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La razón en las aportaciones culturales y pedagógicas de Kant
e incertidumbres
La razón en las aportaciones culturales
Y PEDAGÓGICAS DE KANT*
Antonio Santoni Rugiu**
Dominio público en commons.wikimedia.org En este texto, el autor presenta los postulados del filósofo alemán Immanuel Kant relativos a la contraposición razón-pasiones, bien universal-placer personal, y aborda las relaciones entre la libertad y el comportamiento moral, que dan lugar a que una actuación moral no sólo se base en la libertad individual, sino que sea la prueba de la existencia de esta última. Asimismo, se refiere al objetivo fundamental de la educación y a sus implicaciones prácticas, en el marco de pensamiento de esta figura central de la Ilustración.
El hombre mismo hace la ley
Immanuel Kant (1724-1804) nació, estudió, escribió y murió en Königsberg, en el norte de la Prusia oriental. El padre de Immanuel era un artesano de pieles que vivía modestamente, casi con dificultades, y lograba hacer sobrevivir a la familia mediante una dura disciplina de trabajo, ahorro y austeridad de vida. A esta altura es
* Fragmento de la obra titulada Milenios de sociedad educadora.
Un encuentro con las raíces occidentales de nuestro quehacer, México: Educación, voces y vuelos, 2000. ** Italiano, historiador de la educación y autor de la serie de libros Milenios de la sociedad educadora. legítimo plantearse la pregunta de que si la descendencia artesanal, más allá de Kant, común a R o u s s e a u , a D i d e ro t y a o t ro s re l e v a n t e s e x p o n e n t e s d e l a re n o v a c i ó n d e e s t e s i g l o , h a b r í a i n fluido en ellos favoreciendo el desarrollo de un marcado espíritu crítico y creativo, como fruto de una particular formación e ideología de las categorías socioculturales en las que habían nacido. Vo l v i e n d o a K a n t , s u m a d re e r a s e g u i d o r a del pietismo, secta religiosa protestante que se oponía a la ortodoxia luterana y calvinista y rev a l o r a b a , e n c a m b i o , l a s u p re m a c í a d e l a a u t o d i s c i p l i n a y d e l a l i b re e l e c c i ó n d e l a c o n c i e n c i a i n d i v i d u a l . U n a v e n a p i e t i s t a s e g u i r á s i e n d o siempre evidente en la posición ético-pedagógi-
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La madre de Kant era seguidora del pietismo, secta religiosa protestante que se oponía a la ortodoxia luterana y calvinista y revaloraba, en cambio, la supremacía de la autodisciplina y de la libre elección de la conciencia individual Obra de Adolph Tidemand (1814-1876)
ca de Kant, confirmada por la experiencia formativa en un colegio de pietistas. En la universidad estudió ciencias físicas, matemáticas y filosóficas para acercarse después a la concepción físico-experimental de Newton, según la cual “la ciencia es experiencia y los enunciados son descripciones, más o menos generalizadas, de los hechos que aparecen empíricamente; pero tal descripción o enunciado tiene lugar dentro y mediante ‘formas’ (conceptos), que no se desprenden de la misma experiencia sino que son fruto de la elaboración mental del científico o del filósofo”.
Pero, ¿es posible una ciencia de lo que no es sensible, de la trascendencia? En otras palabras, reconocida la validez científica del conocimiento de los fenómenos físicos, ¿podemos hacer lo mismo con la metafísica?, es decir, con la parte de la filosofía que trata de las esencias antes que de las cosas. La respuesta de Kant es negativa (aunque no completamente): donde no existen realidades que sea posible sentir y catalogar, sino sólo suponer con el pensamiento, no existen fenómenos sino solamente noúmenos (en griego: lo que se piensa). De hecho, toda afirmación de una verdad que no se pueda demostrar, sobreentiende la premisa “yo pienso”: de esta manera, cuando afirmo que “el alma es inmortal”, más honestamente debería decir “yo pienso que el alma es inmortal”. Kant admite que este impulso a salir del campo fenoménico para llegar a conocer las realidades no aparentes es uno de los objetivos principales de la experiencia humana. Es una motivación preciosa para el espíritu, y es también una meta formativa, pero no constituye una actividad científica en sentido estricto, porque se resuelve siempre en suposiciones e hipótesis no positivamente verificables. A estas alturas ya es clara la llamada “revolución copérnica” que Kant desarrolló en el tradicional sistema de pensamiento, así como el gran astrónomo
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Las primeras obras de Kant sobre la evolución cósmica fueron, en realidad, más científicas que filosóficas en sentido tradicional
polaco la había desarrollado en la relación Tierra-Sol, recabando con aguda falta de prejuicios todas las consecuencias de las premisas ilumin i s t a s y d e l a s m á s re c i e n t e s i n v e s t i g a c i o n e s f í s i c o m a t e m á t i c a s ( s u s p r i m e r a s o b r a s s o b re l a evolución cósmica fueron, en realidad, más científicas que filosóficas en sentido tradicional), y llegando a la conclusión de que “el intelecto humano es el legislador primero de la realidad que puede conocer”. Por eso, el hombre sólo conoce, en cuanto la convalida y la organiza, la íntima razón de las leyes naturales, y puede actuar vol u n t a r i a m e n t e , s i g u i e n d o l a “ r a z ó n p r á c t i c a ” (distinta de la “razón pura” que es la llamada dire c t a m e n t e d e s d e e l c o n o c i m i e n t o ) . L a f u n d a mental premisa iluminista de la omnipotencia de la razón encuentra así en Kant un desarrollo formidable, tanto más válido cuanto que él concilia la necesidad de positividad del pensamiento británico con la de abstracta universalidad del pensamiento alemán. En el momento en que la iniciativa burguesa estaba por hacer explotar una extraordinaria época de invenciones, descubrimientos y realizaciones tecnológicas, en el plano del pensamiento Kant, por primera vez, daba el golpe de gracia a supuestos que hasta entonces parecían perennes e indiscutibles.
S i n o s g u i a r a e x c l u s i v a m e n t e l a r a z ó n , n o existiría el problema de un comportamiento moral, porque la razón misma siempre nos guiaría hacia lo mejor. Pero por desgracia también exist e n l a s p a s i o n e s , p o r c u l p a d e l a s c u a l e s d e b e mos controlar nuestra conducta a través de “imp e r a t i v o s ” q u e i n d i q u e n a n u e s t r a v o l u n t a d l o que ha de hacerse. Ésta es libre: si elige seguir el imperativo, lleva a cabo el bien universal; si se hace tentar, en cambio, por la satisfacción de las pasiones, realiza el placer personal. El imperativo auténtico no es el “hipotético”, que se funda en el “si” (si quieres el premio, sé bueno), sino aquel “absoluto” que induce a una acción en sí buena, universalmente válida: “actúa según una voluntad que pueda elevarse a ley universal”, que cualquiera pueda adoptar en todo tiempo y en todo lugar. “Rousseau me abrió los ojos. Aquella presunta superioridad se desvaneció y aprendí a rendir honores a todos los hombres”. O sea, que para comportarse según una verdadera moral no hace falta ser eruditos, basta “un sano criterio natural” accesible a todos los hombres, que prescinda también de una educación particular, sobre todo de tipo intelectual, y se refiera más bien al “sentido común” del cual ya habían hablado los filósofos británicos contemporáneos.
En definitiva, la moral práctica es cuestión sobre todo de buena voluntad y no se enseña ni se
aprende con el estudio; es necesario sentirla profundamente y perfeccionarla. Es cuestión de voluntad lo que nos lleva a actuar y no sólo a respetar en forma verbal la ley moral, que también es buena, sin pensar si posteriormente nos alejará o no, tanto a nosotros como a los demás, de la felicidad. Otro imperativo categórico es: “actúa de manera que trates siempre y en todo a la humanidad como un fin y nunca como un simple medio”; si realizáramos esta máxima, podremos esperar que un día la humanidad se convierta en una comunidad que finalmente se rija por leyes ideales y racionales. Pero mientras tanto debemos comportarnos como si ésta ya existiera, dar buen ejemplo, “aplicando la ley perfecta en condiciones todavía imperfectas”.
En cierto modo, también el sentido del deber moral existe a priori y no es –diríamos hoy– un dato cultural que derive de la educación y la experiencia. Es más, el deber, el “Yo debo”, para Kant es de tal manera básico para nuestra perso-
tierradeuceda.blogspot.com nalidad que constituye la prueba fundamental de la libertad individual: nosotros somos y sentimos que somos libres, sobre todo en el momento en que realizamos nuestras elecciones morales, aceptando o refutando en forma espontánea el sentido del deber. Así, la libertad, como cualquier otra realidad ideal, no se puede demostrar mediante la razón, pero puede intuirse con el sentimiento ético. La libertad existe, de otro modo no podríamos elegir actuar moralmente.
Con análogo procedimiento, Kant recupera también la existencia de Dios, que anteriormente él había marcado con un signo de interrogación. De la misma manera que el deber motiva y comprueba la existencia de la libertad, así también el mismo sentido motiva la existencia de una vida ultraterrena en la que se premien los comportamientos morales. En otras palabras, el postulado de la inmortalidad del alma renace como necesaria exigencia de una recompensa más allá de la vida humana. ¿Pero quién creó el
Kant es de tal manera básico para nuestra personalidad que constituye la prueba fundamental de la libertad individual Obra de Emil Dörsting titulada Kant y sus convidados (1893)
alma inmortal, la vida terrena y la ultraterrena? He aquí que la idea de Dios regresa, no como una imposible certeza racional ni sólo como un signo de interrogación, sino como otro postulado moral.
La pedagogía kantiana
Las obras de Kant incluyen, por lo general, un pequeño volumen intitulado Pedagogía, escrito en realidad por un asistente suyo, Theodor Rinck, y publicado en 1803. Como todo profesor prusiano de filosofía, Kant tenía la obligación de dedicar cada semestre un cierto número de clases a la pedagogía; el contenido de ellas lo resumió Rinck, con la aprobación del maestro. Kant había sido un entusiasta lector del Emilio de Rousseau y de Hume –siempre con consentimiento directo del filósofo prusiano– que lo hab í a d e s p e r t a d o d e l “ s u e ñ o d o g m á t i c o ” e n q u e había estado sumido desde la precedente filosofía alemana. La influencia de Rousseau se puede e n c o n t r a r e n l a f e q u e K a n t v u e l v e a p o n e r e n las capacidades originarias e interiores del hombre, capacidades que después de un lejano periodo de esplendor se escondieron, regresaron al estado de “retoños”. La educación o “disciplina” tiene precisamente el fin de hacer florecer estos retoños, y agregando la instrucción se convierte en cultura. La educación reviste para Kant un papel de gran relieve: “el secreto de la perfección en la naturaleza humana está en la solución del problema educativo”; por esto, “un proyecto educativo que desarrolle todas las capacidades naturales del hombre siempre es absolutamente válido”, igual que un programa político de gobierno de los hombres; sin embargo, es preciso que tanto uno como el otro adquieran el dominio sobre el arte correspondiente, teniendo presente que el arte pedagógico y el del gobierno social son interdependientes. Eso no quiere decir que la difusión de la educación corresponda a los gobernantes, más bien es preferible que competa a educadores privados. Un objetivo importante de la educación es también la “prudencia”, pero corre el riesgo de deteriorarse si la administran gobernantes que tiendan a subordinarla a los intereses del Estado. Empero, el objetivo principal de la educación es, naturalmente, la moralidad, en el sentido kantiano: desarrollar en cada uno de los hombres la capacidad de elegir siempre por sí mismo, libre y felizmente. La preferencia por Rousseau y por Basedow indujo a Kant a apoyar la tesis del juego como importante factor formativo, pero sin olvidar la debida y hasta dura aplicación: “Mal servicio le haríamos al niño si lo acostumbráramos a tomar todo a juego. Hacen falta los momentos de distracción pero también los de trabajo”. Por otra parte, el primero existe porque existe el segundo; de otro modo, más que de juego hablaríamos de ocio absoluto, insoportable molestia que habría terminado por atormentar incluso a Adán y Eva en el paraíso terrenal, si hubieran podido permanecer allí.
Análogamente, “echa a perder a los jóvenes quien les permite que hagan siempre lo que quieran, así como los educa muy mal quien contraría sistemáticamente sus deseos”. Hay que rehuir lo más posible de los premios y castigos porque para Kant forman una actitud moral –como se ha visto– no hacia el bien en sí, sino hacia la consecución de la recompensa o para evitar el castigo. En cambio, hay que procurar una obediencia no a la voluntad de cada educador sino a una ley en sí buena y razonable; en definitiva, una obediencia espontánea al deber que el educando sienta dentro de sí. “Lo principal es formar un carácter firmemente decidido a ir al fondo de las cosas que siente que debe hacer”. Y como en su moral, también en la educación la idea de libertad
como deber y la de Dios están justificadas moralmente, y forman un todo con la adquisición de un recto comportamiento moral. “La religión es la ley presente en nosotros mismos... La religión se identifica con la moralidad... La verdadera manera de honrar a Dios es actuar según su voluntad”, o sea, cumplir con los imperativos morales. Se debe subordinar todo interés egoísta, familiar o racional, al interés universal de la humanidad. Este último representa la suprema meta educativa.
En 1784, durante los últimos dos años del reino “liberal” de Federico II, Kant se había hecho cargo de un ensayo en el cual consideraba la lucha como el resorte del progreso: “El hombre tiende a la concordia, pero la naturaleza es más sabia que el hombre y sabe mejor que él lo que es menester, y siembra en él la discordia para impulsarlo a ejercitar siempre sus fuerzas y desarrollar sus capacidades naturales”. Sin embargo, “la envidia, los celos, la afirmación de sí mismo
www.kettererkunst.com y la búsqueda del poder” deben encontrar límites objetivos fijados por la organización social, así como los Estados deben respetar, en sus relaciones, los límites impuestos por una convivencia pacífica universal. El concepto fue retomado once años después en La paz perpetua, imagen que Kant mismo reconocía que hacía sonreír a los hombres, porque de ordinario se asocia con la idea de la requies aeterna que reina en los cementerios; sin embargo, aquélla se imponía cada vez más, conjuntamente con el proyecto de una educación para todos, dos objetivos irrenunciables para el futuro de la humanidad: “Nuestros g o b e r n a n t e s d e s t i n a n t o d o s l o s re c u r s o s a l o s gastos militares en preparación para la próxima guerra… y así nunca tienen fondos adecuados para la educación pública”.
La Revolución Francesa, que el sexagenario Kant había celebrado con alegría (y ni siquiera esto le fue perdonado), había traído también la ilusión del fin de todas las guerras. A partir de
Federico II, rey ilustrado, tocando la flauta travesera en un concierto en el palacio de Sanssouci Obra de Adolph von Menzel (1815-1905)
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Kant en una de sus proverbiales caminatas por Königsberg Obra de Hiinrich Wolff (1875-1940)
1792 los campos de batalla europeos habían visto reanudarse otras batallas que se combatieron precisamente contra el nuevo régimen, pero si éste hubiera salido victorioso y si Europa pronto se hubiera convertido en un conjunto de repúblicas fundadas en la libertad y la igualdad, la esperanza de una paz permanente habría ganado legítimo terreno. Cada quien tiene derecho al respeto en cuanto hombre y, por tanto, a no ser usado para fines que no interesen a la comunidad de los hombres. En este sentido, todos son i g u a l e s , n o p o r c a p a c i d a d e s n a t u r a l e s , o b v i a mente, sino por la posibilidad igual de formar y perfeccionar tales capacidades, de manera independiente de la tradicional jerarquía social, que conviene rechazar porque nació en un momento de violencias y abusos. Con estas posiciones Kant confirmaba su disposición a favorecer la puesta en práctica de los principios afirmados por la revolución burguesa.
H e i n e e s c r i b i ó q u e l o s c o n c i u d a d a n o s d e Kant lo habrían saludado con menor respeto si éstos hubieran podido ver en él no al rutinario profesor de filosofía que permitía regular los relojes con el momento, cada vez más fijo, de sus paseos cotidianos, sino a un revolucionario más temible que Robespierre, quien a la postre había guillotinado sólo seres humanos, mientras Kant había matado ni más ni menos que la idea de Dios, de fe y de certeza absoluta en la verdad. En realidad, muchos antes que él habían recorrido caminos análogos, a partir de Voltaire, pero la verdadera novedad fue que tesis tan desconcertantes fueran argumentadas por un docente pagado por el Estado, amable y metódico hasta parecer un conformista, un “símbolo de la prudencia”, dice Heine. No menos revolucionaria es la idea de que el intelecto humano es el “legislador de la realidad”. Conociendo la realidad, el hombre la siente y la juzga problematizándola, y con esto la convalida, aunque no en sentido absoluto. De la combinación de componentes innovadores con otros más tradicionales, en Kant deriva, como quiera que sea, no el estancado equilibrio, sino el papel principal del Yo legislador de lo que conoce. Por primera vez, la ideología burguesa tenía una sanción “revolucionaria” tan rigurosa por parte de un estimado y gentil profesor de una universidad situada en el corazón de la Prusia conservadora.