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JORGE F. HERNÁNDEZ
SOLSTICIO DE INFARTO PRÓLOGO DE JUAN VILLORO
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Derechos reservados © 2015 Jorge F. Hernández © 2015 Del prólogo: Juan Villoro © 2015 Almadía Ediciones S.A.P.I. de C.V. Avenida Monterrey 153, Colonia Roma Norte, México, D. F., C.P. 06700. rfc: aed140909bpa www.almadia.com.mx www.facebook.com/editorialalmadia @Almadia_Edit Primera edición: febrero de 2015 isbn: 978-607-411-175-0 Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento. Impreso y hecho en México.
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PRÓLOGO
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Vuelta al ruedo Hay quienes lastiman su corazón de tanto usarlo. Es el caso del escritor Jorge F. Hernández, que está en el hospital después de sufrir un infarto.1 Sus síntomas fueron diagnosticados por López Velarde: “Mi corazón, leal, se amerita en la sombra”. En la estruendosa república de las letras, Hernández actúa con inaudita generosidad. Su libro Signos de admiración reúne los asombros que le suscitan sus colegas: “Hay una suerte de magia en la capacidad y propensión de admirar al prójimo y a sus obras”. Con acierto, señala que el español es un idioma admirativo. En inglés, la puntuación del énfasis es el “signo de exclamación”. Señala la importancia de lo dicho, sube el volumen de la lengua. En cambio, el español asocia el énfasis con la celebración; además, el signo se abre al inicio de la frase, lo cual predispone al entusiasmo. Nada más lógico que estas reflexiones provengan de alguien que ha perfeccionado el esquivo arte de apreciar a los otros. Texto publicado por Juan Villoro en su columna del periódico Reforma el día 17 de junio de 2011. 1
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Tuve la suerte de trabajar con él durante el Mundial de Sudáfrica en el equipo formado por Mauricio Mejía para Ludens, en Canal 22. Hernández confirmó en el programa que el humor es atributo de la inteligencia. Sus comentarios con tecnología “de punta” (se refería al crayón con que dibujaba en un pizarrón) cautivaron a uno de los mejores exponentes del género, Andrés Bustamante. Después de ver una escena en la que Jorge explicaba las formas de atrapar un balón Jabulani, el Güiri-Güiri aceptó colaborar en Ludens. Formado como historiador, autor de la novela La emperatriz de Lavapiés, columnista del periódico Milenio, Hernández también es un torero que no recibió la alternativa. Como Ignacio Solares, Alí Chumacero, Francisco Prieto y otros escritores taurófilos, entiende la fiesta brava como una enciclopedia en movimiento. Buena parte de sus anécdotas y referencias se desprenden de la “música callada del toreo”, como la llamaba José Bergamín. Para los que no sabemos lo suficiente de esos lances, resulta extraño que algo tan subjetivo e inconstante como la lidia de reses sea adjetivado de manera tan precisa. Pocas actividades han creado tanto vocabulario. En ese orden suspendido, la hora de la verdad es un ajuste de cuentas con la muerte y la decepción, el momento en que el toro sale del ruedo con las orejas puestas. En su calidad de primer espada literario, Hernández aplica referencias taurinas a la vida diaria y genera escenas dignas de ser narradas por Joaquín Vidal. Voy a contar dos momentos de la peculiar vida taurina
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de Jorge F. Hernández, seguramente alterados por mi admirada memoria. Discípulo de Luis González y González, el más narrativo de los historiadores mexicanos, Hernández hizo la microhistoria del convento de Atotonilco y decidió cursar un posgrado en Europa. Después de una salida en falso (me parece que en París), recaló en la Universidad Complutense de Madrid, con poco tiempo para hacer los trámites de ingreso y conseguir las cartas de recomendación que le solicitaban. Esto ocurrió en tiempos previos a internet y dhl. Con la inventiva que da la desesperación, Jorge pidió referencias a sus amigos de Madrid. Todos eran toreros, de modo que le escribieron elogios de este tipo: “El chaval es válido y tira pa’lante”. No se trataba de un apoyo muy académico, ¿pero acaso no vale la palabra de quien se juega la vida? Hernández presentó los documentos con el ánimo inseguro de quien se despide sin haber llegado. A los pocos días una autoridad universitaria quiso hablar con él. Imaginó una reprimenda por presentar documentos de matadores, banderilleros y otros valientes sin más currículum que sus heridas. Ocurrió lo contrario: el académico quería conocer a una caterva tan notable. Jorge entró a la universidad con el aire de quien parte plaza. Su salida no fue menos singular. Mientras conocía Madrid con la minucia que le iba a permitir escribir La emperatriz de Lavapiés, cursaba un posgrado paralelo en el oficio de tener amigos. Sus imitaciones de Carlos Lico y Octavio Paz, su inagotable repertorio de chistes y, sobre
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todo, su permanente atención a las necesidades de los otros lo convirtieron en una figura fácilmente legendaria. Una vez más sus relaciones orbitaron el toreo. Poco antes de su regreso, un amigo lo llevó a despedirse de la ciudad. Supongo que fueron a un parque donde las rosas desvelaban a Quevedo y al rincón donde Manolete sintió el pulso de su propia sangre. La ruta desembocó –no podía ser de otro modo– en la Plaza de Las Ventas, cuando ya había oscurecido. Jorge se despidió de ese coliseo del embrujo. Entonces se abrió una puerta. “Te están esperando”, dijo el amigo. Entraron por un túnel. Las luces del ruedo se encendieron. “Mereces dar una vuelta”, explicó el amigo que había inventado ese momento. Hernández recorrió la arena como un torero en su día grande. El sortilegio de la amistad había cuajado esa faena. Sólo en un sentido literal las gradas estaban vacías. En la veracidad del sentimiento, los tendidos se llenaban para ovacionar de pie a Jorge F. Hernández, como yo hago ahora. Juan Villoro Junio, 2011
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Solsticio de infarto Para que el día se vuelva el más largo del año es preciso que el Sol se mantenga quieto; el fenómeno ocurre dos veces cada doce meses y marca el cambio de las estaciones: en el hemisferio norte evoca el fin de la primavera como adolescencia a convertirse en verano y en el sur, se enmarcan los vientos fríos que como canas despeinadas anuncian que el otoño ha de envejecer nuevamente. El lunes 13 de junio pasado sufrí literalmente un infarto mayúsculo del que me salvé de milagro; durante casi una hora, la vida se detuvo quieta y los minutos se convirtieron en la pausa más larga posible… para que hoy intente escribirlo y asumir que, en realidad, he vuelto a la vida que deberá alargarse con cada cambio de estación en un nuevo trayecto donde no dejaré sin consideración todo aquello que apenas hace una semana dejaba pasar desapercibido. En realidad, me salvó la vida mi hermana Maylou que me llevó al hospital en medio del marasmo del tráfico y tráfago donde nadie nos concedía el paso (salvo dos pobres asustadizos que vieron aterrados el rostro de la muerte que
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yo ya llevaba en la cara) y me salvó la vida ver en la sala de urgencias a mi madre, a mi hermano Chucho y a Aura: sólo los amores de veras son capaces de disimular que en esa misma camilla de esa misma sala de urgencias me había despedido para siempre de la sonrisa de mi padre. En realidad, me salvaron los arcángeles médicos Víctor Manuel Ángel, Ernesto Ban Hayasi, Francisco Azar Manzur, Susana Morate y, por supuesto Tomás Sánchez Ugarte y toda la extraordinaria legión de enfermeras, camilleros y ángeles asépticos que me ayudaron a encarar la peor cornada. En realidad, fue una cornada muy anunciada: con ciento cuarenta kilos de peso, dos cajetillas de humo al día, treinta tazas de café cargado, una movilidad que se reducía a la distancia que me separaba del mostrador de los tacos o las hamburguesas y la crónica (y muy falsa) creencia de que con cuatro o cinco horas de sueño basta para imaginar que se descansa el alma… me estaba cruzando en el tercio sabiendo que tarde o temprano me la iban a pegar, en la femoral o en el pulmón… y resultó ser en el corazón, que efectivamente, es el músculo que más he intentado usar en las faenas, en las buenas y en las malas, de joven y con canas. En realidad, me salvó pensar que siempre le debo por lo menos dos abrazos a mis hijos y que ante ellos empiezo esta nueva vida que se me concede como quien borra todas las erratas de tinta mala e inaugura una hoja nueva de nieve sin huella alguna. Al principio fue un mareo que parecía atributo lógico por la inconcebible altura de la Ciudad de México, y segundo cigarrillo en labio me proponía empezar otro día como
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todos, pero el mareo de pronto se convirtió en un puño cerrado, inmenso, intenso que me golpeó el esternón con ganas de aplastar de lleno el corazón. Lo que siguió fue náusea, la mandíbula chueca y adolorida como por obra de otra bofetada… Tenía en las manos unos hermosos párrafos de un amigo escritor que narraba el eterno retorno al Parque del Retiro de Madrid, la continuidad de los parques de mi infancia en Washington y pensaba sin poder creerlo que me iría con la palabra felicidad en los labios… y el escritorio que parecía írseme como balsa a la mar y en la pantalla empezaban a desfilar todas las imágenes de una vida entera en cámara lenta…. Pero ni túneles, ni dramas ni nada. Se me concedió sobrevivir a un infarto que era de muerte y con estos párrafos quiero agradecer a todos y cada uno de los lectores, amigos, personas, tanta gente buena que me fueron a ver al hospital, que me llamaron personalmente, que me escribieron con urgencia… doy gracias a los escritores que leo y admiro que me acompañan siempre de cerca y en especial quiero agradecer las hermosas palabras y párrafos perfectos que me dedicó Juan Villoro en una generosa y balsámica columna periodística que podría ser inmerecida si no fuera, en realidad, la mejor llave para esta nueva vida, la alcayata que ayuda a explicarme tanto azar: sucede que al filo de los abismos todos los parabienes, tanta buena palabra de aliento, tanto apoyo… se pueden leer como inmerecidos obituarios adelantados. Es como si se me concediera –sin cursilería ni morbo– el privilegio de leer la necrológica que me correspondía hace ocho días y,
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PRÓLOGO, 7 Vuelta al ruedo, por Juan Villoro, 9 Nota de JFH, 13
SOLSTICIO DE INFARTO, 15 Rompecabezas, 17 Gallo mudo, 22 Montaña entrañable, 27 Una pelota en la eternidad, 32 Golpe de dados, 37 Primer Grito, 42 Otro Grito, 47 Medio siglo en piedra, 52 El pastor de las palabras, 57 Elogio y nostalgia de los trenes, 62 Imagino, 67 Vejez de infancia, 72 Sobre Meza, 77 La Biblioteca Humana, 82 Un cuento chino, 87
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Amor, otra vez, 92 ¡Liberen a Carla Bruni!, 97 Como en feria, 102 Mayoría de edad, 106 Armas o letras, 111 Cien mil libros, 116 El último esfuerzo, 121 Celebración de la palabra, 126 Díaz azules, 131 El hombre sin sombra, 135 Reverenciar la sombra, 140 Solsticio de infarto, 145 Hermila, belleza intacta, 150 Cien nombres del amor, 155 Acentos, 160 Para Lichi, 165 Tu eternidad, 169 Escrito en alguna parte, 173 Mariposa de madrugada, 178 Adiós al Parnaso, 183 Informe del desierto, 188 Coro de esclavos, 209 Perder la cabeza, 214 Cuento en rieles, 219 Otras vías, 224 La vida en un día, 229 Elogio del fantasma, 233 Motivo de música, 237
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Algo, 242 El Equilibrista, 246 Errores de libro, 251 Scrooge, otra vez, 255 Epifanía, 260 Efectos secundarios, 265 Un cuento para Bradbury, 270 La neblina es la misma, 275 Una sombra en París, 280 Consideraciones para un marzo, 285 Procrastinar, 289 Material de lectura, 293 Sombra de tranvía, 296 Frisar los cincuenta, 299 No soy yo, 303 Arcoíris en blanco y negro, 306 Como Favila, el nombrado, 309 Mi debate, 312 Andante al atardecer, 316 Cena con Aura, 322 Callada justicia del barro, 326 El instante que se queda, 330 Mariposa sobre el teclado, 333 Cicerón, 336 Siempre carga una luz, 341 Magris es un río, 344 Encuentros, 347 Equinoccio emocional, 351
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El atardecer suspira, 355 AntologĂa de este instante, 360
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Jorge F. Hernández nació en la Ciudad de México, en 1962. Autor de los libros de cuento En las nubes (1996), Espejo de historias y otros reflejos (2000), Escenarios del sueño (2005), SeisCuentosSeis y uno de regalo (2009), El álgebra del misterio (2011) y Un montón de piedras (2012) antología que reúne gran parte de su escritura en el género; de las novelas La Emperatriz de Lavapiés (1999), finalista del Premio Internacional de Novela Alfaguara 2007, y Réquiem para un ángel (2009); y de los ensayos La soledad del silencio. Microhistoria del Santuario de Atotonilco (1991), Espejo de historias y otros reflejos (2000), Las manchas del arte y el misterio de la insinuación (2002), Territorios del tiempo. Antología de entrevistas con Carlos Fuentes (2005), Signos de admiración (2006) y Escribo a ciegas (2012). Ha recibido los premios nacionales Atanasio G. Saravia de Historia Regional Banamex 1987 y el Efrén Hernández de cuento 2000. Es conductor en radio y televisión, publica la columna electrónica “Cartas de Cuévano” en el diario español El País y es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
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de Jorge F. Hernández se terminó de imprimir y encuadernar el 19 de febrero de 2015, en los talleres de Litográfica Ingramex, Centeno 162, Colonia Granjas Esmeralda, Delegación Iztapalapa, México, d.f. Para su composición tipográfica se emplearon las familias Bell Centennial y Steelfish de 11:14, 37:37 y 30:30. El diseño es de Alejandro Magallanes. El cuidado de la edición estuvo a cargo de Karina Simpson. La impresión de los interiores se realizó sobre papel Cultural de 75 gramos y el tiraje consta de dos mil ejemplares.
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