ntasma Un fa
es a
lgui en
que se d e s v a n e c e hasta ser impa lpable,
por muerte
por
ausencia
o por cambio de costu mbr e s. Jame s Joyce
Algún domingo de algún junio,
editorialBlanca.com Para comentarios, opiniones, futuros proyectos, quejas o palabras de aliento: alonso.miguel@hotmail.com En 2015-16 el guión de DÍAS DE SOL obtuvo una beca de creación en la escuela de arte La Esmeralda de la Ciudad de México. DÍAS DE SOL se escribió en Penipe, Quito, Buenos Aires, Valle del Wirikuta y se dibujó en la Ciudad de México y Quito. Título original: DÍAS DE SOL. Autor integral: Miguel Alonso Villafuerte. Productora ejecutiva: Amadita Villafuerte. Curadores de contenidos: Juan Gonzalez de León y Rubén Andrade Fernandez. Corrector de estilo: Martín Nicolás Torres. Versos de Santiago Nahuel Klein en la página 57. Queda terminantemente permitida la reproducción de los contenidos de este libro bajo la autorización exclusiva de su autor. Derechos reservados conforme a la ley. ISBN: 978-9942-28-243-9
Crece la ilusión como una alimaña voraz, crece entrenada para siempre estar hambrienta; astuta, a cambio de cada bocado, nos deleita con un ronroneo cálido y reconfortante, y así nos mantiene somnolientos siempre a su merced. No en cualquier lugar es posible acunarla y preservarla de la inmediatez. Miguel lo sabe y sale en busca de ese refugio. Lo construye y nos los ofrece en imágenes y palabras, y nos ofrece un camino allanado por Tomás. Nuestro guía es cartero, cómplice y verdugo, sabe que, con cada entrega, es posible que extinga una o dos alimañas, pero también sabe que, mientras esas cartas van con él, las esperanzas tienen una tregua, una oportunidad de llorar por un bocado más. Miguel no deja que Tomás escape. Miguel es, el Tomás de Tomás. Miguel lleva a cuestas, hasta las manos de Tomás, una carta que esperó 20 años. Miguel nos invita a presenciar ese momento, a presenciar el siguiente bocado o el
estertor de la esperanza de Tomás. Te escribo estas palabras un domingo, como el domingo de Tomás, a mis casi 33 años, como los 33 años de Emma cuando Tomás le escribe la carta que le llegará 20 años después. Pienso en mi último año. Pienso en qué será de mi esperanza dentro de 20 años. ¿Dónde
Algún hoy, Soy tibia, pausada, inconsistente. Si yo fuera un estado de la materia sería gelatinosa. ¿Qué serías tú? Cualquier sentimiento, hijo del silencio, va acompañado de nostalgia del suceso presente. No se trata de añorar, esto da cuenta
estaremos? Van estas palabras a tu disposición, a tu lectura. Cámbialas, intervenlas, úsalas o deséchalas: son tuyas.
de cómo vemos el tiempo pasar. La nostalgia es la alegría de la tristeza.
Florencia Acher. Buenos Aires.
Martha Granados. Ciudad de México.
domingo
el mismo domingo
Tomás: Tengo una vida entera que decirte, que entregarte. ¡El pecho me va a reventar de las ganas que tengo de vivir todo contigo! Este día es mi límite.
Tomás: Lo único pendiente que tenemos es el futuro, ¿lo quieres escribir?
Emma: ¿Mañana tendrás las mismas ganas?
Tomás: Una carta para que Emma del presente la abra en 20 años más.
Tomás: El límite de mañana será un paso más hacia la vida que quiero contigo. Emma: Quiero que siempre tengamos algo pendiente. Quiero todo contigo.
Emma: Una carta para Tomás del futuro…
Emma: Si hacemos un trato, tenemos un futuro.
otro domingo
El pueblo de Recuerdo está repartido en cuatro montañas. Hace sol y hace frío, el domingo es eterno y el lunes, de confrontaciones acumuladas. Sus habitantes son independentistas que decidieron no pertenecer al sistema de las estaciones del año y la era moderna les obligó a instaurar un servicio postal que tiene el único defecto de pasar todos los días a la misma hora.
Tomás es cartero porque desde la muerte de Emma piensa que es la mejor forma de adueñarse del tiempo. Hace cinco años, Sofía y Lisa se fueron, y desde entonces el cartero cierra las puertas de su casa y deja abiertas las ventanas.
Tomás vive en Recuerdo, donde algún día decidió establecerse con Emma. El clima y la tranquilidad del pueblo les iba a asegurar una vejez calmada.
Él ya no recuerda cómo era él sin ella. Solamente es. Trata de ser cada día. Rellena su tiempo y se refugia en un silencio construido en la enajenación: come solo, camina solo,
lunes
duerme solo, despierta solo, abre las ventanas solo, lee solo y todo el tiempo prefiere estar solo. Para Tomás, estar solo quiere decir estar lejos de Tomás.
En Recuerdo, los martes de verano se suelen confundir con los jueves de junio, pero para él no hay distinción. Dan igual las opciones y el camino porque su respuesta es siempre la misma. Algunas tardes o mañanas, no importa, Tomás es invitado al té. La gente se pone contentísima desde el momento en que lo ven por los caseríos de la montaña. Al tenerlo más cerca, la emoción aumenta porque saben que la espera ha terminado, pero también se entristecen cuando pasa de largo por su puerta porque descubren que la espera apenas empieza. Esperar siempre fue algo ambiguo para los habitantes de Recuerdo, ¿y para quién no? Un día, la espera puede ser la aliada de la paciencia y al siguiente, puede convertirse en la angustia absoluta. Esperar supone una predisposición que pocos tienen. Para quienes se alimentan de ilusiones, o para quienes buscan ilusionarse por la desesperación de sentir una dirección, esperar es solamente un pretexto.
martes
En Recuerdo, existen varias formas de recibir el sol, cada día en cada persona. Una señora empieza el día con el grito que anuncia el desayuno servido. No importa si lleva despierta horas antes, cuando llama a los suyos a la mesa corta oficialmente el listón del día. Para sus comensales, el día probablemente empieza a los diez minutos de haber despertado, justo cuando hacen pereza en la cama esperando un grito que anuncie desayuno. A la simultaneidad le encanta vivir donde no la puedan ver.
El día de Tomás es inaugurado oficialmente con el ritual de su ventana: abre las cortinas, es amable con la luz y la invita a bañar su habitación. Confía tanto en ella que a veces le deja las llaves de su casa y le pide que cierre bien antes de salir, a veces piensa que llenando de luz su espacio Emma va a despertar.
miércoles
Tomás empieza a caminar hasta que llega al centro del pueblo y, por efectos de la inercia, entra en la oficina de correo. Allí se da cuenta que había llegado a algún lugar. La mayoría de sus acciones son automáticas y nada de lo que ocurre en esos instantes se almacena en su memoria: es parte de su fórmula para adueñarse del tiempo. La burocracia es necesaria para las rutinas oficiales y personales de cada mañana. El encargado del servicio postal entrega un paquete de sobres al cartero. Entonces, gracias a este acto, él se puede dar cuenta que ayer y hoy son estados diferentes porque el peso del paquete nunca es igual: a veces ligero y otras imposible de ponérselo al hombro, Pero también sabe que no hay misterio: todo depende de la urgencia de las voces que están encerradas entre el papel y la tinta, esperando ser leídas. Cuando se racionalizan estos procesos nadie se sorprende de nada.
Un efecto de la burocracia que Tomás agradece es cuando deja de ser Tomás y se transforma en cartero. A partir de ese instante, camina por su ruta de reparto aplicando su ecuación y empieza a perderse intencionalmente en los caminos que conoce de memoria. El cartero no lo sabe pero el paquete de hoy tiene una ligereza que va en contra de toda ley de gravedad. Ocurre todo tan misteriosamente que no reconoce si hoy es hoy o ayer, entonces empieza a sospechar que ligereza y olvido tienen algo que ver.
jueves
El cartero trae voces a la gente, conecta la distancia a la espera en un puente interminable, como una brisa de viento codificada en un mismo lenguaje. Eso le hace sentir en paz consigo mismo. Cae la tarde y casi todo está entregado. Hay una armonía mentirosa en el ambiente que sólo la perciben los colores. Mientras tanto, Tomás v u e l ve Nuestras manos son dueñas de un enigma muy particular: fuera de tener la potencialidad creadora, tienen también la intuición propia de ir siempre a donde los objetos las invitan. Entonces entablan una intimidad que bordea el noviazgo con cosas que para nosotros resultan inútiles, de lo contrario, ¿cómo explicaríamos aquel incontrolable deseo por llevar siempre ese algo que jamás utilizamos? Inmersas en ese magnetismo, las manos de Tomás regresan a su morral y, con vida propia, le devuelven un sobre. Entonces, él descubre que tiene como instrucción ser entregado a Emma y grabado como decreto absoluto una fecha que no es la de hoy.
viernes
La segunda en arremeter contra el individuo que está sentado es el doloroso recuento de una vida. Todas las posibilidades tomadas y dejadas, todas las personas y todas las habitaciones, donde alguna vez alguien había sido feliz, revivieron por un instante y volvieron a morir por segunda vez y para siempre. Van 7 segundos y solamente se escucha al silencio romperse contra el cuerpo del cartero, contra Tomás, contra la materia que permanece inmóvil.
a ser To m á día... s p ero s e a f l i ge p or no s a b er q ué hacer el re s to del
Cuando llega lo inesperado, el t i e m p os e d e s com p on e ycadasensacióntieneunaeternidadencapsulada.
La primera en llegar es la del vacío. Todos los hilos que lo unen a la vida se rompen, su cordón umbilical con la existencia desapareció. Tomás no es, Tomás no existe y solamente han pasado tres segundos. El cartero apenas puede mantenerse sentado y el sobre aún no está abierto.
Las palabras emergĂan una por una para encerrar
a To m ĂĄ s e n e l s i l e n c i o d e s u p r o p i o v a c Ă o .
lunes
martes
Soy la carta que Emma no leyó, soy todo lo que se guardó, soy las palabras que no se dijeron, soy tierra, sal, papel, tinta, ilusión, luz y fósil.
Desde aquí lo veo todo y así lo cuento: como un testigo invisible del encuentro entre dos. Soy su memoria junta y soy una piedra que encapsula vida en cada poro que nace de la aleación entre carbono y el calcio. Contengo el tiempo y la historia que danzan en el presente. Puedo recordar cada vez que alguien fue alguien, y también guardar cada olor que lo vio ser.
miércoles
jueves
Tomás sobrevivió a la noche, por tanto está obligado al día y, antes de abrir las cortinas de su ventana, se da cuenta que ya lo había conseguido. Su primera bocanada de aire tuvo un gusto cálido y venenoso que se apoderó de él y lo indujo a buscar refugio desesperadamente. Ahogado en la terquedad del pasado, decide resucitar la relación con su genealogía y escribe dos cartas: Lisa y Sofía.
Su escritura no es más que un tiempo autómata. No habla con sus hijas, trata de buscarse para convencerse de que aún es posible vivir de ilusiones y en realidad lo es, porque hambre y alimento son infinitos.
Cómplice de su mentira, llega a las oficinas postales y ahora es él quien envía y espera. Recoge el paquete de sobres del día e inicia su ruta de reparto como ayer, como lo hará mañana y seguramente como lo seguirá haciendo pasado mañana, y el día siguiente, y el siguiente...
tibles. loj no son compa re el y po em ti nde el r en Recuerdo do esto es fácil de ve
viernes
oy o, vive el silenci id n so y o id n so Entre
Cuando veo a Tom ás entregar la corr espondencia no m e puedo dejar de pr eguntar, ¿qué hay
¿Qué hay adentro
del silencio en el qu e
me lleva en su morral y desd e allí
escucho
entre una casa y ot ra?
sábado
El paquete de hoy es liviano como el de ayer pero sin sospecha. Temeroso por regresar a una casa llena de fantasmas, Tomás acepta la invitación de una de las personas, hasta este momento, difusas en su vida. Su anfitrión o anfitriona, no deja de hablar de su granja, de sus siembras, de sus animales, del canal de riego y tantas otras cosas que a Tomás le tienen sin cuidado, con la diferencia de que le viene muy bien escuchar cualquier otra cosa que no sea su voz.
- ¿Más té? - Gracias.
vive el cartero?,
lo veo sacar otr as cartas. A ve
ces me aburro
a de él, cho su voz y el resto del tiempo no sé nad sus pasos en la tierra. Muy pocas veces escu
El lugar donde se alberga la conversación de este par permanece intacto hasta que Tomás cruza la puerta y sale a una noche que le asegura que, al llegar a su casa, caerá rendido de cansancio y no tendrá necesidad de pensar en nada.
y me duermo, po”?
¿existirá algo así como un “resto del tiem
domingo
Antes de acercarse a la segunda casa de esa mañana el cartero se regala un descanso en una planicie, donde puede recostar sus años. Camina sobre ella con un nuevo interés en la mirada, avanza hasta la colina y se encuentra con una vista que no cree posible. Contempla a Momento, un río caudaloso que durante todo el año mantiene un mismo sonido como si piedras, arena y agua se pusieran de acuerdo para tocar una infinita melodía. Momento es famoso por hipnotizar a la gente. En luna llena, sus aguas son como un espejo líquido y nadie se debe acercar: quienes lo intentan nunca vuelven. Otros entran en sus aguas para dejarle algo que ya no quieren cargar y, muy complaciente, Momento recibe todo tipo de pesos a cambio de nada. Mientras la contemplación empieza a ser grata, Tomás ansioso empieza a escribir nuevamente: Lisa y Sofía, anulando todo tipo de diálogo con la voz fría de las corrientes de Momento.
Cuando el paquete de sobres disminuye quiere decir que los encuentros están sucediendo, que a alguien le llegó algo y que lector y escritor, voz y sonido, boca y oreja, de ese documento se están reconociendo en alguna dimensión que no es esta.
Después de un largo tiempo de espera, Tomás descubre que si un día tiene veinticuatro horas, una hora tiene sesenta minutos, un minuto sesenta segundos, su ansiedad y él han llegado a ser testigos de lo que ocurre entre segundo y segundo. Un día y después otro son los cálculos previos a la llegada de una carta.
lunes
martes
Lisa y Sofía escriben de vuelta pero tampoco responden a su padre. Continúan con un compromiso que reafirma una ley física posiblemente traspapelada en el escritorio de algún genio: cuando dos fuerzas están juntas por los motivos equivocados, ninguna se potencia, las dos se desgastan hasta transformarse o separarse, lo que ocurra primero. La espera, el tiempo y el dolor son tan relativos como personas habitan la tierra.
miércoles
Tomás, por ejemplo, esperando la respuesta aprendió que un día tiene ochenta y seis mil cuatrocientos segundos. Su ansiedad había habitado en cada uno de ellos hasta la tarde que la carta lo encontró. Tomás se enteró que sus hijas estaban bien, seguían casadas, mantenían un trabajo: la vida en la ciudad es difícil, divertida y rápida. Se enteró también que extrañaban a su madre y que aún no era abuelo. No hubo preguntas para él ni comentarios sobre la colina del otro día.
El corazón del cartero se eclipsó al escuchar las voces de sus hijas, encerradas en el papel. Supo que entre silencios hay sentimientos ocultos y entendió cuáles son. También que las cicatrices no se pueden esconder. A él le pasa lo mismo que a ellas pero lo maneja con una habilidad más desarrollada para el autoengaño.
Cansado de intentar en ese vacío, acepta que el sol es más grande que su dedo y que por más pesado que sea su árbol genealógico, un compromiso obligado es pariente cercano de la mentira. Guarda la carta en cualquier lugar del camino con la esperanza de que el tiempo la transforme y se la vuelva a entregar.
jueves
Durante el resto del día sus ideas y él seguirán atormentándose. Juntos crean una atmósfera de dolor y confort que después de cinco años han transformado esta casa en un fantasma. El living, por ejemplo, es un cementerio hecho de muebles, cuadros, fotografías, floreros, paredes repintadas y vajillas que nunca se utilizaron. A veces tengo la impresión de que por las noches algunos espíritus se reúnen para tomar algo y al día siguiente todo está en su lugar. Tomás tiene un sensor para la oscuridad, puede saber con exactitud dónde está cualquier cosa de su casa incluso en la más profunda de las penumbras. En las noches sin luz él es capaz de moverse por los pasillos con la precisión de alguien que estuviera viendo el lugar a plena mañana, Tomás conoce por experiencia que a su derecha vive un sillón de tapiz rojo que tiene una abolladura en el espaldar, y que, cuando pasa cerca de él en la noche, es necesario llevar la mano izquierda quieta para no chocar con los brazos de madera que se despliegan de ese vejestorio.
viernes
Personajes como estos conviven con el orden y la quietud; testigos de que la vida no ha pasado hace mucho tiempo por allí. Living, cocina, comedor, sillón de tapiz rojo, mesa de noche, ventana al patio, puerta de la cocina son los habitantes más pulcros de la casa. A Tomás no le gusta el polvo ni el desorden: es alérgico a no poder controlar las cosas a su alrededor. Por eso discute tanto con sus ideas y en especial cuando no acepta que la carta a sus hijas en realidad no era para ellas.
¿En dónde vive el miedo?
Sospecho que la mayor nunca contestó y que él debe estar harto de los encuentros, en especial desde que me volvió a ver y supo que no llegué. Fue él quien me escribió. Fue él quien fundó en mí un decreto pero no fue él quien me debía leer.
Perdí el camino al que necesitaba llegar. Incluso diría que cuando me enviaron, me perdieron. Hoy soy el asunto pendiente para Tomás y mientras él esquiva al sillón rojo y desaparece en la cocina, prefiero reunirlos alrededor del fuego y contarles su historia en tiempo vivo, en presente que se consume.
sábado
A cada día nuevo, nuestro cartero desaparece. Esta casa se alimenta de él, sin piel, ni sangre ni nervios para sostenerse en un pensamiento. Tomás se entrega al abandono. Una nube fétida se posó sobre el techo. No nos deja ver la noche ni el sol, hace muchos días dejó de llover y el viento casi ha desaparecido. La primera entrega de esta tarde se avecina como insoportable. Un hombre desconocido se aproxima con tranquilidad hacia Tomás.
domingo
Trabajaron toda la tarde removiendo los pedazos de troncos y ramas que se habían caído. Cuidaron de las cosas que se salvaron del derrumbe y las pusieron a salvo en otra extensión de la casa. Todo el tiempo Tomás espiaba la casa de Lino, veía sus cosas con una envidia que no entendía, no dejaba de compararse con él. Lino venía de un pueblo no muy lejano a Recuerdo. Le contó a Tomás que donde él vivía hacía mucho calor todo el año. Durante toda la tarde que pasaron juntos. Lino no le hizo ni una sola pregunta al cartero. Ese era un detalle que Tomás agradecía enormemente. Cuando terminaron de remover lo que les fue posible, Lino vio a Tomás fijamente a los ojos, como si lo estuviera conociendo por primera vez. - Gracias... - Tomás- completó el cartero. - Gracias, Tomás, eres un gran tipo, todo te será devuelto con creces.
-Maldita sea- le escucho decir al cartero en voz baja -quiere conversar conmigo, las mismas preguntas todos los días, ¿Vive aquí? ¿Es de aquí? ¿Dónde vive? ¿Tiene familia? ¿ Cómo se lleva con sus hijas? ¿Hace cuánto tiempo llegó al pueblo? ¿Le gusta? ¿Qué tal eso de ser cartero?Hacen contacto visual metros antes de que su voz pueda salir de su boca y ser escuchada. -Buenas tardes, señor, ¿podría darme una mano con la escalera?- Muy sorprendido, Tomás, se anima a ayudar a este hombre. Luce como alguien pausado, guarda una paz que Tomás envidia y rechaza. Accede a la petición del desconocido y caminan juntos hacia adentro del terreno. Ninguno pronuncia una sola palabra. Se escuchan solamente los pasos entre las hierbas. - El techo de mi casa se terminó de caer, la lluvia de ayer lo comió por completo.- ¿Y lo que quieres es quitar los escombros?- Dice Tomás, entendiendo la idea.
Los dos parecían tener la misma edad e incluso había facciones similares en sus rostros. Lino venía de Frías a Recuerdo casi dos veces por año pero esta vez planeaba quedarse una temporada más larga. Recuerdo no le gustaba tanto, pero aquí podía trabajar y estar cerca de su hermano. Vivía en una casa por la que el cartero no había ido muy seguido, quizás por eso nunca lo había visto antes. Tomás tampoco le pregunto nada a Lino.
lunes
Sin entrar en dilemas éticos, Tomás decidió aplazar su trabajo para el día siguiente. Pensó mucho en la forma en la que despreció a Lino y al mismo tiempo lo ayudó. Se sintió culpable por entrometerse en su intimidad y juzgarla de la forma en que lo hizo. Lino no notó eso pero a Tomás no le importaba, se sentía culpable de todas maneras. Nunca fue una persona de convicciones sociales definidas, ni siquiera era de los que donan ropa en navidad o colaboran con damnificados, pero antes de entrar a su casa, vió su techo y recordó la jornada de trabajo con Lino. Esa idea quedó flotante en su cabeza y rápidamente se reprodujo cuando se fijó en sus muebles, mesas, macetas y de un momento a otro aceptó que no le servían para nada. Antes de acostarse a dormir encendió una vela en su habitación, volvió a pensar en Emma y recordó cuando el tipo de Frías le dio la mano al despedirse. Su cuerpo empezó a sentirse un poco caliente a medida que se consumía la cera blanca. Sin que pueda ver el final de esa combustión, ni las sombras proyectadas en la ventana, se había quedado dormido.
Despertó e inmediatamente supo que le había ganado al tiempo. Sabía que aún no era hora de levantarse y se quedó en cama con más gusto y paciencia que otras mañanas. Ese día tenía una jornada larga. Se preparó con algo parecido al ánimo y salió de casa. Volvió a ver el techo y sentí que pensó en Lino de nuevo. Desde la segunda vez que me leyó no he salido del bolsillo de su morral. Escucho, huelo, siento, saboreo todo lo que le pasa a Tomás. A veces estoy lejos de él pero nunca lo dejo de ver. No sé qué aspecto tenga ahora ni de qué color sea su camisa pero nunca lo he dejado, ¿creen en los fantasmas? No sé en que momento dejé de ser un papel para ser una carta, una carta para ser un sueño, un sueño para ser decepción, una decepción para ser un recuerdo, un recuerdo para ser un fantasma y un fantasma para ser un ángel. ¿Sabrá Tomás que vivo en su bolsillo? ¿Me habrá olvidado o será que solamente me hizo a un lado?
martes
Una mujer abrió la puerta deseando los buenos días correspondientes.
Comparó de nuevo, envidió, después reaccionó y se despidió.
-Otra desconocida- pensó el cartero -dos días, dos personas- se dijo.
-Bon dia senioreta- le dijo apostando a su sospecha. -Bon dia de sol, senyor- contestó con naturalidad
- Correspondencia para Marina. - Mi tía. Lo puedo recibir yo, es para mí. Las firmas del caso, la sospecha por el acento de la mujer y su emoción al abrir el sobre, una sonrisa se dibujó en sus ojos y Tomás vio mucho brillo, -¿será catalana?- se interesó. Le fue imposible no traer a Lisa y Sofía a su pensamiento, debían tener la misma edad.
La segunda persona nueva en un segundo día nuevo. Tomás empezaba a tener voz interna, hasta parecía cobrar color. Yo escuchaba sus pasos más seguros, como queriendo ser más fuerte. Ella era catalana y él gano su apuesta secreta.
miércoles
Conocía la casa hacia donde caminaba: era de los Saad. Cada tanto recibían correspondencia de sus hijos, uno vivía en Guanajuato, otro en Bilbao y la menor en Sao Paulo. Eran una familia árabe dueña de las principales tiendas de alfombras de la región. Emma adoraba los caminos de mesa que traían de la India, había comprado un par de ellos pero, después de su muerte, Tomás los hizo tapetes pequeños y limpiones de cocina. Marcela Saad solamente hablaba de sus hijos. Tomás la detestaba pero esa vez no por envidia, sino por falta de paciencia. Marcelo Saad era menos insoportable pero bastante bocón. Los dos salieron al encuentro del cartero y se veían contentos de recibir noticias de sus hijos, eran los únicos con quienes tenían correspondencia.
-¿Los extrañan?- preguntó Tomás en tono abierto y cálido. Marcelo se quedó unos segundos pensando, como asegurándose de que sea esa la respuesta. -No- dijo. -Ellos están bien, viven felices, ya no nos necesitan tan cerca. - A veces...- Intervino Marcela y también se quedó un rato largo en silencio. Pese a que Tomás sabía en dónde terminaban todas las respuestas de la señora, esta vez no la quiso dejar fuera y le lanzó una mirada de invitación, en realidad quería escucharla. - A veces. Soy su madre y los necesito aunque ellos no a mí. Hay días que siento la casa sola y espero que lleguen los tres. Hay días que los extraño porque necesito ser madre de alguien. Sé que están bien y eso me alegra pero los quiero cerca. -¿Y tú. Tomás? No hemos visto a Lisa ni a Sofía- preguntó Marcelo tratando de ser cuidadoso con su tono. -No lo sé- contestó desconcertado de su respuesta. Se quedó un rato callado y los Saad esperaban que complete la frase. -En realidad no lo sé, creo que ya no las quiero extrañar. Marcela y Marcelo intrigados por la respuesta dejaron de preguntar. Firmas, entrega del sobre y despedida. Afuera y desde la cerca de los Saad, Tomás se percató de un nuevo sector en el jardín. -¡Bellos cartuchos. Marcela! - Gritó, como si los viera por primera vez. Para ella no fue ningún halago, hace mucho tiempo que no se dedicaba al jardín. Igual sonrió por cortesía pero Tomás no alcanzó a verla, estaba muy lejos.
jueves
El día estaba cobrando un espesor diferente. Era el segundo de la nueva estación y todo parecía estar asentándose. El sol llegaba a su cénit pero lastimaba menos la piel y acariciaba más el cuerpo. Tomás quería encontrar un lugar para descansar, quería ver a Momento y no tenía hambre. Caminó hacia la planicie del mirador y allí se encontró con la carta de sus hijas. El río estaba sonando igual que siempre pero Tomás lo estaba escuchando como nunca. Distinguía el crujir de las piedras con la fuerza del agua y podía ver los diferentes colores que la arena dibujaba.
viernes
Desde donde estaba se veían los techos de Recuerdo, eso no lo había notado antes. Imaginó sus recorridos desde la oficina de correo. Las plazas, las calles angostas... a la distancia, todo le entraba en la mano. “¡Qué pequeño lugar para ahogarse tanto!” pensó. Todo lo contrario ocurría a su derecha. El río Momento empezaba y terminaba en el horizonte, besaba las faldas de Recuerdo. Tomás pensó en la Vía Láctea y en la eternidad como si hubiera sido el río quien le quería hablar de eso. Se veía absoluta esa franja de agua, irrepetible en cada brillo o acumulación de espuma. El viento que recibía también le decía algo, que mire su morral, que me vea, que me tome con las dos manos, lo escuché decir. Volvimos al contacto manos y papel, mirada y tinta, voz y palabras congeladas. Esta vez fue diferente porque sentí que a cada línea leída y releída me multiplicaba, y el aire se detenía, se abría como si me estuviera esperando para seguir corriendo. La voz de Tomás desaparecía y el silencio de los latidos de su corazón me empujaba hacia el aire. Y allí iba yo, sobre Momento, en libertad.
Necesitamos veinte años para despedirnos y tres minutos para irme. No sé si a donde va el tiempo con el dolor también va con la alegría. No sé en qué parte de la historia se queda lo que perdimos, tampoco sé a dónde me llevará este río. “En algún planeta, o en algún cielo, te encontraré” -le dije al cartero- “soy tu estrella” y desaparecí.
Un pedazo de papel flotaba en Recuerdo, Momento lo esperaba acostado y con la boca abierta.
sábado
Tomás se quedó en la colina. No quería nada pendiente otra vez. Guardó bajo la piel del río la nostalgia y las voces incoloras de esa segunda carta. Supo que el recuerdo depende de la fe, que el tiempo humano no se repite ni corre en círculos. Entregó a sus hijas, se separó del papel, abandonó una ilusión y la corriente de Momento aceptó la ofrenda.
domingo
El segundo día de la nueva estación terminó con un Tomás exhausto: sin palabras pero no porque no las quería sacar sino porque ya no le quedaba ninguna: hambriento, no de llenarse el estómago sino hambriento de alimento.
lunes
En alguna parte del camino se encontró con Lino. Se sorprendieron el uno del otro y se saludaron con gusto. Incluso esa vez Tomás le preguntó su nombre y mostró verdadero interés. Lino cargaba unos leños para hacer fuego, y de un momento, a otro se vieron en la mitad de su casa, cenando juntos un plato de pasta con aceitunas y espinaca, agua tibia para la sed y té verde como bajativo.
De todas las cenas que hubo esa noche en el mundo, esa fue la única cena en la que sus comensales no se hicieron ninguna pregunta. A Tomás no le interesaba saber cómo había estado la semana de Lino, ni a Lino saber a qué se dedicaba Tomás. No se preguntaron nada, ni siquiera sobre el azúcar o la temperatura del agua para el té. Charlaban a viva confianza sobre las nimiedades más absurdas. - La espinaca tiene una flor que se parece a una telaraña - decía Tomás, como recordando algo.
- De chico me gustaba pintar con puntos blancos todas las paredes verdes que había en mi pueblo, todos sabían que era yo y nadie me decía nada, la única que me reclamó fue mi madre. Tenía fobia a las arañas y era alérgica a las espinacas. Decía que ver todas las paredes verdes con puntos blancos le hacía sentir adentro de una telaraña. Me obligó a dejar todo de verde y a disculparme con todo el pueblo. - ¡Qué sinestesia la de tu madre, eh! - ¡Qué carácter, dirás!
Se reían de lo que sea, intercambiaban anécdotas en las que no se hacían ver como los triunfadores de la historia como se acostumbra. No contaban chistes ni trataban de causar buena impresión en el otro, incluso los eructos con fragancia a espinaca fueron sinceros. Cuando Lino acompañó a Tomás a la puerta se despidieron con un abrazo, parecía ser uno fraterno de esos que se dan del lado izquierdo del cuerpo, provocando el contacto de los corazones. Tomás cerraba un día largo después de muchos años. Los Saad, el río, Lino, las cartas, la ofrenda, la cena, el techo de su casa. No prendió ninguna vela esa noche, se quedó dormido antes de empezar a pensar.
martes
Después de unos minutos despierto, su primer pensamiento del día fue reconocer que recordaba los pasajes de su vida de una forma diferente. Se dio cuenta que al recordar algo de su pasado lo hacía con una voluntad diferente. Al verse en el espejo, como todos los días, se descubría con los ojos menos caídos. Nunca le importó verse viejo, acariciaba los cincuenta y diez pero eso no lo acomplejaba como a sus
conocidos. Recuerdo lo esperaba sin sol, con algo de viento pero Tomás no tenía frío. Era la primera vez que Recuerdo lo esperaba, siempre era él quien salía a buscarlo como si una fuerza lo apurase todo el tiempo. Caminaba por la cuesta de San Blás, la misma que camina desde hace más de 20 años para llegar a la oficina de correos, alzó la mirada para confirmar que se puede ver la colina
miércoles
donde estuvo el día anterior. Se encontró con uno de los picos más altos de Recuerdo, se vieron directo a los ojos pero esa vez aquella cima era la diminuta. - Donde ayer estuve, hoy entra en mi manose dijo en voz alta. - Donde hoy estoy, ayer también entró en ella.
La primera entrega de este jueves también era para la sobrina de Marina, esta vez el sobre tenía su nombre. En la organización de sus rutas de reparto, ubicaba primero los puntos más cercanos al pueblo y para el final los más cercanos a su casa, pero ese día tenía entregas acumuladas por los últimos días que no trabajó el día completo. No era la primera vez que le pasaba eso, pero sí era la primera vez que sentía una responsabilidad diferente. A Recuerdo no llegan estados bancarios, ni tarjetas de crédito de regalo, ni catálogos de productos de belleza. Recuerdo es un pueblo afortunado. Lo que Tomás entregaba era comunicación de verdad, mensajes entre seres humanos, no promociones de pizza ni planillas de pago de televisión por cable.
jueves
No quiso que su pensamiento emergiera a su estado consciente pero recordó la carta a Emma. Supuso que, por alguna comodidad egoísta a la responsabilidad, alguien no cumplió su compromiso y la carta no llegó. “Quizás debió haber sido así”, complementó su hipótesis. Pero estas cartas, no, -se dijo, estas cartas se escribieron para ser leídas, invocadas, escuchadas. Se dice que cuando una persona entra en un estado de espera empieza a emitir vibraciones más altas que las regulares a cualquier otro estado, es posible que ese impulso provocó que Tomás sintiera la vibración de su compromiso. Siendo justo con sus pensamientos, este día la lógica de la ruta iba a ser diferente. Decidió entregar la correspondencia en orden temporal: empezó por quien más estaba esperando, quién más necesitaba escuchar una voz. Los Lucero, trabajadores y bastante respetuosos con los límites. Eran los vecinos más cercanos que tenía Tomás, algo más de dos kilómetros los separaban. También eran los dueños de casi todas las propiedades, desde el centro hasta la mitad de la montaña.
Venían a Recuerdo a pasar temporadas cortas de vacaciones, hacían grandes fiestas y eran conocidos en todo el pueblo porque hace unos años la mayor de sus sobrinas se lanzó al río Momento y no pudo ser rescatada. - Correspondencia para el señor Lucero - dijo en voz alta Tomás, mientras tocaba la puerta de su casa. Un hombre grande, de bigote negro y apariencia violenta apareció, Tomás nunca lo había visto. - Yo - dijo en un tono amable que el cartero jamás esperó. Las firmas correspondientes del caso y la disculpa por la tardanza, eran dos los días de retraso y tres las cartas.
viernes
- No se preocupe, lo importante es que llegaron. Son de mi hija, hace poco fue nuestro aniversario, deben ser sus saludos - dijo señalando a una señora mayor que estaba en el jardín. Tomás tampoco la había visto nunca. - ¡Ofrécele un té frío al señor, viejito! - Gritó la señora. En ningún otro momento Tomás hubiera aceptado ese té frío pero desde hace unos días que empezó a hacer cosas que en ningún otro momento hubiera hecho. Mientras el hombre de bigote lo invitaba a sentarse en la mesa de afuera, la señora servía el té y lo ponía en una charola junto a unas servilletas pintorescas.
El hombre de bigote le contaba a Tomás que se llamaba Ramón y que sus hijos estaban en la ciudad. A sus espaldas, la señora abría los sobres como si supiera lo que estaba escrito allí, las felicitaciones por el aniversario y todas las flores que la situación amerita. Tomás la veía y escuchaba a Ramón. De un momento a otro, el rostro de la señora Lucero cambió por completo. De saber qué es lo que estaba allí escrito pasó a mover los ojos como la peor de las noticias. El rostro de Tomás fue espejo de la señora y Ramón se pudo percatar. - ¿Qué pasó vieja? Es la nena? - Sí viejo, es ella. Se divorció - dijo en el último de sus alientos. Se acercaron y se abrazaron como un equipo que comparte un fracaso, que se tiene el uno al otro pero aun así no alcanza. Tomás apuró el último sorbo del té y se despidió. - ¿Tiene usted hijos, señor?- Preguntó la señora Lucero, buscando una voz de aliento. - Dos,- contestó con seguridad -dos mujeres que hace mucho tiempo hicieron su vida. No he sabido nada de ellas- mintió.
sábado
Tomás se fue pensando en el abrazo que vio. No entendía por qué tenía tanta importancia el matrimonio de su hija. Los Lucero se veían como una pareja muy sólida, incluso en las derrotas que no eran suyas. Tomás se comparó, pero esta vez respiró una especie de tranquilidad, al saber que si sus hijas se casan o se divorcian, no será un tormento para ellas tener que lidiar con las negaciones de la familia.
domingo
bre. m u t os p or c o . d i p á sr e m i ra e u r a q d n je su a paisa e ud a s , q ue d l s u e s s a d d o t n E n a r m o n í a c o n e l re l m bi o oj, Tomás supo que alcanzará co l ca e i na m r e t e c i d ad d Y q u e e s a ve l o Dos días de retraso, y dos cartas, tocaron la puerta de Mérida, la bruja de Recuerdo y la mujer que mejor cocinaba. Tomás lo sabía porque habían mantenido un vínculo fraterno durante mucho tiempo. Mérida quería mucho a Tomás y a Emma, fue madrina de Sofía pero no se acercaba a nadie. También era solitaria y de vez en cuando se iba por temporadas largas. Mañana, 10 de este mes, serán tres meses desde que regresó de su último viaje. - Dos para ti. Mérida, ¿cómo has estado? - Sonrió Tomás, no la saludó formalmente y se acercó a ella como a un amigo que vio ayer. Mérida vio a Tomás como si buscará algo en su rostro. ¿Se levantaron tus ojos? Le preguntó, ignorando todo lo que él le dijo. - Parece que sí - le contestó sin quitar la sonrisa. Estaba seguro del cambio en sus ojos pero no tenía ni la menor idea del porqué. - Parece que empezaste a hablar - le dijo Mérida, como delatando todos sus secretos, -¿cenamos mañana? Invité amigos, hace mucho que no nos reunimos. Anímate, Tomás. - Hace mucho tiempo - repitió - seguro que vengo. Preguntó la hora y se marchó pensando en la reunión. Nunca fue un tipo social, siempre le costó trabajo relacionarse con la gente. Emma se burlaba de eso y decía que era porque de bebé, nunca gateó.
martes
lunes
Algo que Tomás nunca dejó de reconocer sobre su empleo era que, al entregar correspondencia, él también recibía algo. Encontrarse con la gente que lo espera llegar no lo había tocado de la misma forma en que lo estaba viviendo ese día en Recuerdo. Entregar puede llegar a ser una necesidad humana intuitiva, algo obligatorio, pero recibir es siempre opcional, esa mañana Tomás sentía que estaba recogiendo partes de sí mismo por cada carta que entregaba. El día anterior se sintió exhausto por el vacío, y este día empezaba a alimentarse.
Catorce números después de la misma calle de Mérida, habita Estela, una argentina que vivió en Berlín casi toda su vida, esperaba saber de su esposo. No recibía cartas muy seguido y reconocía a Tomás por el tipo que le compra tomates en el mercado, no por el cartero de Recuerdo.
- Estela… Y Estela interrumpió el intento de Tomás pronunciando su apellido correctamente. Soy yo, ¿Lo conozco, señor? - No - dijo Tomás, asustado por la velocidad de Estela, esa mujer tenía mucha energía. El cartero llegó a pensar que estaba espiándolo detrás de la puerta. - Dos cartas para usted y una disculpa por el retraso, señora, dijo recuperándose. - No se preocupe… - Tomás - dijo para ayudarla. - No se preocupe señor, Tomás, gracias por venir. ¿Está seguro que no nos conocemos de algún lado?
- Del mercado - respondió rápido - mi esposa y yo solíamos ir a su puesto, usted tiene los mejores tomates de la región, ella era italiana y le encantaban. ¿Aún los vende? - ¡Exacto, del mercado! -Respondió Estela, como emergiendo del agua. Cada cierto tiempo los traigo pero ya no los vendo, en el mercado no me iba bien. Le puedo obsequiar algunos para su esposa. - Ella falleció - contestó con tristeza sin dejar de mirarla, pero acepto sus tomates, hace mucho que no preparo una salsa de esas. Le explicó que aun tenía cartas por entregar y que no era buena idea cargar tomates todo el día, quedaron que pasaría a retirarlos en el transcurso del día siguiente. - Siempre estoy por acá, venga cuando quiera. Tomás.
miércoles
Tomás se fue haciendo cálculos sobre la producción agrícola del pueblo. En Recuerdo crece el mejor orégano de la región hay los mejores árboles de olivo y aguacate, se hace el mejor pan que en cualquier parte del mundo, y las naranjas más brillantes se caen de maduras. Sin embargo, reflexionó, es imposible encontrar tomates, ni siquiera de mala calidad. Vino y queso pareciera que no existen.
- En Recuerdo siempre falta algo - concluyó.
El medio día en el cielo ponía hambrienta a toda la gente. El cartero casi llegaba a la mitad de entregas pero quería comer antes de continuar. Entró en un restaurante, en el centro del pueblo, y allí se enteró que lo habían abierto hace poco y que uno de los Saad era el dueño. Ordenó una milanesa de berenjena con pollo y fritas, su plato lucía muy cuidado. Si por algo se caracterizaban los Recuerdinos era por su capacidad de detalle: hasta el borde de la vajilla tenía algo. Su primer bocado fue de berenjena, se derretía en su boca.. No había nadie frente de él y empezó a recordar cuanto le gustaba comer acompañado. No había nadie frente a él pero sentía que estaba acompañado. Las fritas las comió con la mano. Cortó un trozo de pollo y lo enrolló con la berenjena, masticó menos veces pero más despacio. ¡Se estaba dando un banquete!. Pagó la cuenta y agradeció la comida. No parecía un cliente, se sentía como en casa, no fue el servicio ni el sabor, fue su paz. La nueva estación ya no era tan nueva pero cada manifestación de clima derrumbaba todos los cálculos con el calendario que cualquiera pudiera tener.
jueves
Paolo, peruano de 26 años, se escribía con su madre que vivía en Lima. Un día de retraso y una carta era lo que esperaba. Paolo había trabajado en todos los posibles puestos que pudieron existir hasta ahora en Recuerdo: chofer, panadero, músico, artesano, mecánico, profesor de canto, mozo, pintor, cargador, catador, carpintero y, en su último trabajo, fue cartero junto a Tomás. En ningún empleo duró más de dos meses. Tenía energía, voluntad, intentaba todo pero no podía ser constante. Los viejos compañeros de trabajo saludaron con gusto después de no verse algunos meses. Ninguno de los dos era reflejo del otro, dos gotas de dos líquidos diferentes. Vejez y juventud, energía y experiencia. - ¡Que gusto verte, muchacho! Carta para ti, disculpa la tardanza. - Quiero ir a Perú, don Tomás, mi madre está enferma. - Tengo un problema con el techo de mi casa, ¿vienes el domingo y me das una mano? Pactaron la hora y se despidieron. - Ánimo - le dijo Tomás, utilizando el mismo tono de voz que usaba Paolo para decir esa palabra, era de sus favoritas. Al escucharlo, el peruano recordó todo y sonrió.
viernes
sábado
Ella, japonesa y él, francés, hacían una combinación que se llevaba bien con todos. Sebastián era profesor y era el mejor de todo Recuerdo para contar historias. Había crecido en una granja, cuidando chivas, y siempre decía que la única y verdadera justicia es alimentar a cien chivitas por igual, saber su nombre y poder reconocer a todas. Nida era músico, tocaba una guitarra negra. Tomás los evitaba, sentía rabia y envidia, y en ellos descubría un espejo que había roto hace muchos años. Mientras llegaba a la puerta de Sebastián y Nida se planteó verlos sin recordar sus días con Emma. Acercarse a ellos sin prejuicios era una batalla que no había podido ganar. “Todo lo que resiste persiste” se decía a sí mismo, como reviviendo las palabras de Lino.
En Recuerdo viven muy pocos Recuerdinos. La mayoría, incluyendo a Tomás, venían de otro lado. Nida y Sebastián eran una pareja joven. Tenían más o menos la misma edad de Emma y Tomás cuando ellos llegaron al pueblo.
Sebastián es alto, tiene los dientes amarillos como de fumador, pero no fuma. Nida tiene el cabello negro y corto. Desde la puerta pudo ver que en el fondo de su living colgaba una bandera negra con un círculo rojo que parecía tener la forma de un dragón. Se impresionó mucho al ver ese mini altar, sintió una desconfianza parecida al miedo pero también mucho respeto. - ¿Puedo pasar? - Preguntó sin saber porqué, nunca pedía pasar a la casa de nadie, pero esta vez, empujado por la curiosidad, no se dio tiempo de pensar y le salió la pregunta del alma como si necesitara tenerlos más cerca para poder ganar la batalla. Sin esperar respuesta, continuó caminando un poco despacio, el sí de Sebastián le cayó al andar y avanzó en línea recta.
lunes
domingo
- Qué gusto verlo, Tomás, hace mucho tiempo que no sabíamos de usted. - La última vez fue como hace un año, ¿no? - Creo que fue en marzo, ¿qué tal todo, cómo ha estado?
- Mucho mejor que el marzo anterior, con más ánimo, han pasado muchas cosas pero bien, ¿y usted, sus clases? Mientras conversaban. Tomás desorbitaba sus ojos para ver cada rincón de la casa, era como haber entrado a un templo, había cosas colgadas, velas en la mesa, libros, cajas de arroz con etiquetas en japonés, unos muñequitos como duendes regados por toda la casa, cuadros en la pared, flores, pocos muebles y muy sencillos, todo en perfecto orden. Cada cosa que veía era útil o al menos tenía vida.
Notó que ellos usaban todo lo que tenían y administraban muy bien el espacio. Sebastián le contaba de sus alumnos y Tomás lo escuchaba interesado. En su interior estaba conociendo una nueva emoción, no se sentía contento pero tampoco infeliz. Le sorprendió no encontrar en la pareja un espejo de Emma y él. Algo similar a la calma lo estaba invadiendo pausadamente. Se percató de que vivían en un espacio apretado pero se las arreglaban muy bien, entonces recordó la imagen de su living por la mañana, lleno de cadáveres. Pensó que sus muebles eran los verdaderos habitantes de su casa y no él. - Carta para ustedes. - Al verlos sin prejuicios y sin pensar en su pasado estaba dejando fluir algo, empezó a ver a su soledad como una buena pareja.
Ellos se emocionaron al saber que la carta era de la madre de Nida. Tomás los dejó solos y se despidió. Al salir de esa casa encontró un estado de paz con el cual no estaba familiarizado. Mientras caminaba, sus emociones circulaban junto a su sangre y sintió tener un río adentro. Todo fluía sin ningún tapujo, no pretendía conseguir nada con eso y tampoco se proyectaba a otro momento. Tomás estaba conociendo en carne y hueso al presente. El ritmo del pueblo, las luces de la tarde, el ruido de la gente, todo calzaba en un perfecto y controlado caos.
martes
En la lista del día sólo quedaba visitar la casa de Marina. Vive en la entrada del pueblo, donde nace la avenida Abril, la única que corta a Recuerdo en este y oeste. Esa zona es la más desértica de la región y queda al otro extremo de la casa de Tomás. Pero estaba atardeciendo y el cartero estaba conociéndose con el presente, tenían mucho de qué hablar y pensó en esta última entrega como una caminata para despejar la mente. Al leer el sobre confirmó que Regina era la sobrina de Marina y que para ella sería la última carta del día.
miércoles
La caminata por la avenida Abril fue un acto de inercia diferente a los anteriores en los que solía vivir. Tomás sentía que estaba viviendo varios días dentro de uno solo, necesitaba silencio para escucharse. Entonces decidió cambiar de velocidad y empezó a dialogar con cada duda que lo encontraba, como si hubieran sido las personas que visitó hoy. Una parte de él se preguntaba, otra se respondía y otra lo guardaba en algún sitio. Se dejó conducir hacia la entrada de Recuerdo sin pausas y, sin darse cuenta, pudo ver la casa de su vieja amiga.
jueves
Tomás es un instrumento para que los intercambios se produzcan. Sus errores y atrasos están perfectamente digitados por la eternidad y el tiempo. No hay un instrumento para medir quién espera más, porque el tiempo humano no corre en velocidades iguales. La noticia que llega y la voz que se libera descubren la existencia del otro, exteriorizan aquello que está circulando en el interior de alguien y, por el espacio de tiempo que dura la lectura, la presencia fugaz del calor de la simultaneidad invade el ambiente y la mirada.
viernes
Leer correspondencia es como hacer un conjuro, que invoca cuerpos y almas, porque el recuerdo del lector trasciende su propio presente y un olor se materializa en el lugar. Regina rompió en llanto al recibir el sobre. Para ella no fue necesario leer nada, supo que si algo llegaba significaría una sola cosa. Durante todo el día esperó a Tomás, incluso hubo un momento que estaba tranquila pensando que él no iba a llegar. Sin saber cómo actuar en un escenario así, dio unos pasos hacia atrás y se despidió en voz baja.
sábado
Mientras Tomás bajaba la calle de San Blás para ir a la cena de Mérida, se acordó de Lino y se le ocurrió ir a buscarlo. - Creo que tengo una botella de vino guardada, si el techo no le cayó encima la podemos llevar - dijo Lino, muy contento después de la invitación de Tomás. Juntos caminaron hacia el centro y Tomás le estaba contando la historia de la calle de San Blás. Justo antes de doblar hacia la casa de Mérida el cartero recordó los tomates que Estela le había regalado, cambiaron de ruta y al golpear la puerta del 2684 Tomás le propuso a la argentina que se les uniera para la cena. Encantada, Estela guardó más tomates en la bolsa y sin darse cuenta ninguno de los tres, de un momento al otro, se encontraron con el caos controlado que Tomás bautizó como calma el día anterior. Eran muchos años los que había caminado solo y a su ritmo pero esta noche iba caminando por Recuerdo junto con Lino y Estela, y además iban a una cena.
domingo
Sebastián leyó, los invitados permanecieron en silencio por segundos eternos, como si hubieran necesitado de ese tiempo para confirmar que ellos eran ellos. Entre risas y conversaciones, repartidas en todos los rincones de la casa, todos se iban acomodando para cenar. Cada uno tenía un vaso de vino, nadie tenía hambre pero todos querían alimentarse. De todas las cenas que hubo esa noche en el mundo, en Recuerdo estaba la única en la que no habían preguntas, ni fotos de la comida, ni selfies. Algunos no se conocían y aprovechaban esa ventaja para no hacer comentarios sobre la vida del otro: todos eran buenos observadores pero compartían por la necesidad humana de entregar.
Mérida les abrió la puerta y se mostró contenta de los nuevos invitados. Se presentaron entre sí y al entrar al living vieron que ya estaban instalados los amigos de la anfitriona. Tomás reconoció a Sebastián, Nida, Paolo, y a uno de los hijos de los Lucero. Saludó con todos y presentó a sus amigos. Había una mesa larga en la cocina que tenía los manjares para toda la noche (aceitunas, pan, queso, fruta) donde Estela dejó los tomates y Lino el vino. Los sillones no alcanzaron y decidieron hacer un círculo en el piso, los tres se apoyaron en la
pared mientras miraban con atención a Mérida, a quien se le ocurrió leer un cuento. Alguien había empezado a fumar. Sebastián continuó con uno de su autoría, alguien había abierto la ventana, el viento entraba a la casa y acariciaba a todos. El parpadeo de los asistentes fue el movimiento más brusco mientras duraban las lecturas. Después del último párrafo que
Corría la quinceava noche del mes, la luna estaba muy próxima a estar llena y Mérida celebraba en silencio que, un día como aquel había decidido regresar siempre a Recuerdo. Sin darse cuenta, ella había decidido que Recuerdo sería su hogar.
lunes
Los manjares empezaron a circular por la mesa. Paolo hablaba de Perú como un astronauta que conoce otro planeta. Un amigo de Sebastián también conocía Perú y les relató cómo fue su primera noche allí. Mérida sonrió para sí misma y contó a todos cómo fue su primer día en Recuerdo. A Tomás se le escapó la anécdota de la primera noche de su luna de miel con Emma en Marruecos. Sin darse cuenta, estaba hablando de su esposa como si estuviera a su lado. Dejó de recordarla y consiguió invocarla en su presente. Pocas personas en la mesa sabían que Tomás era viudo. Relató con tanta
martes
emoción esa noche marroquí, que todos querían conocer a Emma y preguntarle en qué estaba pensando para cerrar la puerta de un templo tan importante y dejar a los guardias fuera. Al terminar de comer, Estela prendió algo para fumar y compartió su cigarro con Nida y Paolo. Entonces, juntos empezaron a tocar una melodía como si tuvieran siete dedos cada uno. Lino reconoció los sonidos casi como un himno y lanzó unos sonidos de animales de selva, parecía que su voz tenía tierra negra y fértil adentro: su voz era un eco que llevaba a todo el mundo a otro mundo.
Nida, Paolo y Lino se miraban con complicidad mientras cantaban. Habían puesto en trance a todos los presentes: Tomás tenía los ojos cerrados y no dejaba de pensar en el día que fue a ver al río: Estela recordó a su esposo y sus días de cosecha: Mérida se quedó viendo fijamente a la cortina de la ventana, se congeló en una sonrisa. Los animales de selva que salían de la boca de Lino empujaban la cabeza de la gente hacia delante y hacia atrás. La melodía de Nida transformaba en humo a todos los cuerpos. Desde afuera, parecía que la casa de Mérida se estaba elevando.
“Suspendido suspiro de vida, sobre el rostro, alimento para respirar, encontrándote exhaladas burbujas, arrojadas del cielo, trayendo al mar, donde nace un niño”
miércoles
- … Y, ¿cómo siguen esos ánimos? ¿Cómo sigue tu madre? - Bien. Tomás. La noche de la fiesta la pasamos muy bien. Aún no he conseguido trabajo pero me siento más tranquilo. Ella está estable pero la quiero ver pronto. - Paciencia, Paolo, algo pasará pronto. Mira, este es mi problema, quiero sacar la mitad del techo y llevárselo a donde un amigo, ¿qué dices? Tengo muchas cosas y muebles que no uso, si quieres te los puedes llevar y los puedes vender. Estela, la mujer que llevó los tomates a la fiesta, ¿te acuerdas? Ella tenía un puesto en el mercado te puede dar algunos consejos para que saques buen precio.
Los dos empezaron a trabajar como cuando Paolo era cartero. Conversaban a los gritos cuando estaban lejos el uno del otro, bromeaban con lo que hacían, Paolo le preguntaba sobre gente del pueblo y Tomás le respondía como secreto confidencial. Los trabajos más pesados eran para Paolo y Tomás se encargaba de la comida y el té frío. La idea de Tomás era reducir su casa prácticamente a la mitad. La noche de la cena en casa de Mérida confirmó que no quería vivir con fantasmas. Dejó de ir al pasado para estar con Emma y por primera vez había conseguido traerla a su presente.
jueves
A s u m ió s u
c o n d i c i ó n a c t u a l y s u p o q u e y a n o p o d í a s e g u i r e n t re g a n d o
a s u p a s ad o . N i
s i q u i e r a n e c e s i t a b a t o d o s l o s m u e bl
e s q u e h a bí a e n
Tomás necesita b a e s p ac i o v ac í o
La noche del sábado clasificó las cosas de su casa y decidió que se quedaría con lo básico para vivir sin problemas. Pensó en dejar algo para cuando tuviera visitas, e incluso llegó a contemplar la idea de recibir visitas.
e s p ac io d e
s u v id a
s u c a s a , n i to d a l a v a j i l l a
p a ra p o d e r e s c u ch a r s
q u e n u nc a u
e y p a ra q u e lo n u
saba.
evo pueda llegar.
viernes
Después de horas de trabajo y muchas bolsas en la basura, Tomás vio toda su casa repartida en cajas de diferente tamaño. Su nueva casa era más modesta y solitaria, le entraba más luz que a la anterior. Por dentro, el color y el silencio se habían reconciliado, había más espacio y aprovechó para colgar un cuadro que había olvidado que tenía. Cuando empezó a planificar la repartición de lo que había sacado de su antigua casa, se sintió un cartero nato, un mensajero de los dioses encargado de hacer que algo ocurra en la vida de alguien, un puente.
sábado
Aquel domingo era de limpieza, de mudanza, de intercambio, de repartición. Todo era más fácil de remover aquel día incluso un techo o toda una vida. El viento que soplaba en Recuerdo equilibraba el peso y la gravedad para quien cargaba las cajas. Tomás no quiso abandonar las partes de su hogar de toda la vida a su suerte y, por algo parecido al respeto del pasado, decidió que las cosas deberían llegar a un nuevo dueño quien les pueda inyectar una nueva historia. El techo sería para Lino: las copas de cristal, los adornos de porcelana, las lámparas, y los muebles irían para que Paolo los venda: el reloj de pared para Mérida, libros que nunca leyó ni pretendió leer para Sebastián: la colección de discos que repetía de memoria para Nida: las mesas de luz, los portarretratos, los espejos y las macetas para Estela. Al contemplar el patio de su nueva casa, vio que todavía quedaban cosas huérfanas: peceras, ventanas, cortinas, alfombras, comedores, hamacas, monturas para caballo, cojines, esculturas de madera, de bronce, herramientas de jardinería, ropa de niña, de hombre, de mujer, floreros.
domingo
lunes
Frente al monstruo de troncos podridos, humedad, hojas secas y mal olor. Tomás se iba convirtiendo en alguien cada vez más débil y frágil, sabía lo que iba a pasar pero había postergado el impacto cinco años. Antes de entrar, Tomás intenta sacarse su mente y dejarla afuera, cree que lo consigue y en movimientos instintivos llega hasta el suelo pantanoso del jardín, sin darse cuenta ya está arrastrando todas las hojas secas que su rastrillo alcanza a abrazar.
Tomás recordó la ley universal de las responsabilidades: la cosa le pertenece a su dueño pero el dueño también le pertenece a la cosa. Entonces se vio acorralado por el día y no tuvo otra opción que mirar hacia el jardín. Sabía que allí habitaba algo más vivo que un fantasma. Su nueva casa hizo ver al jardín más grande y amenazador, probablemente era el lugar más abandonado de toda la casa pero Tomás necesitaba acercarse para cerrar su asunto pendiente.
Casi puede escuchar a Emma decirle a lo lejos que así no es como se hace y que esa no es la forma de tratar a la tierra. Empuña fuerte el mango de la herramienta para mantenerse de pie y, con los ojos cerrados,se ve a sí mismo tratando de esconder sus lagrimas.
martes
miércoles
El suelo quemado se tragaba los pies de Tomás Tomás arrancaba las raíces secas como obligándolo a permanecer menos de treinta borrando el trecho del camino de piano segundos en un mismo sitio para no hundirse. que ya recorrió, Imposibilitado de ver el camino de regreso, accedió a otra dimensión. Su nueva casa estaba a siete pasos de él pero estaba hipnotizado adentro de su memoria Los únicos movimientos que se permitía eran para recolectar las hojas secas y arrancar las raíces muertas que lo asfixiaban. Tomás se vió llegar a un muelle de madera como si fuera un piano gigante. Cada columna que lo sostenía sobre el agua se perdía en el blanco absoluto en el que estába inmerso.
La fragilidad pasa por él como un ángel que espolvorea escarcha; Tomás está llorando de rabia, de desesperación. Se pregunta por el momento en el que podrá estar a salvo de su terquedad y, sin escucharse responder, sabe que aún ese momento es lejano. Por dentro, el jardín se convertía en un bosque húmedo que se alimentaba de sí mismo. Su suelo era de color verde quemado que se confundía con fango. Debajo del suelo vivían la putrefacción y la vida en el mismo abrazo.
Tomás dejaba a Tomás en la nada, muy lejano para ver el fin del muelle y muy tarde para redibujar lo borrado. Suspendido en un respiro de curiosidad, siguió caminando sobre el muelle y en la otra realidad amontonaba raíces. Cada tablón que pisa al avanzar sobre el piano gigante contenía una versión de cada sonido que existe. Allí se encapsulaban los momentos en una desordenada biblioteca de intervalos de tiempo. El trance en el que estába inmerso modificaba su cuerpo a un tamaño preciso para que pudiera entrar en su memoria, y para poderla ver desde su origen hasta su ocaso, como una sola línea de campo, o como si aplanara el día y fuera capaz de verlo a tal distancia que sol y luna convivieran en un solo cielo.
jueves
Su humanidad se fue deformando a medida que transitaba por el desierto, a tal punto de convertirse en ese mismo espacio que no podía tocar. Tomás se acercaba al fin del muelle y, por cansancio, decidió que había terminado de arrancar las raíces. Incluso decidió que dejar algunas no estaría mal. Al final del piano gigante había un vacío que separaba al muelle que acababa del que empezaba. En esa pausa de convulsiones, decidió sentarse a contemplar el blanco absoluto que lo rodea hasta vaciarse de sí mismo y dejar un cuerpo. Entonces, acumuló todo lo que sacó del jardín en una montaña de hojarasca y, desde el centro de ese mundo en miniatura, empezaron a salir hilos de humo blanco que se disparaban hacia el cielo. El desequilibrio de la temperatura ahogaba en calor al centro de las montañas, provocando que las hojas que estaban arriba no se lleguen a percatar de su futuro. La montaña se hacía más pequeña, cada vez más rápido, y Tomás no le quitaba la mirada de encima a los deshechos que estaban arriba de todo. Mientras el inicio de un tronco se consumía, su otro extremo ignoraba lo que estaba por ocurrir.
viernes
Cada momento que empezamos tiene a sus espaldas un camino de pólvora que se consume, las cenizas que serán parte del viento y luego probablemente caigan sobre las zanjas. Es quizás el ciclo donde todo se puede mezclar, repartir y devolver. Mientras menor cantidad de agua está almacenada en algo, este tiende a consumirse más rápido al estar en contacto con el fuego. Mientras menor cantidad de vida tenga un momento, este tiende a consumirse al estar en contacto con el tiempo. “Todo el tiempo estamos en contacto con el tiempo” reflexionó Tomás al ver el paisaje que se dibujaba atrás de la montaña que acababa de desaparecer. El jardín iba con las proporciones de su nueva casa, el uno le pertenecía al otro. Se le ocurrió dejar espacios para sembrar tomates y uvas, y, otro para poner una silla y leer cuando sean días de sol.
sábado
Unas horas más tarde, llegaron Lino y Paolo a la puerta de Tomás. Se saludaron contentos por volverse a encontrar y Lino estaba muy agradecido. Los tres se pusieron a desarmar el techo y a pensar en cómo lo llevarían hasta casa de Lino. Intentaron dividirlo en cajas y transportarlo de a poco pero no resultó porque las cajas no soportaban el peso de la estructura. Entonces, decidieron desmantelarlo por completo y llevarlo por piezas en una camioneta alquilada a los Lucero. Lino solamente necesitó la mitad del techo de Tomás para rearmar su casa. Con lo que sobró pudo cubrir el balcón y una parte de su
domingo
patio. Paolo vendió todo lo que pudo y estaba listo para regresar a Perú a ver a su madre. Los demás herederos recibieron las cajas que les llegaban, algunos quisieron retribuir con algo y le regalaban alguna especia exótica, un té o algún queso que no había en Recuerdo. Estela le regaló una cafetera italiana y Lino, una esfera de cristal que proyectaba en colores todo tipo de luz que recibía. Tomás llenó su cocina de lo que sus amigos le habían regalado y cuando colgó la esfera cerca de una de sus ventanas sintió que ese espacio, era su casa y que no necesitaba nada más. Se fue a dormir sonriendo.
Corrían días de lluvia en Recuerdo. La gente se abrigaba más que antes y el sol se ocultaba un poco más tarde cada vez para ganarle unos cuantos minutos a la oscuridad. La primavera y el invierno eran ambiguos en ese lugar del mundo, Nunca se sabía en qué estación estaban. Habían días soleados en la mañana y tempestuosos en la tarde: otros, llenos de lluvia en el día y calor en la noche. Los recuerdinos optaron por abandonar el calendario de días, fechas y sistemas meteorológicos. Los más estrictos lo cambiaron por el tiempo de la luna y la ubicación de las estrellas, esa fue la única forma que encontraron para no confundirse
con las épocas de siembra, riego, cosecha, venta, agradecimiento y fiesta. Era normal que todos en Recuerdo supieran reconocer, en cualquier momento de la noche, incluso con neblina, al cinturón de Orión, la Zorra Menor, el Árbol de Estrellas y otras constelaciones.
lunes
Ayer, por ejemplo se vio en el cielo que la luna crecía y que la cola de la Zorra Menor estaba más cerca de nosotros que el resto de su cuerpo. Esto quiere decir que mañana lloverá todo el día y desde la noche empezará el calor hasta pasado mañana que habrá sol todo el día. Tomás se preparaba para el mal tiempo del miércoles con las botas de lodo y el paraguas que recuperó después de arreglar su casa. Sabía que solamente tendría una carta que entregar en un lugar del pueblo al que nunca iba, incluso el nombre del destinatario le era desconocido: “Margarita Voz Alta”, leyó para memorizarlo y preguntar por ella, el número de la casa se confundía entre 6-B y 68.
martes
La noche del martes había sido cálida y ventosa. La humedad no dejó dormir a Recuerdo y lo cubrió de nubes muy espesas que rompieron con los pronósticos de lluvia torrencial. El miércoles amaneció con una neblina que prácticamente entraba en la casa de los recuerdinos. Nadie podía ver a cincuenta centímetros de distancia. Durante todo el día, la gente se pasó tropezando con las paredes y las gradas del pueblo, todos daban pasos muy cortos para no golpearse. Se predijo lluvia fuerte pero las nubes que encerraban al pueblo lo bañaban de una llovizna que nunca cambió de ritmo. Sin olvidar el paraguas, que no podía ver, Tomás salió al restaurante de los Saad a probar el nuevo café que tanto le habían recomendado. Al entrar vio a Lino en la barra conversando con alguien, no lo quiso interrumpir y se acomodo en una mesa de tal manera que su amigo lo pudiera ver al darse la vuelta.
A la mitad del americano y casi por el final de la torta milhojas que pidió Tomás, Lino se dio la mano con el hombre con quien charlaba como si se despidiera y alcanzó a reconocer a su amigo. - ¡En mi vida he visto una neblina así de espesa! Decía Lino, mientras se saludaban efusivamente. - Se suponía que hoy se iba a caer el cielo por la lluvia, no nosotros por no alcanzar a ver ni siquiera nuestros pies. - Me resbalé tres veces antes de llegar a la entrevista con el hombre de acá, hay que andar con cuidado, Tomás, ¿tienes mucho que dejar hoy? - Solamente una, pero no conozco bien dónde es y así no creo que llegué en una sola pieza. Además no sé el número de casa y en mi vida he escuchado hablar de la persona que me espera - le dijo entre risas por lo irónico de la situación. - Tú, ¿qué tal, ya encontraste trabajo? - ¡La ceguera total! Te acompaño y en el camino te cuento… - Respondió Lino, abriendo la invitación a la aventura.
miércoles
Feliz de caminar con alguien, Tomás accedió y le invitó a compartir el paraguas. Apuró su café en dos sorbos y muy despacio empezaron a caminar sin quitar la vista del suelo. Equivocaron el camino y, sin darse cuenta, pasaron dos veces por el restaurante de los Saad. Entonces decidieron dividir las funciones: dos ojos verían el suelo para no caerse y los otros dos buscarían letreros o cosas conocidas para darle dirección a la caminata. Después de cuarenta y tres minutos, dominaron la dinámica y consiguieron salir del centro de Recuerdo sin tropezar con nadie.
jueves
Lino le contó a Tomás que nadie lo quería contratar y que planeaba dejar Recuerdo. Con el techo y las mejoras que le había hecho a la casa que rentaba, podría conseguir algo extra de dinero y regresar a su tierra. Tomás lamentó mucho la decisión de su amigo aunque entendía sus necesidades. Lino dijo que lo iba a extrañar y le explicó cómo llegar a Frías para que considere unas vacaciones.
-¿Cuándo?- Preguntó Tomás, con soledad anticipada. -Antes de que se acabe este mes.- Respondió quitando la vista del suelo y viéndolo a los ojos con una sonrisa de tranquilidad. ¡Una semana más! -Respondió Tomás, agradecido por el tiempo que tenía para despedirse de su amigo. Se quedaron un rato en silencio, como resignados al destino y al mismo tiempo felices por haberse conocido. Dejaron de ver el camino y una señora que venía bajando chocó con ellos. La niña que venía de su mano cayó y Tomás la ayudó a levantarse. Lino no dejaba de disculparse con la madre y el llanto de la hija los hacía sentir culpables. -No se preocupen, señores- dijo la madre -hay que ir despacio en esta ceguera-. -Con cuidado, pequeña, ¿estás bien?Le decían a la niña. Más calmados los cuatro, se desearon tener buenos días y siguieron su camino. Al llegar al barrio De las toronjas, la llovizna no daba frío ni tregua. La neblina era una veladura blanca de la que todos respiraban.
viernes
Tenían que encontrar el número que no se veía en el sobre. Nadie iba muy seguido a De las toronjas porque casi no vivía gente ahí. Había una calle con números pares desde el 24, en descendente, y al frente había otra calle con letras, en ascendente, desde la -C-. En lugar de separarse como lo hubieran decidido en otra ocasión, Lino y Tomás quisieron buscar juntos el 6-B ó 68 de la única calle del barrio. Al caminar de C a D, supieron que en De las toronjas las casas no estaban tan cerca como en los otros barrios de Recuerdo, y que la numeración estaba desordenada porque no encontraron D sino 17. Mientras iban hacia D ó 19 ó 15, Lino le contaba a Tomás sobre su tierra y los amigos que tenía cuando llegó a cantar en una banda.
sábado
Tomás lo escuchaba, atento a los detalles, y le contaba sobre el día que nació Lisa y amenazó de muerte al taxista que los llevaba al hospital para que fuera más rápido. Lino no se paraba de reír imaginando a Tomás decirle al taxista que acelere o que lo ahorcaría. -Después le ofrecí disculpas y por suerte no levantó cargos, dijo que entendía mi ansiedad de padre primerizo- completó la historia mientras reía. Lino también tenía un hijo y le contaba a Tomás sobre la fiesta de su quinto cumpleaños, en la que se disfrazó de dinosaurio para dar un show a los niños.
Legaron al B cuando calculaban llegar al 9, preguntaron por Margarita Voz Alta y no la conocían. En el 6, pasó lo mismo. En el 68 también. Nadie sabía de ella ni del 6-B que era la puerta que les faltaba encontrar. Entre el desorden de la calle y la neblina se producía un misterio cada vez más perfecto que los llevó al 16. -¿Margarita Voz Alta?- Preguntó Tomás. -¿Quién?- Respondió una voz que se escuchaba desde el segundo piso. No se alcanzaba a ver ni siquiera la puerta de entrada, era imposible reconocer el origen de la voz.
domingo
Soy yo. Habló de nuevo con un acento extraño. -Correspondencia para usted, señoritacontestó Tomás, contento por haber conseguido encontrarla. Se escucharon pasos sobre la escalera y luego de un silencio corto la puerta se abrió. Margarita recibió a los dos amigos con una sonrisa que contagiaba de paz a todo lo cercano. Su sonrisa no era de compromiso o de vendedor. Se dibujaba en su rostro como parte de sus labios y sus dientes. El rostro de Margarita, y todo su cuerpo, estaban envueltos en una burbuja espesa y vibrante, capaz de alumbrar la cueva más oscura y la neblina mas blanca.
lunes
En su ingenuidad, la mujer no entendió que era ella la destinataria de la carta. Sin embargo, agradeció la visita de los carteros y se sintió apenada por las vueltas que tuvieron que dar para encontrarla. Tomás entregó la carta y en ese momento se dio cuenta de que la noticia le caía por sorpresa.
-¡Mamá!- Dijo como si estuviera hablando sola -¡Me encontraste!- Su emoción fue tan grande que los invitó a tomarse algo caliente mientras pasaba la lluvia.
-¿De donde es, señorita?- Preguntó Tomás. -¿Lo dice por mi acento? -No, por lo que espera de la lluvia... No va a parar hasta mañana, este pueblo hace lo que quiere con el tiempo… - Pero agradecemos su generosidad, algo caliente nos vendría bien- completó Lino. El pasillo de la casa tenía varias cochas de agua, era muy angosto y tenía muchas puertas que nunca se dejaban abiertas. El camino de las escaleras estaba lleno de macetas pequeñas y antes de entrar a la pieza de Margarita, ella les pidió dejar el paraguas fuera. Su manera de hablar era, tan envolvente y cálida que llegaron a sospechar de la muchacha. Era tan amable, sin ningún motivo, que hasta pensaban que pronto les pediría algo. El interior de su departamento estaba prácticamente vacío y la curiosidad de los aventureros crecía. El agua de la pava empezó a silbar cuando Lino preguntó por el baño. Al regresar, tuvo su tasa de té sobre un libro de Deleuze, Tomás bebía sobre la poética completa de Borges y a Margarita le había quedado García Márquez. - ¿Usted es el cartero? - Preguntó viendo a Tomás. - Así es, durante varios años y casi nunca vengo por este barrio, ¿lleva mucho tiempo aquí?
martes
miércoles
- Para nada, llegué hace tres días y pasado mañana salgo para la costa, los veranos trabajo recogiendo naranjas y siempre que puedo paso por Recuerdo. Me gusta mucho ir a Momento pero los días no me han dejado. Margarita no hizo una sola pregunta en las dos tazas de té que duró la conversación. Lino no quiso que pareciera un interrogatorio y no se animó a preguntar nada. Tomás no dejaba de observarla, parecía que Margarita se había escapado de uno de los libros que estaban sobre la mesa. En cada uno de sus actos, veía cada uno de los límites de su mundo. Observarla levantar la mesa, lavar las tasas, irse, volver, les provocaba a los dos una satisfacción por la sencillez que jamás habían sentido. Observar a Margarita vivir era un verdadero placer, cada uno de sus movimientos tenía un ritmo y un sonido. Era ella, quizás, la mujer de la que todo hombre se debe enamorar al menos una vez en la vida. Nunca más la volvieron a ver y de no ser porque estaban juntos, Lino y Tomás jamás creerían que en realidad esa mujer, que escapó de alguna historia, existió en realidad.
Cuando se despidieron en la puerta del 16 del barrio De las toronjas, Lino dijo: - Escribe tu cuento todos los días Margarita, gracias por el té. - Margarita Voz Alta- repitió Lino durante varias cuadras. - En Voz Alta- afirmaba Tomás. La niebla ya no les causaba el cuidado de antes, caminaban despreocupados y no tropezaron con nada hasta llegar de vuelta al centro. Se dieron un abrazo y quedaron en verse después de dos días para cenar.
El paso del día a día, era más liviano para Tomás. Sus días eran profundos y estaban llenos de momentos largos. Cuando lavaba la vajilla o veía gente caminar, llamaba al recuerdo de Margarita y no entendía cómo conseguía danzar con el espacio, de tal forma, que lavar una tasa o irse, o volver de la mesa eran actos para contemplar. Frecuentaba con Estela, charlaba con Sebastián, ayudó a Paolo antes de su viaje a Perú, cenó con Lino, y cada tanto dedicaba tiempo a su nueva casa. Pintó las paredes y sembró en el jardín. Hace dos días, Margarita se fue a la costa y en dos días más, Lino también se irá. Tomás estaba contento por el futuro de sus amigos y dejó su soledad en otro plano.
jueves
El día de la partida de Lino, el cielo era azul absoluto y estaba totalmente abierto. Nida y Sebastián habían quedado en preparar el desayuno para todos. Mérida, quien también se marcharía, horneó sus clásicas medias lunas la noche anterior. Estela llegó después, con la maleta que Lino le había pedido. Tomás se hizo tarde y entró preguntando por la hora y avisando que ya consiguió un taxi que los lleve hasta la terminal. Habían como cuarenta
minutos antes de que vengan por ellos y en la mesa todos tenían una media luna, una manzana, un vaso de zumo de naranja y una tasa de café con leche. Se rieron de los quemados de las medias lunas y del mal sabor del café, conversaron como si se fueran a encontrar en la cena y no faltó tiempo para la historia de la vez que Estela se quedó atrapada en el metro de Berlín por 13 horas, sin saber en que anden abordar.
viernes
Ella juraba que debajo de la tierra no se siente el paso del tiempo. Sebastián se levantó al baño y pasó viendo el reloj. -Faltan cinco. Lino- dijo en voz alta antes de perderse por el pasillo. Estela ayudó a Lino a guardar las últimas cosas en la nueva maleta y Tomás ya estaba guardando las maletas de Mérida en el taxi. Sin decirse nada, los dos amigos se abrazaron del lado del corazón.
Tomás dejó libres unas lágrimas y Lino sonreía sin que nadie lo viera. -Llévate este latido- dijo Tomás, mientras lo abrazaba. Mérida se despedía de Sebastián y Nida, con quienes había hecho buenas relaciones. Estela la abrazó y le dijo que irá a visitarla. La puerta del taxi estaba abierta y Mérida fue la primera en subirse, sin regresar su vista atrás, respetando la ley de las despedidas. Lino se subió y descargó un suspiro en el taxi que empañó de calor todo el ambiente.
Tomás tenía levantada su mano izquierda y hacía puño como tratando de enviar algo. Los del taxi sabían que no podían regresar su mirada y los que estaban parados afuera de la puerta sabían que no los estaban viendo. Estela abrazó a Tomás y a Sebastián, el taxi arrancó hacia la carretera de Recuerdo y Nida dejó escapar unas lagrimas. Los cuatro entraron de nuevo a la casa, inmersos en un silencio cortopunzante.
sábado
-Bueno… los que nos quedamos, limpiamosdijo Tomás, buscando la risa de los demás. A unos kilómetros de ellos. Mérida y Lino veían al cielo cada vez más azul. La velocidad del taxi convertía en amarillo todos los campos por los que pasaban. Mientras Nida y Estela recogían las manzanas que ellos olvidaron sobre la mesa, el taxista pagó el peaje de la terminal que les daba la bienvenida a otro mundo. -Carta para ti- dijo Tomás como por impulso después de que se acordó de su trabajo. -Ahora sí me voy a dormir un poco- completó. -No estamos para volver a despedirnos, Tomás, quédate en el sillón, nosotros también nos vamos a descansar un poco más sugirió Nida en tono de broma y de orden al mismo tiempo. A Estela le pareció tan buena la idea que se dividió el territorio con Tomás: ella tendría el sofá y él la alfombra pero con la ganancia de los cojines. En algún reloj de la terminal dieron las siete de la mañana, Mérida y Lino se despedían. Antes de subirse al colectivo, él abrió su mano izquierda tratando de recibir algo y ella cerró los ojos después de ver el cielo de Recuerdo.
domingo
Recuerdo y Frías tienen cuatro horas y diecinueve minutos de diferencia. Perú y Recuerdo tienen once horas y diecisiete minutos de diferencia. Lisa y Sofía tienen dos países de distancia y entre las dos un océano de diferencia con el pueblo de su padre. Berlín y Recuerdo están a dos aviones de distancia. Tomás y Momento están a tres pasos. Si alguna ventaja puede tener la distancia es el tiempo que separa los cuerpos. Este es el regalo del respiro previo a la colisión, hay quienes lo llaman encuentro. Lo contrario a este impacto es el contacto armónico de fuerzas: cuando los cuerpos danzan en el todo, dejando el ser para seguir siendo.
el mismo domingo que el de la página anterior
otro domingo
La Zorra Menor cobijó al pueblo esa noche, indicio de que el verano en la costa iba a empezar.
La Zorra Mayor cobijó al pueblo muchas noches después, indicio de que el verano en la costa había terminado.
lunes
martes
El sol del medio día calentaba generosamente el agua de Momento, quien sostenía una interesante conversación con el silencio. Entre los árboles que dibujaban la orilla del río apareció Tomás, tratando de buscar una sombra donde descansar. El silencio calló lo que iba a decirle al río y ambos se guiñaron el ojo acordando retomar la conversación cuando las visitas se fueran.
Al pie de un aguacate, verdadero fruto del pecado original según Mérida, Tomás se acurrucó en el calor del día. Entre ensoñaciones y frío en los pies se acercó hacia el agua para refrescarse. Lino abría la puerta de su casa después de una mañana cansada. Cuatro horas y diecinueve minutos más tarde, pero en simultáneo, Tomás se quitaba las botas y los calcetines. Sebastián y Nida estaban sirviendo la mesa para almorzar, Estela caminaba hacia el mercado, Margarita iba en bicicleta con su madre por la bajada que siempre le dio miedo enfrentar, y al otro lado del mundo pero también en simultáneo, Paolo estaba dándose la mano con un campesino que había accedido a darle un lugar para dormir.
Un método para dar la hora es fijarse en la inclinación de la sombra sobre la superficie que cubre. De acuerdo a eso, Estela supo que empezaban a ser ocho minutos de la una de la tarde y se derretía por un vaso de agua mientras negociaba el precio de las verduras. Paolo había terminado de hacer su cama y estaba parado frente a ella con un vaso de agua en la mano derecha como si estuviera calculando cada uno de sus movimientos. Avanzados los ocho minutos de la una de la tarde pero sin llegar a los nueve, Sebastián y Nida se deseaban buen provecho y, mientras él masticaba el pan que ella había horneado, ella servía agua en los dos vasos que poblaban esa mesa llena de colores.
miércoles
jueves
Margarita frenaba su bicicleta con la emoción de haberse enfrentado a su miedo pero con la seguridad de que nunca más lo quería volver a ver y buscaba la botella de agua que llevaba la canastilla. Tomás daba una última respiración a la brisa del río y lentamente, con respeto al choque de temperaturas, empezó a poner las plantas de sus pies en el espejo líquido que dibujaba Momento. Estela había encontrado una botella de agua en su bolsa e inmediatamente la destapó mientras Lino iba disparado hacia el fregadero de su cocina. Tomó un vaso de vidrio que estaba a su izquierda y abrió el grifo dejando correr el primer chorro. Puso su mano a la altura del chorro de agua y empezó a ver cómo se llenaba de burbujas; la solemnidad de ese sonido ya era refrescante para él. Pasados los treinta segundos de los primeros ocho minutos de la una de la tarde, Sebastián hizo una pausa en su comida y empezó a beber del vaso que Nida le había servido. Paolo apagó la luz de su pieza y bebió de un solo trago el agua que descansaba en su mano.
Estela solamente necesitó de un sorbo corto para saciarse y Nida, al ver el gusto con el que Sebastián bebía agua, también pausó su comida y se llevó el vaso de agua a la boca. Lino ya no tenía sed cuando iba a beber pero apuró su trago para enfriar su cuerpo al igual que lo hizo Margarita. Estaban muy cerca los nueve minutos de la una de la tarde y Tomás ya había entrado por la puerta líquida. Se puso de pie y descubrió que el agua le llegaba hasta la cintura, sus manos se apoyaban en el equilibrio invisible que iban dibujando mientras él ponía un pie delante del otro.
viernes
sábado
Era como si en cada uno de ellos habitaran otras personas que florecían de las formas más inesperadas y misteriosas. Sin verse, sin estar cerca, sin ni siquiera pensar en el otro, todos bajaron la mano izquierda, o derecha, con el vaso, o la botella, y en un latido sincronizado liberaron una respiración en el ambiente que los embriagó de algo inexplicable; que impulsó a Tomás a dar el siguiente paso dentro del agua.
- ¡Que no es posible, Momento! ¡Que para recibir lo que mereces, debes hacer un sacrificio! ¡Y ojo, eh! Hacer un sacrificio no es sufrir - dijo el silencio, sin percatarse de que Tomás estaba en el centro del río.
domingo
La Ăşltima particularidad de Recuerdo es que su viento levanta la falda a todos los techos del pueblo entre la una y las cuatro de la tarde, de cualquier tarde.
Las veredas con sol y con sombra observan a las tejas brincar y entreverarse como si estuvieran solas. Esa sinfonĂa de instantes es el latido preciso para llegar a cualquier lugar: - el presente -