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Triaca
LA DECLAMACIÓN Y LOS PERROS
Por: Dr. Raúl García Miranda M.V.Z. Luis Arturo García Domínguez M.V.Z. Beatriz Figueroa Andrade
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Todo estaba listo en esa escuela marista. El auditorio estaba lleno y era uno bastante grande. Todos los alumnos de secundaria del instituto estaban ahí, todos los maestros que impartían clases en secundaria también estaban ahí, y muchos, tal vez muchísimos padres de familia de los alumnos también estaban ahí, expectantes de lo que iba a suceder. Además, había invitados: algunas personalidades de aquí, otras de allá, y unas más de acullá. Era el año de 1968. Raúl tenía 12 años y estaba en primero de secundaria.
Cada año se realizaba un festival artístico y cultural en secundaria. En ese año (1968) aún había escuelas de niños y de niñas en forma separada, así es que Raúl estaba en una escuela de puros niños. Había tres salones de primero de secundaria, se había sorteado a cuál grupo de primero le tocaba presentar un coro y desde luego cantar; es decir, una actividad grupal, dicha actividad no podía durar más de cuatro minutos. A otro grupo de primer grado le tocaba realizar una obra teatral, es decir, también una actividad grupal, la obra no podía pasar los 5 minutos. Y al tercer grupo de primero -que era donde estaba Raúl- le tocaba que alguien declamara, esto es, una actividad individual.
En realidad a Raúl lo tenía sin cuidado el sorteo, pues pensaba, si a su grupo le tocaba el coro y aparte debía ser escogido para participar en él, si era escogido para participar, lo cual era muy poco probable por lo feo que cantaba, pues entre muchos ni se nota si desentonas. Si a su grupo le tocaba el teatro pues era lo mismo, debía ser escogido como actor entre los pocos participantes, pues no todos participaban y en una obra tan corta la participación era mínima. Y finalmente si a su grupo le tocaba declamar, pues ni modo que lo escogieran a él para declamar. No era la mejor voz, no era el de mejores calificaciones, no era el "consen" de ningún maestro. Tal vez su único mérito -y este no servía para declamar- era su pasión por el fútbol.
Llegó el día del sorteo y al salón de Raúl, como mencioné antes, le tocó escoger a un alumno para que declamara. El maestro coordinador del grupo dijo: «Ser el declamador es un honor, por lo tanto, entre los cinco mejores alumnos será escogido uno». Esto en automático eliminaba a Raúl. Cuando terminó el día escolar, Raúl fue a la granja de la escuela a platicar con su amigo el “Morro” un viejo Pastor Alemán que los hermanos maristas habían conseguido hacía muchos años para cuidar la escuela y fue varios años un buen perro guardián, pero ahora ya estaba retirado por la edad y “Don Goyo”, el eterno director de la escuela, quería mucho al perro y lo tenía ahí con buenos cuidados, alimentación, etc., lo que hacía que el perro tuviera buena calidad de vida como perro anciano.
Raúl había aprendido a hablar con los animales en Pénjamo, Guanajuato. Su abuelo -un indio chichimeca-, era susurrador de caballos y lo había enseñado. Así es que desde niño podía hablar con algunos animales, no con todos desde luego, de hecho con la gran mayoría no podía, pero de vez en cuando lo podía hacer con alguno, en especial con perros. Desde que Raúl había llegado a esa escuela secundaria, en la primera práctica hecha en la granja, práctica de ciencias naturales,
Fotografía; Pixabay
el “Morro”, el Pastor Alemán, le había hablado y se habían hecho amigos.
Estaban platicando el perro y Raúl, cuando aquél le dijo: «Hace varias noches que tengo la sensación de que algo bueno te va a suceder pronto». Raúl, contestó: Ojalá, ojalá, estoy peleando el liderato de goleo del torneo interno con un muchacho de tercero y sólo me supera por un gol; ojalá él no anote esta semana y yo sí.
Al día siguiente el toque para levantarse sonó. Perdón olvidé decir que estoy hablando de un internado, donde los alumnos allí vivíamos de lunes a viernes y el fin de semana regresábamos a nuestros hogares. Ese día era martes y faltaban exactamente 10 días para el festival, así que era urgente elegir al declamador para que escogiera su declamación, la memorizara y practicara la elocuencia con que se debe declamar.
Durante el desayuno, en el comedor general se oía claramente ladrar al Morro. Esto no era habitual. Mas el perro ladraba y ladraba con insistencia. En el espacio de tiempo, 10 minutos, que había entre el fin del desayuno y la entrada al salón, que normalmente era usado para ir al baño, lavarse los dientes, etc., Raúl corrió a la granja y le preguntó al perro: «¿Qué te pasa?, ¿estás bien?» y el perro le contestó: “Qué bueno que acudiste por mis ladridos, hoy es el día en que te pasará algo bueno, sólo quería avisarte”. Raúl no le dio mayor importancia y corrió al salón y llegó a tiempo.
el viejo profesor de química, un hombre hosco, gordo, fumador y de muy mal carácter. El profesor nos dijo a todos: «Su coordinador enfermó de gravedad, no estará más con ustedes y mientras escogen otro coordinador, me encargaré del grupo». ¡Ups! y ¡recontra ups! Pésima noticia para todos. El profesor continuó: «lo primero que voy a hacer es escoger al declamador, no sé qué les dijo su coordinador, pero lo haremos a mi manera. Todos ustedes tienen un número de lista; todos los números pares están eliminados porque lo digo yo. El declamador saldrá de los números impares». ¡Carajo, pensó Raúl, soy el once! ¡Soy impar! El profesor continuó: «me gusta mucho el fútbol y le voy al Necaxa y ese equipo es el de los once hermanos, así es que el declamador será el número once de la lista. ¡No, por favor, no! pensó Raúl. A mí qué me importa a quién le va este viejo enojón, gordo y fumador. Continuó el profesor sus comentarios diciendo «la poesía ya la escogí, será una de Rubén Darío llamada: Los motivos del lobo. Trata sobre San Francisco de Asís y un lobo. Todos se quedan en el salón para iniciar clases menos el número once de la lista, ese niño venga conmigo para darle por escrito la poesía e inicie a memorizarla». Como si me hubiera atropellado un tranvía de esos que te llevaban de la estación del metro Taxqueña al estadio Azteca, porque el internado estaba enfrente de ese estadio, salí del salón, me fui con el maestro. Llegamos a su oficina, de mala gana me aventó unas hojas y me dijo: «Más te vale memorizarla bien y declamarla muy bien, o te las verás conmigo. A ver cómo le haces, si quieres busca al maestro de literatura a ver si te ayuda, yo de esto no sé nada ni tengo ganas de saber, adiós».
Claro que no fui a buscar al maestro de literatura, fui con el “Morro” -el Pastor Alemán- a llorar mi desventura. El perro me dijo: «Fíjate bien Raúl, esto es para bien porque ya me habían dicho que era para bien. Declamarás bien y será el principio de un expositor de temas, apasionado y elocuente. Yo te voy a ayudar, sobre todo en los diálogos de San Francisco con el lobo, tú serás San Francisco y yo el lobo. Practicaremos mucho y todo saldrá bien».
Llegó el día de declamar y el auditorio estaba lleno y Raúl súper nervioso y asustado. Faltaba una hora para que iniciara el
festival cuando Raúl buscó la manera de hablar con el director de “Don Goyo”, que obviamente estaba muy ocupado viendo que todo estuviera bien. «Don Goyo, quiero pedirle que me permita traer al “Morro” conmigo al auditorio», «¿al perro? contestó el Director». «Sí, al perro» le dijo Raúl. El director entre extrañado y curioso le dijo a Raúl: «¿Para qué? Yo quiero mucho a ese perro y no estoy dispuesto a que le pase nada, ya está muy viejo y camina con dificultad». Contesto Raúl, «es que preparé la declamación con él, con el perro y me sentiría mucho más seguro si está conmigo». Dijo el director: «no sé por qué debo decirte que no, te voy a decir que sí, ándale pues y terminando lo llevas a la granja».
Pues el momento llegó, presentaron al declamador y el poema que declamaría. Raúl entró al estrado del auditorio acompañado del "Morro", el Pastor Alemán. La gente se extrañó, hubo un rumor. Raúl echó al perro frente a él y comenzó a declamar. El "Morro" ya le había dicho: «recuerda, una vez memorizado el poema las dos cosas más importantes son los cambios en el tono de voz, desde gritar hasta susurrar y el lenguaje corporal, no sólo de tus manos sino también de todo tu cuerpo». Raúl puso todo lo que tenía, el perro también. Al terminar de declamar, Raúl hizo una reverencia y se calló. Todo estaba en silencio, un silencio total, nadie hacía ningún ruido. Entonces el perro ladró y "Don Goyo" exclamó en voz muy alta: ¡Bravo! Y empezó a aplaudir, la gente se puso de pie, aplaudían en serio, Raúl temblaba en el estrado, el maestro de ceremonias, un profesor, comentaba emocionado lo bien que se había declamado. Pero el show debe continuar y seguían las presentaciones de los alumnos de segundo y tercero, porque Raúl había sido el último de los de primero. Raúl regresó al “Morro” a la granja, le agradeció al perro todo lo que había hecho por él. Y el perro le dijo: «Alguna vez, cuando declames esta u otra poesía, porque lo harás muchas veces en la vida, acuérdate de mí, porque yo no te voy a olvidar».
Al poco tiempo cambiaron a “Don Goyo” de escuela, de hecho lo cambiaron de país y se llevó al "Morro", el Pastor Alemán con él. Nunca supe de ellos otra vez, nada. Sin embargo, por diversas circunstancias de la vida Raúl se volvió orador, profesor, conferencista y cuando le va bien, porque a veces le ha ido mal, recuerda con cariño al perro que lo apoyó para hablar, de hecho declamar en público por primera vez.
Un buen amigo me preguntó cuando platiqué esto hace tiempo, si era verdad o sólo producto de mi imaginación, en realidad una parte es verdad y otra parte es mi imaginación. Tiene mucho de una parte y poco de la otra, sólo que no me acuerdo si lo mucho es verdad o mi imaginación. Organización Canófila TRIACA León, Gto. Mail: drraulgarciamiranda@outlook.com Facebook: triacavet