Bajo una capa de escombros blanca se hallaba el Ank. Cogió su preciado tesoro, lo ocultó en un bolsillo y salió de la habitación antes de que alguien le descubriera.
✴✴✴✴ Mi mano se cerró aprisionando el Ank. Al cabo de unos segundos, volví a abrirla e introduje el collar de nuevo en la bolsita para ocultarlo bajo la tabla de mi cuarto. Me había gustado tenerlo ese día conmigo, pero lo ideal era mantenerlo oculto. A continuación, me tumbé en la cama contento de haber encontrado a la muchacha —a pesar del encontronazo que tuve con ella al final— y de que pudiera comenzar a preparar toda la telaraña en la que caería Guzmán muy pronto. Cerré los ojos satisfecho. Al cabo de unos segundos, la imagen de una chica rubia, de ojos azul marino y boca grande, inundó mi mente de golpe.
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Si te ha gustado lo que has leĂdo hasta ahora, puedes adquirir el libro en: www.edicionesjavisa23.com o solicitarlo en tu librerĂa habitual
Una antigua Orden Secreta Un fuerte deseo de venganza Un glorioso futuro de poder absoluto Una hermosa muchacha Criado en un mundo lleno de peligros, con enemigos acechando a cada paso, ha tenido que desarrollar grandes habilidades para sobrevivir, pero sobretodo, para convertirse en algo mucho más grande que él. Sin embargo, un obsesivo deseo de venganza le impide dedicarse de lleno a su ansiado futuro, y eso le llevará derecho a la ciudad de Cartagena. Allí le aguarda más de una sorpresa, aunque la más peligrosa de ellas será una cautivadora joven de cabellos dorados que oculta una amenaza para su futuro.
www.edicionesjavisa23.com www.laordendelsol.com Ilustraciones: Fany Carmona www.fanycarmonailustradora.es