Amistad Compré un televisor inteligente. El televisor debía estar en un lugar donde no hay televisión por cable. Así es, había que poner una antena exterior. En la azotea del segundo piso aún se encontraba el tubo donde estaba la antena antigua, la que después del apagón analógico dejó de funcionar. Pensé, “está fácil, compro una antena moderna, la pongo en el tubo antiguo, conecto los mismos cables, y… tan tan, se acabó.” Compré la antena y me subí a la azotea llevando conmigo una escalera. Subí a la azotea del segundo piso usando una escalera, pero arriba debía usar otra para colocar la antena en lo alto. Sin embargo ¡ups! el techo está inclinado y no podía poner de manera segura la escalera. Ahí voy pa’ abajo. Subí unos lazos para amarrar la escalera y que estuviera segura. La amarré como pude y listo, estaba segura. Pero olvidé la antena nueva, ahí voy pa’ abajo de nuevo. Subí la antena. Pero no llevaba herramienta: pinzas para cortar el cable, navaja para pelar el cable y ponerle el conector, etc. Ahí voy pa’ abajo por tercera vez. Volví a subir y ahora sí ya tenía todo lo necesario. Ya con la escalera puesta y amarrada, me puse en la bolsa del pantalón la herramienta, agarré con una mano la antena y empecé a subir la escalera, que aun amarrada se movía muy feo. Con gran trabajo llegué a la altura que creí conveniente y asustado me solté de la escalera para empezar a poner la abrazadera donde debía colocarla. A pesar de tener toda mi atención en lo que estaba haciendo, porque lo estaba haciendo asustado y preocupado de caerme de una escalera al vacío del techo del segundo piso, escuché cuatro voces conversando entre sí con tono burlón; “si este viejillo se cae, se parte su mandarina en gajos; parece chango asustado, está agarrado hasta con las ‘patrullas’ y eso que trae tenis; ‘nomás’ le falta temblar o a lo mejor ya tiene temblorina; hoy es Día del Abuelo; de hecho, creo que es su último día de abuelo si se cae. No volteaba yo “pa’ bajo” porque me daban ñañaras (o séase miedo), pero pensé: “orita” que acabe me arreglo con esos tipos mala leche que se están burlando de mí. Aunque tenían razón, si me caía me partía mi mandarina en gajos, por eso estaba agarrado hasta con las patas, sí tenía temblorina y si me caía no vería otro Día del Abuelo. Acabé de colocar la antena, me bajé de la escalera y con mirada de fuego tipo dragón (poderoso dragón, no nomás dragón) busqué a los burlones para echarles bronca. Cuál sería mi sorpresa; ¡eran mis perros! Cantador y Resortín eran las voces masculinas y la Genoveva y Malina las voces femeninas. Les grité desde la azotea, “¡malos amigos! ¿por qué se burlan? No ven que estoy asustado.” Fotografía: Pixabay.com Cuando bajé pie a tierra -así dicen los agentes de Tránsito en León cuando no tienen vehículo y ese día les toca ejercer a pie, además no sé si haya pie a agua, pie a aire, pie a lodo, etc. El chiste es que ya estaba yo en un lugar seguro, pero antes de reclamarles, los perros ¡me abrazaron y me empezaron a regañar! Empezó el Cantador, el Malinois: <> Malina, la Malinois, que es traviesa como ella sola, le siguió con el regaño: <> ¡Ah no, pensé, ¿quiénes se creen estos perros para regañarme? ahí les voy yo!, pero no me dieron tiempo; Genoveva, la criollita, le siguió: <> Se vieron los tres entre sí y se fueron a jugar. Sólo se quedó conmigo Resortín, el Shettland. <<¡Órale!, le dije, nomás faltas tú de regañarme, dime algo.>> El Resortín es un perro viejo, que tiene la sabiduría que dan los años. Empezó a hablar: <