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Tiburón peregrino
Cetorhinus maximus
Nunca subestime las capacidades de los tiburones peregrinos. Estos serenos devoradores de plancton navegan con su enorme boca abierta filtrando pequeñas presas del mar sin parecer que tengan que ir a gran velocidad. Y, sin embargo, si siguiéramos a uno durante el tiempo suficiente, es muy probable que de repente lo viéramos sacar de un salto todo el cuerpo fuera del agua. Los tiburones peregrinos pueden saltar un metro o más por encima de las olas, una hazaña impresionante si se tiene en cuenta que estos animales pueden medir más de 10 metros y pesar entre 3 y 4 toneladas. Al ser el segundo pez más grande del mundo, claro está que salpica lo suyo al caer.
Gracias al análisis de los vídeos de estas acrobacias aéreas, los científicos han calculado que los tiburones peregrinos que saltan nadan a 18 kilómetros por hora mientras salen disparados hacia la superficie. Es la misma velocidad que alcanza el tiburón blanco cuando realiza acrobacias similares. Tiene sentido que el tiburón blanco sea capaz de alcanzar tal velocidad, ya que es un activo depredador ápex que persigue presas que nadan rápido, como las focas. En el caso del tiburón peregrino, demuestra que, aunque la mayor parte del tiempo opta por tomar el sol, puede acelerar el ritmo de una forma considerable si lo desea.
El motivo por el que el tiburón peregrino (y, en realidad, también el tiburón blanco) gasta tanta energía saltando desde el mar es otro de los grandes misterios sin resolver del océano. Los científicos barajan muchas ideas al respecto. Los tiburones podrían estar enviándose mensajes entre sí, presumiendo ante sus parejas, afirmando su dominio o, quizás, quitándose de la piel parásitos que les pican.
El tiburón peregrino realiza largos viajes. Una hembra marcada con un rastreador satelital que partió de la isla de Man surcó el Atlántico y nadó casi 10 000 kilómetros en menos de tres meses hasta llegar a Terranova, Canadá. Los tiburones de Cape Cod nadan hasta la desembocadura del río Amazonas, quizá para llegar a las zonas de apareamiento y cría.
Al tiburón peregrino se le ha solido cazar por sus hígados enormes y grasos, ricos en vitamina A y escualeno, una sustancia utilizada para fabricar lubricantes industriales y cosméticos. En Noruega, Escocia e Irlanda existen pesquerías desde el siglo xviii. En la década de 1940, antes de escribir Ring of Bright Water (El círculo de agua clara, 1960), su exitoso libro sobre las nutrias, el naturalista británico Gavin Maxwell intentó establecer una pesquería de tiburón peregrino en la isla escocesa de Soay. Escribió sobre sus experimentos en cuanto al sacrificio de animales con ametralladoras, escopetas y arpones, y describió el sangriento desafío que suponía extraerles el hígado. En aquella época, en Escocia pagaban pequeñas recompensas a los pescadores que mataban tiburones peregrinos porque estos peces se consideraban una plaga, ya que dañaban las redes de pesca al enredarse en ellas, y, además, por aquel entonces la gente pensaba que, como tienen esa boca tan descomunal, los tiburones peregrinos se comían todas las valiosas poblaciones de peces. Algo parecido le sucedió a la población de tiburones peregrinos de la Columbia Británica, en Canadá, que también fue objeto de persecución. Entre 1955 y 1964 funcionó un programa federal de erradicación y navegó un buque patrulla con una cuchilla montada en su proa diseñada para cortar a los tiburones peregrinos por la mitad.
En la mayoría de los lugares, las pesquerías de tiburón peregrino colapsaron cuando las poblaciones casi se agotaron y dejaron de ser fáciles de capturar. Se cree que se pescaron 100 000 ejemplares en el Atlántico Norte, incluso ya en la década de 1990 en el Reino Unido. En la actualidad, la especie está en gran medida protegida frente a la pesca, y su número en estado salvaje parece relativamente estable. Se siguen capturando algunos ejemplares de forma accidental, y sus enormes aletas son muy valiosas, no tanto para elaborar sopa como para colgarlas como trofeos.
Es probable que el tiburón peregrino sea la explicación de muchas de las fábulas sobre monstruos marinos de la historia, ya que cuando sus cadáveres aparecen de forma natural en las playas, pueden estar en tal estado de descomposición y desarticulación que la gente que los encuentra no tarda en empezar a conjurar sobre terribles bestias.