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Cuentos para conversar
NOSOTROS
Gerardo Daniel Cirianni*
Es interesante que la palabra cuento en nuestra cultura se equipare a la palabra mentira. “No me venga con cuentos” es una expresión común que, nadie lo ignora, es una forma de decir “No me engañe”. Esto no es casual. Relacionar ficción con mentira forma parte de una idea de la vida que ha marginado los sueños, que los ha puesto en un orden de importancia bastante menor. Es preciso volver a poner los cuentos en el lugar que se merecen, o sea, en el centro de nuestra vida. Vemos dos motivos para que así sea: hacer la vida cotidiana más llevadera para todos y poder mirarnos desde un lugar poco habitual.
en los cuentos, parece que las cosas les ocurren a otros, aunque en realidad lo que nos llama la atención en lo que les pasa a esos otros es que se trata de cosas que nos preocupan, agradan o interrogan.
Los cuentos nos presentan personajes y acontecimientos que se desarrollan en tiempos específicos. Las cosas que les ocurren a estos personajes generan atmósferas que producen cierto tipo de emociones, y los sucesos se enlazan de tal manera que es probable predecir desenlaces, aunque muchas veces éstos no ocurran como los habíamos previsto. ¿No es acaso así la vida de todos nosotros? ¿No son estos personajes, sus lazos o sus rupturas, las atmósferas que ocurren a partir de lo que hacemos o lo que nos hacen, lo que da lugar a desenlaces predecibles, aunque a veces el azar o lo transitoriamente inexplicable decida otro rumbo de las cosas?
* Maestro y, desde hace más de veinticinco años, formador de maestros en varios países de América
Latina. Reside en Argentina, donde dicta seminarios y conferencias. Pasa algunos meses del año en
México dando charlas y talleres a maestros, profesores de educación media y educadoras de nivel preescolar.
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Por eso es tan importante leer cuentos, porque desde allí miramos un mundo en apariencia ajeno que, de golpe, en un recodo de la historia nos confronta con nuestra propia realidad. Hay entonces, en la lectura de cuentos, propósitos estéticos, de disfrute con las palabras por el disfrute mismo, y también propósitos de fortalecimiento del pensamiento lógico y de reflexión sobre el plano de las emociones. Todo ocurre de manera simultánea; si hacemos la distinción, es por motivos meramente didácticos.
Hemos elegido, para empezar, seis historias muy diferentes. Creemos sin embargo que todas tienen un gran valor literario y que su amplitud temática y estética permitirá a personas muy diferentes encontrar en por lo menos una o dos de ellas, ecos suficientemente fuertes como para continuar búsquedas personales que les permitan seguir alimentando ese mundo interior, tan diferente y también tan parecido al que a cada uno nos rodea.
Mi mamá compra flores Pedro Orgambide (1929-2003)
Me inicié en la literatura un día de 1936, a los siete años, cuando la maestra nos dijo que escribiéramos una composición, tema: “Mi madre”.
Muchas cosas me vinieron a la cabeza, pero no podía escribir nada. Entonces observé que mis compañeros escribían con una enorme facilidad y tuve ganas de llorar: yo era un chico de la calle, me costaba mucho expresarme y era el menos aplicado de todos. De golpe, sentado frente a la hoja en blanco pude ver a mi madre. Caminaba por un inmenso mercado repleto de verduras, frutas y flores, un mercado donde se oían las voces de quienes compraban y vendían, voces como de fiesta.
En medio de todo eso, veía a mi hermosa y joven mamá que, aunque éramos muy pobres en aquella época de crisis, siempre compraba un ramo de flores, un pequeño y muy humilde ramo de flores. La cabeza se me pobló de imágenes; veía las mudanzas de mi familia que deambulaba de barrio en barrio durante la década del treinta. Y todo eso se me vino de golpe en una sola metáfora de lo que era mi vida a los siete años. Y cuando vi la hoja en blanco, ese papel blanco que todo escritor teme y desea a la vez, yo escribí simplemente: “Mi mamá compra flores”. Esa era mi composición.
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Solamente pude escribir esas cuatro palabras.
La maestra, que seguramente no conocía la pedagogía moderna –que se debía estar inventando en ese preciso momento– me puso un bonete de burro y me dijo: “Nunca en la vida podrás escribir, ni siquiera una carta”.
Ese día, ese preciso día, decidí ser escritor.
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La infancia, la familia, la escuela nos han dejado imágenes, recuerdos, que todos tenemos, aunque rara vez volvemos a ellos. Traerlos a nuestro presente dará lugar a conversaciones riquísimas. Podemos reconstruir anécdotas de todo tipo y cada una de ellas reflejará emociones diversas.
Alguien afirmó alguna vez que infancia es destino. Creo que es una afirmación un tanto extrema. Sin embargo, lo que ocurra en la infancia, todos lo sabemos, influye de manera notable en nuestro modo de ser, en nuestras posibilidades emocionales y también en las restricciones a las que muchas veces nos sometemos.
Les sugiero hacer una primera lectura silenciosa y luego escuchar al menos a dos personas diferentes leer la historia en voz alta, con el ritmo y las pausas que cada una considere necesarias para la mejor interpretación de lo que se cuenta. Esto podría ser antes de que se abra una ronda de conversación sobre recuerdos, experiencias, alegrías y dolores que nos ha dejado esa etapa fundamental de la vida y esos dos lugares que a todos de alguna forma nos han constituido: la familia y la escuela…
Y, por supuesto, si alguien tiene deseo de escribir algo alrededor de todo esto, ¡bienvenidas las escrituras!
El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo. De todas las mariposas de alfalfa que nos siguieron desde Mansilla, la última se rezagó en Desvío Clé. Nos acompañamos u tterstock ese trecho, ella con el volar y yo con la mirada. Ve- S h nía con las alas de amarillo adiós, y, de tanto agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una fuente ardía. Y corrió todavía con las alas de echar el resto: una mirada también ardiendo paralela al no puedo más en el costado de tren que siguió.
La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín. En tren es casi lo que andar en mancarrón.
Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres hasta Buenos Aires.
Casi a mediodía entró el guarda con paso de “aquí van a suceder cosas”, y hubo que ocultar a cuanta cotorra o pollo vivo inocente de Dios se estaba alimentando.
En el ferry fue tan lindo mirar el agua. ¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara.
Tomado de Cartas para que la alegría (1959)
En este brevísimo relato, se habla de un sentimiento fuerte y muchas veces temido: la nostalgia, la melancolía, el pesar que ocasiona un cambio, el dolor de una pérdida.
El texto nos ofrece la posibilidad de reconocer este tipo de emociones para ayudar a elaborarlas y de esa forma aliviar la carga, pues negarla implica vivir con dolores cuyo origen muchas veces no podemos reconocer.
A lo mejor, si nos detenemos en detalles, podríamos abrir inesperadas ventanitas de conversación. Un ejemplo podría ser: “El viaje lo trajimos lo me- jor que se pudo” o la mención de la mariposa que lo acompañó un trecho hasta que lo despidió (momento especialmente dramático del relato); la enumeración detallada del cumplimiento de los encargos (que sin duda es un recurso para seguir charlando con quien ya no está, como si estuviera presente);
la entrada de figuras como la del guarda del tren, que simboliza una cultura desconocida en la paz campesina, un guarda que es algo así como la presencia del control de la vida urbana; y finalmente el reconocimiento de que el personaje se siente triste, desolado, pero eso sólo puede reconocerlo cuando le piden que cante, o sea, que emplee la voz en estado de pura emoción.
Este desmenuzamiento de los detalles del relato no tiene la intención del análisis literario, sino todo lo contrario: el propósito es volver a él con el recurso de la lectura en voz alta para cargar de emoción cada palabra, para darle el ritmo y los silencios que requieran las circunstancias afectivas que lo van alimentando. Lo ideal es volver a escucharlo en voces diferentes para disfrutar cada interpretación. La conversación sobre todo lo que lleven y traigan a nuestras almas esas pocas líneas no tiene límite ni tiempo; eso el grupo lo determinará.
El reino endemoniado Enrique Anderson Imbert (1910-2000)
De los cuatro puntos cardinales del mundo acudieron cuatro magos, convocados por el rey para que pusieran coto a los sucesos extraordinarios que enloquecían a los súbditos y alteraban la estabilidad misma del reino. Antes, debían probar sus poderes.
Fueron al patio, en cuyo centro había una gran higuera. El primer mago cortó unas ramitas, las convirtió en huesos y armó un esqueleto. El segundo lo modeló con higos que se convirtieron en músculos. El tercero envolvió todo con una piel de hojas. El cuarto exclamó: “¡Que viva!”.
El animal así creado resultó ser un tigre, que devoró a los cuatro magos.
Probaron así sus poderes, pero lejos de resolver el mal, lo empeoraron, pues ahora el tigre, que había huido al bosque, solía volver para comerse al primero que encontrara. Los cazadores que partieron en su búsqueda no lo hallaban o sucumbían bajo sus garras.
El rey tenía una hija, famosa por su sonrisa. Sonreía y desarmaba a todo el mundo. Conmovida por la aflicción de su padre, la princesa, sin avisarle, fue a amansar al tigre con su sonrisa. Esa misma tarde, la amansadora princesa y Shutterstock el ya amansado tigre regresaron al palacio: la princesa adentro, y su sonrisa, en la cara del tigre.
Los cuentos de humor con ironía son muchas veces de difícil lectura para quienes están acostumbrados a quedarse con lo superficial de la historia, con lo anecdótico. La acción de leer reclama permanentes esfuerzos de interpretación. Cuando además nos encontramos, como en el caso de este relato, con humor irónico, la lectura implica un desafío mayor, porque leer el humor implica encontrar una entonación adecuada y silencios que den más fuerza al desenlace de la historia.
Existe también otra cuestión que a veces se ignora o no se tiene suficientemente en cuenta, y es que el humor no es universal, cambia mucho entre los distintos sectores sociales, culturales y etarios (grupos de edad). Por eso a veces la elección del cuento con humor no resulta la adecuada, no porque el cuento no tenga calidad literaria, sino porque no hemos tenido muy claras las características de los destinatarios con quienes queremos compartirlo.
Hechas estas aclaraciones y esperando que las personas con las que compartamos la historia disfruten este relato, deberíamos invitarlas a realizar un par de lecturas en silencio para que imaginen los modos y los ritmos de su lectura.
Aunque este es un cuento breve, requerirá diferentes maneras de encarar la lectura de sus párrafos. Luego de pensar bien cómo se podría leer cada uno, invitemos a que lean el relato completo en voz alta todos los que deseen hacerlo. Los intercambios posteriores de opiniones son y serán siempre la sal de estos encuentros con la palabra escrita.
Los animales en el arca Marco Denevi (1922-1998)
Sí, Noé cumplió la orden divina y embarcó en el arca un macho y una hembra de cada especie animal. Pero durante los cuarenta días y cuarenta noches del diluvio, ¿qué sucedió? Las bestias, ¿resistieron las tentaciones de la convivencia y del encierro forzoso? Los animales salvajes, las fieras de los bosques y de los desiertos, ¿se sometieron a las reglas de la urbanidad? La compañía, dentro del mismo barco, de las eternas víctimas y de los eternos victimarios, ¿no desataría ningún crimen? Estoy viendo al león, al oso y a la víbora mandar al otro mundo, de un zarpazo o de una mordedura, a un pobre animalito indefenso. ¿Y quiénes serían los más indefensos, sino los más hermosos? Porque los hermosos no tienen otra protección que su belleza. ¿De qué les serviría la belleza en un navío colmado
de pasajeros de todas las clases, todos asustados y malhumorados, muchos de ellos asesinos profesionales, individuos de mal carácter y sujetos de avería? Sólo se salvarían los de piel más dura, los de carne menos apetecible, los erizados de púas, de cuernos, de garras y de picos, los que alojan el veneno, los que se ocultan en la sombra, los más feos y los más fuertes. Cuando al cabo del diluvio Noé descendió a tierra, repobló el mundo con los sobrevivientes. Pero las criaturas más hermosas, las más delicadas y gratuitas, los puros lujos con que Dios, en la embriaguez de la Creación, había adornado el planeta, aquellas criaturas al lado de las cuales el pavorreal y la gacela son horribles mamarrachos y la liebre una fiera sanguinaria, ay, aquellas criaturas no descendie- Shutterstock ron del arca de Noé.
Las lecturas de los cuentos siempre nos brindan por lo menos dos posibilidades de relacionarnos con ellos: la de quedarnos en el plano de lo anecdótico, esto es, de lo que se cuenta en la superficie de la historia, o la de despertar un diálogo interior donde lo que se está contando se pueda vincular con nuestra vida, con recuerdos, circunstancias, cosas que hemos pensado, sentido o incluso padecido.
Por eso, con frecuencia, el mismo cuento puede tener tantas lecturas como lectores. El cuento “Los animales del arca”, por ejemplo, un niño de nueve o diez años podría entenderlo sin dificultad efectuando una lectura que se quede en la descripción de los acontecimientos. Pero si compartimos la lectura en voz alta con niños y personas adultas, es probable que el relato lleve a los adultos a conversaciones interiores sobre la convivencia o sobre la cuestión de los más débiles y los más fuertes y sus repercusiones en la vida social, o sea, a temas filosóficos o político sociales que por supuesto no estarán presentes en la repercusión que la historia pueda tener en el mundo interno de los niños.
Leámoslo en voz alta, permitamos que varias voces lo interpreten cada una a su modo y charlemos sobre todo lo que nos haga pensar. Saldrán cosas inesperadas, no hay duda, todas valiosas para conocernos entre los miembros del grupo y para indagar en nuestra propia historia personal.
La muñeca de Kafka* Paul Auster (1947-…)
Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora, su pareja, lo acompaña. Un día, se encuentran con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contes- ta que ha perdido su muñeca. Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. “Tu muñeca ha salido de viaje”, le dice. “¿Y tú cómo lo sabes?”, le pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. La niña parece recelosa. “¿Tienes ahí la carta?”, pregunta ella. “No, lo siento”, dice él, “me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo.” Es tan persuasivo, que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre misteShutterstock rioso esté diciendo la verdad? Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve cómo se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente; falsa, quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.
Al día siguiente, Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace falta un cambio de aires, y por tanto deben separarse durante una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actividades.
Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así?
Y cumple su compromiso durante tres semanas, Nathan. ¡Tres semanas! Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente. En otras palabras, era su estilo característico y a lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce a otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.
Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.
* Fragmento del libro Brooklyn Follies.
¿Este relato refleja un acontecimiento real? A lo mejor sí, a lo mejor no, pero eso en realidad no tiene mucha importancia. Lo que me parece valioso es que, a partir de un rasgo de personalidad creíble en el personaje de la historia que se narra, se pone de relieve la importancia de la fantasía en la reconstrucción de los sueños perdidos, de la ficción como una herramienta para cerrar heridas, como un recurso terapéutico. Por supuesto que esta misma anécdota podría haber sido escrita sin ninguna belleza formal y por lo tanto no tener ningún valor literario. Sin embargo, en este caso, a la potencia de la anécdota se agrega el modo en que es narrada por el autor, modo que también resul- ta amable para intentar la oralización del texto, esto es, para leerla en voz alta a fin de recuperar el tono de la conversación.
Ese tono de la conversación tan grato a los lectores iniciales y siempre grato a cualquier lector, por más experimentado que éste sea, hace aún más
agradable este cuento, porque trata sobre una anécdota de la vida cotidiana, y las anécdotas de la vida cotidiana generalmente se conversan, no se escriben. Así que habría que invitar a su lectura en voz alta por todos los que quieran hacerlo para disfrutar de todas las entonaciones. Siempre habrá algún pasaje que nos resulte especialmente grato leído por una u otra persona.
Y, por supuesto y como siempre, antes o después de la lectura en voz alta, la invitación a la conversación y el intercambio de ideas y emociones debería constituir una motivación importante para que la lectura nos reúna como comunidad, al menos por un rato.
La joven tejedora Marina Colasanti (1937-…)
Despertaba aún en lo oscuro, como si oyese al sol llegando detrás de las orillas de la noche. Y luego se sentaba en el telar.
Hebra clara para comenzar el día. Delicado trazo de luz, que iba pasando entre los hilos extendidos, mientras allá afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.
Después lanas vivas, calientes lanas se iban tejiendo hora a hora, en largo tapiz que nunca acababa.
Si era fuerte por demás el sol y en el jardín colgaban los pétalos, la joven colocaba en la lanzadera gruesos hilos cenicientos del algodón más felpudo. En breve, en la penumbra traída por las nubes, escogía un hilo de plata, que en puntos largos rebordaba sobre el tejido. Leve, la lluvia acudía a saludarla en la ventana.
Pero si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban a los pájaros, le bastaba a la joven tejer con sus bellos hilos dorados, para que el sol volviese a calmar la naturaleza.
Así, tirando la lanzadera de un lado para otro y batiendo los grandes dientes del telar para el frente y hacia atrás, la muchacha pasaba sus días.
Sh ut t erst o c k
Nada le faltaba. En la hora del hambre tejía un lindo pez, poniendo especial cuidado en las escamas. Y he aquí que el pez estaba en la mesa, listo para ser comido. Si la sed venía, suave era la lana color de leche que mezclaba en el tapiz. Y a la noche, después de lanzar su hilo de oscuridad, dormía tranquila.
Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.
Pero tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que se sintió sola, y por primera vez pensó qué bueno sería tener un marido al lado.
No esperó el día siguiente. Con el primor de quien intenta una cosa nunca conocida, comenzó a intercalar en el tapiz las lanas y los colores que le darían compañía. Y poco a poco su dibujo fue apareciendo: sombrero emplumado, ros- tro barbado, cuerpo erguido, zapato pulido. Estaba justamente colocando el último hilo, cuando tocaron a la puerta.
Ni siquiera necesitó abrir. El hombre puso la mano en el pomo, se quitó el sombrero de plumas y fue entrando en su vida.
Aquella noche, recostada sobre el hombro de él, la joven pensó en los lindos hijos que tejería para aumentar todavía más su felicidad.
Y feliz fue por algún tiempo. Pero si el hombre había pensado en hijos, luego los olvidó. Descubierto el poder del telar, en nada más pensó, a no ser en las cosas todas que él podía darle. —Una casa mejor es necesaria —le dijo a la mujer. Y parecía justo, ahora que eran dos. Exigió que escogiese las más bellas lanas de color de ladrillo, hilos verdes para los batientes y prisa para que la casa aconteciese. Pero lista la casa, ya no le pareció suficiente. —¿Por qué tener casa si podemos tener palacio? —preguntó.
Sin querer respuesta, inmediatamente ordenó que fuese de piedra con remates de plata.
Días y días, semanas y meses, la muchacha trabajó, tejiendo techos y puertas, y patios y escaleras, y salas y pozos. La nieve caía allá afuera y ella no tenía tiempo de llamar al sol. La noche llegaba y ella no tenía tiempo para rematar el día. Tejía y entristecía, mientras, sin parar, batían los dientes acompañando el ritmo de la lanzadera.
Al final el palacio quedó concluido. Y entre tantos lugares, el marido escogió para ella y su telar el cuarto más alto de la más alta torre. —Es para que nadie sepa del tapiz —dijo. Y antes de cerrar la puerta con llave advirtió:
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—Faltan las caballerizas y no olvides los caballos.
Sin descanso tejía la joven los caprichos del marido, llenando el palacio de lujos, los cofres de monedas, las salas de criados. Tejer era todo lo que hacía, tejer era todo lo que quería hacer.
Y tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que su tristeza le pareció mayor que el palacio con todos sus tesoros. Y por primera vez pensó qué bueno sería estar sola de nuevo.
Sólo esperó el anochecer. Se levantó mientras el marido dormía soñando nuevas exigencias. Y, descalza para no hacer ruido, subió la larga escalera de la torre y se sentó en el telar.
Esta vez no necesitó escoger ningún hilo. Tomó la lanzadera al contrario y, lanzándola veloz de un lado al otro, comenzó a deshacer su tejido. Destejió los caballos, los carruajes, las caballerizas, los jardines. Después desbarató los criados y el palacio Shu t t e r s t ock y todas las maravillas que contenía. Y nuevamente se vio en su casa pequeña y sonrió hacia el jardín, más allá de la ventana.
La noche acababa cuando el marido, extrañando la cama dura, despertó, y espantado miró en derredor. No tuvo tiempo de levantarse. Ella ya deshacía el diseño oscuro de los zapatos y él vio sus pies desapareciendo, esfumándose las piernas. Rápida la nada se subió por el cuerpo, tomó el pecho erguido, el emplumado sombrero.
Entonces, como si oyese la llegada del sol, la moza escogió una hebra clara y fue pasándola lentamente entre los hilos, delicado trazo de luz que la mañana repitió en la línea del horizonte.
Este cuento nos permite, en primerísimo lugar, conversar acerca del placer de leer por leer. La historia se desliza deliciosamente entre colores y formas que se abren en ramillete a la imaginación de todas las personas. Esto es lo primero que podríamos hacer después de leer en voz alta este relato. Preguntar: ¿Qué sentían mientras escuchaban la historia? ¿Qué están sintiendo ahora que la historia ha terminado en su etapa de lectura, pero sigue resonando en nuestros espíritus? Traten de contar sentimientos. El tiempo de la reflexión irá llegando poco a poco. No hace ninguna falta que lo apuremos.
Luego sería lindo conversar acerca de si les recuerda a alguna otra historia escuchada o leída, de la literatura clásica para niños o de la literatura en general;
y, si la asocian con alguna historia que ya conocían, si pueden decir en qué se parecen y en qué la notan distinta.
Y claro, después es inevitable referenciar el cuento con la vida personal de los lectores, punto en el cual será muy interesante distinguir la perspectiva de género: cómo la escuchan las mujeres y cómo lo hacen los hombres del grupo, tratando de no confrontar ni ironizar, para dejar fluir todo lo que sin restricciones ni temores quiera o pueda expresar cada persona.
Hay también en el relato palabras que pueden ser el punto de partida de escuchas interiores interesantes, en particular cuando da comienzo el conflicto en el vínculo:
Necesitamos, ordenó, escogió, no olvides, caprichos son palabras que giran en el universo del hombre y que pueden plantear preguntas y detonar respuestas inesperadas.
Y en el universo de la mujer orbitan frases y palabras muy intensas como le pareció justo, no tenía tiempo, entristecía, tejer era todo lo que quería hacer (hay un tono irónico que tal vez no sea fácil advertir, pero ahí está de todos modos). Todo esto también será de mucho interés para abrir diálogos enriquecedores.
Pero siempre es fundamental tener en cuenta que, antes que al pensamiento, es bueno llamar a los sentimientos; ellos nos permitirán ordenar todo lo que tengamos y queramos pensar de un modo más vital, menos atado a la costumbre. ¡Oh, la costumbre!, esa forma universal y atemporal de servidumbre hacia los otros e incluso con nosotros mismos. ¡Mucha suerte con todas las lecturas de todos los lectores!
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