Josep M. Triginer
Memoria de una transiciรณn inacabada De la clandestinidad a la unidad socialista
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra www.conlicencia.com http://www.conlicencia.com; 91702 19 70 / 93 272 04 47 Primera edición: Diciembre de 2018 © del texto: Josep M. Triginer Todas las imágenes proceden del archivo personal de Josep M. Triginer © de esta edición: Edicions i produccions multimèdia Els Llums SL www.edicioneslalluvia.com edicioneslalluvia@edicioneslalluvia.com Barcelona
ISBN: 978-84-15526-77-3 Depósito Legal: B 28029-2018 Printed by DC Plus Serveis editorials
En memoria de Antonio Fabra y Carlos Barral, activistas del socialismo democrático en Cataluña.
Muchas ideologías para combatir el Régimen y pocas ideas para hacerlo posible.
Índice
LA CLANDESTINIDAD ....................................................... 13 Introducción ............................................................................ 15 Mis raíces ................................................................................ 19 Aprendizaje ............................................................................. 27 Eclosión ideológica.................................................................. 51 Oposición al Régimen ............................................................. 61 Renovación ideológica............................................................. 73 Renovación del PSOE ............................................................. 85 La vía catalana ........................................................................ 99 La Federación Socialista de Cataluña, FSC-PSOE ................. 109 MATERIAL GRÁFICO ....................................................... 119 LA TRANSICIÓN ................................................................ 135 Base social socialista .............................................................. 137 Complicidad europea............................................................. 151 La oposición se une ............................................................... 155 Empieza la ruptura ................................................................ 167 9
Reorganización de la FSC-PSOE............................................179 Estrategia política catalana .....................................................189 Poder y superestructura ..........................................................197 Unidad socialista....................................................................201 Socialistes de Catalunya .........................................................213 Epílogo ..................................................................................233 ANEXO DOCUMENTAL ....................................................249
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¿Cuántas reformas son necesarias para hacer una revolución? Julián Besteiro (1870-1940)
LA CLANDESTINIDAD Inicios, formación política en Europa y la clandestinidad
Introducción Solo aprenderemos de nuestra historia si la interpretamos con realismo, huyendo de epopeyas y de personalismos. Mientras los españoles luchábamos por recuperar nuestra democracia, asistíamos a la ruptura del relato ideológico tradicional. Por sensible que fuera la percepción de nuestra sociedad mientras combatíamos el franquismo, sigue siendo verdad que los sentimientos son los que posicionan a las personas, pero son las decisiones racionales las que deciden el rumbo de cualquier política. Es decir, por importantes que sean los sentimientos, las decisiones políticas deben ser racionales.
La política no consiste en hacer discursos, sino en tomar decisiones.
A continuación, muestro los puntos en los que se resume el propósito de mis memorias políticas, procurando dar a conocer la Transición democrática de forma realista, intentando contribuir a que cada persona pueda ser capaz de impulsar nuestro futuro colectivo, con plena consciencia de lo que está haciendo. – A menudo se desvanecía la vinculación entre el universo privado de cada librepensador y su percepción de la sociedad. – La opinión de cada persona en particular no se puede considerar como representativa de parte de la sociedad.
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– La función de la política no es la de explicar lo que está pasando sino de regular el funcionamiento de la sociedad utilizando todos los instrumentos disponibles. – No queríamos aumentar el número de socialistas conversos sino comprometer a los ciudadanos con las decisiones que supone decidir el rumbo que la sociedad debe emprender.
En otoño de 1959, en uno de los trayectos entre Tàrrega y Terrassa, me encontré con Ramón Gutiérrez Montes, un amigo de mi familia que, tras una agradable charla, convinimos en volver a vernos para saciar mi curiosidad en política y su evolución.
Comentamos algunos aspectos del Plan de Estabilización. Fue él quien me informó de que los españoles desaprovechamos dos oportunidades para recuperar la democracia desde la II Guerra Mundial, y el reto que teníamos en aquellas fechas era el de saber si seríamos capaces de hacer lo necesario para no desperdiciar la oportunidad que nos brindaría el fallecimiento del dictador. La primera oportunidad fue consecuencia de la Nota Tripartita de los aliados occidentales que, el 4 de marzo de 1946, condujo al Pacto de San Juan de Luz entre Gil Robles, que decía representar a las fuerzas monárquicas, e Indalecio Prieto, que negociaba en nombre del PSOE. La segunda oportunidad tuvo lugar en la Conferencia de Múnich de 1962, cuando los demócratas españoles no fueron
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capaces de concertar un proyecto democrático de mínimos; y la tercera oportunidad nos la brindaría la defunción de Franco. Yo fui una de las personas dispuestas a hacer lo que fuese para aprovecharla. La recuperación de la democracia ha sido el propósito de los demócratas, a cuyo relato he dedicado la primera parte de mis memorias políticas, comentando tanto el entorno político como las decisiones que tuvimos que adoptar o asumir para democratizar el futuro de los españoles. El sostén de este relato se basa en la privilegiada información procedente de compañeros activistas y dirigentes del PSOE, por haber sido uno de los protagonistas impulsores del socialismo democrático en España, desde Cataluña. No pretendo un relato épico sino explicar los hechos con realismo, para que todos podamos aprender de las experiencias que han ido configurando la sociedad que tenemos.
He decidido diferenciar, de mis memorias políticas, la parte relacionada con la lucha contra el Régimen y la parte en que todos hemos de contribuir a la modernización de nuestra sociedad y que se inicia a partir del momento en que la soberanía popular mandata a sus representantes para que inicien el proceso histórico destinado a modernizar nuestra sociedad. Siempre he dado por supuesto que la democracia era la base de partida para involucrar a los ciudadanos en la definición de un modelo de convivencia que pueda traducir la sensibilidad social y política de los ciudadanos en decisiones concretas, posibles y fiables. Podemos copiar las razones, normas y los procedimientos de la democracia, con lo que facilitaremos su desarrollo en 17
nuestro paĂs. Lo que nunca podremos copiar es la cultura o culturas en las que se sostiene su desarrollo. Esa es nuestra asignatura pendiente, y un camino que tendremos que recorrer, aunque sea con menos tiempo que el que necesitaron otros paĂses.
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Mis raíces
Con ellas se cimentaron mis convicciones políticas
Soy parte de la generación de postguerra que creció con el temor a la arbitrariedad del poder, soportamos el racionamiento y nos preocupaba la denuncia de cualquier vecino si nuestros deseos o pensamientos no eran «políticamente correctos». Ese es el relato de quien, sin habérselo propuesto, renunció a su vida de profesional dedicada a la ingeniería y la técnica para acabar siendo uno de los protagonistas de la Transición. Nací en la Villa de Agramunt (Lleida) el 11 de junio de 1943, en una casa habilitada para refugiados, ya que la vivienda de mis padres había sido derribada por un bombardeo de la aviación alemana y tras la Guerra Civil, los nacionales se incautaron de las máquinas del taller1 que mi padre compartía con su hermano. En mi casa, nunca se hablaba de política, aunque mi padre leía cada día La Vanguardia y estaba suscrito a una revista
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La doctrina del franquismo fue la de que los costes de su guerra tenían que ser resarcidos por los vencidos.
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americana titulada: Mecánica Popular. Las sobremesas de cada noche trataban sobre lo cotidiano, sobre el taller o sobre dilemas técnico-científicos. Cada sobremesa representaba una manifiesta competitividad entre mi padre y mi hermano mayor, a la que más tarde me incorporé con debates con mi hermano. En el ambiente familiar predominaba la catalanidad, aunque con diversas sensibilidades entre unos y otros. Para mi madre, la mejor representación de la catalanidad era el monasterio de Montserrat, mi padre se sentía representado por la burguesía catalana que, en la segunda mitad del siglo XIX, utilizaba su crédito y medios económicos para que Cataluña contase con las infraestructuras que se necesitaban en la época, supliendo la lejanía del Estado con respecto a los servicios públicos. Bajo un punto de vista mucho más emocional, a mi padre le conmovía «La Santa Espina», a mi madre el Virolai y a mí me emocionaba Cançó d’amor i de guerra. En lo que se refiere a convicciones, mi padre era anticlerical; mi madre, católica; y los hermanos procurábamos escaquearnos de supuestas obligaciones religiosas. Nunca se hablaba de política, aunque el antifranquismo era manifiesto. Cuando aprendí a leer, los cómics y los fascículos de Radio Maymó eran mis lecturas favoritas. La fluidez en la lectura se acrecentó gracias a que en Agramunt contábamos con un librero que nos dejaba leer los cómics que tenía en exposición. La avidez por la lectura fue útil a partir del momento en que advertí que tenía más preguntas que respuestas. En mi infancia, los niños acostumbrábamos a utilizar las calles de todo el pueblo para jugar. Eran juegos competitivos y peligrosos. Solíamos utilizar las ruinas de las casas derruidas por la guerra para buscar supuestos «tesoros» o para ocultarnos de la pandilla de barrio con la que competíamos. 20
La presión de mi madre para sacarme de las calles y la convicción de mi padre de que las personas valen por lo que saben fue lo que les indujo a proporcionar a sus hijos la mejor educación posible. A los ocho años, me internaron en el convento de Sant Bartomeu de Bellpuig, lugar en el que conviví con la pobreza extrema de mi entorno. De allí, me sacó mi padre cuando advirtió que la enseñanza que recibía no seguía el programa oficial del Bachillerato. A la salida del convento, recibí lecciones de mi tío Guillén en su casa de Ibars de Urgell para el preparatorio en el Instituto de Lleida. El primer curso de bachillerato lo hice en Agramunt, el segundo en los Jesuitas de Sarrià y el tercero en el convento de Balaguer, del que logré que mi madre viniera a socorrerme gracias a una carta lacrimosa que le envié, sorteando el control que aplicaban los monjes a la correspondencia que mantenían los alumnos. El cuarto curso y la reválida los cursé en Agramunt. Con semejante trasiego, comprobé, por mí mismo, los diferentes propósitos de cada uno de los lugares de donde fui alumno. En Bellpuig, se formaban «misioneros» destinados a difundir la ideología católica. En Agramunt, se preparaban jóvenes para que aprobaran los exámenes del Instituto de Enseñanza Media de Lleida. En Balaguer, se formaban buenas y caritativas personas y, en los Jesuitas de Sarrià, se instruía a los jóvenes para que pudieran competir en todos los terrenos, incluyendo el religioso, formando una red de complicidades que servía para afianzar las relaciones entre las buenas familias catalanas en su posterior desarrollo profesional. Las contradictorias influencias religiosas y el ambiente racionalista que vivía en mi casa dieron lugar a que soslayara la moral religiosa, prefiriendo una moral civil o laica. En aquella época, era un admirador y seguidor de los versos de Rudyard 21
Kipling 2 . Siendo adolescente, mi ídolo femenino era Jane Fonda, de la que me gustaba su actitud contestataria, su porte desenfadado y su lucha por los derechos civiles, en auge en los Estados Unidos en aquellos años.
Fue en la adolescencia cuando percibí mi sensibilidad respecto al entorno en el que vivíamos. Tanto mis padres como yo mismo nos sentíamos catalanes por razones culturales, aunque no tuviéramos la misma sensibilidad política y social. Mi herencia familiar, en lo que se refiere a la sensibilidad respecto a mi entorno vital, procede en gran medida de la influencia de mi padre. Compartía su desconfianza hacia quienes necesitaban afianzar su identidad con uniformes o enarbolando banderas. Medía por el mismo rasero a totalitarios, comunistas, nazis, falangistas o nacionalistas. Era anticlerical, antifranquista, orgulloso de ser un emprendedor. Tenía dudas fundadas sobre su convicción de que cada persona es responsable de su propio futuro. El primero de mis impactos vitales lo percibí durante el período que cursaba la enseñanza primaria en Agramunt. Pretendí que mi padre me autorizara a ir con mis amigos a un campamento de verano. En cuanto se lo expuse, su rostro se transfiguró y me contestó con una ira inusitada, increpándome: «¿Con esta purria? Antes preferiría verte muerto». Al duro im-
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Los versos de la moral victoriana son ajenos al sentimiento de culpa inducido por la moral católica.
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properio, le siguió un espeso silencio. No recuerdo haber percibido jamás un reproche semejante, tan cargado de odio y rencor... Nunca olvidaré los detalles y los silencios del momento. Poco después, supe que aquellos campamentos de verano los promovía la Falange Española para adoctrinar a la juventud. Esa fue la herencia que recibí, no muy distinta de la recibida por mi generación, aunque con una influencia familiar más enriquecida. Nuestra generación tuvo que aprender a empezar de nuevo desde bases que pudieran ser un marco de convivencia idóneo, aunque no teníamos ni idea de lo que se podía hacer. Mi segundo impacto vital vino de la mano de la percepción de la miseria que viví y compartí en el entorno familiar de mis amigos. Algunos de ellos fueron recluidos en conventos, porque sus padres no podían alimentarlos; era como si los hubiesen vendido al convento a sabiendas de que, si abandonaban el entorno familiar, podrían labrarse alguna oportunidad de futuro. Los chicos aceptaban su suerte con resignación, en la creencia de que no podían escapar de un fatal e inexorable destino. Conviví con jóvenes que jugaban descalzos al fútbol para no estropear sus alpargatas. Eso sí, nadie renunciaba a su dignidad y respondían a mis preguntas sonriendo y diciendo que lo hacían para fortalecer su espíritu y sus pies. No era cuestión de ser más o menos pobres. Eran personas que se habían rendido y renunciado a cualquier esperanza; personas a las que su experiencia les negaba la oportunidad de pensar en motivos para luchar. Desde la formación que yo había recibido, quienes renunciaban a luchar para sobrevivir languidecían dando a su vida la función de un autómata y, con el tiempo, la de unos vegetales enterrados en vida.
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Cuando estudiaba el bachillerato superior en la academia de Agramunt, tenía el propósito de estudiar Económicas en la Universidad de Barcelona. El propósito se truncó al decidir mi familia que sería mejor aprovechar el plan de estudios de Peritos Industriales, porque el plan de Ingenieros Técnicos era menos completo y la familia no consideraba la posibilidad de que pudiera estudiar cualquier otra disciplina académica. Esa fue la razón por la que me matriculé en la Escuela Industrial de Terrassa en otoño de 1959. Fijé mi residencia en el mismo colegio mayor en el que residía mi hermano. Allí tuve ocasión de estimular mi formación humanista a través de debates que, sistemáticamente, organizábamos el grupo de doce amigos del colegio mayor, con diferentes especialidades. Aquella fue mi ágora personal, el lugar donde discutir de moral, política, juventud, culturas, costumbres... Aquellos debates sirvieron para impulsar mi formación interdisciplinaria y me indujeron a leer libros de historia, ensayos y temas especializados en sociología, ciencia, economía, técnica, psicología..., entre otras razones para alardear con mis propios amigos. Yo era de los que gustaba lucir de conocimientos, datos y citas.
A finales de 1959, me encontré con Ramón Gutiérrez, personaje que había sido encargado del Taller de Agramunt. De su vida, sabía que, por ser socialista, había estado en la cárcel y había sido condenado a tres penas de muerte que le fueron conmutadas. Aunque era consciente de mis limitaciones, pocos podían ganarme en empirismo, racionalidad y pragmatismo. En ese entorno de variopintos comentarios y de dudas razonables, 24
Ramón Gutiérrez invocó la eventual diferencia entre moral y política que, según decía, «la moral involucraba a cada persona y la política al conjunto de la sociedad». La reflexión me cautivó porque, por grande que fuese mi libertad, la capacidad para ejercerla y la propia supervivencia dependían de la organización y gestión de la sociedad. Las paradojas que emergieron fueron un reto intelectual sobre el que carecía de respuestas, pues dependían del supuesto que los derechos individuales no fueran contrarios al interés del conjunto de la sociedad. Había entrado en contacto con una nueva forma de percibir la realidad, dándome motivos para estimular mi curiosidad, ávida de saber, interesado en hurgar donde pudiese aprender. Con ese estado de ánimo, expresé mi simpatía por los países democráticos. Durante la conversación, me ofreció la posibilidad de conocer a jóvenes con inquietudes similares y la oportunidad de ir y participar en cursillos de debate político, que tenían lugar en el sur de Francia. Esto último fue una oportunidad que me fascinó; fue la razón por la que intercambiamos teléfonos y direcciones.
En Barcelona, conocí a jóvenes trabajadores, unidos por su amistad, anhelo de justicia social y por un desmesurado orgullo de ser parte de la clase trabajadora. Eran ávidos receptores de ideas y experiencias que reforzaban su convicción de que el futuro político de la sociedad era de los trabajadores. No necesitaban ideologías para mantenerse unidos. Les bastaba con ser parte de la lucha por la justicia social y la recuperación de sus libertades. Pocos eran capaces de sostener un debate ideológico, pero reconocían las soluciones que necesitaban, como obre25
ros o como ciudadanos. En lo que se refiere a su formación, en el mejor de los casos, habían leído la declaración de principios del PSOE. Otros, más entregados, habían leído libros como La madre de Maksim Gorki, Las ruinas de Palmira de François de Volney o El Manifiesto Comunista. Resultaron ser buenos compañeros y amigos, aunque nuestras experiencias y mentalidades fuesen distintas. Su compromiso era emocional y práctico, sin alardes ideológicos, con arraigadas convicciones, en relación con su conciencia de clase. Pude comprobar que algo parecido sucedía en otros partidos, incluso entre quienes se suponía que eran dirigentes reconocidos. Más allá de tales observaciones, había una convicción que unía a la oposición: nadie estaba dispuesto a vivir la experiencia de una nueva guerra civil, con excepción de los maoístas, que creían necesario destruirlo todo para empezar de cero. En ese período, los militantes del PSOE, en cualquier agrupación, también lo eran de la UGT (Unión General de Trabajadores). La mayoría de los afiliados tenían antecedentes familiares o personales anteriores a la Guerra Civil, aunque no todos los antecedentes familiares fueran del PSOE o de la UGT, pues advertí que se habían producido desplazamientos políticos a resultas de las experiencias vividas.
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MATERIAL GRÁFICO
Cartel del XIII Congreso del PSOE (1974) en el exilio y del del PSOE (1976).
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Josep M. Triginer en su despacho de la calle Balmes de Barcelona.
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Congreso
Mitin de la Llibertat celebrado en el Palau d’Esports el 22 de junio de 1976
Josep M. Triginer en la manifestación del 11 de septiembre de 1976 en Sant Boi. Detrás a la izquierda se puede ver a Ramon Trias Fargas
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Felipe Gonzรกlez y Josep M. Triginer en el (1976).
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congreso de la FSC-PSOE
Felipe Gonzรกlez, Willy Brandt y Olof Palme en el XXVII Congreso del PSOE (1976) donde Josep M. Triginer fue elegido miembro de la ejecutiva.
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Felipe González y Josep M. Triginer en el mitin en Barcelona el 30 de Abril de 1977 en el Palau d’Esports.
Josep Andreu Abelló, Josep M. Triginer, Felipe González y Joan Reventós en el mitin de la Plaza de la Monumental durante la campaña electoral de las primeras elecciones generales (junio 1977).
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