f «Recoge tus rosas mientras puedas pasa el tiempo y nada queda.» Robert Herrick (1591-1674)
Preludio
El conjunto de artículos que tiene el lector en sus manos abarca un largo periodo de mi ciclo vital. El primer artículo que publiqué en un periódico se titulaba «Tiranos, escépticos, estoicos, epicúreos, cínicos» (El Diario Montañés, 22 de mayo de 1979). Con antelación firmé (junto a Juan Irigoyen Sánchez-Robles) un conjunto de artículos —el primero apareció en 1978— sobre sociedad y política en La Hoja del Lunes, que entonces dirigía Juan G. Bedoya, entre otros una polémica con Eduardo Obregón sobre ADIC y los delirios autonómicos que servían de soporte discursivo a los nuevos grupos de interés que estaban configurándose en la antigua provincia de Santander. También colaboramos con El Diario Montañés, publicando a la sazón una serie de artículos sobre los partidos políticos y sus espacios electorales en la todavía provincia de Santander. Irigoyen y quien narra dimitimos de nuestros cargos en la di rección provincial del PCE una vez celebradas las elecciones de junio de 1977. Al siguiente año abandonamos el convento, cáustica caracterización de Claudio Rodríguez1 sobre la organización en la que pasé (1969-1978) mi juventud. Mis padres, mostrando tanto ternura
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como perplejidad, se preguntaban por qué dejaba la política tras tantos años de riesgo y sacrificio, también de ellos, justo en el momento en que podía dedicarme a ella en libertad. En la decisión que Irigoyen y yo tomamos, jugaron un papel decisivo, además de nuestra propia experiencia reflexiva, los tres encuentros que mantuvimos con Fernando Claudín en una cafetería de la madrileña Glorieta de Quevedo. Aquellos artículos suscritos con Irigoyen, releídos hoy, qué desasosiego, son textos de ruptura vital e intelectual; reflejan melancolía y escepticismo, sí, a raudales, pero, también fe y confianza en nuestras posibilidades como sujetos tras largos años de actividad antifranquista —salpicada de represión política y académica—, como el paso del tiempo ha evidenciado. «Good Bye Sweet Dreams» (True Love Cast out All Evil, Chemical Underground, 2010), vocea Roky Erickson. Ya está. La vida y nada más (y nada menos). Superada la pesadilla, llegó el momento de materializar los sueños, de abordar los proyectos aplazados, de reconstruir las vidas, de ser y estar en el mundo: cada uno tenía que ser lo que no había podido ser antes.Y se produjo la dispersión, más que el trillado desencanto. De eso trataba mi primer artículo personal, abstruso, típico del escritor principiante que quiere llamar la atención con citas à la page (Stéphane Mallarmé, Conde de Lautremont, Friedrich Hölderlin y Dylan Thomas) y frases crípticas por doquier: tras la restauración democrática, ya éramos personas, podíamos evolucionar y colocarnos nuestra verdadera máscara o cambiar de ella cuantas veces quisiéramos si así lo decidíamos (muchos se hicieron profesionales de esto último, pulverizando, sino escarneciendo, los argumentos de El fin de las ideologías de Daniel Bell). El último artículo escrito aquí reproducido, «Vandermark o la tradición de lo nuevo», fue publicado el 15 de mayo de 2007 también en
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El Diario Montañés. Entre el primero y el último, han transcurrido casi tres décadas, tres decenios alteradores. Durante estos casi treinta años he publicado en la prensa provincial/regional (Hoja del Lunes, Alerta y El Diario Montañés), sobre todo, algo más de un centenar de ensayos cortos, entrevistas, reseñas de libros, exposiciones y conciertos y artículos de opinión. Tales textos constituyen una porción reveladora de mi obra escrita (desperdigada en libros, revistas, catálogos y enciclopedias) y muchos de ellos, como expondré más adelante, poseen un significado formativo y sentimental muy especial para mí. Estos escritos publicados en prensa, que reaparecen tal y como fueron pensados, con escasas modificaciones, sin apenas notas a pie de página y anexo bibliográfico, como corresponde al género y al medio, y exentos de las coletillas periodísticas (ajenas al autor) que acompañaron su divulgación, restaurados, por así decirlo, de los que aquí se ofrece una amplia y representativa selección, atraviesan mi vida profesional: siendo sociólogo freelance; durante mi período como asesor de Comunicación y coordinador del Palacete del Embarcadero de la Junta del Puerto de Santander; mientras tuve un gabinete de Proyectos Culturales, Investigación y Comunicación; como profesor universitario asociado (en la difunta Escuela Universitaria de Graduados Sociales) y con dedicación exclusiva (en la Universidad de Cantabria), los artículos de prensa han constituido un medio de expresión de mis preocupaciones textuales y cívicas, una extensión miniaturizada de mi actividad reflexiva, investigadora y crítica. El título de este libro es el mismo que el del artículo que escribí sobre W. G. Sebald (incluido en esta recopilación). La palabra extraño/a me ha acompañado a lo largo de casi toda mi vida, desde que a los dieciséis años decidí cruzar el río y separarme de la vida ordinaria de aquella España cutre, funesta y atroz, desde que me alisté2 al conjunto cívico nacional que
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pugnaba por un país libre y civilizado: y ese es un hándicap ético que arrastramos muchos de los que estuvimos allí y nos acordamos de ello, por emplear el eslogan de Joe Boyd3,que todavía seguimos aquí. El renombrado, merecidamente, poema Elegía y recuerdo de la canción francesa de Jaime Gil de Biedma4, no sirve a nosotros, hijos de la posmodernidad, hecho cultural5 del que tuvimos conocimiento tarde, para no variar. Nos gusta, cómo no, la vieja canción francesa, pero nos concierne más el soul, el extremo oscuro de la calle6: A Change is Gonna Come, la composición de Sam Cooke, la estrella más deslumbrante de la constelación pop,es nuestra canción. Fue publicada en Ain’t That Good News, el último álbum grabado en estudio por Cooke, en 1964, el año de la gran ruptura cultural que aconteció en las sociedades tardoliberales. Esa dificultad acumulada, añadida —el hecho de defender perspectivas estéticas y éticas normalizadas en las sociedades avanzadas y extrañas todavía aquí—, esa disyunción cultural, sigue siendo un problema intergeneracional de gran relevancia sociocultural y política en nuestro país (aunque no tanto como a finales de los sesenta) y, exageradamente, en nuestra cotidianidad autonómica, aunque este asunto clave de la modernidad no se expresa actualmente en la periferia con el dramatismo de antaño, pues la vida humana, en ese país de países que es la republica cosmopolita7, ya no es la misma (la interacción planetaria se ha acelerado de manera asombrosa en los últimos sesenta años). Quizás fuera aquella maravillosa canción que alumbró mi/nuestra infancia, Stranger in Paradise8, que grabó el inimitable Tony Bennett en el año 1953, cuando vine a este caos-mundo ordenado9, la culpable de esta estupefacción mundializada. Y en 1966, el hit número uno de la extrañeza: Frank Sinatra con Strangers in the Night (KaempfertSingleton-Snyder, Reprise) —todavía conservo el single que Hispavox
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publicó en nuestro país—, con su Dooby dooby doo, nos remató (aunque mi Sinatra preferido es el de las grabaciones realizadas para el sello Capitol entre 1951 y 1963, uno de los momentos dorados de la música popular moderna del pasado siglo). La marginación del capital cultural extrañado que emerge tras la gran quiebra operada en el mundo después del fin de la Segunda Guerra Mundial, insisto, sigue siendo un inconveniente estructural de gran calado nacional, que se ha agravado en estos últimos quince años tras la depresión económica de los noventa10: el referente es el dinero, querido, y tú eres un paria idealista, un mensajero del pasado, venían a decirte aquellos que hoy están con la soga al cuello y preguntando ahora, sotto voce, quién es quién en el mundo de la cultura: el referente, querido camarada, me decía alguna sombra del pasado, es la economía, y no la cultura, una disciplina que progresivamente ha ido perdiendo su carácter de ciencia social para, de ese modo, entrar, ilusamente, en el universo teórico-empírico de la ciencia natural, una patraña epistemológica descomunal que, con sus seudopredicciones interesadas, ha llevado al mundo a una catástrofe congelada de consecuencias imprevisibles. Demasiada economía y poca cultura. O demasiada economía de la cultura y escasa, o nula, autocultivación del sujeto: un divorcio suicida, cuando son realidades complementarias, que explica la profunda desestructuración que la sociedad española ha experimentado en este período de crecimiento ficticio: si hubieran contado con los extraños nos hubiera ido mejor a todos (como así ha sucedido en todas las sociedades que han asumido la modernidad). De normalización y reconocimiento del extrañamiento hablamos, por tanto. Pero hay otras razones, de carácter histórico-temporal y cognitivo, conectadas con esta última observación, de carácter autobiográfico,
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que justifican, a nivel reflexivo, el título de este libro. Toda esa familia verbal del extrañamiento (alienación/enajenación/desplazamien to/discriminación/marginación/aniquilación), ha sido estrujada al máximo por filósofos y científicos sociales tan variados como Georg W. F. Hegel, Ludwig Feuerbach y Karl Marx, Georg Simmel, Emile Durkheim, Max Weber, Theodor Adorno, Walter Benjamin y Alfred Schutz, Claude Levi-Strauss y Clifford Geertz, Herbert Marcuse, Erving Goffman, Michel Foucault, Howard S. Becker y Ned Polsky, Norbert Elias y Robert Blauner, Peter L. Berger y Peter Sloterdijk, Tzvetan Todorov, Michel de Certeau, Richard Sennett y Zygmunt Bauman. Procede colegir de esta proliferación discursiva, en consecuencia, que este asunto del extrañamiento es uno de los subtextos principales de la modernidad. El sujeto (pos)moderno, forjado en la ciudad, ha sido multi-interpretado, como corresponde a la diversidad de facetas (trabajo, consumo, familia, sexualidad, cultura, vida cotidiana, pluralismo, secularización…) que han configurado su compleja identidad11.Y en ese contexto, el extrañamiento constituye una regularidad del sueño de la sociedad industrial y de su post correspondiente, un sueño histórico que ha albergado tanto a la alucinación totalitaria como a la emancipación democrática del sujeto y que, también, ha espoleado el lema horaciano del sapere aude 12, que hizo suyo la Ilustración, como nunca hizo hasta ahora otra formación social conocida aunque, como el arco y la lira de Heráclito13, esta construcción social ha encontrado su opuesto en la pesadilla burocrática que tan luci damente advirtieron, a través de medios expresivos diferenciados, Max Weber y Franz Kafka. Y así, esta configuración social ha producido una literatura del extrañamiento, connotación que era para Victor Shklovski 14 la
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verdadera razón de ser del arte, una clase literaria apabullante en logros formales y temáticos, en combinaciones experiencia-conocimiento-estilo en verdad magistrales: Rainer M. Rilke, Franz Kafka, Joseph Roth, Robert Walser, Robert Musil, Karl Kraus, Herman Broch, Georg Trakl, Elias Canetti, Gertrude Stein, James Joyce, Ezra Pound, T. S. Eliot, Wistan H. Auden, D. H. Lawrence, Fernando Pessoa, Antonin Artaud, Louis F. Céline, Raymond Roussel, Albert Camus, Julien Gracq, Georges Perec, Willian Faulkner, Vladimir Nabokov, J. D. Salinger, Richard Wright, Ralph Ellison, Carson Mc Cullers, John Ashbery, Robert Creeley, Thomas Pynchon, Willian Gaddis, Samuel Beckett, Thomas Bernhard, Hartmut Lange, Peter Handke, W. G. Sebald, Raymond Carver, Cormack McCarthy, Don DeLillo y muchos más… La senda del extrañamiento. Y en mi memoria personal, el Julio Cortázar de La vuelta al día en ochenta mundos15 y Último round16, donde define su concepción de la experiencia literaria como un acto de extrañamiento/excentricidad, y la Susan Sontag de Contra la interpretación17. Pero este itinerario sobre el extrañamiento no quedaría ultimado sin referirme a la observación participante, ese método de investigación social definido teórica y empíricamente por sociólogos y antropólogos que nos ha permitido conocer tanto el comportamiento desviado moderno como el mundo cultural del Otro. De Bronislaw Malinowski a Aaron V. Cicourel, por nombrar a dos investigadores sociales relevantes en este ámbito de la exploración social, la observación participante, la lógica investigadora que permite al observador relacionarse cara a cara con lo(s) observado(s) y recoger datos en el contexto que se observa (del que forma parte), produciendo, de ese modo, observaciones enmarcadas, ha superado la visión del científico social como un extraño que irrumpe en la vida cotidiana del resto.
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Las herramientas lógicas y metodológicas de la observación participante han sido para mí de gran ayuda para comprender, en el sentido de Verstehen, desde dentro, los universos culturales y estéticos sobre los cuales he realizado mi actividad investigadora en esa rama interdisciplinar de la Sociología que es la Sociología del Arte y la Cultura. La organización de exposiciones de arte contemporáneo y conciertos de música (del siglo veinte sobre todo), que he agenciado, la práctica de la crítica de arte, el haber formado parte activa del mundo del arte18, la experiencia de entrevistar a creadores, en algunos casos grandes protagonistas de la creatividad estética del pasado siglo, y convivir/conversar con ellos, amén de mi propia vivencia como escritor de poesía entre 1977 y 1992, además de enriquecerme a nivel personal y haber diversificado mi trayectoria profesional, me han facilitado una visión situada de la cuestión sobre la que trabajo desde hace casi treinta años: las correspondencias entre las artes y el pensamiento en la segunda mitad del siglo veinte, la observación e interpretación de sus marcos analógicos desde una perspectiva transdisciplinar, un universo cultural caracterizado por una tensión dentro-fuera constante y enmarañada (bohemia/vanguardia/contracultura-instituciones/sistema/establishment) y unos modos y métodos reflexivos y de acción, en el ámbito del pensamiento, la creación artística y la vida cotidiana, ciertamente excéntricos. Esta colección de fragmentos, ensayos cortos primordialmente, y artículos, son, por ello, derivaciones libres de mi trabajo como científico social. Y digo libres porque si bien es notoria la presencia del lenguaje formal característico de la ciencia social en dichos textos, busqué de forma deliberada en ellos que este modo de decir y hacer colisionara con la aproximación narrativa y el impulso poético, para que, tras el choque intertextual correspondiente, todas esas formas
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literarias alcanzaran un cierto grado de armonía (después de conocer la extraña experiencia de la diferencia). Creo que esta es una de las tareas del ensayo como forma literaria: combinar recursos expresivos diversos, amalgamar datos e intelecciones de forma imaginativa, sin las servidumbres que el método científico requiere, y, de modo especial, cabalgar por el mundo de la palabra como si del desierto se tratara, esperando que el sol te ciegue y que la oscuridad te congele. Pensamientos y variaciones literarias
El libro está dividido en varios apartados temáticos (en su sentido puramente taxónomico). El primero, «Pensamientos cruzados», gira en torno a la pertinencia del pensamiento y de la teoría como recursos iluminadores de la existencia humana. La metateoría, como el metalenguaje, ha enriquecido nuestra visión sobre la contemporaneidad. Sin embargo, soy partidario de reconstruir la mirada analítica, tanto puramente pensativa como teórico-empírica, recuperando la transparencia conceptual. Tras la saturación lingüística del pensamiento que se mira a sí mismo, después de la multiplicación histérica de los giros discursivos y la atomización del logos en la sociedad del espectáculo, con esa obscena mezcolanza de doxa y episteme que define su sentido, ha llegado el momento de producir una nueva síntesis, una nueva luz orientadora, sinérgica19. Creo que el pensamiento complejo —el artículo «La vida es un rayo inteligente» gira en torno a Gregory Bateson, uno de los magos de este paradigma, el Duchamp de la ciencia social— puede ser el gozne de una ciencia decididamente humanista, cósmica, novísima, transdisciplinar. Pienso que el mundo que habitamos, que ha sobrepasado con creces los límites diseñados por la Ilustración y la utopía positivista, requiere modelos cognitivos y operativos convergentes, cooperativos,