Animales en México ¡Conócelos de cerca!

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Animales en México

¡Conócelos de cerca! Rebeca Orozco • Lucho Rodríguez

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Animales en México ¡Conócelos de cerca! Rebeca Orozco • Lucho Rodríguez


Primera edición: 2004 Segunda reimpresión de la segunda edición: 2019 D.R. © Rebeca Orozco D.R. © Lucho Rodríguez D.R. © Ediciones Tecolote, S.A. de C.V. General Juan Cano 180, San Miguel Chapultepec, 11850, Ciudad de México T. 5272 8085 / 8139 www.edicionestecolote.com tecolote@edicionestecolote.com Coordinación editorial: Mónica Bergna Diseño: Tullia Bassani Investigación: Mónica Bergna Asesoría: Bióloga Ariadna Rangel Negrín Corrección: Patricia Rubio Ornelas Nuestro agradecimiento a Andrés Stebelski por su valiosa ayuda.

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ISBN 978-607-7656-22-7 Impreso y hecho en México


¡Conócelos de cerca! Animales en México

¿Has perdido alguna vez una pieza de un rompecabezas? El hueco se ve desastroso y la escena no tiene armonía. La falta de esa pieza minúscula hace que el conjunto carezca de sentido. Lo mismo sucede cuando una especie animal se extingue. Cada animal que te mira con ojos cautelosos, que levanta las orejas o que aletea, es una pieza clave dentro de la naturaleza. Si alguno falta, el entorno sufre su ausencia. México es uno de los países con mayor número de especies animales y vegetales en el mundo. Y es que nuestro país está rodeado de mares y costas, y en él existe una fantástica variedad de ecosistemas, desde humedales hasta desiertos. Sin embargo, muchas de sus especies se encuentran en peligro de extinción y en la mayoría de los casos el hombre es el responsable. A través de este libro conocerás la vida secreta de veinticinco integrantes de la fauna mexicana. Sabrás dónde habitan, cómo cazan y se defienden, y la manera en que cuidan a sus crías. Algunos de estos animales sólo existen aquí, como por ejemplo el perrito de las praderas o el ajolote. Muchos, como el puma, el puerco espín o el cocodrilo, también se encuentran en otras regiones. Otras especies, como la mariposa monarca, sólo nos visitan durante el invierno. Ojalá que cuando leas estas historias, te sientas muy cerca de los animales. Tan cerca, que los admires y que luches siempre por protegerlos.

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HIPOCAMPO Hipocampo y su pareja eligieron un arrecife poblado de algas y corales, enroscaron su cola en la vegetación acuática y se quedaron a vivir allí.

MARES Y COSTAS

A pesar de los peligros del mar, Hipocampo confiaba en sus poderes defensivos. Era campeón de camuflaje: para confundir al enemigo, cambiaba de color con facilidad, desde el amarillo hasta el negro. Además, sus ojos eran capaces de mirar en diferentes direcciones al mismo tiempo; por ejemplo, con el derecho podía percibir una morena y con el izquierdo, un ejército de peces damisela.

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Aunque el rostro de Hipocampo era semejante al de un pequeño caballo, su cuerpo había sido creado para vivir dentro del océano: tenía una trompa para succionar el plancton, una aleta y una cola prensil que le servía para sujetarse de las algas del fondo. Sin embargo, Estrella de Mar juraba y perjuraba que algún día Hipocampo saldría galopando hacia la playa y se perdería entre la selva.


Dicen que hace miles de años el antepasado de Manatí vivió sobre la tierra, pero una tarde el movimiento majestuoso de las olas lo atrajo de tal manera que se sumergió en el mar. Pronto se adaptó a vivir en la orilla: su cuerpo se alargó como el de una sirena, aprendió a moverse dentro del agua y a utilizar su cola como aleta. Ahí, entre el agua y el aire, formó colonias con otros manatíes que lo siguieron. Se apareó y tuvo un hijo al que enseñó a subir a la superficie para respirar, mientras la madre lo abrazaba y lo alimentaba con leche. Luego, cuando la cría creció, lo enseñó

a pastar, a arrancar las algas que encontraba a su paso y a engullirlas con voracidad. Sólo una cosa le preocupaba al pequeño: el alimento que masticaba contenía tanta arena que le desgastaba los dientes hasta hacerlos desaparecer. ¿Con qué masticaría después? Manatí lo tranquilizó, al decirle que todos los de su especie contaban con unos dientes de reserva ubicados en un lugar secreto: la parte posterior de la mandíbula. Dichosos, padre e hijo masticaron las algas que encontraron dentro del agua.

MARES Y COSTAS

MANATÍ

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TIBURÓN LIMÓN Tiburón Limón llegó a la costa luciendo los tonos luminosos de su espalda. Al verlo arribar, veloz y rudo como una locomotora, los habitantes del mar huyeron despavoridos.

MARES Y COSTAS

Como Tiburón Limón estaba hambriento, se abalanzó sobre una colonia de moluscos. Luego engulló un plato de agujas, tortugas, atunes y camarones. Insatisfecho, buscó algo más. Un olor a sangre lo inquietó: un pez espada de doscientos kilos

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había mordido el anzuelo proveniente de un barco pesquero y se agitaba desesperado. Tiburón Limón aprovechó la ocasión. Con furia, abrió sus terribles mandíbulas y le clavó los dientes al moribundo. Después de rasgarlo, perforarlo y triturarlo, su estómago quedó repleto. Avanzó contento. Su sonrisa mostraba cinco hileras de dientes afilados y deslumbrantes.


Tras un prolongado esfuerzo, Tortuga Laúd emergió del mar. Tenía los ojos llenos de lágrimas, y por eso Gaviota imaginó que sufría penas de amor. Pesada y lenta, la hembra caminó con su caparazón de cuero para depositar sus huevos dentro de la arena. De pronto un hombre se acercó e intentó robarle su carga. Ante la amenaza, Tortuga Laúd permaneció inmóvil, indefensa. Por fortuna un vigilante costero acudió en su ayuda y después de una fatigosa persecución capturó al depredador.

MARES Y COSTAS

TORTUGA LAÚD

A salvo, dando pasos breves, Tortuga Laúd seleccionó el lugar donde fabricaría su nido. Cavó un agujero en forma de cántaro, se acomodó sobre él y puso decenas de huevos. Eran de color blanco y de figura casi esférica. Cubrió el nido con arena y regresó al mar sobre sus propias huellas. Sesenta días y sesenta noches tardarían en nacer las pequeñas. Frágiles, con caparazón blando y un sinfín de escamas, abandonarían el nido y se internarían en el mar para iniciar una nueva vida.

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AJOLOTE Ajolote vivía en un canal cubierto de lirios acuáticos. Su mayor deseo era llegar a convertirse en salamandra, no como sus padres y abuelos que siempre fueron ajolotes. Aborrecía su figura, odiaba sus ojos pequeñísimos y su piel transparente. ¿Era un gusano?, ¿un lagarto?, ¿una larva insignificante?

HUMEDALES, RÍOS Y LAGOS

Desilusionado de sí mismo, cavó un túnel y se escondió dentro. Allí, se alimentó de lombrices, renacuajos y pequeños crustáceos. Un día, aburrido de su triste existencia, se puso a dormir. Soñó entonces que una terrible sequía asolaba el canal.

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Muchos anfibios sucumbían a la ausencia de agua, pero no él, su cuerpo comenzaba a cambiar: sus branquias rosadas desaparecían y su piel se pintaba de un azul luminoso con elegantes franjas negras. Estaba sucediendo el milagro de la metamorfosis. ¡Al fin se transformaba en una majestuosa salamandra! Ajolote despertó, su desilusión fue grande. Seguía siendo el anfibio de siempre, él sabía que sólo uno entre mil ajolotes correría con esa suerte.


La hembra Cocodrilo dio leves patadas sobre la arena en busca de una respuesta. Semanas antes había enterrado sus huevos en ese sitio y ahora esperaba ansiosa escuchar las voces de sus criaturas. ¿Había llegado la hora del nacimiento? Insistió dando una serie de golpecitos sobre el suelo. Fue inútil: el silencio se había adueñado de la ribera. Durante varios días regresó al lugar. Aunque la arena era muy extensa, siempre localizaba, al igual que un pirata, el sitio exacto donde había enterrado su tesoro. Por fin llegó el día esperado. La hembra Cocodrilo palmeó sobre la tierra

y un concierto de chillidos agudos y lastimeros se escuchó bajo la arena. Emocionada, desenterró a sus crías y, a pesar de la fiereza que la caracterizaba, las miró con ternura, como si llevara siglos conociéndolas. Se alegró. Desde ese momento las enseñaría a reptar, caminar, correr y nadar. A tomar baños de sol, cazar y a tragarse su presa entera. A habituarse a su corteza áspera, seca y verdusca, y también, en las noches más serenas, a recordar aquellos tiempos legendarios cuando los cocodrilos eran criaturas de piel dorada y luminosa.

HUMEDALES, RÍOS Y LAGOS

COCODRILO DE RÍO

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FLAMENCO Una nube rosada se posó sobre la laguna. Era una bandada de flamencos: machos y hembras que iniciaban el ritual del cortejo.

HUMEDALES, RÍOS Y LAGOS

Flamenco estiró el cuello y movió el pico de un lado a otro. Una hembra le respondió subiendo y bajando la cabeza en tanto extendía sus alas para lucir los tonos intensos de su plumaje. Juntos danzaron largo rato y se aparearon. Sus graznidos quebraron el silencio.

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Tiempo después, la bandada se dirigió hacia un lago quieto y apartado para fundar una colonia de cría. Flamenco dobló su largo cuello y recogió con el pico un poco de barro y plumas para construir un nido. Dentro de éste, su pareja depositó su único huevo. El día en que un polluelo de color gris rompió el cascarón, Flamenco y su pareja se dedicaron a cuidarlo y a conseguirle alimento: pequeños camarones que teñirían su plumaje de color rosado. Cuando la cría fue capaz de caminar, sus padres lo dejaron por primera vez en la guardería, y volaron a otra zona del lago para comer algas y descansar. Al regresar, en medio de la confusión y entre miles de crías, Flamenco reconoció a su vástago. ¿Fue el plumaje?, ¿la mirada?, ¿su figura delicada? Lo cierto es que Flamenco y su polluelo aleteaban gozosos para celebrar el reencuentro.


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