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Directorio
Lic. Rubén Moreira Valdez Gobernador del Estado de Coahuila de Zaragoza Lic. Ana Sofía García Camil Secretaria de Cultura de Coahuila
Lic. Carlos Flores Revuelta Director de Actividades Artísticas y Culturales Lic. Miguel Gaona Hernández Coordinador Editorial
© Gobierno del Estado de Coahuila de Zaragoza © Secretaría de Cultura de Coahuila Juárez e Hidalgo s/n. Zona Centro CP 25000. Saltillo, Coahuila de Zaragoza Correo electrónico: sec.editorial@gmail.com © Evodio Escalante © Diana Garza Islas © Ernesto Lumbreras Edición: Miguel Gaona Diseño: Estefanía Nicté Estrada
Impreso y hecho en México ISBN Obra completa: 978-607-96210-6-3 ISBN Tomo 2: 978-607-96210-7-0 Saltillo, Coahuila de Zaragoza, 2013
Para los coahuilenses, el 2013 ha sido un año de importantes conmemoraciones: celebramos el centenario de la firma del histórico Plan de Guadalupe; recordamos el 170 aniversario luctuoso del padre del federalismo, Miguel Ramos Arizpe, y asimismo el sesquicentenario de la Batalla de Puebla, en la que el general Ignacio Zaragoza cubrió de gloria a la nación y a nuestro estado. Finalmente, el 6 de diciembre, tras un año de actividades y festejos de nivel internacional en su memoria, conmemoramos el 140 aniversario luctuoso del poeta Manuel Acuña Narro. Esta publicación, EN NOMBRE DE ESE LAUREL, reúne su poesía completa y nos presenta de nuevo al autor y al personaje; es el testimonio material de la devoción y orgullo con que el Gobierno del Estado se ha planteado la celebración del saltillense, cuya existencia trágica, breve, le dio tiempo bastante para confeccionar una obra literaria imprescindible en la cultura mexicana. Esta edición no cierra, sino que abre permanentemente el homenaje y las vías de acceso a la obra de Manuel Acuña, reiterando asimismo el compromiso del Gobierno de Coahuila por fortalecer la imagen y la calidad de vida en nuestro estado a través de la poesía, de capitalizar en beneficio de la sociedad los valores culturales que nos pertenecen. El inminente reencuentro de Acuña con los lectores representa en sí mismo un motivo de festejo, pues no sólo el poeta, sino también los que entendemos su obra como parte de nuestra identidad, vemos enriquecer con ello la generosa herencia cultural que recibimos. Sirva como regalo para los lectores del presente y del futuro la obra poética de Manuel Acuña, orgullo coahuilense y joya del siglo XIX mexicano. Lic. Rubén Moreira Valdez
Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila de Zaragoza
La segunda mitad del siglo XIX, imprescindible para entender el devenir y el pensamiento del México naciente, fue la cuna del poeta coahuilense Manuel Acuña. En ella vivió de forma apresurada, casi siempre en circunstancias adversas, dejando tras de sí una biografía brevísima, colmada de palmas, triunfos, laureles, como expresó su amigo Justo Sierra; la promesa de un porvenir feliz que no llegó a cumplirse para él pero sí para su obra. Manuel Acuña representa un ideal romántico. Durante mucho tiempo ha sido, para el público, como la flor que espera entre las páginas de un libro para desmoronarse en nuestras manos. Sin embargo, hace falta todavía mucho más para asistir al desmoronamiento de una obra que, bien leída, tiene importantes asideros en la historia, la cultura y la imaginación de nuestra lengua. A 140 años de la muerte de Acuña, sus poemas son, todavía, nuestro orgullo, y la clave para revalorar su historia, novelada por la imaginación colectiva; para entender el reconocimiento de maestros como Ignacio M. Altamirano o Menéndez y Pelayo, y las impresionantes muestras de cariño popular que recibió a su muerte, en la Ciudad de México, a los 24 años de edad. A ello han dedicado su inteligencia, su tiempo y su talento los autores que colaboran en esta nueva edición de la obra poética de Manuel Acuña, reforjando la espada que se encontraba rota, ya fuera por la sobreexposición o por el abandono. La defensa, en algunos casos, pero, ante todo, la generosa relectura que realizan de la poesía del coahuilense, nos regala el encuentro con un autor imprescindible cuyo instante de gloria no acaba todavía, y al que el Gobierno del Estado de Coahuila ha brindado un homenaje mayúsculo llevándolo de nuevo a los reflectores internacionales en este 2013, pero, ante todo, a las manos de sus lectores para este nuevo siglo. Lic. Ana Sofía García Camil Secretaria de Cultura de Coahuila
Contenido Manuel Acuña y los abismos del pensamiento Evodio Escalante
Obra poética, 2 Poemas científicos, cívicos, filosóficos y humorísticos
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El libro de hueso Juan de Dios Peza
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Ante un poema, un cadáver después Nota de Diana Garza Islas
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Manuel Acuña: el poeta y el suicida Ernesto Lumbreras
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EVODIO ESCALANTE
MANUEL ACUÑA Y LOS ABISMOS DEL PENSAMIENTO Sobre el suelo de la tradición, la ola de las generaciones destruye y edifica, descarta y selecciona, deforma y entroniza. Lo mismo estatuye prestigios que los borra. Lo mismo encumbra venerables figuras del pasado inmediato que las sepulta en el descrédito o en el más pavoroso de los olvidos. Hay que tener en mente el automatismo de este doble movimiento que singulariza la actividad, o si se prefiere, el activismo cultural de las generaciones en el momento de abordar una figura singular del romanticismo mexicano como lo es Manuel Acuña.
Me parece que incluso habría que retroceder un poco y someter a consideración nuestra visión de conjunto. Es decir: los teneres previos que se nos han heredado, aquellos en los que hemos crecido y que a menudo reciclamos sin parpadear. El movimiento romántico es esa visión de conjunto cuya valoración solicita una nueva mirada crítica. Por razones que sería demasiado prolijo explorar, pero de cuya eficacia hermenéutica existen pruebas más que sobradas, el romanticismo mexicano pasa por ser una de las etapas más discutidas, más endebles y más saturadas de defectos de toda la historia de la literatura mexicana. Se entiende de inmediato por qué. La conquista de la independencia política lograda por Iturbide en 1821 llevaba aparejada la exigencia de obtener una segunda independencia de tipo espiritual cuyas consecuencias habrían de sentirse en el plano de la cultura y de la creación artística y literaria. Al principal promotor de esta segunda independencia, Ignacio Manuel Altamirano, se atribuye haber declarado en una de las sesiones del Liceo Hidalgo que “así como en México había habido un Hidalgo, el cual en lo político nos hizo independientes de España, debía haber otro Hidalgo respecto del lenguaje”.1 Lo anterior presupone un momento auroral. La exigencia de Altamirano implica que una literatura propiamente nacional todavía no existía, por lo que se hacía necesario proceder a su constitución. La génesis o la formación de una literatura nacional precisaba un cambio de actitud, adoptar una nueva posición de valor. En su diagnóstico del estado de salud de las letras patrias, Altamirano no vacilaba en indicar la causa del atraso: la propensión a la imitación. La copia servil de los modelos tanto españoles como franceses nos hacía extraviar el rumbo. Observaba 1 Citado por José Luis Martínez (“México en busca de su expresión”, 1060).
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al respecto Altamirano: “Éste no es un defecto exclusivo de nuestra actual generación literaria; es un vicio hereditario, es una manía adquirida en el colegio, o inspirada por consejeros poco ilustrados o meticulosos” (Obras completas, XII, 191). Cuando menos en una ocasión, por los términos en que lo formula, se diría que el diagnóstico de Altamirano se convierte casi en una invectiva: “Nosotros todavía tenemos mucho apego a esa literatura hermafrodita que se ha formado de la mezcla monstruosa de las escuelas española y francesa en que hemos aprendido” (37. Énfasis mío).2 No debe perderse de vista, por otro lado, que nuestro siglo XIX es un periodo de convulsión incesante. No bien habíamos salido de la guerra de Independencia, se dieron en intrincada sucesión las calamidades de la guerra civil entre liberales y conservadores, la invasión del ejército estadounidense que tomó la Ciudad de México, hizo ondear su bandera en Palacio Nacional y, a través de ciertos contratos de compraventa, anexionó una parte sensible de nuestro territorio; la guerra con Francia, el fugaz imperio de Maximiliano de Habsburgo, sin dejar de contar los avatares de la República restaurada. En estas fragorosas condiciones, juzga el lugar común, era difícil que nuestros escritores se pusieran en serio a hacer literatura. Divididos entre las exigencias de la política y la supervivencia, envueltos en una lucha interminable de facciones que los inclinaba de modo inmedia2 No sería remoto que esta estentórea declaración de Altamirano haya sido la fuente que llevó a José Gorostiza a sostener, en semejante plan autocrítico, y utilizando palabras muy similares, que esta misma compulsión imitativa tendría que ser la causa del estancamiento del grupo de los Contemporáneos, lo que contribuye a que “[...] todavía en la actualidad, a ciento veinte años de la independencia política, la inteligencia bizca de México tenga un ojo en la tradición española y otro en la francesa, y trate de caber un poco idealmente en ellas, en lugar de esforzarse por ir haciendo, ya que no la hay, una tradición mexicana”. (Véase “Hacia una literatura mediocre”, Prosa, 154)
to a la diatriba y el panfleto, a la exaltación de la bandera propia y a la denostación de la del enemigo, mal podían los escritores mexicanos trabajar de manera fructífera en lo que se supone era lo que tenían que hacer: una literatura de alta calidad estética. Se diría que en el pecado llevaban la penitencia. Si bien esto obliga a los críticos y estudiosos a elogiar la actitud política de nuestros románticos, que destacan en tanto formadores de la conciencia nacional, como contraparte estiman, de modo general, que sus esfuerzos literarios resultaron erráticos y poco afortunados. Tal opinión canónica, revestida de un prestigio inercial, la articula Octavio Paz en el ensayo con el que inicia Las peras del olmo (1957). No me queda más remedio que citarlo en extenso: El siglo xix es un periodo de luchas intestinas y de guerras exteriores. La nación sufre dos invasiones extranjeras y una larga guerra civil, que termina con la victoria del partido liberal. La inteligencia mexicana participa en la política y en la batalla. Defender el país y, en cierto sentido, hacerlo, inventarlo casi, es tarea que desvela a Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano y a muchos otros. En ese clima exaltado se inicia la influencia romántica. Los poetas escriben. Escriben sin cesar, pero sobre todo combaten, también sin descanso. La admiración que nos producen sus vidas ardientes y dramáticas –Acuña se suicida a los 24 años, Flores muere ciego y pobre– no impide que nos demos cuenta de sus debilidades y de sus insuficiencias. Ninguno de ellos –con la excepción, quizá, de Flores, que sí tuvo visión poética aunque careció de originalidad expresiva– tiene conciencia de lo que significaba realmente el romanticismo. Así, lo prolongan en sus aspectos más superficiales y se entregan a una literatura elocuente y sentimental, falsa en su sinceridad epidérmica y pobre en su mismo énfasis. (“Introducción a la poesía mexicana”, Las peras del olmo, 19-20)
La radicalidad del dictamen de Paz, tal y como consta en las últimas líneas de la cita, podría deberse no tanto a las virtudes de una exotopía bajtiniana, 14
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es decir, a un exceso de conciencia que trabajaría –dada la distancia temporal transcurrida– en favor riguroso del crítico, sino a que no cuesta demasiado trabajo llevar hasta sus extremos un lugar común aceptado por todos. Pero me pregunto, ¿se podría sostener de verdad que ni Ramírez, Altamirano, Prieto, Acuña, Flores ni Rodríguez Galván tenían “conciencia de lo que significaba realmente el romanticismo”? ¿No es esto convertirlos en unos pobres fantasmas carentes de razón y de objeto? Con todos sus altibajos, como sin duda los tuvieron, no me parece tampoco que podamos calificarlos sin más como escritores superficiales, cuando menos no a todos ellos, ni que podamos decir que estaban entregados a “una literatura elocuente y sentimental, falsa en su sinceridad epidérmica y pobre en su mismo énfasis”. No intentaré rebatir estas afirmaciones. Basta con consignarlas para dejar testimonio de una actitud extremosa que acaso sería adecuado revisar, siempre que lo que nos importe sea comprender los impulsos y los alcances que marcan el horizonte de nuestra, a veces tan calumniada, generación romántica. Si la visión de conjunto está sujeta a estas inercias de la crítica, que son producto cuando menos en parte –aventuro esta hipótesis– de la tajante reacción de ciertos poetas modernistas, quienes habiéndose iniciado como románticos tuvieron que renegar de esta estética como parte misma de su proceso de maduración, según lo indican los casos muy connotados de Manuel José Othón, y sobre todo, de Salvador Díaz Mirón, quien desconoció todo lo que había publicado antes de Lascas (1901), no corre con mejor suerte la figura solitaria de Acuña. Bastaría con decir que incluso quienes se han tomado el cuidado de redactar su biografía o de recopilar su obra poética, a la hora de escribir los prólogos pertinentes o de abordar los ve-
ricuetos de su existencia, no han dejado de señalarle sus defectos emotivos, sus pretendidas confusiones intelectuales y hasta –por si esto no fuera suficiente– sus ocasionales y también supuestas fallas de métrica y musicalidad. Sea el caso de José Rojas Garcidueñas. En su libro Manuel Acuña, poeta y hombre de su tiempo, el autor sostiene que al “pobre muchacho” de Saltillo le tocó formarse en una época caracterizada por una extrema penuria intelectual, lo cual volvería explicables sus desaciertos y confusiones en el terreno del pensamiento. Razona de esta manera el autor del libro: “Le tocó una de las peores épocas del Colegio de San Ildefonso: aquella absoluta decadencia que, afortunadamente, acabó por una reforma total, la que realizó don Gabino Barreda al crear la preparatoria comtiana” (xxi). El secreto ha sido revelado. La inconsistencia de la poesía de Acuña, su falta de solidez ideológica, su nerviosa movilidad que denota ausencia de criterio, se deberían todas ellas a una falla escolar muy propia de la época. Como el Colegio de San Ildefonso estaba en crisis, sus egresados tenían que ser poco menos que un fraude. Rojas Garcidueñas se engolosina citando unos recuerdos de Justo Sierra, condiscípulo del poeta: Los colegiales cantábamos las canciones de guerra reformistas, urdíamos para las sabatinas toscos argumentos patrióticos en latín de seminario –¡perdón, padre Horacio; padre Virgilio, perdón!–, y todo ello andaba mezclado con jirones viejos de metafísicas escolásticas, aprendidas de coro. (xxii)
La conclusión de Rojas Garcidueñas se antoja impecable: “Sobre esos malos cimientos no era posible edificar nada bueno, y Acuña no tuvo tiempo ni empeño en mejorarlos”. Llevado por la incuria y por su agnosticismo, “inerme para capear los temporales y recias corrientes de una época intelectual 16
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Como primer director de la Escuela Nacional Preparatoria, antiguo Colegio de San Ildefonso (del que Acuña fue alumno antes de ingresar a la Escuela Nacional de Medicina), Gabino Barreda luchó por lograr una educación liberadora e introdujo la doctrina positivista que propugnaba Augusto Comte, misma que él conoció en París mientras terminaba sus estudios de Medicina. La influencia de dicha doctrina puede apreciarse en distintas composiciones de Manuel Acuña, como los poemas dedicados a la Sociedad Filoiátrica e incluso en “Ante un cadáver”.
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SAN ILDE F ONSO
en violenta transformación, pronto habría de perder el timón y la brújula y su barco quedó al garete”. De cualquier forma, uno podría preguntarse, creo que con algo de sensatez: ¿si la culpa la tuvo la escuela, por qué Justo Sierra, en lugar de malograrse, fue la lumbrera que fue? ¿No estaremos incurriendo en un grosero reduccionismo? Por otra parte, ¿no es esto concederle demasiada eficacia a la institución escolar? Antes y después del Colegio de San Ildefonso, Acuña era también un producto del ambiente en que vivía. De manera particular, habría que tomar en cuenta que en ese ambiente ambulaban figuras tremendas como Altamirano, como Guillermo Prieto, y quizá de manera todavía más decisiva, como Ignacio Ramírez El Nigromante, quien sorprendía a propios y extraños con sus rutilantes tesis materialistas sustentadas en la Academia de Letrán, y de las que todos se hacían voces. Hay indicios muy claros de que este último personaje lo influyó muchísimo, como lo podría mostrar uno de sus poemas más celebrados por la crítica, “Ante un cadáver”. Aunque hay otros textos en los que puede documentarse la adscripción materialista del autor, como la décima que titula simplemente “Dios”, el primer texto citado no sólo es una pieza maestra desde el punto de vista literario, sino una de las formulaciones más convincentes acerca del autotelismo y la perennidad de la materia cósmica. Nada impide pensar, más bien al contrario, que “Ante un cadáver” es la versión poética de la tesis de inspiración científica que Ramírez defendiera en la Academia y que versaba toda sobre este escueto principio: No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos.3 3 Éste fue, según la reseña de don Hilarión Frías y Soto, que Altamirano recoge, el lema que defendió Ignacio Ramírez en su discurso de ingreso a la Academia. Véase Obras completas, XIII (111-112). Ahí mismo el reseñista comenta: Ramírez dedujo “de una serie inflexible de verdades
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Tras convertirse en Nacional –luego de haber nacido como Real y Pontificia–, la Universidad de México unió los Establecimientos de Ciencias médico y quirúrgico, lo cual dio pie a la creación del Establecimiento de Ciencias Médicas, que sería luego Colegio de Medicina, Escuela de Medicina del Distrito Federal y, a partir de 1842, Escuela Nacional de Medicina, instalándose en el antiguo Palacio de la Inquisición. Ahí habitó, cursó sus estudios y murió Manuel Acuña, siendo prefecto del establecimiento el Dr. Manuel Domínguez, a quien el poeta le dedica un par de poemas donde muestra su respeto y amistad. Domínguez fue además presidente de la Academia Nacional de Medicina.
DR . M ANUEL
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M EDI C INA
Tampoco pienso que la tesis ad hominem de Rojas Garcidueñas pueda sostenerse. ¿Acuña, un tipo inerme? ¿Un medroso incapaz, un desprotegido al que las exigentes musas o bien los vendavales de la época lanzaban de una orilla a la otra, como si se tratara de un trapo? No parece haber testimonios de estos supuestos bandazos en su bullente poesía. De alguna forma, José Luis Martínez se hace eco de las afirmaciones de Rojas Garcidueñas, aunque hay que reconocer que amplía, en cuando menos tres planos, el espectro de sus inconformidades. Para empezar, sostiene que Acuña se quedó en mera posibilidad. Al suicidarse cuando apenas contaba con veinticuatro años, Acuña habría frustrado de manera trágica la promesa del gran poeta que ya empezaba a anunciarse. Para decirlo con una metáfora de Hegel: Acuña se habría quedado en la noche de las promesas, sin pasar al día de los logros. Así lo explica José Luis Martínez en el prólogo de su Poesía romántica: el Liceo Hidalgo “dio dos frutos, uno de ellos reducido a posibilidad, y otro con características de gran poeta: el primero era Manuel Acuña, y el segundo Manuel María Flores”. Para mala fortuna, Acuña murió, puntualiza el crítico literario, “cuando su obra iniciaba los primeros brotes seguros que presagiaban la aparición, tarde o temprano, de un gran poeta” (xvi). A esto hay que agregar una valoración general del Romanticismo que sin duda afecta también a Acuña, el más desesperado y a la vez el más precoz de sus representantes en nuestro país. Según José Luis Martínez, el romanticismo mexicano no resiste la comparación con su homólogo esexperimentales la conclusión, inaudita hasta entonces, de que la materia es indestructible, y por consiguiente eterna: en este sistema, podía suprimirse, por tanto, un Dios creador y conservador”. Es muy probable que la tesis de Ramírez se base en los descubrimientos de Lavoisier, uno de los fundadores de la ciencia moderna.
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pañol. El nuestro –derivativo, mimético, acaso hasta titubeante– no hace sino medrar a la sombra de los logros de los poetas peninsulares, a los que en vano pretende emular. De aquí se deduce un axioma de tipo general: el mexicano es “un romanticismo frenado; nunca extrema las notas y no añade por su cuenta ningún tema propio” (xxiv).4 Al igual que Rojas Garcidueñas, Martínez también propone que Acuña era desde el punto de vista ideológico un desorientado, un confuso, un adolescente que habría perdido la brújula y el timón. Por eso asegura, sin titubear: “Acuña ha llegado a representar en su obra el tipo ideal del poeta estudiantil, con su peculiar indigestión científica y filosófica” (“Prólogo”, Obras: poesía y prosa, xvii).5 Aunque más peyorativo no podía ser Martínez al denunciar una pretendida “indigestión científica y filosófica” que mantendría colapsada la mente del poeta, ahí mismo agrega, matizando y hasta suavizando un tanto, la afirmación de que Acuña se habría quedado en una pura posibilidad carente de resultados: “Tenía evidentemente un vigoroso sentido poético y un don de versificador, pero su corta vida no le bastó para madurar totalmente sus concepciones en poesía”. ¿Qué juicio le merece Acuña desde un estricto punto de vista poético? No le va muy bien que digamos. “Le faltó tiempo”, este es el dictamen de la época al que José Luis Martínez se acoge sin mayor dilación. Si el crítico se 4 Un romanticismo frenado, quiere decir, detenido, como quien aplasta el pedal del freno en el automóvil. La terminología mecánica de que hace uso Martínez es ya bastante sintomática. Pero no sólo se trata de un asunto de frenos, de cautela discursiva para evitar la aceleración; Martínez va mucho más allá cuando tajante dictamina que “no añade por su cuenta ningún tema propio”. Lo que quiere decir que le parece repetitivo y a la vez estéril. 5 Me pregunto si en el caso de que Acuña hubiera sido un clerical consumado, apegado a los dogmas de la jerarquía católica, el crítico mantendría tan tajante opinión.
conformara con repetir y acaso con dilatar este dictamen, no me parecería nada del otro mundo. Parto de lo que todos saben. Al suicidarse cuando contaba apenas con veinticuatro años, Acuña truncó de un golpe aquello que le reservaba el porvenir. Esto da pie a conjeturas casi infinitas. ¿Qué hubiese sucedido si Acuña hubiera vivido otros veinte años? ¿Qué obras no hubieran surgido de su talento indiscutible? ¿Qué textos esmerilados por la fuerza de la experiencia y el tesón del estilo no hubieran brotado de su numen? Estas especulaciones, empero, acerca de lo que pudo haber escrito y no llegó a escribir son completamente ociosas. Por otra parte, la existencia meteórica de Acuña, lejos de ser la excepción, no hace sino hermanarlo con algunos de los más conspicuos artistas del periodo. José María Heredia, el poeta cubano avecindado en México que todos consideran como el primer promotor del romanticismo en nuestro país, murió cuando tenía treinta y dos años. Nuestro infortunado Ignacio Rodríguez Galván, murió de fiebre amarilla en Cuba a los veintiséis. Juan José Díaz Covarrubias, poeta y pasante de medicina, murió fusilado en Tacubaya por los conservadores cuando tenía veintidós. La lista puede continuar.6 Según José Luis Martínez, al poeta Acuña le habría faltado madurar. Aunque reconoce, en términos muy positivos, la amplia variedad de metros y de formas estróficas empleadas en sus composiciones, aspecto en el que lo reconoce superior a la mayoría de sus contemporáneos, también atreve una severa censura relacionada con el métier, al afirmar que su oído literario no era muy bueno y que pueden detectarse en algunos de sus versos fallas técnicas relacionadas con la métrica. Cito en extenso el dictamen del crítico: 6 En el texto “México en busca de su expresión”, José Luis Martínez (1037-1038) menciona otros tantos infortunados que cayeron víctimas de la enfermedad, los asaltos de los bandoleros o las discordias civiles.
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Su versificación revela esa misma precocidad que se advierte en sus concepciones poéticas. El repertorio de las formas que empleó es más extenso que los de la mayoría de sus contemporáneos y, aunque no llegó, por ejemplo, a dominar las formas estróficas más cerradas, casi nunca le faltó habilidad y soltura. En sus poemas más ambiciosos usó la silva, los tercetos y los quintetos alejandrinos; y sus demás poemas los compuso en sonetos, serventesios, décimas, quintillas, coplas de pie quebrado, romances octosílabos, octavillas, estrofas sáfico-adónicas y estrofas sueltas. Su oído no era muy fino y le hacía incurrir a menudo en errores en la cuenta silábica. (“Prólogo”, Obras: poesía y prosa xvii. Énfasis mío)
No se trata, por supuesto, de defender a ultranza las habilidades técnicas de Acuña. ¿Fallas de oído? Acaso en alguna rara ocasión, sí, ¿por qué no? En el verso final de uno de sus mejores poemas, “A Laura”, dedicado a su amante, la también poeta Laura Méndez, los críticos agudos han señalado que hay una palabra que desdora la música del verso, una palabra que estiman más propia de la tribuna o del periodismo que de la santa poesía. Me refiero a la voz “oscurantismo”. Reproduzco la estrofa de referencia para ilustrar al lector en la prédica exhortativa a que podía entregarse Acuña: Sí, Laura... que tu espíritu despierte para cumplir con su misión sublime, y que hallemos en ti a la mujer fuerte que del oscurantismo se redime. (Obras, 62; En nombre…, I, 152)7
¿Acaso el joven poeta debió emplear otra palabra mejor? Pero, ¿la había? “Oscurantismo” es sin duda una palabra de ideólogos y hasta de panfletistas, 7 Las citas de poemas fueron originalmente tomadas de Obras: poesía y prosa. (Para facilitar el acceso a ellos hemos añadido la ubicación de dichos poemas en la presente edición. N. del E.)
pero también era el término que subsumía el credo progresista e ilustrado del poeta, que lo empujaba en contra de la Iglesia y del fanatismo en todas sus manifestaciones. No me parece fácil encontrarle un sinónimo capaz de sustituirlo con ventajas. Paso a otro ejemplo. En uno de sus poemas más célebres, “La ramera”, y más del gusto del populacho, habría que agregar, también podría detectarse otra falta en contra del oído. Transcribo el oratorio arranque del poema: Humanidad pigmea, tú que proclamas la verdad y el Cristo, mintiendo caridad en cada idea; tú que, de orgullo el corazón beodo, por mirar a la altura te olvidas de que marchas sobre lodo. (Obras, 19; En nombre…, II, 68)
La expresión que subrayo me suena a un rechinido de trombones...; el mal gusto es evidente aquí. Con todo, en mínima defensa de Acuña debo recordar dos cosas: primero, que los románticos mexicanos, a diferencia de nosotros, no habían educado sus oídos leyendo a las cumbres del simbolismo y de la poesía pura, llámense Mallarmé, Valéry o Juan Ramón Jiménez, que sí leyeron, por ejemplo, los poetas de la generación de Contemporáneos, que son los que marcan una pauta de excelencia para todos nosotros. Segundo, que la fealdad intrínseca del tema –una humanidad hipócrita, pigmea, que disgusta moralmente al poeta– invitaba, de algún modo, a este uso chirriante de la expresión. El mal gusto, hasta cierto punto, estaba justificado. Por lo demás, habiendo muerto tan joven, varios de los poemas que integran la desigual obra de Acuña no son, hay que reconocerlo, otra cosa 24
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que ejercicios de estilo, trabajos de aprendizaje para afinar la pluma. Existe un agravante que hay que reconocer: un sector no despreciable de su producción literaria intenta moverse dentro de los esquemas de un costumbrismo extraño a la idea que hoy tenemos de la poesía y que lo obliga a incorporar, sin anteponer un filtro, palabras vulgares, términos callejeros carentes de todo prestigio, frases hechas, voces comunes de la conversación que no tendrían por qué parecernos refinadas. Algunos de estos textos, para colmo, tienen una obvia contextura irónica. Como el poema “La vida del campo”, en el que se burla de la tradición pastoril en poesía y da a entender lo obsoleto que resultan esas prédicas trasnochadas que nos invitan a renegar de la vida citadina y a que nos regresemos a vivir en el campo, conviviendo con los rudos pero sanos campesinos y durmiendo en la proximidad de los cerdos y las vacas, como si esto representara el ideal de una vida superior, más armónica y perfecta. O como la composición titulada “Los beodos”, en la que reproduce la insensata discusión entre dos borrachos en las inmediaciones de una pulquería. Otras composiciones, mal podía dejar de hacerlo siendo romántico, cantan la vida de un personaje de la guerra de Independencia, o bien, adoptan temas cívicos y patriotas, como la composición “Cinco de mayo”; entronizan la gloria de un liberal ilustrado como Ocampo, utilizando versos de un explicable didactismo, como cuando dice: Ya es tiempo de rasgar el negro abismo que oculta la verdad a la existencia, y cambiar por el dios del fanatismo el dios de la razón y la conciencia (Obras, 35; En nombre…, II, 96)
o bien simplemente constituyen salutaciones en verso a alguna asociación de médicos, como lo atestigua su texto titulado “A la Sociedad Filoiátrica en su instalación”, donde por cierto da muestras de una certera visión antiautoritaria que se niega a llamar reyes a quienes no son otra cosa que verdugos. Entiendo muy bien que los oídos contemporáneos exigen una distinción, y me atengo a ella: una cosa es ser un versificador, y se puede ser excelente, y otra muy distinta ser de verdad un poeta. Muchas de las composiciones que hoy conservamos de Acuña pertenecen sin ninguna duda al primer género. Hay muchos, quizá demasiados versos “de ocasión”, es cierto. Pero también es cierto que en unos pocos pero definitivos poemas sigue brillando la fuerza de su indiscutible talento. ¿Errores en la métrica? ¿Errores en el conteo silábico de los versos, como asegura José Luis Martínez? La acusación es grave, pero por más que reviso los textos no le encuentro justificación. Me parece incongruente que el mismo crítico que reconoce la extensa variedad tanto métrica como estrófica de las composiciones de Acuña, en las que casi no hay nadie que pueda hacerle competencia, detecte unas supuestas fallas en lo que es sin duda lo más elemental: el conteo silábico. Hubiera sido muy oportuno que Martínez pusiera al menos un ejemplo de estos errores, tan de primaria, que no los comete ni un versificador de pueblo. Como no es así, no nos queda a los lectores más que hacer conjeturas. O bien desestimar ese dictamen al que no acompaña ninguna prueba. De entrada, lo que hay que dejar muy en claro es el carácter inédito del poeta. Debe recordarse que Acuña no publicó un solo libro en vida. Su fama de poeta romántico le venía de las veladas bohemias con sus amigos artistas y de lo que publicaba en los periódicos. Esto quiere decir que Acuña no pudo cuidar la edición en libro de sus poemas, no tuvo tiempo para ello y 26
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quizá tampoco interés; lo cual abre el espectro a la corrupción de los textos. Puedo decirlo con todas sus letras: no contamos con una edición crítica de la poesía de Acuña, y las que circulan tienen algunas manchas onerosas que tendrían que atribuirse a obvios descuidos de los linotipistas… o de los responsables de la edición. Entre ellas, de manera muy destacada, la que preparó el propio José Luis Martínez que es la que utilizo para redactar este ensayo. El siguiente ejemplo no me deja mentir. En el poema titulado “El hombre”, que Acuña dedica a Ignacio Manuel Altamirano, uno de sus admirados mentores, el cuarto verso presenta una anomalía. Cito el arranque del texto para que se capte mejor el infarto métrico que quiero mostrar: Allá va… como un átomo perdido que se alza, que se mece, que luce y que después desvanecido se pierde entre lo negro y desaparece. (Obras, 23; En nombre…, II, 75)
El último verso, en lugar de tener once sílabas como exige la métrica de la estrofa... tiene doce, lo cual da al traste con el ritmo y con la musicalidad. ¿Esto confirma que Acuña, un verdadero ignaro, no sabía calcular las sílabas? No, lo que esto quiere decir es que el tipógrafo y el editor estaban pestañeando cuando pasaron por el verso. Lo puedo decir abusando de la retórica: el error no es de Acuña sino de José Luis Martínez, que agregó sin darse cuenta una sílaba de más, o que repitió sin reparar en ello un error anterior que se pierde en la oscuridad de los tiempos. Muy simple: en lugar de desaparece, el verso debió decir desparece. Basta este cambio ligerísimo que elimina una “a” para que la métrica del endeca-
sílabo quede restituida y todo vuelva a su lugar. ¿Y cómo sé yo que esta es la opción correcta? No sólo por sentido común, sino porque unas páginas atrás el mismo Acuña había redactado este otro endecasílabo que puede servirnos de modelo: “que hasta la infamia misma desparece” (“A la Sociedad Filoiátrica...”, Obras, 5; En nombre…, II, 64).8 No es pues que Acuña, reprobado por Pitágoras, no supiera contar: es que las ediciones de sus textos exhiben descuidos que sería cruel atribuir a una falta o un exceso de inspiración. Estos descuidos infestan no sólo sus poemas, sino incluso su única obra de teatro, El pasado, por la que recibió unos laureles de reconocimiento, también incluida por José Luis Martínez en la edición que menciono. Doy un ejemplo de diálogo dislocado, carente de sindéresis, que pasó inadvertido para el editor: “David: Tú no eres tan miserable para dejarte vencer por la preocupación. Manuel: Prescindo del qué dirán”. Léase con cuidado: no hay enlace entre un parlamento y el otro. La errata salta a la vista. En lugar de “preocupación” el texto debe decir “murmuración”, que es la palabra que vuelve a emplearse más tarde en la 8 Otro poema en el que surge a primera vista un aparente problema métrico es el que se titula “Ocampo”. Este texto rima “fulgores” con “condores”. La última palabra, en un uso que no estimo arbitrario, y que podría documentarse en otros poetas del siglo xix, es para Acuña (cuando menos en este contexto) una palabra grave. Sólo de esta manera puede existir una rima consonante entre los términos mencionados que constituyen cada uno de ellos final de verso. El tipógrafo, o bien el editor, o los dos juntos, al dar por buena la acentuación esdrújula de la palabra, y transcribir “cóndores” en lugar de “condores”, arruinan no sólo la rima sino también la métrica del endecasílabo. La “Oda” dedicada a la muerte del Dr. José B. de Villagrán, documenta otro verso corrupto. “Sigue viviendo aún en el ocaso”, tendría que decir el endecasílabo; los tipógrafos añaden una palabra totalmente ociosa que desarticula la métrica, por lo que el verso queda así: “Sigue viviendo aún en el mismo ocaso” (Obras, 98; En nombre…, II, 135). Muy parecido es el caso del verso “ni la pálida nube que importuna” de la “Oda” que Acuña dedica a la notable poeta cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda; el descuido del editor rompe el endecasílabo al transcribir “ni la pálida nube que inoportuna”. Aquí lo único “inoportuno” ha sido el descuido del editor (Obras, 133; En nombre…, II, 203).
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página 318, y la que exige el contexto del diálogo que he citado. Manuel asegura que él prescinde del qué dirán, esto es, de las murmuraciones de la gente. Por supuesto que sería una aberración que con base en este obvio error de tipografía los críticos concluyeran que Acuña desconocía los rudimentos de la sintaxis. La fama de Acuña se debe al “Nocturno” (a Rosario). En este texto se traban el impulso amoroso, llevado hasta la exasperación, la nostalgia por el solar natal, y su conocida obsesión por el suicidio, que no era sólo una pose literaria, como podría llegar a pensarse, sino el eje ciertamente macabro sobre el que giraba su atormentada cosmovisión. Pocos poemas tan citados y tan maltratados como éste, que además ha dado lugar –como una prolongación a menudo aberrante de su fama– a innumerables imitaciones y parodias. Su música es pegajosa y su sentido ha sido calificado por muchos como intrascendente y banal. Según un crítico destacado “carece estrictamente de auténtico temblor lírico; sus versos están desprovistos de belleza formal” (“Prólogo”, Poesía romántica, xiii). El suicidio de Acuña, pocos meses después de conocido el poema, le otorga un aura adicional: con él Acuña se despide a la vez del amor, de la literatura y de la vida. Hay además un facilismo discursivo en él que aborrecen los críticos. No es extraño que muchos piensen que se trata de un texto retórico y superficial, carente de médula pero también de forma artística. Nada más fácil que tacharlo de cursi y sensiblero. El poeta y crítico Marco Antonio Campos, en un estudio reciente en el que invita a una revaloración, ha escrito: El “Nocturno”, leído a partir del suicidio, ha impedido leer con ojos críticos la poesía de Acuña y ha dejado una imagen maltrecha de un poeta de corazón oscuro y de alma rota que por otras vías consiguió lo que en vida le fue negado:
que Rosario fuera suya en el infinito vacío de la posteridad. (Manuel Acuña, La desdicha fue mi Dios, 31)9
Empero, la extraña permanencia del poema en nuestra memoria literaria, algo ha de significar. Por eso el mismo Marco Antonio Campos se pregunta (y le pregunta al lector) en seguida: […] ¿de veras usted cree que el “Nocturno”, con su sortilegio rítmico, con su sinceridad desgarrada y con esa continua conciencia pavorosa que crea en el lector de la próxima precipitación del joven poeta al fondo del abismo, usted cree, de veras, que el poema es cursi?10
Ésta es la acuciante pregunta que formula al aire Campos, y a la que los renglones que siguen no quieren ser sino una contestación. Sí, sin duda es un poema sensiblero y cursi, empalagoso e infestado de lugares comunes, sin embargo, a pesar de los pesares, sigue siendo un poema sumamente efectivo. Quiero decir que no puede uno leerlo despacio y no acabar sintiendo escalofríos. La superficialidad del texto es sólo aparente, un resultado de la facilidad retórica que transpira. El texto, de hecho, encierra complejidades que han pasado inadvertidas incluso por críticos competentes. Sin dar un solo antecedente, de modo abrupto e inesperado, Acuña introduce en el poema 9 Esta edición de Campos recoge un texto de José Martí del que reproduzco tres líneas: “Hoy lamento su muerte: no escribo su vida; hoy leo su ‘Nocturno a Rosario’, página última de su existencia verdadera, y lloro sobre él, y no leo nada. Se rompió aquella alma cuando estalló en aquel quejido de dolor”. 10 En otro estudio de eminente naturaleza historiográfica, el propio Marco Antonio Campos sostiene: “La pieza supera todos sus defectos, sobre todo de cursilería profusa, de pobreza de lenguaje y de rimas comunes”. (Véase Manuel Acuña en Ciudad..., 40; En nombre…, I, “Manuel Acuña en Ciudad…”, 60).
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1885/1898/1949/2000
la densidad del sueño. Empieza a ver visiones: imagina la ceremonia matrimonial, ahí, en el terruño; a la vez que se le aparecen jirones de la amada provincia en la que transcurrió su infancia. La imagen de su madre se incorpora a esta visión del deseo cumplido para santificar esta unión que es también de modo enfático un retorno al solar natal, siempre añorado por el poeta. Tan se trata de un sueño, que se atreve a llamar a Rosario “mi santa prometida”. Se supone que el verso molestó a la mujer de carne y hueso, quizá con razón, pero la expresión sólo tiene sentido si se entiende que el poeta tuvo un sueño y que Rosario jugaba en este sueño el papel de la novia aquiescente. Es a esta mujer del sueño a la que se refiere Acuña. La ominosa presencia de la madre, cuyo cuerpo parece interponerse entre la pareja de recién casados, ha sido interpretada como una trama edípica no resuelta por el autor. Es fácil ridiculizar esta presencia que por supuesto daría al traste con la relación amorosa, al menos desde la perspectiva moderna en la que nos movemos. Pero quizá se trata de algo más. José Rojas Garcidueñas ha observado que: Por debajo de los gestos arrebatados del romántico vivía el muchacho sencillo, anheloso de regresar a la burguesa medianía de su pequeño y sosegado mundo familiar, fuera del cual todo le resultaba oscuridad, tristeza y desorientación. (Manuel Acuña, poeta... xxi)
Si lo que se escucha en el poema es la nostalgia por el solar natal y por el ambiente de la familia a la que había abandonado para venirse a estudiar a la capital, los rasgos edípicos quedan un tanto relativizados. O agigantados, como podrían decir Deleuze y Guattari, pues no es la madre el objeto parti-
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OBRAS
RELA C IONADAS
cular del deseo, sino el bloque familiar en su totalidad.11 De este apego casi desmesurado a la familia profesado por el autor, y en especial, a la figura de los padres, hay prueba en otros poemas. Baste constatar el sentido texto que escribe Acuña con motivo del fallecimiento de su padre, al que ni siquiera puede acompañar durante su sepelio, para advertir hasta qué punto los lazos de familia eran en él especialmente fuertes. Esto me lleva a sugerir que si el padre no estuviera por entonces muerto, el “Nocturno” no sólo aludiría a la madre, sino de igual manera al padre, lo que quizás escandalizaría por partida doble a los lectores de hoy. Transcribo dos de las estrofas más conocidas del poema: ¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo, los dos unidos siempre y amándonos los dos; tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho, los dos una sola alma, los dos un solo pecho, y en medio de nosotros, mi madre como un dios! ¡Figúrate que hermosas las horas de esa vida! ¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así! 11 Según Marco Antonio Campos, una lectura atenta del “Nocturno” tendría que desplazar la importancia de la mujer amada: “Si se analiza bien el ‘Nocturno’ se percibirá una segunda lectura donde Rosario pasa a un segundo plano. Es un poema de la culpa: el hijo no ha vuelto al terruño ni ha visitado a su madre en ocho años”. (Véase Manuel Acuña en Ciudad..., 41; En nombre…, I, “Manuel Acuña en Ciudad…”, 62).
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Y yo soñaba en eso, mi santa prometida, y al delirar en eso con la alma estremecida, pensaba yo en ser bueno, por ti, nomás por ti.
Para que no quede duda de que lo anterior es una visión fantástica, producto de los delirios o las imaginaciones del personaje, Acuña escribe en seguida: “¡Bien sabe Dios que ese era/ mi más hermoso sueño...!” Mas como la esperanza queda trunca, y como a sus fulgores “se opone el hondo abismo/ que existe entre los dos” el poeta decide despedirse de todos y de todo. “Adiós por la vez última”, exclama, y así se despide con un solo gesto, que resultará trágico, del amor, de la poesía y de la vida. Este poema de Acuña ha tenido la suerte (o la desgracia) de merecer múltiples parodias, muchas de ellas ridiculizando su contenido y su dicción. Toda parodia es, sin embargo, bivalente e implica también un homenaje oblicuo. José Luis Martínez incluye en su edición de las poesías de Acuña un “Apéndice” en el que recoge varias de estas parodias escritas en el siglo xix. Por alguna extraña razón, deja fuera del catálogo la única verdadera-
mente memorable, quiero decir, la única que tiene un auténtico valor artístico: la que escribiera Eduardo Lizalde con el título de “Para una reescritura de Acuña”, y que incluyera en su libro Al margen de un tratado, publicado en la década de 1980. Que uno de los poetas mexicanos más importantes de la segunda mitad del siglo xx haya escrito este texto, es un indicio que lleva a pensar que el romanticismo exacerbado de Acuña es algo más que un ejemplo de cursilería trasnochada (Nueva memoria del tigre, 267-268).
Es curioso, pero Acuña no cesaba de anunciar su suicidio. Registró tal cantidad de alusiones, unas veces abiertas y otras veladas, en poemas del más diverso talante, que puedo asegurar que se trataba de una obsesión. Acuña no desaprovecha oportunidad para declarar su disgusto con la existencia y para sostener la inminencia de su partida. Varias veces se considera a sí mismo como un muerto, como un cadáver viviente, carente de objeto en esta tierra. Otras, afirma que hay en él el valor para cortar los lazos que lo ligan a la existencia terrenal. En otras tantas, producto de una imaginación macabra, a la que no es ajeno, sin embargo, un poeta enorme como Rilke, imagina de plano lo que sería una vida de ultratumba. El muerto, amortajado en su sepultura, se da todavía aliento para emprender nuevos viajes en compañía de la amada. Comienzo con uno de sus poemas más logrados: los tercetos “A Laura”. Se trata de una sentida exhortación a que la amiga cumpla con el destino de poeta que la vida le ha deparado. La escritora tiene un talento enorme y sería muy cruel que lo desperdiciara o que lo dejara languidecer. A mayor talento, mayor responsabilidad. Laura está obligada a escribir, a seguir adelante, a referirle al mundo sus experiencias siderales. Prohibido abandonarse ni a la incuria ni a las estrecheces de algún oscurantismo. Pues bien, el terceto con el que se abre la composición contiene una enfática cuanto inusitada declaración en primera persona, en la que Acuña declara, para darle mayor peso a sus ideas, que se lo dice alguien que “encierra en su pecho/ valor para romper el yugo necio/ de las preocupaciones de la tierra”. Que yo sepa, los críticos no han advertido la importancia estratégica de esta declaración. En el poema “Gracias” encuentro una doble toma de posición. Por una parte el poeta se declara muerto: “Yo que hace tanto tiempo que no llevo/ 36
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más que luto y tinieblas en el alma”. El de la voz cree en la verdad de lo que dice, por eso insiste aportando un nuevo matiz: “que mi espíritu muerto ya no espera”. Hasta aquí se diría que se trata de una muerte simbólica, declarada en palabras por alguien que todavía tiene aliento. El “muerto en vida” sigue estando vivo, y por eso puede hablar de su “espíritu muerto”. De otro modo no sabríamos nada de él. La segunda toma de posición, por increíble que parezca, avanza un paso en el abismo, desbordándose en lo inverosímil. Ahora el poeta se asume realmente como muerto. Si la niña de sus amores solicita su consuelo, él acudirá presto a consolarla… sí, pero desde el reino de sombras de los muertos. Aparece aquí con toda claridad la referida visión escabrosa de ultratumba que impregna una parte de su poetización. Demuestro lo anterior citando el fragmento final de este poema tramado en endecasílabos: […] llámame entonces, y a tu blando lecho, mientras que tú dormitas y descansas yo iré a velar tranquilo y satisfecho y a encender en el fondo de tu pecho la estrella de las dulces esperanzas; llámame… y cuando en vano tiendas la vista en tu redor sombrío, yo iré a llevarte en el consuelo mío los besos y el cariño de un hermano. (Obras, 66; En nombre…, I, 155)
La destinataria del poema estará imposibilitada para descubrir con su vista el cuerpo de su amigo, por eso tenderá la vista en vano… sin encontrar a
nadie, por la sencilla razón de que el amigo estará ahí, auxiliándola, consolándola, pero en calidad de espectro, de alma en pena salida de una tumba. Esta novelería de ultratumba es todavía más complicada en el poema “Resignación”, que parece escrito a partir de una ruptura amorosa. ¿La destinataria es Laura Méndez? Nada permite decirlo con certeza. El texto dice así: Los dos hemos concluido, y de tristeza y aflicción cubiertos, ya no somos al fin sino dos muertos que buscan la mortaja del olvido. (Obras, 74; En nombre…, I, 164)
Esta toma de posición ya la conocíamos; la novedad es que ahora se trata de una posición compartida, de una mortandad a dos. Tanto ella como él están muertos. La imaginación tétrica de Acuña no se resigna con ello. Aunque fallecidos, aunque tendidos en el sepulcro, continúan empero con sus aventuras, como si fuera posible vivir una vida más allá de la vida, descubriendo con ello regiones inesperadas del cosmos. Espíritus intangibles pero a la vez voluntariosos, emprenden un vuelo hacia el fondo del mundo sideral. Exhorta el poeta: […] lancémonos entonces a ese mundo en donde todo es sombras y vacío, hagamos una Luna del recuerdo si el Sol de nuestro amor está ya frío; volemos, si tú quieres, al fondo de esas mágicas regiones, y fingiendo ilusiones y placeres,
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y fingiendo esperanzas e ilusiones, rompamos el sepulcro, y levantando nuestro atrevido y poderoso vuelo, formemos un cielo entre las sombras, y seremos los duendes de ese cielo. (Obras, 76; En nombre…, I, 167)12
Otro texto, “Dos víctimas”, también aborda el suicidio de un par de novios frustrados, pero ahora lo hace desde una perspectiva jocosa, quitándole toda seriedad al asunto. En otro retoma el tema de la madre ausente: “Mi madre, la que vive todavía/ puesto que vivo yo” Este extraño verso quizá contenga una referencia velada a su suicidio próximo: puesto que ahora vivo. ¿Insinúa que la madre también morirá tan pronto como él desaparezca, y ya no pueda evocarla? En este mismo poema se reitera en otro tono la noción, sin duda patética, del poeta muerto en vida: Mi alma es como un santuario en cuyas ruinas, sin lámpara y sin Dios, evoco a la esperanza, y la esperanza penetra en su interior, como en el fondo de un sepulcro antiguo las miradas del Sol (Obras, 85; En nombre…, I, 177)13
En un soneto de 1873, el año de su muerte, se lee esta conclusión que reitera lo que ya sabemos: “si la vida a los goces es ajena,/ mejor es el sepulcro que 12 Si se me permite parodiar un poco la terminología de Deleuze-Guattari, diría que en ese verso de Acuña se anuncia el devenir-duende de los amantes, el convertirse en trasgos del más allá. 13 Encuentro aquí una alusión al persistente ateísmo de Acuña: “Sin lámpara y sin Dios”. Adviértase que el poeta se define a sí mismo incorporándose a la imagen de un sepulcro antiguo.
la vida” (Obras, 115; En nombre…, II, 176). Para septiembre de ese mismo año, ya se está despidiendo de la vida, como lo demuestra su poema “Adiós”. En este texto declara premonitoriamente: Mañana que termine mi vida oscura y breve, ya sólo tus recuerdos palpitarán sobre él. (Obras, 118; En nombre…, I, 182)
También de 1873 son dos sonetos que dedica a su amiga Rosario de la Peña. El primero se llama “A una flor”, y es una especie de carpe diem invertido. Transida de dolor por una pérdida de la que no sabemos nada, la mujer ha caído en una depresión espantosa. Es esto, al menos, lo que se adivina en el texto. La reacción del poeta consiste en decirle que no es justo que cuando apenas se entreabría el broche de su existencia, se doblegue abatida y sin ganas de continuar viviendo. “Resucita y levántate”, le dice. Su actitud mortecina es injusta con el Sol que ilumina su vida: “Injusto para el Sol es tu reproche,/ que esa sombra que pasa y que te ciega,/ es una sombra, pero aún no es la noche” (Obras, 119; En nombre…, I, 184).14 Rudo contraste: el poeta que ya desde hace mucho se siente un cadáver en vida, le exige a la mujer que recobre el buen ánimo y que disfrute de los dones de la existencia, prodigados de modo simbólico por la presencia del padre Sol. La contraparte, o cuando menos el complemento funerario de este texto, es el siguiente soneto que el propio Acuña habría escrito en el ál14 Cabe la posibilidad que este último verso se haya corrompido en el proceso de impresión, pues se aparta de manera notoria del ritmo endecasilábico del texto. La restitución del verso al ritmo indicado daría: “es una sombra, pero no es la noche”.
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bum de versos de su amiga. Se trata de una nueva despedida, o mejor dicho, de un nuevo anuncio de que pronto ya no estará en compañía de los vivos. Rosario no sólo ha declinado la declaración amorosa del poeta; también ha rechazado, al parecer de modo cortante, los laureles que Acuña había recibido en ocasión de la triunfal puesta en escena de su obra de teatro El pasado, y que el poeta a su vez había tratado de poner sin éxito en las manos de su adorada amiga. Este último y drástico rechazo es el asunto del soneto. Acuña le insiste que acepte los laureles, que los tome, que ellos habrán de ser el único recuerdo en el quebranto que le producirá su ausencia, anunciada por enésima ocasión sin que la dama se dé por enterada. Nuevo prodigio de la imaginación ante mortem, vale la pena reproducir el soneto: A Rosario Esta hoja arrebatada a una corona que la fortuna colocó en mi frente entre el aplauso fácil e indulgente con que el primer ensayo se perdona. Esta hoja de un laurel que aún me emociona como en aquella noche, dulcemente, por más que mi razón comprende y siente que es un laurel que el mérito no abona; tú la viste nacer, y dulce y buena te estremeciste como yo al encanto que produjo al rodar sobre la escena; guárdala, y de la ausencia en el quebranto, que te recuerde, de mis besos llena, al buen amigo que te quiere tanto. (Obras, 120; En nombre…, I, 193)
Todavía el poema “La gloria”, extensa composición de cuatrocientos cuarenta versos, teje de nuevo el tema del desdén amoroso que esta vez enmascara a través de dos personajes, Pablo, el poeta desdeñado, y Elena, encarnación de la mujer que alguna vez, así sea en un momento de ofuscamiento o de debilidad, le dispensó al poeta la miel de sus favores (no supongo nada, así lo indica el texto muy a la letra: “De manera que Pablo, que en su anhelo/ esperaba soñando con el cielo,/ que su amante por fin le volvería/ todo el cariño y la pasión de un día”) y que ahora por el contrario desdeña incluso la corona que éste le ofrece, la corona que se había otorgado a esa obra que ella vio nacer (expresión de cierto modo comprometedora, podría pensarse: ¿indicaría esto que Acuña tramó la obra dramática de referencia en casa de su amiga, y bajo su mirada?), termina con una nueva despedida. Dado que la mujer rechaza la corona, el poeta optará, remedio heroico, por... ¡mandarle su alma! (en el entendido de que a ésta no podrá rechazarla). ¿Podía haber otra alusión más clara a su suicidio próximo?15 Quizás el valor artístico de “La gloria. Pequeño poema en dos cantos” no tenga especial relieve. Lo menciono empero porque creo encontrar en él una clave inadvertida acerca de su suicidio trágico: que la dama de referencia, más allá de lo que ella misma se empeñó en divulgar entre sus conocidos, habría cedido alguna vez a los reclamos del pretendiente, para recobrar luego una fría distancia que acaba por propiciar el derrumbe del escritor. La obra maestra de Acuña, “Ante un cadáver”, no tiene nada que ver empero con los arrebatados deliquios de la poesía amorosa. Se trata del poema riguroso, científico del autor, para más señas un estudiante de medi15 “Pablo, pensando en la que estaba ausente,/ en lugar de un laurel, ¡le mandó el alma!” (Obras, 203; En nombre…, I, 246).
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cina en el que las ideas de los ilustrados, a los que se acercaba, habían producido un poderoso efecto, grabándose en su pensamiento con una notable fuerza de convicción. Menéndez Pelayo, que conoció ese texto, se desvivió en elogios hacia él. La visión de Acuña le pareció tan audaz, tan convincente y plena en su circularidad, que creyó encontrarle un parentesco con las filosofías de Leibnitz y de Hegel. Algunos comentaristas señalan su cercanía con Lucrecio, aunque no sería nada extraño que el ideologema de fondo derivara de modo directo de Lavoisier, quien habría llegado a esta sintética conclusión que quizás el día de hoy continúa siendo motivo de escándalo entre ciertas conciencias: “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”. Como se sabe, éste es el axioma materialista de la ciencia moderna, y es el axioma que Ignacio Ramírez, El Nigromante, había proclamado en su discurso de ingreso a la Academia de Letrán, como mencioné al principio de este trabajo.16 Todo indica que Acuña, un poeta al que no le iban las medias tintas, hizo suyas las ideas más radicales del sector ilustrado de su época, y que a esta radicalidad se debía en gran parte su innegable popularidad.17 Cuando hablo de su radicalismo ideológico, no me refiero sólo a su concepción atea del universo, de la que hay suficientes pruebas en varios pasajes de su obra, ni a su notoria simpatía por algunas de las figuras más destacadas dentro del liberalismo de la época, como Ocampo o el mismo Ignacio Manuel Altamirano, sino incluso a su visión sumamente crítica de lo que por 16 Véase nota 3 acerca de los efectos del discurso de Ignacio Ramírez. 17 Una prueba de ello es la multitud apoteósica que acompañó al cuerpo de Acuña al cementerio de Campo Florido, en el que desfilaron más de 30 carruajes. En el cortejo iban varias de las figuras mayores de la literatura mexicana de la época: Altamirano, Riva Palacio, Luis G. Ortiz y, por supuesto, Justo Sierra, quien despidió al amigo recitando unos versos.
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entonces se llamaría el problema social. Un claro testimonio literario de ello lo tenemos en su famoso poema “La ramera” y en la celebrada obra de teatro El pasado, que aunque no tratan exactamente del mismo tema, exhiben una simpatía por los caídos, por los orillados de la sociedad. Enfrentando la moral hipócrita de la época, haciendo burla incluso del moralismo estrecho de la alta sociedad, Acuña encuentra que la prostituta no sólo no es una figura reprobable, sino que es la víctima de una sociedad enferma que primero mancilla a la mujer y después se asusta de lo que ella misma le ha hecho. En el poema “La ramera”, Acuña articula una voz de protesta social, impregnada de romanticismo, es cierto, y hasta de un patetismo que ahora parece ingenuo pero que en su momento tuvo una enorme efectividad. ¿Piedad para los humillados? ¿Conmiseración? Sí, puede ser, pero también una visión de escándalo, un arrojar en cara a la sociedad hipócrita esa misma hipocresía vuelta conciencia de sí. Ahora podemos intuir por qué los versos de Acuña causaban revuelo y conmoción: ¡Pobre mujer, que abandonada y sola sobre el oscuro y negro precipicio, en lugar de una mano que la salve siente una mano que le impele al vicio. (Obras, 19; En nombre…, II, 68)
Los filósofos mienten, son los apóstoles engañosos de la idea, pues ellos no sólo no comprenden el sufrimiento de la prostituta, sino que han contribuido a hundirla en el fango. Para que el contraste sea más brutal, el poeta propone un cambio total: se trata de una reversión que va del ángel a la prostituta, del ser alado y celeste... a la mujer que rueda enfangada en el pecado:
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¡Te acuerdas...! Lo arrancaste de la nube donde flotaba vaporoso y bello, y arrojándole al hambre, sin ver su angustia ni su amor siquiera, le convertiste de camelia en lodo: ¡Le transformaste de ángel en ramera! (Obras, 21; En nombre…, II, 70)
Después de este dicterio, y por si no bastara, el poeta lanza una maldición que seguro cimbró a las buenas conciencias de su tiempo: “¡Maldito tú que pasas/ junto a las frescas rosas,/ y que sus galas sin piedad les quitas!” Aunque la heroína de El pasado no es una prostituta, es considerada como tal por la clase burguesa debido a que, siendo sumamente pobre, tuvo la debilidad de entregarse a un hombre mayor a cambio del dinero con el que compraría las medicinas para curar a su madre enferma. La madre, de cualquier modo, muere, como mostrando con ello la inutilidad del sacrificio de la hija, y para acentuar también de modo romántico lo tremendo y lo injusto de la situación. La mujer, de nombre Eugenia, se enreda con un pintor que se enamora de ella sin importarle estos turbios antecedentes, y que se la lleva con él a Europa durante cinco años en que se dedica a perfeccionarse como artista. El drama comienza al regreso de la pareja, que es por supuesto objeto de intrigas y murmuraciones de alguien que en el fondo no quiere sino volver a gozar de los favores de la mujer. Acuña convierte con gran habilidad este asunto de costumbres en una invectiva en contra del orden social en su conjunto. La tesis, de algún modo incendiaria del autor, la conocemos a través del parlamento de David, del que ahora transcribo unos fragmentos:
[…] ¡Yo no condeno como la sociedad al presidiario que ha robado un pedazo de pan para sus hijos, yo no condeno a la pobre mujer sin educación y abandonada, que el día que se muere de hambre se vende en el vértigo de la miseria, por unas migajas de mendrugo!... Yo a quien condeno es a la sociedad que no da trabajo al artesano!… ¡Al que no educa a la mujer!…¡Al que la compra! ¡Yo a quien condeno es a la sociedad que se enfanga y después se asusta de sí misma!… ¡A esa madre que arroja a sus hijos en el albañal y que después no quiere reconocerlos! (Obras, 296)
Su adscripción materialista, lo que Menéndez Pelayo llama “el novísimo sentido de las escuelas naturalistas”, campea en sus composiciones de manera que se podría decir casi sistemática. Acuña es un ateo consumado, lo que sin embargo, como he subrayado antes, no le impide elaborar tortuosas visiones de ultratumba. En un texto de 1869 parece admitir la existencia de Dios, pero no lo hace sino a través de una torsión retórica que concluye afirmando la divinidad del amor. El poema titulado “Amor” así lo certifica: Amor es Dios, el lazo que mantiene en constante armonía los seres mil de la creación inmensa; y la mujer la diosa, la encarnación sublime y sacrosanta que la pradera con su olor inciensa y que la orquesta del Supremo canta. (Obras, 227; En nombre…, I, 126)
En “Hojas secas”, otra de sus composiciones, sostiene enfático, hablándole a la amada: “En Dios le exiges a mi fe que crea,/ y que le alce un altar den-
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tro de mí./ ¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea/ para que yo ame a Dios, creyendo en ti!” (Obras, 181; En nombre…, I, 212). Más allá de estas sublimaciones amorosas, la verdadera posición del poeta ante el asunto de Dios queda registrada en la siguiente décima titulada precisamente “Dios”. Sublime y oscuro mito, hijo del miedo del hombre que en todas partes tu nombre imagina ver escrito, si tú eres el infinito y es infinita tu esencia, si, mostrando tu existencia, todas las formas revistes, ¿por qué, si es cierto que existes, no existes en mi conciencia? (Obras, 235; En nombre…, II, 154)18
“Ante un cadáver” es una enfática meditación naturalista, inspirado sin duda por los descubrimientos de la ciencia moderna. El escenario inicial es el de la mesa de disecciones, lugar donde el cadáver, convertido en objeto, queda sometido a la minuciosa inspección del escalpelo de los estudiantes de medicina, quienes vulnerando el secreto de la existencia, exponen y analizan cada una de sus piezas, como si se tratara de un frío mecanismo de relojería. El presupuesto inmediato son las conquistas de la ciencia, que ensancha constantemente el horizonte del saber, eclipsando los viejos velos de la superstición y la fábula, que mantienen al hombre sumido en la ignorancia. 18
La versión que transcribo, empero, es la que da por buena Francisco Castillo Nájera (Manuel Acuña).
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El presupuesto mediato: la visión de la naturaleza como una fuerza vital inmanente, que no cesa de renovarse y de dar nuevos brotes dentro de la infinidad de un círculo que puede suponerse eterno. El sentido militante del texto se torna patente desde los primeros versos. Acuña forma filas entre los ilustrados, está convencido de que su tarea es combatir las cadenas de la credulidad y del oscurantismo que mantienen encerradas en un calabozo a las conciencias de su tiempo. El grito del saber y el de la libertad son uno y el mismo. Tan es así, y de modo tan absoluto, extremando las cosas, que la muerte misma es concebida como una liberación: ¡Y bien! Aquí estás ya... sobre la plancha donde el gran horizonte de la ciencia la extensión de sus límites ensancha. Aquí donde la rígida experiencia viene a dictar las leyes superiores a que está sometida la existencia. Aquí donde derrama sus fulgores ese astro a cuya luz desaparece la distinción de esclavos y señores. Aquí donde la fábula enmudece y la voz de los hechos se levanta y la superstición se desvanece. (Obras, 92; En nombre…, II, 129)
La construcción anafórica, tan de su predilección, enfatiza la gloria de esta liberación gracias a la cual el ser mortal puede ya fundirse en el ser imperecedero de la naturaleza, esa nueva diosa ensalzada por la ciencia a la que el poeta rinde tributo: “Aquí estás ya... tras de la lucha impía/ en que romper
al cabo conseguiste/ la cárcel que al dolor te retenía” (Obras, 92; En nombre…, II, 130). Aquí Acuña proyecta un platonismo sincero, con el que sin
duda comulga: todo ser humano, según esto, libra una lucha desigual pero quizá también condenada desde el punto de vista moral (y por eso la llama lucha impía) por liberarse de la prisión del cuerpo que lo ata a la rueda de sufrimiento. Todos, empero, tarde que temprano, habremos de salir victoriosos de esta confrontación, lo que nos permite reintegrarnos al seno natural, fuente eterna de vida. Por eso concluye Acuña sin ninguna dubitación: La tumba sólo guarda un esqueleto, mas la vida en su bóveda mortuoria prosigue alimentándose en secreto. Que al fin de esta existencia transitoria a la que tanto nuestro afán se adhiere, la materia, inmortal como la gloria, cambia de formas; pero nunca muere. (Obras, 95; En nombre…, II, 133)
A Marcelino Menéndez Pelayo esta composición le parece “una de las más vigorosas inspiraciones con que puede honrarse la poesía castellana de nuestros tiempos”. A diferencia de algunos críticos mexicanos, que piensan en Acuña como un poeta confuso e inconsistente, falto de solidez y carente de bases firmes, Menéndez Pelayo escribe en el prólogo de su Antología de poetas hispanoamericanos (1893) lo que es para mí el más alto de los elogios que ha merecido el saltillense: Acuña era tan poeta que hasta la doctrina más áspera y desolada podía convertirse para él en raudal de inmortales armonías. Sentía aquel mismo
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género de embriaguez naturalista que es el alma de la inspiración de Lucrecio y de la de Diderot en su Sueño de D’Alembert. La materia no concebida mecánicamente sino de un modo dinámico, y abarcándola en toda la plenitud y complejidad de su desarrollo y evoluciones, no es sujeto refractario a la poesía, y puede existir y existe sin duda un género de monismo poético, que tiene de poesía lo que tiene de metafísica, menos distante que pudiera creerse, ya de la concepción de Leibnitz, ya de la de Hegel, puesto que realmente esa materia parece viva y llena de almas, y su incesante ebullición como que se somete y disciplina a un proceso dialéctico.19
Por el empuje de su construcción, y por las rigurosas bases materialistas que sostienen su trama, me gustaría decir que el único texto del siglo xx mexicano que resiste y solicita una comparación con “Ante un cadáver” de Acuña es el “Canto a un dios mineral” del químico y también poeta Jorge Cuesta. Mostrar las significativas afinidades entre estos dos poemas es algo que por supuesto excede los límites del presente trabajo, por lo que me conformo con sugerir su proximidad. A riesgo de que se piense que hago demasiadas concesiones a la imaginación macabra del poeta estudiado, no me gustaría concluir este trabajo sin transcribir la cuarteta que escribiera Acuña sobre un cráneo que tenía en su buhardilla, y en el que, durante una velada con sus amigos, todos anotaron un pensamiento. El que anotó Acuña reza así: Inscripción en un cráneo Página en que la esfinge de la muerte con su enigma de sombra nos provoca: ¿Cómo poderte descifrar, si es poca toda la luz del Sol para leerte? 19 Contrástese esta opinión con el dicterio de José Rojas Garcidueñas: “Una simple hojeada a sus poemas nos muestra la absoluta falta de solidez y bases firmes en sus ideas” (xxii).
EN NOMBRE DE ESE LAUREL PRESENTAC I Ó N
En cuanto a textos, EN NOMBRE DE ESE LAUREL contempla prácticamente toda la poesía escrita por Manuel Acuña de la que se tiene conocimiento. Incluye la primera edición recopilatoria de sus “Versos”, realizada por amigos a partir de publicaciones diversas, y los que añade José Luis Martínez en sucesivas apariciones de Obras: poesía y prosa (1949 y 2000). En la presente recopilación se excluyen, sin embargo, los poemas dedicados a su hermana Guadalupe (“A Lupe” y “A Lupita”), pues, tomando en cuenta las fechas y la calidad que muestran, suponemos que, o bien no pertenecían realmente a la obra del poeta (según José Farías Galindo, el primero fue dictado de memoria por su hermana Dolores), o no fueron escritos o acabados para su publicación (el otro, con inconsistencias verso a verso, fue supuestamente escrito después de “Ante un cadáver”). Por otra parte, la romanza “Lejos de ti”, del compositor Rafael Gálvez León, lleva una letra de Manuel Acuña (no incorporada hasta el momento en otras ediciones), y en este libro se encuentran tanto su partitura como la transcripción del texto literario. En El verdadero Manuel Acuña (1984), Pedro Caffarel Peralta se dio a la tarea de consignar las modificaciones (unas ínfimas, otras sustanciales) que sufrieron algunos poemas al aparecer en diarios, suplementos de la época e incluso en diversos manuscritos. Tales variantes han sido incorporadas en esta nueva edición, a manera
de glosas, para facilitar una lectura completa, holográfica, de cada uno de esas obras, y al mismo tiempo una visión más precisa de las cuestiones de estructura, ritmo y contenido que preocupaban a su autor. El objetivo de esta recopilación es agrupar el material existente sobre Manuel Acuña, presentarlo de forma más organizada –más atractiva incluso– y ofrecer un conjunto de obra, crítica e iconografía para los lectores del siglo XXI. La primera diferencia importante, respecto a las recopilaciones anteriores, es su nueva organización. Se respeta e incluso se vuelve más explícito el orden cronológico usado en sus principales ediciones, pero, ante todo, se separa a los poemas en dos bloques temáticos: “De amor y biográficos”, en el primer tomo, y “Científicos, cívicos, filosóficos y humorísticos” en el segundo, con la intención de hacer mucho más visibles las múltiples facetas de su poesía. Podemos decir que esta edición de la obra de Manuel Acuña es como un anaglifo, una imagen alterada para verse en tercera dimensión a través de dos lentes de colores distintos, correspondientes, quizá huelga decirlo, a cada uno de estos tomos, con su organización y contenidos particulares. En cuanto a material crítico, esta edición incluye algunos textos publicados previamente y otros inéditos. Destacan los ensayos de
Marco Antonio Campos y Evodio Escalante, que prologan cada tomo, además de artículos y materiales complementarios –dos poemas de Eduardo Lizalde, una traducción de Samuel Beckett, artículos diversos– que enriquecerán sin duda la lectura de su obra y el conocimiento de su fugaz y luminosa trayectoria vital. Contra lo que suele suponerse, la obra de Manuel Acuña es particularmente vasta en temas e interpretaciones. Tratamos de ofrecer una edición personalizada, con anotaciones al margen, y nos hubiera gustado incluir además fragmentos resaltados, y los signos de nuestra admiración al lado de un gran número de versos, mas tal exceso quizá hubiera arruinado esos hallazgos para los lectores futuros. Tenemos fe, y paciencia: aunque la leyenda ha extendido y deformado su interpretación, y aunque la métrica tradicional (o cierta formación declamatoria) vuelve engañosamente simple el acceso a ciertos textos literarios, cuyo fondo se oscurece tras el brillo de la forma, en los últimos quince años un acercamiento más atento y generoso de la crítica le ha concedido o regresado a Acuña algunas de esas hojas de laurel que obtuvo en vida. Por ello la presente edición, además de un homenaje para el autor coahuilense, es una ocasión nueva y oportuna para el encuentro entre la obra, sus críticos y sus lectores.
OBRA POÉTICA, 2
POEMAS CIENTÍFICOS, CÍVICOS, FILOSÓFICOS Y HUMORÍSTICOS 1864
DE AQUÍ SÓLO SALE INDIANA
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1868
A LA SOCIEDAD FILOIÁTRICA EN SU INSTALACIÓN
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UNA LIMOSNA
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LA RAMERA
68
EL HOMBRE
75
LOS BEODOS
86
EN LA APOTEOSIS DEL ACTOR MERCED MORALES
88
OCAMPO
94
UNO Y QUINIENTOS
100
LA SOÑADORA
101
A LAURO
106
OBLACIÓN
107
RASGO DE BUEN HUMOR
112
EN EL TERCER ANIVERSARIO DE LA SOCIEDAD FILOIÁTRICA Y DE BENEFICENCIA
116
1869
1870
1871
1872
1873
¡SALVE!
118
EL POETA MÁRTIR JUAN DÍAZ COVARRUBIAS
120
SONETO (A MANUEL DOMÍNGUEZ)
124
HIMNO
125
ANTE UN CADÁVER
129
ODA. ANTE EL CADÁVER DEL DOCTOR JOSÉ B. DE VILLAGRÁN
134
AL RUISEÑOR MEXICANO
138
AL CIELO
141
A UN LIRIO
143
INSCRIPCIÓN EN UN CRÁNEO
144
A DIOS
154
EN ALAS DEL PENSAMIENTO ESTROFA PARA ASUNCIÓN
155
LA VIDA DEL CAMPO
159
ODA. A LA MEMORIA DEL EMINENTE NATURALISTA, EL DOCTOR LEONARDO OLIVA
171
SONETO
176
NADA SOBRE NADA
177
CINCO DE MAYO
184
SONETO (A VICENTE FUENTES)
200
S/F
ODA
202
A LA LUNA
209
EL REO DE MUERTE
216
A JOSEFINA PÉREZ
221
A LA EMINENTE ACTRIZ SALVADORA CAIRÓN
222
ADIÓS A MÉXICO
223
ROMANCERO DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA EL GIRO
226
A LA PATRIA
235
HIDALGO
242
15 DE SEPTIEMBRE
243
LA MUJER
248
EN LA BIBLIOTECA POPULAR
251
EN ESTE CAMPO DO EL PLACER REPOSA
252
A UN ARROYO
254
LETRILLA
257
TODO SE ACABA
263
HISTORIA DE UN PENSAMIENTO
264
DE ACUÑA
267
¿1864 ?
De aquí sólo sale indiana…* De aquí sólo sale indiana, de aquí sale manta y lona, de aquí sale la ladrona que se robó la manzana.
*Según una anécdota recogida por Farías y por José Luis Martínez, esta es la primera composición, improvisada, que su familia le escuchó recitar a Manuel Acuña.
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¿Hasta cuándo llegará el día en que se aprecie más al hombre que enseña que al hombre que mata? M. Ocampo
Sombras gigantes de Escipión y Ciro, de César y Alejandro, no os alcéis de la tumba a mis acentos; que si es verdad que vuestra gloria admiro, me espanta vuestra gloria resonando entre ayes de dolor y entre lamentos. Yo no canto a vosotros, cuyos lauros en la sangre crecidos respiran con el aire de la muerte; yo no canto a vosotros los temidos, los que formáis las leyes con la espada sin tener más derecho que el del fuerte. Vuestros nombres sublimes no hacen arder la sangre de mis venas; yo canto a Atenas enseñando a Roma, no canto a Roma conquistando a Atenas. Como el águila audaz que surca el viento en pos de espacio que bastante sea para dar a sus alas movimiento, lo mismo mi alma cuando hallar desea 61
1868
A la Sociedad Filoiátrica en su instalación
la luz de la poesía, no busca sus raudales en la noche sino en la aurora al despuntar el día; y al encontrar la llama indeficiente de la verdad sagrada, mi pecho entonces se electriza y siente, y de mi lira tosca y olvidada, brotan cantares que sonar quisieran desde el nuevo hasta el viejo continente. Era la sombra: entre su negro manto vegetaban los hombres, nutriéndose con penas y con llanto, sin otra ciencia que sufrir humildes del infortunio las amargas leyes,
[el yugo de los bueyes]
y sin otros señores que verdugos con el pomposo título de reyes. Esqueletos del cuerpo y esqueletos del alma, los seres como Dios, no eran entonces el Adán pensador del primer día,
[el pensador Adán del primer día,]
sino siervos que ató con mano airada [sino brutos, que iguales a los otros] a su carro triunfal la tiranía.
[solamente el hablar los distinguía]
Momias vivientes que al dejar el mundo para volver al hueco del osario, legaban a sus hijos en recuerdo la cicuta del Sócrates profundo
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OBRA POÉTICA 63
y la sangre del Cristo del Calvario. Y así pasaron siglos y más siglos que de su inmensa huella en la distancia sólo dejaban sombras y vestiglos, vagando entre las nieblas de la noche sin fin de la ignorancia. Mas de pronto la luz del pensamiento iluminó vivífica y radiante de la santa Razón el firmamento,
[brilló pura y radiante] [en la vasta extensión del firmamento]
y Dios apareció, bello y gigante, haciendo despeñarse en el abismo al soplo de sus labios soberanos el sangriento puñal de los tiranos
[el manchado puñal de los tiranos]
y la máscara vil del fanatismo. Entonces fue cuando la Europa vía, trémula y espantada, la mansión ignorada que la voz de Colón le predecía, y a Franklin elevándose al espacio de su genio atrevido tras la huella, para robar a la rojiza nube el fuego aterrador de la centella. Entonces fue cuando se alzó la ciencia disipando las sombras que huyeron en tropel a su presencia; y entonces cuando México miraba en la mansión maldita
[de su genio coloso tras la huella,]
del crimen y del miedo, en vez de la cadena y del levita la figura grandiosa de Escobedo. Y no tembléis al recordar la historia del lugar maldecido, donde el buitre feroz de la ignorancia ocultó sus polluelos y su nido; no tembléis a la tétrica memoria del calabozo inmundo repitiendo los últimos lamentos del mártir moribundo; ya está lavada de su impura mancha la guarida del crimen, que hasta la infamia misma desparece donde las huellas del saber se imprimen. En vez de los verdugos, y del hirviente plomo y el veneno, la Medicina que consuela y sana, y los hijos de Herófilo y Galeno. Sublime redención, misión sublime la del que sufre al consolar las penas, la del que llora y gime al enjugar las lágrimas ajenas; misión de caridad y bienandanza, empezada por Cristo en el calvario, [empezada por Cristo en el madero,] que redime y que canta en su santuario [y que lava y en ángeles convierte]
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 65
los himnos del amor y la esperanza.
[a la ramera vil y al bandolero.]
Seguidla, pues, vosotros, que impasibles desafiáis a la muerte y los pesares; y si queréis que el mundo agradecido conserve vuestro nombre en la memoria, y que os levante altares, seguid vuestro sendero bendecido, que al fin de ese sendero está la gloria; y continuad sin dirigir la vista al espinado y escabroso suelo, y si ansiáis la conquista del lauro inmarcesible de la fama, elevad vuestros ojos hasta el cielo donde está quien os mira y quien os llama. Y no penséis en la escarpada roca, ni en la espina punzante que atraviesa la planta que la toca; no cejéis ni un instante en vuestra noble y celestial carrera, ¡Adelante…! ¡Adelante…! aún está muy distante la corona de rosas que os espera.
[Seguidla, pues, vosotros, que contentos]
1869
Una limosna A mi querido amigo Agustín F. Cuenca
¡Entrad!... en un aposento donde sólo se ven sombras, está una mujer muriendo entre insufribles congojas… Y a su cabecera tristes dos niñas bellas que lloran, y que entrelazan sus manos y que gimen y sollozan. Y la infeliz ya no mira ni tiene aliento en la boca, y cuando habla sólo dice con voz hueca y espantosa: “¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre! Por piedad, ¡una limosna!”. Y calla…y las niñas gimen… y calla… y el viento sopla… y llora… y nadie la escucha, ¡que nadie escucha al que llora!
¿Y la oís?… “¡Ay!, hijas mías vais por fin a quedar solas… solas… y sin una madre
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OBRA POÉTICA 67
que os alivie y que os socorra… solas… y sin un mendrugo que llevar a vuestra boca... Adiós…adiós… yo me muero… yo tengo hambre..., y la mísera espiraba ¡Una limosna!” entre angustias y congojas, mientras que las pobres niñas casi locas, casi locas la besaban y lloraban envueltas entre las sombras. Después… temblando de frío bajo sus rasgadas ropas, caminaban lentamente por la calle oscura y sola, exclamando con voz triste al divisar una forma; la una… … “¡Me muero de hambre!”, y la otra... … “¡Una limosna!”.
1869
La ramera A mi querido amigo Manuel Roa
Humanidad pigmea, tú que proclamas la verdad y el Cristo, mintiendo caridad en cada idea; tú que, de orgullo el corazón beodo, por mirar a la altura te olvidas de que marchas sobre lodo; tú que diciendo hermano, escupes al gitano y al mendigo porque son un mendigo y un gitano: allí está esa mujer que gime y sufre con el dolor inmenso con que gimen los que cruzan sin fe por la existencia; ¡escúpela también…! ¡anda…! ¡no importa que tú hayas sido quien la hundió en el crimen, que tú hayas sido quien mató su creencia! ¡Pobre mujer, que abandonada y sola sobre el oscuro y negro precipicio, en lugar de una mano que la salve siente una mano que le impele al vicio; y que al fijar en su redor los ojos y a través de las sombras que la ocultan no encuentra más que seres que la miran y que burlando su dolor la insultan…! 68
OBRA POÉTICA 69
Y antes era una flor... una azucena rica de galas y de esencias rica, llena de aromas y de encantos llena; era una flor hermosa que envidiaban las aves y las flores, y tan bella y tan pura, como es pura la nieve del armiño, como es pura la flor de los amores y como es puro el corazón del niño. Las brisas la brindaban con sus besos, y con sus tibias perlas el rocío; y el bosque con sus álamos espesos, y con su arena y sus corrientes el río; y amada por las sombras en la noche, y amada por la luz en la mañana, vegetaba magnífica y lozana tendiendo al aire su purpúreo broche; pero una vez el soplo del invierno en su furia maldita, pasó sobre ella y la arrancó sus hojas, pasó sobre ella y la dejó marchita; y al contemplar sin galas su cáliz antes de perfumes lleno, le arrebató implacable entre sus alas y fue a hundirla cadáver en el cieno.
¡Filósofo mentido…! ¡apóstol miserable de una idea que tu cerebro vil no ha comprendido! Tú que la ves que gime y que solloza, y burlas su sollozo y su gemido…, ¿qué hiciste de aquel ángel que amoroso y sonriente formó de tu niñez el dulce encanto? ¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días, que lloraba contigo si llorabas y gozaba contigo si reías…? ¡Te acuerdas…! Lo arrancaste de la nube donde flotaba vaporoso y bello, y arrojándole al hambre, sin ver su angustia ni su amor siquiera, le convertiste de camelia en lodo: ¡Le transformaste de ángel en ramera! ¡Maldito tú que pasas junto a las frescas rosas, y que sus galas sin piedad les quitas! ¡Maldito tú que sin piedad las hieres, y luego las insultas por marchitas! ¡Pobre mujer…! ¡Juguete miserable de su verdugo mismo…! Víctima condenada a vegetar sumida en un abismo
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OBRA POÉTICA 71
más negro que el abismo de la nada y a no escuchar más eco en sus dolores, que el eco de la horrible carcajada con que el hombre le paga sus amores. ¡Pobre mujer, a la que el hombre niega el sublime derecho de llamar hijo a su hijo! Pobre mujer que de rubor se cubre ¡cuando le escucha que la grita madre! Y que quiere besarle, y se detiene, y que quiere besarle, y calla y gime, porque sabe que un beso de sus besos ¡se convierte en borrón donde lo imprime! Deja ya de llorar, pobre criatura, que si del mundo en la escabrosa senda caminas entre fango y amargura, sin encontrar un ser que te comprenda, en el cielo los ángeles te miran, te compadecen, te aman, y lloran con el llanto lastimero que tus ojos bellísimos derraman. ¡Y que te burle el hombre, y que se ría! ¡Y que te llame harapo y te desprecie! Déjale tú reír, y que te insulte,
que ya llegará el día en que la gota cristalina y pura
Tixtla, 1834 se desprenda del lodo San Remo, 1893
para elevarse nube hasta la altura. Y entonces en lugar de un anatema, en lugar de un desprecio, escucharás al Cristo del Calvario, que añadiendo tu pena a tus lágrimas tristes en abono, te dirá como ha tiempo a Magdalena: Levántate, mujer, yo te perdono.
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JUAN DÍAZ COVARRUBIAS Xalapa, 1837 Tacubaya, 1859 Desde niño estuvo inmerso en el ambiente cultural, pues sus padres organizaban frecuentemente veladas literarias. Al trasladarse a la Ciudad de México ingresó al Colegio de Letrán. En este periodo hizo amistad con Ignacio Manuel Altamirano y fue discípulo de Ignacio Ramírez. Al igual que Acuña, ingresó a la Escuela de Medicina, en cuyo internado habitó el cuarto número 13, el mismo donde vivió y murió el poeta saltillense. Lo atrajo la doctrina liberal y publicó su obra en periódicos afines. Al enterarse de la inminencia de un enfrentamiento entre liberales y conservadores en Tacubaya fue a ofrecer su apoyo como médico a los republicanos. La batalla fue ganada por el bando conservador, cuyos soldados, frenéticos por la victoria, ejecutaron a los oficiales capturados pero también a los médicos y civiles que ahí se encontraban; Covarrubias y su amigo Manuel Mateos estaban entre ellos. Su muerte fue lamentada por varios autores, incluyendo a Manuel Acuña, quien le dedicó un poema en que lo llama “El poeta mártir”.
IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO Tixtla, 1834 San Remo, 1893 Uno de los más renombrados escritores y docentes del siglo XIX, Altamirano nació en una familia chontal. Hasta los 14 años ignoraba el castellano. Hizo sus primeros estudios en el Instituto de Toluca gracias a una beca otorgada por Ignacio Ramírez, El Nigromante, y fue ascendiendo hasta lograr el título de maestro, que llevó con dignidad hasta el fin. Desde su juventud tomó parte en la vida política del país, y combatió durante la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa. Fundó varios periódicos y revistas. En su obra se advierte el amor por el paisaje, por la naturaleza, por las leyendas. También frecuentaba las veladas literarias en casa de Rosario de la Peña. Fue maestro de Manuel Acuña y apoyó algunas de las sociedades literarias en las que participaba, como la Sociedad Netzahualcóyotl. Fue él quien corrió a avisarle a Rosario del suicidio de Acuña, apenas hora y media después de que ocurriera. Murió en Italia durante una misión diplomática.
Al señor don Ignacio M. Altamirano
Homenaje
…Où va l’homme sur la terre?
V. Hugo
Allá va... como un átomo perdido que se alza, que se mece, que luce y que después desvanecido se pierde entre lo negro y desparece. Allá va… en su mirada quién sabe qué fulgura de profundo, de grande y de terrible…, allá va, sin destino y vagabundo, tocando con su frente lo invisible, con sus plantas el mundo… ¿De dónde vino…? Preguntadlo al caos que dio forma a los seres de su potente voz al “levantaos”; decídselo a la nada, que ella, tal vez, sabrá cuál fue la cuna de ese arcángel vestido con harapos a que llamamos hombre; que ella, tal vez, sabrá de dónde vino ese titán pigmeo tan grande y tan mezquino, ¿del lodo? puede ser; pero su frente 75
1869
El hombre
está demasiado alta para el lodo; ¿del cielo? puede ser; pero la tumba, donde concluye todo, no dista de sus plantas más que un paso, y si fuera del cielo, debería, ya que tiene un ocaso, tener también su oriente cada día. Aborto incomprensible de la nada que lo lanzó, destello de su abismo, esperad, esperad a que las sombras entre sus negros pliegues os cobijen, que allí tal vez, escrito entre esos pliegues encontraréis su origen…, esperad el momento en que se os abra negro y aterrador ante los ojos, ese libro de sangre donde labra la triste muerte en caracteres rojos de sus calladas víctimas el nombre, y allí veréis, acaso, la palabra que os ayude a saber quién es el hombre. Y entre tanto… allá va… Solo… en el mundo que tiembla con su peso de gusano y que al mirarle se estremece y duda; sobre la tierra inmensa que le siente su rey y le saluda,
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OBRA POÉTICA 77
que le siente su dios y que le inciensa. Allá va… soberano cuya frente circunda por diadema el infinito, monarca cuyo trono omnipotente es el trono de mármol y granito tallado por los buitres en la roca; y que marcha, y que marcha dominado lo mismo en lo que ve y en lo que toca, desnudo y mendigando un pedazo de pan para su boca. Polluelo de ese cóndor de lo oscuro que se llama el misterio, y que sin alas y sin luz se lanza por el supremo espacio de la idea en pos de una esperanza... polluelo que adormido entre la noche sueña ver una estrella, y enamorado de ella, y atrevido, se escapa de su nido creyéndose capaz de ir hasta ella; quién sabe anoche en su delirio blando qué luz o qué ilusión distinguiría, en medio de esas nubes caprichosas que pueblan, al soñar, la fantasía; quién sabe lo que en su alma durante la embriaguez germinaría;
pero capullo que despierta rosa con los halagos de la brisa amante, él, creciendo de formas en el sueño, durmió pequeño y despertó gigante. Y “El Universo es mío” clamó al sentirse poderoso y fuerte, y agitando su cráneo en el vacío, sin escuchar la ruda carcajada que como eco a su voz daba la muerte. “¡Adelante —se dijo— ¡El mundo es poco para encerrar mi espíritu… hasta el cielo!” Y sin mirar si quiera por donde iba, se lanzó despeñado como un loco, con la mirada arriba… siempre arriba. Sonámbulo que duerme y deja el lecho al supremo mandato de yo no sé qué voz grande y divina que alzándose en su pecho le sorprende y le grita poderosa: “¡Levántate y camina…!” Pisando aquí una espina y una rosa, y más allá una rosa y una espina, el hombre con un cielo de esperanzas germinando en montón en su cerebro, sigue a tientas y a oscuras por la senda desde antes a sus pasos señalada,
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soñando… y en los ojos una venda que con sus pliegues lóbregos y espesos le impide que comprenda su marcha entre sepulcros y entre huesos. Y allá va… ¡pobre niño que aún suspira como en los dulces tiempos de la infancia! Mas dejadle seguir, y será hombre que haga nacer la vida del osario, el apóstol sin nombre, que Dios admire y que mortal asombre lo mismo en el Tabor que en el Calvario. Dejadle caminar, dejad que siga el vuelo de su genio por los mares, y mañana ese niño será el anciano pálido y fecundo, que, moderno criador, haga que brote del seno de las olas otro mundo. Allá va… con un tronco por apoyo y un jirón miserable por abrigo, valiente y ambicioso y soberano, bajo su mismo harapo de gitano y su corteza sucia de mendigo. ¿Qué busca? ni aun él sabe lo que busca en su loco devaneo… ni aun él acierta a definir ese algo
que le hace encontrar siempre su deseo; pero titán del sueño que en la sombra forja un espacio y a escalarlo sube, él, mientras pisa en el inmundo cieno, se duerme con el pie sobre una nube. Soñar… ésa es la vida, ése es el puente que entre la cuna y el sepulcro media, el papel miserable del viviente de la existencia vil en la comedia: soñar un cielo en que revueltos vagan hermosos y magníficos vapores, la esperanza, la dicha, la gloria y el placer y los amores. ¡Ondinas que se tienden por el aire al despuntar la vida, allá a lo lejos y que con ella crecen y con ella mueren entre los últimos reflejos! Y, hermoso cisne que en el limpio lago agitando las olas con su pluma, ve brotar de su juego al dulce halago mil copos blancos de rizada espuma, y arroja un canto dolorido y vago al mirarlos perderse entre la bruma; el hombre en su tristeza, al ver rodar sus blancas ilusiones,
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sin colores, sin luz y sin belleza, de la noche que empieza por yo no sé qué lóbregas regiones; suspirando y en lágrimas deshecho ante la triste realidad que asoma, arranca un ¡ay! terrible de su pecho, y luego, al dar un paso, se desploma. Atleta del dolor, de nuevo emprende la lucha formidable con ese gladiador de las tinieblas que se llama el destino; y cantando y sonriendo para insultar la palpitante pena que le destroza el corazón mezquino, lanza un grito feroz y entra a la lucha… pero, vencido al fin, rueda en la arena que su alma es poca y su amargura es mucha. Y entonces… cuando hambriento de placeres soñándolos su presa, se mira débil y abatido y solo sobre el oscuro borde de la huesa, recuerda el Dios a quien por darle culto él se fingiera omnipotente y bueno; pero al sentir dentro del alma oculto del pesar y el dolor todo el veneno,
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en su miseria misma lo ve pequeño, pobre, y cogiendo del cieno en que se arrastra miserable reptil con su congoja, burlándose de su ídolo, a la frente como un supremo insulto se lo arroja. Después… el aire de la muerte zumba con su bramar inquieto, el átomo vacila, y…se derrumba… la tierra es una tumba… el hombre un esqueleto. Todo acabó... la noche de la nada confundiendo en sus pliegues todo eso grande que la mente forma y que en el cráneo encierra, sólo dejó al pasar, como en recuerdo, un pedazo de tierra… Y allí… ¿qué hay más allá…? ¿Qué encuentra el hombre tras ese velo negro que separa la luz de las tinieblas…? ¿Es en la tumba, acaso, donde toca, viéndola cara a cara, esa ilusión que en su carrera loca convertida en vapor se le escapara?
¿Es allí donde encuentra los perfumes y las notas dulcísimas y suaves, que no pudieron darle en sus encantos las flores ni las aves…? O luminoso punto que camina partiendo de la nada, por un círculo estrecho, y que termina su existencia mezquina allí donde ha empezado la jornada, ¿concluye en el sepulcro que sus despojos últimos recibe? ¿Es allí donde muere para siempre? ¿Es allí para siempre donde vive? ¡Quién sabe…! Nuestra mente no alcanza a descifrar esos arcanos escritos entre huesos y mortajas por yo no sé qué fétidos gusanos… Remueve y busca en el inmundo hueco donde ha visto rodar un ser inerme, y sin hallar a sus preguntas eco, sólo ve un cráneo seco que entre sus antros asquerosos duerme. Y entre tanto… allá va…, luz tenebrosa cuyo destino y cuyo ser esconde la impenetrable niebla del abismo…
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Allá va… tropezando y caminando, ¡Sin comprender adónde, sin comprenderse él mismo…!
1869
Los beodos
(Cuadro de costumbres)
Junto a una pulquería cuyo título es “Los Godos” disputaban dos beodos la tarde de cierto día. Yo que pasaba por fuera de la taberna predicha, me detuve y por mi dicha oí la disputa entera. —Oiga, amigo, no me abroche tan horrenda tontería, yo le digo que es de día. —Pos yo digo que es de noche. —Pos yo el Sol es lo que miro y no hay estrella ninguna. —Pos yo digo que es la Luna y muy grandota dialtiro. Es que asté ya se le escapa toditito don Perfeuto porque ya siente el efeuto del maldecido Tlamapa.
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—¡Qué Tlamapa, ni qué nada! A mí el pulque no me aprieta. —Pos yo apuesto una peseta. —Pos yo apuesto mi frezada. —¿Pos con quién nos arreglamos? —Pos con cualesquiera, vale. —Bueno, pero no me jale. —Bueno, pus entonces vamos. Y entre diciendo y haciendo este par de tercos beodos, se salieron de “Los Godos” casi, casi que cayendo. Y viendo pasar un coche al cochero se acercaron, y presto le preguntaron si era de día o de noche. Pero el salvaje cochero movió triste la cabeza y respondió con torpeza: Señores: ¡soy forastero!
1870
En la apoteosis del actor Merced Morales …¡Mentira el más allá! ¡Mentira el alma que el retroceso impuro hace nacer llenando lo futuro, del triste cementerio entre la calma! ¡Engaño esa creación que el fanatismo hace brotar del último lamento que nos lleva al abismo! ¡Mentira ese ad terrorem que el convento lanza a la humanidad mezquina y necia que, oyendo a la razón y al pensamiento, no abarca esa mentira y la desprecia! El hombre es sólo el hombre, pobre criatura de miseria y lodo, que sueña, que delira, y que en la fosa mira rodar con su existencia todo; pobre ser que termina la jornada con el eco de su último latido, para volver en sombra convertido a su punto de origen, a la nada. Es un astro-misterio que atraviesa la curva de la vida y se derrumba al concluir la carrera de ese cielo que en el Oriente de la cuna empieza y acaba en el Ocaso de la tumba; 88
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molécula que, oculta entre la gasa de la noche, sin ruta y sin destino, como una exhalación flébil y escasa, nace, se mece y pasa sin dejar una huella en su camino, y que a veces llegándose valiente hasta el Sol de la gloria, se enciende en él y vuela, pero dejando entonces, donde acaba, el germen de otra luz sobre su estela. Luz-inmortalidad con que deliran el sabio y el artista y el guerrero, en medio a esos éxtasis soberanos que son la hora suprema en que el genio prepara con sus manos para ceñir sus frentes la diadema; hora en que el hombre alcanza, por el zodiaco de la fe y del arte, llegar hasta el zenit de su esperanza, para robarle el rayo que algún día sobre su pobre lápida mortuoria, caiga a encender, sublime de poesía, la antorcha fulgurante de la gloria. Luz-inmortalidad con que soñaban sonriendo de placer en su delirio, el mártir-libertad en el cadalso y el espectro-conciencia en el martirio;
fulgor que, en la conquista del saber y el talento, se levanta descorriendo grandioso ante la vista, el soñado horizonte de una tierra donde bendita y mágica se encierra la tierra prometida del artista; esplendor auroral que era el ensueño consolador y grato en su pobreza del actor inspirado, que aún ayer se encontraba circundado con la aureola del genio en la cabeza; del audaz fingidor que ayer hacía sollozar o reír bajo este techo, y que hoy, cadáver, duerme de un pedazo de tierra sobre el lecho. Cayó… sobre su tumba gime el arte, y la patria inconsolada con sus hermosos besos maternales deposita una lágrima adorada, en tanto que la fama que abandona de la muerte en los antros funerarios al despojo… y al hombre, vuela augusta a escribir en sus santuarios las letras de su nombre.
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¡Muerto, reposa en paz! y si en la fiebre de tu ambición y tu querer fecundo soñaste con un mundo más risueño que este pequeño y miserable mundo; si astro que cruza la extensión vacía soñaste con dejar escrito en ella algo como la luz que en ti vivía para hacerte inmortal con esa huella, tu sueño está cumplido… tus cenizas ya no son más que escoria; pero el azul radioso de tu patria cuenta otra luz, la luz de tu memoria. Los hombres como tú, jamás perecen al tocar los umbrales de la oscura región de lo ignorado; los hombres como tú, mueren y crecen con la figura inmensa del granito que de pie y majestuosa se levanta de entre el polvo impalpable que la planta envuelve al resbalar en lo infinito. Para ti no hay sepulcro, que el reflejo de tu luz poderosa te basta en la caída, para seguir viviendo en otra vida, no en la estrechez de tu escondida fosa… Tú como el astro hermoso de la aurora que rueda en el ocaso,
dejando como huella de su paso la Luna brilladora, caíste en el abismo, nítido Sol del mexicano cielo: pero dejando al terminar el vuelo, la Luna de ti mismo. Sacerdote titánico del arte, envuélvete sonriendo en la mortaja que te arropa en la huesa… Envuélvete inmortal bajo la losa donde tu cuerpo mísero reposa y se alza el pedestal de tu grandeza. ¡Adiós, muerto sublime! ¡Sublime y noble atleta del proscenio! Descansa en paz mientras tu patria gime sobre el recuerdo que tu gloria abona, y mientras teje en su santuario el genio, para rodear tu nombre, una corona.
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Fue en el Colegio Josefino donde Manuel Acuña realizó sus primeros estudios, antes de partir a la Ciudad de México preparándose para iniciar la carrera de medicina.
En el mural pintado por la maestra Elena Huerta en el Centro Cultural Vito Alessio Robles, puede apreciarse a Manuel Acuña junto a otros destacados poetas coahuilenses como Otilio González y José León Saldívar.
1870
Ocampo “¡Allá!”, se dijo, y extendiendo al aire las gigantescas plumas, con la mirada fija en los fulgores que a través de las brumas conducen en su vuelo a los condores, subió asentado la atrevida garra sobre la cumbre inmensa, donde el mundo genésico concluye y se levanta el mundo del que piensa; sobre la blanca cima de esa roca cuyas piedras de mármol y granito se alzan, entre lo azul del infinito, del pedestal sublime al que las toca; allí donde se encienden los tabores con su grandiosa y santa refulgencia al resonar del cántico que entona con un grito de alarma la conciencia. Subió, llegó, y al extender los ojos, sobre la turba de hombres que germinaba de sus pies debajo, anhelando mirar lo que es un pueblo que marcha por la senda del trabajo, en vez de la ilusión de su utopía, 94
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halló un pueblo de libres envuelto del incienso entre el aroma, y enlazando a su cuello esa cadena cuyo eslabón primero empieza en Roma; halló la libertad aprisionada entre los negros muros del convento, y un más-allá de luto y de tinieblas marcando el hasta-aquí del pensamiento; al dios-dulzura convertido en otro de sangre y de venganza, al dios creador entrando en la pelea con el rojo puñal de la matanza; y gozando al murmullo de los salmos y gozando al gemir de la agonía, al dios que sólo quiere en sus altares los himnos del amor y la poesía. Y “¡No!”, dijo él, ardiendo en esa inspiración sencilla y santa que hizo del vagabundo de Judea el muerto más sublime de los muertos en el martirologio de la idea; “ya es tiempo de volver a su santuario el dulce amor de la familia humana, sustituir el hogar al relicario, sustituir la violeta al incensario, y el trino del turpial a la campana;
ya es tiempo de rasgar el negro abismo que oculta la verdad a la existencia, y cambiar por el dios del fanatismo el dios de la razón y la conciencia”. Dijo, y abandonando las remotas cumbres de la esperanza y de la vida, bajó a la tierra entre las dulces notas de esa cántiga tierna y bendecida cuya primera vibración se escucha brotando de las arpas del delirio, y la última en la lucha con el ¡ay! estertóreo del martirio. Bajó, y apóstol de la buena-nueva, de la luz y el Derecho, su palabra de paz sonó en los aires anunciando al Mesías que el porvenir en su ilusión espera, y de quien son augustas profecías las protestas del mártir en la hoguera. Bajó, y envuelto entre el vapor espeso de los blancos perfumes conventuales el pueblo suyo, por el monje opreso, escuchó la palabra de progreso salida de sus labios inmortales; y al buscar al apóstol atrevido donde su airado grito resonara,
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oyó el nombre de Dios… luego un gemido, el incienso quedó desvanecido… y allí estaba el cadáver junto al ara. La lucha fue un instante… un instante no más, y aquel vidente, misionero de luz entre los ciegos, se hundió en la sombra y ocultó la frente. Fue el cóndor que se lanza de las nubes sobre el tigre feroz que le arrebata los polluelos hermosos de su cría, y que baja, se mece, lucha, se aparta, vuelve, le provoca, y en el punto de herirle se estremece cayendo a agonizar sobre una roca. Murió... su apostolado hizo temblar en su poder al fraile, y el fraile en nombre de ese dios maldito que vive entre la noche y lo encubierto, armó su mano entre la niebla impía, y después, al nacer el otro día, halló el mundo… un patíbulo y un muerto. Ese muerto allí está… dentro el sepulcro cavado para ahogar en su silencio
la gigante protesta de sus labios… Esqueleto sublime y majestuoso más grande y elocuente en el reposo de su lecho eternal y soberano, que en medio de la grita atronadora que alzara en su redor el Vaticano. Allí está… en ese túmulo sombrío regado con el llanto de los libres… santa reliquia que la edad presente guarda de su cariño en el inmenso y dulce relicario, como un recuerdo de tristeza y gloria, que evoca del pasado en la memoria su camino de sangre y su calvario. Allí está… murmurando una esperanza de miel y libertad para el futuro, precursor auroral de esa lumbrera tanto soñada y esperada tanto y a cuya luz en hoy vienen tus hijos a arrullar tu dormir en sus canciones, a gemir en tu polvo, y a decirte sus nobles y sentidas bendiciones. ¡Mártir!, descansa ya de la tarea, y duérmete en el lecho de perfumes con que la gratitud cubre su fosa… Duérmete ya… mientras la fe y el templo
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cuyo poder al cabo se derrumba, vienen a despertarte en su caída, de tu sueño inmortal bajo la tumba.
1870
Uno y quinientos Pensando las quinientas unidades que un número quinientos componían, que si quinientas eran al uno y nada más se lo debían; en sociedad se unieron, y los miembros, sin vacilar ni protestar alguno, levantaron un templo y en sus aras pusieron como dios al número uno. Mientras que unidos todos le adoraron a nadie aquello le causó extrañeza; pero cierta ocasión en que uno de ellos llegó solo del templo a los umbrales, a pesar de la fe y el fanatismo, se halló con que él y dios eran lo mismo, puesto que el uno y él eran iguales. Después de recorrer estos renglones que tantas reflexiones nos ofrecen, deduzco entre otras muchas conclusiones, que en materia de Dios y religiones los quinientos y el mundo se parecen.
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Pueblo: tú que prorrumpes en gigantes himnos de admiración y de entusiasmo ante el arte y lo bello; tú, de cuya alma toma la vestal de la gloria y de la fama fuego para encender a su destello de su lámpara mística la llama; tú, que eres soñador y eres artista, lo mismo entre la paz que entre la lucha, prepara una guirnalda de tus flores más queridas y… escucha. Era una cuna, un lecho entretejido de gasas y jazmines… pequeño, vaporoso, recogido… una forma de nido como esos que se ven en los jardines. Y en este nido columpiado al aire con el vaivén arrullador del viento, era una niña hermosa que soñaba con yo no sé qué blanco pensamiento; una niña inocente que dormía entre los chales de su tibia cuna, como una de esas hadas misteriosas 101
1870
La soñadora Oda
que fingen las tinieblas y la Luna entre el húmedo cáliz de las rosas; virgen del amor en cuya casta frente el Sol de lo inmortal resplandecía majestuoso y ardiente, con su rayo de luz grabando en ella esa chispa radiosa que, más tarde, ante el sepulcro abierto se alza estrella y en la vía-láctea de los genios arde. Y la noche era negra, era una noche que flotaba impalpable como un velo prendido en las montañas, sin la luz de un zig-zag entre las sombras ni la luz de un cocuyo entre las cañas; negro y vasto ropaje que cobijaba al átomo del mundo como al grano de arena el oleaje, quedando aquella niña en el vacío de las tinieblas, escondida y sola, como queda la gota de rocío cuando cierra la brisa una corola… Mas de pronto la curva de los cielos recogió su gigante vestidura, y libre de los pálidos fantasmas que rodaban informes en la altura,
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el aire se cubrió de resplandores que se acercaron tibios y temblantes, circuyendo la frente de la niña como un laurel inmenso de diamantes; y entonces una voz cuya cadencia sonaba arrulladora como el canto de amores de la virgen, se oyó que repetía en su dulce cascada de gorgeos: —Duérmete, vida mía, gozando con la luz y la poesía de la región que pueblan tus deseos… Duérmete, flor del arte, a la que el beso de las auras mece… Duérmete…y cuando venga a despertarte la voz de tu destino, yo, el ángel de tu cuna, regaré de perfumes y de galas la áspera cumbre que tu genio adora, y a donde tienden las inmensas alas tu ambición y tu fe de soñadora. Dijo la voz: y la corona ardiente ensanchando su cerco luminoso de estrellas inmortales, se perdió en los lejanos horizontes, mezclada con el fuego de la aurora que asomaba su luz tras de los montes.
Después, aquella niña despertó de su mágico letargo, y emprendiendo el camino de la jornada que a la gloria lleva entre el dolor y el desaliento amargo, el mundo la miró sobre el proscenio arrancando un laurel a su destino y esculpiendo su busto peregrino sobre el augusto pedestal del genio. Blanca y tierna paloma que hasta el templo del arte alzó las alas para robar al arte sus secretos, descendiendo después sonriente y bella entre el aplauso universal de un mundo lleno de amor y admiración por ella. Por ella, que eres tú, la que hoy recoges el ideal de tus sueños infantiles entre el incienso embriagador del triunfo…; por ti que haces latir entusiasmado el corazón del pueblo que hoy arranca la cadencia más dulce y más sentida del arpa de su gloria, para arrojarla con su flor más blanca sobre el gigante altar de tu victoria.
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OBRA POÉTICA 105
Por ella, que eres tú, la más querida esperanza de México, la virgen a quien el porvenir desde la cuna prometiera su espléndida guirnalda, y que hoy viene al rumor de las conquistas que tu celeste inspiración abona a ceñir en tu frente esa corona que hace iguales a Dios y a los artistas.
1870
A Lauro Tuvo Paco un burro flaco que mantener no quería, y que hizo matar un día porque tenía un humor bellaco. Mas después el pobre Paco su burro empezó a llorar; y al no poder remediar su mal, hubo de entender: “que es mejor pensar y hacer, que no hacer para pensar”.
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A los muertos de la Sociedad Filoiátrica
Cuando la aurora enciende las montañas, y el águila que duerme se siente acariciada por sus besos, el águila se agita entre las rocas de su salvaje y solitario nido, tiende la vista al cielo dominio de su empuje soberano, y desatando el poderoso vuelo, cruza la selva, el llano, del llano se levanta hasta las cumbres que la extensión corona, y allí, fuerte y robusta, en pie sobre la nieve y el granito, se alza de nuevo y sube hasta que incrusta sus formas de gigante en lo infinito. Cuando el Sol de la gloria, surtiendo en el espacio-inteligencia baña a un niño en su luz, el niño se alza sobre el desierto oscuro de la vida; y guiado por la fe que en su conciencia lleva como una lámpara encendida, desterrado del cielo sobre el mundo y entreviendo su patria 107
1871
Oblación
a través de la bruma de su ensueño, se lanza de su ensueño por la vía,
[se alza de su sueño por la vía,]
dejando al confundirse con la nada, de su carrera de astros como huellas, las letras de su nombre, que son como las mágicas estrellas que brillan al crepúsculo del hombre. Letras que al proyectar sobre la tumba sus luces inmortales, son la más grande historia que pudiera grabar en sus anales la virgen soberana de la gloria. En la cuna de aquellos que hoy tienen nuestras almas por santuario, y por incienso, el de las rosas blancas que nacen en los bordes del osario, también surgió con su fulgor de aurora la chispa de la idea; también ellos sintieron palpitar sobre su frente los ósculos de ese ángel que en la noche baja a inspirar sus sueños al creyente… Sueños blandos y dulces como todos los que su ánfora encierra, y que al fundirse con el hombre lo hacen la encarnación de Dios sobre la tierra.
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El ideal de sus almas, el que en ellos infiltraba la luz de sus caricias, era el amor bajo la doble forma del espacio y del mundo, del mundo, en la expresión de sus dolores marcados por la faz de un moribundo, y del espacio, como la hostia blanca en donde oculta su divina esencia, ese Cristo del pobre y del que sufre, que se llama la Ciencia. Y ésa fue su visión, ésa la doble
[Y ésa fue su misión, ésa la doble]
senda en que dividieron el camino, señalado en su afán supremo y noble [señalado a su afán supremo y noble] por la sonrisa de ángel del destino, ésa la ardiente cima en que se alzaron pensadores y apóstoles a un tiempo, buscando la verdad mientras vertían la miel de sus virtuosos corazones…, iguales a esas nubes que se lanzan tras la huella del Sol por el vacío, derramando a la vez sobre la tierra las caricias de amor de su rocío. Y así fueron en tanto que la vida latió bajo sus cráneos; fe y corazón, estrellas y perfumes;
sublime dualidad de una alma misma que en distinta región alzando el vuelo, ¡arriba, era la forma de la idea, y abajo, era la forma del consuelo! Así fueron... constante sacrificio sobre el altar del bien, mártires prontos a morir por sus creencias en el ara de la impiadada suerte: ¡Grupo de caridad que aparecía fiel en cumplir su augusto pensamiento donde quiera que hallaba un sufrimiento o el buitre de la muerte se mecía!… Y cuando llenos de ese santo orgullo que la virtud derrama en la conciencia, tocaban ya la cumbre brilladora de su visión querida, ¡la vida los dejó!… pero las frases que al dolor arrancaron con su muerte, fueron bajo el destello sacrosanto que irradiaba al fulgor de su memoria, las primeras estrofas de ese canto que hoy los arulla en su mansión de gloria. Allí duermen, y allí como un perfume se alzan las bendiciones por la noche,
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[donde quiera que hablaba un sufrimiento]
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flores del corazón que agradecidas bajo el ojo de Dios abren su broche: allí duermen, y allí los que en el mundo les dijimos hermanos, depositando la oblación sencilla de nuestro amor, hacemos de sus nombres el grito de entusiasmo que en la lucha dará al cobarde animación y brío; y del radioso albor de su recuerdo un astro suspendido en el vacío, que será en los instantes de la prueba, cuando el cansancio nuestra frente amague, la antorcha sideral en donde el alma encenderá su fe cuando se apague.
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Rasgo de buen humor ¿Y qué? ¿Será posible que nosotros tanto amemos la gloria y sus fulgores, la ciencia y sus placeres, que olvidemos por eso los amores, y más que los amores, las mujeres? ¿Seremos tan ridículos y necios que por no darle celos a la ciencia, no hablemos de los ojos de Dolores, de la dulce sonrisa de Clemencia, y de aquella que, tierna y seductora, aún no hace un cuarto de hora todavía, con su boca de aurora, “No te vayas tan pronto”, nos decía. ¿Seremos tan ingratos y tan crueles, y tan duros y esquivos con las bellas, que no alcemos la copa brindando a la salud de todas ellas? Yo, a lo menos por mí, protesto y juro que si al irme trepando en la escalera que a la gloria encamina la gloria me dijera:
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—Sube, que aquí te espera la que tanto te halaga y te fascina; y a la vez una chica me gritara: —Baje usted, que lo aguardo aquí en la esquina; lo juro, lo protesto y lo repito, si sucediera semejante historia,
[si me pasara semejante historia,]
a riesgo de pasar por un bendito, primero iba a la esquina que a la gloria. Porque será muy tonto cambiar una corona por un beso; mas como yo de sabio no presumo, me atengo a lo que soy, de carne y hueso, y prefiero los besos y no el humo, que al fin, al fin, la gloria no es más que eso. Por lo demás, señores, ¿quién será aquel que al ir para la escuela con su libro de texto bajo el brazo, no se olvidó de Lucio o de Robredo por seguir, paso a paso, a alguna que nos hizo con el dedo una seña de amor, así… al acaso? ¿O bien, que aprovechando la sordera de la obesa mamá que la acompaña, nos dice: —¡No me sigas! Porque mamá me pega y me regaña?
¿Y quién no ha consentido en separarse del objeto amado con tal de no mirarlo contundido? ¿Quién será aquel, en fin, que no ha sentido, latir su corazón enamorado, y a quien más que el café lo ha desvelado el café de no ser correspondido? Al aire, pues, señores, lancemos nuestros hurras por las bellas, por sus gracias, sus chistes, sus amores, sus perros y sus gatos y sus flores y cuanto tiene relación con ellas. Al aire nuestros hurras de las criaturas por el ser divino, por la mitad del hombre, por el género humano femenino.
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[por el ser de los seres más divino,]
El desaparecido Teatro Acuña, cuya construcción se inició nueve años después de la muerte del poeta, en 1882. Para su inauguración, en 1886, se llevó a cabo una representación de la obra El pasado. Construido en gran parte de madera, fue consumido por un incendio seis años después.
El mural “Historia de Coahuila” ubicado en el Palacio de Gobierno de este estado, fue realizado en 1979 por el pintor Salvador Almaraz, originario de Irapuato. En él se reproduce una de las imágenes más representativas de Manuel Acuña.
1871
En el tercer aniversario de la Sociedad Filoiátrica y de Benef icencia Falange de soñadores que de tu delirio en pos, marchas entre los negrores de la vida, a los fulgores que en tu alma refleja Dios. Juventud grande y ardiente que a la luz que centellea tu porvenir esplendente, muestras ceñida la frente con el laurel de la idea. Tú, que llevando contigo cuanto hay de noble y humano al que miras sin abrigo, en vez del nombre de amigo le das el nombre de hermano. Tú, que siguiendo la huella que a tu conciencia se ajusta, has atesorado en ella la virtud que te hace bella, y el saber que te hace augusta.
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No cejes en tu camino aunque el destino te mande luto y pena de contino, que si es muy fuerte el destino tú también eres muy grande. Y si en tu alma inspirada hay fuerza y valor de sobra para concluir la jornada, ya que tu obra está empezada, juventud, completa tu obra. Sigue, sigue tras el vuelo de esa virgen cuyo encanto forma tu vida y tu anhelo; sigue tu marcha hacia el cielo de tus delirios, y en tanto, recibe de quien te admira proclamando tus victorias, los acentos de una lira que con tus glorias se inspira, porque hace suyas tus glorias.
1872
¡Salve! En unos premios
Hoy que radiante de vida, de ensueños y de placer, vienes, juventud querida, a palpar estremecida tus ilusiones de ayer. Hoy que la gloria sonriente que con sus gracias te atrajo, te acaricia dulcemente, ciñendo sobre tu frente las coronas del trabajo. Hoy que a la luz que destella la estrella de la victoria sobre tu empezada huella, veo surgir al cabo de ella todo un porvenir de gloria; gózate mientras agite tu noble alma la emoción, y entre sus goces, permite que a tus plantas deposite mi lira y mi corazón.
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Y maĂąana que a seguir tus pasos vuelvas triunfante, recuerda hasta sucumbir que el lema del porvenir es marchar siempre adelante. Y graba en tu pensamiento si tu valor se rebaja porque se agote su aliento, que en el taller del talento quien triunfa es el que trabaja.
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El poeta mártir Juan Díaz Covarrubias I
Hoy que de cada laúd se eleva un canto a tu muerte, con la que supiste hacerte un altar del ataúd; unido a esa juventud que tu historia viene a hojear, mientras ella alza el cantar que en su pecho haces nacer, yo también quiero poner mi ofrenda sobre tu altar. II
En la tumba donde flota tu sombra augusta y querida, descansa muda y dormida la lira de tu alma, rota…; de sus cuerdas ya no brota ni la patria ni el amor; pero en medio del dolor que sobre tu losa gime ese silencio sublime, ése es tu canto mejor.
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III
Ése es el que se levanta del arpa del patriotismo; ese silencio es lo mismo que la libertad que canta; pues en esa lucha santa en que te hirió el retroceso, al sucumbir bajo el peso de la que nada respeta, sobre el cadáver del poeta se alzó cantando el progreso. IV
Un monstruo cuya memoria casi en lo espantoso raya, el que subió en Tacubaya al cadalso de la historia, sacrificando tu gloria creyó su triunfo más cierto, sin ver en su desacierto y en su crueldad olvidando, que un labio abierto y cantando habla menos que el de un muerto. V
De tu existencia temprana tronchó la flor en capullo, matando en ella al orgullo
de la lira americana. Tu inspiración soberana rodó ante su infamia vil; pero tu pluma gentil antes de romper su vuelo, tomó por página el cielo y escribió El once de abril. VI
La patria a quien en tributo tu santa vida ofreciste, la patria llora y se viste por tu memoria, de luto…, y arrancando el mejor fruto de su glorioso vergel, te erige un altar y en él, corona tu aliento noble con la recompensa doble de la palma y el laurel. VII
Si tu afán era subir y alzarte hasta el infinito, ansiando dejar escrito tu nombre en el porvenir; bien puedes en paz dormir bajo tu sepulcro, inerte:
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POร TICA 123
mientras que la patria al verte contempla enorgullecida, que si fue hermosa tu vida, fue mรกs hermosa tu muerte.
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Soneto A mi querido amigo y maestro Manuel Domínguez
Sabiendo, como sé, que en esta vida todo es llanto, tristeza y amargura, y que no hay ni siquiera una criatura que no lamente una ilusión perdida. Sabiendo que la dicha apetecida es la sombra y no más de una impostura, y que la sola aspiración segura es la que al sueño eterno nos convida: Mi voz no puede levantar su acento para desearte, a más de los que tienes, otros años de lucha y sufrimiento; pero mi voz te da sus parabienes, porque sé que hasta el último momento brillará la honradez sobre tus sienes.
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A la Sociedad Filoiátrica
Coro
Hoy es nuestro cumpleaños, hoy es la luz del día, la misma de aquel día que nos sintió vivir, cuando era nuestra gloria la niña que nacía, cuando era el Sol la ciencia, y el cielo el porvenir. I
Viajeros de la gloria, que en fe de vuestra creencia buscáis dónde a la ciencia rendir adoración, ni os hace falta un templo teniendo la conciencia, ni os hace falta una arpa teniendo el corazón II
Que libres y tranquilos se mezcan en el viento la tímida violeta
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Himno
y el pálido azahar; teniendo en vuestras almas las flores del talento, ningunas son más propias ni dignas de su altar. III
Para esa nueva Vesta que exige del que la ama velar constantemente de su ara junto al pie, ¡ni antorchas ni perfumes!… soplad sobre la llama y que jamás se extinga la luz de vuestra fe. IV
Así es como a la ciencia se deben los cantares; así es como a la ciencia se debe la ovación; cambiando para el culto del mundo en sus altares, al hombre en sacerdote, y al libro en oración.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
JUSTO SIERRA Campeche, 1848 Madrid, 1912 También conocido como “Maestro de América”, nació en Campeche en 1848. A la muerte de su padre se traslada a la Ciudad de México donde cursará sus estudios. Ahí, se relaciona con los mejores literatos y poetas de su tiempo, como Ignacio M. Altamirano – de quien era admirador y después se consideró discípulo–, Guillermo Prieto, Luis G. Urbina, y el mismo Acuña, entre otros. Fue Altamirano quien lo invitó a aquellas reuniones en las que pronto destacó. Se recibió de abogado e incursiono en la política, impulsando proyectos como la fundación de la Universidad Nacional de México. Fue prolífico escritor de historia, epístolas, narrativa, ensayo, cuento y poesía. Fundó publicaciones literarias y educativas. El mismo general Porfirio Díaz lo reconocía como un “hombre superior”. Posteriormente, Madero lo nombró Ministro de México en España, donde murió en 1912. Sus restos se encuentran en la Rotonda de los hombres ilustres del Panteón Francés, creada, por cierto, a iniciativa suya.
IGNACIO RAMÍREZ San Miguel el Grande, 1818 Cd. de México, 1879 Más conocido por su sobrenombre, El Nigromante fue uno de los más claros intelectos de su época. Era sarcástico y demoledor en sus argumentos. Nació en 1818, fue periodista e incursionó en la política: fue secretario de gobierno de Sinaloa, miembro del gobierno de Benito Juárez y luchó por el triunfo de la Reforma; fue ministro de Fomento y Justicia y fundador de la Biblioteca Nacional. Poseedor de una gran cultura y de ideas liberales, cultivó una poesía clásica, pulida y fría. Tanto su poema “Por los gregorianos muertos” y su famosa tesis de que “No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”, influyeron visiblemente sobre Manuel Acuña, lo cual se hace patente en el poema “Ante un cadáver”. Fue hasta sus días de ancianidad, que el amor que le tuvo a Rosario de la Peña le inspiró a escribir poemas de corte amoroso. Al enterarse del suicidio del melancólico poeta, atinadamente comentó: “Es una estrella que se apaga”.
¡Y bien! aquí estás ya… sobre la plancha [¡Y bien! ya estás aquí… sobre la donde el gran horizonte de la ciencia
plancha]
la extensión de sus límites ensancha. Aquí donde la rígida experiencia viene a dictar las leyes superiores
[viene a rectificar de sus errores]
a que está sometida la existencia.
[la mentirosa y vaga consecuencia]
Aquí donde derrama sus fulgores ese astro a cuya luz desaparece
[ese sol ante el cual desaparece]
la distinción de esclavos y señores. Aquí donde la fábula enmudece y la voz de los hechos se levanta y la superstición se desvanece. Aquí donde la ciencia se adelanta a leer la solución de ese problema cuyo solo enunciado nos espanta.
[que cada cual a su manera planta]
Ella que tiene la razón por lema y que en tus labios escuchar ansía la augusta voz de la verdad suprema.
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1872
Ante un cadáver
Aquí estás ya... tras de la lucha impía
[Ya estás aquí... tras de la lucha impía]
en que romper al cabo conseguiste la cárcel que al dolor te retenía.
[el yugo en que el dolor te retenía.]
La luz de tus pupilas ya no existe, tu máquina vital descansa inerte
[la máquina vital descansa inerte]
y a cumplir con su objeto se resiste. ¡Miseria y nada más!, dirán al verte los que creen que el imperio de la vida
[los que creen que las horas de la vida]
acaba donde empieza el de la muerte.
[acaban con las horas de la muerte.]
Y suponiendo tu misión cumplida se acercarán a ti, y en su mirada te mandarán la eterna despedida. Pero, ¡no!... tu misión no está acabada que ni es la nada el punto en que nacemos, ni el punto en que morimos es la nada. Círculo es la existencia, y mal hacemos cuando al querer medirla le asignamos la cuna y el sepulcro por extremos. La madre es sólo el molde en que tomamos nuestra forma, la forma pasajera con que la ingrata vida atravesamos.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 131
Pero ni es esa forma la primera que nuestro ser reviste, ni tampoco será su última forma cuando muera. Tú sin aliento ya, dentro de poco volverás a la tierra y a su seno que es de la vida universal el foco. Y allí, a la vida en apariencia ajeno, el poder de la lluvia y del verano fecundará de gérmenes tu cieno. Y al ascender de la raíz al grano irás del vegetal a ser testigo en el laboratorio soberano. Tal vez para volver cambiado en trigo al triste hogar donde la triste esposa sin encontrar un pan sueña contigo. En tanto que las grietas de tu fosa verán alzarse de su fondo abierto la larva convertida en mariposa, que en los ensayos de su vuelo incierto irá al lecho infeliz de tus amores a llevarle tus ósculos de muerto.
Y en medio de esos cambios interiores tu cráneo lleno de una nueva vida, en vez de pensamientos dará flores, en cuyo cáliz brillará escondida la lágrima, tal vez, con que tu amada acompañó el adiós de tu partida. La tumba es el final de la jornada, porque en la tumba es donde queda muerta la llama en nuestro espíritu encerrada. Pero en esa mansión a cuya puerta se extingue nuestro aliento, hay otro aliento que de nuevo a la vida nos despierta. Allí acaban la fuerza y el talento, allí acaban los goces y los males, allí acaban la fe y el sentimiento. Allí acaban los lazos terrenales, y mezclados el sabio y el idiota se hunden en la región de los iguales. Pero allí donde el ánimo se agota y perece la máquina, allí mismo el ser que muere es otro ser que brota.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 133
El poderoso y fecundante abismo del antiguo organismo se apodera y forma y hace de él otro organismo. Abandona a la historia justiciera
[Le abandona a la historia justiciera]
un nombre, sin cuidarse, indiferente, de que ese nombre se eternice o muera. Él recoge la masa únicamente y cambiando las formas y el objeto se encarga de que viva eternamente. La tumba sólo guarda un esqueleto, mas la vida en su bóveda mortuoria prosigue alimentándose en secreto. Que al fin de esta existencia transitoria a la que tanto nuestro afán se adhiere, la materia, inmortal como la gloria, cambia de formas; pero nunca muere.
[La tumba es una sombra y un secreto,] [pero del hombre en la terrible historia] [no es el punto final el esqueleto.]
1872
Oda
Ante el cadáver del doctor José B. de Villagrán Si la vida es un cielo, y si la muerte es la noche más negra de ese cielo, cuando el hombre al morir deja encendida la luz inmaculada de sus huellas; cuando igual a la tarde, sucumbe coronándose de estrellas y haciendo en su caída de un astro nuevo aparecer la cuna, entonces esa sombra maldecida que se alza del abismo de la nada, si es la noche en el cielo de la vida, en el cielo del triunfo es la alborada. La tumba se convierte en el primer peldaño de esa escala que los Jacob del genio sueñan tanto; la lira de la muerte en lugar de un gemido ensaya un canto; y la cripta mortuoria se cambia ante la losa que la cierra, en la última jornada de la tierra y en la primer jornada de la gloria.
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[cuando el hombre al nacer deja encendida]
OBRA POÉTICA 135
Allí es donde comienza ese paisaje con que a su fe y a su destino fieles, deliran en su afán los soñadores; donde está la partida de ese viaje que tiene por bellísimo miraje todo un mundo de palmas y de flores… allí es donde el Colón-inteligencia, divisando en la playa de su anhelo la santa realidad de su creencia, se alza en todo el vigor de su conciencia gritando al verla y al tocarla… ¡cielo! La muerte no es la nada, sino para la chispa transitoria cuya luz ignorada pasa, sin alcanzar una mirada de la pupila augusta de la historia; pero la flor que muere y que se inclina falta de aliento y de vigor al suelo, sigue viviendo aún en el ocaso que de sus ricas galas la despoja, cuando al rodar del vaso la última hoja queda su esencia perfumando el vaso.
[queda la esencia perfumando el vaso.]
Tú sucumbiste así; y aunque el abismo al mundo robe con tu cuerpo un hombre,
[le robe al mundo con tu cuerpo a un hombre,]
tú para el mundo seguirás el mismo mientras viva el perfume de tu nombre; por eso el sentimiento que en torno a este ataúd nos ha reunido, no es el dolor hipócrita que al viento lanza la inútil queja de un gemido; no es el pesar que apaga su lamento en el silencio ingrato del olvido, sino el placer que brota y se levanta sobre la eterna marca de tus huellas, y que del himno que escribiste en ellas hace el himno inmortal con que te canta. Venimos a ceñir sobre tu frente la corona de luz que tú querías; a recoger para tu fe naciente la llama que en tu espíritu escondías… y al mundo triste y de dolor cubierto que aguarda a que la tumba te devore, venimos a decirle que no llore, venimos a decirle que no has muerto… Que hoy es cuando tú naces a la luz de la gloria y de la vida, y hoy cuando te despiertas y cuando haces tu entrada por la tierra prometida; que en vez de ser testigos
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[a recoger para la fe naciente]
OBRA POÉTICA 137
de un crepúsculo débil que se apaga, [del crepúsculo débil que se apaga,] los que hoy venimos a entregar un hombre al antro de las sombras eternales, venimos a encender en su desierto el Sol que se alza de ese libro abierto donde quedan tus hechos inmortales.
1872
Al ruiseñor mexicano Hubo una selva y un nido y en ese nido un jilguero que alegre y estremecido, tras de un ensueño querido cruzó por el mundo entero. Que de su paso en las huellas sembró sus notas mejores, y que recogió con ellas al ir por el cielo, estrellas, y al ir por el mundo, flores. Del nido y de la enramada ninguno la historia sabe; porque la tierra admirada dejó esa historia olvidada por escribir la del ave. La historia de la que un día, y al remontarse en su vuelo, fue para la patria mía la estrella de más valía de todas las de su cielo.
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OBRA POÉTICA 139
La de aquella a quien el hombre robara el nombre galano que no hay a quien no le asombre, para cambiarlo en el nombre de Ruiseñor mexicano. Y de la que al ver perdido su nido de flores hecho, halló en su suelo querido en vez de las de su nido las flores de nuestro pecho. Su historia... que el pueblo ardiente en su homenaje más justo viene a adorar reverente con el laurel esplendente que hoy ciñe sobre tu busto. Sobre esa piedra bendita que grande entre las primeras, es la página en que escrita leerán tu gloria infinita las edades venideras. Y que unida a la memoria de tus hechos soberanos, se alzará como una historia
[que será cuando tú mueras] [la página donde escrita]
hablรกndoles de tu gloria a todos los mexicanos. Porque al mirar sus destellos resplandecer de este modo, bien puede decirse entre ellos que el nombre tuyo es de aquellos, que nunca mueren del todo.
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[Pues al mirar tus destellos]
¡Sin lágrimas, sin quejas, sin decirle adiós, sin un sollozo… cumplamos hasta el último… la muerte, nos trajo aquí con el objeto mismo… los dos venimos a enterrar el alma bajo el sepulcro del escepticismo! ¡Las lágrimas!, las lágrimas no pueden devolverle a un cadáver la existencia, que cargan nuestras flores y que rueda; pero al rodar siquiera que nos queden seca la vida y firme la conciencia. ¡Ya lo ves, para tu alma, los espacios y el mundo están desiertos… los dos hemos concluido… y de tristeza y aflicción cubiertos, ya no somos al fin sino dos muertos que buscan la mortaja del olvido! Niños y soñadores, cuando apenas de dejar acabábamos las armas, y nuestras vidas al dolor apenas se deslizaban dulces y serenas,
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Al cielo
como el ala de un cisne en la laguna; cuando la aurora al primer cariño no asomaba a desgarrar el velo, que la ignorancia angélica de niño oculta ante sus párpados el cielo; tu alma como la mía, al sentimiento y al placer precoces forjaron en su virgen fantasía, todo un mundo de ensueños y de goces; y sintiendo el amor de aquel paisaje las alas de un aliento soberano. ¡Temprano las abrimos, y temprano nos trajeron el término del viaje… ¡aquí es donde la luz de la esperanza, en el santuario lúgubre, encendida derrama un resplandor que ya no avanza para esa noche eterna de alabanza sobre el cielo sin luz de nuestra vida!
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Pas贸 el tiempo en que las flores crecen, y en quienes se profuscan la mejor gala, que las campi帽as a la vida ofrecen; el seno de la tierra ya no exhala, ese aroma fugaz e indefinido, que sobre el cielo del abril resbala.
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1872
A un lirio
1872
Inscripción en un cráneo* Página en que la esfinge de la muerte con su enigma de sombra nos provoca: ¿Cómo poderte descifrar, si es poca toda la luz del Sol para leerte?
*En el mismo cráneo, Acuña escribió, sobre el borde de la cavidad de un ojo: “Dios y Compañía, ópticos”. [Nota de José Luis Martínez, en Obras, 233]
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El libro de hueso Juan de Dios Peza
Una tarde lluviosa y tristísima del mes de julio de 1872 entré al cuarto número 13 del primer piso del segundo patio de la Escuela de Medicina, en busca de mi constante compañero de ensueños; de mi admirado y fraternal confidente en las aciagas luchas de la vida; de mi amigo del alma, cuyo nombre escrito con caracteres de luz, campea y resplandece en el cielo de las glorias patrias: del poeta Manuel Acuña. Había en aquel cuarto un catre de hierro, con delgado colchón envuelto en viejo y hermoso sarape del Saltillo y con una gran almohada que servía más bien de respaldo a cuantos allí querían en moruna postura leer versos o escuchar los del autor del El pasado. Había también algunas sillas desvencijadas y cojas que obligaban a estudiar las leyes del equilibrio, y una mesa de noche sustentando enorme cafetera que pocas veces dejaba de estar en ebullición; una cómoda negra que hospedaba muchos papeles y poca ropa; una tosca mesa de pino, sin pintura ni carpeta, sobre la cual, entre una botella de tinta, una fila de libros y un enmarañado conjunto de folletos, se destacaba un cráneo humano, es decir, lo que el vulgo llama una calavera. Aquel cráneo, que alguno debe de guardar todavía, era el tesoro, la principal riqueza del dueño del cuarto. Su historia no deja de ser interesante. Acuña se encontró un día en el anfiteatro de la escuela un cadáver recién traído del hospital y que le sorprendió por sus enormes dimensiones. —Mira —le dijo al Pelón (así llamábamos al criado encargado de traer del 145
HUESO EL LIBRO DE
hospital a la escuela y llevar luego de la escuela al cementerio los muertos destinados a la plancha)—, mira qué ejemplar tan hermoso; prepárame este cráneo y yo te lo pagaré como quieras. Al cabo de algunas semanas, el Pelón entregó al inolvidable estudiante un hermoso cráneo, limpio, blanquísimo, casi pulimentado y que, como vulgarmente se dice, daba gusto mirarlo. Acuña me lo enseñó y me dijo: —¡Éste será mi mejor álbum! Ya verás cuántos envidiosos ha de tener antes de dos meses.
Páginas de la muerte A las pocas noches –me acuerdo como si lo viera– nos reunimos en el cuarto ya descrito varios amigos íntimos del poeta.
Dos o tres tazas toscas sirvieron para que todos tomáramos café, aquel espeso café que llamábamos “el néctar negro de los sueños blancos” con sus gotas de aguardiente catalán que era a su vez “el néctar blanco de los sueños negros”. Cuando nuestras imaginaciones ya estaban excitadas, Acuña sacó de su cómoda, con la gravedad de un mago que va a enseñar un amuleto, el cráneo concebido y nos dijo: —Aquí está mi álbum, blanco y limpio. Nadie saldrá de este cuarto sin haber escrito sobre él un pensamiento. —Comienza tú —gritó alguno. —Gracias, venga una pluma y daré el ejemplo.
HUESO
cuarteta:
Página en que la esfinge de la muerte con su enigma de sombra nos provoca: ¿Cómo poderte descifrar, si es poca toda la luz del Sol para leerte?
Un aplauso estridente resonó en la estancia y Acuña lo interrumpió, diciendo: —Pero esto es muy serio y es preciso que haya también algo que rompa la monotonía de lo fúnebre. —Tienes razón —contestó Cuenca—. Inicia tú el estilo festivo en ese libro de hueso. Y Acuña, arrojando una bocanada de humo, volvió a tomar el cráneo y con letra muy clara escribió sobre el borde de la cavidad de un ojo: “Dios y Compañía, ópticos”. Entre las risas y los comentarios, alguno le arrebató el álbum y escribió: Aquí donde libre el viento cruza con triste gemido, se albergaron el sonido y la luz y el pensamiento. Hueso tosco que en mis manos causas tristeza y horror: ¿qué son la fe y el amor entre el polvo y los gusanos?
—¡Ah! —exclamó alguien—, esto es muy filosófico —y tomando el álbum escribió sobre el maxilar superior:
EL LIBRO DE
Antes de diez minutos el cráneo ostentó sobre su desnudo frontal la siguiente
HUESO EL LIBRO DE
Los besos de amor que di en dulce y lasciva red, con carne y todo perdí: y esto que me pasa a mí tendrá que pasarle a usted.
—Bravo, eso es verdad; bravo, chico. Otro escribió dentro de las cavidades de los ojos, abarcando las dos órbitas: “¡Apaga y… vámonos!”. Un festivo escribió con grandes trabajos en la bóveda palatina: “Dentaduras automáticas a perpetuidad. ¡Se ponen gratis…!”. Y en un abrir y cerrar de ojos se llenó de pensamientos aquel despojo humano. Manuel Flores, hoy médico insigne, sabio filósofo y erudito polemista, escribió con grandes letras: “Mi porvenir”. Y Manuel M. Flores, el gran poeta, puso más tarde: “Mañana: espérame”.
Aquella noche se improvisaron versos, se dijeron discursos extravagantes,
se habló de la gloria, del porvenir, de la vida… de tanto.
Todo se transforma Cuando se dispersó el grupo ya muy pasada la media
noche, Acuña quedó solo conmigo; vertió un poco de borato de sosa en la lámpara de alcohol, la encendió luego y la puso junto a su álbum. ¡Cómo se destacaban en la blancura del cráneo pulido tantos pensamientos recientemente escritos y cuyos caracteres parecían danzar con las oscilaciones de la verdosa llama! —Todo se transforma —exclamó el poeta—. Antes le hervirían por dentro los pensamientos, ahora los tiene por fuera… Mira cómo saltan, cómo suben, cómo se deslizan, cómo se van...
HUESO EL LIBRO DE
Cogió después entre sus manos aquel objeto extraño y me dijo: —Mira, Juan: tiene flojo un diente; podría yo arrancárselo, pero se quedará riendo y además le hará falta. ¿No es verdad que es un tesoro esta poliantea de hueso? Siempre me decido a arrancarle el diente flojo; tómalo, guárdalo; es un fragmento de este hermoso libro. Creo que en esa noche escribió Acuña aquella composición tétrica de la que yo conservo algunos fragmentos en la memoria: Oye, ven a ver, las naves están vestidas de luto, y en vez de las golondrinas están graznando los búhos… El órgano está callado, el templo solo y obscuro; sobre el altar… y la virgen ¿por qué tiene el rostro oculto? ¿Ves? En aquellas paredes están cavando un sepulcro, y parece como que alguien solloza y gime allí junto. ¿Tú sabes quién es el muerto? ¿Tú sabes quién fue el verdugo? Respóndeme y ya no tiembles, responde: ¿ese niño es tuyo?
Mucho tiempo estuvo a la vista de todos, el curioso cráneo, pero sucedió con él lo que con todo álbum: que no faltó quien se lo llevara para escribir con todo reposo y no volvió a aparecer en el cuarto del poeta.
HUESO
vivía desapareció al modificarse el patio de la escuela; pocos sabíamos la historia
del cráneo y yo conservaba entre muchos vejestorios del pasado el diente aquel arrancado por la mano del poeta. Se trasladaron los restos del autor del “Nocturno” del panteón del Campo Florido al de Dolores; algunos de sus amigos tuvieron en sus manos el cráneo de Acuña que tan bellas concepciones encerrara y uno advirtió que tenía flojo, a punto de caérsele, un diente. Agapito Silva lo cogió entre sus dedos y sin esfuerzo ninguno se le quedó en la mano. Sin duda recordando la escena que describo, le ocurrió enviármelo como reliquia de mi amigo tan llorado y con una auténtica, firmada por varios testigos. Al recibir tan raro obsequio surgieron en mi memoria los recuerdos de la noche en que se inauguró el libro de hueso; pensé en todo lo dicho y sentido entonces, y con los ojos húmedos, el ánimo enfermo, la imaginación poblada de fantásticas visiones, envolví aquel diente, lo puse dentro de un sobre y escribí una carta que decía así poco más o menos: A ti que amaste al poeta y te cautivaste con su genio, corresponde esta reliquia que ha estado guardada en el sepulcro cerca de veinte años. De aquella boca encendida y ardiente que fue para ti un nido de arrullos y de ósculos, no queda ya más que polvo; y entre ese polvo los huesos helados que no pueden ser indiscretos. Guarda el que te envío, acércalo a tu corazón y no temas que te sorprenda esa reliquia el más celoso de tus amigos. ¿Quién inquiere la historia de un despojo nada poético y tan miserable? Guárdalo como algo material de un poeta que te amó mucho, tanto quizás como a su inmaculado recuerdo y a su fulgente gloria ama tu antiguo confidente y amigo.
Iba yo a firmar la carta, cuando una voz me dijo muy alto en la conciencia: —El amor que se enciende en la juventud es fugaz y concluye.
EL LIBRO DE
Reliquias del sepulcro Corrieron los años; murió Acuña; el cuarto en que
HUESO EL LIBRO DE
—¿Nada dura en el pecho femenino? —pregunté alucinado. —¿Y qué? —me respondió mi conciencia— ¿no vive aún la madre del poeta? ¡Ah, sí! Nadie ama como una madre: ¡ya sé dónde puedo mandar esa reliquia!…
J UAN DE DIOS
PEZA
1873 CA.
A Dios* Supremo y oscuro mito
[Sublime y oscuro mito]
hijo del miedo del hombre, que piensa encontrar tu nombre
[hijo del miedo del hombre] [que en todas partes tu nombre]
en todas partes escrito:
[imagina ver escrito,]
si tú eres el infinito,
[si tú eres el infinito]
si es infinita tu esencia,
[y es infinita tu esencia,]
si probando tu existencia
[si, mostrando tu existencia]
todas las formas revistes, ¿por qué si es verdad que existes
[¿por qué, si es cierto que existes,]
no existes en mi conciencia?
*Según la versión transcrita por Evodio Escalante en el ensayo que abre este volumen, este poema se llamaría únicamente “Dios”
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I
Dormía el mundo la siesta de los siglos y el continuo sueño de ignorancia, jamás el hombre contempló vestiglos ni rindió por tributo su ignorancia; dormía entonces el mundo sin luz del pensamiento, sin altares, ni ciencia, ni poesía, y el hombre vagabundo no alentaba más fe ni sentimiento que vivir con el hombre que moría; la tierra era su hogar, su techo el cielo, ora estuviera en tempestad o en calma, y por sola ambición era su anhelo reposar a la sombra de la palma; en el fondo del bosque disputaba su presa palpitante a la iracunda fiera, y sintiendo tan sólo que luchaba y sin sentirse pensador siquiera iba adusto salvaje sin temores a rendir la altivez de su fiereza en la ardiente embriaguez de sus amores
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1873
Estrofa para Asunción
CA.
En alas del pensamiento
al abrigo de espléndida maleza; Amor era su Hoy... y Amor podía y amando al fin sintió que se movía encendiendo su ardiente fantasía algo en su mente y al buscarle nombre “pensó” al fin que pensaba… Balbuciente sus labios entreabría y la “idea” en sus ojos centelleaba… Nunca más dulce sonrïó la amante, jamás el pecho suspiró tan blando, como en aquel instante de lucha y embeleso, de indefinible y plácida agonía, en que a la púdica efusión de un beso toda la gloria humana se encerraba en el placer que la mujer sentía y el hombre pensador idealizaba...
La madre al fruto de su amor salvaje de las hambrientas fieras oculta en la espesura del ramaje… Del padre inquieto la pupila baña una lágrima, y corre en pos de asilo; piensa en el valle, deja la montaña, y después de la gruta, en la cabaña llega por fin a reposar tranquilo. 156
EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 157
Las chozas aparecen y a millares en los llanos y bosques y laderas, se extienden por el mundo los hogares, se convierten en templos las praderas, las rocas en altares donde se rinde al luminar del día en los más horrorosos sacrificios suprema idolatría y variando el temor los sacrificios el hombre instituyó la Teología, las artes y las ciencias que nacían el crimen y la guerra, en el mar, en el cielo y en la Tierra homenaje a los dioses ofrecían ora lanzando sobre la ola inquieta del viento a la ventura nave ligera que el timón sujeta, ora hundiendo el arado que asegura el grano en la fecunda sementera; o bien labrando al carro y la guadaña, el arco y la saeta silbadora que empaparan de sangre la campiña, y troncharan la mano labradora…
II
Siglos heroicos de exterminio y luto, de horrores y quebranto, en la Historia el orgullo os dio tributo y una lira inmortal os dio su canto. Ante la diosa Libertad ufana se eclipsaron las glorias del verdugo... ¡Siglos, pasad... la nota de Quintana vibra en l’alma-verdad de Victor Hugo!… No del guerrero la sangrienta historia ni del incierto goce de la orgía pronuncie el labio la fatal memoria. ¿Qué del estrago y del festín nos queda? ¡Nada son las estrofas de Tirteo ni las notas paganas de Espronceda donde reinan Lucrecio y Galileo! ¡Franklin del pensamiento, inmortal Gutenberg!, mientras la imprenta prosiga infatigable su tarea, será tu culto cuanto el hombre inventa y la luz de tu altar será tu idea.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
Beatus ille qui procul negotiis... Horacio
Yo no sé si el señor Horacio Flaco fue quien se alzó el primero, echando a noramala la cultura y hablando de la dicha y la ventura que se goza viviendo a lo ranchero; yo no sé si el buen vate poseería quinta o hacienda, o lo que allá se estile, ni si viviendo en ella se hallaría cuando dio en escribir su Beatus ille; pero el hecho y el caso es que desde él a Rosas, sin contar a Fray Luis y a Garcilaso, no hay poeta que no hable a cada paso de la vida del campo y de sus cosas; y tanto de magnífico y de bueno nos dicen de esa vida, y tanto nos repiten la escondida senda, y la fruta del cercado ajeno, que ganas dan de veras de comprar unas buenas chaparreras, de abandonar el fieltro por el ancho, el bastón por la reata, y adiós diciendo a la ciudad ingrata, a caballo o a pie lanzarse a un rancho. 159
1873
La vida del campo
Y como esos señores saben decirlo y presentarlo todo con ese meomodeodo exclusivo a los buenos escritores, de aquí resulta en consecuencia clara, que ante cuadros tan bellos y felices, más de cuatro lectores se quedan con un palmo de narices y soñando en rediles y pastores. De estos cuatro entusiastas, el que menos es seguro que exclama: “¡Oh, la vida del campo! ¡Cuán hermoso debe de ser en la abrasada siesta gozar de la frescura y del reposo, cabe la margen del riachuelo undoso que corre serpenteando en la floresta!”. O bien si se halla cerca la señora con la que piensa dar en el busilis, y que tiene por fuerza que ser Filis desde el momento en que entre a labradora, le dirá: “Por la tarde, Filis mía, nos iremos al monte, y desde el monte verás cuán grato es al morir el día el cuadro que presenta el horizonte”. Y esto, que ciertamente es de una grande y poética belleza,
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OBRA POÉTICA 161
le parece al señor tan convincente que sin andarse en chicas, ni pensarlo primero, se mete de ranchero en la confianza de que el dolor no puede ser ranchero. ¡Ah, si yo refiriera una por una las víctimas que debe este error que en el siglo diez y nueve va haciéndose tan raro por fortuna! Sin caminar más lejos, yo que conmigo aún no me reconcilio por haberme buscado esa desgracia; yo soy el más completo verbigracia de un mártir de su amor por el idilio. Diome hace tiempo ya por la manía de leer y releer cuanto a mis manos sobre la vida pastoril caía, y tanto di en pensar de noche y día sobre los bienes rústicos y urbanos, que convencido al fin de que la corte sólo es del mal y del dolor la senda, exclamé: “¡que el demonio te soporte…!” [exclamé: –¡Que el demonio la Y después de pedir mi pasaporte
soporte…!] [Y después de pedir un pasaporte]
me puse en dirección para una hacienda.
Aún no asomaba el rubicundo Febo poniendo el universo como nuevo, y el saltador y alegre jilguerillo aún no alzaba su canto entre las breñas, cuando yo y mi tordillo, un animal muy bruto por más señas, atravesando cerros y asustando aquí un conejo y más allá a una liebre, íbamos ya en vereda y caminando yo en busca de un hogar y él de un pesebre. Después de una hora larga de correr y correr a la ventura, a despecho y pesar de mi andadura que protestaba ya contra la carga, más que pesada, dura, y más dura y que pesada, amarga, pues era nada menos mi amargura; después de una hora impía de correr y de andar inútilmente sin poder distinguir ni aun vagamente las señales de alguna ranchería, dimos por fin con una donde cansados ya de correr tanto, mi animal se alzó y dijo: ¡qué fortuna! Y yo me bajé y dije: ¡aquí me planto!
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Hacerlo, y que tres perros se me echaran encima, fue todo uno; pero a la voz de alarma, salieron de la choza unos pastores, y cogiendo unas piedras, que son la arma [y cogiendo unas piedras que es de que se valen siempre esos señores, a su sola presencia fue acabando del canino furor hasta el residuo, ¡y yo pude por fin en eco blando cantar la instalación de mi individuo! —¡Oh habitantes felices de esta comarca rústica y tranquila…! —les dije yo tan luego que vi a los canes en lugar seguro. —Yo vengo aquí tras del feliz sosiego que en la alma del labriego derrama este aire embalsamado y puro, cansado de la vida que se lleva en la corte aborrecida; yo vengo con el mal que me destroza y que gimiendo mi zampoña exhala, a que me deis un sitio en vuestra choza, media torta de pan… y una zagala—. Así fue, sobre poco más o menos, el pequeño y tristísimo discurso
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el arma]
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que improvisé al mirarme entre el concurso de aquellos hombres rústicos y buenos; y media hora después, una pastora, no Flérida ni Arminda, pero eso sí, tan linda que casi era una chica encantadora, se presentó a mi vista completando con un trozo de pan que me traía las tres cosas aquellas, y haciéndome gozar con todas ellas, de modo que yo dije: ¡aquí es la mía! Nunca lo hubiera dicho, o por mejor decir, no lo hubiera hecho, pues apenas sintió ella sobre su hombro un beso que le di en mi desvarío, cuando con triste asombro, ¡cayó de mi ilusión sobre el escombro un bofetón de Dios y Señor mío…! Después de que comí aquel pan amargo al que hizo más amargo este detalle, de mi fe y de mis creencias en descargo pronuncié suspirando un sin embargo ¡y me puse en camino para el valle…! Allí, pensaba yo, mientras seguía el mejor y más cómodo sendero, allí bajo de un olmo
encontraré un consuelo en mi tristeza, ya que la pérfida esa a mi pena y dolor ha puesto colmo. Bajo sus verdes y brillantes hojas iré a llorar la pena que me mata; y si la muy ingrata va a reírse aún allí de mis congojas, pues que en mi tierno y ardoroso ahínco ni una sonrisa de su amor merezco, o le hago comprender lo que padezco, o le hago comprender ¡cuántas son cinco! Pero, señor, en el bendito valle, como en la alma de un poeta de veinte años, todo estaba tan seco y tan marchito como ella a los primeros desengaños, los árboles sin ramas y sin hojas, la hierba macilenta y amarilla, y en medio de este cuadro y a lo lejos, un arroyo estancado, a cuya orilla rumiaban con afán dos toros viejos. Ante tal panorama, yo que soñaba coronar mi frente con las flores cogidas a una rama de las verdes y muchas de la fuente; yo que soñaba en recrear mi oído con la canción dulcísima y sabrosa
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del tordo filarmónico escondido cabe las ramas de la selva umbrosa, me senté sobre el tronco de un encino y me puse a llorar con tantas ganas, que los cielos al verme y al oírme llorar con un dolor tan verdadero, empezaron también recio y de firme a gemir y a llorar un aguacero. ¡Ay, cómo, y cómo entonces extrañé los simones de la plaza, y cómo fue aquel líquido elemento que entraba hasta mis huesos poco a poco, el mejor y más sólido argumento para obligarme a ver que estaba loco! Cuando llegué a la choza, las estrellas brillaban ya en el éter indeciso, y en derredor del fuego que alumbraba muy poco ciertamente, me hallé con que a la ley de un uso añejo, pero para ellos bueno y necesario, bajo la voz de un viejo, un poco viejo, rezaban todos juntos el rosario. Esto sí no es conmigo, me dije yo al primer Santa María, viendo que no era aquella la más propia ocasión de salvarme del infierno;
y encontrando en la fe que mi alma acopia, que aquella copia era muy mala copia para darle el valor de un Padre Eterno; y como el sueño, gente que no reza, me estaba ya doblando la cabeza y yo empezaba ya a sentir en mi alma sus primeras y dulces vaguedades, me decidí a dormir en santa calma para acabar con tantas necedades… —El sueño por lo menos me hará gozar de la ilusión que ansío —pensaba yo temblando ¡y estremecido todo por el frío! —Y como ellos me han puesto en este brete que peor no puede ser según barrunto, ¡evocaré a Fray Luis y a Navarrete y les diré lo que hay sobre el asunto…! Y me dormí… pero una santa gota que cayendo del techo con una precisión constante y rara, bajaba desde el techo hasta la cara para seguir después por todo el pecho, me obligó a despertar en el instante en que soñaba yo, lleno de galas, bailar bajo la luz de un Sol brillante
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entre un grupo magnífico y radiante de blancas y bellísimas zagalas. ¡Ah, y lo que roncan esas buenas gentes que a los más fuertes árboles destroncan, y que hacen tanto ruido con los dientes que parece mentira lo que roncan! Nunca me hubiera yo ni sospechado ver por aquellos mundos, reunidos y durmiendo lado a lado tantos bajos profundos… Así es que hallando aquello peor que el rezo, pues era una calumnia contra el arte, le di gracias a Dios, y después de eso, me largué con la música a otra parte. Metido entre un trigal y decidido a terminar con él lo que era fácil no estando muy crecido, me encontré al animal de mi caballo tan dado y atareado en su faena, que a no ser por un medio muy usado y común entre animales, probablemente no hallo otro remedio de sacarlo de aquellos andurriales. Y aún no asomaba iluminando al mundo la dulce claridad del rubicundo,
y la pastora aquella aún no se alzaba a ver la última estrella, cuando cansado ya de ser tan loco y de soñar en lo que ya no pasa, rompí de mi ilusión las dulces redes y me volví a la corte y a mi casa, donde estoy a las órdenes de ustedes.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
Si eso fuera verdad, si fuera cierto
[Si eso ocurriera así, si fuera cierto]
que la última palabra de la vida es la palabra débil y no oída con que del mundo se despide un muerto; si la existencia humana sólo durara lo que dura el soplo que la alienta y la empuja en su camino, y si el límite negro de las tumbas fuera el límite impuesto a su destino; la majestad que su misión encierra con su aliento vital se perdería, y el cadáver de un sabio no sería ¡sino un cadáver más sobre la tierra…! Pero, ¡no! que si el golpe de la muerte es bastante a doblar bajo su peso lo mismo que al idiota al varón fuerte, jamás podrá la tumba prestarles a los dos la misma talla, como el destino ciego jamás podrá bajo su golpe injusto, igualar a la encina y al arbusto que ruedan bajo el hacha del labriego.
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1873
Oda
A la memoria del eminente naturalista, el doctor Leonardo Oliva
Los hombres son iguales ante el abierto fondo de un sepulcro, porque del hombre en el cadáver frío la creación inmortal no ve ni encuentra, sino una estatua que al perder la forma para otra forma en sus talleres entra; pero allí donde se hunde todo pie, y enmudece todo labio, allí donde se pierde y se confunde la huella del idiota y la del sabio, si la tumba entreabierta cubre a los dos bajo la misma calma, y si al cruzar la inmensidad desierta los dos encuentran una misma puerta confundiendo en el cielo a una y otra alma; la justiciera historia dejando al uno vegetar perdido alzar al otro un altar en su memoria, marcando entre los dos la diferencia
[le alza al otro un altar en su memoria;]
que la Tierra y el cielo borran ante la vida y la creencia, y haciendo en el lugar aborrecido donde acaba esta vida transitoria, ¡algo como otro cielo, de la gloria, y algo como otro infierno, del olvido…! Podrá el cincel hebreo dar a Josué una estatua en sus talleres 172
EN NOMBRE DE ESE LAUREL
[darle a Josué una estatua en sus talleres]
OBRA POÉTICA 173
y negar esa estatua a Galileo;
[y negarle una estatua a Galileo;]
pero no podrá hacer que olvide el mundo el robusto y divino e pur si muove de su credo profundo; que a pesar del fanático sombrío que en el silencio del dolor lo encierra, ¡su grito sonará sobre la tierra mientras ruede la tierra en el vacío…! Podrá el templo cristiano desdeñar para su aire otro perfume, que el del incienso que en columnas blancas sobre el dorado vaso se consume; pero el santuario augusto de la ciencia jamás tuvo en su altar mejor aroma, que en aquel santo día en que era un mundo entero el incensario, y un loco, un pensador, un temerario, quien aquel incensario le ofrecía. La ciencia, como el cielo, tiene también sus himnos y sus cantos, y, lo mismo que Dios, tiene su culto, y, lo mismo que Dios, tiene sus santos… En vez de las suntuosas catedrales que el suelo cubren con su inmensa mole, ella tiene la escuela, donde unidos por el amor sagrado de la idea, sobre el arpa bendita del santuario
levantan la oración del pensamiento, el sabio contemplando el firmamento y el niño deletreando el silabario. Y allí es donde la gloria tiene un altar y un busto para cada escogido de la historia; allí es donde la ciencia va a repetir entre el clamor del mundo, la palabra de luz del moribundo que sucumbe en la fe de su conciencia. Y allí es donde tú vives, varón justo, al que ahora bendice en sus altares la santa voz del porvenir augusto; el que tu ciencia y tus virtudes premia, consagrando a tu ciencia y tus virtudes las canciones de todos sus laúdes en el templo inmortal de la Academia. Allí será donde tu boca, el libro, nos seguirá enseñando las verdades que al Universo le arrancó tu aliento; y allí donde el progreso agradecido cuando la historia de tus hechos abra, llegará con tu nombre bendecido a tocar a las puertas del olvido para hacerte brotar de su palabra.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
AL G UNAS IN F LUEN C IAS
G AR C ILASO / SAN J UAN / B Y RON / LA V OISIER
1873
Soneto Porque dejaste el mundo de dolores buscando en otro cielo la alegría, que aquí, si nace, sólo dura un día, y eso entre sombras, dudas y temores. Porque en pos de otro mundo y de otras flores abandonaste esta región sombría, donde tu alma gigante se sentía condenada a continuos sinsabores: Yo te vengo a decir mi enhorabuena al mandarte la eterna despedida que de dolor el corazón me llena; que aunque cruel y muy triste tu partida, si la vida a los goces es ajena, mejor es el sepulcro que la vida.
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Poesía leída en la velada literaria que celebró la Sociedad “El Porvenir” la noche del 3 de mayo de 1873
Pues señor, dije yo, ya que es preciso, puesto que así lo han dicho en el programa, que rompa yo la bendecida prosa que preparado para el caso había, y que escriba en vez de ella alguna cosa así, que se parezca a una poesía, pongámonos al punto, ya que es forzoso y necesario, en obra, sin preocuparnos mucho del asunto, porque al fin el asunto es lo que sobra. Así dije, y tomando no el arpa ni la lira, que la lira y el arpa no pasan hoy de ser una mentira, sino una pluma de ave con la que escribo yo generalmente, violenté las arrugas de mi frente hasta ponerla cejijunta y grave, y pensando en mi novia, en la adorada por quien suspiro y lloro sin sosiego, mojé mi pluma en el tintero, y luego puse estas ocho letras: A mi amada. 177
1873
Nada sobre nada
Su retrato, un retrato firmado por Valleto y compañía, se alzaba junto a mí plácido y grato, mostrándome las gracias y recato que tanto adornan a la amada mía; y como el verlo sólo basta para que mi alma se emocione, que Apolo me perdone si dije aquí que me sentí un Apolo. [si digo aquí que me sentí un Apolo.] Ella no es una rosa, ni un ser ideal, ni cosa que lo valga; pero en verso o en prosa no seré yo el estúpido que salga con que mi novia es fea, cuando puedo decir que es muy hermosa por más que ni ella misma me lo crea; así es que en mi pintura hecha en rasgos por cierto no muy fieles, aumenté de tal modo su hermosura que casi resultaba una figura digna de ser pintada por Apeles. Después de dibujarla como he dicho, faltando a la verdad por el capricho, iba yo a colocar el fondo negro de su alma inexorable y desdeñosa,
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
[hecha a rasgos por cierto no muy fieles,]
OBRA POÉTICA 179
cuando al hacerlo me ocurrió una cosa que hundió mi plan, y de lo cual me alegro; porque, en último caso, como pensaba yo entre las paredes de mi cuarto sombrío, ¿qué les importa a ustedes que mi amada me niegue sus mercedes, ni que yo tenga el corazón vacío? Si mi vida vegeta en la tristeza y el yugo del dolor ya no soporta, ¿caeré de referirlo en la simpleza para que alguien me diga en su franqueza: si viera usted que a mí nada me importa…? No, de seguro, que antes prefiero verme loco por tres días, que imitar a ese eterno Jeremías que se llama el señor de Caravantes. Y convencido de esto, lo que era conveniente y necesario, borré el título puesto, y buscando a mi lira otro pretexto escribí este otro título: El Santuario. ¡El santuario…! exclamé; pero y ¿qué cosa puedo decir de nuevo sobre el caso,
[¡El Santuario!, muy bien… pero, y ¿qué cosa]
cuando en cada volumen de poesías, en versos unos malos y otros buenos hay diez odas y media por lo menos,
[hay diez y media odas por lo menos,]
sobre templos, santuarios y abadías? Para entonar sobre esto mis cantares, a más de que el asunto vale poco, ¿qué entiendo yo de claustros y de altares, ni qué sé yo de sacristán tampoco? No, en la naturaleza hay asuntos más dignos y mejores, y más llenos de encanto y de belleza, y ya que he de escribir, haré una pieza que se llame Los prados y las flores. Hablaré de la incauta mariposa que en incesante y atrevido vuelo, ya abandona la rosa por el cielo, y ya abandona el cielo por la rosa; del insecto pintado y sorprendente que de esconderse entre las hierbas trata, y de la ave inocente que lo mata, lo cual prueba que no es tan inocente; hablaré... pero y luego que haya hablado sacando a luz al boquirrubio Febo, yo pregunto, señor, ¿qué habré ganado con tratar lo que todos han tratado, si al hacerlo no digo nada nuevo?… 180
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[y del ave inocente que lo mata,]
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Conque si esto tampoco es un asunto
[Conque si este tampoco es un asunto]
digno de preocuparme una sola hora, dejemos sus inútiles detalles, ya que no hay ni un señor ni una señora que no sepan muy bien lo que es la aurora y lo que son las flores y los valles… Coloquemos a un lado esas materias que se prestan tan poco para el caso, y pues esto se ofrece a cada paso hablemos de la vida y sus miserias. Empezaré diciendo desde luego,
que no hay virtud, creencias ni ilusiones; [que no hay virtud, ni creencias, ni ilusiones;]
que en criminal y estúpido sosiego ya no late la fe en los corazones;
[ya no vale la fe en los corazones;]
que el hombre imbécil, a la gloria ciego, sólo piensa en el oro y los doblones, y concluiré en estilo gemebundo: ¡que haya un cadáver más qué importa al mundo! Y me puse a escribir, y así en efecto, lo hice en ciento cincuenta octavas reales, cuyo único defecto, como se ve por la que dicha queda, era que en vez de ser originales no pasaban de un plagio de Espronceda. Como era fuerza, las rompí en el acto desesperado de mi triste suerte,
viendo por fin que en esto de poesía no hay un solo argumento ni una idea que no peque de fútil, o no sea
[que no peque de tonta, o que no sea]
tan vieja como el pan de cada día. En situación tan triste y estando la hora ya tan avanzada, ¿qué hago, me dije yo, para salvarme de este grave y horrible compromiso,
[de este grave y tremendo compromiso,]
cuando ningún asunto puede darme ni siquiera un adarme
de novedad, de encanto o de un hechizo? [de novedad, de encantos o de hechizo?]
¿Hablaré de la mar yo que en mi vida he viajado tan poco, que en materia de charcos sólo he visto, y eso una vez, el lago de Texcoco? ¿Hablaré de la guerra y de la gente que enardecida de las cumbres baja desafiando al contrario frente a frente, y habré de convertirme en un valiente yo que nunca he empuñado una navaja? No, señor, que aunque estudio medicina y pertenezco a esa importante clase que no hay pueblo y lugar en que no pase por ser la más horrible y asesina, aparte de que en esto hay poco cierto,
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[por ser la más terrible y asesina,]
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como lo prueba y mucho la experiencia, yo, a lo menos hasta hoy, me hallo a cubierto de que se alce la sombra de algún muerto [de que se alce la voz de ningún a turbar la quietud de mi conciencia.
muerto]
Sobre los libros santos, se podría con meditar y con plagiar un poco, arreglar o escribir una poesía;
[escribir o arreglar una poesía;]
pero ni esto es muy fácil en un día ni para hablar sobre esto estoy tampoco; porque en fiestas como ésta donde el placer está como en un templo, salir con el Diluvio, por ejemplo, fuera casi querer aguar la fiesta; y como yo no quiero que se diga que he venido a tal cosa, ya que en mi numen agotado no hallo ni el asunto ni el plan a que yo aspiro, rompo mi humilde cítara, me callo, y con perdón de ustedes me retiro.
[era casi querer aguar la fiesta;]
1873
Cinco de mayo I
Tres eran, mas la Inglaterra volvió a lanzarse a las olas, y las naves españolas tomaron rumbo a su tierra, sólo Francia gritó: “¡Guerra!”, soñando, ¡oh patria!, en vencerte, y de la infamia y la suerte sirviéndose en su provecho, se alzó erigiendo en derecho el derecho del más fuerte. II
Sin ver que en lid tan sangrienta tu brazo era más pequeño, la lid encarnó en su empeño la redención de tu afrenta, brotó en luz amarillenta la llama de sus cañones, y el mundo vio a tus legiones entrar al combate rudo, llevando por solo escudo su escudo de corazones.
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OBRA POÉTICA 185
III
Y entonces fue cuando al grito lanzado por tu denuedo, tembló la Francia de miedo comprendiendo su delito, cuando a tu aliento infinito se oyó la palabra sea, y cuando al ver la pelea terrible y desesperada se alzó en tu mano la espada y en tu conciencia la idea. IV
Desde que ardió en el oriente la luz de ese Sol eterno cuyo rayo puro y tierno viene a besarte en la frente, tu bandera independiente flotaba ya en las montañas, mientras las huestes extrañas alzaban la suya airosa, que se agitaba orgullosa del brillo de sus hazañas. V
Y llegó la hora, y el cielo nublado y oscurecido
desapareció escondido como en los pliegues de un velo. La muerte tendió su vuelo sobre la espantada tierra, y entre el francés que se aterra y el mexicano iracundo, se alzó estremeciendo al mundo tu inmenso grito de guerra. VI
Y allí el francés, el primero de los soldados del orbe, el que en sus glorias absorbe todas las del mundo entero, tres veces pálido y fiero se vio a correr obligado, frente al pueblo denodado que para salvar tu nombre, te dio un soldado en cada hombre ¡y un héroe en cada soldado! VII
¡Tres veces!, y cuando hundida sintió su fama guerrera, contemplando su bandera manchada y escarnecida, la Francia, viendo perdida la ilusión de su victoria, 186
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a despecho de su historia y a despecho de su anhelo, vio asomar sobre otro cielo y en otro mundo la gloria. VIII
Que entre la niebla indecisa que sobre el campo flotaba, y entre el humo que se alzaba bajo el paso de la brisa, su más hermosa sonrisa fue para tu alma inocente, su canción más elocuente para entonarla a tu huella, y su corona más bella para ponerla en tu frente. IX
¡Sí, patria!, desde ese día tú no eres ya para el mundo lo que en su desdén profundo la Europa se suponía, desde entonces, patria mía, has entrado a una nueva era, la era noble y duradera de la gloria y del progreso, que bajan hoy, como un beso de amor, sobre tu bandera.
[la Europa te suponía,]
X
Sobre esa insignia bendita que hoy viene a cubrir de flores la gente que en sus amores en torno suyo se agita, la que en la dicha infinita con que en tu suelo la clava, te jura animosa y brava, como ante el francés un día, morir por ti, patria mía, primero que verte esclava.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
Ante un poema, un cadáver después Diana Garza Islas
¿Qué hay antes de un cuerpo muerto? Lo mismo que hay después. Con, contra, de y desde él, hay lo mismo, todo menos mortandad. “Ante un cadáver” nos abre la tapa del ataúd para que veamos que ahí no hay muerte, sino ojos abiertos, ya sin cuerpo incluso; pura contemplación. Si bien el poema a la muerte y, en específico, el poema frente a un cadáver, fueron motivo recurrente de la poesía mexicana del romanticismo, en éste de Manuel Acuña se realiza de manera magistral. Podría rastrearse una tendencia hacia cierta estética escatológica –centrada en el tópico de la muerte y la finitud de las cosas– desde los primerísimos poemas que fundaron nuestra tradición lírica, tendencia que se concretará durante ese movimiento literario decimonónico. En nuestro país es Manuel Acuña quien, como ningún otro poeta, encarnó el ideal romántico, tanto en su obra como en su forma de vida. “Ante un cadáver” es acaso el mejor ejemplo de cómo consolidó ese ideal. Partiendo de un tópico típico de la época el saltillense logra aquí un poema ceñido a su tradición y a la vez innovador en su tratamiento, al ir más allá del retrato fenomenológico o emocional en el que habían ahondado poetas anteriores, para realizar una verdadera reflexión sobre la muerte, o mejor dicho, sobre la imposibilidad de morir, pues este poeta nos habla de ella no como un cese, sino como transfiguración. La originalidad de Acuña reside en esto, se puede decir que en este poema acuñó incluso todo un género: el poema filosófico a la muerte, en el que incurrirán un sinnúmero de poetas posteriores; acaso el de mayor consistencia, José Gorosti189
UN C AD Á V ER DES P U É S
ANTE UN P OE M A ,
za con su emblemática Muerte sin fin, culmen de una tradición poética cuyo padre, si quisiéramos darle alguno, podría ubicarse en Nezahualcóytl, con sus cantos a la condición efímera de la vida. Son muchos los aspectos que saltan a la vista en la traducción que hace Samuel Beckett de este poema1. Como el gran atento al lenguaje que fue, logró no sólo traducir eficazmente a Acuña, sino jugar puntualmente con ciertas construcciones retóricas que enriquecen al texto. De entrada, el título: “Before a Corpse”. La elección de la palabra before en lugar de in front of u otra frase sinónima, cumple una función especial, pues nos sitúa no sólo ante el cadáver, sino antes del cadáver. La doble función como preposición y adverbio que tiene esta palabra en inglés, nos planta en una doble postura de dirección espacial y temporal, además de sugerirnos una postura filosófica, la que desarrolla justamente Acuña en el poema: que no existe ningún antes ni después del cadáver, ningún antes y después de la muerte, pues visto de alguna forma, todo lo es. Si bien en nuestro idioma la preposición ante remite también al adverbio antes, es una doble lectura que no aparece a primera vista como sí sucede con la palabra before, que nos sitúa inmediatamente en el ante a, y, paradójicamente, en un antes o atrás de. Es interesante leer en paralelo el original y la traducción para notar cómo se confunden preposiciones y adverbios entre ambos idiomas: ante es before, que es antes, que es atrás, en lugar de adelante. Lo que Acuña nos dice en su poema y Beckett nos sugiere en su traducción, gracias a estas sutilezas lingüísticas, es que las coordenadas temporales y espaciales se igualan, los antónimos se anulan: “for out of nothingness we are not born, / and into nothingness we do not die. / Existence is a circle, and we err / when we assign to it for measurement / the limits of the cradle and the grave”. 1 Anthology of Mexican Poety. Compiled by Octavio Paz. Translated by Samuel Beckett. Preface by C. M. Bowra. Indiana University Press, United States of America, 1958.
UNA ANTOLO G Í A DE P OES Í A M E X I C ANA , 1 9 5 8
UN C AD Á V ER DES P U É S
ANTE UN P OE M A ,
No hay opuestos, nos dicen el traductor y el poeta: el cadáver, como la madre, son una misma zona liminar. Esta suerte de indiferenciación temporal podría ser el umbral de la historia trascendida, la entrada al tiempo sagrado, puro, fuera del ámbito cronológico, y al que finalmente desearía llegar cada poema. Como dice Octavio Paz en la introducción a esta antología: “Every poem is a Fiesta, a precipitate of pure time. […] There can be no poetry without history, but poetry has no other mission than to transmute history. And therefore the only true revolutionary poetry is apocalyptic poetry”. Esta visión apocalíptica de la poesía, que tiene más que ver con la transformación que con la destrucción, puede incluso leerse en el poema de Acuña como una alusión al principio de la conservación de la materia de Lavoisier, realizado aquí de manera alegórica desde la traducción de esa primera palabra en el título, hasta sus últimos cuatro versos: “For when this transient existence ends / to which with such solicitude we cling, / matter, inmortal as glory, is endowed / with other semblances, but never dies”. Hay que reconocer el espléndido trabajo de Beckett como traductor, que con la sola y sutil elección de un vocablo completa el axioma químico-filosófico “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”, escondido en este poema, llevándonos además a preguntarnos qué hay delante de la muerte, para que nos respondamos que no hay tal, sólo esencia transformante. Resulta interesante advertir que en la estética beckettiana es patente una filosofía de la muerte próxima a la que Acuña sostiene en su poética. Beckett, que en sus entrevistas afirmaba tener recuerdos prenatales y creer en la reencarnación, tal vez se permitió las que, para algunos, sería excesivas licencias, dado la cercanía que podríamos suponer sentía hacia Acuña. Por ejemplo, su uso de la palabra alchemy en lugar de laboratory. Al decidirse por esta palabra, más que por conflictos métricos, que hubiera resuelto fácilmente, él apela a extraernos del ámbito científico
UN C AD Á V ER DES P U É S
ANTE UN P OE M A ,
para instalarnos en el imaginario de los alquimistas, para quienes la creación se lograba a partir de la nigredo, de un estado putrefacto de la materia o, justamente, de la mortandad, que es finalmente el postulado de Acuña: “Yet in the same place where the soul is spent / and spent the body, in that selfsame place / the dying being is a nascent being”. Beckett incurre en un atrevimiento aún mayor al traducir: “Allí acaban la fuerza y el talento, / allí acaban los goces y los males, / allí acaban la fe y el sentimiento”, por: There an end is made of strenght and talent, / there an end is made of pain and pleasure, / there an end is made of faith and feeling. Al transformar allí acaba en allí un final está hecho (que podría remitirnos desde su there a la palabra therefore, por lo que podríamos leer incluso el verso como entonces un final…, al modo de un silogismo lógico) niega la destrucción y afirma que un fin no es acabarse, que un fin está hecho de cosas. La transformación que hace Beckett del primer verso en la estrofa que sigue es también significativa: allí acaban los lazos terrenales se convierte en there and end is made of earthly joys. El trueque de lazos por alegrías da un sentido inédito, acorde con el fondo original del poema, reafirmándonos que los lazos no se acaban, sino que todo está haciéndose. Señalo finalmente otros trueques léxicos que llaman la atención por la intencionalidad de Beckett en forzar desde ahí un cambio semántico. Traduce, por ejemplo, otro organismo por the being to be (el ser a ser), alimentándose por its substance (su substancia), máquina por body (cuerpo), contribuciones que sin duda deforman al poema y lo enriquecen. Sin dejar de vista la premisa filosófica del poema original, Beckett se toma aquí sus licencias, y sin destruirlo ni crear uno nuevo, lo transforma maravillosamente. Lo hace también con soltura en cada uno de los poemas reescritos por él en esta antología donde se publicó la versión de Acuña; este traductor es, efec-
expropia apropiándoselo y lo vuelve algo de suyo propio. Como ante la muerte, no queda mucho por decir ante un poema cuando es un poema. Y éste verdaderamente lo es, por partida doble. Baste decir que la versión de Beckett es valiosísima no sólo como curiosidad literaria, sino por los méritos propios del poema en inglés; e indispensable, por supuesto, para todo aquel interesado en la obra de Manuel Acuña, ícono indiscutible del romanticismo mexicano y quien ha inspirado a no pocos epígonos en la ruta de una de las más notables tradiciones líricas del país.
Before a corpse Well! there you lie already… on the board where the far horizon of our knowledge
Ante un cadáver ¡Y bien! aquí estás ya… sobre la plancha donde el gran horizonte de la ciencia
dilates and darkens to a vaster verge.
la extensión de sus límites ensancha.
Where implacable experience
Aquí donde la rígida experiencia
unanswerably states the higher laws
viene a dictar las leyes superiores
to which existence is subservient.
a que está sometida la existencia.
Where that glorious luminary shines
Aquí donde derrama sus fulgores
whose light extinguishes the difference
that separates the master from the salve.
ese astro a cuya luz desaparece la distinción de esclavos y señores.
UN C AD Á V ER DES P U É S
como ocurre con toda traducción, pero también que al hacerlo lo tradiciona, lo
ANTE UN P OE M A ,
tivamente, un licencioso. Podría decirse que Beckett traiciona “Ante un cadáver”,
UN C AD Á V ER DES P U É S
ANTE UN P OE M A ,
Where the voice of fable is heard no more and reality speaks out aloud
Aquí donde la fábula enmudece y la voz de los hechos se levanta
and superstition vanishes away.
y la superstición se desvanece.
Where crisis presses on to where it may
Aquí donde la ciencia se adelanta
decipher the solution of the problem
a leer la solución de ese problema
whose mere enouncement fills us with dismay,
cuyo solo enunciado nos espanta.
that which arises from a premised reason
Ella que tiene la razón por lema
and hangs upon your lips to be unsealed
y que en tus labios escuchar ansía
in the tremendous voice of final truth.
la augusta voz de la verdad suprema.
There you lie… beyond the ignoble strife
Aquí estás ya... tras de la lucha impía
in which it was vouchsafed to you at last
en que romper al cabo conseguiste
to break the bonds that held you fast to pain.
la cárcel que al dolor te retenía.
There is no more light within your eyes,
La luz de tus pupilas ya no existe,
lifeless and inert your tenement rests,
tu máquina vital descansa inerte
its end forsaken and its means destroyed.
y a cumplir con su objeto se resiste.
Vanitas! they seeing you will say
¡Miseria y nada más!, dirán al verte
whose creed is that the empire of life
los que creen que el imperio de la vida
ends at the point where that of death begins.
acaba donde empieza el de la muerte.
And deeming that your mission is fulfilled,
Y suponiendo tu misión cumplida
they will come to you and with their eyes
se acercarán a ti, y en su mirada
wish you for eternity farewell.
te mandarán la eterna despedida.
But it is false!... your mission is not fulfilled,
Pero, ¡no!... tu misión no está acabada
for out of nothingness we are not born, and into nothingness we do not die.
que ni es la nada el punto en que nacemos, ni el punto en que morimos es la nada.
when we assign to it for measurement
cuando al querer medirla le asignamos
the limits of the cradle and the grave. […]
Yet a little and you, your last breath sped, will be restored to earth and to its womb
la cuna y el sepulcro por extremos.
[…] Tú sin aliento ya, dentro de poco volverás a la tierra y a su seno
which is the source of universal life.
que es de la vida universal el foco.
And there your dust, in seeming so remote
Y allí, a la vida en apariencia ajeno,
from life, will quicken once again beneath
el poder de la lluvia y del verano
the fecundating might of rain and summer.
fecundará de gérmenes tu cieno.
And with the springing up from root to grain,
Y al ascender de la raíz al grano
a witness to the plant you will arise
irás del vegetal a ser testigo
to the high realm of sovereign alchemy;
en el laboratorio soberano.
or it may be, converted into corn,
Tal vez para volver cambiado en trigo
returned to the sad hearth where the sad spouse,
al triste hogar donde la triste esposa
wanting for bread, is with you in her dreams.
sin encontrar un pan sueña contigo.
What time the larva from your cloven grave’s
En tanto que las grietas de tu fosa
uncovered depths ascends, its being changed
verán alzarse de su fondo abierto
into the being of a butterfly.
la larva convertida en mariposa,
and faltering in its first uncertain flight,
que en los ensayos de su vuelo incierto
comes to the desolate pillow of your love, bearer of your kisses from the dead.
irá al lecho infeliz de tus amores a llevarle tus ósculos de muerto.
UN C AD Á V ER DES P U É S
Círculo es la existencia, y mal hacemos
ANTE UN P OE M A ,
Existence is a circle, and we err
UN C AD Á V ER DES P U É S
ANTE UN P OE M A ,
And in the midst of all this inner change
your skull, instinct with an impetuous life,
Y en medio de esos cambios interiores tu cráneo lleno de una nueva vida,
instead of thoughts will bring forth flowers, flowers
en vez de pensamientos dará flores,
within whose chalice timidly the tear
en cuyo cáliz brillará escondida
perchance will glisten that your loved one shed
la lágrima, tal vez, con que tu amada
on your departure, bidding you farewell.
acompañó el adiós de tu partida.
The journey’s end is in the grave, for in
La tumba es el final de la jornada,
the grave the flame irrevocably dies
porque en la tumba es donde queda muerta
that in the cloister of your spirit burned.
la llama en nuestro espíritu encerrada.
And yet within that mansion at whose door
Pero en esa mansión a cuya puerta
by which we are awaked to life anew.
que de nuevo a la vida nos despierta.
There an end is made of strength and talent,
Allí acaban la fuerza y el talento,
our breath is quenched, there breathes another breath se extingue nuestro aliento, hay otro aliento
there an end is made of pain and pleasure,
allí acaban los goces y los males,
there an end is made of faith and feeling.
allí acaban la fe y el sentimiento.
there an end is made of earthly joys,
Allí acaban los lazos terrenales,
and the idiot and the sage together
y mezclados el sabio y el idiota
sink to the abode where all are equal.
se hunden en la región de los iguales.
Yet in that same place where the soul is spent
Pero allí donde el ánimo se agota
and spent the body, in that selfsame place
y perece la máquina, allí mismo
the dying being is a nascent being.
el ser que muere es otro ser que brota.
The powerful and fecundating pit
El poderoso y fecundante abismo
annexes to itself the being that was
and from it draws and shapes the being to be.
del antiguo organismo se apodera y forma y hace de él otro organismo.
un nombre, sin cuidarse, indiferente,
whether it die or whether it endure.
de que ese nombre se eternice o muera.
It receives the clay and it alone,
Él recoge la masa únicamente
and, altering its form and destiny,
y cambiando las formas y el objeto
ensure that it shall live eternally.
se encarga de que viva eternamente.
The grave holds nothing but a skeleton;
La tumba sólo guarda un esqueleto,
and life within this mortuary vault
mas la vida en su bóveda mortuoria
continues secretly to find its substance.
prosigue alimentándose en secreto.
For when this transient existence ends
Que al fin de esta existencia transitoria
to which with such solicitude we cling, matter, immortal as glory, is endowed
with other semblances, but never dies.
a la que tanto nuestro afán se adhiere, la materia, inmortal como la gloria, cambia de formas; pero nunca muere.
UN C AD Á V ER DES P U É S
a name, indifferent and unconcerned
Abandona a la historia justiciera
ANTE UN P OE M A ,
To unforgiving history it abandons
1873
Soneto A mi querido amigo Vicente Fuentes
¡Oh, tú que a la llegada de mi santo tu tarjeta y tus plácemes me envías en prueba de las buenas simpatías con que has sabido distinguirme tanto! ¡Oh, tú que en vez de música y de canto, y en vez de bandolones y poesías, vienes y llegas y me das los días con un Vicente Fuentes que da encanto! Párate, y sabe que, aunque no lo creas, te he agradecido en mi ánimo infinito el que tan bueno con tu amigo seas; pero también que sepas necesito que ya que tantos años me deseas, debes darme el remedio y el trapito.
200
1873
Oda Leída en la sesión que el Liceo Hidalgo celebró en honor de doña Gertrudis Gómez de Avellaneda
De los tres cielos que recorre el hombre [De los tres ciclos que recorre el de la existencia en la medida impía, cuando la gloria me enseñó tu nombre yo estaba en el primero todavía. La pena que del pecho hasta el abismo lóbrego desciende, y del cadáver de un amor deshecho finge flotando en derredor del lecho la aparición bellísima de un duende; la sombra a cuyo peso aborrecido muere el placer y el alma se acobarda, tratando de evocar en el olvido el recuerdo dulcísimo y querido de los besos del ángel de la guarda; todo eso que en la frente deja un sello de luto y desconsuelo, cuando en el alma pálida y doliente no queda ni la fe, que es del creyente la última golondrina que alza el vuelo; todo eso que de noche baja hasta el corazón como una sombra, y que terrible y sin piedad ninguna 202
hombre]
OBRA POÉTICA 203
sus ilusiones todas despedaza, ¡aún no era sobre el cielo de mi cuna, ni la pálida nube que importuna
[ni la nube que pálida importuna]
se levanta enseñando la amenaza! Dichoso con la dulce indiferencia del que al amor de su callado asilo ha vivido a la luz de la inocencia acostumbrado a ver en la existencia la imagen de un azul siempre tranquilo, yo entonces ignoraba que, más allá de aquel humilde techo que sus caricias y su amor me daba, clamando al cielo y suspirando en vano desde el rincón sin luz de la vigilia, hubiera en otro hogar una familia de la que yo también era un hermano… Mi amor no sospechaba que existiera más ilusión ni cariñoso exceso, que la mirada dulce y hechicera de la santa mujer que la primera nos anuncia a la vida con un beso… [nos anunció a la vida con un beso…] Y hasta que al dulce y mágico sonido del arpa que temblaba entre tus manos, dejé mi rama, abandoné mi nido y te seguí hasta ese árbol bendecido donde todos los nidos son hermanos,
fue cuando despertando de la calma en que flotaba la existencia mía, sentí asomar en lo íntimo de mi alma algo como la luz de un nuevo día. Tu voz fue la primera que me habló en la dulzura de ese idioma que canta como canta la paloma y gime como gime la palmera… Las cuerdas de tu lira, como la voz de la primera alondra que llama a las demás y las despierta, fueron las que al arrullo de tu acento sonaron sobre mi alma estremecida, ¡como si siendo un pájaro la vida quisieran despertarlo al sentimiento…! Tu nombre va ligado en mi cariño con los recuerdos santos y amorosos de mis tiempos de niño, con los placeres dulces y sabrosos de esa época sonriente en la que es cada instante una promesa y en la que el ángel de la fe aún no besa las primeras arrugas de la frente; tu nombre es la memoria del pueblo y del hogar adonde un día
204
EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 205
fue a estremecerme el eco de tu gloria y el trino arrullador de tu poesía; la evocación de todo lo más santo en medio de mis noches desmayadas, que aún tiemblan a las dulces campanadas de aquellas horas en que amaba tanto… Y así, cuando yo supe que abandonada a tu dolor morías, y que en tu muda y lánguida tristeza renunciabas a ver junto a tu lecho, quien, al rodar sin vida tu cabeza, recogiera el laurel de tu grandeza y el último sollozo de tu pecho; cuando yo supe que en la huesa insana te inclinabas por fin pálida y sola, sin que al adiós de tu alma soberana se enlutara la cítara cubana ni gimiera la cítara española; al darte mis adioses, los adioses de la eterna y postrera despedida, sentí que algo de triste sollozaba de mi dolor en el oscuro abismo, y que tu sombra que flotaba arriba, al extinguirse y al borrarse se iba llevándose un pedazo de mí mismo.
Y entonces al poder de los recuerdos borrando la distancia tendí mis alas hacia el nido blando de los primeros sueños de la infancia; llegué al rincón modesto donde tus dulces páginas leía a la fe y al amor siempre dispuesto y allí de pie frente a la blanca cuna donde en sus flores me envolvió el destino, busqué en su fondo alguna que aún no cerrara su oloroso broche, y en él hallé dormida ésta con la que el alma agradecida
[esta flor con que el alma agradecida]
viene a aromar las sombras de esta noche. Deuda que en mi cariño contraje desde niño con tu nombre, esta flor es el cántico del niño mezclada con las lágrimas del hombre; esta flor es el fruto de aquel germen que derramaste en mi niñez dichosa, y que al rodar sobre la humilde fosa donde tus restos duermen, entre sus piedras ásperas se arraiga, recogiendo su jugo en tus cenizas, y esperando en su cáliz a que caiga la gota de los cielos que le traiga la esencia y el amor de tus sonrisas. 206
EN NOMBRE DE ESE LAUREL
SALTILLO , C OAHUILA
V ISTA E X TERIOR
DE LA C ASA DEL P OETA
SALTILLO , C OAHUILA
V ISTA INTERIOR
DE LA C ASA DEL P OETA
Al señor don Manuel J. Domínguez
¡Oh Luna, blanca Luna, que desde el cielo viertes tus fulgores a despecho de todos los vapores con que la negra noche te importuna; yo sé que al permitirme la confianza de que a abusar cantándote me atrevo, antes que hablarte de otra cosa debo darte una explicación de mi tardanza; pero sabiendo, porque así lo he visto, no recuerdo en qué parte, que tú eres noble y generosa y buena con todos los prosélitos del arte, entre los que me inscribo al protestarte que nada hay que sin ti valga la pena, dejo los cumplimientos
[dejo de cumplimientos]
y las excusas fútiles y vanas a fin de aprovechar estos momentos; que tú al ver que en mis labios se agita el estro y mi silencio trunca, recordarás que el vulgo y aun los sabios dicen que vale más tarde que nunca! No, y mira tú: desde hace mucho tiempo pensaba yo en venir a saludarte, 209
[recordarás que el mundo y aun los sabios]
1873
A la luna
y hasta recuerdo que salí una noche sin más objeto que ése; pero aunque el muy ilustre Ayuntamiento me hizo creer que en el cielo te hallaría, tú, que probablemente estabas mala, te ocultaste y me diste una antesala que me pesa en el cuerpo todavía. Esto no te lo digo por lanzarte una pulla ni un reproche; pero este negro bosque me es testigo de que no más que por hablar contigo [de que tan sólo por hablar contigo] me anduve por aquí toda la noche. Lo mismo que otra vez, ya no recuerdo si fue en abril o en mayo... suspirando por verte frente a frente y a tu lado pasar la noche entera, de modo y de manera de estar solos y lejos de la gente, vengo, y tú que sin duda me creíste algún gemidor de esos que porque está desesperado y triste ya quiere que le des un par de besos, no bien tras de estos álamos me viste, que escondiéndote en medio de las nubes cerraste tu balcón y te metiste.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
[escondiéndote en medio de las nubes]
OBRA POÉTICA 211
Y la verdad que si ésta fue tu idea ante mi aparición inoportuna, por mi vida te juro y te respondo, que te llevaste el chasco más redondo que te has llevado desde que eres luna; pues aunque ya a mis años se usa entre los humanos corazones contar los sufrimientos a montones, y a montones también los desengaños, yo que si algo he sufrido de mi existencia en la carrera corta, tengo la convicción íntima y grande de que a nadie le importa, porque si sufro no hay quien me lo mande; si al pisar de la vida los abrojos a verter una lágrima me atrevo, la dejo que se escape de mis ojos y al llegar a mis labios me la bebo.
[la dejo que se escape de los ojos] [y al llegar a los labios me la bebo.]
Conque ya verás tú si yo sería quien fuera a molestarte a tales horas, para llamarte solitaria o fría
[para decirte solitaria o fría]
y cometer así una grosería de esas que no perdonan las señoras; [de las que no perdonan las señoras;] aparte de que a ti, si no me engaño, te debe de importar muy poca cosa que en la vida enojosa
[te debe importar muy poca cosa]
camine el goce junto con el daño, así como que al tiempo de las flores siga el invierno nebuloso y frío,
[sigue el invierno nebuloso y frío,]
o que en las tibias noches del estío disminuyan de fuerza los calores, cosa que a muchos saca de su casa
[cosa que de su casa a muchos saca]
por tener de decírtelo el orgullo, cuando todo eso en realidad no pasa de ser una verdad de Pero Grullo. Y sin mentar personas, por allí anda la ilustre Avellaneda, que en paz duerme en su lecho de coronas, que sin mirar que tú, rueda que rueda, maldito el caso que del tiempo hacías, ella al son de sus mágicos bordones te delataba a ese ladrón nefando que tantos goces con pasar nos roba, sin oír que su esposo despertando la llamaba en un tono no muy blando después de registrar toda la alcoba. Y el sin igual Zorrilla, el que nos regaló aquel mamarracho que yo admiraba tanto de muchacho creyéndolo la octava maravilla, el que con una calma cuyo molde es difícil que se encuentre,
212
EN NOMBRE DE ESE LAUREL
[que tantos goces con volar nos roba,] [la llamaba en acento no muy blando] [Y el amable Zorrilla,]
OBRA POÉTICA 213
hizo aquí entre otros dramas el del vientre, y hasta allá fue a acordarse del del alma. Y Carpio, el que de turco disfrazado sufrió tan honda pena que por poco se arroja al mar salado;
[que por poquito se echa al mar salado;]
pero que al fin se fue por otro lado arrastrando el alfanje por la arena.
Y Tagle, el que te hablaba allá en los tiempos de discordias civiles, en que Rocha aún no andaba por el mundo y en que aún eran de chispa los fusiles, pues éstos y otros más, si no tan buenos sí tan desocupados, / todos, cual más cual menos* han emprendido de estusiasmos llenos la imitación de sus antepasados, por el placer de repetirte alguna de esas necias e insulsas tonterías, o porque hechos los tomos de poesías
[o porque al fin del tomo de poesías]
no faltara en el índice —“A la Luna”. Y si a lo menos fueran pasaderas las tantas que en tu elogio se han escrito y cuyas firmas por prudencia callo, pues, señor, con trescientos de caballo, muy puesto en su lugar y muy bonito;
*Este verso, que no aparece en ediciones previas de este poema, no sustituye, sino que amplía la idea entre “…desocupados” y “…han emprendido…”
pero, nada... que entre esas que no cito porque no se me diga impertinente, hay muchas (no agravio la presente) que son un verdadero gregorito. Lo digo y lo repito, sí, señor, que ésta no es una indirecta, pues aunque salte alguno que deseando escapar a este reproche, reclame la palabra y manifieste cargado de razones y veneno, que no se puede hacer nada de bueno sobre un terreno tan vulgar como éste, no habiendo obligación chica ni grande de escribir sobre tal o cual materia, se comprende y se ve muy a las claras, aunque hable de ésta con tan poco aprecio, que el culpable no es ella sino el necio que se mete en camisa de once varas. ¿Quién obliga a ninguna de las vivientes almas a que escriba, ni menos a que suba tan arriba que tenga que escribir sobre la Luna…? Yo mismo, si mañana a algún crítico ocioso y exigente se le diera la gana
214
EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 215
de zurrar a esta silva la pavana,
[de zurrarle a esta silva la pavana,]
y de hacerlo delante de la gente, pues yo mismo, aunque fuera a mi despecho, (no pudiendo olvidarme de que es mía) mirando la justicia no tendría más que decir a todo: muy bien hecho.
[más que decir a todo –pues bien hecho.]
Y tan es cierto que lo encuentro justo, y que me temo mucho una descarga por haberme salido con mi gusto, que con objeto de que el sabio adusto no halle esta saliva demasiado larga, una vez que tú, Luna, no me has de consolar si tal sucede, lo cual (aquí en confianza) muy bien puede por un capricho cruel de la fortuna, bien convencido de que en todo caso francos y leales seguiremos siendo tan amigos como antes, te dejo preparándole a la aurora el dulce néctar de los nuevos broches, y sin más que decirte por ahora, con el alma, tu humilde servidora, me alegraré que pases buenas noches.
1873
El reo de muerte Al eminente actor don José Valero
…Esa noche, ardiendo el pueblo de animación y entusiasmo bajo el influjo sublime de tu genio soberano, todo era bravos y dianas, todo era vivas y aplausos, todo cariño en los ojos, todo cariño en los labios, y todo flores, laureles, admiración y… entretanto, allá muy lejos, muy lejos, sonando lento y pausado, se alzaba entre las tinieblas y entre el silencio un cadalso, sin otro eco que el latido del pecho del condenado que en diálogo con la muerte velaba en un subterráneo. Aquel cadalso se alzaba cada vez más y más alto, como un espectro, sombrío, como un vampiro, callado, como una tumba, implacable, y como un monstruo, inhumano; 216
OBRA POÉTICA 217
se alzaba y sin que ninguno oyera aquel ruido amargo, por los sollozos de un hombre solamente acompañado. La humanidad impasible bajo su mudo letargo, miraba crecer y alzarse las formas de aquel cadalso, cuando tú, tú que escuchaste sus ecos tristes y vagos, te levantaste por ella con la voz del entusiasmo, y en presencia de aquel pueblo y enfrente de aquel tablado ceñida con tus laureles la hiciste hablar por tus labios, salvando al sol de aquel día del rubor de aquel cadalso. Yo no sé si ya habrá muerto aquel que en su desamparo, aún más que unos pocos días, y aún más que unos pocos años, pudo gozar la dulzura de ver a su hijo en los brazos, libre del infame nombre de hijo del ajusticiado;
pero yo que desde niĂąo aprendĂ lleno de espanto a aborrecer los verdugos y a maldecir los cadalsos, dejo a la gloria que entone para ensalzarte su canto, y del condenado a muerte bajo los recuerdos gratos, en nombre suyo, las gracias de la humanidad te mando.
218
EN NOMBRE DE ESE LAUREL
JOSÉ MARTÍ La Habana, 1853 Dos Ríos, 1895 El escritor y político, autor del incendiario texto “Nuestra América”, nació en La Habana en 1853. Fue alumno del poeta Rafael María de Mendive, quien estimuló la vocación literaria y revolucionaria del muchacho. A los diecisiete años fue encarcelado por sus actividades independentistas; después, fue deportado a España, y después se avecindó en México. Aquí, en 1875, conoce a Rosario de la Peña, y también él cae prendado de ella. Escribió varias cartas llenas de admiración por ella en las que le confiesa empezar a amarla. Sobre Acuña, declaró haber podido ser su “hermano” de haberlo conocido y tratado; dice haber sido un alma afín a la del, ya para entonces, finado poeta. En vano luchó Martí por el amor de Rosario, ésta no le correspondería como él hubiera querido. Organizó un grupo de patriotas cubanos para ir a luchar por la independencia de la isla; sucumbió ante las balas realistas. Es, junto con Bolívar y San Martín, uno de los liberadores de Hispanoamérica. 219
GUILLERMO PRIETO Cd. de México, 1818 Tacubaya, 1897 Poeta liberal y defensor a ultranza de la República, su juventud está ligada a este periodo tormentoso del país. Nació en Saltillo en 1849, en Nacido en 1818, su carácter una familia de pocos recursos lo inclinó al romanticismo y que se dedicaba a la venta de sus primeras publicaciones mercería y telas. En sus estuaparecen en el Calendario de dios fue un alumno de exceGalván de 1837 y El mosaico lencia. Muy unido a su famimexicano. Durante la Guerra lia, al marchar a la Ciudad de de Reforma ejerció el cargo México mantuvo una estrecha de ministro de Hacienda en el comunicación epistolar con gobierno itinerante de Juárez, sus padres. Por esto, la muerte y salvó la vida del presidente del padre en 1871 fue un duro en Guadalajara gritando su golpe para él. En la capital del célebre frase: “los valientes no país, traba amistad con varias asesinan”, cuando Juárez estapersonalidades importantes ba a punto de ser fusilado. El de la cultura de esos años. Orresto de su vida estuvo ligado ganiza sociedades literarias, a los altibajos de la política y discute sobre materialismo, nacional: fue ministro de Jusdoctrina a la que es afín. Coticia e Instrucción Pública, de noce a Laura Méndez y procrea Relaciones Exteriores, diputaun hijo con ella, que muere al do durante el porfiriato, entre poco tiempo. Pero es Rosario muchos otros cargos. En su de la Peña la mujer de la que obra pinta tipos, costumbres y se enamorará irremediableestampas mexicanas impregmente. Es a ella a quien dedica nadas de un fuerte sabor nael Nocturno, acaso su compocionalista. Fue amigo cercano sición más famosa. En vano la de Rosario de la Peña e invipretendió, pues Rosario nunca tado frecuente a sus tertulias. lo amó. Perpetuamente enferAhí tuvo contacto con Acuña, mo de melancolía, toma la dey alejó a Laura Méndez del cisión de ingerir una cantidad poeta. mortal de arsénico. La noticia de su muerte le dio la vuelta 220 al mundo y estableció E N N O M B R E D su E EleSE yenda.
LAUREL
(En su álbum)
En cambio de los cielos de amor y sentimiento que al alma adolorida abrió tu inspiración, y en cambio de las horas de olvido al sufrimiento que a tu arpa dulce y blanda le debe el corazón. En cambio, nuestros cantos y todo lo que encierra de bueno y amoroso nuestra alma y nuestro ser… Y en cambio, nuestras flores, las flores de esta tierra, tu nido como alondra, tu altar como mujer.
221
1873
A Josef ina Pérez
1873
A la eminente actriz Salvadora Cairón Si del boscaje fecundo no quise flores cortar, cuando vi en mi afán profundo que al robárselas al mundo se las robaba a tu altar; en mi ansia por tributarte mi ofrenda de admiración, acudo, señora, a darte, si no las flores del arte, las flores del corazón.
222
Escrita para la señora Cairón y leída por ella en su función de despedida
Pues que del destino en pos débil contra su cadena, frente al deber que lo ordena tengo que decirte adiós; antes que mi boca se abra para dar paso a ese acento, la voz de mi sentimiento quiere hablarte una palabra. Que muy bien pudiera ser que cuando de aquí me aleje, al decirte adiós, te deje para no volverte a ver. Y así entre el mal con que lucho y que en el dolor me abisma, yo anhelo que por mí misma sepas que te quiero mucho. Que enamorada de ti desde antes de conocerte, yo vine sólo por verte, y al verte te puse aquí.
223
1873
Adiós a México
Que mi alma reconocida te adora con loco empeño, porque tu amor era el sueño más hermoso de mi vida. Que del libro de mi historia te dejo la hoja más bella, porque en esa hoja destella tu gloria más que mi gloria. Que soñaba en no dejarte sino hasta el postrer momento, partiendo mi pensamiento entre tu amor y el del arte. Y que hoy ante esa ilusión que se borra y se deshace, siento, ¡ay de mí!, que se hace pedazos mi corazón… Tal vez ya nunca en mi anhelo podré endulzar mi tristeza con ver sobre mi cabeza el esplendor de tu cielo. Tal vez nunca a mi oído resonará en la mañana,
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
[te debo la hoja más bella,]
OBRA POÉTICA 225
la voz del ave temprana que canta desde su nido. Y tal vez en los amores con que te adoro y te admiro, estas flores que hoy aspiro serán tus últimas flores. Pero si afectos tan tiernos quiere el destino que deje, y que me aparte y me aleje para no volver a vernos; bajo la luz de este día de encanto inefable y puro al darte mi adiós te juro, ¡oh dulce México mía!, que si él con sus fuerzas trunca todos los humanos lazos, te arrancará de mis brazos, pero de mi pecho, ¡nunca!
1873
Romancero de la Guerra de Independencia
El giro I
Medio oculta entre la selva como un nido entre las ramas, y medio hundido en el fondo tranquilo de una cañada, allá por aquellos tiempos hubo en Landín una casa que no por ser tan sencilla ni de una fecha tan larga, era menos pintoresca ni tampoco menos blanca. Sombreaba su puerta un olmo de hojosas y verdes ramas, punto de citas de todas las aves de las montañas; y en uno de sus costados, brotando límpida y clara, saltaba entre los terrones y entre las hierbas el agua, de noche siempre tranquila y eternamente callada. Apenas el Sol naciente filtraba por sus ventanas, cuando estremeciendo el aire, 226
sonaban dulces y claras, la voz de una cuna hablando de cuanto los niños hablan; la voz de una madre, rica de sentimientos y de alma, y la voz de un hombre que era la eterna voz de la patria, soñando ya con sus glorias y ya con sus esperanzas. Tez cobriza como aquellos primeros hijos de Anáhuac, que tantas veces hicieron temblar de miedo a la España, cuando la España atrevida midió con ellos sus armas; fuerte y ágil como todos los hijos de las montañas; como un labriego, robusto; como un patriota, entusiasta; como un valiente, atrevido, y como un joven, todo alma, el hombre de aquellas selvas, el hombre de aquella casa, era el eterno modelo de esas figuras sagradas que en el altar de los siglos hacen un Dios de una estatua.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 229
Veinticinco años apenas por ese tiempo contaba, y de sus nobles heridas la suma aún era más larga, que no hubo por el Bajío ningún combate ni hazaña donde su ardor no estuviera, donde faltara su lanza, ni donde al grito de muerte sus huellas no señalara con el licor de sus venas o el de las venas extrañas. Y allí tranquilo y oculto su triste vida pasaba, lamentando en su impotencia la esclavitud de la patria que renunciando a la lucha, renunciaba a la esperanza: cuando una mañana, a la hora que el último sueño marca, despertó, oyendo a lo lejos un ruido confuso de armas; y adivinando al instante la suerte que le amagaba, bajó del lecho al influjo de una decisión extraña; besa en los labios a su hijo,
besa en la frente a su amada, clava los ojos ardientes en la entreabierta ventana, y al ver por sus enemigos ya casi envuelta su casa, salta a las rocas, y entre ellos se escapa por la montaña. II
Aún no se alzaba del todo la niebla de la mañana, y aún no acertaban a darse cuenta de tamaña audacia los sitiadores furiosos que sorprenderle esperaban, cuando al galope y bajando camino de la cañada, vieron venir a lo lejos un grupo de gente armada, compuesto de ocho jinetes y el hombre que los mandaba; en mayor número que ellos y con superiores armas, seguros de la victoria fácil que se les aguarda, todos empuñan las riendas, todos afirman la lanza, todos ven al enemigo 230
EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 231
todos miden la distancia, y en silencio y todos ellos prontos a ponerse en marcha, sólo esperan a que llegue la hora de entrar en batalla. Los insurgentes en tanto viendo las huestes contrarias, más de coraje la encienden y más de amor la entusiasman, y ansiosos de dar su sangre por la salud de la patria, sobre el caballo se inclinan, la floja rienda adelantan, y fijos los barboquejos y el sombrero hacia la espalda, entre la niebla y el polvo corren, y vuelan y avanzan, siguiendo entre los peñascos al hombre de la cañada. Y ya los de Bustamante su primer paso avanzaban, anhelando en su impaciencia cómo acortar la distancia que la interpuesta colina con un recodo aumentaba; cuando de pie en lo más alto de las rocas escarpadas, vieron alzarse a un jinete
que con voz sonora y clara, —“Yo soy el Giro —les dijo, —si al Giro es a quien aguardan; y el que lo busque que venga si tiene honor y tiene alma, que a todos espera el Giro frente a frente y cara a cara”—. Dijo: y los fieros dragones al grito de “¡viva España!” como un solo hombre treparon hasta donde el Giro estaba dispuesto como los suyos a sucumbir por la patria… Y fue la lucha, y terribles al dar la espantosa carga, insurgentes y realistas ardiendo en cólera y rabia, se entremezclaron sedientos de victoria y de matanza… Quiso la triste fortuna favorecer a la España, el brillo de sus fulgores negándole a nuestras armas, que ya de los insurgentes uno tan sólo quedaba a caballo todavía, pero ya herido y sin armas.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 233
Era el Giro, que entre doce dragones que le rodeaban, sin rendirse al desaliento ni inclinarse a la desgracia, luchaba y arremetía contra el que más se acercaba, convirtiendo a su caballo, a un tiempo en escudo y arma. Por fin un brazo atrevido clavó en su pecho una lanza, perder haciéndole el poco aliento que le quedaba; pero él aunque ya en el suelo, con fuerza siempre y con alma, coge la lanza, del pecho sin vacilar se la arranca, y estremecido y al grito de independencia y de patria, de pie sobre los peñascos a sus contrarios aguarda; y después de herir a todos los que a acercársele ensayan, hace huir a los restantes que ante heroicidad tamaña se alejan, y desde lejos lo rematan a pedradas.
III
Mártir, que toda tu sangre supiste dar por la patria; tú, de los desconocidos que murieron por salvarla, ¡gracias por tu fortaleza, por tu sacrificio, gracias!
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
Composición recitada por una niña en Tacubaya de los Mártires, el 16 de septiembre de 1873
Ante el recuerdo bendito de aquella noche sagrada en que la patria aherrojada rompió al fin su esclavitud; ante la dulce memoria de aquella hora y de aquel día, yo siento que en la alma mía canta algo como un laúd. Yo siento que brota en flores el huerto de mi ternura, que tiembla entre su espesura la estrofa de una canción; y al sonoroso y ardiente murmurar de cada nota, siento algo grande que brota dentro de mi corazón. ¡Bendita noche de gloria que así mi espíritu agitas, bendita entre las benditas noche de la libertad! Hora del triunfo en que el pueblo 235
1873
A la patria
vio al fin en su omnipotencia, al Sol de la independencia rompiendo la oscuridad. Yo te amo‌ y al acercarme ante este altar de victoria donde la patria y la historia contemplan nuestro placer, yo vengo a unir al tributo que en darte el pueblo se afana mi canto de mexicana, mi corazón de mujer.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 237
El
pasado
un ensayo dramático en tres actos El 9 de mayo de 1872 se realizó el exitoso estreno de la obra El pasado, escrita por Manuel Acuña, con la famosa actriz Pilar Belaval en el papel de Eugenia. En dicho evento Acuña recibió al menos tres coronas de laurel, a las que luego haría referencia en sus poemas y ofrendas a Rosario de la Peña. Se realizaron distintas funciones, la mayoría de ellas con gran éxito; en otra de ellas la actriz española Salvadora Cairón tomó el papel principal. El pasado es una pieza dramática cuya acción total transcurre en doce horas; inicia con el regreso a la ciudad de una pareja joven y feliz, y culmina con la precipitación de la mujer en la deshonra, asaltada por las sombras de su vida pre-matrimonial, en el que tuvo que entregarse a un hombre tratando de salvar (aunque sin éxito) a su madre moribunda. Encontramos en ella una relación temática con el poema “La ramera”, también de su autoría, en donde alude a la novela La dama de las camelias, de Dumas (“le convertiste de camelia en lodo”), otra de sus fuentes de inspiración para este drama en tres actos. Esta historia tuvo un gran éxito en su época. En 1926 se realizó su adaptación para una película muda de Hollywood, dirigida por el canadiense Wilfred Lucas y titulada Her sacrifice. Además, es perceptible su presencia como un hilo conductor en la trama (mucho más moderna) con que Wilberto Cantón cuenta la historia de la lavandera Soledad (empatándola con el personaje de Eugenia) en El Nocturno a Rosario (1956). En el segundo semestre del 2013 se realizaron tanto la adaptación como el montaje de El pasado en distintos escenarios del estado de Coahuila, en el marco del homenaje por el 140 aniversario luctuoso del poeta. 237
En 1849 se premiaron en Saltillo los Juegos Florales convocados por el Centenario de Manuel Acuña, en donde resultaron triunfadores los poetas Miguel N. Lira (categoría principal) y Salvador Novo (laudanza de la provincia). Este último presentó además en la capital coahuilense la obra de teatro El pasado, con actores del Instituto Nacional de Bellas Artes, siendo Beatriz Aguirre quien representó el papel de Eugenia.
El “Corrido de Manuel Acuña”, del poeta y editor tlaxcalteca Miguel N. Lira, logró cautivar al mismo tiempo la esencia popular del género y hacer un refinado retrato biográfico del autor saltillense: “Del aire van los suspiros / de amor, como contraseña, / y ya se los lleva el aire / a Rosario de la Peña”. Con él obtuvo el premio principal de los Juegos Florales, cuyo segundo premio fue para Elías Nandino con la obra “Dios poeta”.
Según narra el crítico y académico Francisco Monterde, la actriz Ligia de Golconda le solicitó adaptar la obra de teatro El pasado para el cine, pero él se apartó del proyecto cuando los productores norteamericanos decidieron introducir un elemento absurdo de comedia que contrariaba el drama original. La actriz mexicana aparece en pantalla junto a Gaston Glass, Bryant Washburn, Gladys Brockwell y el propio director de la cinta, Wilfred Lucas.
La compañía teatral El Séptimo Cielo llevó la puesta en escena de El pasado a distintos escenarios durante el 2013. En la imagen,los actores Cristina Dávila y Juan Antonio Villarreal interpretan a Eugenia y don Ramiro en el Teatro de la Ciudad Fernando Soler de Saltillo.
1873
Hidalgo Sonaron las campanas de Dolores, voz de alarma que el cielo estremecía, y en medio de la noche surgió el día de augusta Libertad con los fulgores. Temblaron de pavor los opresores, e Hidalgo audaz al porvenir veía, y la patria, la patria que gemía, vio sus espinas convertirse en flores. ¡Benditos los recuerdos venerados de aquellos que cifraron sus desvelos en morir por sellar la independencia; aquellos que vencidos, no humillados, encontraron el paso hasta los cielos teniendo por camino su conciencia!
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Después de aquella página sombría en que trazó la historia los detalles de aquel horrible día, cuando la triste Méxitli veía sembradas de cadáveres sus calles; después de aquella página de duelo por Cuauhtémoc escrita ante la historia, cuando sintió lo inútil de su anhelo; después de aquella página, la gloria borrando nuestro cielo en su memoria no volvió a aparecer en nuestro cielo. La santa, la querida madre de aquellos muertos, vencedores en su misma caída, fue hallada entre ellos, trémula y herida por el mayor dolor de los dolores… En su semblante pálido aún brillaba de su llanto tristísimo una gota… A su lado se alzaba junto a un laurel una macana rota… y abandonada y sola como estaba, vencido ya hasta el último patriota, al ver sus ojos sin mirada y fijos, 243
[borrando a nuestro suelo en su memoria]
1873
15 de septiembre
los españoles la creyeron muerta, y del incendio entre la llama incierta la echaron en la tumba con sus hijos… Y pasaron cien años y trescientos sin que a ningún oído llegaran los tristísimos acentos de su apagado y lúgubre gemido; cuando una noche un hombre que velaba soñando en no sé qué grande y augusto como la misma fe que le inspiraba, oyó un inmenso grito que le hablaba desde su alma de justo... —Yo soy —le repetía—, descendiente de aquellos que en la lucha sellaron su derrota con la muerte… ¡Yo soy la queja que ninguno escucha, yo soy el llanto que ninguno advierte!… Mi fe me ha dicho que tu fuerza es mucha, que es grande tu virtud y vengo a verte; que en el eterno y rudo sufrimiento con que hace siglos sin cesar batallo, yo sé que tú has de darme lo que no hallo: mi madre que está aquí porque la siento—. Dijo la voz, y al santo regocijo que el anciano sintió en su omnipotencia,
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
OBRA POÉTICA 245
—Si el indio llora por su madre —dijo—, yo encontraré una madre para ese hijo, —y encontró aquella madre en su conciencia. A esta hora, y en un día como éste, en que incensamos su memoria, fue cuando aquel anciano lo decía, y desde ese momento, patria mía, tú sabes bien que el astro de tu gloria clavado sobre el libro de tu historia, no se ha puesto en tus cielos todavía. A esta hora fue cuando rodó en pedazos la piedra que sellaba aquel sepulcro donde estuviste, como Cristo, muerta para resucitar al tercer día; a esa hora fue cuando se abrió la puerta de tu hogar, que en su seno te veía con un supremo miedo en su alegría de que tu aparición no fuera cierta; y desde ese momento, y desde esa hora, tranquila y sin temores en tu pecho, tu sueño se cobija bajo un techo donde el placer es lo único que llora… Tus hijos ya no gimen como antes al recuerdo de tu ausencia, ni cadenas hay ya que los lastimen…
[tú sabes bien que el astro de la gloria]
En sus feraces campos ya no corre
[En tus feraces campos ya no corre]
la sangre de la lucha y la matanza, y de la paz entre los goces suaves bajo un cielo sin sombras ni vapores, ni se avergüenzan de nacer tus flores, ni se avergüenzan de cantar tus aves. Grande eres y a tu paso tienes abierto un porvenir de gloria con la dulce promesa de la historia de que para tu Sol nunca habrá ocaso… Por él camina y sigue de tu lección de ayer con la experiencia; trabaja y lucha hasta acabar esa obra que empezaste al volver a la existencia, que aún hay algo en tus cárceles que sobra y aún hay algo que el vuelo no recobra, y aún hay algo de España en tu conciencia. Yo te vengo a decir que es necesario matar ya ese recuerdo de los reyes que escondido tras de un confesionario quiere darte otras leyes que tus leyes… Que Dios no vive ahí donde tus hijos reniegan de tu amor y de tus besos, que no es el que perdona en el cadalso, que no es el del altar y el de los rezos;
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
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que Dios es el que vive en tus cabañas, que Dios es el que vive en tus talleres y el que se alza presente y encarnado allí donde sin odio a los deberes se come por la noche un pan honrado. Yo te vengo a decir que no es preciso que muera a hierro el que con hierro mate, que no es con sangre como el siglo quiere que el pueblo aprenda las lecciones tuyas; que el siglo quiere que en lugar de templos le des escuelas y le des ejemplos, le des un techo y bajo dél lo instruyas. Así es como en tu frente podrás al fin ceñirte la corona que el porvenir te tiene destinada; él, que conoce tu alma, que adivina en ti a la santa madre del progreso, y que hoy ante el recuerdo de aquella hora en que uno de sus besos fue la aurora que surgió de tu noche entre lo espeso, mientras el pueblo se entusiasma y llora te viene a acariciar con otro beso.
1873
La mujer* Como el fantasma de una noche hiriente, que desafiando al Sol se alza a su culto, prolongando en la aurora del presente tal tinieblas informes del pasado: Como el negro eslabón de una cadena, sola en pedazos al furor del preso… que aúna y se adhiere y resuena al fin del redimido del progreso; hay un recuerdo lúgubre y sombrío, que entre las brumas del ayer se elevan; y el ánimo se queda ya sin brío. ante las leyes que lo protervan,
*La transcripción de este poema o fragmento (incluido en Obras, 260) se antoja incompleta, y su puntuación sin duda equívoca.
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Estrenada en 1955, en Saltillo, bajo la dirección de Salvador Novo, esta obra fue publicada en 1956 por Juan José Arreola en Los Presentes. En ella Cantón atrapa la pasión que late en el “Nocturno”, nutriéndose por igual de datos reales que de los mitos que rodean la vida y la muerte de Manuel Acuña.
Galardonado con el Premio Lengua de Trapo por esta obra, Pepe Monteserín aborda en La lavandera el entendido de una relación cercana, acaso demasiado, entre Manuel Acuña y Soledad: Según Luis García Montero, se trata de “una excelente novela para aproximarse a la figura del poeta mexicano Manuel Acuña, así como para asomarse a los intrincados caminos del azar y de la vida”.
En este libro de 2009, coeditado en 2013 por la editorial Alfaguara y la Secretaría de Cultura de Coahuila, César Güemes toma la muerte de Acuña, y sobre todo su escueta nota suicida, como pretexto para emprender una profunda investigación y desarrollar una novela policíaca en dos épocas distintas a la vez: ¿Quién y por qué mató a Manuel Acuña?
IN F LUEN C IA
La influencia cultural que ha tenido Manuel Acuña como autor y personaje abarca muy distintas manifestaciones: vida, obra y muerte del poeta sirvieron, por ejemplo, de inspiración para la película Nocturno a Rosario, de 1991, dirigida por Matilde Landeta y protagonizada por Ofelia Medina, mientras que en el 2013, como parte del homenaje por el 140 aniversario luctuoso, el Festival de Cine de la Sección 38 del SNTE dio lugar al estreno de cinco cortometrajes inspirados en la vida de Acuña. El dramaturgo Héctor Mendoza publicó en 1975 la obra In Memoriam, espectáculo basado en la vida y obra de Manuel Acuña, “una visión extraordinaria del poeta, del eterno fe-
menino, del suicidio y de la certeza de que la tumba es el final de la jornada”, según apunta el periodista cultural Miguel Ángel Quemain. En Los tres García, filme de 1946 dirigido por Ismael Rodríguez, el personaje de Luis Manuel (interpretado por Víctor Mendoza), le declama a Lupita (Marga López) el ”Nocturno” de Acuña, pretendiendo que es de su autoría. El mismo “Nocturno”, ha sido asimismo musicalizado e interpretado entre otros por Lorenzo de Monteclaro, Chalino Sánchez, Los Tepetatles, el uruguayo Héctor Numa Moraes, el Grupo Comanche de Guatemala y Los Altamiranos, de Chile.
Improvisación
Iglesia y Biblioteca, Ayer y Ahora. ¡Qué inmensa diferencia entre las dos! Ayer era la noche, hoy es la aurora, hoy en su altar al Porvenir se adora: ¡Salud al nuevo Dios!
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1873
En la biblioteca popular
1873
En este campo do el placer rebosa
Yo pecador. Ripalda
En este campo do el placer rebosa y se alzan en dormidos espirales los húmedos aromas que desprenden de sus abiertas flores los rosales, en estos sitios del placer morada y de entusiasmo y gloria en un momento, pequé contra el segundo mandamiento por dejar satisfecha a mi adorada; y aprovechando el rato que empleaba su mamá cogiendo fresas, le dije mil ternezas de mi ferviente amor al arrebato. Ella es de hueso y carne, yo soy de carne y hueso, su boca estaba cerca de la mía, ninguno nos veía; y ya podrá el lector hacerse cargo que entre un ramaje espeso jamás se nos ocurre un sin embargo para plantar o recibir un beso. Yo estaba medio loco, ella casi lo mismo,
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OBRA POÉTICA 253
los dos nos acercamos poco a poco; y cometido ya el primer pecado y hallando en sus caricias un pretexto lleguĂŠ al cuarto, y al quinto delirante a no llegar mi suegra en ese instante estoy seguro que cometo el sexto.
1873
A un arroyo A mi hermano Juan de Dios Peza
Cuando todo era flores tu camino, cuando todo era pájaros tu ambiente, cediendo de tu curso a la pendiente todo era en ti fugaz y repentino. Vino el invierno, con sus nieblas vino el hielo que hoy estanca tu corriente, y en situación tan triste y diferente
[el hielo que hoy estanca la corriente,]
ni aun un pálido Sol te da el destino. Y así es la vida; en incesante vuelo mientras que todo es ilusión, avanza en sólo una hora cuanto mide un cielo; [en una hora lo que mide el cielo;] y cuando el duelo asoma en lontananza entonces como tú, cambiada en hielo, no puede reflejar ni la esperanza.
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OBRA POÉTICA 255
ES C UELA NA C IONAL DE M EDI C INA
Vista original (1949) de la tumba de Manuel Acuña en la Rotonda de los Hombres Ilustres de Coahuila, y de la remodelación realizada por María del Refugio Trejo, admiradora del poeta saltillense (2013).
ROTONDA DE LOS HO M BRES ILUSTRES
Sí, mi amigo don Gregorio, tiene usted mucha razón, eso mismo que usted dice, eso mismo digo yo… I
Juzga usted que es una plaga, que es un castigo de Dios, esa turba de mocosos sin quehacer ni ocupación, que a falta de otra han tomado la carrera de escritor; que si hablan del Nigromante no lo bajan de chambón, que a Altamirano lo acaban, que a Peredo le hacen fo, que a Prieto lo ponen de asco, que a Justo lo dejan peor, y que llevando hasta Europa su crítica erudición, destrozan a Victor Hugo y a Dumas y a Campoamor y a cuantos hallan al paso, con su hidrofobia feroz;
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1873
Letrilla
y agrega usted que sería muchisísimo mejor que hacerles caso o echarles un indigesto sermón, dejarlos a que los oiga la madre que los parió. Pues sí, señor don Gregorio, tiene usted mucha razón, eso mismo que usted dice, eso mismo digo yo. II
Juzga usted que es un espanto piensa usted que es un horror, ver tantas composiciones como se publican hoy, en que después de salirnos el imberbe trovador con uno de esos ideales que ya se hacen de cajón, muy sonrosados los labios, muy argentina la voz, muy los cabellos de seda (vaya una trasposición), y muy llena de desdenes, que los merece el autor, termina éste con que la ama con todo su corazón, 258
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cuando mejor que ocuparse en hablarnos de su amor y en pintarnos los efectos de su estúpida pasión según usted, debería, aquí para entre los dos, decirse bruto tres veces con mucha circunspección, alzar al cielo los ojos, rezar el “yo pecador” y en seguida dispararse media pistola de Colt. Pues sí, señor don Gregorio, tiene usted mucha razón, eso mismo que usted dice, eso mismo digo yo… III
Dice usted que ya da miedo que vale lo menos dos, ver a tantos que pretenden demostrar su erudición llenando de latinajos su inconocible español, y que tal verso de Ovidio lo dan por de Cicerón, cuando nunca escribió versos
el pobrecito orador, que a despecho suyo tiene que pasar por un ladrón gracias al atrevimiento de esos benditos de Dios, y agrega usted, amigo mío, que en su muy pobre opinión debieran esos señores fijarse en que escriben hoy que son tan raros los sabios en la lengua de Catón, y en que cada cita de esas, sépase la lengua o no, viene a ser como un peñasco donde el mísero lector tiene a fuerza que pararse y aguantarse un tropezón que bien puede hacer a alguno que mande al diablo al autor. Pues sí, señor don Gregorio, tiene usted mucha razón, eso mismo que usted dice, eso mismo digo yo… IV
Concluye usted en su carta, mi buen amigo y señor,
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
[mi muy amigo y señor,]
OBRA POÉTICA 261
diciéndome que no acierta a encontrar la explicación de esas ínfulas de sabio y ese aire de hombre de pro con que se presenta alguno por haber sido orador y haber gritado en septiembre, ¡Viva la Constitución! Lo que le aplaudieron mucho, según dice él que lo oyó; y protesta usted por su alma, que no halla puesto en razón que por sólo ese motivo se le haga miembro de honor de cuanta academia existe dentro de la población, ni que se inscriba su nombre como colaborador a la cabeza de todos los diarios que salen hoy, haciéndolo revestirse de ese aire de protección con que trata aun a los mismos de donde el necio salió, y a quienes usted querría degollar de dos en dos para acabar con la raza
y quedarnos usté y yo, que somos tan campechanos y hombres de tan buen humor y que hacemos unos versos que le gustan hasta a Dios. Pues sí, señor don Gregorio, tiene usted mucha razón, eso mismo que usted dice, eso mismo digo yo…
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
Soñando y reclinado en la pendiente
[Tendido, recostado en la pendiente]
de la colina verde y matizada, donde una noche sorprendí a mi amada repitiendo mi nombre tristemente;
[repitiendo mi nombre dulcemente]
allí donde la virgen inocente
[Ahí donde la virgen inocente]
temblando en su rubor de enamorada me hizo oír esa frase idolatrada
[me dijo, con la cara arrebolada,]
que aún hoy pienso escuchar en el ambiente; allí me hallaba yo y allí lloraba
[que siempre me amaría. Eternamente.]
[Ahí me hallaba yo y ahí soñaba]
la dulce dicha de mi amor ya muerto, la dulce dicha que tan pronto acaba, cuando oyendo una voz, callo, despierto… y era Nemesio el mozo, que gritaba: “Se acaba el desayuno”… y era cierto.
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[y era Nemesio Icaza que gritaba:] [¡Se acaba el desayuno!… ¡Y era cierto!]
S/F
Todo se acaba
S/F
Historia de un pensamiento Cuando a su nido vuela el ave pasajera, a quien amparo disteis, abrigo y amistad, es justo que os dirija su cántiga postrera, antes que deje, triste, vuestra natal ciudad. Al pájaro viajero que abandonó su nido les disteis un abrigo, calmando su inquietud; ¡oh! tantos beneficios, jamás daré al olvido, durable cual mi vida será mi gratitud. En prueba de ella os dejo lo que dejaros puedo, mis versos, siempre tristes, pero los dejo así; porque me pienso, a veces, que entre sus letras quedo, porque al leerlos creo que os acordáis de mí. Voy, pues, a referiros una sencilla historia que en mi alma, desolada, honda impresión dejó; me la contaron…, ¿dónde?… es frágil mi memoria… acaso el héroe de ella… o bien, la soñé yo. Era una linda rosa, brillante enredadera, tan pura, tan graciosa, espléndida y gentil, que era el mejor adorno de la feraz pradera, la joya más valiosa del floreciente abril.
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Al pie de ella crecía un pobre pensamiento, pequeño, solitario, sin gracia ni color; pero miró a la rosa y respiró su aliento y concibió por ella el más profundo amor. Mirando a su querida pasaba noche y día, mil veces, ¡ay!, le quiso su pena declarar; pero tan lejos siempre, tan lejos la veía, que devoraba a solas su pena y su pesar. A veces le mandaba sus tímidos olores, pensando que llegaban hasta su amada flor; pero la brisa leve, al columpiar las flores, llevábase muy lejos la prenda de su amor. El pobre pensamiento mil lágrimas vertía, desoladora lágrimas, de acíbar y de hiel, mientras la joven rosa, sin ver a otras crecía, y mientras más crecía, más se alejaba de él. Llega un jazmín en tanto a la pradera bella, también amó a la rosa al punto que la vio; pero él fue más dichoso, pudo llegar hasta ella, le declaró su pena y, al fin, la rosa amó… ¿Comprenderéis ahora al pobre pensamiento, al ver correspondido a su feliz rival?
¿No comprendéis su horrible, su bárbaro tormento, al verse condenado a suerte tan fatal? Después lo trasplantaron; vivió en otras praderas; indiferencia, olvido y hasta placer fingió; miraba flores lindas, brillantes y hechiceras, pero su amor, constante y fiel permaneció. Por fin una mañana, estando muy distante, el céfiro contóle las bodas del jazmín; él escuchó sonriente, y ciego y delirante, loco placer fingiendo, creyó olvidar al fin. Pero al siguiente día con lágrimas le vieron las flores, e ignorando su oculto padecer, “Tú lloras, pensamiento, tú lloras”, le dijeron; “No es nada, contestóles, es llanto de placer”.
Ved la sencilla historia que os ofrecí contaros, acaso os entristezca, pero la dejo así; adiós, adiós, ya parto; me atrevo a suplicaros que la leáis a solas y os acordéis de mí.
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EN NOMBRE DE ESE LAUREL
(Inédito)
De un pozo en el abismo cayó don Blas y se rompió el bautismo. Pero a pesar de esa desgracia rara el agua de aquel pozo quedó clara y los que la bebían “está muy dulce” el agua me decían y yo vine a sacar por consecuencia que siempre no es amarga la existencia.
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S/F
De Acuña
ERNESTO LUMBRERAS
MANUEL ACUÑA: EL POETA Y EL SUICIDA Víctima de su popularidad y de la leyenda desatada en torno a su no-
velesco suicidio, la azarosa obra de Manuel Acuña ha sobrevivido a los gustos literarios de varias épocas y generaciones, a los movimientos y a las escuelas poéticas que la eclipsaron o la descalificaron −del modernismo a los vanguardias del siglo XX− así como al escrutinio de numerosos críticos que, en el mejor de los casos, “le perdonaban la vida” por el mérito de reunir dos o tres poemas de valía. El arco de tiempo de su producción literaria es impresionantemente breve: cinco años. Como lo anota José Luis Martínez “Acuña escribe su obra entre 1868 y 1873, es decir, entre sus diecinueve y sus veinticuatro años…”1 1 Manuel Acuña, Obras. Poesía, teatro, artículos y cartas. Edición y prólogo de José Luis Martínez, Editorial Porrúa, S. A., México, 1986, p. VI.
En otras latitudes geográficas y estéticas, la obra de Arthur Rimbaud, según refiere Verlaine, se escribió entre los dieciséis y veintidós años; la de John Keats, que también fue estudiante de medicina como Acuña, se gestaría entre los dieciocho y veinticinco años. Sin embargo, a diferencia del francés y del inglés, el mexicano dejaría una obra dispersa en periódicos y revistas con la sola excepción de “La gloria” (1873), breve poema escrito en dos cantos publicado en un fascículo pocos meses antes de su trágico final. Con la estima y la tutela intelectual de las figuras del momento, Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano a la cabeza, el joven poeta se convertiría muy pronto en l’enfant terrible de la poesía mexicana romántica. ¿Cuáles fueron las pruebas y los escenarios para alcanzar tal reconocimiento? Coincidiendo con su entrada a la Escuela de Medicina en 1868, Manuel Acuña ingresó a la vida literaria de aquellos años participando en la Sociedad Filoiátrica y en la Sociedad Literaria Netzahualcóyotl y, más tarde, en 1872, en calidad de socio titular en el prestigiado Liceo Hidalgo; asimismo publicará poemas y artículos en los principales diarios y revistas de la restaurada República: El Renacimiento, El Libre Pensador, El Federalista, El Siglo XIX, El Búcaro, El Domingo, La Iberia, El Anáhuac, La Democracia, El Eco de Ambos Mundos y en el periódico humorístico El Torito. Sin embargo, el acontecimiento que colocaría la corona de laurel sobre sus sienes sería, literal y simbólicamente, el estreno de su obra El pasado el 9 de mayo de 1872 en el Teatro Principal; dicho drama tendría, en total, cuatro representaciones siendo el escenario de la última el Teatro Nacional, el 26 de julio de 1873, a cargo de la compañía del famoso actor español José Valero teniendo en el papel de Eugenia a la primera actriz Salvadora Cairón.2 2 Refiere José Luis Martínez que el drama de Acuña también se representó en Toluca y en Puebla.
EL P OETA Y EL SUI C IDA M ANUEL A C U Ñ A :
Habría que destacar un coliseo más en la exhibición y la aprobación del genio de las glorias líricas del México de finales del tercer cuarto del siglo XIX: las tertulias literarias. En tales reuniones, Manuel Acuña fue una cele-
bridad. Convocadas por instituciones científicas, cívicas o sociales, la orden del día incluía entre los discursos y los brindis inevitables, la lectura de una o varias piezas líricas. En ese entendido, de los 82 poemas reunidos en sus Obras pueden tomarse como piezas de ocasión, con los altibajos inevitables que toda obra de encargo conlleva, cerca de la mitad de su producción. Entre sus contemporáneos, el bardo saltillense gustaba de obsequiar, en las tertulias de corte social, poemas autógrafos codiciados por los álbumes nacarados o ebúrneos de las señoritas y señoras que se daban cita a estos rituales decimonónicos. De aquellos “versos de salón” (Nicanor Parra dixit) es posible rescatar algunos poemas como “Oda. A la memoria del eminente naturalista el doctor Leonardo Oliva”, leída en sesión extraordinaria de la Sociedad de Historia Natural el 17 de enero de 1873 con la presencia de Sebastián Lerdo de Tejada, Presidente de la República tras la muerte de Benito Juárez. ¿Cuáles son esos dos o tres poemas que sobreviven más allá del interés ¿arqueológico? ¿sentimental? ¿sociológico? de los historiadores de la literatura mexicana del siglo antepasado? Para Marcelino Méndez y Pelayo, en el balance de una antología de poetas de lengua castellana de 1892, eran salvables de la criba solamente el “Nocturno” y “Ante un cadáver”. Un siglo después, Marco Antonio Campos anota: “…no deja de asombrarnos la precocidad deslumbrante que lo llevó a escribir poemas como ‘A Laura’ su primer gran instante lírico, a los 22 años; ‘Ante un cadáver’, la pieza maestra del romanticismo tardío mexicano, apenas cumplido los 23; el ‘Nocturno’,
(1941), prologada por José Luis Martínez y seleccionada por Alí Chumacero, la muestra del poeta coahuilense la integran ocho piezas: “La brisa”, “La felicidad”, el soneto que comienza con “Porque dejaste el mundo de dolores”, “A una flor”, “A un Arroyo”, “Gracias”, “Hojas secas” y “Ante un cadáver”. En su “antología de lector”, de “poemas y tipos de poesía, tanto o más que de poetas”, es decir, en Ómnibus de poesía mexicana, Gabriel Zaid se desentiende del gusto popular alrededor del “Nocturno”, ausente también en la selección de Chumacero, y reproduce tan sólo algunos fragmentos de “Ante un cadáver”, poema que también había escogido, décadas atrás, Octavio Paz para una antología preparada para la UNESCO con traducción al inglés de Samuel Beckett.4 Por supuesto, los frutos maduros y luminosos del malogrado Manuel Acuña se cuentan con los dedos de una sola mano. Desde un punto de vista literario, a nuestra lírica romántica le faltó ambición de límites más allá del desgarramiento emocional o del fragor nacionalista. En la revisión a la antología citada, José Luis Martínez pone las cartas al descubierto: “No es, empero muy rico el fruto de esta antología. De ella salvamos la imagen de un romanticismo frenado, reducido a la propia forma mexicana. De ella podrían salvarse, sobre todo, varios poemas y un
3 Manuel Acuña. La desdicha fue mi Dios. Compilación y estudio de Marco Antonio Campos, Cuadernos de la Memoria. UAM, México, 2001, p. 29 4 En la versión beckettiana el título del poema es “Before a Corpse” y el primer terceto se lee de la siguiente forma: “Well! there you lie already on the board / where the far horizon of our knowledge / dilate and darkens to a vaster verge.”
EL P OETA Y EL SUI C IDA
secas’, ya cerca del final de su vida…”3 En la antología, Poesía romántica
M ANUEL A C U Ñ A :
ramos de flores envenenadas, cuando estaba por cumplir los 24, y ‘Hojas
EL P OETA Y EL SUI C IDA M ANUEL A C U Ñ A :
poeta.”5 Y por supuesto, no es Acuña la excepción romántica, sino el bardo de la inspiración voluptuosa, el elegido por Rosario de la Peña, Manuel M. Flores. Pensando en una nueva edición de sus obras completas es deseable que se tome en cuenta el trabajo de Pedro Caffarel Peralta, El verdadero Manuel Acuña (1984, 1999), investigación rigurosa y legitimada por acudir a testimonios y fuentes originales, incluidos los álbumes de Rosario de la Peña y de su hermana Asunción, para fijar una importante colección de los poemas de Acuña. ¿Termina o comienza una época para la poesía mexicana del siglo antepasado con su suicidio? Las posibilidades de la lírica del vate coahuilense, de no haber cedido a la tentación del cianuro, se abrían hacia dos dominios. El primero, bajo el influjo de la poesía de Bécquer, perceptible en la serie de poemas titulada “Hojas secas” y en el soneto “A un arroyo” dotaba a su visión de varios elementos ausentes en su obra y en la de sus contemporáneos: la naturaleza enigmática, la conciencia del poeta como parte de un todo orgánico y la dualidad benéfica del amor y de la muerte. El otro rumbo esbozado en su poesía se localiza en el territorio de la ironía y sus diversas graduaciones; en poemas como “A la luna”, “Rasgo de buen humor” y “En este campo do el placer rebosa” Acuña se desmarca de su habitual patetismo y, en una suerte de monólogo, parodia los prestigios de la poesía y de las buenas costumbres, adelantándose varias décadas a los “cuadros en movimiento” de Gutiérrez Nájera y de López Velarde. Quizás, con una dosis mayor de todos estos ingredientes, su poesía habría salvado al poeta 5 Poesía romántica. Prólogo de José Luis Martínez y selección de Alí Chumacero, Biblioteca del Estudiante Universitario 30, UNAM, 1941, p. XXVI
gen y semejanza del cuerpo de su más célebre y acabado poema, “Ante un cadáver”. A los pocos meses de su entierro6, con todos los honores laicos de un vate de la nueva República, los amigos del malogrado Acuña dieron a la imprenta la reunión de su poesía, dispuesta en un orden cronológico de acuerdo a la aparición de cada pieza lírica en las múltiples publicaciones periódicas. Después de esa edición vendrían otras, con el sello de editoras francesas y españolas, como era costumbre en aquella época, incorporando de tiempo en tiempo poemas no coleccionados. A lo largo y ancho del continente de la lengua castellana, la leyenda del poeta mexicano se divulgaba con curiosa morbosidad, al tiempo que un ejército de declamadores reblandecía el alma de los asistentes en teatros abarrotados por devotos –de Madrid a Buenos Aires, de México a Lima, de Barcelona a La Habana− que repetían a coro los versos del “Nocturno (a Rosario)” que un actor al borde del colapso desgranaba con voz de fatales y trágicas melodías.
6 Hasta ahora, la crónica ensayística mejor documentada, y por demás amena, en torno a la tragedia de Acuña se encuentra en el capítulo III, “Un testamento de la ciudad romántica. (6 de diciembre de 1873)” del libro Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México 1850-1992 de Vicente Quirarte. Gracias a este estudio, conocemos los detalles de la víspera de su encuentro con la del “rubor helado”así como del legendario cortejo de sus funerales, otorgándonos mayores elementos para comprender el mito que comenzaba a gestarse alrededor de la figura del poeta coahuilense.
EL P OETA Y EL SUI C IDA
de estudio de una plancha de disección en la Escuela de Medicina, a ima-
M ANUEL A C U Ñ A :
apartándolo del deseo, largamente añorado, de observarse como el objeto
EN
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ESE
LAU REL
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Bibliografía utilizada por Evodio Escalante Acuña, Manuel. Obras: poesía y prosa. La Serpiente Emplumada 19. Ed., pról., y notas José Luis Martínez. México: Factoría Ediciones, 2000. __________La desdicha fue mi Dios. Cuadernos de la Memoria 8. Comp., y estudio Marco Antonio Campos. México: Universidad Autónoma Metropolitana, 2001. Altamirano, Ignacio Manuel. Obras completas, xii. Escritos de literatura y arte. Vol. 1. Sel., y notas José Luis Martínez. México: Secretaría de Educación Pública, 1988. __________Obras completas, xiii. Estudios de literatura y arte. Vol. 2. México: Secretaría de Educación Pública, 1988. Campos, Marco Antonio. Manuel Acuña en la ciudad de México. México: Instituto Coahuilense de Cultura, 2001. Castillo Nájera, Francisco. Manuel Acuña. México: Imprenta Universitaria, 1950. Gorostiza, José. Prosa. Lecturas Mexicanas (Tercera serie 97). Recopilación y notas Miguel Capistrán. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1995. Jarnés, Benjamín. Manuel Acuña. Poeta de su siglo. México: Ediciones Xochitl, 1942. Lizalde, Eduardo. Nueva memoria del tigre (Poesía 1949-1991). México: Fondo de Cultura Económica, 1993. Martínez, José Luis, comp. Poesía romántica. 2ª ed. Biblioteca del Estudiante Universitario 30. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1973. _________et al. “México en busca de su expresión”. Historia general de México, II. México: El Colegio de México, 1976. 718-721. Paz, Octavio. Las peras del olmo. México: Seix-Barral, 1971. Rojas Garcidueñas, José. Manuel Acuña, poeta y hombre de su tiempo. Biblioteca 1949.
Enciclopédica Popular 217. México: Secretaría de Educación Pública,
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Iconografía Figura 1. Inscripción sobre un cráneo (Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza)
11
Figuras 2-3. Antiguo Colegio de San Ildefonso
(Retrato: La Escuela Nacional Preparatoria…, 1972; Antiguo Colegio: http://www.kiodigital.com/KIODIGITAL/contenidos/revistas/ mexicanisimo/no37/final/files/assets/seo/page51.html)
17
Figuras 4-5. Escuela Nacional de Medicina
(Retrato: Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza; Escuela: El palacio de la inquisición de Francisco de la Maza, 1985, cortesía del Archivo General de la Nación)
19
Figuras 6-9. Ediciones de su obra
(Poesías de Garnier Hermanos, 1885; Poesías completas, Ediciones Papel de poesía; Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898; Manuel Acuña: poesía y prosa)
31
Figuras 10-13. Obras relacionadas
(Manuel Acuña visto a través de los Escritores Coahuilenses Actuales, 1974; Poesía reunida, 1999; Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza; Manuel Acuña en Ciudad de México de Marco Antonio Campos, 2001)
Figuras 14-17. Retratos de Manuel Acuña (Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971)
Figura 18. Nocturno
Grabado de Miguel Canseco
33
43
45
Figura 19. Manuel Acuña
(Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971)
49
Figura 20. Juan Díaz Covarrubias
73
Figura 21. Ignacio Manuel Altamirano
74
Figura 22. Ondinas que se tienden por el aire
81
(El parnaso mexicano, tomo II, 1886)
(El parnaso mexicano, tomo III, 1885)
(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)
Figuras 23-24. Manuel Acuña en Saltillo
(Colegio Josefino: Archivo Municipal de Saltillo; Mural: obra de Elena Huerta en el Centro Cultural Vito Alessio Robles. Fotografía: Gabriela Balleza)
93
Figuras 25-26. Manuel Acuña en Saltillo
(Antiguo Teatro Acuña: Archivo Municipal de Saltillo; Mural: obra de Salvador Almaraz en el Palacio de Gobierno de Coahuila. Fotografía: Gabriela Balleza)
Figura 28. Guillermo Prieto
115
(http://es.wikipedia.org/wiki/Guillermo_Prieto)
128
Figuras 29. Ignacio Ramírez
146
(El parnaso mexicano, tomo II, 1886)
Figura 29-30. Dios y compañía, ópticos (Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza)
Figura 31. Juan de Dios Peza
(Mil Personajes en el México del Siglo XIX: 1840 1870 de Enrique Cárdenas de la Peña, cortesía del Archivo General de la Nación)
Figura 32. La vida del campo
(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)
149
153
163
Figura 33. Garcilaso, San Juan, Byron, Lavoisier
(http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Retrato_de_Garcilaso_de_la_Vega.jpg; http://soloconamor.wordpress.com/2010/12/14/en-el-calendario-san-juan-de-la-cruz/; http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/a/a8/Lord_Byron_coloured_drawing.png; http://tyland.files.wordpress.com/2012/08/photo_lavoisier-antoine_laurent_de_001.jpeg)
175
Figura 34. Una traducción de Samuel Beckett
(http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/09/Samuel_Beckett,_Pic,_1.jpg; Mexican Poetry, 1958 y 1965)
191
Figura 35. Ante un cadáver
193
(Manuel Acuña íntimo de Juan de Dios Peza)
Figura 36. Retrato de Manuel Acuña (Obra de Manuel Muñoz Olivares, 1973. Fotografía: Gabriela Balleza)
Figura 37. Saltillo: la casa donde nació el poeta (Antigua: Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971; Actual: cortesía del arquitecto Arturo Villareal)
Figuras 38-40. La casa de Manuel Acuña (Cortesía del arquitecto Arturo Villareal)
Figura 41. José Martí
(http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Francisco_Mart%C3%AD _y_Zayas-Baz%C3%A1n)
Figura 42. Justo Sierra
(http://www.inehrm.gob.mx/imagenes/jsierra/03.jpg)
Figura 43. El Giro
(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)
Figuras 44-45. El pasado
(Obras de Manuel Acuña, Editoriales Maucci, 1898)
Figuras 46-47. Festejos del Centenario
(Cortesía de Centro Cultural Vito Alessio Robles; El Corrido de Manuel Acuña de Miguel N. Lira)
201
207
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219
220
227
238
239
Figuras 48-49. Her Sacrifice
(http://www.4shared.com/all-images/tajtBW0e/LIGIA_DE_ GOLCONDA.html; http://www.amazon.com/Her-Sacrifice-Gaston-Glass/dp/B007NJTK34)
Figura 50. Obra de teatro El pasado (Cortesía de Gabriela Balleza)
240
239
Figuras 51-53. Influencia
(Nocturno a Rosario de Wilberto Cantón, 1956; La lavandera de Pepe Monteserín, 2007; Cinco balas para Manuel Acuña de César Güemes, 2013)
249
Figuras 54-57. Influencia
(Los tres García, de Ismael Rodríguez, 1946; Nocturno a Rosario, de Matilde Landeta, 1991; Acuña. La película, 2013)
Figuras 58-59. Escuela Nacional de Medicina (Placa: Archivo. Secretaría de Cultura de Coahuila; Patio: Fotografía de Lourdes Herrasti)
Figuras 60-62. Rotonda de los Hombres Ilustres (1949: Manuel Acuña de José Farías Galindo, 1971; 2013: Archivo. Secretaría de Cultura de Coahuila)
Figura 63. Has sido Acuña Grabado de Asis Jaramillo
Figura 64.
Grabado de Navellier & L Marie SC (Poesías, Garnier Hermanos, 1885)
250
255
256
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Créditos Investigación:
Saltillo: Alejandro Beltrán; Isabel Chávez Echeverri; René Gil González Saltillo, Monterrey, DF: Valeria Salas Carrillo
Transcripción y digitalización de textos: Alejandro Beltrán; Gonzalo Cárdenas
Semblanzas:
René Gil González
Corrección:
Alejandro Beltrán; José Antonio Santos Fernández
Apoyo administrativo y archivo digital: Denisse Alejandra Manzanares Vitela
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Agradecimientos
Los editores (disculpándose por cualquier omisión involuntaria) agradecen a las siguientes personas e instituciones por su apoyo, por las facilidades brindadas para el desarrollo de este proyecto y/o por su confianza: Agencia Literaria Carmen Balcells; Archivo General de la Nación; Archivo Municipal de Saltillo; Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León; Biblioteca Central y Centro de Enseñanza para Extranjeros de la Universidad Nacional Autónoma de México; Centro Cultural Vito Alessio Robles; Museo Miguel N. Lira del Instituto Tlaxcalteca de Cultura; Manuel Acuña Cepeda; Mirtea Acuña Cepeda; Juan Salvador Álvarez; Mónica Álvarez Herrasti; Gabriela Balleza; Marco Antonio Campos; Álvaro Canales Santos; Miguel Canseco; Patricia Carrillo Carrera; Alejandro Cortés Cervantes; Edna Dávila Mata; Esperanza Dávila Sota; Evodio Escalante; Eduardo Figueroa Orrantia; Julián Flores Olivares; Carlos Flores Revuelta; Pedro García; Ana Sofía García Camil; Rafael García Sánchez; Mabel Garza Blackaller, Diana Garza Islas; Julián Herbert; Lourdes Herrasti; Asis Jaramillo; Román Luján; Ernesto Lumbreras; Lucas Martínez Sánchez; Gerardo de Jesús Monroy; Guadalupe Muñoz; Jorge Palomares; Teresa Pintó; Dolores Quintanilla Rodríguez; Lilia Rabiela; Guadalupe Ramírez; Jorge Rangel; Jonathan Sandoval; Liliana Tanaka; Lucy Saucedo; Melissa Torres; Marianne Toussaint Ochoa; Susana Veloz; Ignacio Valdez; Javier Villarreal Lozano; Arturo Villarreal Reyes.
E n nombre de ese laurel Obra poética, 2, editado en ocasión del CXL aniversario luctuoso de Manuel Acuña, se terminó de imprimir en noviembre de 2013 en Saltillo, Coahuila de Zaragoza. El tiraje consta de 2,000 ejemplares. La impresión estuvo a cargo de Coordinación Editorial Dolores Quintanilla.
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